Al despertar, sintió en la espalda la calidez del cuerpo de Richard. La luz se filtraba por el quicio de la puerta. Kahlan se incorporó, se frotó los ojos para despabilarse y miró a su compañero.
El joven estaba tendido de espaldas, con la vista clavada en el techo, y su respiración era lenta y superficial. Era tan apuesto que le dolía contemplarlo.
De pronto, en un fogonazo, comprendió qué le parecía tan familiar en él; Richard se parecía a Rahl el Oscuro. No poseía el mismo tipo de perfección imposible —ese conjunto de rasgos delicados y sin mácula, demasiado perfectos, como los de una estatua—, sino que éstos eran más toscos, más duros, más reales.
Antes de vencer a Rahl, cuando Shota, la bruja, se les apareció como la madre de Richard, Kahlan vio que Richard había heredado de ella la nariz y la boca. Era como si Richard tuviera la cara de Rahl el Oscuro, pero con algunos de los rasgos de su madre, lo que la hacía más atractiva que la cruel perfección de Rahl. Rahl el Oscuro tenía el pelo fino, lacio y rubio, mientras que el de Richard era más grueso y de un tono más oscuro. Y sus ojos eran grises, en vez de azules como los de Rahl, aunque compartían la misma penetrante intensidad, la misma mirada de halcón que parecía capaz de cortar el acero.
Pese a que no comprendía cómo era posible, supo que Richard llevaba sangre de Rahl. Pero eran de lugares muy alejados entre sí: Rahl el Oscuro era de D’Hara, y Richard de la Tierra Occidental. Finalmente decidió que debía de haber algún lazo en un pasado remoto.
Richard seguía con la mirada clavada en el techo. Kahlan posó una mano sobre su hombro y lo apretó.
— ¿Qué tal la cabeza?
Richard se sobresaltó, miró alrededor y parpadeó. A continuación se frotó los ojos.
— ¿Qué?… Estaba dormido. ¿Qué decías?
— No estabas dormido —afirmó Kahlan, ceñuda.
— Sí lo estaba. Profundamente dormido.
— Tenías los ojos abiertos de par en par. Te estaba mirando. —Kahlan sintió un asomo de temor. Por lo que sabía, sólo los magos dormían con los ojos abiertos.
— ¿De veras? ¿Dónde están esas hojas? —preguntó él, mirando en derredor.
— Toma. ¿Te sigue doliendo mucho?
— Sí. —Richard se incorporó—. Pero no tanto como ayer. —El joven se metió algunas hojas en la boca y se alisó el pelo con los dedos—. Al menos, hoy puedo hablar. Y puedo sonreír —añadió, demostrándoselo, sin sentir que la cara estaba a punto de romperse.
— Quizá no deberías ir a disparar flechas si aún no te sientes bien.
— Savidlin dijo que no podía echarme atrás, y no pienso fallarle. Además, tengo ganas de ver el arco que me ha fabricado. Hace… bueno, no sé ni cuánto tiempo hace que no disparo con un arco y con flechas.
Después de un rato de mascar las hojas de Nissel, doblaron las mantas y fueron en busca de Savidlin. Lo encontraron en su casa, escuchando a Siddin, el cual le contaba qué se sentía al montar en un dragón. A Savidlin le encantaba escuchar historias y, aunque esta vez fuera un niño pequeño quien las explicara, él escuchaba con el mismo interés que mostraría a un cazador que regresara de una expedición. Kahlan notó no sin orgullo que el niño daba una versión fidedigna de los hechos, sin dejarse llevar por la imaginación.
Siddin preguntó si podría tener un dragón como mascota, pero Savidlin le respondió que el dragón rojo no era una mascota, sino un amigo de la gente barro y añadió que, si quería una, buscara un pollo rojo y se lo quedara.
Weselan, que estaba cocinando algún tipo de gachas con huevos, invitó a Richard y a Kahlan a que compartieran el desayuno con ellos y les tendió un cuenco. Ambos se sentaron sobre una piel en el suelo. Weselan les ofreció pan de tava para que lo usaran a modo de cuchara con las gachas.
Por medio de Kahlan, Richard preguntó a Savidlin si tenía algún tipo de taladro. El hombre barro se inclinó mucho hacia atrás y de una bolsa escondida debajo de un banco sacó una delgada vara, que tendió a Richard. Éste, con el colmillo del dragón en una mano, dio vueltas a la vara con expresión perpleja. Entonces la colocó en la base del colmillo y probó a retorcerla. Savidlin se echó a reír.
— ¿Quieres un agujero en eso? —Richard asintió, y Savidlin le tendió una mano—. Déjame a mí. Te enseñaré cómo se hace.
Con la punta del cuchillo, Savidlin empezó a hacer un pequeño agujero, tras lo cual se sentó en el suelo y sujetó el colmillo entre los pies. Acto seguido dejó caer algunos granos de arena en el agujero e introdujo la vara. Después de escupirse en las manos, fue haciendo rodar rápidamente la vara entre las manos, deteniéndose sólo de vez en cuando para echar más granos de arena en el agujero o limpiar parte de la saliva que se iba introduciendo. Al poco rato, había perforado el colmillo. Con el cuchillo limpió el agujero al otro lado del colmillo, y luego lo sostuvo en alto, sonriendo, mientras mostraba orgulloso su obra. Richard se echó a reír y le dio las gracias mientras enfilaba el colmillo con una correa de cuero. Entonces se lo colgó al cuello, junto con el silbato del Hombre Pájaro y el agiel de la mord-sith.
Poco a poco, la colección se iba ampliando, aunque no siempre con objetos de su agrado.
Mientras rebañaba el cuenco con un pedazo de pan, Savidlin quiso saber:
— ¿Qué tal el dolor de cabeza?
— Mejor. Me sigue doliendo mucho, pero las hojas que me dio Nissel me alivian. Me da vergüenza que ayer tuvieran que llevarme en brazos.
