17

Cuando por fin despertó, Kahlan le levantó la cabeza. Los ojos grises de Richard parpadearon y recorrieron la pequeña habitación hasta que toparon con el rostro de la mujer.

— ¿Dónde estamos? —preguntó.

— En casa de Nissel. Te ha curado la quemadura —repuso Kahlan, apretándole levemente el hombro.

Con la mano derecha, el joven se tocó el emplasto cubierto por una venda e hizo con gesto de dolor.

— ¿Cuánto tiempo…? ¿Qué hora es?

Kahlan, agachada en el suelo junto a él, alzó la vista, se frotó los ojos y los entrecerró hacia la puerta entornada por la que entraba una luz grisácea.

— Amaneció hace una o dos horas. Nissel está en la habitación del fondo, durmiendo. Ha estado en pie la mayor parte de la noche, cuidándote. Todos los ancianos están fuera, esperando. No se han marchado desde que te trajimos aquí.

— ¿Cuándo? ¿Cuándo me trajisteis?

— En plena noche.

— ¿Qué ocurrió? —quiso saber Richard, mirando de nuevo en torno—. Rahl el Oscuro estaba allí y me tocó. —Con la mano se agarró el brazo—. Me… marcó. ¿Adónde fue? ¿Qué pasó después de que me marcara?

— No lo sé. Simplemente se marchó.

La manaza de Richard le apretó el brazo, haciéndole daño. Tenía una mirada salvaje.

— ¿Qué quieres decir con que se marchó? ¿Volvió a la luz verde? ¿Regresó al inframundo?

— ¡Richard! Me estás haciendo daño.

El joven la soltó.

— Lo siento —se disculpó, y sostuvo la cabeza de Kahlan contra su hombro bueno—. Lo siento mucho. No pretendía hacerte daño. No puedo creer que haya sido tan estúpido —añadió, soltando un ruidoso suspiro.

— Tampoco es para tanto —lo tranquilizó Kahlan, y lo besó en el cuello.

— No me refería a eso. Quería decir que no puedo creer que haya sido tan estúpido para llamar de nuevo a Rahl desde el inframundo. Los espíritus me avisaron. Debí habérmelo imaginado. Me concentré tanto en una sola cosa que no miré alrededor para ver qué venía de otras direcciones. Debo de estar loco por haber hecho algo así.

— No digas eso. Tú no estás loco —susurró Kahlan, que se puso en pie y lo miró desde arriba—. No vuelvas a decir nunca más algo así.

Richard parpadeó y se incorporó. Al tocarse de nuevo el vendaje, hizo otro gesto de dolor. Acto seguido alargó un brazo y le acarició las mejillas y el cabello, mientras sonreía de ese modo especial que le derretía el corazón.

— Eres la mujer más hermosa del mundo —le dijo, mirándola a los ojos—. ¿Te lo había dicho ya?

— No paras de decírmelo.

— Es que es cierto. Me encantan tus ojos verdes, tu pelo… Tienes el pelo más bonito que he visto en mi vida. Kahlan, te quiero más que a ninguna otra cosa en el mundo.

— Yo también te quiero más que a nada —repuso la mujer, conteniendo las lágrimas—. Por favor, Richard, prométeme que nunca dudarás de mi amor. Prométeme que, pase lo que pase, nunca dudarás de lo mucho que te amo.

Richard le acarició una mejilla con toda la mano.

— Te lo prometo. Te prometo que nunca dudaré de tu amor, pase lo que pase. ¿Contenta? ¿Qué es lo que te ocurre?

Kahlan se recostó contra él, apoyó la cabeza sobre su hombro y lo abrazó con cuidado, para no hacerle daño.

— Rahl el Oscuro me asustó mucho, eso es todo. Me espanté tanto cuando te quemó con la mano… Creí que habías muerto.

— ¿Y después qué? —inquirió Richard, rozándole cariñosamente un hombro—. Recuerdo que me dijo que había podido regresar porque yo lo había llamado, pues era mi antepasado, y después dijo algo acerca de marcarme para el Custodio. Después, ya no recuerdo nada. ¿Qué más pasó?

