4

Zedd se levantó apoyando una mano en la rodilla, y después ayudó a Jebra a levantarse. Tal como había supuesto, la joven era incapaz de mantenerse en pie por sí sola, y se disculpó por cargar sobre él su peso. Pero Zedd la hizo sonreír al decirle que cualquier excusa era buena para poder pasar un brazo alrededor de la cintura de una bella doncella.

La gente empezaba a volver a sus quehaceres, aunque se hablaba en murmullos y los ojos recorrían inquietos un lugar que, de pronto, ya no era tan seguro. Los heridos habían sido trasladados, y los muertos retirados. Sirvientas ataviadas con pesadas faldas y lágrimas en los ojos se afanaban limpiando la sangre con fregonas que sumergían en un agua que se iba tiñendo de rojo. Por todas partes se veían soldados de la Primera Fila. Zedd hizo una seña al comandante Trimack para que se acercara.

— La verdad es que me alegraré de abandonar este lugar —afirmó Jebra—. He visto auras que me producían pesadillas.

— ¿Ves algo del hombre que viene hacia nosotros? —le preguntó Zedd.

Jebra estudió un momento al oficial, que mientras caminaba en su dirección comprobaba la posición de sus hombres.

— Percibo un aura muy débil. Deber. —La joven hizo una pausa y luego añadió frunciendo el entrecejo—: Siempre ha representado una carga para él. Ahora empieza a tener esperanzas de que, tal vez, podrá enorgullecerse de cumplir con su deber. ¿Te ayuda en algo lo que te he dicho?

— Sí, mucho —repuso Zedd con una leve sonrisa—. ¿Tienes alguna visión?

— No, sólo esa débil aura.

El mago, absorto en sus pensamientos, hizo un gesto de asentimiento, tras lo cual se animó e inquirió:

— Por cierto, ¿cómo es que una mujer tan hermosa como tú no ha encontrado marido?

— He tenido tres pretendientes —repuso Jebra, mirándolo de soslayo—. Mientras se me declaraban, arrodillados ante mí, tuve una visión de ellos acostándose con otra mujer.

— ¿Te preguntaron por qué les dijiste que no?

— No dije que no. Me limité a soltarles tal bofetón que la cabeza les sonó como una campana.

Zedd rió hasta que la joven se unió a sus risas.

Finalmente, Trimack llegó donde ellos estaban.

— Comandante general Trimack, permitid que os presente a lady Bevinvier. —Trimack la saludó con una elegante inclinación de cabeza—. Tal como vos y como yo, esta dama también está llamada a proteger a lord Rahl de todo mal. Me gustaría que, mientras permanezca en palacio, tenga una guardia de seguridad. Lord Rahl la necesita, y no quiero que su vida corra de nuevo peligro, como hoy.

— Mientras permanezca en palacio estará tan segura como un bebé en brazos de su madre. Doy mi palabra de honor. —Trimack se volvió y se dio un golpecito en un hombro. Fue la señal para que más de veinte de sus hombres acudieran corriendo a toda prisa y se cuadraran ante él, sin atreverse siquiera a jadear—. Ésta es lady Bevinvier. Quiero que la guardéis con vuestra vida.

Todos los soldados se llevaron a una el puño al corazón, topando ruidosamente con el peto. Dos de ellos libraron a Zedd del peso de Jebra. Ésta mantenía la mano firmemente cerrada en torno a la Piedra. La bolsa de monedas de oro le abultaba en un bolsillo de la falda larga verde, cubierta en su mayor parte por sangre reseca.

— Necesitará aposentos adecuados y también comida —dijo Zedd a los soldados que la sostenían—. Por favor, encargaos de que nadie la moleste excepto yo. —El mago contempló los cansados ojos azules de la joven y le acarició un brazo—. Descansa, pequeña. Mañana por la mañana iré a verte.

— Gracias, Zedd —replicó ella con una débil sonrisa.

Mientras, ayudada por los soldados, Jebra se alejaba, Zedd centró su atención en Trimack.