Savidlin desechó sus escrúpulos con alegría.
— Una vez me dolía mucho aquí —explicó, señalándose una cicatriz redonda en el costado—. Tuvieron que llevarme en brazos mujeres. ¡Mujeres! —insistió, inclinándose hacia adelante y enarcando una ceja. Weselan lo miró con reprobación, pero él hizo como si no se diera cuenta—. Cuando mis hombres lo descubrieron, se rieron un buen rato de mí. —El hombre barro se llevó a la boca el último pedazo de pan de tava y masticó unos minutos—. Pero, cuando les dije qué mujeres me habían llevado en brazos a casa, pararon de reír y quisieron saber cómo hacerse una herida como la mía para que a ellos los trataran igual.
— ¡Savidlin! —Weselan se mostró escandalizada—. Si no hubiese venido ya herido, yo misma me hubiera ocupado de hacerlo.
— ¿Y cómo te hiciste esa cicatriz? —preguntó Richard.
— Tal como dije a mis hombres, fue fácil —respondió Savidlin, encogiéndose de hombros—. Me quedé de pie, inmóvil como un conejo asustado mientras un intruso me traspasaba con su lanza.
— ¿Y por qué no te remató?
— Porque le clavé algunas flechas de diez pasos. Aquí. —Savidlin señaló el cuello.
— ¿Qué es una flecha de diez pasos?
Savidlin extendió el brazo y sacó de su aljaba una flecha provista de lengüeta y con la punta delgada.
— Aquí tienes una. ¿Ves esta mancha oscura? Es veneno; veneno de diez pasos. Cuando la flecha se te clava, sólo puedes dar diez pasos y ya estás muerto. —El hombre rió—. Pero mis hombres decidieron buscar otro modo de que esas mujeres los llevaran en andas a su casa.
Weselan se inclinó hacia su marido y le embutió en la boca lo que le quedaba de pan de tava. Entonces se volvió a Kahlan, diciéndole:
— Los hombres disfrutan explicando historias horribles. Me tuvo muy preocupada hasta que mejoró —admitió con una tímida sonrisa—. Supe que estaba mejor cuando vino a mí y juntos concebimos a Siddin. Entonces dejé de preocuparme.
Kahlan se dio cuenta de que había traducido sin parar mientes en el significado de las palabras y sintió que las orejas le ardían. Evitando mirar a Richard, puso toda su atención en las gachas. Al menos se alegraba de que el cabello le tapara las orejas.
— Ya te darás cuenta de que a las mujeres también les gusta explicar historias —comentó Savidlin a Richard, poniendo cara de resignación.
Kahlan trató desesperadamente de hallar otro tema de conversación, pero no se le ocurría nada. Por suerte, a Savidlin sí. El hombre se inclinó hacia atrás y miró por la puerta.
— Pronto será hora de partir.
— ¿Cómo sabes a qué hora será?
Savidlin se encogió de hombros.
— Yo estoy aquí, tú estás aquí, algunos de los hombres están aquí. Cuando lleguen todos, será la hora.
Savidlin fue hacia un rincón y cogió un arco más alto que el que Kahlan le había visto usar. Estaba hecho a medida de Richard. Con ayuda de un pie, Savidlin tensó la cuerda.
Richard lo contemplaba sonriendo de oreja a oreja y dijo a Savidlin que era el mejor arco que había visto en su vida. El hombre barro se hinchó de orgullo y le tendió una aljaba llena de flechas.
Richard comprobó el peso y la tensión de la cuerda.
— ¿Cómo supiste qué tensión darle? Es perfecta.
— Recordé todo el respeto que mostraste hacia mi fuerza cuando nos conocimos —explicó Savidlin, señalándose el mentón—. Para mí es demasiado pesado, pero calculé que era lo que tú necesitabas.
— ¿Estás seguro de que quieres ir? —preguntó Kahlan a Richard—. ¿Te duele la cabeza?
— De un modo terrible, pero tengo las hojas, y me alivian un poco. Creo que estaré bien. Savidlin lo espera con mucha ilusión. No quiero decepcionarlo.
— ¿Quieres que te acompañe? —preguntó Kahlan, frotándole un hombro con la mano.
Richard la besó en la frente.
— Creo que no voy a necesitar a nadie que me traduzca que me han vencido. Además, no quiero dar a los hombres de Chandalen ninguna excusa para humillarme más de lo que van a hacerlo.
— Zedd me dijo que eras muy bueno. De hecho, me dijo que eras más que bueno.
Richard lanzó una furtiva mirada a Savidlin, que estaba ocupado en encordar su propio arco.
— Hace mucho tiempo que no practico. Apuesto a que Zedd sólo trataba de armar un lío.
Mientras Savidlin acababa, Richard le robó un beso a Kahlan, tras lo cual salió en compañía del hombre barro. Apoyada en el quicio de la puerta, Kahlan contempló cómo se marchaba, sintiendo aún los labios del joven sobre los suyos.
Chandalen, que estaba calibrando una de sus flechas, alzó la mirada con gesto impasible. Prindin y Tossidin esbozaron leves sonrisas traviesas; estaban ansiosos por ponerse en marcha. Richard paseó la vista alrededor y fue mirando a los ojos a cada uno de los hombres cuando pasaba por su lado. Todos echaron a andar tras él. Richard le sacaba una cabeza a todos los hombres barro, por lo que parecían un grupo de niños que siguieran a un adulto. Pero esos niños llevaban flechas envenenadas y algunos de ellos no le querían nada bien. De pronto, a Richard ya no le gustó tanto ir con ellos.
Weselan contemplaba la partida junto a Kahlan.
— Savidlin me ha dicho que guardaría las espaldas de Richard. No te preocupes. Chandalen no hará nada estúpido.
— Me preocupa pensar qué es estúpido para Chandalen.
