2

Zedd palpaba distraídamente la gema, guardada en un bolsillo interior de la túnica, a través de la basta tela mientras observaba cómo las garras iban abriendo un boquete en el metal de la puerta. Al volver la vista, vio al guardián del Límite que se alejaba por el pasillo con Rachel en brazos. No habían avanzado más que unas pocas docenas de pasos cuando uno de los batientes saltó de los goznes con gran estrépito. Pese a ser muy resistentes, los goznes se hicieron pedazos como si fueran de arcilla.

Zedd se agachó justo a tiempo de evitar la puerta de hierro revestida de oro, que voló por el pasillo y se estrelló contra la pared de mármol pulido, levantando en el corredor una nube de fragmentos de metal y polvo de piedra. El mago se irguió y echó a correr.

El aullador se plantó de un salto en el pasillo, dejando atrás el Jardín de la Vida. Su cuerpo no era más que un esqueleto cubierto por una capa de piel reseca, quebradiza y ennegrecida, como un cadáver que se hubiera secado al sol durante años. Fruto de la lucha le colgaban pellejos en algunos puntos del cuerpo por los que asomaban huesos blancos, aunque eso no parecía afectarle; el aullador era un ser del inframundo al que no entorpecían las debilidades de los seres vivos. No sangraba.

Quizá se podría destrozar o hacer pedazos, pero era terriblemente rápido y, ciertamente, la magia no parecía ser capaz de detenerlo. Era una criatura de Magia de Resta y absorbía la Magia de Suma como una esponja.

Quizás era vulnerable a la Magia de Resta, pero Zedd no poseía el don para ella. Aunque algunos magos, como Rahl el Oscuro, habían sentido la llamada de la Magia de Resta, hacía milenios que nadie tenía el don para ella.

No, su magia no iba a detener al monstruo, al menos, no directamente. Pero ¿y si probaba por medios indirectos?

Zedd caminó hacia atrás bajo la mirada parpadeante y confusa del aullador. «Ahora —pensó—, mientras está quieto».

Concentrándose, el mago acumuló aire haciéndolo denso, tanto como para levantar la pesada puerta. Le costó, pues se sentía cansado. Lanzando un gruñido mental, empujó el aire y lanzó la puerta contra la espalda del aullador. La puerta aplastó al monstruo contra el suelo y levantó una nube de polvo que llenó el pasillo. El monstruo aulló. Zedd se preguntó si sería un aullido de dolor o de rabia.

Esquirlas de piedra se desprendieron de la puerta cuando el aullador la levantó sosteniéndola con una garruda mano, riéndose. Aún tenía alrededor del cuello un tallo leñoso de la enredadera que había tratado de estrangularlo.

— Cáspita —murmuró Zedd—. No hay nada sencillo.

El mago siguió reculando. El aullador lanzó la puerta contra el suelo y también avanzó. Estaba aprendiendo que las personas que caminaban eran las mismas que corrían o estaban quietas. Zedd tenía que pensar en algo antes de que el monstruo aprendiera más. Si al menos no estuviera tan cansado…

Chase bajaba por una amplia escalera de mármol, y Zedd lo siguió a paso rápido. De haber tenido la seguridad de que el aullador no perseguía específicamente a Chase o a Rachel, habría tomado otro camino para alejar el peligro de ellos, pero no podía arriesgarse a que Chase se enfrentara solo al monstruo.

Un hombre y una mujer, ambos de ojos azules y ataviados con túnicas blancas, ascendían por la escalera. Chase trató de hacerlos dar media vuelta, pero ellos pasaron por su lado.

— ¡Caminad! —les gritó Zedd—. ¡No corráis! ¡Dad media vuelta u os matará!

La pareja lo miró con el entrecejo fruncido, confundida.

El aullador se acercaba a la escalera arrastrando los pies. Sus garras repiqueteaban el suelo de mármol, rayándolo. Zedd podía oírlo jadear con esa risa que crispaba los nervios.

Al ver a la bestia, hombre y mujer se quedaron helados y abrieron los ojos desmesuradamente. Zedd los empujó para obligarlos a dar media vuelta y bajar la escalera. De pronto, ambos echaron a correr y a bajar los peldaños de tres en tres. El cabello rubio y las túnicas blancas ondeaban tras ellos.

