Kahlan quiso gritar al sentirse caer al vacío, pero antes de tener la oportunidad de preguntarse qué ocurriría al estrellarse contra el suelo, unas rudas manos la atraparon y la empujaron contra la fría piedra. La puerta se cerró con estrépito, extinguiendo la luz que entraba por la trampilla. A la luz de la antorcha que chisporroteaba en un tedero Kahlan se vio rodeada por un grupo de hombres que sonreían de oreja a oreja y se acercaban a ella.
La cuerda se le clavaba en las muñecas. El terror y la impotencia dejaron paso a la acción desesperada. Kahlan propinó una patada en la entrepierna a uno de los hombres. Al estar con la espalda contra el suelo, contaba con el firme apoyo necesario para hacer mucho daño. Inmediatamente clavó el talón en el rostro de otro que se inclinaba sobre ella. El hombre retrocedió gritando. Kahlan propinaba frenéticamente puntapiés.
Unas manos la cogieron por los tobillos. Kahlan sacudió las piernas, pero la tenían bien sujeta. Entonces rodó a un lado, se desasió de las garras que la aprisionaban y corrió a gatas hasta una esquina. Pero su libertad fue sólo momentánea, pues los hombres le inmovilizaron de nuevo las piernas, que Kahlan agitaba.
Mientras luchaba, Kahlan trataba desesperadamente de pensar algo. La chispa de una idea quiso llamarle la atención. Era algo sobre Zedd, pero no podía pensar claramente.
Los hombres, que se peleaban entre sí por llegar hasta ella, le subieron el vestido blanco. Kahlan sintió unas manos que le manoseaban los muslos. Unos dedos grandes y rollizos se engancharon en sus prendas interiores y la despojaron de ellas, quitándoselas por los pies. Kahlan notaba en la piel unas rudas manos y el aire frío. Tenía que luchar contra esos hombres y al mismo tiempo contra la sensación de pánico.
Había dejado a dos hombres fuera de combate; uno se sujetaba la entrepierna y el otro estaba despatarrado en el suelo sangrando por la cara que Kahlan le había destrozado. Pero aún quedaban otros diez y todos se le echaban encima al mismo tiempo. Luchaban entre sí para ver quién se ponía antes encima de ella. Había uno, el más fornido, que estaba ganando la batalla. Kahlan apenas podía respirar.
Haciendo un frenético esfuerzo, la chispa de una idea prendió. Kahlan recordó haberle pedido a Zedd que le quitara su poder para así poder amar a Richard, pero Zedd le había dicho que era imposible despojar a una Confesora de su poder, que nacía ya con esa magia y que, mientras viviera, eran inseparables.
¿Cómo había conseguido Ranson arrebatarle su poder? Zedd era mago de Primera Orden. No había otro hechicero con más poder que él. ¿Por qué Ranson no había querido ser el primero en violarla? Según él, porque le daba asco, aunque también había dicho que iba a arrebatarle su dignidad. ¿Por qué no había querido hacerlo?
Porque tenía miedo. Tenía miedo que descubriera el engaño. Entonces lo entendió. Ranson había usado con ella la Primera Norma de un mago, que decía que la gente es capaz de creerse cualquier cosa si quiere creer que es verdad, o porque teme que lo sea. Ella temía que fuese cierto que Ranson la hubiera desposeído de su poder. Tal vez el hechicero había usado magia para infligirle dolor y así enmascarar su capacidad de sentir su propia magia. La había engañado para que creyera aquello que temía.
Mientras notaba las manos de los hombres que la sobaban, Kahlan luchó por sentir su poder. Trataba de hallar ese lugar de calma en el que residía su magia, pero no lograba encontrarlo. Todo lo que sentía era un gran vacío. Donde antes siempre había sentido el manantial de su magia, ahora sólo sentía un insensible y apagado vacío.
Kahlan tuvo deseos de llorar al sentir las manos de los hombres en sus piernas y entre ellas, pero no podía permitirse perder el control o perdería también su única oportunidad. Pero, por mucho que se esforzara, era incapaz de encontrar su magia y conjurarla. Simplemente había desaparecido. Tenía que soltarse las manos como fuera.
— ¡Esperad! —gritó.
Todos los hombres se detuvieron un instante, alzaron la cara y la miraron. Kahlan jadeó, tratando de recuperar la respiración.
«Habla —se ordenó—, habla ahora mientras tienes oportunidad.»
— ¡Lo estáis haciendo todo mal! —les espetó.