Weselan se secó las manos en un paño y volvió la mirada para controlar a Siddin. El niño quería ir fuera y estaba sentado, jugando con la tierra del suelo con aire contrito porque su madre le había ordenado que se quedara dentro de la casa. Weselan lo miró largamente. El niño alzó los ojos hacia ella, apoyando el mentón en la palma de una mano. Su madre lo golpeó suavemente con el paño.
— Anda, ve fuera a jugar. —Weselan lanzó un suspiro, mientras el niño salía en tromba con un grito de alegría. La mujer meneó la cabeza para sí misma—. Los niños no saben que la vida es algo precioso y muy frágil.
— Quizá por eso todos desearíamos volver a la infancia.
— Es posible. —Una hermosa sonrisa iluminó el rostro tostado de la mujer barro, y sus ojos oscuros centellearon—. ¿De qué color quieres que sea tu vestido de boda?
Kahlan se retiró la melena hacia la espalda con ambas manos y se quedó pensativa un minuto. Finalmente, sus labios se curvaron en una sonrisa.
— Richard prefiere el azul.
— ¡Oh, me viene que ni pintado! —Weselan entrelazó los dedos—. Tengo justo lo que necesitas. Lo guardaba para algo especial.
La mujer fue a su pequeño dormitorio y volvió con un fardo. Luego se sentó en el banco junto a Kahlan y, con cuidado, lo desplegó en el regazo. Era una tela elegantemente tejida, de un brillante color azul salpicado de flores también azules, pero de un tono más claro. Kahlan se dijo que con esa tela podría hacerse un vestido espléndido.
— Es preciosa —dijo, palpando la tela entre los dedos—. ¿De dónde la has sacado?
— Fue un intercambio. A la gente del norte le gustan mis cuencos, y los cambié por la tela.
Kahlan sabía reconocer una tela de calidad en cuanto la veía. Sin duda, a Weselan le habría costado muchos cuencos.
— No puedo aceptarla, Weselan. Has trabajado muy duro para conseguirla. Es tuya.
— Tonterías —repuso la mujer barro, alzando la tela azul por las esquinas y examinándola con mirada crítica—. Vosotros dos vinisteis aquí y nos enseñasteis a hacer tejados que no gotean. Luego salvasteis a Siddin de las sombras y, de paso, nos librasteis de un viejo idiota e hicisteis posible que Savidlin se convirtiera en uno de los seis ancianos. Nunca había sido tan feliz como lo es ahora. Cuando Siddin fue raptado, vosotros lo rescatasteis. Habéis destruido al hombre que nos hubiera esclavizado; sois los guardianes de nuestra gente. ¿Qué es eso comparado con un trozo de tela?
»Me sentiré muy orgullosa de que la Madre Confesora de la Tierra Central se case con un vestido que he confeccionado yo. Yo, una mujer sencilla. Para ti, amiga mía, alguien de origen remoto que conoce cosas tan magníficas que no puedo ni imaginar. No me estarás quitando nada, sino que me lo estarás dando.
Kahlan sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y el labio inferior le tembló.
— No puedes imaginarte la alegría que acabas de darme, Weselan. Ser Confesora significa que todos te temen. Durante toda mi vida, la gente me ha tenido miedo y me ha evitado. Nadie me había tratado como una mujer, ni hablado como una mujer, sino como Confesora. Antes que Richard, nadie me había mirado como una persona. Ninguna mujer antes que tú me había invitado de buen grado a su casa. Ninguna mujer me había permitido abrazar a su hijo. —Kahlan se enjugó las lágrimas—. Será el vestido más hermoso que he llevado nunca, y el que en mayor estima tendré. Lo llevaré con el orgullo de saber que lo ha hecho para mí una amiga.
— Cuando tu hombre te vea con él, no podrá esperar a hacerte un bebé —comentó la mujer, mirándola de soslayo.
Riendo y llorando a un tiempo, Kahlan la abrazó. Jamás había osado imaginar que podrían ocurrirle todas esas cosas, que algún día sería tratada como algo más que una Confesora.
Ambas mujeres dedicaron la mayor parte de la mañana al vestido. Weselan parecía tan excitada ante la perspectiva de hacerlo como Kahlan de llevarlo. Weselan no tenía nada que envidiar a la costurera de Aydindril con sus finas agujas de hueso. Decidieron que el vestido sería sencillo, semejante a un brial.
El almuerzo fue frugal: pan de tava y caldo de pollo. Weselan le dijo que más tarde trabajaría en el vestido y le preguntó qué quería hacer por la tarde. Lo que más apetecía a Kahlan era cocinar.
En sus visitas oficiales a la aldea, Kahlan nunca había comido carne porque sabía que la gente barro comía carne humana, la de sus enemigos, para adquirir su sabiduría. Para no ofenderlos, siempre había utilizado la excusa de que no le gustaba la carne. La noche anterior, Richard había reaccionado de manera extraña frente a la carne, por lo que Kahlan no sugirió cambio alguno al menú de estofado de verduras que había propuesto Weselan.
Las dos mujeres cortaron tava, otros tubérculos de color marrón que Kahlan no reconoció, pimientos, judías así como un poco de kuru con sabor a nueces. Echaron todo esto en la gran cazuela de hierro que colgaba encima de la lumbre de la pequeña chimenea y añadieron verduras de hoja verde y setas secas. Weselan añadió algunas ramas de madera dura al fuego mientras le decía a Kahlan que, probablemente, los hombres no regresarían hasta el anochecer. Hasta entonces, sugirió que fueran al área común, con las otras mujeres, y hornearan pan de tava.
— Me encantaría —replicó Kahlan.
— Charlaremos con ellas acerca de la boda. Las bodas siempre son un buen tema de conversación. Especialmente si no hay hombres cerca —agregó con una sonrisa.
Kahlan comprobó con alegría que las mujeres jóvenes ahora le dirigían la palabra. En el pasado nunca se habían atrevido. Las mujeres de más edad querían hablar de la boda, mientras que las jóvenes le preguntaban sobre lugares remotos. También querían saber si realmente era cierto que los hombres la obedecían y acataban sus órdenes.