— Hay una mujer que se aloja en palacio; se llama lady Ordith Condatith de Dackidvich. Lord Rahl ya tendrá suficientes problemas sin tener que aguantar a las de su clase. Quiero que abandone el palacio antes de que acabe el día. Si se niega a irse, dale a escoger entre un carruaje o una soga.

— Me encargaré personalmente —repuso Trimack, con una pícara sonrisa.

— Si conoces a otras personas en palacio de su mismo temperamento, eres libre de hacerles la misma oferta. Un nuevo gobierno impone siempre nuevas normas. —Zedd no era capaz de percibir auras, pero estaba seguro de que, si Jebra hubiese estado allí, habría visto cómo el aura de Trimack se iluminaba.

— Algunas personas se resisten a los cambios, mago Zorander.

Con estas simples palabras, Trimack le transmitió un claro mensaje.

— ¿Hay alguien de mayor rango que tú en palacio, aparte de lord Rahl?

— Hay un tal Demmin Nass, comandante de las cuadrillas, que manda sobre todos excepto sobre Rahl el Oscuro —respondió el oficial, uniendo ambas manos detrás de la espalda mientras que con la mirada recorría el patio.

— Demmin está muerto. —Zedd soltó un profundo suspiro al recordar cómo murió.

Trimack hizo un gesto de asentimiento que pudo ser de alivio.

— Bajo palacio hay tal vez unos tres mil soldados del ejército acuartelados en la meseta. Sus generales me superan en rango fuera de palacio, pero aquí dentro las órdenes del comandante general de la Primera Fila son ley. Algunos de ellos sé que aceptarán gustosos el cambio, pero otros no.

— Richard tendrá suficiente luchando con su magia contra la magia del inframundo como para tener que preocuparse también por generales rebeldes. Comandante, tienes carta blanca para hacer lo que creas conveniente para protegerlo. Es preferible que peques por exceso de celo.

Trimack expresó su aquiescencia con un gruñido, y añadió:

— En realidad, el Palacio del Pueblo es una ciudad en la que viven miles de personas. Un flujo continuo de mercaderes, caravanas de carros cargados de provisiones así como vendedores ambulantes entran y salen de él en todas direcciones, excepto por el este, donde se extienden las llanuras Azrith. Los caminos que van a palacio son las arterias que alimentan el corazón de D’Hara: el Palacio del Pueblo.

»La meseta está excavada con el doble de aposentos que el palacio. Como en cualquier ciudad de este tamaño, es imposible saber con absoluta certeza qué atrae a las multitudes.

»Ordenaré que las grandes puertas interiores permanezcan cerradas y sellaré la parte de palacio que se alza sobre el suelo. Hace varios siglos que no se hace algo así, y causará inquietud en el pueblo de D’Hara, pero mejor eso que correr riesgos. Además de las entradas interiores, el único modo de acceder al palacio es trepar por el precipicio del este. Mantendré el puente alzado.

»Pero, incluso así, tendremos miles de personas dentro de palacio, algunas de las cuales es posible que planeen ir contra el nuevo lord Rahl. Y lo que es peor: hay miles de avezados soldados alojados bajo palacio, y muchos de sus comandantes no aceptarán a lord Rahl. Me temo que el nuevo lord Rahl no es el tipo de Rahl al que están acostumbrados a tratar, y el cambio no les gustará nada.

»D’Hara es un vasto imperio, y las rutas de aprovisionamiento son largas. Tal vez ya es hora de que algunas de esas divisiones velen por la seguridad de esas rutas, especialmente las que se dirigen al lejano sur, cerca de la Tierra Salvaje, donde se rumorea que hay descontento y han estallado conflictos. Y tal vez deberíamos triplicar el contingente de la Primera Fila con tropas regulares de mi confianza.

Zedd observó el rostro de Trimack, que seguía escrutando el patio.

— Yo no soy soldado, pero me parecen ideas muy acertadas. Es necesario reforzar la seguridad de palacio. Cómo lo hagas es cosa tuya.

— Por la mañana os entregaré una lista de los generales de confianza, y otra de los que no se puede confiar.

— ¿Y para qué quiero yo esas listas?