Los hombres se echaron a reír.
— Tranquila, ya verás cómo sabemos hacerlo muy bien —repuso uno de ellos.
Kahlan luchó por controlar su miedo y pensar. Iban a violarla, y ella no podía detenerlos. Resistiéndose de ese modo sólo conseguía alimentar su propio miedo. Solamente tenía una oportunidad, y era usar la cabeza. Tenía que frenarlos para darse tiempo para pensar.
— Si lo hacéis de este modo, no sacaréis la máxima satisfacción de mí.
Todos fruncieron el entrecejo.
— ¿Qué quieres decir?
— Si lucháis entre vosotros y conmigo, no podréis gozarme de verdad. ¿No sería mucho más agradable si cooperara?
Los hombres se miraron entre sí. Uno, situado a un lado, tomó la palabra:
— Tiene parte de razón. La reina fue de lo más aburrida después de la primera vez.
— ¿Reina? ¿Qué reina? Estáis fanfarroneando. No habéis tenido ninguna reina.
— La reina Cyrilla —dijo otro hombre—. Se desmayó mientras la gozábamos y luego se volvió imbécil. Se estaba todo el tiempo allí tumbada, como un pescado muerto. Pero, no obstante, fue nuestra. Poseímos a una reina.
Kahlan tuvo que reprimir un grito, así como el impulso de empezar de nuevo a dar patadas después de lo que acababa de escuchar. Le esperaba la misma suerte que a Cyrilla.
Su única oportunidad era usar la cabeza. Necesitaba tiempo para encontrar su magia y, por si acaso lo lograba, los hombres tenían que estar separados. De otro modo nueve reducirían fácilmente a uno. Primero debía organizar la escena en previsión de que su magia funcionara. Y ese uno tenía que ser el más fuerte.
Por un instante abandonó la idea, por miedo a que no la salvara y, sobre todo, por miedo a no tener agallas para ponerla en práctica. Pero se dio cuenta de que, incluso si no funcionaba, no importaba. De un modo u otro iban a violarla. Al menos tenía que intentarlo. ¿Qué podía perder?
— A eso me refiero. ¿No preferiríais que cooperara? Voy a estar aquí encerrada durante días. Cada uno de vosotros tendréis tiempo suficiente para estar conmigo. ¿No preferís que ayude? De ese modo, todos conseguiríais lo que queréis. —Kahlan tuvo la impresión de que iba a vomitar.
— Continúa —le ordenó con voz áspera el más fornido de los diez.
Kahlan reforzó su resolución.
— Yo nunca… nunca he estado con un hombre. —Los hombres celebraron con gritos su buena suerte. Kahlan esperó hasta sentir de nuevo sobre ella sus miradas lascivas y tuvo que luchar contra el chillido que le nacía en la garganta al verlas—. Como he dicho, nunca he estado con un hombre. Sé que vais a poseerme y que no puedo deteneros. Si de todos modos va a suceder, creo que prefiero… disfrutarlo.
Sus hambrientas sonrisas se hicieron más amplias.
— ¿Ah sí? Bueno, ¿y con qué crees que disfrutarías más, noble señora?
— Querría que me lo hicieseis de uno en uno. ¿No creéis que también sería mejor para vosotros? Si en vez de pelear entre vosotros esperarais vuestro turno, podrías concentraros en gozar de todo lo que una mujer de verdad puede ofreceros.
Un par de los hombres la agarraron por las piernas separándoselas, mientras gruñían que querían tomarla a su manera. El más grandote de los diez, el de la voz áspera, los apartó y lanzó a uno contra el muro. La cabeza del hombre golpeó ruidosamente contra la piedra.
— ¡Dejadla hablar! ¡Lo que dice tiene sentido! —Entonces posó en Kahlan su despiadada mirada y dijo—: Oigamos tu oferta.
Kahlan trató de hablar lentamente, como si la idea que iba a exponer la intrigara, y que sonara segura de sí misma. Se encogió de hombros y propuso:
— Si lo hacéis a mi manera, os daré todo lo que queráis. Me aseguraré de que cada uno disfrute de lo que más le gusta.
Algunos de los hombres se rieron entre dientes. Los ojos del hombre más fornido reflejaron recelo.
— ¿Por qué? —quiso saber—. ¿Y cómo sabemos que hablas en serio?
— Porque de ese modo yo también pasaré un buen rato —contestó Kahlan, tragándose el miedo—. Desátame las manos y te demostraré que lo digo muy en serio.
