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Zoya y Rolling no habían vuelto a verse después del asesinato en Ville d'Avray y en Fontainebleau y de la loca carrera, con Garin al volante, por las desiertas carreteras, inundadas de luz lunar, que llevaban al Havre. Aquella noche, Rolling disparó contra ella, luego probó a insultarla y, por último, se calló. Si no so equivocaba, en el automóvil incluso había llorado en silencio, la cabeza abatida sobre el pecho.

En el Havre, Zoya embarcó en el “Arizona”, yate perteneciente a Rolling, y al amanecer salía al Golfo de Vizcaya. En Lisboa recibió documentación y papeles a nombre de madame Lamolle y pasó a ser la propietaria de uno de los más lujosos yates de Occidente. De Lisboa pasaron al Mediterráneo, donde el “Arizona” navegaba frente a las costas de Italia, manteniéndose en los diez grados de longitud este y los cuarenta de latitud norte.

Inmediatamente se estableció comunicación entre el yate y la emisora particular que Rolling había montado en Medone, en las cercanías de París. El capitán Jansen ponía en conocimiento de Rolling todos los detalles del viaje. El multimillonario llamaba a Zoya todos los días. Ella le informaba cada tarde de su “humor”. En aquella monotonía pesaron semana y media, hasta que los receptores del “Arizona”, palpando el éter, captaron en las ondas cortas un mensaje transmitido en un idioma desconocido. Se lo comunicaron a Zoya, y ella oyó una voz que paralizó su corazón:

—…Zoya, Zoya, Zoya, Zoya…

La voz de Garin zumbaba en los auriculares como un enorme moscardón que se golpeara contra un cristal. Repetía el nombre de la mujer y después de cierto intervalo decía:

—…Contesta de la una de la noche a las tres de la madrugada.

Y de nuevo:

—Zoya, Zoya, Zoya… Ten cuidado, ten cuidado…

Aquella misma noche, sobre el oscuro mar, sobre la dormida Europa, sobre las antiguas ruinas de Asia Menor, sobre las llanuras de África, cubiertas de las agujas y el polvo de secas plantas, volaron las ondas de una voz femenina:

—…A quien ha pedido se contestase de la una a las tres…

Zoya repitió la llamada muchas veces. Después dijo:

—…Quiero verte. No importa que sea una locura. Fija cualquiera de los puertos italianos… No me llames por mi nombre, te conozco por la voz…

Aquella misma noche y en el mismo instante en que Zoya repetía terca la llamada, confiando en que Garin, —lo mismo si se hallaba en Europa que en Asia o en África— captaría la onda de la emisora electromagnética del “Arizona”, a dos mil kilómetros del buque, en París, sonó el teléfono sobre la mesita de noche junto a la cama de matrimonio donde dormía, solo, Rolling, la nariz hundida en la manta.

Rolling se levantó de un salto y descolgó el auricular. La voz de Semiónov dijo apresuradamente:

—Rolling. Ella está hablando.

—¿Con quién?

—Se oye mal, no lo llama por el nombre.

—Está bien, continúe escuchando. Mañana me informará usted.

Rolling colgó el auricular y se metió de nuevo en la cama, pero no pudo conciliar el sueño.

Entre el huracán de foxtrotes, entre los alaridos de los anuncios, entre canciones eclesiásticas corales, comentarios políticos, óperas, sinfonías, boletines de la Bolsa y bromas de famosos humoristas, no era nada fácil captar la débil voz de Zoya.

Para ello se encontraba Semiónov en Medone día y noche. Había conseguido tomar algunas frases dichas por Zoya. Aquello bastaba para excitar la celosa imaginación de Rolling.

