El viento la azotaba, tiraba de sus ropas y hacía restallar los extremos sueltos. Después de lo enmarañados que le habían quedado el día anterior, Kahlan se alegró de haberse acordado de recogerse el pelo, al menos. La mujer se abrazaba a Richard como si en ello le fuera la vida, presionando un lado del rostro contra su espalda y manteniendo los ojos firmemente cerrados.
Lo sentía de nuevo; tenía la impresión de que cada vez pesaba más y que se le hacía un nudo en el estómago que parecía bajarle hasta los pies. Tal vez estaba enferma. Tenía miedo de abrir los ojos; sabía qué ocurría siempre que experimentaba esa sensación de pesadez. Richard volvió la cabeza para llamarla.
Kahlan entreabrió los ojos y echó un vistazo a través de meras rendijas. Tal como sospechaba, el mundo estaba inclinado en un ángulo imposible. La cabeza empezó a darle vueltas. ¿Por qué la dragona tenía que dar una voltereta cada vez que giraba? Kahlan notaba el cuerpo apretado contra las escamas rojas y no comprendía qué impedía que cayera al vacío.
Según Richard, era como cuando uno volteaba un cubo lleno de agua por encima de la cabeza, y el agua no caía. Pero ella nunca había hecho la prueba y no se fiaba de que le estuviera diciendo la verdad. Kahlan miró con ansia hacia el suelo en la dirección que señalaba Richard: la aldea de la gente barro.
Siddin, sentado en el regazo de Richard, gritó encantado cuando las enormes y correosas alas de Escarlata dieron con la corriente de aire adecuada y se lanzaron en una vertiginosa espiral, mientras la dragona roja caía en picado hacia el suelo. Kahlan sintió que el nudo del estómago le subía hasta la garganta. Era increíble que alguien pudiera disfrutar de semejante experiencia, pero así era. ¡Richard y Siddin se lo estaban pasando en grande! Con los brazos alzados, ambos reían encantados y se comportaban como dos chiquillos. Bueno, uno lo era en verdad, por lo que tenía todo el derecho a comportarse como tal.
De pronto, la mujer sonrió y también ella se echó a reír. No reía porque volara a lomos de un dragón, sino de ver lo feliz que era Richard. Sería capaz incluso de subirse cada día a un dragón sólo para verlo reír y feliz. La mujer se estiró y le plantó un beso en el cuello. Richard llevó las manos hacia atrás y le acarició las piernas. Kahlan las apretó en torno a él y se olvidó un poco del mareo.
Richard gritó a Escarlata que aterrizara en el campo abierto situado en el centro de la aldea. Estaba anocheciendo, por lo que los edificios marrones de ladrillos de barro y revocados destacaban vivamente bajo la menguante luz. Kahlan olía el humo dulzón de las hogueras en las que se preparaba la cena. La gente corría para ponerse a cubierto, proyectando largas sombras. Las mujeres abandonaron los cobertizos en los que cocinaban, y los hombres interrumpieron la fabricación de armas. Todos gritaban.
Kahlan confió en que no se asustaran demasiado. La última vez que habían visto a Escarlata, ésta transportaba a Rahl el Oscuro y, al no encontrar a Richard, había dado muerte a mucha gente barro. Los aldeanos no sabían que Rahl había robado el huevo de Escarlata para obligarla a llevarlo de un lado a otro. Desde luego, incluso sin Rahl el Oscuro, un dragón rojo siempre era considerado una amenaza mortal. Ella misma hubiera corrido para salvar la vida de haber visto uno. De todos los dragones, los rojos eran los más temibles, y a nadie se le hubiera ocurrido hacer otra cosa con un dragón rojo que intentar matarlo o huir.
A nadie, menos a Richard, claro está. ¿Quién si no él habría podido ganarse la amistad de una hembra de dragón rojo? Richard había arriesgado la vida para recuperar el huevo del control de Rahl el Oscuro para que Escarlata lo ayudara, y en el proceso se habían hecho amigos, aunque Escarlata seguía repitiendo que algún día lo devoraría. Kahlan suponía que era una especie de broma privada entre ellos, pues Richard reía cada vez que Escarlata lo amenazaba con comérselo. Al menos, esperaba que fuese una broma, aunque no estaba del todo segura. La Madre Confesora bajó la mirada hacia la aldea, esperando que los cazadores no empezaran a disparar flechas envenenadas hasta ver quién montaba en el dragón.
De repente, Siddin reconoció su hogar. Señalaba, muy excitado, y parloteaba con Richard en el idioma de la gente barro. Aunque no entendía ni palabra, Richard sonrió, asintió y despeinó cariñosamente al niño. Ambos se agarraron con fuerza a las púas que tenía Escarlata en el lomo cuando la dragona finalizó su abrupto descenso. Al posarse en el suelo, las enormes alas de Escarlata levantaron una nube de polvo alrededor.
Richard cogió a Siddin y lo sentó sobre sus anchos hombros, tras lo cual se puso de pie encima del lomo de Escarlata. La fuerte y fría brisa arrastró el polvo, dejando al descubierto un irregular anillo de cazadores, con el arco presto y flechas envenenadas apuntándolos. Kahlan contuvo la respiración.
Siguiendo instrucciones de Richard, Siddin agitó ambas manos por encima de la cabeza y sonrió de oreja a oreja. Escarlata mantenía la cabeza baja, para que la gente barro viera claramente quién la montaba. Los estupefactos cazadores fueron bajando despacio los arcos. Kahlan suspiró aliviada al ver que las cuerdas de los arcos se destensaban.
Una figura ataviada con pantalones de gamuza y una túnica se abrió paso entre el anillo de cazadores. Una larga melena plateada le caía cubriéndole los hombros. Se trataba del Hombre Pájaro. Su rostro bronceado era la viva imagen de alguien que ha recibido una fuerte impresión.
— ¡Soy yo, Richard! ¡He vuelto! Con tu ayuda hemos derrotado a Rahl el Oscuro. Traemos de vuelta al hijo de Savidlin y Weselan.
El Hombre Pájaro miró a Kahlan en busca de traducción. Una radiante sonrisa se pintó en su rostro.
— Os damos la bienvenida a ambos con los brazos abiertos.
Mujeres y niños empezaban a congregarse entre el anillo de cazadores. Sus cabellos oscuros, cubiertos de lodo, enmarcaban unos rostros sorprendidos. Escarlata bajó su voluminoso cuerpo hasta el suelo para que Richard pudiera deslizarse por uno de sus hombros y aterrizar con un ruido sordo de sus botas. Sosteniendo a Siddin con un brazo, ayudó a bajar a Kahlan con el otro. La Madre Confesora se alegró en silencio de estar de nuevo en tierra firme.
Weselan corrió hacia ellos abriéndose paso entre la multitud, con Savidlin pisándole los talones. La mujer gritó el nombre de su hijo. Siddin le tendió los brazos alegremente y casi le saltó a los brazos. Weselan no sabía si reír o llorar mientras trataba de abrazar a su hijo, a Richard y a Kahlan a la vez. Savidlin acarició a su hijo en la espalda y miró a Richard con ojos húmedos.
— Ha sido tan valiente como un cazador —le dijo Kahlan.
El hombre barro asintió una sola vez con la cabeza en un gesto firme, lleno de orgullo. Después de evaluar a la mujer por un instante, se le acercó y le propinó un suave cachete.
— Fuerza a la Confesora Kahlan.
Kahlan le devolvió el cachete y el saludo, tras lo cual el hombre barro la enlazó entre sus brazos y la apretó casi hasta dejarla sin aliento. Al acabar, se arregló la piel de coyote que le cubría los hombros, símbolo de su condición de anciano de la tribu, y alzó la vista hacia Richard. Savidlin meneó la cabeza, maravillado. Acto seguido, le propinó un fuerte porrazo en la mandíbula, una demostración del profundo respeto que sentía hacia él.
— Fuerza a Richard el del genio pronto.
Kahlan deseó que no hubiera hecho eso, pues en la mirada de Richard leía que tenía dolor de cabeza. Le había empezado el día anterior, y ella había esperado que desaparecería tras una noche de sueño reparador en la cueva de Escarlata. Siddin había jugado con la cría de dragón rojo hasta quedar exhausto, tras lo cual se acurrucó entre ambos y se quedó dormido.
Teniendo en cuenta que hacía días que no dormía, Kahlan creyó que no tendría dificultad alguna en conciliar el sueño, pero resultó que no podía dejar de mirar a Richard. Al fin, apoyó la cabeza en su hombro, le cogió una mano entre las suyas y se durmió, sonriendo. Todos necesitaban descansar. Richard se despertó sobresaltado varias veces, bañado en un sudor frío debido a las pesadillas y, aunque no había dicho nada, Kahlan se dio cuenta de que el dolor de cabeza seguía ahí. Pero Richard no dejó que eso interfiriera, sino que devolvió el saludo a Savidlin.
