53

En el puente que conducía a la isla Pihuela, bajo la luz que proyectaba una farola, un grupo de chicos y jóvenes los acosó. Muchos iban vestidos con ropas elegantes y otros con túnicas, pero todos llevaban un rada’han al cuello. Presos de una gran excitación, todos preguntaban al mismo tiempo; querían saber si era cierto que Richard había matado a un mriswith y cómo era. También querían decir a Richard sus nombres y le pedían a gritos que desenvainara la espada y les mostrara cómo había vencido al legendario monstruo.

Pasha se dirigió al más persistente de ellos, situado junto a su cadera.

— Sí, Kipp, es cierto que Richard ha matado a un mriswith. La hermana Maren lo está estudiando en estos momentos y, si lo considera apropiado, os comunicará su naturaleza. Lo que puedo decirte es que es una bestia de aspecto aterrador. Y ahora marchaos. Ya es casi la hora de la cena.

Pese a su desilusión por no obtener más información, lo que habían oído los había excitado sobremanera y echaron a correr en bandada para comunicar a sus compañeros lo que habían averiguado.

Después de dejar a Bonnie en los establos, Richard recorrió junto a Pasha pasadizos y vastas salas, tratando de memorizar su disposición. Pasha le señaló dónde se encontraban los comedores de los muchachos así como el comedor donde efectuaban sus colaciones las Hermanas y algunos de los aprendices de más edad. Asimismo le mostró la ubicación de las cocinas, de donde emanaban apetitosos aromas que flotaban por los corredores adyacentes.

Finalmente la joven señaló un arco de entrada cubierto con celosías abierto en un grácil muro de piedra alzado bajo la protección de las anchas ramas de los árboles. En algunos lugares el muro estaba cubierto por enredaderas. Unas grandes flores blancas salpicaban el verdor.

— Ahí están las oficinas de la Prelada y sus aposentos —dijo Pasha.

— ¿Estará ella en la cena?

Pasha se rió por lo bajo.

— No, claro que no. La Prelada no tiene tiempo para cenar con nosotras.

Richard giró y tomó un sendero que conducía a una verja en el muro.

— ¡Richard! ¿Qué estás haciendo? ¿Adónde vas?

— A conocer a la Prelada.

— ¡No puedes ir a visitarla cuando te apetezca!

— ¿Por qué no?

Pasha corrió para alcanzarlo.

— Porque es una mujer muy ocupada. No se la puede molestar. Además, no te dejarán verla. Los guardias no nos permiten ni siquiera pasar de esa verja.

Richard se encogió de hombros.

— No perderé nada por preguntar, ¿no crees? Luego iremos a mi habitación, eliges qué debo ponerme y cenamos con las Hermanas. ¿De acuerdo?

La oferta de que le eligiera la ropa dio a Pasha qué pensar. La joven tartamudeó que seguramente nada se perdería por preguntar y apretó el paso para no quedarse retrasada. Richard fue directo hacia el guardia. Éste se colocó frente a la verja de hierro y enganchó los pulgares al cinto, del que le colgaban las armas.

— Lo siento mucho —le dijo Richard, poniéndole una mano sobre el hombro—. Perdóname, por favor. No te habré metido en ningún lío espero. La Hermana no ha salido para gritarte, ¿verdad?

El guardia frunció el entrecejo confuso. Richard bajó la voz para añadir:

— Mira… ¿Cómo te llamas?

— Andellmere. Kevin Andellmere.

— Mira, Kevin, ella me dijo que enviaría un guardia a la puerta occidental para que fuera a buscarme si me retrasaba aunque sólo fuera un minuto. Probablemente se olvidó de enviarte. No es culpa tuya. Te prometo que no pienso mencionarle tu nombre. Espero que no estés enojado conmigo.

Richard dio la espalda a Pasha y se inclinó aún más hacia el guardia.

— Tú ya me entiendes —dijo. En un gesto muy elocuente miró a Pasha, puso los ojos en blanco y le guiñó un ojo. Kevin echó una rápida mirada a Pasha, que trataba de poner un poco de orden en su enmarañado pelo—. ¿Eh? Estoy seguro de que lo entiendes. Oye, Kevin, a cambio te invitaré a una cerveza, ¿qué te parece? Será mejor que entre ahora mismo antes de que por mi culpa te metas en un lío, pero prométeme que dejarás que te invite a una cerveza para compensarte.

