10

Cuando Richard regresó, Kahlan estaba sentada con la vista fija en las llamas. Había estado ausente mucho tiempo. Después de desahogarse, Kahlan había ido a casa de Savidlin y Weselan para explicarles lo sucedido, tras lo cual había regresado a la casa de los espíritus a esperar a Richard. Sus amigos le habían dicho que fuera a buscarlos, si necesitaba cualquier cosa.

Richard se sentó junto a ella y la abrazó, recostando su cabeza contra el hombro de la mujer. Ésta le acarició la nuca con los dedos y lo estrechó contra sí. Quería decir algo, pero también lo temía, por lo que se limitó a abrazarlo.

— Odio la magia —susurró al fin Richard—. Volverá a interponerse entre nosotros.

— No lo permitiremos. Ya se nos ocurrirá algo.

— ¿Por qué ha tenido que matarse?

— No lo sé —susurró Kahlan.

Richard apartó los brazos y sacó del bolsillo de su camisa algunas de las hojas de Nissel. Se sentó y, mientras las iba masticando, contempló las llamas con el rostro contraído por el dolor.

— Tengo ganas de salir corriendo, pero no sé adónde ir. ¿Cómo puede uno escaparse de algo que lleva dentro?

— Richard, sé que lo que voy a decirte no va a gustarte, pero, por favor, escúchame. —Con una mano le frotaba sin cesar una pierna—. La magia no es tan mala. —En vista de que el joven no protestaba, prosiguió—: Lo que es malo es el uso que algunas personas hacen de ella, por ejemplo Rahl el Oscuro. Yo he tenido magia toda mi vida. He tenido que aprender a vivir con lo que soy. ¿Me odias acaso por poseer magia?

— Claro que no.

— ¿Me amas a pesar de mi magia?

— No —contestó tras un minuto de reflexión—. Quiero todo lo que eres, y tu magia es parte de ti. Así es como logré que tu magia de Confesora no me aniquilara. Si te amase pese a tu poder, no podría haberte aceptado como lo que eres. Tu magia me habría destruido.

— ¿Ves? La magia no es tan mala. Las dos personas a las que más amas en el mundo poseen ambas magia: Zedd y yo. Por favor, escúchame. Tú posees el don. Es realmente un don y no una maldición. Es algo maravilloso y muy poco usual, algo que puede usarse para ayudar a los demás. Tú ya lo has hecho. Tal vez deberías tratar de pensar en él de este modo, en vez de tratar de combatir algo contra lo que no puedes luchar.

Richard se quedó contemplando las llamas largo rato mientras ella le acariciaba una pierna por encima del pantalón. Cuando, al fin, habló, Kahlan a duras penas pudo oírlo.

— Nunca más llevaré un collar.

La mirada de Kahlan se posó en el agiel. La barra de piel color rojo le pendía de una elegante cadena de oro que llevaba al cuello y se balanceaba ligeramente al ritmo de su respiración. La mujer sabía que se trataba de un instrumento de tortura, aunque ignoraba cómo funcionaba. Lo único que sabía era que no le gustaba ni pizca que lo llevara. Haciendo un esfuerzo, preguntó:

— ¿Te obligó la mord-sith a llevar un collar?

— Se llamaba Denna —replicó Richard, sin apartar la mirada del fuego ni por un segundo.

Kahlan se volvió hacia él, pero el joven seguía sin responder.

— ¿Esa… Denna te obligó a llevar un collar?

— Sí. —Una lágrima le rodó por la mejilla—. Lo usaba para torturarme. Tenía una cadena. Denna sujetaba la cadena en su cinturón y me paseaba arrastrándome por el collar como si fuera un animal. Cuando ataba la cadena a algún sitio, yo no podía moverme. Denna controlaba la magia que me causa dolor cuando uso la espada para matar y podía ampliar esa magia, el dolor. Yo no podía ni siquiera tensar la cadena. Pero yo lo intentaba, no sabes cómo lo intentaba. No te imaginas cómo dolía. Denna me obligó a llevar un collar al cuello y me hizo muchas cosas más.