Kahlan tuvo que pensar muy deprisa.

— Bueno… dijo que iba a marcarte, y que esa marca te enviaría con el Custodio. Luego añadió que acabaría de rasgar el velo. Te tocó con su mano y te quemó en el pecho. Pero, antes de que pudiera matarte, invoque el rayo, el Con Dar.

Richard se quedó sin respiración un segundo.

— Supongo que sería demasiado bueno que lo hubieras matado con el rayo, o destruido o lo que sea que puede hacerse a un espíritu.

— No, no lo destruí. Rahl el Oscuro lo paró, al menos en parte. Pero creo que lo asustó, porque se marchó. No regresó a la luz verde, sino que atravesó la puerta. Se marchó antes de poder acabar lo que te estaba haciendo. Simplemente se marchó.

— Mi heroína. Me has salvado. —Richard sonrió y la apretó con más fuerza contra sí. Entonces frunció el entrecejo, pensativo, y murmuró—: Ha vuelto para rasgar el velo. ¿Y luego qué? —preguntó.

Kahlan se armó de valor para mentirle por omisión. Sin embargo, no pudo aguantar el escrutinio de sus ojos. Se acurrucó contra su hombro, buscando frenéticamente el modo de cambiar de tema.

— Luego los ancianos y yo te trajimos aquí para que Nissel te curara la quemadura. Dijo que es grave, pero que con la cataplasma se te curará. Tienes que llevarlo unos cuantos días, hasta que empiece a mejorar.

»Te conozco, Richard —añadió, señalándolo airadamente con un dedo—. Y sé que querrás quitártelo antes. Tú siempre crees que sabes mejor que nadie qué te conviene. Pues no lo harás. Te lo dejarás puesto, Richard Cypher.

La sonrisa de Richard perdió algo de lustre para corregirla.

— Richard Rahl.

— Lo siento —susurró Kahlan, tras mirarlo fijamente unos segundos—. Richard Rahl. Tal vez podrías cambiarte el apellido cuando nos casemos. Podrías llamarte Richard Amnell. Los maridos de algunas Confesoras a veces lo hacen.

— Me gusta. Richard Amnell. Marido de la Madre Confesora. —Richard recuperó de nuevo su sonrisa—. Devoto y amante esposo. —La mirada de angustia volvió a sus ojos—. A veces temo que ya no sé quién soy, ni qué. A veces pienso que…

— Tú eres parte de mí, y yo de ti. Es lo único que importa.

Richard asintió con aire ausente. Las lágrimas refulgían en sus ojos.

— Yo quería ayudar con la reunión. Quería hallar el modo de poner fin a todo eso. Pero, en vez de ayudar, lo he empeorado. Rahl el Oscuro tenía razón: soy un estúpido. Por mi culpa…

— Richard, déjalo ya. Te han herido y aún estás demasiado cansado. Cuando hayas descansado un poco podrás pensar cómo solucionarlo. Sabrás qué hacer.

Richard hizo un esfuerzo por sobreponerse al desánimo. Se apartó la manta y se miró.

— ¿Quién me lavó el barro y me vistió?

— Los ancianos. Nissel y yo queríamos hacerlo —explicó, notando que se ponía colorada—, pero eres demasiado grande y pesado para nosotras. Así pues, te vistieron los ancianos. Tuvieron que hacerlo entre todos y no les fue fácil.

Richard asintió con aire ausente; ya no la escuchaba. Alzó una mano hacia donde normalmente le colgaba el silbato, el colmillo de Escarlata y el agiel, pero no estaban allí.

— Tenemos que irnos de aquí. Tenemos que buscar a Zedd. Ahora, antes de que algo nos lo impida. ¿Dónde está el colmillo de Escarlata? Tengo que llamarla. ¿Y mi espada?

— Todas tus cosas están en la casa de los espíritus.

El joven se frotó la cara con las manos y se alisó el pelo con los dedos.