— Fuerza a Savidlin. Mi amigo.
Tras ser saludado como era debido, lo cual protegía las respectivas almas, Savidlin sonrió y le dio palmaditas en la espalda. Tras intercambiar saludos con el Hombre Pájaro, Richard se dirigió a los congregados con estas palabras en un tono que todos pudieran oír, aunque no lo entendieran:
— Este valiente y noble dragón, Escarlata, me ha ayudado a matar a Rahl el Oscuro y a vengar a la gente barro asesinada. Ella nos ha traído hasta aquí para devolver a Siddin a sus padres antes de que éstos temieran por él una noche más. Escarlata es amiga mía y, por lo tanto, amiga también de la gente barro.
Todos escucharon atónitos la traducción de Kahlan. Al fin, los cazadores se sintieron henchidos de orgullo al oír que uno de los suyos —aunque fuera por adopción y no por nacimiento— había dado muerte a un enemigo de la gente barro. La gente barro honraba la fuerza, por lo que, para ellos, matar a alguien que había causado daño a los suyos era una prueba de fuerza.
Escarlata balanceó la cabeza hacia abajo, moviendo las orejas. Con uno solo de sus ojos amarillos miró a Richard con cara de pocos amigos.
— ¡Amiga! ¡Los dragones rojos no son amigos de nadie! ¡Todos nos temen!
— Tú eres mi amiga, y yo soy una persona —replicó un sonriente Richard.
En respuesta, Escarlata soltó un humeante bufido.
— Bah. Recuerda que un día voy a comerte.
La sonrisa de Richard se hizo más amplia y señaló al Hombre Pájaro.
— ¿Ves a ese hombre? Él me dio el silbato que usé para salvar tu huevo. Si no hubiese sido por ese silbato, es posible que los gars hubieran devorado a tu cría. Y hay que ver qué cría más preciosa tienes —añadió, acariciando con una mano el brillante hocico rojo de la dragona.
Escarlata ladeó la cabeza y contempló pestañeando al Hombre Pájaro.
— Supongo que con él no tendría ni para empezar. —La dragona miró de nuevo a Richard y comentó con una risa sorda—: Aunque los comiera a todos me quedaría con hambre. No vale la pena tomarse la molestia. Si son amigos tuyos, Richard Cypher —añadió, acercando su cabeza al joven—, también son mis amigos.
— ¿Sabes por qué lo llaman Hombre Pájaro, Escarlata? Pues porque ama a todas las criaturas que vuelan.
— ¿De veras? —repuso Escarlata, enarcando las cejas. La dragona aproximó su enorme testa al Hombre Pájaro con un movimiento ondulante, inspeccionándolo de nuevo. Una o dos personas situadas junto al Hombre Pájaro retrocedieron, pero éste no se movió—. Hombre Pájaro, te doy las gracias por ayudar a Richard. Él salvó a mi cría. La gente barro no tiene nada que temer de mí. Lo juro por mi honor de dragón.
El Hombre Pájaro miró a Kahlan en busca de traducción, sonrió a Escarlata y luego dijo a los suyos:
— Tal como dice Richard el del genio pronto, este noble dragón, Escarlata, es amiga de la gente barro. Podrá cazar en nuestro territorio y ni nosotros le haremos daño ni ella a nosotros.
La multitud lanzó vítores. Para ellos, contar con la amistad de un dragón era un honor a su fuerza. Todos gritaban, excitados, agitaban los brazos en el aire y pateaban contra el suelo en pequeñas danzas improvisadas. Escarlata se unió al jolgorio echando la cabeza hacia atrás y arrojando hacia el cielo una rugiente columna de llamas. La gente barro la aclamó.
Kahlan vio que Richard miraba a un lado. La mujer siguió su mirada hasta posarla en una pequeña partida de cazadores, agrupados. Ninguno de ellos gritaba. El líder era quien había acusado a Richard de llevar la desgracia a la aldea de la gente barro por las personas que había asesinado Rahl el Oscuro.
En medio de los vítores y aclamaciones, Richard indicó por señas a Escarlata que se acercara. Cuando la dragona bajó la cabeza, el joven le habló al oído. Tras escuchar lo que tenía que decirle, Escarlata apartó la cabeza y clavó en él un gran ojo amarillo. Finalmente asintió.
Richard tendió al Hombre Pájaro el silbato de hueso tallado que llevaba colgado de una cinta de cuero al cuello, al tiempo que le decía:
— Me diste esto como regalo, aunque me dijiste que nunca me serviría de nada porque únicamente era capaz de llamar a todos los pájaros a la vez. Creo que, tal vez, ésa era la voluntad de los buenos espíritus. Este obsequio me ayudó a salvarnos a todos de Rahl el Oscuro. Me ayudó a salvar a Kahlan. Te doy las gracias.
El Hombre Pájaro sonrió al oír la traducción. Richard susurró al oído de la mujer que regresaría enseguida, tras lo cual se montó a lomos de Escarlata.
— Honorable anciano, a Escarlata y a mí nos gustaría hacerte un pequeño regalo. Deseamos que vueles junto a tus amados pájaros. —Dicho esto, tendió una mano al Hombre Pájaro.
El anciano, al oír la traducción, miró con aprensión a la dragona. Sus escamas de un rojo intenso brillaban a la luz del atardecer y se ondulaban con su respiración. La cola llegaba casi hasta las casas de ladrillos de barro, al otro lado de la plaza. La dragona desplegó las alas y las estiró como si se desperezara. El Hombre Pájaro miró a Richard, que le ofrecía una mano. En el rostro del anciano apareció una sonrisa infantil, que arrancó una carcajada a Kahlan. El hombre barro se agarró al brazo de Richard y se subió.
Mientras la dragona se elevaba en el aire, Savidlin se aproximó a Kahlan. La gente, encantada, aplaudió mientras contemplaba cómo el dragón alzaba el vuelo llevando a su honorable anciano en el lomo. Kahlan no veía al dragón, sino sólo a Richard, y oyó al Hombre Pájaro reír cuando Escarlata remontó el vuelo. Ojalá que siguiera riendo tras uno de los giros del leviatán.
— Es una persona extraordinaria, Richard el del genio pronto —le dijo Savidlin.
Kahlan hizo un gesto de asentimiento y sonrió. Su mirada se posó en el hombre, que no vitoreaba ni parecía contento.
— Savidlin, ¿quién es ése?
— Chandalen. Culpa a Richard de que Rahl el Oscuro viniera y matara a gente.
La Primera Norma de un mago acudió a su mente: la gente está dispuesta a creer cualquier cosa.
— Si no fuese por Richard, ahora Rahl el Oscuro nos dominaría a todos; el mismo Rahl el Oscuro que asesinó a esa gente.
— No todos tienen ojos para ver —repuso Savidlin, encogiéndose de hombros—. ¿Recuerdas al anciano que mataste? ¿A Toffalar? Pues era su tío.
— Espera aquí —ordenó Kahlan.
Mientras atravesaba el campo, la mujer se soltó la cinta que le sujetaba el pelo. Aún se sentía aturdida por saber que Richard la amaba y que su magia no le haría daño alguno. Le parecía imposible que ella, una Confesora, pudiera experimentar el amor. Era algo que se oponía a todo lo que le habían enseñado. Su único deseo era ir con Richard a un lugar donde estuvieran solos, besarlo y abrazarlo el resto de sus días.
No iba a permitir de ninguna manera que ese individuo, Chandalen, hiciera daño alguno a Richard. Ahora que había ocurrido el milagro de que ella y el hombre al que amaba pudieran estar juntos, no iba a ponerlo en peligro.
La mera idea de que alguien pudiera hacer daño a su amado despertaba en su interior el Con Dar, la Cólera de Sangre. Kahlan nunca lo había experimentado, desconocía que era parte de su magia hasta que, espontáneamente, surgió de ella al creer que Richard había sido asesinado. Desde entonces lo sentía en su interior, al igual que siempre había sentido el resto de su magia de Confesora.
Chandalen contemplaba su aproximación con los brazos cruzados sobre el pecho. A su espalda, sus cazadores se apoyaban sobre lanzas plantadas en el suelo por su extremo romo. Eran delgados y todavía iban cubiertos por una capa de lodo, lo que indicaba que acababan de regresar de una cacería. Mantenían una actitud natural, pero alerta. Llevaban arcos en bandolera, y del cinturón les colgaban aljabas a un lado y largos cuchillos al otro. Algunos de ellos iban salpicados de sangre. Se habían atado bandas de hierba en los brazos y alrededor de la cabeza para camuflarse en la pradera. Kahlan se detuvo frente a Chandalen y lo miró fijamente a sus ojos oscuros.