— Pero los dolores de cabeza te matarán. Las Hermanas han dicho que el collar detendrá los dolores y te ayudará a controlar el don.

— También dijeron que ésa es sólo una de las tres razones; hay dos más. No sé cuáles son. Kahlan, sé que piensas que estoy siendo un estúpido. Yo también lo pienso. Mi cabeza esgrime los mismos argumentos que tú, pero algo dentro de mí me dice lo contrario.

Kahlan alargó una mano para coger el agiel, que hizo rodar entre sus dedos.

— ¿Es debido a esto? ¿Es por lo que Denna te hizo? —Richard asintió, aún con la mirada prendida en las llamas—. Richard, ¿para qué sirve?

Por fin, Richard la miró y agarró el agiel.

— Tócame la mano. No toques el agiel, sólo mi mano.

Kahlan lo hizo; cerró los dedos alrededor del puño de Richard. Al instante la apartó con un grito de dolor. Entonces agitó la muñeca, tratando de calmar la punzada de dolor.

— ¿Por qué no me dolió antes, cuando lo toqué?

— Porque nunca ha sido usado para entrenarte.

— ¿Y por qué a ti no te duele sostenerlo?

Richard seguía aferrando con el puño el centro de la barra de piel roja.

— Sí que me duele. Me duele cada vez que lo toco.

— ¿Me estás diciendo que ahora mismo sientes el mismo dolor que he sentido yo al tocarte la mano? —inquirió Kahlan, muy sorprendida.

— No. Mi mano actuaba como escudo para que no lo sintieras en toda su intensidad —repuso Richard, en cuyos ojos se leía el sufrimiento que le causaba la migraña.

— Quiero saberlo —pidió Kahlan, alargando de nuevo la mano.

— No. —Richard soltó el agiel—. No quiero que tengas que sentir nunca tal dolor. No quiero que sufras nunca de ese modo.

— Por favor, Richard. Quiero saberlo. Quiero comprender.

Richard se quedó mirándola a los ojos, tras lo cual suspiró.

— Ya sabes que hago siempre lo que me pides. —Nuevamente empuñó el agiel—. No lo cojas, pues no es seguro que pudieras soltarlo con la suficiente rapidez. Sólo tócalo. Contén la respiración, aprieta los dientes para no morderte la lengua y tensa los músculos del abdomen.

El corazón le latía con fuerza cuando acercó la mano al agiel. En verdad no quería sentir el dolor, ya había tenido bastante con tocarle la mano, pero tenía que saberlo para comprender en quién se había convertido Richard. Quería saberlo todo sobre él, incluso las partes más dolorosas.

Fue como una tremenda descarga de energía.

El dolor le subió por el brazo y le explotó en el hombro. Kahlan gritó mientras la impresión la tiraba de espaldas. Rodó sobre la barriga, cogiéndose el hombro con la mano contraria. Era incapaz de mover el brazo. Sentía un hormigueo en la mano, que le temblaba. El dolor era tan intenso que estaba conmocionada y aterrorizada. Lloró con la cara pegada al suelo hasta que Richard posó sobre ella una mano en gesto de simpatía. Entonces lloró aún más al entrever lo que le habían hecho.

Cuando, al fin, fue capaz de incorporarse, Richard la seguía mirando mientras sujetaba el agiel en una mano.

— ¿Sientes tú tanto dolor cuando lo sujetas?

— Sí.

Kahlan lo golpeó en el hombro con el puño.

— ¡Suéltalo! —gritó—. ¡Déjalo ya!

— A veces, tocarlo me ayuda a distraerme de los dolores de cabeza. Lo creas o no, ayuda —comentó Richard mientras soltaba el agiel, de modo que le colgara de nuevo del cuello.

— ¿Quieres decir que los dolores de cabeza son aún peores?