— Porque ese tipo de órdenes deben proceder de alguien con el don —repuso Trimack, clavando la mirada en el mago.

Zedd sacudió la cabeza.

— No es tarea de los magos gobernar —masculló—. No está bien.

— Así se hacen las cosas en D’Hara. Magia y acero unidos. Es el modo de proteger a lord Rahl.

Mientras dejaba vagar la mirada en la distancia, Zedd sintió el agotamiento en los huesos.

— ¿Sabes, Trimack? He luchado contra magos que pretendían gobernar y he tenido que matarlos.

En vista de que no obtenía respuesta alguna, Zedd fijó de nuevo la vista en el oficial. Trimack lo estaba observando.

— Puesto a elegir, mago Zorander, escogería a alguien que lleva el mando como una carga antes que a alguien que lo ejerce como un derecho.

— Muy bien, pues —suspiró Zedd, al tiempo que asentía—. Hay otra cuestión, que es la más importante: quiero que se vigile día y noche el Jardín de la Vida. Allí fue donde el aullador atacó. No sé si vendrán más. La puerta del jardín debe repararse. Rodea el jardín con tus hombres dejando entre ellos sólo espacio suficiente para blandir un hacha. Nadie, absolutamente nadie excepto yo mismo, Richard o quien tú autorices, podrá entrar.

»Trata a cualquiera que lo intente como enemigo de lord Rahl, aunque te diga que sólo pretende arrancar las malas hierbas. Y no digamos a quien trate de salir del jardín; puedes apostar a que no tiene buenas intenciones.

— A vuestras órdenes, mago Zorander —dijo Trimack, golpeándose el pecho con el puño.

— Perfecto. Lord Rahl necesitará lo que hay en el jardín. Yo, de momento, no me atrevo a mover esos objetos; son extremadamente peligrosos. No descuides ni por un instante la vigilancia del jardín, comandante. Podrían aparecer más aulladores, o algo peor.

— ¿Cuándo?

— Creía que pasaría un año o más, al menos meses, hasta que viéramos al primero. Es muy preocupante que el Custodio haya enviado a uno de sus asesinos tan pronto. No sé contra quién iba, o si su misión era matar indiscriminadamente. El Custodio no necesita razones para asesinar. Mañana debo abandonar el palacio para averiguar más cosas y evitar que nos vuelva a coger por sorpresa.

Trimack ponderó las palabras del mago con mirada inquieta.

— ¿Tenéis idea de cuándo regresará lord Rahl?

— No. Pensé que tendría tiempo para enseñarle algunas cosas que debe saber, pero tendré que mandarle aviso de que se reúna inmediatamente conmigo en Aydindril para tratar de descubrir qué curso de acción seguir. Richard ignora que se encuentra en grave peligro. Los acontecimientos me han sobrepasado. No tengo ni idea de cuál será el próximo movimiento del Custodio, pero me temo que sus tentáculos son muy largos. Ya rodeaban a lord Rahl incluso antes de que el velo se rasgara, lo cual significa que he sido un necio por no verlo.

»Si Richard regresa de improviso o si algo me pasara… ayúdalo. Él todavía se considera un guía de bosque y no lord Rahl, por lo que se mostrará receloso. Dile que yo he dicho que puede confiar en ti.

— Si se muestra receloso, ¿cómo voy a convencerlo de que confíe en mí?

— Dile que es verdad. Tan verdad como que las ranas no crían pelo —repuso Zedd con una sonrisa.

— ¿Pretendéis que el comandante general de la Primera Fila dirija tan pueriles palabras a lord Rahl? —inquirió Trimack, con incredulidad.

Zedd puso cara seria y se aclaró la garganta.

— Es un código, comandante. Él comprenderá.

Aunque asintió, Trimack no parecía muy convencido.

— Será mejor que me ocupe enseguida de la vigilancia del Jardín de la Vida y todo lo demás. No os ofendáis si os digo que tenéis el aspecto de necesitar un buen descanso. Creo que tanta curación os ha dejado agotado —añadió, inclinando la cabeza hacia donde el ejército de sirvientas seguía limpiando la sangre del suelo de mármol.