— Fuerza a Chandalen —lo saludó, dándole un cachete.
El hombre apartó la mirada de ella y, con los brazos aún cruzados, volvió la cabeza y preguntó bruscamente:
— ¿Qué quieres, Confesora?
Los rostros untados de lodo de los cazadores esbozaron leves sonrisas. Probablemente, la tierra de la gente barro era la única en la que se consideraba un insulto no ser abofeteado.
— Richard el del genio pronto ha sacrificado más de lo que te imaginas para salvar a nuestra gente de la amenaza de Rahl el Oscuro. ¿Por qué lo odias?
— Vosotros dos trajisteis la desgracia a mi gente y volveréis a hacerlo.
— También es nuestra gente —lo corrigió Kahlan. Acto seguido se desabrochó un puño de la camisa, se arremangó la manga hasta el hombro y le mostró el brazo—. Mira; Toffalar me hirió. Ésta es la cicatriz que me dejó al intentar matarme. Por esa razón tuve que matarlo: para defenderme. Él mismo selló su destino al atacarme. Yo no fui a por él.
— Mi tío nunca fue bueno con el cuchillo. Qué lástima —comentó Chandalen sin emoción alguna, apartando la vista de la cicatriz para fijarla en sus ojos.
Kahlan apretó la mandíbula. Ahora ya no podía volverse atrás. Sosteniéndole la mirada al hombre, se besó las yemas de los dedos, extendió el brazo y posó los dedos en la mejilla de Chandalen, donde antes lo había abofeteado. Los cazadores, indignados, empezaron a susurrar entre sí. El rostro de Chandalen se convirtió en una máscara de odio.
Ése era el peor insulto que podía infligirse a un cazador. Él le había hecho un desaire al negarse a golpearla en la cara, lo cual no significaba que no respetara la fuerza de la mujer, sino únicamente que se negaba a demostrarlo. Pero, al depositar un beso donde antes había propinado un cachete de respeto, indicaba que retiraba el respeto hacia su fuerza. El beso significaba que no respetaba la fortaleza del otro y que lo consideraba un estúpido chiquillo. Era como si hubiera escupido en su honor en público.
Ciertamente era algo peligroso, pero aún lo era más mostrar debilidad hacia un enemigo entre la gente barro. Equivaldría a una invitación a ser asesinada mientras dormía. Quien mostraba debilidad se negaba el derecho a enfrentarse a su enemigo a la luz del día. El honor requería un desafío abierto a la fuerza del otro. Puesto que Kahlan había hecho el gesto frente a los demás, el honor requería que cualquier desafío por parte de Chandalen fuese asimismo público.
— A partir de este momento, si quieres mi respeto, tendrás que ganártelo —declaró Kahlan.
Chandalen apretó el puño con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos, y lo alzó bruscamente hasta la oreja, preparado para golpearla.
— Bien. ¿Has decidido mostrar respeto por mi fuerza? —preguntó Kahlan, ofreciéndole el mentón.
La mirada del hombre se posó en algo que estaba a espaldas de la mujer. Sus cazadores se estremecieron y, de mala gana, clavaron los extremos romos de las lanzas en el suelo. Kahlan se volvió y vio a unos cincuenta hombres con arcos prestos. Todas las flechas apuntaban a Chandalen y a sus nueve hombres.
— No eres tan fuerte —comentó con aire despectivo Chandalen—. Necesitas que otros te protejan.
— Bajad las armas —ordenó Kahlan a los hombres—. No quiero que nadie alce sus armas contra estos hombres por mí. Nadie. Esto es sólo entre Chandalen y yo.
Lentamente, todos los hombres bajaron sus arcos y devolvieron las flechas a las aljabas.
— No eres tan fuerte —repitió Chandalen, cruzando los brazos—. Te escondes detrás de la espada del Buscador.
Kahlan colocó una mano sobre el antebrazo del hombre y lo apretó. Chandalen abrió ligeramente los ojos y se quedó inmóvil. El hecho de que una Confesora tocara a alguien de ese modo era una clara amenaza, y así lo reconoció Chandalen. Desafiante o no, el hombre era demasiado listo para mover ni un solo músculo; no podría moverse más rápido que la mente de Kahlan, y ésta podía matarlo con un pensamiento.
— El año pasado maté a más hombres de los que tú te hayas falsamente vanagloriado de haber matado en toda tu vida —dijo Kahlan en un susurro—. Si tratas de hacer daño a Richard, te mataré. Si osas siquiera expresar en voz alta que deseas hacerlo, y yo me entero… te mataré —añadió, inclinándose hacia él. Deliberadamente, abarcó a los nueve cazadores con la mirada—. Mi mano siempre estará tendida a cada uno de vosotros en signo de amistad. Pero, si alguien trata de matarme, como hizo Toffalar, acabaré con él. Soy la Madre Confesora, así que no creáis que no puedo ni quiero hacerlo.
Kahlan sostuvo la mirada de todos los cazadores, uno por uno, hasta que todos hicieron un gesto de asentimiento. Finalmente, su dura mirada se posó en Chandalen y apretó la mano con más fuerza. El hombre tragó saliva. Finalmente, asintió.
— Esto es algo entre tú y yo. No diré nada al Hombre Pájaro de lo ocurrido. —Dicho esto, retiró la mano de su brazo. En la distancia se oyó el rugido de Escarlata que anunciaba su retorno—. Estamos en el mismo bando, Chandalen. Ambos luchamos para salvar a la gente barro, y yo respeto esa parte de ti.
Kahlan le propinó un suave bofetón, pero no le dio la oportunidad de devolvérselo ni de negárselo. En vez de ello, le volvió la espalda. Ese bofetón había devuelto al hombre barro parte del respeto a ojos de sus cazadores, y, si ahora persistía en su ataque, parecería estúpido y débil. Era un gesto muy simple, pero que demostraba que Kahlan había actuado con honor. Por el contrario, no había honor en tratar de intimidar a una mujer.
Claro que ella no era una mujer normal, sino una Confesora.
Kahlan lanzó un profundo suspiro mientras regresaba al lado de Savidlin y aguardaba el regreso del dragón. Weselan, de pie junto a su hombre, seguía abrazando con fuerza a Siddin. Por su parte, el niño daba la impresión de no querer otra cosa más que su madre lo acunara en sus brazos. Kahlan se estremeció por dentro al recordar lo que podría haberle sucedido al pequeño.
— Serías un buen anciano, Madre Confesora —comentó Savidlin, enarcando una ceja—. Podrías dar lecciones de honor y liderazgo.
— Preferiría que tales lecciones no fuesen necesarias.
Savidlin gruñó en aquiescencia. Las ráfagas de viento y polvo que levantaban las alas del dragón hincharon la capa de la Confesora. Kahlan se estaba abrochando de nuevo el puño cuando los dos hombres desmontaron de lomos de Escarlata.
El Hombre Pájaro tenía la tez verdosa, pero sonreía de oreja a oreja. Entonces acarició con respeto una escama roja y sonrió encantado al ojo amarillo que lo contemplaba. Kahlan se acercó, y el Hombre Pájaro le pidió que tradujera un mensaje a Escarlata.
Ella sonrió y alzó la vista hacia la enorme testa del dragón y a las orejas que ahora estaban vueltas hacia ella.
— El Hombre Pájaro quiere que sepas que éste ha sido uno de los mayores honores que ha recibido en su vida. Dice que le has dado una nueva visión del mundo y que, de ahora en adelante, si tú o tu cría alguna vez necesitáis refugio, en la tierra de la gente barro siempre seréis bienvenidos y hallaréis seguridad.
— Gracias, Hombre Pájaro —replicó Escarlata, torciendo el hocico en una especie de sonrisa de dragón—. Tus palabras me complacen. Ahora debo irme —añadió, bajando la cabeza y dirigiéndose a Richard—. Ya hace demasiado tiempo que mi pequeño está solo y debe de estar hambriento.
— Gracias por todo, Escarlata —le agradeció el joven mientras le acariciaba una escama bermeja—. Gracias por mostrarnos a tu pequeño. Es incluso más hermoso que tú. Cuida de ti y de tu pequeño, y vive en libertad.
Escarlata abrió al máximo las mandíbulas y buscó algo en el fondo de sus fauces. Se oyó un chasquido, tras el cual tendió con sus garras de punta negra el extremo de un colmillo. Aunque no era más que un extremo, medía más de quince centímetros.
— Los dragones tenemos magia. Extiende la mano. —Escarlata dejó caer el extremo del colmillo en la palma de Richard—. Parece que tienes una habilidad especial para meterte en líos. Guárdalo bien. Si alguna vez estás en un apuro, llámame con él, y vendré. Pero asegúrate de que es importante, pues sólo funcionará una vez.