— Muy bien —dijo, clavando en los ojos de la mujer su penetrante mirada—. Voy a buscar el colmillo de Escarlata y recogeré nuestras cosas para irnos. Tú ve a casa de Weselan y ponte el vestido de boda. Mientras esperamos a Escarlata nos casaremos —añadió, presionándole cariñosamente el brazo—. Nos marcharemos en cuanto llegue. Antes del anochecer ya estaremos en Aydindril con Zedd. Casados. Todo saldrá bien, ya lo verás. Descubriré en qué me he equivocado y lo arreglaré. Te lo prometo. —Dicho esto, la besó en una mejilla.

Kahlan le echó los brazos al cuello.

— Juntos lo arreglaremos —lo corrigió—. Tú y yo. Los dos juntos.

— Juntos. —Richard se rió con suavidad a su oído—. Te necesito, Kahlan. Tú eres la luz de mi camino.

La mujer se desasió y lo miró con severidad.

— Bueno, tengo instrucciones para ti, y vas a cumplirlas. Tienes que esperar aquí hasta que Nissel te dé permiso para levantarte. Dijo que cuando despertara te cambiaría el emplasto y el vendaje y te daría una medicina. Te quedarás aquí hasta que ella diga. ¿Entendido? No quiero que enfermes y mueras justo ahora, después de todo lo que nos ha costado salvarte la vida. No ha sido nada fácil, créeme.

»Yo iré a casa de Weselan para que dé los últimos retoques al vestido. Y, cuando Nissel acabe contigo… —Kahlan agitó un dedo hacia él—, entonces y sólo entonces, podrás llamar a Escarlata. Una vez que Nissel te dé el alta, hayas llamado a Escarlata y recogido nuestras cosas, ven a buscarme y nos casaremos. Pero tendrás que prometerme que me querrás siempre —añadió, besándole la punta de la nariz.

— Siempre —le prometió, risueño.

Kahlan apoyó las muñecas en sus hombros, a ambos lados de su fuerte cuello, y entrelazó los dedos por detrás de su cabeza.

— Voy a despertar a Nissel y a pedirle que se dé prisa en curarte. Por favor, Richard, no pierdas tiempo. Llama a Escarlata rápidamente, tan rápidamente como puedas. Quiero irme de aquí. Quiero marcharme antes de que la hermana Verna se acerque siquiera un poco. Aunque se supone que aún tardará algunos días, no quiero correr riesgo alguno. Quiero que nos vayamos los dos de aquí, lejos de las Hermanas de la Luz. Quiero que nos reunamos con Zedd para que te ayude con los dolores de cabeza antes de que empeoren.

Richard le dirigió una traviesa sonrisa torcida.

— ¿Y qué me dices de esa gran cama tuya en Aydindril? ¿No tienes prisa en llegar hasta ella?

Con suavidad, Kahlan le aplastó la nariz con un dedo.

— Nunca he compartido esa cama con nadie. Espero no decepcionarte.

El joven la cogió por la cintura con sus fuertes manos y la atrajo hacia sí hasta hacerla gruñir. Entonces le apartó el pelo de la nuca y le dio un dulce beso, justo donde se habían posado los labios de Rahl el Oscuro.

— ¿Decepcionarme? Amor mío, ésa es la única cosa en el mundo que no podrás hacer nunca—. Le dio otro cosquilleante beso en la nuca y añadió—: Vamos, ve a despertar a Nissel. Estamos perdiendo tiempo.

Kahlan tiró de la tela hacia arriba, tratando de estirarla al máximo.

Nunca había llevado un vestido tan escotado. ¿No te parece que enseño demasiado?

Weselan la miró desde el suelo, ocupada con el dobladillo del vestido azul. Mientras se levantaba para evaluar cómo le sentaba el vestido, se quitó de la boca la delgada aguja de hueso. Se fijó en el escote e inquirió, a su vez:

¿Crees que no le gustará?

Bueno, creo que sí. Eso espero, pero… —Kahlan se sonrojó.

Si te molesta que vea demasiado, tal vez deberías reconsiderar casarte con él —le aconsejó Weselan, en tono de confidencia.

Es que él no será el único que estará mirando. Nunca había llevado nada igual. Me preocupa… no hacer justicia al vestido.