Kahlan se inclinó hacia adelante mientras el hombretón le desataba las manos. Otro de los hombres aprovechó la oportunidad para acariciarle los senos. Kahlan se dejó hacer. Por fin, cuando ya tuvo las manos libres, se frotó las doloridas muñecas y luego sonrió al hombre fornido al tiempo que le acariciaba una mejilla.
El hombre le apartó bruscamente la mano del rostro.
— Se te acaba el tiempo. Será mejor que nos demuestres que hablas en serio.
Kahlan se armó de valor mientras se recostaba contra el muro. Entonces se subió el vestido por encima de la cintura, dobló las rodillas y separó las piernas.
— Tócame —dijo al hombretón, mirándole a los ojos.
Otros tres hombres hicieron ademán de ir a por ella, pero Kahlan les apartó las manos.
— ¡He dicho que uno a uno! ¿Cómo te llamas? —preguntó al hombre fornido, que descollaba entre los demás.
— Tyler.
— Uno a uno. Tú primero, Tyler. Tócame.
El sonido de fuertes jadeos resonaba entre los muros de piedra. Tyler la acarició. Kahlan tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para mantener las piernas separadas. Tenía que esforzarse para seguir respirando. Rezó para no echarse a temblar.
Una amplia sonrisa apareció en la faz del gigantón mientras que con una de sus manazas la sobaba. Con gesto tímido y coqueto Kahlan le apartó la mano y juntó las rodillas.
— ¿Lo ves? ¿No es mejor esto que una mujer delicada que se desmaya con sólo tocarla y se queda tumbada en el suelo como un pescado muerto?
Todos convinieron en que era mucho mejor. Tyler la miró con recelo.
— Pareces una de las Confesoras.
— ¿Confesora yo? —Kahlan soltó una carcajada—. ¿Te parece éste el pelo de una Confesora? —preguntó, cogiéndose uno de sus cortos mechones. Era tan corto que sintió el impulso de gritar angustiada.
— No… pero el vestido…
— Bueno, se lo tomé prestado —explicó Kahlan.
— Por lo que sé, no se suele condenar a muerte por robar un vestido. ¿Cómo has acabado aquí con nosotros?
Kahlan alzó el mentón.
— No he hecho nada. Soy inocente.
Los hombres rieron y dijeron que también ellos eran inocentes. Tyler no se unió a las risas. Tenía una peligrosa expresión en los ojos. Kahlan sabía que tenía que hacer algo y rápido.
El corazón le latía con tanta fuerza, que creyó que se le saldría del pecho. Cogió una mano de Tyler entre las suyas, volvió a colocársela entre las piernas y apretó los muslos contra ella.
La lasciva sonrisa del hombre borró el gesto de sospecha de su rostro.
— ¿Qué quieres que hagamos? —preguntó.
— Me entregaré a vosotros, pero de uno en uno. Mientras cada uno de vosotros me toma aquí, los demás esperarán en ese otro rincón. De ese modo me sentiré lo bastante segura como para disfrutar y estaré lo bastante cómoda para asegurarme de que también vosotros disfrutéis. —Kahlan posó de nuevo los ojos en el más corpulento y se humedeció los labios, sonriendo—. Y tengo otra condición; quiero que tú seas el primero. Siempre he deseado a un hombre realmente fuerte.
Kahlan se estremeció ante la mirada del hombre, pero se dijo que ella era la Madre Confesora y que no podía perder la cabeza. Nuevamente se humedeció los labios y se meneó contra la mano del hombre.
Tyler estalló en carcajadas. Todos los demás se unieron a sus risas.
— Ya os conozco a vosotras, las grandes damas; miráis a todo el mundo por encima del hombro pero, cuando llega el momento, no sois más que unas putas, como todas las demás.
La sonrisa del hombretón se desvaneció de un modo que sobrecogió a Kahlan.
— Retorcí el cuello a la última puta que se creía mejor que yo y decidió cambiar de opinión. Ese mago nos dijo qué nos haría si te matábamos, pero si te echas atrás te juro que lo lamentarás. —Kahlan apenas logró esbozar una débil sonrisa y asentir—. Muy bien, empecemos.
Con un amplio gesto del brazo obligó a los demás a retroceder al extremo opuesto del pozo. Kahlan buscaba desesperadamente su magia. Tyler dijo a sus compañeros que decidieran entre ellos quién sería el siguiente. Luego se volvió hacia la mujer y empezó a desabrocharse los pantalones.