— ¿Y cómo voy a llamarte con esto?
— Posees el don, Richard Cypher —respondió la dragona, declinando suavemente la cabeza como si flotara—. Tú sostenlo en la mano, llámame, y yo lo oiré. Recuérdalo; sólo funcionará una vez.
— Gracias, Escarlata, pero no poseo el don.
Escarlata echó la cabeza hacia atrás y rió con tal estruendo que las escamas que le cubrían la garganta vibraron y la tierra tembló. Cuando, finalmente, se le pasó el ataque de hilaridad, ladeó la cabeza y clavó en él un ojo amarillo.
— Si tú no posees el don, entonces nadie lo tiene. Vive en libertad, Richard Cypher.
Todos los habitantes de la aldea contemplaron en silencio cómo el dragón rojo se iba haciendo cada vez más pequeño en el cielo dorado. Richard enlazó la cintura de Kahlan con un brazo y la acercó hacia sí.
— Espero que ésta sea la última vez que oigo esa tontería de que tengo el don —murmuró casi para sus adentros—. Te vi desde el aire. ¿Piensas decirme qué pasaba con ese individuo de ahí? —Richard señaló con el mentón al otro lado del claro.
Chandalen evitaba abiertamente mirarla.
— No —repuso Kahlan—. No es importante.
— ¿Podremos estar juntos alguna vez? —preguntó Kahlan con una tímida sonrisa—. Me temo que de un momento a otro empezaré a besarte delante de toda esta gente.
La luz del atardecer aportaba una luz tenue y agradable a la improvisada fiesta. Richard miró a los ancianos con sus pieles de coyote, congregados bajo el cobertizo de tejado de hierba. Todos sonreían y charlaban. Sus esposas y unos cuantos niños también se habían unido al grupo. La gente de la aldea pasaba por el cobertizo para darles la bienvenida, sonriendo e intercambiando suaves golpes.
Fuera, niños de corta edad perseguían unos pollos de pluma marrón que lo único que pretendían era encontrar un lugar en el que pasar la noche. Las pobres bestias graznaban mientras trataban de alzar el vuelo. Kahlan no entendía cómo los niños podían ir desnudos, pues ella estaba helada. Mujeres ataviadas con vistosos vestidos portaban bandejas de junco con pan de tava así como cuencos de cerámica glaseada que contenían pimientos asados, tortas de arroz, largas judías hervidas, queso y carnes asadas.
— ¿De veras crees que nos dejarán marchar antes de que les expliquemos nuestra gran aventura?
— ¿Qué gran aventura? Todo lo que recuerdo es haber estado todo el tiempo aterrada y que nunca me había metido en unos líos tan grandes. —Kahlan sintió un punzante dolor en el estómago al recordar cómo se había enterado de que Richard había sido capturado por una mord-sith—. Y creer que estabas muerto.
— ¿Y todavía preguntas? —inquirió Richard, risueño—. Justamente eso es una aventura: estar metido en líos.
— Pues ya he tenido aventuras suficientes para el resto de mi vida.
En los ojos grises de Richard apareció una mirada distante.
— Yo también —dijo.
Los ojos de la mujer se posaron en la barra de piel color rojo que le colgaba de una cadena de oro al cuello. La mujer se echó hacia atrás y tomó un pedazo de queso de una bandeja. Su rostro se iluminó mientras se lo llevaba a la boca.
— Tal vez podríamos inventarnos una historia que parezca una auténtica aventura. Una corta.
— Por mí, de acuerdo. —Richard dio un mordisco al pedazo de queso que Kahlan le ofrecía. Inmediatamente, lo escupió en la mano y puso gesto agrio—. ¡Es horrible! —susurró.
— ¿De veras? —Kahlan olió el trozo de queso que continuaba sosteniendo en una mano y le dio un pequeño mordisco—. Bueno, a mí no me gusta el queso, pero sabe igual que siempre. No creo que esté estropeado.
— Pues yo sí —Richard seguía haciendo una mueca de asco.
La mujer se quedó un momento pensativa, tras lo cual frunció el entrecejo.
— Ayer tampoco te gustó el queso que te ofrecieron en el Palacio del Pueblo. Y, según Zedd, estaba perfectamente.
— ¡Perfectamente! ¡Sabía a diablos! Yo lo sé mejor que nadie; me encanta el queso. Lo como mucho y sé distinguir cuándo está malo.
— Bueno, yo lo aborrezco. Tal vez estás empezando a acomodarte a mis gustos.
— Podría ser peor —comentó Richard, risueño, al mismo tiempo que enrollaba un pimiento asado en un trozo de pan de tava.
Mientras le devolvía la sonrisa, la mujer vio a dos cazadores que se acercaban y tensó la espalda. Richard, notando su reacción, se puso derecho.
— Son dos hombres de Chandalen. Me pregunto qué querrán. Sé un buen chico, ¿de acuerdo? Prefiero no tener aventura alguna —dijo Kahlan, guiñándole un ojo.
Sin sonreír ni responder, Richard se volvió para mirar a los dos hombres. Los cazadores se detuvieron frente a Kahlan, al borde de la plataforma. Tras plantar con firmeza el extremo romo de sus lanzas en el suelo, se apoyaron en ellas con ambas manos y evaluaron a Kahlan con ojos ligeramente entornados y leves sonrisas, tensas, que no eran del todo hostiles. El que estaba más cerca se colocó el arco más arriba en el hombro y le tendió una mano con la palma hacia arriba.
Kahlan contempló la mano. Sabía qué significaba tender una mano abierta sin arma alguna, y miró al cazador, confusa.
— ¿Aprueba esto Chandalen?
— Somos los hombres de Chandalen, no sus niños —respondió el cazador, sin retirar la mano.
Tras observarla un instante, Kahlan la frotó con su propia palma. La sonrisa del hombre barro se hizo más amplia y propinó a la mujer un ligero cachete.
— Fuerza a la confesora Kahlan. Me llamo Prindin, y éste es mi hermano, Tossidin.
Kahlan dio una bofetada a Prindin y le deseó asimismo fuerza. Acto seguido, Tossidin le tendió la palma, que ella acarició con la suya. También Tossidin la golpeó y le deseó mucha fuerza. Ambos hermanos poseían una sonrisa muy agradable. Sorprendida por tanta simpatía, Kahlan devolvió el golpe y el saludo. Entonces miró a Richard. Los hermanos repararon en esa mirada y saludaron asimismo al joven.
— Queríamos decirte que hoy has hablado con fortaleza y honor —dijo Prindin—. Chandalen es un hombre duro, y cuesta llegar a conocerlo, pero no es malo. Simplemente se preocupa mucho por su gente y quiere protegerla de todo mal. Ésta es nuestra misión: proteger a nuestra gente.
— Richard y yo también somos gente barro —le recordó la mujer.
— Así lo han proclamado los ancianos, por lo que os protegeremos a ambos del mismo modo que a cualquiera de la aldea. —Los hermanos sonrieron.
— ¿Y Chandalen?
Prindin y Tossidin sonrieron, pero guardaron silencio. Ya recogían sus lanzas para marcharse, cuando Richard intervino.
— Diles que poseen unos arcos magníficos.
Por el rabillo del ojo, Kahlan vio cómo Richard contemplaba a ambos cazadores. La mujer tradujo sus palabras a Prindin.
Los hombres sonrieron y asintieron con la cabeza.
— Somos muy buenos arqueros.
— Diles que creo que sus flechas parecen muy bien hechas —dijo Richard, observando con cara inexpresiva a los dos hermanos—. Pregúntales si puedo examinar una.
Kahlan frunció el entrecejo antes de traducir.
Los hermanos se mostraron radiantes de orgullo. Prindin sacó una flecha de la aljaba y se la tendió a Richard. Kahlan reparó en que los ancianos se habían quedado en silencio. Richard hizo rodar la flecha entre los dedos. Sin manifestar emoción alguna, examinó el culatín, tras lo cual le dio la vuelta y se fijó en la punta de metal plana.
— Un trabajo muy bien hecho —comentó mientras devolvía el proyectil.
En tanto que Prindin se guardaba de nuevo la flecha en la aljaba, Kahlan le tradujo las palabras de Richard. El hombre barro deslizó una mano hasta media altura de la lanza y se apoyó ligeramente sobre ella.
— Si sabes disparar flechas, te invitamos a que vengas con nosotros mañana.
Savidlin intervino inmediatamente.
