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El “Arizona” izó la bandera pirata.

Ello no quiere decir que realmente ondeara en el buque la bandera negra con la calavera y las tibias cruzadas, romántica enseña de los filibusteros. Ese emblema ya no se veía más que en las botellitas de sublimado corrosivo.

En rigor, en el “Arizona” no se izó bandera alguna. Las dos torres metálicas con los hiperboloides lo distinguían ya demasiado bien de todos los demás buques del mundo. Mandaba el yate Jansen, subordinado a madame Lamolle.

El suntuoso camarote de Zoya, con dormitorio, cuarto de baño, tocador y salón estaba cerrado con llave. Zoya se alojaba arriba, en el camarote del capitán, junto con Jansen. Todo el lujo de antes —el toldo de seda azul, los tapices, los cojines y las butacas— había sido retirado. La tripulación, enrolada en Marsella, había sido armada de colts y carabinas. Se había anunciado a los hombres el fin de la salida al mar y prometido un premio por cada buque capturado.

Todo el espacio libre lo llenaban en el yate bidones de gasolina y de agua dulce. Impulsado por el viento, con todo el velamen izado y con sus maravillosos motores Rolls Royce desarrollando su máxima velocidad, el “Arizona” volaba como un albatros, saltando de ola en ola, por el agitado océano.

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