— Muy cierto. Gracias, comandante Trimack. Seguiré tu consejo.

Trimack lo saludó golpeándose el pecho con un puño, aunque fue un saludo suavizado por un amago de sonrisa. Ya se disponía a marcharse cuando vaciló. Sus ojos de un azul intenso se posaron de nuevo en el mago.

— Permitidme que os diga, mago Zorander, que es un placer tener por fin en palacio a alguien con el don a quien interesa más curar a los demás que arrancarles las entrañas. Nunca había conocido a alguien como vos.

Zedd no sonrió y, al hablar, su voz sonó serena.

— Siento no haber podido hacer nada para salvar a ese muchacho, comandante.

Trimack asintió, tristemente.

— Sé que eso es verdad, mago. Tan verdad como que las ranas no crían pelo.

Zedd observó cómo, a medida que se alejaba, el comandante atraía cual imán a hombres armados. El mago alzó una mano y contempló la cadena de oro que colgaba de sus entecos dedos. Con un apesadumbrado suspiro se recordó que los magos se veían obligados a utilizar a sus semejantes. Aún le quedaba lo peor. De un profundo bolsillo de la túnica sacó la piedra negra en forma de lágrima. «Malditos sean los espíritus por las cosas que debe hacer un mago», pensó.

El hechicero sostuvo el engarce donde se había alojado la piedra azul y presionó contra él la punta de la piedra negra y lisa. De los dedos de ambas manos fluyó un poder elemental que se unió en el centro y soldó la piedra al engarce.

Con la esperanza de equivocarse, Zedd conjuró el doloroso recuerdo de su esposa, muerta mucho tiempo atrás. Después del modo en que la mente de Jebra había derribado sus barreras, no fue difícil. Cuando sintió que una lágrima le resbalaba por la mejilla, Zedd se humedeció el pulgar con ella y, haciendo un ímprobo esfuerzo, desterró el recuerdo. Zedd sonrió al pensar que era irónico que los magos debieran utilizarse incluso a sí mismos, pero al menos ese horrible recuerdo también le había causado cierto placer.

Sosteniendo la piedra negra en la palma de una mano, pulió su superficie con el pulgar humedecido en la lágrima. A medida que la frotaba, la piedra iba adquiriendo un claro tono ámbar. El corazón le dio un vuelco; ya no había duda de qué era.

Resignado a hacer lo debido, Zedd tejió una red mágica en torno a la piedra. El hechizo ocultaría la verdadera naturaleza de la piedra a todos menos a Richard. Y, lo más importante, atraería la atención de Richard hacia la piedra. Si llegaba a verla, no podría resistirse.

El mago echó un vistazo a Chase, tendido de espaldas sobre un banco de mármol al otro lado del patio y con un pie en el suelo. Rachel, sentada en el suelo, le abrazaba la pantorrilla y apoyaba la cabeza contra su rodilla. El otro pie del guardián descansaba encima del banco. Se cubría la frente con un antebrazo vendado.

Con un suspiro, el mago echó a andar por el suelo de mármol pulido. Por un momento se preguntó de qué sería guardián Chase ahora que ya no había Límite.

Al llegar junto a ellos, Chase le habló sin retirar el antebrazo de sus ojos:

— Zedd, viejo amigo, si alguna otra vez ordenas a una despiadada bruja fuerte como un roble que se llama a sí misma curandera que me obligue a tragar un brebaje que sabe a demonios, te retorceré el cuello hasta que tengas que caminar hacia atrás para ver por dónde vas.

Zedd sonrió de oreja a oreja. Ahora sabía que había elegido a la mujer adecuada para tratar con Chase.

— ¿De verdad que la medicina era tan horrible, Chase? —preguntó Rachel.

El guardián alzó ligeramente el brazo para mirar a la niña.

— Si vuelves a llamarme Chase, lo descubrirás por ti misma.

— Sí, papá —repuso la niña con una sonrisa—. Siento mucho que te hicieran beber esa horrible medicina. Pero me asusté mucho al verte cubierto de sangre —añadió, haciendo pucheros. Chase gruñó, y Rachel lo miró fijamente.