Después de la noche en Fontainebleau, Rolling se sentía pésimamente. Shelgá estaba vivo y constituía un peligro terrible. Había tenido que firmar un acuerdo con Garin, a quien, como a un negro, hubiese colgado con verdadero placer de cualquier rama. Quizás Rolling se hubiera mantenido entonces en sus trece, prefiriendo la muerte, el cadalso, a la unión, pero Zoya quebrantó su voluntad. Si se puso de acuerdo con Garin, fue para ganar tiempo, con la esperanza de que aquella loca volvería en sí y, arrepentida, tornaría a su lado… Rolling lloró de verdad en el automóvil, cerrando apretadamente los ojos, en pleno silencio… El mismo no podía comprender por qué… ¡Llorar por una mujer depravada, que vendía su cuerpo…! Pero las lágrimas aquellas fueron amargas y dolorosas… Como una de las condiciones para firmar el acuerdo, Rolling exigió que Zoya hiciera un largo viaje en el yate. (Era necesario para borrar las huellas.) Confiaba en convencerla, en llegar a su conciencia y ganársela conversando con ella por radio todos los días. Aquella esperanza era, quizás, más necia que sus lágrimas en el automóvil.

Como había convenido con Garin, Rolling empezó inmediatamente la “ofensiva general en el frente de la industria química”. El mismo día en que Zoya embarcaba en el “Arizona”, Rolling tomó el tren y regresó a París. Una vez allí, comunicó a la policía que había estado en el Havre y, cuando regresaba, lo habían atracado por la noche tres bandidos con el rostro tapado con pañuelos. Le habían quitado el dinero y el automóvil. (Mientras tanto —según habían resuelto— Garin cruzó Francia de oeste a este, pasó la frontera de Luxemburgo y hundió el automóvil de Rolling en el primer canal que vio.)

La “ofensiva en el frente de la industria química” comenzó. Los periódicos de París armaron un revuelo fantástico. “Enigmática tragedia en Ville d'Avray”, “Misteriosa agresión a un ruso en el parque de Fontainebleau”, “Osado atraco al rey de la industria química”, “Los millones americanos en Europa”, “El hundimiento de la industria nacional alemana”, “Rolling o Moscú”; todo ello fue mezclado inteligente y hábilmente en un solo ovillo que, como era de esperar, se le atragantó al pequeño burgués poseedor de valores. La Bolsa se vio conmovida hasta los cimientos. Entre sus grises columnas, junto a las pizarras en las que manos histéricas escribían, borraban y volvían a escribir con tiza las cifras de las acciones en baja, se agitaban y vociferaban hombres enloquecidos, con los ojos dispuestos a saltarles de las órbitas y los labios cubiertos de una espuma marrón.

Pero lo que estaba pereciendo allí era la morralla, todo aquello eran pequeñas bromas. Los grandes industriales y los bancos, apretando los dientes, se aferraban a sus paquetes de acciones. Ni siquiera los cuernos de Rolling, el búfalo americano, podían derribarlos fácilmente. Para aquella operación, la más seria, preparaba Garin su golpe.

Con una “prisa frenética”, como había señalado muy acertadamente Shelgá, el ingeniero construía en Alemania una máquina de acuerdo con su modelo. Garin iba de ciudad en ciudad encargando a las fábricas distintas piezas. Para comunicarse con París utilizaba la sección de anuncios de un periódico de Colonia. Rolling, a su vez, insertaba en un periodicucho de París dos o tres líneas por el estilo de: “Centre toda su atención en la anilina…”, “Cada día es precioso, no escatime dinero…”, etc., etc.

Garin respondía: “Terminaré antes de lo que esperaba…” “He encontrado un buen sitio”, “Empiezo…”, “Un contratiempo imprevisto…”

Rolling se inquietaba: “Estoy preocupado, fije el día…”

Garin contestaba: “Cuente treinta y cinco a partir del día en que firmamos el acuerdo…”

Con esta noticia de Garin coincidió la llamada telefónica que Semiónov hiciera a Rolling. El rey de la industria química montó en cólera: le estaban tomando el pelo. Las relaciones secretas con el “Arizona”, aparte de todo lo demás, representaban un peligro. Sin embargo, al día siguiente, cuando habló con madame Lamolle, Rolling no dijo nada que pudiera denunciar su estado de ánimo.

En las horas de insomnio, Rolling: “estudiaba” de nuevo “su partida” con el mortal enemigo. Encontró errores. Garin no estaba tan bien defendido como suponía. Su equivocación consistía en haber accedido al viaje de Zoya: el desenlace de la partida estaba decidido de antemano. El jaque mate sería anunciado a bordo del “Arizona”.

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