— ¡No corráis! —gritaron Zedd y Chase al mismo tiempo.

El súbito movimiento atrajo la atención del aullador, que se irguió sobre sus garrudos pies, soltó una risa burlona y se lanzó hacia la escalera. Zedd le propinó un puñetazo de aire que lo obligó a retroceder un paso. Pero la bestia apenas lo notó; se asomó por encima del pasamanos de piedra esculpida y observó a la pareja que corría.

Riéndose socarronamente, se agarró a la barandilla y la esquivó con un salto de más de seis metros, yendo a aterrizar delante de las dos figuras vestidas de blanco que corrían. Inmediatamente, Chase escondió la cara de Rachel contra su hombro y cambió de dirección, subiendo de nuevo. Sabía qué iba a ocurrir y no podía hacer nada para evitarlo.

— De prisa, ahora que está distraído —gritó Zedd desde arriba, donde los esperaba.

Hubo una lucha muy breve y unos pocos gritos, tras lo cual una risa aulladora resonó en el hueco de la escalera. La sangre salpicó formando un arco ascendente; cayó sobre el mármol blanco y casi alcanzó a Chase, que subía a toda prisa. Rachel escondió la cara contra él y se aferró a su cuello, pero no dijo nada.

Zedd estaba impresionado por el comportamiento de la niña. Nunca había visto a nadie tan pequeño usar como ella la cabeza. Era lista; lista y valiente. Era comprensible que Giller hubiera confiado en ella para tratar de evitar que la última caja del Destino cayera en manos de Rahl el Oscuro. Era típico de los magos usar a otras personas para hacer lo que debía hacerse.

Los tres corrieron por el pasillo hasta que el aullador apareció en lo alto de la escalera; entonces caminaron hacia atrás. El aullador sonrió, dejando al descubierto unos colmillos cubiertos de sangre. A la luz del sol que entraba por una alta y estrecha ventana, sus eternos ojos negros parecían dorados. El monstruo se estremeció al sentir la luz en sus ojos, se lamió la sangre de las garras y trotó en persecución de los humanos. Los tres bajaron la siguiente escalera seguidos por la bestia, que de vez en cuando se paraba, confundida, sin saber a quién perseguía.

Chase sostenía a Rachel con un brazo y empuñaba una espada con la otra mano, mientras Zedd se mantenía entre ellos y el monstruo. Así, bajando lentamente, llegaron a un pequeño vestíbulo. El aullador los seguía subiendo por las paredes, arañando la lisa piedra y saltando de un tapiz a otro, que destrozaba con las garras.

El monstruo lanzó al vestíbulo unas mesas gemelas de madera de nogal pulida, cada una con tres patas esculpidas con motivos de enredaderas, salpicadas con flores doradas. Los jarrones de vidrio tallado colocados sobre las mesas se hicieron añicos contra el suelo de piedra; el sonido hizo sonreír y reír al monstruo. Agua y flores se derramaron sobre las alfombras. El aullador descendió de un salto y destrozó una alfombra azul y amarilla de precio incalculable, confeccionada en Tanimura, mientras aullaba de risa y trepaba por el muro hasta el techo.

Entonces empezó a avanzar como una araña, con la cabeza colgándole, mientras observaba a los humanos.

— ¿Cómo puede hacer eso? —susurró Chase.

Zedd expresó su ignorancia con un gesto, mientras los tres retrocedían hacia los inmensos patios centrales del Palacio del Pueblo. El techo, que medía más de quince metros de alto, estaba formado por una colección de bóvedas de crucería de cuatro aristas y que descansaban sobre una columna.

De pronto, el aullador saltó por el techo del pequeño vestíbulo y se abalanzó sobre ellos.

Zedd arrojó un rayo de fuego a la bestia cuando ésta volaba por el aire, pero falló. El fuego subió por el muro de granito, dejando tras de sí una estela de hollín negro antes de disiparse.

Pero, por vez primera, Chase no falló y propinó un terrible golpe con la espada que cortó de cuajo un brazo de la bestia. También por primera vez el monstruo aulló de dolor y, avanzando a trompicones, corrió a refugiarse detrás de una columna de mármol gris con estrías verdes. El brazo cercenado se movía sobre el suelo de piedra, mientras la mano hacía ademán de agarrar algo.

