Rachel apretó contra el pecho su muñeca y se quedó mirando fijamente la cosa oscura que la observaba desde los matorrales. Al menos, a ella le parecía que la observaba, aunque era difícil decirlo, pues los ojos eran tan negros como el resto de la bestia, menos cuando la luz les daba de pleno; entonces eran dorados y brillantes.
La niña estaba acostumbrada a ver animales en el bosque —conejos, mapaches y ardillas—, pero eso era más grande, tanto como ella o incluso más. Tal vez era un oso, se dijo, pues los osos también son oscuros.
Pero no se hallaba en el bosque, sino en un palacio. Era la primera vez que se encontraba en un bosque bajo techo. Rachel se preguntó si en él vivirían también animales, como en los bosques al aire libre.
Se hubiera asustado si Chase no estuviera allí junto a ella, pero sabía que con él al lado estaba a salvo. Chase era el hombre más valiente que hubiera conocido nunca. No obstante, no podía evitar sentirse algo asustada. Chase le había dicho que era la niña más valiente que conocía, y ella no quería que pensara que se asustaba de un conejo.
Tal vez no era más que eso: un conejo muy grande sentado encima de una roca o algo así. Pero los conejos tienen orejas largas. Quizá sí que se trataba de un oso. Rachel se metió en la boca un pie de la muñeca.
Entonces se volvió y miró el sendero, las hermosas flores, los muretes cubiertos de plantas trepadoras y los prados, hasta que posó la vista en Chase, que hablaba con Zedd, el mago. Ambos estaban de pie junto a una mesa de piedra, miraban las cajas y discutían acerca de qué iban a hacer con ellas. Rachel se alegró, pues eso significaba que Rahl el Oscuro no las había conseguido y que ya nunca más haría daño a nadie.
Rachel dio media vuelta para asegurarse de que la cosa negra no se le acercaba, pero ya no estaba. La niña miró alrededor, pero no pudo verla.
— Sara, ¿dónde crees que puede haber ido? —susurró.
La muñeca no respondió. Rachel mordió el pie de Sara y echó a andar en dirección a Chase. Aunque tenía ganas de correr, no quería que Chase creyera que no era valiente; se había sentido muy bien cuando el guardián la había llamado valiente. Sin detenerse, echó una mirada por encima del hombro, pero no vio la cosa oscura por ninguna parte. Tal vez había regresado a su madriguera. Aún tenía ganas de correr, pero se contuvo.
Al llegar junto a Chase, se arrimó a él y le abrazó una pierna. Chase y Zedd estaban hablando, y Rachel sabía que era de mala educación interrumpir, por lo que esperó chupando el pie de Sara.
— ¿Qué pasaría si te limitaras a cerrar la tapa? —preguntaba Chase al mago.
— ¡Cualquier cosa! —Zedd alzó sus entecos brazos. Se había alisado el cabello blanco, pero aún despuntaban algunos mechones—. ¿Cómo quieres que lo sepa? El hecho de que sepa que son las cajas del Destino no significa que sepa qué hacer con ellas ahora, una vez que Rahl el Oscuro ha abierto una. La magia del Destino lo mató por abrir una, y podría haber destruido el mundo. Podría matarme a mí por cerrarla, o algo peor.
— Bueno —replicó Chase, lanzando un suspiro—, no podemos dejarlas aquí sin hacer nada, ¿verdad? ¿No crees que deberíamos hacer algo?
El hechicero observó ceñudo las cajas, absorto en sus pensamientos. Tras más de un minuto de silencio, Rachel tiró de una manga de Chase. El hombre bajó la vista hacia ella.
— Chase…
— ¿Chase? ¿No recuerdas las normas? —El hombre puso los brazos en jarras y torció el gesto, fingiéndose disgustado, hasta que la niña soltó una risita y se le agarró a la pierna con más fuerza—. Hace apenas unas pocas semanas que eres mi hija y ya estás incumpliendo las reglas. Ya te dije que debías llamarme «papá». No permito a ninguno de mis hijos que me llame Chase. ¿Entendido?
Rachel sonrió de oreja a oreja y asintió.
— Sí, Ch… papá.
Chase puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, tras lo cual despeinó el cabello de la niña.
— ¿Qué quieres?
— Hay un animal muy grande entre los árboles; un oso o algo peor. Creo que deberías desenvainar la espada e ir a ver.
— ¡Un oso! ¿Aquí dentro? —Chase se rió—. Niña, estamos en un jardín interior, y aquí no hay osos. Será un truco de la luz.