»Tal vez, la próxima vez, si desenvainas la espada en el mismo momento en que yo te lo digo, no sangrarás y no tendrás que tomar una horrible medicina.

Zedd se quedó maravillado ante la inocencia infantil de ese punzante reproche, impecablemente formulado. Chase alzó ligeramente la cabeza del banco, y el brazo se le quedó inmóvil a pocos centímetros de los ojos mientras fulminaba con la mirada a la niña. Zedd nunca había visto a un hombre haciendo tan ímprobos esfuerzos por no echarse a reír. Rachel arrugó la nariz y se le escapó una risita al contemplar la forzada expresión de Chase.

— Que los buenos espíritus sean compasivos con tu futuro marido —comentó el guardián—, y que disfrute al menos de unos pocos años de paz antes de que tú te fijes en él, pobre diablo.

— ¿Qué significa eso? —replicó la niña, frunciendo el entrecejo.

Chase posó la pierna en tierra y se incorporó. Entonces miró a la pequeña de arriba abajo y la hizo sentarse sobre sus rodillas.

— Te diré qué significa. Significa que hay una nueva norma, y es mejor que ésta la cumplas.

— Lo haré, papá. ¿Qué norma es ésa?

— A partir de ahora si debes decirme algo importante, y yo no te escucho, deberás darme una buena patada, tan fuerte como puedas —respondió el hombre, con el entrecejo fruncido y acercando mucho su rostro al de la pequeña—. Y quiero que no dejes de darme patadas hasta que te escuche. ¿Entendido?

— Sí, papá. —Rachel sonrió.

— No bromeo; lo digo muy en serio.

— Lo prometo, Chase —declaró la niña, en tono solemne.

El hombretón puso los ojos en blanco y con un brazo la atrajo hacia su pecho, abrazándola del mismo modo que la niña abrazaba su muñeca. Zedd sintió que se le hacía un nudo en la garganta. En ese instante no se gustaba demasiado a sí mismo, y mucho menos las alternativas que tenía.

El mago hincó una rodilla ante la niña. Notaba la ropa rígida contra la rodilla debido a la sangre seca.

— Rachel, debo pedirte algo.

— ¿De qué se trata, Zedd?

El anciano levantó la mano que sostenía la cadena de oro. La piedra oscilaba adelante y atrás.

— Esto pertenece a otra persona. Te pido que te la pongas y la guardes bien. Un día, Richard te la pedirá para devolvérsela a su dueño, pero no sé cuándo será.

Al mirar los fieros ojos de Chase, Zedd se imaginó qué sentía un ratón a punto de ser devorado por un halcón.

— Es muy bonita, Zedd. Nunca he llevado una cosa tan bonita.

— También es muy importante; tanto como la caja que te dio el mago Giller para que la guardaras.

— Pero Rahl el Oscuro está muerto. Tú mismo lo dijiste. Ya no puede hacernos daño alguno.

— Lo sé, pequeña, pero lo que te pido es muy importante. Lo hiciste tan bien con la caja y fuiste tan valiente que creo que eres la persona más indicada para llevar este colgante hasta que su dueño lo reclame. Hasta entonces no debes quitártelo nunca y tampoco debes permitir que nadie se lo pruebe, ni siquiera para jugar. Esto no es un juguete.

Cuando el mago mencionó la caja, Rachel puso cara seria.

— Si tú dices que es importante, la cuidaré bien, Zedd.

— Zedd —siseó Chase, mientras atraía hacia sí la cabeza de Rachel y le tapaba las orejas con las manos para que no oyera qué decía—, ¿qué se supone que estás haciendo? ¿Es eso lo que creo que es?

— Simplemente trato de evitar que todos los niños del mundo tengan pesadillas por toda la eternidad —respondió el mago, con mirada intimidadora.

El guardián apretó la mandíbula.

