Iván Gúsiev vivía con Tarashkin, para quien era algo así como un hijo o un hermano menor. Tarashkin le enseñaba las primeras letras y la ciencia de la vida.
El chico era tan listo y aplicado que daba alegría enseñarle. Por las tardes tomaban té y comían unos bocadillos de salchichón con pan de centeno. Tarashkin metía la mano en el bolsillo para sacar los cigarrillos, pero se acordaba de que había dado a sus camaradas del club palabra de no fumar, carraspeaba, se alborotaba el pelo y decía:
—¿Sabes lo que es el capitalismo?
—No, Vasili Ivánovich, no lo sé.
—Te lo explicaré del modo más sencillo. Nueve personas trabajan y otra se lo quita todo. Los nueve hombres pasan hambre, y el otro come tanto que está a punto de reventar. Eso es el capitalismo, ¿comprendes?
—No, Vasili Ivánovich, no lo comprendo.
—¿Qué es lo que no comprendes?
—¿Por qué se lo dan?
—Los obliga, es un explotador…
—Como puede obligarlos. Son nueve, y el otro, uno…
—Está armado, y los otros, no…
—Las armas siempre se pueden quitar, Vasili Ivánovich. Esos nueve hombres, por lo visto, son unos pasmarotes…
Boquiabierto, Tarashkin miraba admirado al chico.
—Tienes razón, amiguito… Hablas como un bolchevique… En la Rusia Soviética lo hemos hecho así: quitamos las armas a los explotadores, los expulsamos del país, y ahora los diez hombres trabajan y no pasan hambre…
—Todos estamos a punto de reventar…
—No, amiguito, nosotros no reventarnos de tanto comer, somos personas, y no cerdos… La grasa debemos transformarla en energía mental.
—¿Qué quiere decir eso?
—Eso quiere decir que en el plazo más breve debemos ser el pueblo más inteligente y culto de la tierra… ¿Comprendes? ¡Hala, vamos a repasar la aritmética…!
—Vamos —accedía Iván, sacando el cuaderno y un lápiz.
—El lápiz tinta no se debe chupar, eso está feo…, ¿comprendes?
Así pasaban las veladas, hasta muy entrada la noche, cuando empezaban a pegárseles los párpados.