Weselan sonrió y le dio unos golpecitos en el brazo.

Te sienta como un guante. Estás muy hermosa. Es perfecto para ti.

Kahlan se miró, no aún del todo convencida.

¿De veras? ¿Estás segura? ¿Me sienta bien de verdad?

En serio. Tienes unos pechos muy bonitos. Todo el mundo lo comenta —dijo la mujer barro, con una amplia sonrisa.

Kahlan se sonrojó. No dudaba de la veracidad de ese comentario pronunciado en tono despreocupado. Entre la gente barro comentar en público que una mujer tenía hermosos pechos era tan normal como decirle a una mujer en otro sitio que tenía una sonrisa agradable. No era la primera vez que la actitud desinhibida de la gente barro la azoraba.

Nunca he llevado un vestido tan hermoso, Weselan —la elogió mientras se estiraba la falda hacia los lados—. Gracias por todo tu esfuerzo. Lo guardaré como un tesoro.

Tal vez un día, si tienes una hija, se lo pondrá cuando se case.

Kahlan sonrió y asintió con la cabeza. «Por favor, espíritus —estaba pensando—. Si tenemos un hijo, que sea una niña y no un niño.» Mientras rezaba en silencio, se llevó una mano al fino colgante y dio vueltas con los dedos al pequeño hueso redondo colocado entre cuentas rojas y amarillas.

Adie, la mujer de los huesos, se lo había regalado para que la protegiera de las bestias que habitaban el paso del Límite que antes separaba la Tierra Occidental de la Tierra Central. La anciana hechicera le había dicho que, un día, protegería también al fruto de su vientre.

A Kahlan le encantaba ese colgante. Era idéntico al que su madre había recibido de Adie y después había pasado a Kahlan. Ésta lo había enterrado junto a su más querida amiga de infancia, Dennee. Desde la muerte de Dennee, Kahlan echaba mucho de menos el colgante de su madre.

Éste era aún más especial porque la noche antes de cruzar el paso Richard había jurado sobre él que, si Kahlan tenía algún día un hijo, él lo protegería. Entonces, ninguno de ellos sospechaba que fuese posible que ese hijo fuese compartido.

Así lo espero. Weselan, ¿querrás ser mi dama de honor?

¿Tu qué?

Con timidez, Kahlan se cubrió parte del escote con el cabello.

Allí de donde yo vengo existe la costumbre de que una amiga esté a tu lado cuando te casas. Es el símbolo de que los buenos espíritus velarán por esa unión. Richard desea que Savidlin sea su padrino, y yo quisiera que tú fueras mi dama de honor.

Me parece una costumbre muy extraña. Los buenos espíritus siempre velan por nosotros. Pero, si es vuestra costumbre, me sentiré honrada de estar a tu lado.

Muchas gracias —dijo Kahlan, con una sonrisa radiante.

Ahora ponte muy derecha. Casi he acabado.

Weselan se inclinó de nuevo para acabar el dobladillo. Kahlan trató de mantenerse con la espalda muy derecha, pero le dolía por haberse pasado casi toda la noche sentada en el suelo junto a Richard. Ojalá pudiera sentarse o echarse un rato; estaba tan cansada… Pero, sobre todo, le dolía tanto la espalda.

De repente se le ocurrió pensar en lo mucho que debería de estar sufriendo en esos momentos Denna.

Kahlan se dijo que no le importaba. Que cualquier cosa que le pasara la tenía merecida por todo el daño que había hecho a Richard. Al recordar todo lo que le había contado, el estómago se le revolvía. Aún sentía el lugar en el que Rahl el Oscuro había posados sus labios. Al pensar en ese beso sintió un escalofrío que le recorría la columna vertebral.

Entonces recordó el rostro de Denna convertido en una máscara de agonía en el instante antes de desaparecer. No le importaba; se lo tenía bien merecido.

Pero podría haber sido Richard. Sin el sacrificio de Denna, podría haber sido Richard.

No tengas miedo, Kahlan.

¿Qué? —Kahlan regresó a la realidad. Weselan, de pie frente a ella, le sonreía—. Lo siento. ¿Qué has dicho?