— La otra vez que estuvisteis aquí, Richard me dijo que tuvo que dejar su arco en la Tierra Occidental y que lo echaba de menos. Para darle una sorpresa, le he hecho uno para cuando volvierais. Es un regalo por enseñarme cómo construir tejados que no dejan pasar el agua. Lo tengo en mi casa. Iba a dárselo mañana. Díselo y dile que, si quiere, me gustaría acompañarlo mañana con algunos de mis cazadores. Así veremos si es tan bueno como dice —añadió con una sonrisa.
Los dos hermanos sonrieron y asintieron con entusiasmo. Se veían muy seguros del resultado del concurso. Kahlan tradujo a Richard las palabras de Savidlin.
El joven pareció sorprendido y emocionado por lo que había hecho Savidlin.
— La gente barro hace de los mejores arcos que he visto. Me siento honrado, Savidlin. Es muy generoso de tu parte. Me encantaría que mañana me acompañaras. Vamos a enseñarles cómo se dispara.
Los hermanos rieron al oír la última frase.
— Hasta mañana, entonces —se despidió Prindin.
Richard contempló cómo se marchaban con cara sombría.
— ¿A qué ha venido todo eso de las flechas? —quiso saber Kahlan.
— Pregunta a Savidlin si puedo ver sus flechas, y te lo explicaré —respondió Richard.
Savidlin le tendió su aljaba. Richard sacó un puñado de flechas y fue dejando de lado las que tenían una punta de madera fina y endurecida. Kahlan sabía que eran las envenenadas. Richard cogió un proyectil con punta metálica plana y dejó los demás.
— Dime qué ves —dijo a Kahlan, mostrándole la flecha.
La mujer la hizo rodar entre sus dedos, como le había visto hacer a él. Como no sabía qué se suponía que debía ver, se fijó en la punta y en el culatín del otro extremo. Finalmente se encogió de hombros.
— A mí me parece una flecha normal y corriente.
— ¿Normal y corriente? —Richard sonrió, tiró de una flecha de la aljaba asiéndola por el culatín y la sostuvo con la pequeña punta redonda hacia ella—. ¿Es como esta otra? —inquirió, enarcando una ceja.
— Bueno, no. Ésta tiene la punta pequeña, larga, delgada y redonda, mientras que la otra tiene una punta de metal, como la de Prindin.
— No, no son iguales —la corrigió Richard, sacudiendo lentamente la cabeza. El joven guardó la flecha con la punta de madera, cogió de manos de Kahlan la otra y le mostró el culatín—. ¿Ves esto? Es para que encaje la cuerda del arco y pueda deslizarse arriba y abajo. ¿No te dice nada? —Kahlan negó con la cabeza—. Algunas flechas llevan plumas en espiral para poder rotar. Algunos creen que de este modo aumentan su poder. No sé si es cierto, pero no importa ahora. Todas las flechas de la gente barro llevan plumas rectas, lo cual les da estabilidad en el vuelo; se clavan en la misma posición en la que son disparadas.
— Sigo sin ver en qué se diferencia esta flecha de la de Prindin.
— Por aquí se desliza por la cuerda del arco —le explicó Richard, señalando el culatín con el dedo pulgar—. Así: arriba y abajo. Ahora mira la cabeza. ¿Ves cómo también se desplaza arriba y abajo? Justo como el culatín. La cabeza y la cuerda están en el mismo plano. Todas las flechas de este tipo de Savidlin son así.
»La razón es que las usa para cazar animales grandes, como jabalíes o ciervos. En los animales, las costillas se mueven arriba y abajo, como la cabeza. De este modo, la flecha tiene más posibilidades de pasar entre las costillas en vez de quedarse clavada en ellas.
»Pero las flechas de Prindin son distintas —añadió, inclinándose hacia Kahlan—. Las cabezas están inclinadas noventa grados. Cuando coloca las flechas en el arco, la cabeza está en posición horizontal. Pero sus flechas no están hechas para pasar entre las costillas de los animales. Las cabezas están horizontales porque son para cazar una presa muy distinta, una presa con costillas dispuestas horizontalmente: personas.
— ¿Por qué harían algo así? —preguntó Kahlan, con carne de gallina en los brazos.
— La gente barro son muy protectores con su tierra y, por lo general, no dejan entrar a forasteros. Supongo que Chandalen y sus hombres son los encargados de vigilar las fronteras para prevenir invasiones. Probablemente son los guerreros más temibles entre la gente barro, y también los mejores con el arco. Pregúntale a Savidlin si son buenos arqueros.
Kahlan tradujo, y Savidlin se rió entre dientes.
— Ninguno de nosotros logramos vencer nunca a los hombres de Chandalen. Por bueno que sea Richard el del genio pronto, perderá. No obstante, son buenos vencedores y procuran no humillarnos demasiado. Di a Richard que no se preocupe; se lo pasará bien, y le enseñarán a disparar mejor. Es por esta razón por la que deseo acompañarlo con mis cazadores, porque los hombres de Chandalen siempre nos enseñan a hacerlo mejor. Entre la gente barro, ser el mejor, vencer, conlleva una responsabilidad hacia los vencidos. Dile que ahora que ha aceptado el reto, ya no puede echarse atrás.
— Siempre he pensado que todos tenemos algo que aprender. No me echaré atrás —afirmó Richard.
La profunda mirada de Richard hizo a Kahlan sonreír hasta que le dolieron las mandíbulas. Sonriendo a su vez, el joven arrastró la mochila por el suelo de tablas y sacó de ella una manzana. Después de cortarla en dos, quitó las semillas y tendió a Kahlan una mitad.
Los ancianos rebulleron, inquietos. A consecuencia de un pérfido hechizo, en la Tierra Central todos los frutos rojos eran venenosos. Ellos ignoraban que en la Tierra Occidental, de donde procedía Richard, los frutos rojos fuesen comestibles. La primera vez que Richard se comió una manzana delante de ellos, lo hizo para evitar que lo obligaran a tomar por esposa a una de las mujeres de la aldea, pues los convenció de que su semilla vital podría llevar la ponzoña de los frutos rojos y afectar a su esposa. Pero ahora sudaban mientras los miraban a ambos comer.
— ¿Qué estás haciendo? —inquirió Kahlan.
— Tú come la manzana y luego traduce.
Al acabar, Richard se levantó e indicó con un gesto a la mujer que hiciera lo propio. Entonces, habló.
— Honorables ancianos, he regresado después de neutralizar la amenaza que pesaba sobre nuestra gente. Ahora que estamos a salvo, quiero pediros permiso para tomar por esposa a una mujer barro. Como veis, he enseñado a Kahlan a comer frutos rojos, como yo. Tampoco a ella le harán daño, del mismo modo que, pese a ser una Confesora, ella tampoco puede hacerme daño a mí. Nos gustaría compartir nuestra vida y que fuera nuestra gente quien nos casara.
A Kahlan se le hizo tal nudo en la garganta que a duras penas pudo pronunciar las últimas palabras y tuvo que contenerse para no lanzarse en brazos de Richard. Notaba cómo los ojos le escocían y se le llenaban de lágrimas, y tuvo que carraspear para poder acabar la traducción. Entonces enlazó la cintura de Richard con un brazo para sujetarse.
Los ancianos se mostraron sorprendidos y encantados. El Hombre Pájaro sonreía de oreja a oreja.
— Creo que, al fin, empezáis a aprender a ser gente barro. Nada podría complacernos más que casaros.
Sin esperar la traducción, Richard dio a Kahlan un beso que la dejó sin respiración. Los ancianos y sus esposas aplaudieron.
Para Kahlan, casarse ante la gente barro poseía una significación muy especial, pues entre ellos se sentía como en casa. La primera vez que acudieron a la aldea en busca de ayuda para luchar contra Rahl el Oscuro, Richard había enseñado a la gente barro cómo construir tejados impermeables. Se hicieron amigos y libraron juntos batallas en las que algunos murieron y otros se salvaron. En el proceso, tanto ella como Richard habían establecido un lazo con esa gente. En honor a sus sacrificios, el Hombre Pájaro los había proclamado gente barro.
El Hombre Pájaro se puso en pie y dio a Kahlan un abrazo paternal que era como si le dijera que comprendía todo por lo que había pasado y que se alegraba de que, al fin, hubiera hallado la felicidad. Mientras él la mantenía abrazada entre sus fuertes brazos, Kahlan derramó algunas lágrimas sobre su hombro. A lo largo de su aventura, una terrible experiencia, había pasado del pozo de la desesperación a la dicha más absoluta. La lucha se había prolongado hasta el día anterior, y aún le parecía imposible que hubiera acabado por fin.
A medida que el banquete se iba desarrollando, Kahlan sentía deseos cada vez más imperiosos de que terminara para poder quedarse a solas con Richard. El joven había sido prisionero durante un mes, y no habían podido reunirse hasta el día anterior. Apenas habían tenido tiempo para hablar, y mucho menos para abrazarse lo suficiente.