— Sí. Si no fuera por lo que Denna me enseñó sobre el dolor, ahora mismo estaría inconsciente. Denna me enseñó a controlar el dolor, a aguantarlo para poder causarme más y más.

— Richard, yo… —Kahlan pugnaba por contener las lágrimas.

— Lo que tú has sentido es lo mínimo que es capaz de hacer el agiel. —El joven lo cogió de nuevo y se tocó con él la parte interna del otro antebrazo. Bajo el instrumento, la sangre manó a borbotones. Richard lo apartó—. Puede arrancarte la carne del cuerpo como si nada, o romperte los huesos. A Denna le gustaba romperme con él las costillas. Yo oía el ruido que hacían al quebrarse. Todavía no han sanado del todo; aún me duelen cuando estoy tumbado o cuando me abrazas con fuerza. Puede hacer muchas cosas más, incluso matar.

»Denna me ponía grilletes, me ataba los brazos a la espalda y me levantaba con una cuerda sujeta al techo. Entonces me torturaba con el agiel durante horas. Yo le suplicaba que parase hasta quedarme ronco. Pero ella nunca me hizo caso. Ni una sola vez.

»No había nada que yo pudiera hacer para detenerla; estaba totalmente a su merced. Me entrenaba, me enseñaba hasta que, a veces, tenía la impresión de que no me quedaba ni una gota de sangre. Yo le imploraba que me matara, que acabara de una vez por todas con esa tortura. Yo mismo me habría matado, pero ella me lo impedía con magia. Me obligaba a arrodillarme ante ella y a suplicarle que usara el agiel conmigo. Yo habría hecho cualquier cosa que me ordenara. A veces invitaba a una amiga para compartir la… diversión.

Kahlan apenas podía respirar, y mucho menos moverse.

— Richard, yo…

— Cada día me conducía arrastrándome por el collar hacia un lugar donde me colgaba de una cuerda. Era una sala donde podía torturarme con el agiel sin distracciones y sin importar que se manchara con mi sangre. A veces empezaba por la mañana y no paraba hasta la noche. Y por la noche…

»Esto es lo que significa para mí llevar un collar. Puedes decirme que es lo más sensato, que me ayudará y que no tengo elección, pero eso es lo que significa para mí llevar un collar.

»Sé exactamente cómo te notas el hombro justo en estos momentos; es como si te hubieran quemado la piel, te hubieran arrancado el músculo y te hubieran roto los huesos. Esto es lo que se siente al llevar el collar de una mord-sith, sólo que en todo el cuerpo al mismo tiempo y durante todo el día. Añádele a esto el saber que nada puedes hacer para ponerle fin, que nunca podrás escapar y que nunca más verás a la única persona a la que podrás amar. Prefiero la muerte antes que volver a ponerme un collar.

Kahlan se masajeó el hombro. Richard había descrito a la perfección el dolor que sentía, y no se le ocurría nada que decir. El sufrimiento que sentía en su interior era tan intenso que le impedía hablar. Así pues, se quedó sentada mirándolo a él contemplar las llamas, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Sufría por él.

Entonces se oyó decir algo que se había prometido a sí misma que nunca preguntaría.

— Denna te tomó como pareja, ¿verdad? —Apenas había acabado de pronunciar estas palabras cuando deseó poder borrarlas, aunque una parte de sí deseaba saber la respuesta.

— Sí —susurró Richard, impasible, con los ojos fijos en las llamas. Otra lágrima le corrió por el rostro—. ¿Cómo lo sabes?

— Demmin Nass vino con dos cuadrillas para atraparme. Rahl el Oscuro había tejido alrededor una red que lo protegía de la magia de Zedd y de la mía. Zedd no podía hacer nada; la magia lo tenía inmovilizado. Demmin Nass me contó lo que te había ocurrido, y me dijo que habías muerto. Fue entonces cuando invoqué el Con Dar y lo maté.

Richard cerró los ojos, mientras otra lágrima le rodaba.