Kahlan buscó frenéticamente el modo de ganar tiempo. Necesitaba más tiempo para encontrar su poder.
— ¿Qué tal un beso primero? —sugirió.
— No necesito ningún beso —gruñó Tyler—. Ábrete de piernas como antes. Eso me gusta.
— Bueno, es que no hay nada que excite más a una mujer y la impulse a complacer al hombre que un buen beso.
El hombre se quedó un momento en silencio, tras lo cual le pasó un brazo alrededor del hombro y la estrelló contra el suelo junto a él.
— Será mejor que te excites pronto, antes de que pierda la paciencia.
— Lo prometo. Sólo un besito.
Tyler apretó los labios contra los suyos. Kahlan ahogó un grito al notar la mano del hombre entre sus piernas. Ahora ya no la acariciaba sino que presionaba con insistencia. El hombre tomó el sonido de Kahlan por cooperación y apretó los labios con más fuerza. Ella le rodeó el cuello con los brazos. El olor del hombre casi la hizo vomitar.
Trataba de concentrarse para hallar la calma, como siempre hacía antes de usar su poder. Pero esa vez no la encontraba. Desesperada, buscó el manantial de su magia pero nada halló.
El fracaso hizo acudir lágrimas a sus ojos. Tyler respiraba cada vez más fuerte. Le apretaba los labios con tanta intensidad, que le estaba haciendo daño. No obstante, Kahlan fingió que disfrutaba.
Era casi imposible concentrarse con el terror que le inspiraba o sintiendo lo que la mano del hombre le hacía entre las piernas, pero no osó detenerlo. Pese al nudo de pánico que le atenazaba la garganta, se forzó a mantener las piernas abiertas. Clavó los talones en el suelo, y los pies le temblaron dentro de las botas.
Kahlan se riñó a sí misma. Ella era la Madre Confesora y había usado su poder en innumerables ocasiones. Nuevamente lo probó, pero nada. El recuerdo de las muchachas violadas en Ebinissia le impedía concentrarse.
Entonces pensó en Richard y casi prorrumpió en sollozos por el anhelo de volverlo a ver. Si quería verlo una vez más, su única oportunidad era usar la magia. Tenía que ser fuerte. Debía hacerlo por él.
Nada ocurrió. Kahlan se dio cuenta de que gemía de frustración con su boca pegada a la de Tyler. El hombre lo interpretó como pasión. Apartó el rostro apenas unos centímetros y le dijo:
— Abre más las piernas, para que todos vean lo mucho que una elegante dama desea a Tyler.
Sumisa, Kahlan acercó los talones al cuerpo y separó más las rodillas. Todos los hombres lanzaron vítores. Kahlan sentía cómo las orejas le ardían y recordó que Ranson la había amenazado con robarle su dignidad. Tyler volvió a besarla con fuerza. A Kahlan las lágrimas se le escapaban por las comisuras de los ojos.
No funcionaba. Era incapaz de hallar su poder, si es que aún lo conservaba. No tenía elección; tendría que seguir adelante con lo que había prometido a esos hombres pues de otro modo, además de abusar de ella, la molerían a palos. No podía escaparse.
La imagen de las pobres mujeres de Ebinissia no se le iba de la cabeza. Eso mismo era lo que iba a sucederle a ella. No había ninguna esperanza. Kahlan se dio por vencida; se rindió a lo que iba a ocurrir.
De pronto recordó algo que su padre le había enseñado: «Si alguna vez te rindes, Kahlan, estás perdida. Lucha con todas tus fuerzas, hasta el último aliento si es necesario, pero no arrojes la toalla. Nunca te rindas. No ofrezcas al enemigo la victoria en bandeja de plata. Lucha con todo lo que tienes hasta el último aliento». Ella estaba haciendo justo lo contrario.
Tyler se incorporó.
— Basta de besos. Ya estás lista.
Se le había acabado el tiempo. Se preguntó si Richard la odiaría por eso. No. Comprendería que no había tenido elección. Solamente lo defraudaría si ella se avergonzaba de ser una víctima. Antes de que Denna consiguiera lo que quería de él, Richard había sufrido un insoportable tormento. Richard sabía perfectamente qué era estar indefenso. De algún modo, también él había sido violado. Richard no la culparía, sino que la consolaría.
«Si con Tyler no lo lograba —se dijo Kahlan—, lo intentaría con el siguiente y, si no, con el tercero. No iba a rendirse. Trataría de hallar el poder dentro de sí con cada uno de ellos.»