Los niños bailaban y jugaban alrededor de la pequeña hoguera, mientras los adultos se reunían en torno a las antorchas para comer, charlar y reír. Weselan se agachó junto a ella, la abrazó y le dijo que le haría un verdadero vestido de novia. Savidlin la besó en la mejilla y dio una palmada a Richard en la espalda. Kahlan apenas podía apartar la mirada de los ojos grises de Richard. Quería seguir mirándolo por toda la eternidad.
Los cazadores que los acompañaron a la llanura el día que el Hombre Pájaro trató de enseñar a Richard la llamada específica para diferentes aves con el silbato que le había regalado, fueron desfilando por la plataforma de los ancianos. Ese día, Richard únicamente aprendió a emitir un silbido que llamaba a todos los pájaros a la vez, sin distinguir entre especies. ¡Cómo se rieron los cazadores!
Pero ahora, Savidlin pidió a Richard que les mostrara el silbato y les explicara una vez más cómo lo había usado para llamar a los pájaros que poblaban el valle infestado de gars. Miles de pájaros hambrientos habían sembrado el pánico al devorar las moscas de sangre de los gars. La diversión había permitido a Richard rescatar el huevo de Escarlata.
El Hombre Pájaro volvió a reírse, aunque era la tercera vez que oía la historia. Savidlin lo imitó y palmeó la espalda de Richard. Los cazadores también se rieron y se palmearon los muslos. Richard se unió a sus risas al ver cómo reaccionaban a la traducción de Kahlan. También ella rió al ver a Richard tan alegre.
— Creo que hemos encontrado una aventura que les gusta. —Kahlan se quedó pensativa y preguntó, ceñuda—: ¿Cómo pudisteis tú y Escarlata aterrizar tan cerca del huevo sin que los gars os vieran?
Richard apartó la mirada y se quedó un momento en silencio.
— Escarlata me dejó en el valle al otro lado de los cerros que rodean las Fuentes Ígneas. Luego atravesé la cueva —explicó, sin mirarla.
Kahlan se apartó un mechón de pelo del rostro.
— ¿Y había realmente una bestia en la cueva? ¿Un Shadrin?
Richard soltó un profundo suspiro mientras recorría con la mirada el área abierta.
— Sí, y más cosas. —Kahlan posó una mano sobre su hombro. Él la tomó y le besó el dorso, con la mirada aún perdida—. Pensé que iba a morir allí, solo. Creí que nunca más volvería a verte. —El joven pareció que se sacudía de encima ese recuerdo y, recostándose sobre un codo, se quedó mirándola con una sonrisa torcida.
»El Shadrin me dejó algunas cicatrices que aún no han curado. Pero tendría que quitarme los pantalones para enseñártelas.
— No me digas… —Kahlan emitió una risa gutural—. No estaría de más echar un vistazo… para asegurarme de que todo está bien.
De pronto, mientras lo miraba fijamente a los ojos, la mujer fue consciente de que la mayoría de los ancianos los observaban. El rostro se le arreboló. Rápidamente cogió una torta de arroz y le hincó el diente, aliviada de que no pudieran entender lo que decían. Ojalá que tampoco entendieran sus miradas. No debía olvidar dónde se encontraba. Richard volvió a sentarse erguido. Kahlan alcanzó un cuenco con costillas a la brasa que parecían ser de jabalí, y se lo colocó en el regazo.
— Toma, pruébalas. —Kahlan miró al grupo de las esposas, alzó la torta de arroz y sonrió—. Están deliciosas. —Ellas asintieron, satisfechas. Al posar de nuevo los ojos en Richard, vio que miraba fijamente el cuenco con la carne y que se había puesto blanco.
— Apártalo de mi vista —susurró el joven.
Kahlan frunció el entrecejo, cogió el cuenco y lo dejó a su espalda.
— ¿Richard, qué te pasa? —le preguntó, arrimándose a él.
— No lo sé. —El joven seguía con la mirada fija en su regazo, como si el cuenco siguiera allí—. Miré la carne y, de pronto, pude olerla. El olor me dio náuseas. Tuve la impresión de que era un animal muerto y de que iba a comerme el cadáver de un animal tendido ahí delante.
Kahlan no supo qué replicar. Ciertamente, Richard tenía mal aspecto.
— Creo que sé a qué te refieres. Una vez, cuando estaba enferma, me dieron de comer queso y yo lo devolví. Pero, como creían que era bueno para mí, cada día me daban más, y yo lo vomitaba; así hasta que me recuperé. Ésta es la razón por la que ahora odio el queso. Tal vez a ti te pasa algo parecido; aborreces la carne porque tienes dolor de cabeza.
— Es posible —repuso él, con voz débil—. He pasado mucho tiempo en el Palacio del Pueblo, y allí no se come carne. Como a Rahl el Oscuro no le gusta, mejor dicho gustaba, nadie la comía en palacio. Tal vez me he acostumbrado a prescindir de ella.
Kahlan le frotó la espalda mientras él hundía la cabeza entre ambas manos y se pasaba los dedos por el pelo. Primero queso y ahora carne. Sus hábitos alimenticios se estaban tornando muy peculiares… como los de un mago.
— Kahlan…, lo siento, pero tengo que ir a un sitio tranquilo. Este dolor me está matando.
La mujer le puso una mano en la frente; tenía la piel fría y húmeda. Parecía que iba a desplomarse de un momento a otro. Kahlan sintió el interior atenazado por la preocupación.
— Richard no se siente bien y tiene que ir a un sitio tranquilo. ¿Puede? —preguntó Kahlan al Hombre Pájaro, arrodillándose frente a él.
En un primer momento, el Hombre Pájaro creyó conocer la razón por la que querían irse de la fiesta, pero la sonrisa se borró de su rostro al ver la ansiedad de Kahlan.
— Llévalo a la casa de los espíritus. Allí nadie lo molestará. Avisa a Nissel, si crees que es necesario. Tal vez ha pasado demasiado tiempo a lomos del dragón —comentó con una media sonrisa—. Doy gracias a los espíritus de que mi vuelo de regalo fuese breve.
Kahlan asintió con la cabeza, incapaz de sonreír, y dio rápidamente las buenas noches a los demás. Después de recoger las mochilas de ambos, cogió a Richard por un brazo y lo ayudó a levantarse. El joven tenía los ojos cerrados y las cejas fruncidas por el dolor. Cuando éste remitió un poco, abrió los ojos, inspiró profundamente y echó a andar junto a Kahlan.
Entre las casas, las sombras eran muy densas, pero la luz de la luna les permitía ver por dónde iban. Los sonidos del banquete iban quedando atrás, sustituidos por el ruido que hacían las botas de Richard al arrastrarse lentamente por el seco suelo.
— Creo que ya estoy mejor —dijo, poniéndose algo más derecho.
— ¿Tienes dolores de cabeza a menudo?
— Soy famoso por mis dolores de cabeza —respondió Richard, con una sonrisa—. Mi padre me contó que mi madre solía tener unas migrañas como las mías, de esas tan fuertes que incluso sientes náuseas. Pero éste es distinto; nunca había tenido uno igual. Es como si algo dentro de mi cabeza tratara de salir. —Dicho esto, liberó a Kahlan del peso de su mochila y se la colgó al hombro—. Es mucho más intenso.
Caminando por los pasajes, llegaron al amplio espacio vacío que rodeaba la casa de los espíritus. Se trataba de un edificio aislado, y la luz de la luna se reflejaba en la techumbre de tejas que Richard había ayudado a construir a la gente barro. De la chimenea salían volutas de humo.
A un lado, junto a la puerta, una hilera de pollos dormían posados encima de un muro bajo. Las aves observaron cómo Kahlan abría la puerta y franqueaba el paso a Richard, se sobresaltaron ligeramente por el chirrido de los goznes y volvieron a tranquilizarse cuando los dos humanos entraron.
Richard se dejó caer delante del hogar. Kahlan sacó una manta, lo obligó a tumbarse y le colocó la manta debajo de la cabeza a modo de almohada. Luego, mientras se sentaba con las piernas cruzadas a su lado, él se cubrió los ojos con el dorso de las muñecas.
— Creo que debería ir a buscar a Nissel. Tal vez una curandera pueda hacer algo por ti —dijo Kahlan, sintiéndose impotente.
— No, estoy bien. Sólo tenía que alejarme de todo ese barullo. —El joven sonrió sin apartar el brazo de los ojos—. ¿Te das cuenta de que somos unos aguafiestas? Cada vez que acudimos a una, pasa algo.
Kahlan recordó todas las celebraciones a las que habían asistido juntos.