— Bueno, supongo que sí en…

Richard dio una palmada al guardia en el hombro.

— Así me gusta.

Dicho esto pasó como una exhalación junto al guardia y cruzó la verja con Pasha pegada a sus talones. Entonces se volvió y saludó a Kevin con una sonrisa y un ademán con la mano.

— ¿Cómo lo has conseguido? —preguntó Pasha en voz baja—. Nadie logra nunca pasar más allá de los guardias.

Richard le sostuvo abierta la puerta del edificio.

— Le di demasiado en qué pensar y la angustia de que pudiera ser cierto.

Pasha llamó a una puerta y cuando obtuvo respuesta ambos entraron en una habitación tenuemente iluminada. Había dos escritorios con sendas Hermanas detrás. Pasha las saludó con una reverencia.

— Hermanas, soy la novicia Pasha Maes y éste es nuestro nuevo estudiante, Richard Cypher. Richard se preguntaba si le sería posible ver a la Prelada.

Ambas Hermanas la fulminaron con la mirada. La sentada a la derecha respondió:

— La Prelada está ocupada. Puedes retirarte, novicia.

Algo pálida, Pasha hizo otra reverencia.

— Gracias por vuestro tiempo, Hermanas.

Richard las saludó a su vez con una leve inclinación de cabeza.

— Sí, gracias Hermanas. Por favor, transmitid a la Prelada mis más respetuosos saludos.

— Ya te dije que no nos recibiría —dijo Pasha tras cerrar la puerta.

Richard se colgó mejor la mochila que llevaba a la espalda.

— Bueno, al menos lo intentamos. Gracias por permitírmelo.

Richard había sabido desde el principio que Pasha tenía razón, que la Prelada no los recibiría, pero había visto lo que quería ver, la distribución del edificio y los terrenos adyacentes por si algún día le convenía saberlo.

Seguía sintiendo lo mismo acerca de su cautiverio, pero decidió afrontarlo de un modo distinto al menos por un tiempo. Aguardaría el momento oportuno y, mientras tanto, aprendería lo que pudieran enseñarle. Nada le gustaría más que poder librarse del collar sin tener que hacer daño a nadie.

En el edificio que albergaba sus aposentos, conocido como Residencia Guillaume, según le habían dicho en honor a un profeta, un joven emergió vacilante de las sombras en la planta baja frente a la escalinata de mármol. Tenía el pelo rubio rizado, muy corto a ambos lados. Llevaba las manos metidas en las mangas de una túnica violeta, adornada en puños y cuello con brocado plateado. Su porte encorvado le hacía parecer más bajo de lo que en realidad era.

Saludó a Pasha con una inclinación de cabeza, mientras sus ojos azules buscaban un lugar seguro en el que posarse.

— Que el Creador te bendiga, Pasha —dijo en tono suave—. Esta noche estás preciosa. Confío en que te encuentres bien.

La novicia entrecerró los ojos, pensativa.

— Warren, ¿verdad? —El joven cabeceó, sorprendido de que ella supiera cómo se llamaba—. Estoy muy bien, Warren. Gracias por preguntar. Te presento a Richard Cypher.

Warren sonrió tímidamente a Richard.

— Sí, ya te vi ayer en la fiesta de bienvenida.

— Supongo que también tú quieres saber lo del mriswith —comentó Pasha con un suspiro.

— ¿Qué mriswith?

— Richard ha matado a un mriswith. ¿No es eso lo que querías preguntar?

— ¿De verdad? ¿Un mriswith? No, yo… —Warren se volvió hacia Richard—. Lo que quería era preguntarte si algún día te gustaría bajar a las criptas y estudiar conmigo las profecías.

Richard no deseaba avergonzar a Warren, pero no tenía ningún interés por las profecías.

— Me siento muy honrado por la oferta, Warren, pero me temo que no sirvo para resolver acertijos.

Warren clavó la mirada en el suelo.

— Claro, ya lo entiendo. No hay muchos que se interesen por los libros. Sólo pensé que, bueno, como ayer mencionaste esa profecía en particular, tal vez te gustaría hablar sobre ella. Es una profecía fascinante. Pero lo entiendo. Perdona por haberos molestado.

— ¿De qué profecía hablas? —inquirió Richard, extrañado.