— Zedd, no quiero que…

— Chase, ¿cuánto tiempo hace que me conoces? —El guardián lo fulminó con la mirada, pero no respondió—. ¿En todo ese tiempo he hecho daño alguna vez a alguien, especialmente a un niño? ¿Te consta que haya puesto en peligro a otra persona a no ser que fuera estrictamente necesario?

— No —admitió Chase, en tono crispado—. Y no quiero ver cómo empiezas ahora.

— Tendrás que confiar en mí. —Zedd mantuvo la voz firme, y su mirada voló hacia donde el aullador había matado a la gente—. Lo que ha ocurrido hoy no es nada comparado con lo que va a ocurrir. Si no se cierra el velo, habrá más sufrimiento y más muerte de la que puedas ni imaginarte. Estoy cumpliendo con mi deber de mago y, como tal, reconozco a esta pequeña. Giller también la reconoció; es una onda en el estanque y está destinada a hacer grandes cosas.

»Esta mañana, cuando fuimos a la tumba de Panis Rahl para comprobar que la estuvieran tapiando adecuadamente, estudié algunas de las runas grabadas en los muros. Se estaban fundiendo, pero aún quedaban algunas. Estaban escritas en d’haraniano, un idioma que no domino. Pero entendí lo suficiente. Eran instrucciones para viajar por el inframundo. ¿Recuerdas la mesa de piedra que hay en el Jardín de la Vida? Pues es un altar de sacrificios. Rahl la usaba para ir al inframundo y viajar entre los límites.

— Pero Rahl está muerto. ¿Qué más…?

— Mataba niños y ofrecía sus almas puras como regalo al Custodio del inframundo, para que éste le permitiera pasar. ¿Comprendes lo que te digo? Hacía pactos con el Custodio.

»Esto significa que el Custodio ha usado gente del mundo de los vivos. Si ha usado a uno, seguro que hay más. Y ahora el velo se ha rasgado. La presencia aquí del aullador es una prueba irrefutable.

»Creo que muchas de las antiguas profecías se refieren a lo que está empezando a ocurrir, y a Richard. Quienquiera que las escribió pretendía ayudar a Richard desde tiempos remotos. Estoy convencido de que su objetivo es ayudar a Richard a combatir al Custodio. Pero esas palabras fueron escritas hace miles de años, y su significado dista mucho de ser claro. Me temo que el Custodio, haciendo gala de enorme paciencia, las ha ido enmarañando.

»Su principal arma es la paciencia. Él tiene toda la eternidad. Es probable que haya enviado cautelosamente sus tentáculos a este mundo para influir en personas, en hechiceros como Rahl el Oscuro, para que hicieran su voluntad. No puede ser casualidad que justo ahora, cuando tan imperiosamente necesitamos las profecías, no queden magos capaces de interpretarlas. No tengo ni idea de dónde acecha el Custodio ni de cuál será su siguiente paso.

Los ojos de Chase seguían reflejando furia, aunque ya no iba dirigida contra Zedd.

— Dime cómo puedo ayudar. ¿Qué quieres que haga?

— Quiero que enseñes a esta niña a ser como tú —respondió el mago, sonriendo tristemente y dándole palmaditas en uno de sus impresionantes hombros—. Sé que es lista. Quiero que la estimules. Conviértela en tu pupila. Enséñale el manejo de todas las armas que conoces. Enséñale a ser fuerte y rápida.

— Tan niña y ya guerrera —comentó Chase, en tono resignado.

— Mañana por la mañana partiré en busca de Adie, y luego los dos iremos a Aydindril. Quiero que vosotros dos os dirijáis al poblado de la gente barro. Cabalgad sin tregua. Richard, Kahlan y Siddin pasarán la noche con Escarlata, la dragona, y mañana ella los llevará con la gente barro. A vosotros os costará semanas llegar. No podemos perder ni un segundo.

»Di a Richard y a Kahlan que se reúnan conmigo en Aydindril de inmediato. Explícales el peligro que corremos. Después, tal vez sería una buena idea dejar a Rachel en lugar seguro, si es que queda algún lugar seguro.

— ¿Hay algo más que yo pueda hacer?