— Tienes razón —admitió, frotándole el pecho con una mano—. Y creo que la única solución es que estemos solos.
— Me encantaría —replicó Richard, y le besó la mano.
Kahlan envolvió su gran mano entre las suyas deseando sentir su calor mientras lo miraba descansar. Excepto por el lento crepitar del fuego, en la casa de los espíritus reinaba el más absoluto de los silencios. La mujer escuchaba la respiración lenta y regular del joven.
Al rato, Richard retiró suavemente la mano y alzó la vista hacia ella. Al hacerlo, la luz de las llamas se reflejó en sus ojos. Inconscientemente, la mente de Kahlan registró algo en su rostro, en concreto en sus ojos, que trataba de decirle algo. Se le antojaba alguien conocido, pero ¿quién? Sus pensamientos le susurraban un nombre, pero la mujer no lo oía con claridad. Kahlan le apartó el cabello de la frente. Ahora ya no tenía la piel tan fría.
— Se me acaba de ocurrir algo —dijo Richard, incorporándose—. He pedido permiso a los ancianos para casarme contigo, pero no te he preguntado a ti.
Kahlan sonrió.
— No, no lo has hecho.
De pronto, Richard pareció incómodo e inseguro de sí mismo. Su mirada vagó ligeramente.
— Lo siento. He sido un estúpido. Debería habértelo pedido a ti primero. Espero que no estés enfadada. Me temo que no soy muy bueno en esto; es la primera vez que lo hago.
— Yo también.
— Supongo que éste no es el lugar más romántico para declararme. Debería ser un lugar muy hermoso.
— Para mí, allí donde tú estés es el lugar más hermoso del mundo.
— Y supongo que debo de estar ridículo pidiéndote que te cases conmigo tumbado y con migraña.
— Si no me lo pides de una vez, Richard Cypher, voy a tener que arrancarte las palabras —susurró la mujer.
Finalmente, los ojos de Richard se posaron en los de Kahlan con tal intensidad que la mujer casi se quedó sin aliento.
— Kahlan Amnell, ¿quieres casarte conmigo?
Inesperadamente, Kahlan se dio cuenta de que no podía hablar. Cerró los ojos y besó los suaves labios de Richard, mientras una lágrima le corría por la mejilla. El joven la envolvió en sus brazos y la estrechó con fuerza contra su cálido cuerpo. Al fin, Kahlan recuperó el habla.
— Sí —respondió, y lo besó de nuevo—. Sí, sí, sí.
La mujer recostó la cabeza contra el hombro de Richard. Mientras éste le acariciaba el cabello, ella escuchaba su respiración y el crepitar del fuego. Abrazándola con ternura, le besó la coronilla; sobraban las palabras. Kahlan se sentía segura entre sus brazos.
Fue entonces cuando dio rienda suelta a su dolor: el dolor de amar a Richard más que a su vida misma y de creer que había sido torturado hasta morir por una mord-sith antes de tener la oportunidad de decírselo; el dolor de creer que nunca podrían estar juntos porque ella era una Confesora y su poder lo destruiría; el dolor de necesitarlo tanto y de amarlo incontrolablemente.
A medida que su angustia se iba consumiendo, ésta era reemplazada por la dicha que le producía lo que le esperaba: toda una vida juntos. La perspectiva le causaba tal excitación que apenas podía respirar. Kahlan se aferró a Richard y deseó fundirse con él, ser uno con él.
La mujer sonrió. Así sería estar casados: ser uno con él; tal como Zedd le dijo en una ocasión: hallar la otra mitad de uno mismo.
Cuando, al fin, levantó la mirada, había una lágrima en el rostro de Richard. Kahlan se secó las lágrimas de las mejillas, y él hizo lo propio. Kahlan confió en que esas lágrimas significaban que Richard también se había liberado de sus demonios.
— Te quiero, Richard —susurró.
Richard la atrajo hacia sí, y sus dedos dibujaron una estela a lo largo de la columna de la mujer.
— Es frustrante que no existan palabras más adecuadas que «te quiero» —dijo el joven—. No bastan para definir lo que siento por ti. Lamento no poder decirte otras.
— Para mí, bastan.
— Entonces, te quiero, Kahlan. Mil veces, un millón de veces, te quiero, y siempre te querré.
Kahlan escuchó el chasquido y el estallido de las llamas, así como los latidos del corazón de su amado y también del suyo. Richard la acunó suavemente. Kahlan deseó quedarse allí, entre sus brazos, para siempre. De pronto, el mundo le parecía un lugar maravilloso.
Richard la cogió por los hombros y la apartó de sí para contemplarla. Sus labios esbozaron una maravillosa sonrisa.
— No puedo creer lo hermosa que eres. Eres la mujer más bella que he conocido. —Con una mano le acarició el cabello—. Me alegro de no habértelo cortado cuando me lo pediste. Tienes un pelo maravilloso. No lo cambies nunca.
— Soy una Confesora, ¿recuerdas? Mi pelo es símbolo de mi poder. Además, yo no puedo cortármelo. Sólo otros pueden.
— Mejor. Yo nunca te lo cortaré. Me encanta tal como eres, poder incluido. Me gustó esa melena tuya desde el primer momento en que te vi, en el bosque del Corzo.
Kahlan sonrió al recordar ese día. Richard la había ayudado a escapar de una cuadrilla. Le había salvado la vida.
— Parece que fue hace mucho tiempo. ¿Echas de menos ese tipo de vida? ¿Ser un simple guía de bosque, sin preocupaciones? Además de soltero —añadió con una sonrisa coqueta.
— Ser soltero, no. Al menos, no teniéndote a ti como esposa. ¿Pero ser un guía de bosque? Quizás un poco. —Richard clavó la mirada en el fuego—. Supongo que, para bien o para mal, soy el verdadero Buscador. Poseo la Espada de la Verdad y las responsabilidades que ésta conlleva, sean cuales sean. ¿Crees que podrás ser feliz siendo la esposa del Buscador?
— Contigo sería feliz viviendo incluso en un tronco hueco. Pero Richard, me temo que sigo siendo la Madre Confesora y yo también tengo responsabilidades.
— Bueno, ya me explicaste qué significa ser Confesora: que, al tocar a alguien, tu poder destruye para siempre a esa persona y ésta únicamente siente una absoluta y mágica devoción hacia ti, sólo vive para cumplir tus deseos. Así es como logras que los criminales confiesen o, ya puestos, que hagan cualquier cosa que tú quieras. ¿Qué otras responsabilidades tienes?
— No te he dicho todo lo que comporta ser la Madre Confesora. Hasta ahora no era importante, pues estaba convencida de que nunca podríamos estar juntos. Creía que íbamos a morir o, si por milagro vencíamos, regresarías a la Tierra Occidental y nunca volvería a verte.
— ¿Te refieres a eso de que eres más que una reina?
— Sí. El Consejo Supremo de Aydindril está formado por representantes de los países más destacados que conforman la Tierra Central. Podría decirse que el consejo gobierna la Tierra Central. Aunque cada país es independiente, deben acatar las decisiones del Consejo Supremo. De este modo, mediante la Confederación de Países, se protegen los objetivos comunes y se mantiene la paz. En vez de luchar, se dialoga. Si un país ataca a otro, se considera un ataque contra la unidad, contra todos, y todos los demás se unirían para repeler la agresión. Reyes, reinas, gobernantes, funcionarios, comerciantes, etc., presentan sus peticiones ante el Consejo Supremo: acuerdos comerciales, tratados fronterizos, acuerdos sobre magia. La lista de demandas y peticiones es interminable.
— Entiendo. En la Tierra Occidental tenemos algo similar. El consejo gobierna del mismo modo. Aunque la Tierra Occidental no es tan grande como para estar dividida en reinos, tiene distritos que se gobiernan a sí mismos, y todos están representados por consejeros en la ciudad del Corzo.
»Mi hermano fue uno de estos representantes y después Primer Consejero, por lo que, indirectamente, conozco los asuntos de gobierno. Veía a los consejeros acudir de distintos lugares para presentar peticiones. Al ser guía, me ocupaba de conducirlos por el bosque hasta la ciudad del Corzo. Aprendí mucho hablando con ellos.
»¿Qué papel desempeña exactamente la Madre Confesora? —inquirió Richard, cruzándose de brazos.
— Bueno, el Consejo Supremo gobierna la Tierra Central… —Kahlan carraspeó y bajó los ojos hasta las manos que tenía en el regazo—, y la Madre Confesora dirige el Consejo Supremo.
— ¿Me estás diciendo que gobiernas a todos los reyes y reinas? —Richard descruzó los brazos—. ¿Que gobiernas todos los países? ¿Toda la Tierra Central?