Con los ojos muy abiertos escucharon lo que Kahlan tenía que decirles acerca del Consejo Supremo y cómo su misión consistía en proteger los intereses de pueblos como la gente barro de la posible amenaza de países más poderosos, para que la gente barro y otras comunidades pequeñas pudieran vivir como desearan. Kahlan explicó que, aunque tenía autoridad, únicamente la empleaba para servir a los demás. A la pregunta de que si comandaba ejércitos de hombres en batallas, ella les explicó que el asunto no iba de ese modo, que su tarea era propiciar el entendimiento entre los diferentes países para evitar guerras. Después quisieron saber cuántos sirvientes tenía y qué tipo de vestidos fabulosos poseía. Tantas preguntas empezaban a poner nerviosas a las mujeres adultas y a frustrar a Kahlan.
La Confesora dejó caer de golpe una bola de masa en la tabla, que levantó una pequeña nube de harina. Entonces miró a las muchachas a los ojos y les dijo:
— El vestido más bonito que tendré en mi vida es el que me está cosiendo Weselan, porque lo hace porque es mi amiga, y no porque yo se lo haya ordenado. Ninguna posesión es comparable a la amistad. Yo daría todo lo que poseo, y sería feliz de vivir con harapos y alimentarme de raíces, sólo a cambio de tener una amiga.
Estas palabras acallaron a las muchachas y calmaron a las demás mujeres. La charla se centró de nuevo en el tema de la boda. Kahlan se limitó a escuchar, feliz, y a dejar la voz cantante a las demás.
A última hora de la tarde, Kahlan vio alboroto al otro lado del campo. Una figura muy alta, Richard, se dirigía a casa de Savidlin y Weselan dando grandes zancadas. Incluso a esa distancia, Kahlan se dio cuenta de que estaba enfadado. Una muchedumbre de cazadores lo seguía, trotando de vez en cuando para no quedarse muy atrás.
Kahlan se limpió con un paño las manos cubiertas de harina, luego arrojó el paño sobre una mesa, abandonó el cobertizo con el suelo de tablas y trotó hacia los hombres. Los atrapó cuando recorrían un ancho pasaje.
Después de abrirse paso a codazos, alcanzó a Richard justo antes de llegar a la puerta de la casa de Savidlin. Chandalen y Savidlin andaban a la zaga de Richard. Al primero le corría sangre por un hombro y llevaba una especie de emplasto de barro sobre una herida en la parte superior. Parecía estar de un humor de perros.
La mujer agarró a Richard por una manga. Él dio media vuelta con una colérica expresión que se suavizó un tanto al darse cuenta de quién era. Inmediatamente apartó la mano del pomo de la espada.
— Richard, ¿qué ha pasado?
El joven fulminó con la mirada a los hombres, concentrándose en especial en Chandalen, tras lo cual posó de nuevo los ojos en la mujer.
— Necesito que traduzcas. Esta tarde tuvimos una pequeña… aventura, y no he logrado hacerles comprender qué ha pasado.
— ¡Exijo saber cómo has osado tratar de matarme! —gritaba Chandalen, pisando a Richard.
— ¿De qué está hablando? Pregunta por qué has intentado matarlo.
— ¿Matarlo? ¡Pero si le he salvado la vida! No me preguntes por qué. Debería haber dejado que lo mataran; la próxima vez, lo haré. —Richard se pasó los dedos por el pelo—. La cabeza me va a estallar.
— ¡Lo hiciste a posta! —lo acusó Chandalen, señalando muy enfadado la herida que tenía en la parte superior del hombro—. ¡Te vi disparar! ¡No fue ningún accidente!
— ¡Idiota! —exclamó Richard, alzando los brazos al aire—. Pues claro que me viste —dijo, clavando los ojos en la fiera mirada del hombre barro—. No dudes de que, si hubiera querido matarte, ya estarías muerto. Pues claro que lo hice a posta; era el único modo de salvarte. Sólo tenía este espacio como mucho. —Extendiendo el brazo por encima del hombro de Kahlan, acercó una mano al rostro de Chandalen y separó los dedos índice y pulgar poco más de un centímetro—. Si no lo hubiera aprovechado, estarías muerto.
— Explícate —exigió Chandalen.
Kahlan le puso una mano en el brazo.
— Cálmate, Richard, y cuéntanos qué ocurrió.
— No me entendía. Nadie me entendía. No se lo podía explicar. —Richard la miró con frustración—. Hoy he matado a un hombre.
— ¿Qué? —susurró Kahlan—. ¿Has matado a uno de los hombres de Chandalen?
— ¡No! No están enfadados por eso. Están contentos de que lo haya matado. Yo sólo quería salvarle la vida a Chandalen, pero ellos creen que…
— Tranquilo, Richard —dijo Kahlan, calmándose a su vez—. Yo les traduciré lo que me digas.
Richard asintió con la cabeza y se frotó los ojos con los pulpejos de las manos. Entonces clavó la mirada en el suelo mientras se peinaba el pelo con los dedos.
— Sólo lo explicaré una vez, Chandalen —advirtió, alzando la vista—. Si no te entra en tu cabezota, nos colocaremos cada uno en un extremo de la aldea y nos lanzaremos flechas hasta que no podamos discutir más. Y te advierto que yo sólo necesitaré una.
Chandalen enarcó una ceja y cruzó sus musculosos brazos.
— Explícate —pidió.
Richard inspiró hondo.