Weselan secó una lágrima de la mejilla de Kahlan.

He dicho que no debes tener miedo. Richard es un buen hombre, y serás muy feliz con él. Es natural que tengas miedo de casarte, pero no te preocupes. Saldrá bien, ya lo verás. Yo también lloré antes de casarme con Savidlin. Aunque lo amaba y deseaba casarme con él, de pronto me eché a llorar, como tú. —La mujer barro le guiñó un ojo—. Nunca más he tenido motivos para llorar. A veces tengo razones para quejarme, pero nunca para llorar.

Kahlan se secó la otra mejilla. ¿Qué le pasaba? ¿Qué más le daba a ella lo que pudiera ocurrirle a Denna? Nada de nada.

Ése es uno de mis grandes deseos en la vida: no tener motivos para llorar nunca más —dijo a Weselan, esforzándose por sonreír.

La mujer barro la consoló con un abrazo.

¿Te gustaría comer algo?

No, no tengo…

Savidlin abrió la puerta de golpe. Jadeaba y sudaba. Al ver la expresión de su cara, Kahlan se quedó helada y empezó a temblar antes incluso de que hablara.

Cuando Nissel acabó de curar a Richard, lo acompañé a la casa de los espíritus, como tú me dijiste que hiciera, para que llamara al dragón. La Hermana de la Luz estaba allí, esperándolo. Ahora están juntos. No entendí qué dijo, sólo tu nombre, pero comprendí qué quería. Quería que viniera a buscarte. Vamos, deprisa.

¡Noooo! —gimió Kahlan al tiempo que salía disparada hacia la casa de los espíritus.

Mientras corría, se levantaba el dobladillo del vestido entre los dedos, para no tropezar con él. Nunca en su vida había corrido tan rápido. Jadeaba mientras recorría a toda prisa los estrechos callejones. La melena ondeaba tras ella. Sentía el gélido aire invernal en la cara. Poco a poco fue dejando atrás el sonido de los pasos de Savidlin, que corría tras ella.

En lo único en que podía pensar era en que debía llegar donde estaba Richard. Eso no podía estar pasando. Era demasiado pronto. La Hermana no debería estar aún allí. Estaban a punto de irse. No era justo. ¡Richard!

Caían grandes copos de nieve, no como para cubrir el suelo con un manto blanco, pero sí los suficientes para anunciar la definitiva llegada del invierno. Los húmedos copos se fundían instantáneamente al contacto con la acalorada piel de la mujer. Algunos se le quedaban prendidos en las pestañas, y Kahlan debía parpadear. Al doblar una esquina se encontró con una ligera brisa que levantaba un blanco remolino. Kahlan lo atravesó como una flecha y siguió corriendo sin descanso.

De pronto se detuvo y miró alrededor; se había equivocado de camino. Tuvo que dar media vuelta y doblar en la otra esquina. Las lágrimas se mezclaban con los copos de nieve fundidos. Era demasiado. No era posible.

Jadeando y desesperada llegó por fin al claro que rodeaba la casa de los espíritus. Los caballos de las Hermanas estaban atados al otro lado del muro corto, el muro al que le faltaba un trozo de cuando Richard había tratado de matar al aullador.

Había gente alrededor, pero Kahlan no vio a nadie. Sólo veía la puerta de la casa de los espíritus. Corrió desesperada hacia ella.

Le parecía que tardaba una eternidad en llegar, como si fuera una pesadilla en la que no podía avanzar. Las piernas le dolían por el esfuerzo. Alargó la mano hacia el tirador. Los latidos del corazón le resonaban en los oídos.

— Por favor, queridos espíritus, que no sea demasiado tarde —suplicó.

Gruñendo con los dientes apretados, abrió la puerta con violencia y entró precipitadamente.