— Lo más importante es que hables con Richard. He sido un necio al pensar que teníamos tiempo. Nunca debí haberlo perdido de vista. —Zedd se frotó el mentón mientras reflexionaba—. Tal vez podrías decirle que soy su abuelo, y que Rahl el Oscuro era su padre. De este modo supongo que ya se habrá calmado cuando nos veamos.

»¿Sabes qué mote le ha puesto la gente barro? —El mago enarcó una ceja y sonrió—. Lo llaman Richard el de genio pronto. Imagínatelo. Justamente Richard, una de las personas más amables que haya conocido. Pero me temo que la Espada de la Verdad ha hecho aflorar su cara menos amable.

Chase le lanzó una breve mirada tranquilizadora.

— Dudo que se enfade al enterarse de que eres su abuelo. Él te quiere mucho.

— Sí, tal vez tienes razón, pero no le hará gracia alguna saber quién era su padre. Recuerda que yo lo sabía y se lo oculté. George Cypher lo crió, y ellos dos se querían mucho.

— Eso no va a cambiar ahora.

— Lo sé. —Zedd alzó el colgante—. ¿Vas a confiar en mí?

Chase evaluó un momento al mago antes de incorporar a Rachel, sentarla sobre una rodilla y decirle:

— Deja que te lo ponga yo.

Una vez que el guardián le puso el colgante alrededor del cuello, Rachel cogió la piedra de ámbar entre sus menudas manos e inclinó la cabeza para contemplarla.

— Lo cuidaré bien, Zedd. Te lo prometo.

— Estoy seguro, pequeña —replicó el mago, mientras la despeinaba cariñosamente. A continuación le posó sendos dedos en las sienes y le inculcó mágicamente el pensamiento de lo importante que era ese colgante, que no debía hablar con nadie de él ni revelar de dónde lo había sacado y que debía protegerlo del mismo modo que la caja del Destino.

Entonces retiró los dedos. La niña abrió los ojos y sonrió. Chase la levantó por la cintura y la sentó en el banco, junto a él. Entonces rebuscó entre el arsenal de cuchillos que llevaba al cinto hasta hallar la correa que sujetaba el menor de ellos. Después de desatar la correa de cuero, desenvainó el cuchillo y lo sostuvo frente a su rostro.

— Puesto que ahora eres hija mía, llevarás un cuchillo, como yo. Pero no quiero que lo saques de su funda hasta que yo te enseñe a manejarlo. Podrías hacerte mucho daño. Yo te enseñaré a usarlo de manera segura. Voy a enseñarte a protegerte a ti misma para que nada te ocurra. ¿De acuerdo?

— ¿Me enseñarás a ser como tú? —preguntó la niña, con rostro radiante—. Me encantaría, Chase.

— No sé si sabré enseñarte. —El guardián lanzó un gruñido mientras volvía a atarse al cinto la correa de cuero—. Al parecer, ni siquiera soy capaz de enseñarte a que me llames papá.

— Chase y papá significan lo mismo para mí —confesó Rachel con una tímida sonrisa.

El guardián sacudió la cabeza y esbozó una resignada sonrisa. Zedd se levantó y se alisó la túnica.

— Chase, si necesitas algo, pídeselo al comandante general Trimack. Llévate todos los hombres que creas preciso.

— Preferiría no llevar ninguno. Si debemos darnos prisa, es mejor que no acarree impedimenta extra. Además, creo que un hombre y su hija llamarán menos la atención. Se trata de eso, ¿verdad? —inquirió Chase, mirando elocuentemente la piedra que llevaba Rachel al cuello.

Zedd sonrió. El guardián del Límite tenía una mente muy aguda. Él y la niña hacían buena pareja.

— Os acompañaré hasta llegar a la ruta que me conducirá hasta Adie. Por la mañana tendré que ocuparme de unos asuntos, y luego partiremos.

— Bien. Creo que necesitas una buena noche de descanso.

— Sí, tienes razón.

