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Habitualmente, al abandonar el piso del profesor, Wolf se despedía de Jlínov en la plaza. Esta vez echó a andar a su lado, golpeando la acera con su bastón, puesta en el suelo una sombría mirada.

—¿Cree usted que el ingeniero Garin se ha ocultado con su máquina después de lo ocurrido en Ville d'Avray? —preguntó Wolf.

—Sí.

—¿No puede ser Garin ese “hallazgo sangriento” en el bosque de Fontainebleau?

—¿Quiere usted decir que Shelgá se ha hecho con el aparato…?

—Exactamente…

—No se me había ocurrido eso… Sí, no estaría mal.

—¡Me lo imagino! —dijo irónico Wolf, levantando la cabeza.

Jlínov lanzó una rápida mirada a su interlocutor. Ambos se detuvieron. Un farol lejano iluminaba el rostro de Wolf: sonrisa maligna, ojos fríos y terco mentón. Jlínov dijo:

—En todo caso, eso no son más que conjeturas, por ahora no hay motivo para regañar.

—Claro, claro…

—Mire, Wolf, yo no trato de engañarle y le digo francamente que el aparato de Garin debe volver a la U.R.S.S. Este deseo mío, sin buscar otras causas, hace que me cree en usted un enemigo. Le juro, querido Wolf, que tiene usted una idea muy nebulosa de lo que conviene a su patria.

—¿Quiere usted ofenderme?

—¡Pero, hombre! Aunque, en efecto —Jlínov, se ladeó el sombrero con ademán típicamente ruso. Wolf lo advirtió en seguida y se rascó una oreja—. ¿Acaso después de que hemos matado siete millones de personas de una y otra parte pueden ofender las palabras…? Usted es alemán de pies a cabeza, infantería motorizada, productor de máquinas, y, yo así lo creo, sus nervios son de una materia distinta. Escuche, Wolf, no sé lo que ocurriría si el aparato de Garin cayera en manos de hombres como usted…

—Alemania nunca se resignará a su humillación.

Llegaron a la casa donde se había instalado Jlínov. Se despidieron en silencio. Jlínov se metió en el portal. Wolf quedó plantado en la acera, moviendo lentamente entre sus dientes un apagado cigarro puro. De pronto, se abrió una ventana del entresuelo y Jlínov dijo muy emocionado:

—¡Eh…! ¿Está usted ahí todavía…? ¡Gracias a dios! Wolf, he recibido un telegrama de París, firmado por Shelgá… Oiga lo que dice: “El criminal ha escapado. Estoy herido, tardaré en levantarme. Un peligro inmenso, inconmensurable, amenaza al mundo. Imprescindible su venida a ésta…”

—Yo le acompaño —dijo Wolf.

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