— Pues… sí, en cierto modo, sí. Verás, no todos los países están representados en el Consejo Supremo. Algunos son demasiado pequeños, como el Tamarang de la reina Milena y la tierra de la gente barro, y hay otros pocos que son reinos de magia, como el reino de los geniecillos nocturnos, por ejemplo. La Madre Confesora defiende los intereses de esos reinos menores. Si lo dejaran, el Consejo Supremo decidiría repartir esas tierras entre sus miembros, y con sus ejércitos lo lograrían fácilmente. Únicamente la Madre Confesora representa a quienes no tienen ni voz ni voto en el consejo.
»Otro problema es que a menudo surgen desavenencias entre los países. Algunos son enemigos acérrimos desde tiempos inmemoriales. Muchas veces, el consejo llega a un punto muerto porque los soberanos, o sus representantes, se empeñan en imponer a toda costa sus demandas, en detrimento del bien común de la Tierra Central. El único interés de la Madre Confesora es el bien común.
»Sin la autoridad central del Consejo Supremo, los diferentes países se disputarían el poder. La Madre Confesora contrarresta dichos intereses particulares con una visión más general, con su guía y su liderazgo.
»Del mismo modo que la Madre Confesora es el árbitro final de la verdad a través de su magia, asimismo es el árbitro final del poder. La palabra de la Madre Confesora es ley.
— Así pues, ¿tú dices a los reyes y reinas qué deben hacer?
— Yo, y la mayoría de las Madres Confesoras que me han precedido, dejamos que el Consejo Supremo decida por sí solo cómo debe gobernarse la Tierra Central. Pero, cuando no logran ponerse de acuerdo o el acuerdo no es justo, los perjudicados son los países que no están representados. Sólo entonces intervenimos para decirles qué hacer.
— ¿Y siempre obedecen?
— Siempre.
— ¿Por qué?
Kahlan inspiró profundamente antes de responder.
— Porque saben que, si no se someten a la autoridad de la Madre Confesora, se quedarán aislados y serán vulnerables ante cualquiera de sus vecinos que ambicione más poder. La guerra duraría hasta que el más fuerte de ellos aplastara a los demás, tal como hizo Panis Rahl, el padre de Rahl el Oscuro, en D’Hara. Saben que, en último término, les conviene que el consejo esté dirigido por un líder independiente e imparcial.
— Pero eso no es lo que conviene a los más fuertes. Ni la bondad ni el sentido común bastan para mantener a raya a los más fuertes.
— Ya veo que entiendes los juegos del poder —comentó Kahlan, sonriendo—. Tienes razón. Saben que, si se atrevieran a dar rienda suelta a sus ambiciones, yo o cualquiera de las Confesoras someteríamos a su soberano con la magia. Pero hay más. Los magos apoyan a la Madre Confesora.
— Creí que los magos evitaban inmiscuirse en asuntos de poder.
— Y así es, en cierto modo. Su amenaza tiene un efecto disuasorio. Los magos lo denominan la paradoja del poder: si tienes poder, estás dispuesto a usarlo y, en condiciones de hacerlo, no será necesario que lo hagas. Los diferentes países saben que, si no colaboran y aceptan la dirección imparcial de la Madre Confesora, los magos siempre estarían dispuestos a enseñar las desventajas de no mostrarse razonable o de ser ambicioso en exceso.
»Se trata de un entramado de relaciones muy complejas, pero todo se reduce a que yo gobierno el Consejo Supremo y a que, sin mí, los débiles, los indefensos y los pacíficos acabarían por ser invadidos, y los demás serían arrastrados a una guerra en la que sólo uno, el más fuerte, vencería.
Richard volvió a tenderse y ponderó las palabras de Kahlan con un ligero frunce en el rostro. Ella contemplaba cómo la luz del hogar jugaba en sus rasgos faciales. Sentía en qué debía de estar pensando Richard; estaba recordando cómo, con un simple gesto de la mano, había exigido a la reina Milena que se postrara de hinojos ante ella, le besara la mano y le jurara lealtad. Ojalá no le hubiera mostrado todo su poder y lo mucho que era temida, pero había hecho lo que debía. Algunas personas únicamente cedían ante el poder. En caso necesario, un líder debía mostrar ese poder o ser depuesto.
Cuando, por fin, alzó los ojos hacia ella, tenía una mirada grave.
— Habrá problemas. Todos los magos están muertos; se mataron ellos mismos antes de enviarte en busca de Zedd. Así pues, la Madre Confesora no cuenta con su respaldo. Todas las demás Confesoras también están muertas; Rahl el Oscuro las mandó asesinar. Tú eres la última. No tienes aliados. No queda nadie que pueda ocupar tu lugar, si algo te sucede. Zedd nos dijo que nos reuniéramos con él en Aydindril. También él debe de saberlo.
»Por lo que he visto de los poderosos, tanto consejeros de la Tierra Occidental (incluso mi propio hermano) como reinas de la Tierra Central o el mismo Rahl el Oscuro te considerarán un obstáculo en su camino. Lo único que impide que la guerra asole la Tierra Central es la Madre Confesora, y vas a necesitar ayuda para imponerte. Tú y yo, ambos, servimos a la verdad. Voy a ayudarte.
»Si por la amenaza de los magos esos consejeros tenían miedo de conspirar contra la Madre Confesora o causarle problemas —añadió con una astuta sonrisa—, que esperen a conocer al Buscador.
— Eres una persona extraordinaria, Richard Cypher. —Kahlan le acarició el rostro con los dedos—. Pese a que estás con la persona más poderosa de la Tierra Central, me siento como si me permitieses subirme al carruaje que va a llevarte hacia la grandeza.
— No soy más que la persona que te quiere con todo su corazón. Ésa es la única grandeza, y espero estar a la altura. —Richard suspiró—. Era mucho más sencillo cuando sólo estábamos tú y yo, en el bosque, y te preparaba carne asada con espetón sobre el fuego. Me seguirás dejando que te prepare la cena, ¿verdad, Madre Confesora? —le preguntó, mirándola de refilón.
— No creo que a la señora Sanderholt le entusiasme la idea. No le gusta ver a nadie en su cocina.
— ¿Tienes cocinera?
— Bueno, ahora que lo pienso, nunca la he visto cocinar nada. Se dedica sobre todo a mandar a todos y a gobernar en su dominio con un cucharón de madera que agita como si fuera un cetro; prueba la comida y riñe a los cocineros, a los ayudantes y a las criadas. Es la cocinera jefe.
»Cada vez que bajo a la cocina para prepararme algo, se pone frenética y me suplica que ocupe mi tiempo en otra cosa. Según ella, asusto a su gente. Dice que cada vez que bajo a la cocina para pedir algo, los cocineros y ayudantes tiemblan durante días. Así pues, trato de no hacerlo a menudo, aunque me encanta cocinar.
Kahlan sonrió al pensar en la señora Sanderholt. Hacía meses que había abandonado su hogar.
— Cocineros —masculló Richard para sí—. Yo nunca he tenido a nadie que cocinara para mí. Siempre lo he hecho yo mismo. Bueno —añadió, recuperando su sonrisa—, supongo que esa señora Sanderholt podrá hacerme un poco de espacio cuando quiera prepararte algo especial.
— Apuesto a que muy pronto la tendrás rendida a tus pies.
— ¿Me prometes una cosa? —Richard le apretó la mano—. Prométeme que un día dejarás que te lleve a la Tierra Occidental y te muestre los parajes más bellos del bosque del Corzo, lugares que sólo yo conozco. Sueño con enseñártelos.
— Me encantaría —susurró Kahlan.
Richard se inclinó para besarla. Pero, antes de que sus labios se tocaran y que los brazos del hombre la rodearan, Richard se estremeció de dolor. La cabeza le cayó hacia adelante, contra el hombro, al tiempo que gemía. Asustada, Kahlan lo agarró contra sí y lo tumbó mientras él se sujetaba la cabeza con los brazos, incapaz de respirar. El pánico se apoderó de Kahlan. Richard se llevó las rodillas al pecho y rodó sobre un costado.
Apoyando una mano sobre el hombro de Richard, Kahlan se inclinó sobre él y dijo:
— Voy a buscar a Nissel. Enseguida vuelvo.
Richard sólo pudo asentir con la cabeza. Temblaba violentamente.
Kahlan corrió a la puerta, la abrió y salió a la tranquila noche. Mientras cerraba la puerta, se fijó en el vapor que salía de su boca. Con la mirada recorrió rápidamente el muro bajo, bañado por la luz plateada de la luna.
No quedaba ni un solo pollo.
Una forma oscura acechaba detrás del muro, encorvada y quieta.
A la luz de la luna se movió un poco, y dos ojos brillantes y dorados relampaguearon un instante.