— Me fue imposible impedírselo. Te lo juro, Kahlan… lo intenté. No puedes ni imaginarte lo que me hizo Denna por resistirme. No podía luchar contra ella. Ella podía hacerme cualquier cosa que se le antojara. No tenía bastante con torturarme durante el día, sino que también tenía que hacerme daño por la noche.

— ¿Cómo puede ser alguien tal malvado?

Richard clavó los ojos en el agiel mientras volvía a empuñarlo.

— Fue capturada a los doce años y la entrenaron con este mismo agiel. No me hizo nada que no le hubieran hecho antes a ella una y otra vez, durante años. Torturaron a sus padres hasta matarlos delante de ella. No había nadie que pudiera ayudarla.

»Se hizo mujer bajo la amenaza del agiel, rodeada por personas que sólo querían hacerle daño. No había nadie que le diera una palabra de esperanza, de consuelo ni de amor.

»¿Puedes imaginarte su terror? Le impusieron una vida de sufrimiento sin fin. La violaron en cuerpo y en espíritu; la quebraron y la convirtieron en una de ellos. El mismo Rahl el Oscuro se ocupó de ella personalmente.

»Cada vez que me torturaba con el agiel, ella sentía el mismo dolor que yo. Ya ves, cosas de esa magia que tanto defiendes. Un día, Rahl el Oscuro la golpeó durante horas, porque creyó que no me torturaba con la suficiente saña. La azotó hasta arrancarle la piel de la espalda.

»Y, para rematarlo, al final de una vida de dolor y locura, se encontró conmigo, que volví blanca la Espada de la Verdad y la maté con ella. —Richard lloraba con la cabeza caída—. Lo único que me pidió antes de que la atravesara con la espada fue que llevara su agiel y la recordara. Yo fui el único que comprendió su dolor. Era lo único que quería: alguien que la comprendiera y la recordara.

»Después de prometérselo, Denna me colgó el agiel al cuello. Luego se quedó allí, inmóvil, mientras mi espada se le clavaba en el corazón. Había confiado en que tuviera el poder suficiente para matarla.

»Así es como alguien puede ser tan malvado. Si pudiera, resucitaría a Rahl el Oscuro para matarlo de nuevo.

Kahlan se quedó inmóvil, aturdida, atrapada en un torbellino de emociones encontradas. Odiaba a la tal Denna por haber hecho daño a Richard, sentía hacia ella unos celos incomprensibles y al mismo tiempo, inesperadamente, la compadecía con todo su corazón. Al fin, giró el rostro y se enjugó las lágrimas.

— Richard, ¿por qué fracasó Denna contigo? ¿Por qué fue incapaz de quebrarte? ¿Cómo conservaste la cordura?

— Porque, tal como dijeron las Hermanas, compartimenté mi mente. No sé como explicarlo, ni siquiera sabía exactamente qué estaba haciendo, pero fue así cómo conseguí salvarme. Conservé mi esencia y sacrifiqué todo lo demás. Dejé que hiciera conmigo lo que quisiera. Rahl el Oscuro dijo que lo que hice demostraba que poseía el don. Él fue el primero en usar la palabra compartimentar.

El joven se tumbó de espaldas y se tapó los ojos con un brazo. Kahlan cogió una manta y le hizo una almohada con ella.

— Lo siento tanto, Richard —susurró.

— Es agua pasada; ahora ya no importa. —El joven apartó el brazo de los ojos y, por fin, le dirigió una sonrisa—. Es agua pasada y ahora estamos juntos. De algún modo fue positivo. Si Denna no me hubiera enseñado, sería incapaz de soportar este dolor de cabeza. Tal vez Denna me ayudó, y tal vez lo que me enseñó me ayude a salir de ésta.

— ¿Es realmente tan terrible justo ahora? —Kahlan se estremeció en solidaridad con él.

— Sí, pero prefiero morir antes que volver a llevar un collar alrededor del cuello.

Por fin Kahlan lo entendió, aunque deseó no hacerlo. La mujer se acurrucó junto a él. Las llamas eran una mancha borrosa.


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