Unos soldados irrumpieron corriendo en el vasto patio, espadas en mano. El repiqueteo de sus armaduras y armas reverberó en los altos techos abovedados, mientras que el ruido que hacían con las botas resonaba en las baldosas del estanque de las oraciones que tuvieron que sortear. Los soldados d’haranianos eran realmente temibles, y mucho más ahora que se enfrentaban con un invasor.

Al verlos, Zedd sintió un extraño temor. Pocos días antes los soldados lo hubieran llevado a rastras ante el antiguo amo Rahl para que lo matara, pero ahora eran los leales seguidores del nuevo amo Rahl: su nieto Richard.

Mientras observaba cómo los soldados se acercaban, cayó en la cuenta de que el patio estaba lleno de gente. La plegaria de la tarde justo había acabado. Incluso con un solo brazo, el aullador podía hacer una carnicería, podía matar a varias docenas de personas antes incluso de que pensaran en salir corriendo. Y, si lo hicieran, mataría todavía más. Tenían que alejar a toda esa gente.

Los soldados rodearon rápidamente al mago, mirando con dureza, prestos, vigilantes, tratando de descubrir la causa de tanto alboroto. Zedd se dirigió al comandante, un hombre musculoso con un uniforme de cuero y un peto pulido con una R ornamentada grabada en él; era el símbolo de la casa de Rahl. En la parte superior de los brazos, cubiertos únicamente por ordinarias mangas de malla, mostraba las cicatrices que indicaban su rango. Bajo el reluciente yelmo brillaban unos ojos azul intenso.

— ¿Qué pasa aquí? —preguntó—. ¿Qué es tanto alboroto?

— Aleja a todas estas personas de aquí. Están en peligro.

— ¡Soy un soldado, no un maldito pastor de ovejas! —exclamó, sonrojándose tras las placas que le cubrían las mejillas.

Zedd apretó los dientes.

— El primer deber de un soldado es proteger a la gente. Si no sacas a estas personas de aquí, comandante, me encargaré personalmente de que te conviertas en pastor.

Al darse cuenta de con quién estaba discutiendo, el comandante saludó llevándose un puño al corazón y habló con voz controlada.

— A sus órdenes, mago Zorander. —Acto seguido descargó el enojo en sus hombres—. ¡Sacad a todos de aquí! ¡Vamos, maldita sea, rápido! ¡Desplegaos! ¡Vaciad el patio!

Los soldados se desplegaron y obligaron a avanzar a una oleada de personas asustadas. Zedd confió en que pudieran sacar a todo el mundo de allí y luego, con mucha suerte, ayudarlo a hacer pedazos al aullador.

Pero entonces, la bestia salió en tromba de detrás de la columna; era como una línea negra que destrozaba el suelo. La bestia se lanzó contra un puñado de espectadores a los que los soldados obligaban a retroceder, tumbando a más de uno y de dos. En el patio resonaron chillidos, gemidos, así como la horrible risa del monstruo.

Los soldados se abalanzaron sobre él, pero fueron repelidos y salieron muy mal parados. Sus compañeros corrieron en su ayuda. El aullador se abría paso dejando tras de sí cuerpos ensangrentados, mientras que los soldados, rodeados por una multitud aterrorizada, no conseguían herirlo ni con espadas ni con hachas. La bestia mostraba tan poca prudencia ante los soldados armados como si éstos fueran inocentes indefensos; simplemente hacía pedazos a cualquiera que tuviese cerca.

— ¡Cáspita! —maldijo Zedd. No te alejes de mí —dijo a Chase—. Tenemos que llevárnoslo de aquí—. El mago miró alrededor y añadió—: Hacia allí. Hacia el estanque de las oraciones.

Ambos corrieron hacia el estanque cuadrado situado bajo una gran abertura en el techo. La luz del sol que entraba a raudales se reflejaba en forma de ondas en la columna situada en una de sus esquinas. De la roca negra colmada de hoyos que descansaba en el estanque, pero no en el centro, colgaba una campana. Peces naranjas nadaban por las aguas poco profundas, ajenos al tumulto de arriba.