— Tú estabas muy lejos de mí. No sé cómo, pero supe que el enemigo estaba allí, detrás de ti. Me di media vuelta y lo único que vi de él fue… mira, este poco. —El joven agarró a Kahlan por los hombros y le hizo dar la vuelta de modo que quedara de cara a Chandalen. Sujetándola por los hombros, se agachó detrás de ella—. Era así. Sólo le veía la coronilla. Tenía la lanza preparada. Un segundo más y te habría atravesado la espalda con ella. Sólo tenía una oportunidad. No veía lo suficiente de él. Desde donde yo estaba, únicamente podía dispararle a la parte superior de la cabeza.
»La parte alta de la frente se inclinaba hacia atrás. Si le daba demasiado alto, la flecha saldría desviada y podría matarte a ti. El único modo de detenerlo, de matarlo, era que la flecha te pasara rozando un hombro.
»Sólo tenía este espacio. —De nuevo, separó los dedos pulgar e índice poco más de un centímetro—. Si disparaba la flecha demasiado baja, tu clavícula desviaría el tiro, y acabarías con una lanza en la espalda. Pero, si disparaba de modo que la flecha no te rozara, no lo mataría, y tú seguirías en peligro. Sabía que una de las flechas con la cabeza cortante de Savidlin podía atravesarte parte de la carne y, al mismo tiempo, permitirme matarlo. No había tiempo para nada más. Tenía que disparar al instante. Creo que una docena de puntos son un precio muy bajo a cambio de tu vida.
— ¿Cómo sé que dices la verdad? —preguntó Chandalen, ya menos seguro.
Richard sacudió la cabeza y murmuró algo. De pronto, se le ocurrió algo. Arrebató a uno de los hombres de Chandalen una bolsa de lona, introdujo la mano dentro y sacó una cabeza cogiéndola por el cabello mate, empapado de sangre.
Kahlan ahogó un grito y se tapó la boca con una mano al tiempo que apartaba la vista. Pero, antes de hacerlo, tuvo tiempo de ver una flecha que sobresalía del centro de la frente. La punta metálica le salía por la parte posterior de la cabeza.
Richard sostuvo la cabeza detrás del hombro de Chandalen y colocó las plumas del astil junto a la herida.
— Esto es todo lo que veía. Si no dijera la verdad, si el enemigo hubiera estado más erguido, y yo le hubiera disparado en la frente, no te hubiera tocado.
Todos los cazadores empezaron a asentir y a susurrar entre ellos. Chandalen examinó el astil de la flecha que descansaba sobre su hombro, tras lo cual miró la cabeza. Después de reflexionar un minuto, descruzó los brazos, cogió la cabeza y la metió de nuevo en el saco.
— No será la primera vez que tienen que darme puntos. Unos pocos más no me harán daño alguno. Aceptaré tu palabra, por esta vez.
Richard observó con los brazos en jarras la retirada de Chandalen y sus hombres.
— De nada —les gritó a la espalda.
Kahlan no tradujo eso, sino que preguntó:
— ¿Qué hacen con esa cabeza?
— A mí no me preguntes; no fue idea mía. Y estoy seguro de que no querrás saber qué hicieron con el resto del cuerpo.
— Richard, fue un tiro demasiado arriesgado. ¿Desde qué distancia disparaste?
— No fue nada arriesgado, créeme —replicó él, ahora con voz serena—. Y estaba al menos a trescientos metros.
— ¿Puedes disparar con tal precisión desde trescientos metros?
— Me temo que podría haberlo hecho desde el doble de esa distancia o, incluso, desde el triple —respondió Richard, con un suspiro. Entonces posó la mirada en sus manos ensangrentadas y añadió—: Tengo que ir a lavarme. Kahlan, la cabeza está a punto de estallarme. Tengo que sentarme. ¿Puedes avisar a Nissel, por favor? Lo único que ha conseguido mantenerme en pie era gritarle a ese idiota.
— Claro que sí. Vamos, ve dentro; yo llamaré a Nissel.
— Me temo que Savidlin está enfadado conmigo. Por favor, dile que siento mucho haber arruinado tantas flechas suyas.
La mujer frunció el entrecejo mientras Richard entraba en la casa y cerraba la puerta. Savidlin parecía estar a punto de decirle algo. Kahlan se le adelantó, cogiéndole un brazo.
— Richard necesita a Nissel. Acompáñame y cuéntame qué ha ocurrido.
Mientras se alejaban a paso vivo, Savidlin miró por encima del hombro la puerta de su casa.
— Richard el del genio pronto hace honor a su apelativo.
— Está alterado porque ha matado a un hombre. No es fácil vivir con eso.
— No te lo ha explicado todo. Hay más.
— Cuéntame.
El hombre barro la miró con expresión grave y empezó a explicar:
— Estábamos disparando. Chandalen estaba enfadado por lo bien que lo hacía Richard; entonces dijo que Richard era un demonio, se alejó y se quedó solo entre la alta hierba. Los demás nos quedamos al otro lado, mirando cómo disparaba Richard. Su maestría con el arco parecía imposible. Estaba preparando una flecha cuando, de pronto, dio media vuelta hacia Chandalen. Antes de que pudiéramos siquiera gritar, Richard disparó contra él. Chandalen estaba de pie, con los brazos cruzados. No podíamos creer que Richard disparara contra un hombre desarmado.
»Mientras la flecha surcaba el aire en dirección a Chandalen, dos de sus hombres, que ya tenían flechas prestas, tensaron sus arcos. El primero disparó una flecha de diez pasos a Richard antes de que la flecha alcanzara a Chandalen.
Kahlan no daba crédito a lo que oía.
— ¿Disparó contra Richard y falló? Los cazadores de Chandalen nunca fallan.
— No habría fallado —replicó Savidlin en voz baja y ligeramente trémula—. Pero Richard giró, sacó la última flecha que le quedaba en la aljaba, una flecha con la cabeza cortante, y disparó. Nunca había visto a nadie hacer algo así con tal rapidez. —El hombre barro vaciló como si temiera que Kahlan no fuera a creerlo—. La flecha con la cabeza cortante de Richard interceptó la otra flecha en el aire y la partió por la mitad. Cada mitad cayó a un lado de Richard.
