…En medio de la somnolencia, Shelgá recordó lo siguiente.
Llevaban los faros apagados. El automóvil aminoró la marcha… Garin asomó por la ventanilla y dijo bastante alto.
—Fuerza, Shelgá. Ahora vendrá un claro. Allí .
El coche saltó pesadamente al salvar la cuneta, pasó entre unos árboles, torció y se detuvo.
Bajo las estrellas se extendía un sinuoso claro. A la sombra de los árboles se amontonaban peñascos de vagos contornos.
Pararon el motor. Se percibió un intenso olor a hierba. Murmuraba somnoliento un arroyuelo, sobre el que se rizaba una ligera niebla alejándose, como una vaporosa gasa, hacia lo hondo del claro.
Garin saltó a la mojada hierba. Tendió la mano. Se apeó del coche Zoya Monroz, con el sombrero profundamente calado, y levantó la cabeza hacia las estrellas, estremeciéndose de frío.
—¡Baje usted! —ordenó brusco Garin.
Del automóvil salió, adelantando la cabeza, Rolling. Bajo el ala del bombín brillaron sus dientes de oro.
El agua chapoteaba parlanchina entre las piedras. Rolling sacó del bolsillo el puño, por lo visto crispado hacía ya largo rato y dijo con voz apagada:
—Si aquí se prepara una sentencia de muerte, yo protesto. Protesto en nombre del derecho… En nombre de la humanidad… Protesto como americano…, como cristiano, ofrezco cualquier rescate por mi vida.
Zoya se encontraba de espaldas a él. Garin dijo con una nota de repugnancia en la voz:
—Hubiera podido matarle allí…
—¿Acepta un rescate? —inquirió precipitadamente Rolling.
—No.
—¿Quiere que participe en sus… —Rolling sacudió sus fláccidas mejillas—, en sus extrañas empresas?
—Sí. No creo que lo haya olvidado… En el bulevar Malesherbes… le dije…
—Está bien —respondió Rolling—, mañana le recibiré… Debo volver a pensar en su propuesta.
Zoya profirió muy quedo.
—Rolling, no diga tonterías.
—Mademoiselle —protestó Rolling, con un respingo, por lo que el bombín le cayó sobre la nariz—, mademoiselle… su conducta es algo inusitado… Una traición… Depravación…
Zoya respondió sin alzar la voz:
—¡Váyase usted al cuerno! Hable con Garin.
Entonces, Rolling y Garin se apartaron hacia el roble de tronco bifurcado. Se encendió una linterna de bolsillo. Las dos cabezas se inclinaron. Durante unos segundos no se oyó más que el chapoteo del arroyuelo entre las piedras… “Pero no somos tres, somos cuatro… Aquí hay un testigo”, oyó Shelgá la dura voz de Rolling.
—¿Quién hay aquí, quién hay aquí? —preguntó, estremeciéndose en medio de su somnolencia, Shelgá, las pupilas dilatadas, llenándole todo el ojo.
Ante él, sentado en un blanco taburete, el sombrero sobre las rodillas, se encontraba Jlínov.