— La que mencionaste al final, sobre que eres, bueno… —Warren tragó saliva—… el portador de la muerte. Creo que jamás había conocido a nadie que se mencionara en las profecías. —El joven parpadeó, sobrecogido—. Puesto que sales en las profecías, pues pensé que quizás… —Su voz se fue apagando, miró al suelo. Ya daba media vuelta cuando añadió—: Pero lo comprendo. Siento haberte…

Suavemente Richard le cogió de un brazo y lo obligó a volver.

— Como ya he dicho, soy muy malo resolviendo acertijos. Pero tal vez tú podrías enseñarme algo sobre las profecías y llenar el vacío de mi ignorancia. Me encanta aprender.

El rostro de Warren se iluminó y todo su cuerpo pareció henchirse. Cuando se irguió era casi tan alto como Richard.

— Será un placer. Me encantaría discutir contigo esa profecía. Es un verdadero misterio. Todavía se sigue discutiendo su posible significado. Tal vez con tu ayuda…

Un hombre ancho de hombros, vestido con ropas muy sencillas y llevando un rada’han al cuello se unió al grupo con sigilo, cogió a Warren por la túnica a la altura del hombro y lo apartó. Tenía la mirada prendida en Pasha, a la que dirigió una sonrisa.

— Buenas noches, Pasha. Pronto será la hora de cenar y he decidido escoltarte hasta el comedor. —Con la mirada recorrió lentamente el cuerpo de la joven de la cabeza a los pies, para después volver a ascender—. Si es que antes te adecentas un poco y haces algo con ese pelo. Estás hecha un desastre. Será mejor que no pierdas tiempo.

Ya se disponía a dar media vuelta cuando Pasha enlazó con su brazo el de Richard y le replicó:

— Me temo que tengo otros planes, Jedidiah.

Jedidiah echó a Richard un rápido vistazo.

— ¿Cuáles? ¿Con este paleto? ¿Vais a cortar leña juntos o a despellejar conejos?

— Fuiste tú —intervino Richard—. Recuerdo tu voz. Tú fuiste quien gritó desde la galería ayer: «¿Tú solito?».

Jedidiah esbozó su habitual sonrisa condescendiente.

— Una pregunta muy apropiada, ¿no crees?

Pasha alzó el mentón para anunciar:

— Richard ha matado a un mriswith.

Jedidiah enarcó las cejas en fingido asombro.

— Bueno, bueno, pero qué valiente es nuestro joven rústico.

— Tú nunca has matado a un mriswith —intervino Warren.

Lentamente Jedidiah se volvió para lanzar una fulminante mirada a Warren. Éste se encogió.

— ¿Qué estás haciendo tú en la superficie, Topo? ¿Viste tú cómo lo mataba? —preguntó a Pasha—. Apuesto a que afirma que estaba solo cuando lo hizo. Seguramente encontró a un mriswith que había muerto de viejo, le clavó su espada y luego se jactó de que lo había matado él para tratar de impresionarte. —Nuevamente dirigió a Richard una sonrisa afectada y preguntó—: ¿No es así como ocurrió, paleto?

Richard sonrió de oreja a oreja.

— Me has pillado. Es exactamente lo que pasó.

— Lo que imaginaba. Reúnete conmigo después, nena —dijo Jedidiah, dirigiéndose muy satisfecho a Pasha— y te mostraré un poco de magia real. La magia de un hombre.

Dicho esto, se marchó con aire imperioso y desapareció por una esquina.

— ¿Por qué has dicho eso? —recriminó la joven a Richard, con las manos en las caderas—. ¿Por qué has dejado que creyera algo así de ti?

— Lo he hecho por ti —repuso Richard—. Creí que deseabas que no causara más problemas y me comportara como un caballero.

— Y lo quiero —refunfuñó Pasha, cruzando los brazos.

Richard se volvió hacia Warren, que seguía encogido contra la columna de arranque de la escalinata de mármol.

— Warren, si ése te hace algo, quiero que vengas a decírmelo. Yo soy la piedra que se le ha metido en el zapato. Si la toma contigo, quiero que me lo digas.

El aprendiz de mago se animó.

— ¿Lo dices de verdad? Gracias, Richard, pero no creo que se moleste en fastidiarme. Ya nos veremos abajo, en las criptas, cuando tengas tiempo. —El joven lanzó una tímida sonrisa a Pasha y se despidió de ella—. Buenas noches, Pasha. Ha sido muy agradable verte de nuevo. Estás preciosa esta noche. Adiós.