— No, creo que no Ch… papá. Me estaba mirando.
Chase sonrió, volvió a despeinarla, posó una de sus manazas sobre la mejilla de la pequeña y le apretó la cabeza contra su pierna.
— En ese caso, quédate junto a mí, y no te molestará.
Rachel asintió con un pie de Sara en la boca, mientras Chase le mantenía la cabeza contra su pierna. Ahora ya no se sentía tan asustada, por lo que volvió a posar la mirada en los árboles.
La cosa oscura, que se escondía tras uno de los muretes cubiertos de hiedra, corrió hacia ella. Rachel mordió con más fuerza el pie de la muñeca y se le escapó un leve gemido al tiempo que alzaba el rostro hacia Chase. El hombre señalaba las cajas.
— ¿Y qué es esa cosa, esa piedra o joya o lo que sea? ¿Estaba dentro de la caja?
— Sí, pero prefiero no pronunciarme sobre lo que es hasta estar seguro.
— Papá —gimió Rachel—, se está acercando.
— Bien. —Chase bajó la mirada—. Tú vigílala por mí. ¿Cómo que prefieres no pronunciarte? —añadió, dirigiéndose al mago—. ¿Crees que tiene algo que ver con eso que dijiste sobre que el velo del inframundo seguramente se ha rasgado?
Zedd se frotó el terso mentón con sus enjutos dedos mientras contemplaba ceñudo la gema negra colocada delante de la caja abierta.
— Eso me temo.
Rachel miró el murete para comprobar la posición de la cosa oscura y dio un respingo al ver unas manos que se agarraban al borde del muro. Se había acercado mucho.
Aunque no eran manos, sino garras, unas garras largas y curvas.
La niña alzó los ojos hacia Chase y todas sus armas para asegurarse de que tenía suficientes. El guardián del Límite llevaba un montón de cuchillos alrededor de la cintura, una espada colgada a la espalda, una gran hacha sujeta al cinturón y otras cosas que parecían cachiporras, con pinchos afilados que sobresalían, también colgadas al cinto, además de una ballesta a la espalda. Rachel esperaba que bastasen.
Tantas armas asustaban a otras personas, pero no a la cosa oscura, pues seguía acercándose. El mago ni siquiera llevaba un cuchillo, sino simplemente una túnica muy sencilla de color marrón. Y era tan flacucho… No era un hombre fornido como Chase. Pero los magos tenían magia, y tal vez con magia podría ahuyentar a la bestia oscura.
¡Magia! La niña recordó entonces la cerilla encantada que el mago Giller le había dado. Se llevó una mano al bolsillo y cerró los dedos en torno a ella. Tal vez tendría que echar una mano a Chase. No permitiría que esa cosa hiciera daño a su nuevo padre. Sería valiente.
— ¿Es peligrosa?
Zedd alzó hacia Chase unos ojos enmarcados por tupidas cejas.
— Si es lo que creo y cayera en manos equivocadas, «peligrosa» sería quedarse corto.
— En ese caso, quizá deberíamos enterrarla en un agujero muy profundo o destruirla.
— Imposible. Podríamos necesitarla.
— ¿Y si la escondemos?
— En eso estaba pensando. El problema es dónde. Debemos tener en cuenta algunas cosas. No sabré qué hacer con la gema ni con las cajas hasta que vaya a Aydindril con Adie para estudiar las profecías.
— ¿Y hasta entonces qué? ¿Qué haremos hasta que estés seguro?
Rachel miró hacia la cosa oscura, que estaba más cerca, tanto como el muro. Agarrada al borde con sus garras, alzó la cabeza y miró directamente a la niña a los ojos.
La bestia sonrió mostrando unos colmillos largos y afilados. Rachel se quedó sin respiración, los hombros empezaron a temblarle, y los ojos se le abrieron de par en par. ¡La bestia se reía! La niña podía oír cómo los latidos de su corazón le resonaban en los oídos.
— Papá… —gimió en voz muy baja.
Chase ni la miró, sino que se limitó a hacerla callar. La cosa pasó una pierna por encima del muro y se dejó caer, sin dejar de mirar a la niña y de reír. Entonces posó sus relucientes ojos en Chase y en Zedd, siseó y volvió a reír mientras se encorvaba.
Rachel tiró de la pernera del pantalón de Chase y pugnó por hablar con voz audible.
— Papá… Se está acercando.
