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Garin envió un radiograma a los periódicos del Viejo Mundo y del Nuevo Mundo diciendo que él, Pierre Harry, había ocupado en el Pacífico una isla de cincuenta y cinco kilómetros cuadrados con los islotes y cadenas de escollos adyacentes y que aquella isla, situada a ciento treinta grados de la longitud oeste y veinticuatro grados de latitud sur, la consideraba suya, estando dispuesto a defender hasta la última gota de sangre sus derechos soberanos.

Aquello hizo reír a la gente. La pequeña isla en las latitudes meridionales del Pacífico estaba deshabitada y únicamente se distinguía por lo pintoresco del paisaje. Incluso no se sabía a ciencia cierta de quién era, si de América, de Holanda, o de España. Pero con los americanos no se podía discutir mucho: los otros países gruñeron un poco y dejaron de ocuparse del asunto.

La isla no valía el carbón que había que consumir para llegar a ella, pero como los principios estaban por encima de todo, un crucero zarpó de San Francisco a fin de detener a Pierre Harry y colocar en la isla, por los siglos de los siglos, un mástil metálico con una bandera de los Estados Unidos hecha de tela impermeable.

El crucero abandonó el puerto. La ridícula historia de Garin dio nacimiento al foxtrot El pobrecito Harry, en el que se decía que el pequeño y pobre Pierre Harry estaba tan enamorado de una criolla, que quería hacerla reina. Se la llevó a una pequeña isla y allí, el rey y la reina, solos, bailaban el foxtrot. La reina decía: “Pobrecito Harry, quiero desayunar, tengo hambre”. Por toda respuesta. Harry suspiraba y seguía bailando, pues en la isla, aparte de conchas y flores, nada había. Llegó un barco. El capitán, un buen mozo, ofreció el brazo a la reina y la llevó a compartir con él un suculento almuerzo. La reina reía y masticaba. El pobrecito Harry no tuvo más remedio que seguir bailando solo… Así, más o menos, continuaba el foxtrot… En pocas palabras, por el momento todo eran bromas.

Unos diez días después llegó un radiograma del crucero:

“Me encuentro a la vista de la isla. No he desembarcado porque se me ha advertido que está fortificada. He despachado un ultimátum a Pierre Harry, que se titula dueño de la isla. Le he dado de plazo hasta las siete de la mañana. Después, efectuaré un desembarco”.

Aquello ya empezaba a ponerse divertido: El pobrecito Harry amenazaba con el puño a los cañones de seis pulgadas… Pero ni al día siguiente ni en los sucesivos llegaron más noticias del crucero.

El buque no respondió al último despacho. ¡Caramba! En el Departamento de Defensa hubo quien frunció el ceño.

Al poco, apareció en los periódicos una sensacional interviú dada por MacLinney. Afirmaba éste que Pierre Harry era el conocido aventurero ruso ingeniero Garin, quien, según se rumoreaba, había perpetrado varios crímenes, comprendido el enigmático asesinato en Ville d'Avray, cerca de París. La ocupación de la isla asombraba extraordinariamente a MacLinney porque a bordo del yate en que Garin había llegado a ella se encontraba Rolling, el jefe y director de la “Anilin Rolling Company”. El había sufragado grandes compras hechas en América y en Europa, así como el flete de los barcos que debían trasladarlas a la isla. Mientras no hubo infracción alguna de la ley, MacLinney calló, pero ahora afirmaba que Rolling, el rey de la industria química, se distinguía por su extraordinario respeto a las leyes. Y, por ello, era indudable que la desfachatada ocupación de la isla se había efectuado en contra de su voluntad. Ello evidenciaba que el multimillonario se encontraba prisionero en la isla y era utilizado para un chantaje inaudito.

Las bromas terminaron. Se atentaba contra lo más sagrado. La policía reunió datos de las compras hechas por Garin en el mes de agosto. Las cifras aquellas producían verdadera estupefacción. Mientras tanto, el Departamento de Defensa buscaba en vano al crucero: el buque había desaparecido. Por si aquello fuera poco, los periódicos publicaron una descripción de la voladura de las fábricas de anilina, contada por el científico ruso Jlínov, testigo presencial de la catástrofe.

Se desencadenó un escándalo. En efecto, ante las narices del Gobierno, un aventurero había efectuado colosales compras de materiales bélicos, había ocupado una isla, había privado de su libertad a uno de los más notables ciudadanos de América y, por añadidura, era un canalla amoral, un asesino en masa, un monstruo repugnante.

El telégrafo comunicó otra noticia sensacional: un misterioso dirigible de último tipo había pasado sobre las islas de Hawai y hecho alto en el puerto de Hilo, tomando allí carburante y agua dulce. Luego había sido visto sobre las Kuriles, sobre Sajalín. Había repostado carburante y agua en el puerto de Alexándrovsk, en Sajalín, desapareciendo después en dirección Noroeste. En el casco metálico de la nave aérea pudieron distinguirse las letras “P. H.”.

Para todos quedó claro que Garin era un agente de Moscú. ¡Vaya con el “pobrecito Harry”! La cámara aprobó las mas resueltas medidas. Una flota compuesta de ocho cruceros zarpó para la “Isla de los Canallas”, que así la llamaban ya los periódicos americanos.

Aquel mismo día, todas las estaciones de radio del mundo captaron un mensaje, transmitido por onda corta, de monstruosa insolencia y pésimo estilo.

—“¡Aló, aló, habla la estación de la Isla de Oro, llamada, por desconocimiento, Isla de los Canallas. ¡Aló! Pierre Harry aconseja sinceramente a los Gobiernos de todos los países que no metan las narices en los asuntos de la isla. Pierre Harry se defenderá, y todo buque o flota de guerra que entre en las aguas de la Isla de Oro correrá la suerte del crucero americano enviado a pique en menos de quince segundos. Pierre Harry aconseja sinceramente a toda la población del globo terrestre que deje de ocuparse de política y baile despreocupadamente el foxtrot de su nombre”.

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