—No adiviné la jugada… No me dio tiempo de pensar —contaba Shelgá a Jlínov—. Hice el tonto de un modo espantoso.
—Su equivocación fue tomar a Rolling en el automóvil —dijo Jlínov.
—Pero si no lo tomé… Cuando en el hotel empezó el tiroteo y la matanza, Rolling estaba, como una rata, metido en el automóvil, un colt en cada mano… Yo no llevaba arma alguna. Trepé al balcón y vi que Garin suprimía a los bandidos… Se lo dije a Rolling… Se acobardó, se puso a resollar y se negó rotundamente a salir del coche… Después quiso pegarle un tiro a Zoya Monroz. Pero Garin y yo le retorcimos los brazos… No había tiempo que perder, empuñé el volante y di gas…
—¿Acaso cuando estaban ya en el llano y ellos deliberaban junto al roble no comprendió usted…?
—Comprendí que estaba copado. Pero qué podía hacer, ¿huir? Sepa que soy deportista… Además, tenía todo un plan… Llevaba en el bolsillo un pasaporte falso para Garin, con diez visados… Tenía su máquina al alcance de la mano, en el automóvil… ¿Podía yo, en tales circunstancias, pensar mucho en mi pellejo…?
—Bueno… ellos se pusieron de acuerdo…
—Allí, bajo el árbol, Rolling firmó un papel, eso lo vi perfectamente. Después oí que hablaba de la cuarta persona, del testigo, es decir, de mí. Dije a Zoya en voz baja: “Oiga, cuando pasamos cerca del policía, el hombre se quedó con el número de la matrícula. Si me matan ustedes ahora, mañana por la mañana se verán los tres esposados”. ¿Sabe lo que me contestó? ¡Vaya mujer…! Por encima del hombro, sin mirarme, dijo: “Está bien, lo tendré en cuenta”. ¡Y qué guapa es…! ¡Hija de Satanás! Bueno, Garin y Rolling volvieron al coche. Yo hice como si no hubiera oído nada… Zoya montó la primera. Asomó la cabeza y dijo algo en inglés. Garin se dirigió a mí: “Camarada Shelgá, ahora apriete. A todo gas por la carretera, en dirección oeste”. Me agaché ante el radiador… Esa fue mi equivocación. Era el único instante, que podían aprovechar… Con el coche en marcha, no se hubieran atrevido a hacerme nada… Bien, quise poner en marcha el motor… De pronto sentí que algo me golpeaba en los parietales, en el cerebro, como si se hubiera desplomado sobre mí una casa. Me crujieron los huesos, me quemó una luz, y caí de espaldas… Lo único que vi, por un segundo, fue la crispada jeta de Rolling. ¡Hijo de perra! ¡Cuatro balazos me largó…! Después abrí los ojos y me vi en esta habitación.
Su relato había fatigado a Shelgá. Estuvieron callados largo rato. Jlínov preguntó:
—¿Dónde puede encontrarse ahora Rolling?
—¿Cómo que dónde? Pues en París. Moviendo la prensa. He desencadenado una gran ofensiva en el frente de la industria química. Gana el dinero a espuertas. Y yo estoy esperando continuamente que me peguen un tiro por la ventana o que me den un veneno en la salsera. Naturalmente, el tipo ese acabará conmigo…
—¿Y por qué calla usted…? Hay que hacerlo saber inmediatamente al jefe de la policía.
—¡Usted está loco, querido camarada! Si vivo aún es porque no he dicho una palabra.