— Buenas noches, Warren —repuso Pasha con una sonrisa, y contempló cómo se alejaba a toda prisa por el pasillo—. Qué chico más raro. Casi ni me acordaba de su auténtico nombre; todo el mundo lo llama Topo, porque se pasa la vida bajo tierra, en las bóvedas subterráneas de palacio.

»Bueno —prosiguió, mirando a Richard se soslayo—, esta noche te has ganado un amigo que no podrá hacer nada para ayudarte y un enemigo que puede hacerte mucho daño. Mantente alejado de Jedidiah. Es un mago experimentado que pronto será liberado. Hasta que no aprendas a defenderte con tu han, estás a su merced. Podría matarte fácilmente.

— Creí que formabais una gran familia feliz.

— Entre los magos hay una jerarquía. Los más poderosos luchan para conseguir el dominio, y a veces esa lucha es muy peligrosa. Jedidiah es el orgullo de palacio y no acepta la idea de que otro ponga en peligro su supremacía.

— Yo no represento ningún desafío para el poder de un mago.

Pasha enarcó una ceja.

— Jedidiah nunca ha matado a un mriswith y todo el mundo lo sabe.

Ya en el comedor, Richard trató de disfrutar con las lentejas estofadas que habían preparado expresamente para él, pese a lo incómodo que se sentía ataviado con el manto rojo que Pasha le había elegido. Por su parte la joven llevaba un llamativo vestido verde que mostraba más de lo que ocultaba. Richard se dijo que tenía un escote que rayaba en lo imprudente. Los muchachos que habían sido invitados por las Hermanas o las novicias a comer allí, apenas prestaban atención a la comida, pues solamente tenían ojos para Pasha y no se perdían ni uno solo de sus movimientos.

Muchos de esos jóvenes, todos con un collar alrededor de su cuello, se acercaron a Richard para presentarse, deseosos, según sus propias palabras, de conocerlo mejor. Asimismo, le prometieron enseñarle la ciudad y algunas de sus principales atracciones. Al oír esto último Pasha no pudo evitar ruborizarse. Richard preguntó a los muchachos si sabían dónde tomaban cerveza los guardias y ellos le prometieron llevarlo allí.

También Hermanas de todas las edades, formas y estaturas se acercaron para saludarlo. Todas se comportaban como si los sucesos de la noche anterior jamás hubieran ocurrido. Cuando Richard preguntó a Pasha la razón de ello, la muchacha le respondió que todas las Hermanas comprendían que le resultara difícil adaptarse a palacio en un principio. Estaban acostumbradas a tales escenas, dijo, y no se las tomaban a pecho. Richard se calló que esta vez harían bien en tomársela muy a pecho.

Algunas de las Hermanas le sonrieron y le dijeron que esperaban tener la oportunidad de trabajar con él, mientras que unas pocas lo observaron con ceño y le advirtieron que serían inflexibles en exigirle lo mejor de él mismo. Richard sonrió y les prometió esforzarse el máximo, sin tener ni idea de a qué se comprometía.

Casi al final de la cena dos atractivas jóvenes, una ataviada con un vestido rosa de satén y la otra amarillo, entraron precipitadamente en el comedor, se fueron parando junto a diversas mesas y hablando en susurros con otras jóvenes. Finalmente se acercaron al rincón que ocupaban Richard y Pasha.

Una de ellas se inclinó hacia Pasha y le preguntó:

— ¿Te has enterado? —Pasha la miró inexpresivamente—. Jedidiah se cayó por un tramo de escaleras —le dijo la otra. Los ojos le brillaban, disfrutando del cotilleo. Entonces se inclinó más si cabe, muy excitada por lo que aún quedaba por decir—. Se ha roto una pierna.

— ¡No! —exclamó Pasha—. ¿Cuándo? Pero si acabamos de verlo.

La joven soltó una risita y asintió.

— Es verdad. Acaba de pasar. Ahora lo atienden los sanadores. No hay que preocuparse; mañana por la mañana ya estará perfectamente.

— ¿Cómo ha ocurrido?

La joven se encogió de hombros.

— Por torpeza. Tropezó con una alfombra y se cayó. Estaba tan furioso que redujo la alfombra a cenizas —añadió, bajando la voz.