Dentro, se detuvo de golpe y tragó saliva. Richard estaba de pie frente a la Hermana Verna, justo debajo del orificio que había abierto en el techo el rayo de la noche anterior. Un haz de luz grisácea que se colaba por el agujero los iluminaba a ambos, y sobre ellos caían los copos de nieve que flotaban lentamente. En el resto de la sala reinaba la oscuridad. La espada que Richard llevaba al cinto destellaba bajo esa luz. No llevaba al cuello ni el colmillo, ni el silbato ni el agiel; todavía no había tenido tiempo de llamar a Escarlata.

La hermana Verna le tendía el collar con una mano. La mirada de la Hermana se posó brevemente en Kahlan en muda advertencia, antes de volver hacia Richard.

— Has oído las tres razones para ponerte el rada’han. Ésta es tu última oportunidad para recibir ayuda, Richard. ¿Aceptas la oferta?

Richard apartó los ojos de la mirada fija de la Hermana y se volvió despacio hacia Kahlan. Con brillantes ojos grises la miró de arriba abajo, hasta volver a su rostro. Su voz sonó suave, reverente.

— Kahlan… el vestido… es maravilloso. Maravilloso.

Kahlan no encontraba su voz. El corazón le latía desbocado. La hermana Verna pronunció su nombre en tono de seria advertencia.

Por primera vez se dio cuenta de que la hermana Verna sostenía algo en la otra mano; el estilete plateado. Pero no lo apuntaba contra ella misma, sino contra Richard. Entonces lo supo: si Richard no aceptaba, iba a matarlo. Pero Richard ni siquiera parecía haber reparado en ese puñal, que destellaba a la tenue luz de la casa de los espíritus. Kahlan se preguntó si la Hermana habría usado un encantamiento para que no lo viera.

— Lo has hecho lo mejor que has podido —dijo Richard a la Hermana—. Lo has intentado por todos los medios, pero no es suficiente. Te lo repito una vez más: no pienso…

— ¡Richard! —Kahlan avanzó otro paso hacia él, mientras el joven se volvía hacia ella y buscaba sus ojos—. Richard —susurró, dando otro paso. La voz se le quebró—. Acepta la oferta. Ponte el collar, por favor.

La hermana Verna no se movió. Esperaba tranquilamente.

— ¿Qué? —inquirió Richard, extrañado—. Kahlan… no lo entiendes. Ya te dije que nunca…

— ¡Richard! —El joven se quedó callado mientras la miraba confuso. Acto seguido echó un vistazo a la Hermana, la cual seguía inmóvil empuñando aún el cuchillo, y volvió a mirar a Kahlan. Los ojos de ambos quedaron prendidos. Kahlan sabía que la Hermana esperaría a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. La mirada de la mujer reflejaba una dureza que dejaba bien a las claras lo que haría si Kahlan no lograba persuadir a Richard—. Richard, pon mucha atención: quiero que aceptes.

— ¿Qué…?

— Acepta el collar.

— Los ojos de Richard ardieron de furia.

— Ya te lo he dicho. Jamás…

— ¡Dijiste que me amabas!

— Kahlan, ¿qué te pasa? Sabes que te amo más que…

— Entonces acepta la oferta —lo interrumpió—. Si realmente me amas, acepta el collar y póntelo. Por mí.

El joven la miraba fijamente, con incredulidad.

— ¿Por ti? —Kahlan se dio cuenta de que tenía que ser más dura. Actuando con amabilidad sólo lo estaba confundiendo. Si quería salvarlo, tenía que actuar más como Denna. «Queridos espíritus —rogó mentalmente—, por favor, dadme la fuerza para hacer esto, para salvarlo.»

»Kahlan, ¿qué mosca te ha picado? Ya hablaremos de esto más tarde. Ya sabes cuánto te quiero, pero no pienso…

Kahlan apretó los puños y le gritó:

— ¡Si me quieres, acepta! ¡No te quedes ahí plantado, diciendo que me amas, si no estás dispuesto a demostrarlo! ¡Me das asco!

Richard parpadeó, sorprendido. El tono de su voz se clavó en el corazón de Kahlan como un puñal.

— Kahlan…

— Si no estás dispuesto a demostrarme tu amor, es que no eres digno de él. ¿Cómo osas decir que me amas?

Los ojos de Richard se llenaron de lágrimas y lentamente cayó de rodillas.