— ¿Richard dio a una flecha que volaba por el aire? —Kahlan detuvo a Savidlin, poniéndole una mano sobre el brazo.
Savidlin asintió lentamente.
— Luego el otro cazador disparó. A Richard ya no le quedaban flechas. De pie, con el arco en una mano, esperó. Era otra flecha de diez pasos. Podía oírla hendir el aire.
»Richard la atrapó al vuelo con la mano —prosiguió Savidlin, después de mirar alrededor como si no quisiera que nadie más lo oyera—. La cogió por la parte central. Entonces colocó esa flecha en su propio arco, tensó la cuerda y apuntó a los hombres de Chandalen. Richard les gritó algo. No entendimos qué decía, pero ellos arrojaron los arcos al suelo y extendieron los brazos a los costados para mostrarle las manos vacías. Todos pensamos que Richard el del genio pronto se había vuelto loco y que nos mataría a todos. Estábamos muy asustados.
»Entonces, Prindin gritó algo; había encontrado al hombre detrás de Chandalen. Todos nos dimos cuenta de que Richard había matado a un intruso armado con una lanza. Richard quería matar al invasor y no a Chandalen. Pero Chandalen no estaba del todo seguro; creía que Richard lo había herido a propósito con la flecha, y se enfureció aún más cuando todos sus hombres se acercaron a Richard y lo palmearon en signo de respeto.
Kahlan se lo quedó mirando fijamente. No podía creer lo que estaba oyendo; le parecía imposible.
— Richard me ha pedido que te pida disculpas por haber arruinado tus flechas. ¿A qué se refiere?
— ¿Sabes lo que es un disparo de astil?
— Sí. Es cuando la flecha de uno atraviesa otra flecha, clavada en el centro de la diana, y parte el astil de la primera. En Aydindril, la milicia local premiaba tal hazaña con galones. He visto a unos pocos hombres con media docena de tales galones; incluso uno llevaba diez.
Savidlin se llevó un brazo a la espalda y sacó un fardo de la aljaba. Todas las flechas estaban partidas por la mitad.
— En el caso de Richard, tendrían que darle un galón por cada vez que fallara. Y no le darían ninguno. Hoy destrozó más de cien flechas, y cuesta hacerlas. No es algo que deba despilfarrarse, pero los hombres no dejaban de pedirle que lo hiciera una y otra vez, pues nunca habían visto nada igual. En una ocasión logró atravesar seis flechas, una encima de la otra.
»Luego cazamos conejos y los asamos. Richard estaba sentado junto a nosotros, pero se negó a comer carne. Parecía mareado y se marchó a disparar flechas solo hasta que acabamos. Después de comer fue cuando mató al intruso.
— Comprendo. Será mejor que nos demos prisa en avisar a Nissel. Savidlin, ¿qué hacían esos hombres con la cabeza? Es horripilante. —Kahlan clavó la mirada en Savidlin sin dejar de caminar.
— ¿Viste que tenía pintura negra encima de los ojos? Era para esconderse de nuestros espíritus y acercarse a nosotros sigilosamente. Un hombre que entra en nuestra tierra con pintura negra sobre los ojos viene con un único propósito: matar. Los hombres de Chandalen clavan las cabezas de hombres como ése en picas, al borde de nuestros dominios, para disuadir a otros como ellos.
»Puede parecerte horripilante, pero en último término salva vidas. No menosprecies a los cazadores de Chandalen por cortar esa cabeza. No lo hacen por gusto, sino para no tener que matar a nadie mañana.
Kahlan se sintió estúpida.
— Supongo que, al igual que Chandalen, soy culpable de precipitarme en mis juicios. Perdóname, anciano Savidlin, por pensar mal de tu gente.
El hombre barro le pasó un brazo por encima de los hombros y la abrazó.
Cuando regresaron con la curandera, hallaron a Richard acurrucado en una esquina, cogiéndose la cabeza con los dedos entrelazados. Tenía la piel blanca, fría y húmeda. Nissel le dio de beber. Al cabo de unos minutos, le dio un pequeño terrón de algo para que se lo tragara. Richard sonrió al verlo, lo que indicaba que debía de saber qué era. La curandera se sentó en el suelo, junto a él, y le tomó el pulso largo tiempo. Cuando el joven recuperó un poco de color, lo obligó a recostar la cabeza y abrir la boca. Entonces retorció una especie de capullo seco sobre su boca, de modo que el jugo cayera dentro de ella. Richard hizo una mueca. Al verlo, Nissel sonrió sin decir nada. Entonces se volvió hacia Kahlan.
— Creo que esto lo ayudará. Dile que siga masticando las hojas. Si me necesita, avísame.
— Nissel, ¿se pondrá pronto bien? ¿No debería haberse recuperado ya?
La encorvada anciana lanzó una rápida mirada a Richard.
— Los espíritus son porfiados y no siempre escuchan. Creo que el suyo no quiere escuchar. —Al ver el gesto de congoja de Kahlan, se mostró más optimista—. No te apures, pequeña, no hay espíritu que se me resista.
Kahlan asintió. Antes de marcharse, Nissel le dirigió una cálida sonrisa y le dio una palmadita en el hombro.
— ¿Se lo has dicho? —inquirió Richard, mirando a Kahlan y a Savidlin—. ¿Le has dicho que siento mucho haber arruinado todas sus flechas?
— Le preocupa haber echado a perder tantas flechas —tradujo Kahlan al hombre barro con una leve sonrisa.
Savidlin lanzó un gruñido.
— Es culpa mía por hacer un arco tan estupendo. —Richard logró reír—. Weselan ha ido a cocer pan. Yo debo ocuparme de algunas cosas. Descansad. Regresaremos a la hora de la cena. Huelo que mi esposa ha preparado un buen estofado.
Una vez que Savidlin se hubo ido, Kahlan se sentó en el suelo muy cerca de Richard.