Zedd tuvo una idea. Era evidente que el fuego nada podía contra el aullador; como mucho humeaba cuando las llamas prendían en él. Haciendo oídos sordos a los ruidos de dolor y de muerte, el mago extendió ambas manos sobre el agua y reunió el calor de ésta, preparándola para lo que tenía en mente. Justo encima de la superficie del agua se formaron relucientes ondas de calor. El mago mantuvo la temperatura en ese punto, justo a punto de encenderse.

— Cuando se acerque tenemos que conseguir que caiga al agua —dijo a Chase.

El guardián asintió. Zedd se alegró de que Chase no fuera de los que necesitan que se les explique siempre todo; por el contrario, sabía que no era el momento de perder unos segundos preciosos haciendo preguntas. Chase dejó a Rachel en el suelo, y le dijo:

— Quédate detrás de mí.

Tampoco la niña hizo preguntas, sino que asintió y se abrazó a su muñeca. Zedd se dio cuenta de que en la otra mano apretaba la cerilla encantada. Realmente tenía agallas. Entonces se volvió hacia la zona de tumulto, levantó una mano y lanzó cosquilleantes lenguas de fuego contra la bestia negra, que causaba estragos. Los soldados recularon.

El aullador se irguió, dio media vuelta y, al hacerlo, dejó caer el brazo cortado que sostenía entre los colmillos. Despedía humo por donde lo habían alcanzado las llamas. La bestia se rió entre dientes, mofándose del mago, quieto bajo la luz del sol junto al estanque.

Los soldados empujaban a las personas que quedaban para que se alejaran por los pasillos, aunque ahora ya no debían obligarlas. Zedd lanzó bolas de fuego rodando por el suelo. El aullador las apartó, y las bolas se extinguieron. Zedd sabía que el fuego no podía hacerle daño alguno; sólo quería llamar su atención. Y lo logró.

— No lo olvides —recordó Zedd—: Debe caer al agua.

— Da igual que esté muerto cuando caiga, ¿verdad?

— Tanto mejor.

El aullador cargó contra ellos haciendo repiquetear las garras contra la piedra, arañando el suelo con los extremos de éstas, levantando polvo y esquirlas de piedra. Zedd le lanzó compactos nudos de aire que lo golpearon con fuerza, tumbándolo. Su intención era mantener su atención y retrasar su marcha lo suficiente para poder enfrentarse mejor a él. Pero la bestia se ponía inmediatamente en pie cada vez y seguía cargando. Chase lo aguardaba presto, con las piernas flexionadas y sosteniendo una maza de seis filos en vez de la espada.

El aullador describió un salto imposible en el aire y, con un aullido, aterrizó sobre el mago sin darle oportunidad de defenderse. Mientras era arrojado al suelo, Zedd tejía redes de aire para tratar de mantener a raya las garras de la bestia. Con los colmillos trataba de desgarrarle la garganta.

Hombre y bestia rodaron uno sobre el otro y, cuando el aullador quedó arriba, Chase blandió la maza y le dio de refilón en la cabeza. El monstruo se volvió hacia él, cosa que el guardián aprovechó para propinarle otro mazazo directo al pecho, quitándolo así de encima del mago. Zedd oyó el ruido de huesos que se rompían por efecto del mazazo, aunque el aullador apenas pareció notarlo.

La bestia dirigió un barrido con su único brazo a las piernas del guardián, el cual dio dolorosamente con los huesos en el suelo. Inmediatamente, el aullador le saltó sobre el pecho. Zedd pugnaba por recuperarse. Rachel acercó la cerilla encantada a la espalda del monstruo, y la cerilla prendió. Zedd le propinó puñetazos de aire, tratando de lanzarlo al agua, pero el aullador no soltaba a Chase. Su furiosa mirada de ojos negros atravesaba el muro de llamas y retraía los labios mientras gruñía.

Chase alzó la maza con ambas manos y dio un terrible golpe a la poderosa bestia en la espalda. El impacto lanzó al aullador al agua. Las llamas se apagaron al entrar en contacto con el agua con un sibilante sonido y vapor.

Sin perder ni un segundo, Zedd prendió fuego al aire por encima del agua, usando el calor de ésta para alimentarlo. El fuego conjurado por el mago absorbió todo el calor del agua, que se convirtió en un sólido bloque de hielo. El aullador quedó atrapado. Las llamas chisporrotearon al apagarse cuando el calor que las alimentaba se agotó. Sobrevino un súbito silencio sólo roto por los gemidos de los heridos.