— Muy bien, Rachel. Zedd, aún no sé…
Lanzando un aullido, la bestia saltó hacia campo abierto y corrió. No se veía más que una raya negra desdibujada. Rachel gritó. Chase giró sobre sus talones justo cuando la cosa lo golpeaba. Las garras relampaguearon en el aire. Chase cayó al suelo y la bestia se lanzó contra Zedd.
El mago agitó los brazos como aspas de molino. De sus dedos brotaban relámpagos que rebotaban en la bestia negra y levantaban tierra o piedra allí donde impactaban. La bestia tiró a Zedd al suelo.
Entonces, riendo con un sonoro aullido, volvió a saltar sobre Chase, que justo empuñaba el hacha que llevaba al cinto. Rachel gritó de nuevo cuando esas garras desgarraron la carne de Chase. La bestia era más rápida que ningún animal que la niña hubiese visto jamás. Sus garras no eran más que una mancha borrosa.
Rachel estaba aterrorizada; la cosa estaba haciendo daño a Chase. Después de arrebatar el hacha de manos del guardián, lanzó su horrible carcajada. Estaba haciendo daño a Chase. Rachel apretaba entre los dedos la cerilla encantada.
La niña dio un salto hacia adelante y acercó la cerilla a la espalda de la bestia, al tiempo que gritaba las palabras mágicas que la encenderían: «¡Luz para mí!».
El monstruo negro quedó envuelto en llamas y lanzó un espeluznante chillido mientras se volvía hacia la niña. Con la boca completamente abierta, daba chasquidos con los dientes, mientras el fuego prendía en él. La bestia volvió a reír, aunque no como se reía la gente por cosas divertidas; la suya era una risa que ponía la carne de gallina. Aún ardía cuando se encorvó y echó a andar hacia la niña. Rachel retrocedió.
Chase gruñó al lanzar una de las cachiporras guarnecida de pinchos afilados. La cachiporra fue a darle en la espalda y se le quedó clavada en un hombro. La bestia se volvió hacia Chase y se rió mientras movía una garra hacia atrás y se arrancaba el arma. Acto seguido fue a por Chase.
Pero Zedd se había recuperado, y de sus dedos partían lenguas de fuego, lo que inflamó aún más a la bestia. Pero ésta se limitó a reírse de Zedd. El fuego se extinguió. Excepto por el humo que desprendía, el cuerpo de la bestia tenía exactamente el mismo aspecto que antes. De hecho, incluso antes de que Rachel le hubiera prendido fuego, parecía oscuro de haber sido quemado.
Chase se puso en pie. A Rachel se le anegaron los ojos de lágrimas al ver que sangraba. El guardián cogió la ballesta que le colgaba de la espalda y, en un abrir y cerrar de ojos, disparó. El proyectil se estrelló contra el pecho de la bestia. Con una espeluznante risotada, ésta se lo arrancó.
El guardián arrojó la ballesta, desenvainó la espada que llevaba a la espalda y se abalanzó sobre el monstruo, saltando sobre él mientras golpeaba. Pero la bestia se movió tan rápidamente que Chase falló. Zedd, por su parte, hizo algo que la desequilibró. Chase se puso delante de Rachel y la empujó por la espalda con una mano, mientras que con la otra mantenía la espada presta.
La cosa se puso de nuevo en pie y miró a todos ellos uno a uno.
— ¡Caminad! —gritó Zedd—. ¡No corráis! ¡No os quedéis quietos!
Chase agarró a Rachel por la muñeca y echó a andar hacia atrás. Zedd lo imitó. La bestia negra dejó de reír y los miró uno a uno, parpadeando. Chase jadeaba. Tanto la túnica de piel curtida como la cota de malla que la cubría mostraban desgarros producidos por las garras. Rachel sintió ganas de echarse a llorar al ver cuánta sangre tenía encima, tanta que le fluía por el brazo hasta la mano. La niña no quería que Chase sufriera daño alguno, pues lo amaba con todas sus fuerzas. Apretó con más fuerza a Sara y la cerilla encantada.
— Sigue andando —ordenó Zedd a Chase. El mago se había detenido.
La bestia negra miró a Zedd, quieto, y esbozó una amplia sonrisa que dejó al descubierto sus afilados colmillos. Nuevamente lanzó esa espeluznante risa, y sus garras hendieron la tierra cuando se lanzó en tromba contra el mago.
Zedd alzó las manos. Tierra y hierba saltaban en el aire alrededor de la bestia. Algo la elevó, y unos rayos de luz azul impactaron en ella desde todas partes antes de caer de nuevo al suelo con un ruido sordo. Humeaba, pero lanzó su aullido de risa.