De pronto, Zedd cayó en la cuenta de por qué se sentía tan cansado. No era porque llevara varios días sin dormir, como él había creído, sino porque llevaba meses luchando para detener a Rahl el Oscuro y, justo cuando pensaba que todo había acabado y que, por fin, habían ganado, se daba cuenta de que no había hecho más que empezar. Y esta vez no se enfrentaban sólo con un mago peligroso, sino con el Custodio del inframundo.

En la lucha contra Rahl el Oscuro conocía casi todas las reglas del juego, sabía cómo funcionaban las Cajas del Destino y de cuánto tiempo disponían. Pero ahora estaba casi totalmente a oscuras. El Custodio podía alzarse con la victoria en los próximos cinco minutos. Zedd se sentía completamente ignorante. Con un silencioso suspiro se dijo que tendría que basarse en lo poco que sabía.

— Por cierto —añadió Chase, mientras colgaba el cuchillo de la cintura de Rachel—, una de las curanderas, Kelley, creo que se llama, me dejó un mensaje para ti. —El guardián se inclinó hacia atrás, rebuscó en el bolsillo con dos dedos enormes y sacó un trocito de papel que tendió al mago.

— ¿Qué es? —El papel decía: «Borde Occidental, Camino de las Tierras Altas Norteñas, tercer nivel».

Chase señaló el papel que Zedd sostenía, y lo leyó.

— Dijo que ahí podrías encontrarla. Me dijo que creía que necesitabas descansar y que, si acudías a su habitación, te prepararía una infusión de damiana.

Zedd esbozó una leve sonrisa para sí al mismo tiempo que arrugaba la nota con una mano.

— Más o menos. —El mago se quedó pensativo mientras se daba toques con un dedo en el labio inferior—. Vosotros dos id a descansar. Si crees que no podrás dormir por el dolor de las heridas, me encargaré de que una de las curanderas te prepare una…

— ¡No! Dormiré perfectamente.

— Perfecto. —Zedd dio una palmadita a Rachel en un brazo, otra a Chase en un hombro, y ya se marchaba cuando le vino una idea a la cabeza—. ¿Has visto alguna vez a Richard llevar un manto rojo? ¿Un manto rojo con botones dorados y brocado?

— ¿Richard? —Chase soltó una risotada—. Zedd, tú lo conoces desde niño y deberías saber mejor que yo que Richard no tiene nada parecido. Sólo tiene una capa marrón para los días de fiesta. Richard es un guía de bosque y prefiere los colores de la tierra. Nunca lo he visto llevar ni una camisa roja. ¿Por qué?

— Cuando lo veas —replicó el mago, haciendo caso omiso de la pregunta—, dile de mi parte que no se ponga nunca un manto rojo. ¡Nunca jamás! —enfatizó, agitando un dedo hacia Chase—. No lo olvides. Es muy importante. Nada de mantos rojos.

— De acuerdo. —Chase sabía cuándo no debía presionar a su viejo amigo.

El mago dirigió una sonrisa a Rachel y la abrazó apresuradamente antes de alejarse por el pasillo. El anciano se preguntaba si se acordaría de dónde estaba el comedor. Seguro que aún podían darle algo de cena.

Entonces se dio cuenta de que no sabía adónde se dirigía; todavía no había hecho preparativo alguno para hallar un lugar donde dormir. «Bueno, no importa —pensó—. El palacio tiene habitaciones de invitados. Él mismo se lo había dicho a Chase. Podía dormir allí.»

Zedd desplegó la nota arrugada que llevaba en la mano y la miró. Un hombre de aspecto distinguido, con una barba gris pulcramente recortada y ataviado con una túnica dorada oficial, pasaba por su lado. Zedd lo detuvo educadamente.

— Perdonadme, tal vez podríais decirme dónde está… —El mago miró de nuevo el papel—… el Borde Occidental, Camino de las Tierras Altas Norteñas, tercer nivel.

— Por supuesto, señor —respondió amablemente el hombre barbudo—. Es la zona de los curanderos. No está lejos. Permitidme que os acompañe un trozo y que luego os dé indicaciones.

Zedd esbozó una sonrisa. De repente ya no se sentía tan cansado.

— Muchas gracias. Sois muy amable.


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