Rachel se abalanzó sobre Chase.

— Chase, Chase, ¿te encuentras bien? —preguntó Rachel al guardián con voz ahogada por las lágrimas.

— Sí, pequeña, estoy perfectamente —respondió el hombre, abrazándola al tiempo que se incorporaba en posición sentada.

Pero Zedd se dio cuenta de que eso no era del todo cierto.

— Chase, ve a sentarte en ese banco. Tengo que ayudar a esa gente y no quiero que la niña vea a los heridos.

El mago sabía que de este modo evitaría que el guardián se paseara, herido, hasta que pudiera atenderlo. No obstante, Zedd se sorprendió cuando Chase hizo un gesto de asentimiento y no intentó protestar.

El comandante y ocho de sus hombres acudieron a toda prisa. Unos pocos de ellos se veían ensangrentados; uno presentaba zarpazos irregulares que habían atravesado el metal del peto. Todos ellos posaron la mirada en el aullador, congelado en el estanque.

— Buen trabajo, mago Zorander. —El comandante le dirigió un leve saludo de cabeza y una sonrisa de respeto—. Unos pocos heridos siguen con vida. ¿Puede hacer algo por ellos?

— Les echaré un vistazo. Comandante, quiero que tus hombres hagan pedazos con las hachas a esa bestia antes de que halle el modo de derretir el hielo.

— ¿Queréis decir que aún está viva? —inquirió el soldado, muy asombrado.

Zedd respondió con un gruñido afirmativo.

— No pierdas tiempo, comandante.

Los soldados ya tenían prestas las hachas en forma de media luna y sólo esperaban la orden. A una señal del comandante, cargaron contra el hielo y se balancearon antes de detenerse patinando.

— Mago Zorander, ¿qué tipo de criatura es?

Tras mirar al comandante, Zedd posó los ojos en Chase, que escuchaba con atención. El mago respondió sin apartar la mirada del guardián del Límite.

— Es un aullador. —Fiel a su costumbre, Chase no mostró reacción alguna. El mago se volvió de nuevo hacia el soldado.

Los grandes ojos azules del comandante estaban abiertos de par en par.

— ¿Hay aulladores sueltos? —susurró—. Mago Zorander… no lo diréis en serio.

Zedd estudió la cara del comandante y reparó por primera vez en las cicatrices ganadas en combates a muerte. Para un soldado de D’Hara, las batallas solían ser a muerte. Era un hombre que normalmente no dejaba que el temor asomara a sus ojos, ni siquiera al enfrentarse a la muerte.

El mago lanzó un suspiro. Hacía días que no dormía. Después de que las cuadrillas trataran de capturar a Kahlan, ésta, creyendo que Richard había sido asesinado, invocó el Con Dar o Cólera de Sangre, y mató a sus atacantes. Ella, Chase y Zedd caminaron durante tres días y tres noches para llegar al palacio y tomar venganza. Una vez que había invocado el Con Dar, esa milenaria mezcolanza de magias, nada podía detener a una Confesora. En el palacio fueron capturados y, finalmente, descubrieron que Richard no había muerto. Eso había ocurrido ayer, aunque parecían años.

Mientras ellos miraban, impotentes, Rahl el Oscuro había trabajado toda la noche para conjurar la magia del Destino de las tres cajas, y esa misma mañana había muerto al abrir la caja equivocada. Richard lo había engañado usando la Primera Norma de un mago. Era la prueba de que Richard poseía el don, aunque ni él mismo lo creyera, pues sólo alguien con el don podría usar la Primera Norma de un mago contra un nigromante de la talla de Rahl el Oscuro.

Zedd lanzó un vistazo a los hombres que destrozaban a hachazos al aullador atrapado en el hielo.

— ¿Cómo te llamas, comandante?

El soldado se puso firmes y respondió con arrogancia:

— Comandante general Trimack, Primera Fila de la Guardia de Palacio.

— ¿Primera Fila? ¿Y eso qué es?

Orgulloso, el hombre apretó las mandíbulas.

— Es el círculo de acero que rodea a lord Rahl, mago Zorander. Está formado por dos mil hombres, todos dispuestos a dar hasta la última gota de sangre para proteger al amo Rahl.