Algo más sucedió; Rachel no sabía qué era, pero la bestia se quedó quieta con los brazos extendidos al frente, como si tratara de correr pero tuviera los pies pegados al suelo. Zedd movía los brazos en círculos y, nuevamente, los alzó bruscamente. El suelo tembló como por efecto de los truenos, y destellos de luz golpearon a la bestia. Ésta rió, se oyó un ruido como de madera que se rompía, y la cosa avanzó hacia Zedd.
El mago echó a andar otra vez. La bestia se paró y frunció el entrecejo. Entonces, el mago se detuvo y alzó los brazos. Una terrible bola de fuego surcó el aire en dirección a la bestia, que corría hacia Zedd. La bola de fuego emitió un alarido y fue creciendo mientras se aproximaba a la bestia oscura.
El impacto fue tan tremendo que el suelo tembló. La luz azul y amarilla era tan intensa que Rachel tuvo que entrecerrar los ojos, mientras andaba hacia atrás. La bola de fuego fue ardiendo sin moverse de sitio, rugiendo salvajemente.
La bestia emergió del fuego, humeando. Los hombros le temblaban como si se estuviera carcajeando. Las llamas se extinguieron dejando pequeñas chispas que flotaban en el aire.
— ¡Cáspita! —exclamó el hechicero, echando a andar hacia atrás.
Rachel no sabía qué significaba «cáspita», pero Chase le había advertido que no dijera esa palabra delante de niños. Rachel no sabía por qué. Ahora, el cabello blanco y ondulado del mago se veía enmarañado y desgreñado.
Rachel y Chase habían ido avanzando por un sendero entre los árboles y se encontraban muy cerca de la puerta. Zedd reculaba hacia ellos, mientras la cosa negra vigilaba. Cuando el mago se paró, la bestia se le lanzó de nuevo.
Un muro de llamas le cortó el paso. En el aire flotaba el olor a humo y un rugido. La bestia atravesó el muro de fuego. Zedd levantó otro, pero la cosa lo atravesó también.
Cuando el mago empezó de nuevo a andar, la bestia se detuvo junto a un murete cubierto de plantas trepadoras y observó. Las enredaderas se separaron del muro por sí solas y, de pronto, comenzaron a crecer y a rodear a la bestia, que se mantenía quieta. Zedd casi los había alcanzado.
— ¿Adónde vamos? —preguntó Chase.
Zedd se volvió. Parecía cansado.
— Intentaré encerrarlo aquí —respondió.
La bestia se debatía entre las enredaderas, que tiraban de él hacia el suelo. Mientras trataba de desenredarse con sus afiladas garras, los tres humanos atravesaron el gran umbral. Chase empujó una de las enormes puertas de oro, Zedd la otra, y juntos las cerraron.
Al otro lado se oyó un aullido, seguido por un gran estrépito. En la puerta se formó una gran abolladura que lanzó a Zedd al suelo. Chase colocó una mano sobre cada uno de los batientes y empujó con todo su peso, mientras la bestia aporreaba la puerta desde el otro lado.
La cosa arañaba la puerta, produciendo un horrible sonido de metal al rechinar. Chase estaba cubierto de sudor y sangre. Zedd se levantó de un salto y corrió a ayudarlo a mantener las puertas cerradas.
Una garra se introdujo en la rendija entre los dos batientes y fue deslizándose hacia abajo; luego otra apareció por debajo. Rachel podía oír a la bestia reír al otro lado de la puerta. Chase gruñó mientras empujaba. La puerta crujió.
Zedd retrocedió un paso y extendió los brazos al frente con los dedos hacia arriba, como si empujara el aire. El crujido cesó. La bestia aulló con más fuerza.
— Marchaos —ordenó Zedd a Chase, agarrándolo por la manga.
— ¿Crees que eso lo contendrá? —inquirió el guardián mientras empezaba a recular.
— No lo creo. Si va a por vosotros, caminad. Correr o estar quieto atrae su atención. Díselo a todos a quienes veas.
— Zedd, ¿qué es esa cosa?
Se oyó un estrépito y apareció otra gran abolladura en la puerta. Los extremos de las garras atravesaron el metal y empezaron a romper la puerta. Rachel acusó dolorosamente ese ruido en los oídos.
— ¡Vamos, marchaos!
Chase sujetó a la niña pasándole un brazo por la cintura y echó a correr por el pasillo.