— Richard, ¿qué ha ocurrido hoy? Savidlin me ha contado lo que hiciste con las flechas. No siempre has sido tan buen arquero, ¿verdad?
— No —respondió el joven, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano—. Ya había logrado partir flechas por el astil, pero no más de media docena en un día.
— ¿Tantas?
— Sí, cuando tenía un buen día y sentía el blanco. Pero hoy ha sido distinto.
— ¿En qué?
— Bueno, cuando salimos, la cabeza me empezaba a doler de manera terrible. Los hombres prepararon blancos con montones de hierba. Yo estaba convencido de que no haría diana ni una sola vez con ese dolor de cabeza. Pero, para no decepcionar a Savidlin, decidí intentarlo. Cuando disparo una flecha, llamo hacia mí el blanco.
— ¿Qué quieres decir?
— No lo sé —respondió Richard, encogiéndose de hombros—. Yo creía que todo el mundo lo hacía, pero Zedd me sacó de mi error. Miro el blanco y es como si lo atrajera hacia mí. Si lo hago bien, todo lo demás desaparece; sólo quedamos yo y el blanco, que se va acercando a mí. De algún modo, sé cómo sostener la flecha exactamente para acertar de lleno. Cuando lo hago bien, siento que la flecha va a hacer diana antes de soltar la cuerda.
»Cuando aprendí que siempre doy en el blanco si tengo cierta sensación, dejé de disparar. Ahora simplemente apunto y trato de conjurar esa sensación. Cuando la tengo, sé que no puedo fallar, por lo que ya no me molesto en disparar. Lo que hago es flechar de nuevo el arco y buscar de nuevo la sensación. Con el tiempo, he aprendido cómo lograrlo más a menudo.
— ¿En qué era distinto hoy?
— Bueno, como he dicho, tenía un terrible dolor de cabeza. Miré cómo disparaban otros; eran realmente buenos. Cuando Savidlin me palmeó en la espalda, supe que era mi turno y me dije que era mejor acabar cuanto antes con eso. Sentía como si la cabeza se me fuera a partir por la mitad. Tensé el arco y llamé el blanco hacia mí.
»No sé cómo explicarlo —prosiguió Richard, pasándose los dedos por el pelo—. Al llamar al blanco, el dolor de cabeza se desvaneció como por ensalmo. No sentía dolor alguno. El blanco vino hacia mí como nunca antes lo había hecho. Era como si en el aire hubiera un agujero y yo sólo tuviera que introducir la flecha ahí. Nunca lo había sentido con tal intensidad. Era como si el blanco fuese enorme. Sabía que era imposible fallar.
»Al rato, para variar un poco, en vez de partir las flechas por la mitad en el blanco, me limité a recortar la pluma roja más externa. Los hombres barro no se daban cuenta de que estaba haciendo algo más difícil y creían que había fallado.
— ¿Y el dolor de cabeza había desaparecido del todo? —Richard asintió—. ¿Tienes idea de por qué está pasando todo esto?
Richard dobló las rodillas y apoyó en ellas los antebrazos.
— Me temo que sí —respondió, eludiendo la mirada de Kahlan—. Era magia.
— ¿Magia? —susurró Kahlan—. ¿A qué te refieres?
— Kahlan, no sé qué sensación te produce a ti la magia en tu interior, pero yo la sentí. —Richard volvió de nuevo los ojos hacia la mujer—. Cada vez que desenvaino la Espada de la Verdad, la magia fluye en mí, se convierte en una parte de mí. Conozco la sensación de esa magia; la he tenido en muchas ocasiones y de modos distintos, según cómo la uso. Por haberme fundido con la espada, soy capaz de sentir su magia incluso cuando está envainada. Ahora puedo incluso conjurar su magia sin necesidad de empuñarla. La siento, como un perro a mis talones, preparada en todo momento a saltar sobre mí.
»Hoy, cuando fleché el arco y llamé al blanco, llamé algo más: magia. Cuando Zedd me tocó, para curarme, y cuando tú me tocaste cuando estabas en la Cólera de Sangre, sentí la magia. Hoy fue algo parecido. Sabía que era magia. Era una magia distinta de la tuya o la de Zedd, pero reconocí la textura de la magia. Noté la vida que palpitaba en ella como un segundo aliento. Estaba viva. —Richard se llevó un puño al centro del pecho—. Sentía cómo nacía en mi interior y se iba acumulando hasta que la liberaba para llamar al blanco.
Kahlan reconoció la sensación que describía Richard.
— Quizá tenía algo que ver con la espada.
— No lo sé. Supongo que es posible, pero era incapaz de controlarlo. Al rato, simplemente desapareció, como una vela que el viento apaga. De pronto me sentí sumido en la oscuridad como si me hubiera quedado ciego. Y el dolor de cabeza volvió.
»Ya no hacía diana ni podía atraer el blanco hacia mí, de modo que dejé a otros que dispararan. La magia iba y venía, sin que yo pudiera predecirla. Cuando los hombres se pusieron a comer carne, noté que me mareaba y tuve que alejarme. Mientras ellos almorzaban, yo disparaba flechas y, a veces, era capaz de conjurar la magia y el dolor de cabeza se esfumaba.
— ¿Y eso de que atrapaste una flecha en el aire?
— Savidlin te lo ha contado, ¿no? —Richard la miró por el rabillo del ojo. Kahlan asintió, y Richard lanzó un hondo suspiro—. Eso fue lo más extraño de todo. No sé cómo explicarlo. De algún modo, hice el aire más denso.
— ¿Más denso? —inquirió la mujer, inclinándose hacia él y escrutando su rostro.
— Sí. Sabía que tenía que frenar la flecha y lo único que se me ocurrió fue que, si el aire era muy denso, como a veces cuando empuño la espada, tal vez tendría una posibilidad. Si no, moriría. Todo se me ocurrió de golpe; fue dicho y hecho. Al instante. No tengo ni idea de lo que hice. Simplemente lo pensé y vi que mi mano atrapaba la flecha en el aire.