— ¡Fuego de mago! —susurró Pasha con incredulidad—. Y en palacio. Qué crimen tan…

— No, no, nada de fuego de mago. No seas tonta. Ni siquiera Jedidiah osaría hacer algo así. Era fuego normal y corriente. Pero quemó una de las alfombras más antiguas de palacio. A las Hermanas les ha disgustado mucho esa exhibición de mal genio y han ordenado que no le recompongan el hueso ni le alivien el dolor hasta mañana, como castigo.

Comunicado ya el cotilleo, tanto las miradas como las sonrisas de las dos muchachas se posaron en Richard. Pasha las presentó como dos amigas, Celia y Dulcy, novicias con respectivos pupilos. Richard fue muy cortés con ellas, alabó los vestidos que llevaban y su bonito pelo rizado. Las jóvenes estaban encantadas.

Cuando al fin se marcharon, Pasha lo cogió del brazo y le dio las gracias.

— ¿Por qué?

— Nunca se me había permitido comer con las Hermanas ni con las novicias que tienen a su cargo un muchacho. Ésta ha sido la primera vez que he cenado con ellas, como si fuera una Hermana. Has sido amable y considerado con todo el mundo. Me he sentido muy orgullosa de ti. Además, estás muy guapo con esas ropas.

— Con ese vestido que llevas no te costaría nada conseguir un acompañante con modales mucho más refinados que los míos —repuso Richard, abriéndose el elegante cuello de la camisa—. Es la primera vez que me pongo una camisa blanca o con volantes, o un manto de este color rojo. Me siento ridículo.

Pasha esbozó una ufana sonrisa.

— Te aseguro que ni Celia ni Dulcy han pensado que estuvieras ridículo. Me sorprende que no te dieras cuenta de que estaban verdes de envidia. Estuvieron a punto de sentarse en tu regazo.

Richard se dijo que si a Celia y a Dulcy tanto les gustaba ese manto rojo, él estaría encantado de dárselo, pero nada dijo.

— ¿Por qué un mago tan importante como Jedidiah no lleva ropa elegante?

— Solamente los aprendices de mago llevan ropa como ésa y se les permite ir a la ciudad. A medida que van progresando, cambia su modo de vestir. Cuanto más poderoso es un mago, más modestas son sus ropas. Es por esto por lo que Jedidiah lleva una túnica marrón tan sencilla, porque casi ha finalizado su entrenamiento.

— ¿Cuál es el propósito de una norma tan extraña?

— Enseñar humildad. Quienes van más elegantemente vestidos, gozan de más libertad y disponen de todo el dinero que desean son quienes tienen menos poder. Nadie los respeta por esas cosas. De este modo los jóvenes aprenden que la maestría nace de dentro, no de los adornos externos.

— Así pues, se me degrada al llevar estas prendas. Yo ya llevaba ropa muy humilde.

— Aún no mereces vestir con humildad. A los muchachos se les permite ponerse de vez en cuando su propia ropa, si lo desean, pero no si son muy sencillas.

»Los habitantes de la ciudad reconocen las capacidades y el poder de un mago por la ropa que lleva. A los que visten con humildad no se les permite ir a la ciudad. —Pasha sonrió—. Algún día, cuando hayas progresado lo suficiente, podrás ponerte una túnica de mago.

— No me gustan las túnicas. Prefiero la ropa que llevaba.

— Cuando te quiten el collar y abandones el palacio podrás llevar lo que te apetezca. Naturalmente, la mayoría de los magos respetan la túnica típica de su profesión y la llevan el resto de sus días.

Richard cambió de tema.

— Quiero ver a Warren. Dime cómo llegar a él.

— ¿Ahora? ¿Esta noche? Richard, ha sido un día muy largo y aún tengo que darte tu primera lección.

— Tú dime sólo cómo bajar a las criptas. ¿Estará Warren allí siendo tan tarde?

— Que yo sepa, se pasa la vida allí. Creo que duerme incluso rodeado de libros. Me quedé muy sorprendida al verlo hoy aquí arriba. Dará que hablar durante semanas.

— No quiero que piense que me he olvidado de él. Dime cómo bajar.

— Bueno —suspiró Pasha—, si insistes en ir, te acompañaré. Mi misión es escoltarte adonde quieras ir en el Palacio de los Profetas. Al menos, de momento.


Загрузка...