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Nubes de petróleo en llamas envolvían la Isla de Oro. Después del huracán renació la calma, y el negro humo se elevaba hacia el límpido cielo, dejando caer sobre el océano una inmensa sombra que se extendía a muchos kilómetros.

La isla parecía muerta, y sólo en la parte de la mina se oía un incesante chirrido: eran los elevadores.

Después, una banda de música rompió el silencio, tocando una solemne y lenta marcha. A través de la cortina de humo se podía distinguir a unas doscientas personas que marchaban con la cabeza muy alta. Sus rostros, graves, expresaban decisión. Cuatro hombres encabezaban el cortejo, llevando en hombros algo envuelto en una bandera roja. Subieron a la roca sobre la que se alzaba la torre del gran hiperboloide, a cuyo pie dejaron el largo envoltorio.

Era el cuerpo de Iván Gúsiev. El chico había perecido la víspera, durante el combate contra el “Arizona”. Trepando como un gato por las traviesas metálicas de la torre, llegó arriba, con el gran hiperboloide y se puso a buscar el “Arizona” entre las enormes olas.

La aguja de fuego que partió en respuesta del “Arizona” danzaba por la isla, incendiando los edificios, cortando los postes de los faroles y los árboles. “Víbora”, susurró Iván, moviendo el cañón del aparato, para lo que, lo mismo que cuando estudiaba con Tarashkin las primeras letras, se ayudaba sacando la lengua.

El chico logró captar en el visor el “Arizona” y proyectó el rayo en el agua, ya junto a la proa, ya junto a la popa de la embarcación, cada vez más cerca de ella. Estorbaban las nubes de humo de los depósitos de petróleo en llamas. De pronto, el rayo del “Arizona” se convirtió en una cegadora estrella, que, brillante, hirió en los ojos a Iván. Atravesado de parte a parte por el rayo, el chico se desplomó sobre el gran hiperboloide…

—Descansa en paz, Iván, has muerto como un héroe —dijo Shelgá, y, arrodillándose junto al cadáver, levantó la punta de la bandera y besó al chico en la frente.

La orquesta tocó la Internacional, y doscientas voces cantaron el himno.

Poco después, de entre las nubes de negro humo se elevó un poderoso bimotor. Tomando altura, torció hacia el oeste…

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