— Ya comprendo. Comandante general Trimack, estoy seguro de que un hombre de tu posición sabe que una de las responsabilidades que conlleva su rango es soportar en silencio y soledad la carga del saber.

— Así es.

— Pues ahora tu carga, al menos de momento, será saber que esa criatura es un aullador.

Trimack soltó un profundo suspiro antes de replicar:

— Comprendo. ¿Y los heridos, mago Zorander? —preguntó mirando a la gente caída al suelo por todo el patio.

Zedd sentía respeto hacia un soldado que mostraba preocupación por heridos inocentes. Si antes había mostrado indiferencia no había sido por crueldad, sino por cumplir con su deber. Su instinto había sido repeler el ataque.

— ¿Sabes que Rahl el Oscuro ha muerto? —preguntó el mago a Trimack, mientras los dos hombres echaban a andar hacia donde se encontraban los heridos.

— Sí. Esta mañana estaba en el gran salón y vi al nuevo lord Rahl antes de que se marchara a lomos del dragón rojo.

— ¿Y piensas servir a Richard con la misma lealtad con la que servías a Rahl el Oscuro?

— Es un Rahl, ¿verdad?

— Es un Rahl.

— ¿Y posee el don?

— Así es.

— Entonces sí. Yo y mis hombres daremos nuestra vida para protegerlo.

— No será nada fácil servirlo. Es muy terco.

— Todos los Rahl lo son.

Zedd no pudo evitar sonreír.

— También es mi nieto, aunque él no lo sabe todavía. De hecho, ni siquiera sabe aún que es un Rahl, ni el nuevo lord Rahl. Es posible que le cueste aceptar su nueva posición, pero un día te necesitará. Comandante general Trimack, consideraría un favor personal que fueses comprensivo con él.

Trimack recorrió la zona con la mirada dispuesto a afrontar cualquier nuevo peligro.

— Yo daría mi vida por él.

— Creo que, en un principio, necesitará más tu comprensión. Richard cree que no es nada más que un guía de bosque. No ve que es un líder tanto por carácter como por nacimiento. Al principio se negará, pero al fin tendrá que aceptar quién es.

Finalmente, una sonrisa apareció en el rostro de Trimack.

— De acuerdo. —El soldado se detuvo y miró de cara al mago—. Soy un soldado de D’Hara y mi deber es servir a lord Rahl. Pero lord Rahl también debe servirnos a nosotros; debe ser la magia que nos ampare de la magia. Sin nuestras espadas él podría sobrevivir, pero sin su magia nosotros estamos perdidos. Ahora decidme qué está haciendo un aullador fuera del inframundo.

Zedd suspiró y, finalmente, hizo un gesto de asentimiento.

— Tu lord Rahl se dedicaba a una magia muy peligrosa, magia del inframundo, y rompió el velo que separa este mundo del mundo de la muerte.

— Maldito idiota. Se suponía que debía servirnos y no hacer caer sobre nosotros la noche eterna. Alguien debió matarlo.

— Alguien lo hizo: Richard.

— Ya —admitió Trimack de mala gana—. En ese caso, lord Rahl ya nos está sirviendo.

— Hace unos pocos días, eso que dices habría sido una traición.

— Mayor traición es entregar los vivos a los muertos.

— Ayer, comandante, habrías matado a Richard para proteger a Rahl el Oscuro.

— Y ayer él me hubiera matado a mí para llegar hasta su enemigo. Pero ahora estamos en el mismo bando. Sólo los tontos caminan hacia el futuro mirando atrás.

Zedd hizo un gesto de asentimiento y esbozó una leve aunque cálida sonrisa de respeto, pero enseguida entrecerró los ojos y se inclinó hacia el soldado.

— Si el velo se ha rasgado, comandante, y el Custodio anda suelto por este mundo, todos correrán la misma suerte. No sólo D’Hara, sino todo el mundo será consumido. Por lo que he leído de las profecías, es posible que Richard sea el único capaz de restaurar el velo. Recuérdalo si alguien trata de hacerle daño.

— Acero contra acero para que él pueda usar magia contra magia —replicó el soldado con mirada gélida.

— Bien. Veo que lo has entendido.


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