— Mantén las piernas abiertas —le ordenó Tyler. El hombre gruñó mientras se desabrochaba los pantalones. Kahlan cayó en la cuenta de que, involuntariamente, había juntado las rodillas. Obedientemente las separó. Una lágrima le rodó por la mejilla.
«Queridos espíritus —rezó—, ayudadme.»
No. Los buenos espíritus nunca la habían ayudado. Nunca, pese a todo lo que había hecho por ellos, pese a sus súplicas. Y tampoco ahora la ayudarían.
Al Custodio con ellos; eran despreciables.
«No llores —se dijo a sí misma—. Resiste. Lucha hasta el último aliento si es necesario.»
— Por favor —pidió a Tyler—. Dame sólo un beso más.
— He dicho que basta de besos. Es hora de que cumplas tu promesa. Ahora me toca a mí.
Kahlan acercó más los talones al cuerpo, separó las rodillas al máximo y meneó el trasero. Tyler la contemplaba con mirada lasciva.
— Oh, por favor. Nunca nadie me había besado como tú. Sólo un beso más. —Tyler respiraba agitadamente—. Luego te complaceré como ninguna mujer ha hecho antes. Sólo un beso.
El hombre se dejó caer sobre ella, entre sus piernas. El peso la dejó sin respiración.
— Uno más y luego tendrás que cumplir.
Tyler aplastó su peluda cara contra la faz de Kahlan. Estaba fuera de control. Apretaba con tal fuerza los labios de la mujer, que los dientes se los cortaban. Kahlan trató de hacer caso omiso del dolor que le causaba soportar el peso del hombretón.
Entonces agarró el musculoso cuello del reo con ambas manos. Los pulmones le pedían aire a gritos. Ésta era su última oportunidad, su último aliento. «Lucha con él —se dijo—. Resiste. Lucha por Richard.»
Como tantas veces antes, liberó el control, aunque en esta ocasión no notaba que el poder se opusiera.
Fue como sumergirse en un pozo oscuro y sin fondo. En el pozo retumbó un trueno silencioso.
La violenta sacudida en el aire produjo una rociada de polvo de piedra. Todos los hombres gritaron de dolor, pues habían asistido muy de cerca a la descarga de poder.
Kahlan casi gritó de alegría. Volvía a sentir la magia dentro de sí. Era débil, pues acababa de usarla, pero allí estaba. La había recuperado o, mejor dicho, nunca la había perdido. Ranson la había engañado con la Primera Norma.
Tyler se apartó de ella. La mandíbula le colgaba laxa. La miró a los ojos.
— Mi ama —susurró—. ¿Qué ordenáis?
Los otros hombres iban a por ella.
— ¡Protégeme!
Tyler estrelló la cabeza de un par de sus compañeros contra el muro, manchándolo de sangre. Luego agarró a otro por el brazo. En el pozo resonaron chillidos de dolor. Durante unos minutos se libró una feroz batalla, hasta que Kahlan fue capaz de dirigir a Tyler para lograr su objetivo: una tregua.
No quería que luchara contra todos sus compañeros, pues si lograban reducirlo, ella estaría perdida. Lo que quería era mantenerlos a distancia, con Tyler guardándola. Ésa era su mejor oportunidad para sobrevivir hasta que su poder se recuperara.
Kahlan gritó órdenes a los hombres así como a Tyler. Quedaban seis aún capaces de luchar y estaban furiosos. Otro se retorcía en el suelo con gritos de dolor y los otros cuatro, incluyendo el que había recibido de ella un puntapié en la cara, no se movían.
Dijo a los supervivientes que mantendría a Tyler a raya siempre que se quedaran en su rincón. De mala gana los hombres se agruparon en el lado opuesto, arrastrando a sus compañeros heridos o muertos. Los chillidos acabaron de convencerlos para que aguardaran el momento oportuno antes de enfrentarse al hombretón de mirada enloquecida. Kahlan les obligó a que le devolvieran la ropa interior amenazándoles con lanzar a Tyler contra ellos.
Luego se sentó en un rincón con la espalda apoyada en el muro. Tyler se puso de cuclillas ante ella, en posición presta, balanceándose sobre los talones. Los hombres los observaban a ambos. Kahlan sabía perfectamente que esa frágil tregua no podría durar muchos días. Más pronto o más tarde, Tyler agotaría las fuerzas, los hombres lo reducirían y luego irían a por ella. Y los hombres también lo sabían.