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—¿Que, les parece? —preguntó desafiante Garin, dejando sobre la mesa los auriculares de la radio. (A la reunión asistían los mismos, descontada madame Lamolle.)— ¿Qué me dicen, señores míos…? Puedo felicitarles… El bloqueo ha terminado… La flota americana tiene orden de cañonear la isla.

Rolling se estremeció, se levantó del sillón, la pipa le cayó de la boca, y sus cenicientos labios temblaron, como si quisiera hablar y no pudiese.

—¿Qué le pasa, viejo? —inquirió Garin—. ¿Tanto lo emociona la proximidad de la flota patria? ¿Arde en deseos de colgarme de un mástil? ¿O es que le acobarda la perspectiva del cañoneo…? Naturalmente sería estúpido que un proyectil americano lo hiciera trizas. ¿O es que, voto al diablo, siente usted remordimientos de conciencia…? En fin de cuentas, luchamos con su dinero.

Garin soltó una breve y seca carcajada y se volvió de espaldas al anciano. Rolling. sin decir nada, se dejó caer en su silla y se tapó con manos temblorosas su gris rostro.

—Sí, señores míos…, sin riesgo únicamente se puede percibir un tres por ciento por cada dólar. Nosotros arriesgamos ahora mucho. Nuestro dirigible de exploración ha cumplido excelentemente su tarea… Pongámonos en pie para honrar la memoria de los doce caídos, comprendido Alexandr Ivánovich Volshin, comandante de la nave. El dirigible ha podido comunicarnos con detalle la composición de la escuadra. Son ocho cruceros modernos, con cuatro torres blindadas de tres cañones cada una. Después del combate deben quedarles todavía doce hidroplanos, por lo menos. Además, cuentan con cruceros menores, torpederos y submarinos. Si consideramos que el golpe de cada proyectil equivale a setenta y cinco millones de kilogramos de fuerza viva, una andanada de toda la escuadra sobre la isla será igual, en números redondos, a mil millones de kilogramos de fuerza viva.

—Tanto mejor, tanto mejor —balbuceó, por fin, Rolling.

—Deje de gimotear, abuelito, es una vergüenza… He olvidado de decirles, señores, que debemos dar las gracias a mister Rolling por habernos ofrecido amablemente un invento muy moderno todavía secreto: el gas llamado “Cruz negra”. Gracias a él, nuestros pilotos han derribado cuatro hidroplanos y dejado fuera de combate al buque insignia.

—¡No, yo no le he ofrecido amablemente el gas “Cruz negra”, mister Garin! —aulló Rolling con voz ronca Usted me amenazó, revólver en mano, y me arrancó la orden de que enviaran a la isla unos bidones de ese gas.

Respirando con dificultad, Rolling abandonó, tambaleante, el despacho. Garin pasó a exponer el plan de defensa de la isla. El ataque de la escuadra debía esperarse a los dos días.

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