Richard se quedó en silencio. Kahlan se frotó un lado del tacón de la bota con el pulgar, sin saber qué decir. El miedo empezaba a apoderarse de ella. Al alzar los ojos para mirarlo, vio que Richard tenía la vista perdida.
— Richard, te quiero —susurró.
— Yo también te quiero —dijo tras un largo instante—. Kahlan, tengo miedo —añadió, volviéndose hacia ella.
— ¿De qué?
— Algo ocurre. Primero aparece un aullador, luego estos dolores de cabeza, tú lanzas un rayo y yo hago esto con las flechas. Lo único que se me ocurre es ir a Aydindril en busca de Zedd. Todas estas cosas tienen algo que ver con la magia.
Kahlan no creía que estuviera necesariamente equivocado, pero, de todos modos, le sugirió otras posibles respuestas.
— El rayo que conjuré tiene que ver con mi magia, no contigo. Aunque no sé cómo lo hice, fue para protegerte. El aullador es del inframundo y no tiene nada que ver con nosotros. Simplemente es un ser maligno. La magia que sentiste hoy… bueno, tal vez tenía que ver con la magia de la espada. ¿Quién sabe?
— ¿Y los dolores de cabeza?
— No lo sé —tuvo que admitir.
— Kahlan, esos dolores de cabeza van a matarme. No sé cómo lo sé, pero es cierto. No se trata simplemente de fuertes migrañas; son algo más, aunque no sé el qué.
— Richard, por favor, no digas eso. Me estás asustando.
— A mí también me asusta. Una de las razones por las que estaba tan furioso contra Chandalen es que me temo que está en lo cierto con respecto a mí. Causo problemas.
— Quizá deberíamos empezar a pensar en marcharnos de aquí e ir en busca de Zedd.
— ¿Y los dolores de cabeza? La mayor parte del tiempo ni siquiera soy capaz de tenerme en pie. No puedo ir parándome cada diez pasos para disparar una flecha.
A Kahlan se le hizo un nudo en la garganta.
— Quizá Nissel tenga la solución.
— No. Sus remedios me causan un gran alivio, sin embargo es por poco tiempo. Me temo que muy pronto ella no será capaz de hacer nada y moriré.
Kahlan se echó a llorar. Richard se recostó contra la pared, le pasó un brazo alrededor de los hombros y la atrajo hacia sí. Iba a decir algo más, pero ella lo hizo callar poniéndole los dedos sobre los labios. Entonces lloró apretando el rostro contra él, aferrándose a su camisa. Por fin, lentamente, las cosas parecían resolverse. Richard la mantuvo abrazada y la dejó llorar.
Kahlan se dio cuenta de que estaba siendo egoísta. Era a él a quien ocurrían todas esas cosas. Debería ser ella quien lo consolara, y no al revés.
— Richard Cypher, si crees que esto te servirá como excusa para no casarte conmigo, lo tienes claro.
— Kahlan…, te juro que yo no…
La mujer sonrió y le acarició suavemente la mejilla, mientras lo besaba.
— Lo sé, Richard. Hemos resuelto problemas mucho más graves que éste. Ya encontraremos la solución. Te lo prometo. Tenemos que hacerlo; Weselan ya ha empezado a hacerme el vestido.
Richard se metió en la boca algunas de las hojas de Nissel.
— ¿De veras? Seguro que estarás muy guapa.
— Bueno, si quieres comprobarlo, tendrás que casarte conmigo.
— Como ordenéis, milady.
Savidlin, Weselan y Siddin regresaron al poco rato. Richard había cerrado los ojos y descansaba mientras mascaba las hojas. Había dicho que se sentía un poco mejor. Siddin se mostraba muy excitado, pues se había convertido en la celebridad local por haber montado en un dragón. Después de pasarse la mayor parte del día explicando su aventura a los demás niños, sólo deseaba sentarse en el regazo de Kahlan y explicarle que había sido el centro de atención.
La mujer lo escuchó con una sonrisa en los labios mientras todos comían el estofado acompañado por pan de tava. Al igual que ella, Richard declinó tomar queso. Savidlin le ofreció un pedazo de carne ahumada que el joven también declinó cortésmente.
Estaban ya acabando cuando un sombrío Hombre Pájaro, rodeado por hombres con lanzas, se presentó en la puerta. Todos dejaron sus cuencos en el suelo y se levantaron. A Kahlan no le gustó la expresión del Hombre Pájaro.
— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —preguntó Richard, adelantándose.
El Hombre Pájaro paseó su mirada por todos los presentes.
— Tres mujeres, forasteras, han venido con caballos.
Kahlan se preguntó qué tendrían esas tres mujeres para que hombres con lanzas tuvieran que proteger al Hombre Pájaro.
— ¿Qué quieren? —quiso saber.
— Es difícil entenderlas. Hablan muy poco nuestro idioma. Creo que buscan a Richard. Me ha parecido entender que querían ver a Richard y a sus padres.
— ¿A mis padres? ¿Estás seguro?
— Creo que eso es lo que intentaban decir. Dijeron que no trataras de seguir huyendo, que habían venido a por ti y que no debías huir. También me dijeron que no interfiriera.
Sin darse cuenta, Richard aflojó la espada en su funda y adoptó una mirada de halcón.
— ¿Dónde están?
— Esperan en la casa de los espíritus.
— ¿Dijeron quiénes eran? —preguntó Kahlan, retirándose algunos mechones detrás de la oreja.
A la luz del sol del atardecer que caía sobre el hombre por detrás, sus largos cabellos plateados brillaban.
— Se hacen llamar Hermanas de la Luz.
Kahlan se quedó sin respiración y se le puso carne de gallina en los brazos. Por dentro sintió como si una mano le retorciera las entrañas. Era incluso incapaz de parpadear.