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Rolling descolgó el auricular.

—Al aparato.

—Habla Semiónov. Acabo de captar un mensaje de Garin. ¿Me permite que se lo lea?

—Sí.

—“Todo será como tú lo deseas, lo que hace taita es que sepas querer” —leyó Semiónov, traduciendo como mejor podía del ruso al francés.

Rolling escuchó sin interrumpirle y preguntó después:

—¿Eso es todo?

—Sí, señor, todo.

—Escriba —dijo Rolling, y se puso a dictar: —Inmediatamente sintonizar la emisora en la onda de 421 metros. Mañana, diez minutos antes de la hora en que ha captado usted hoy el mensaje, transmita: “Zoya, Zoya, Zoya… Ha ocurrido una desgracia imprevista. Hay que actuar. Si aprecia usted la vida de su amigo, desembarque el viernes en Nápoles y alójese en el hotel “Splendid”, espere noticias hasta el sábado al mediodía”. Repetirá usted esto sin cesar, ¿me oye?, en voz alta y convincente. Eso es todo.

Rolling telefoneó.

—Encuentren inmediatamente a Tyklinski y tráiganlo aquí —dijo el rey de la industria química a su secretario, que había entrado precipitadamente en el despacho—. Vaya sin pérdida de tiempo al aeródromo. Alquile o compre, me da lo mismo, un avión de pasajeros cerrado. Contrate a un piloto y a un mecánico. El día 28 téngalo todo preparado para el vuelo…

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