Rolling no se equivocó al hacer de Zoya su concubina. Viajaban todavía en el barco, cuando ella le dijo:
—Querido amigo, yo sería una tonta si metiera la nariz en sus negocios, pero no tardará en convencerse de que puedo ser aún mejor secretaria que amante. No me interesan las futilezas que quitan el sueño a otras mujeres. Soy muy ambiciosa. Usted es un hombre fuerte, en el que yo creo. Usted debe vencer. No olvide que he vivido la revolución, he tenido el tifus, he combatido como un simple soldado y he cubierto a caballo mil kilómetros. Hay cosas que no se pueden olvidar. Mi alma ha sido agostada por el odio.
A Rolling le pareció divertida aquella fría pasión. Tocando con un dedo a Zoya la puntita de la nariz, le dijo:
—Tiene usted, queridita, demasiado temperamento para ser la secretaria de un hombre de negocios, es una loca, y en los negocios y en la política nunca pasará de diletante.
En París, Rolling empezó las negociaciones con vistas a reunir en un trust las fábricas de productos químicos. América invertía grandes capitales en la industria del Viejo Mundo. Los agentes de Rolling compraban en secreto acciones y más acciones. En París llamaban a Rolling el “Búfalo americano”. En efecto, entre los industriales europeos parecía un titán. Lo barría lodo. Su campo visual era estrecho. Veía un solo objetivo: la concentración en una sola mano (la suya) de toda la industria mundial de productos químicos.
Zoya Monroz estudió rápidamente su carácter y sus métodos de lucha. Comprendió en que consistía su fuerza y en que su debilidad. Rolling se orientaba mal en política y a veces decía necedades acerca de la revolución y de los bolcheviques. Zoya lo rodeó poco a poco, sin que él se diera cuenta, de personas útiles y necesarias. Lo introdujo en el mundillo del periodismo, dirigiendo ella las conversaciones. Zoya compraba pequeños reporteros de quienes él no hacía caso y que le prestaban mayores servicios que las plumas de renombre, pues, como mosquitos, penetraban en todas las rendijas de la vida.
Por último, Zoya “organizó” en el Parlamento un pequeño discurso de un diputado de derechas, que habló de la “necesidad de un estrecho contacto con la industria americana a fin de organizar la defensa química de Francia”. Fue entonces cuando Rolling estrechó por primera vez la mano de Zoya sacudiéndola con fuerza, como si su amiga fuera también un hombre.
—Muy bien. Le ofrezco el puesto de secretaria con un sueldo de veintisiete dólares semanales.
Rolling, convencido ya de que Zoya Monroz podía serle útil, tenía con ella la franqueza propia de los hombres de negocios, es decir, una franqueza absoluta.