— Kahlan… te lo suplico…

— ¡No te atrevas a replicarme! —Richard alzó los brazos para protegerse la cabeza; creía que Kahlan iba a golpearlo. Realmente estaba convencido de que iba a hacerle daño. Kahlan sintió que el corazón se le partía en dos. Mientras daba rienda suelta a su cólera, lloraba—. ¡Te ordeno que te pongas el collar! ¡No te atrevas a replicarme! ¡Si me amas, póntelo!

— Kahlan, por favor —gimió Richard—. No me hagas esto. No lo entiendes. No me pidas que…

— ¡Lo entiendo perfectamente! —gritó ella—. ¡Entiendo que dices que me quieres, pero no te creo! ¡No te creo! ¡Mientes! ¡Si no te pones el collar, es que tu amor es una mentira! ¡Una repugnante mentira!

De rodillas ante ella, ataviada con su vestido azul de boda, Richard era incapaz de mirarla a la cara. Con los ojos clavados en el suelo, hacía esfuerzos por decir algo.

— No… no es ninguna mentira. Por favor, Kahlan, te quiero. Para mí eres lo más importante que hay en el mundo. Por favor, créeme. Yo haría cualquier cosa por ti, pero…

Sintiéndose morir por dentro, Kahlan le cogió un puñado de cabello y lo obligó a levantar la cabeza y a mirarla. En su rostro rondaba la locura. Estaba ido. «Por favor, que sólo sea momentáneo —rogó Kahlan—. Por favor, queridos espíritus, que sólo sea momentáneo.»

— ¡Palabras! ¡Eso es todo lo que me ofreces! ¡No amor! ¡Ninguna prueba! ¡Sólo palabras sin ningún valor!

Mientras le tiraba del pelo, retrasó la otra mano preparándose para soltarle un bofetón. Richard se estremeció y cerró los ojos. Kahlan no pudo hacerlo; era incapaz de golpearlo. Ya era suficiente con mantenerse en pie sin arrodillarse a su lado, abrazarlo, decirle cuánto lo quería y tranquilizarlo.

Pero nada iba bien. Si no lo obligaba, Richard moriría. Ella era la única que podía salvarlo. Aunque eso la matara a ella.

— No me pegues más —susurró Richard—. Te lo suplico, Denna… No.

Kahlan se tragó el lamento que pugnaba por escapársele de la garganta y se obligó a hablar.

— Mírame. —Richard obedeció—. No te lo pienso repetir más, Richard. Si me quieres, aceptarás la oferta y te pondrás el collar. Si no, lamentarás haberme desobedecido, te lo juro. Acepta o todo habrá acabado entre nosotros. Todo. —Los ojos de Richard vacilaron. Kahlan apretó los dientes y prosiguió—: No te lo pienso repetir más, cielito. Ponte el collar. ¡Vamos!

Kahlan sabía que Denna solía llamarlo «cielito». Ella misma se lo había dicho, junto con todo lo demás, por lo que sabía el efecto que causaría en el joven ese apelativo. Había confiado no tener que usarlo. En ese instante, Richard perdió el último vestigio de cordura que le quedaba. Lo vio en sus ojos; vio lo que temía más que la propia muerte.

Traición.

Kahlan le soltó el mechón de pelo mientras él, de rodillas, se volvió hacia la hermana Verna. Ésta alzó ligeramente el collar y se lo tendió. A la fría luz, éste tenía un aspecto apagado, gris, muerto. Richard lo miró fijamente. Los copos de nieve seguían cayendo lentamente en la queda y discreta luz. La hermana Verna lo miraba con cara inexpresiva.

— Muy bien —susurró el joven. Con mano temblorosa fue a asir el collar. Sus dedos lo tocaron, se cerraron alrededor de él—. Acepto la oferta. Acepto el collar.

— En ese caso, póntelo al cuello y ciérralo —le ordenó la hermana Verna, con voz suave.

— Haría cualquier cosa por ti —dijo Richard a Kahlan en un susurro.

Kahlan sintió deseos de morir.

Las manos de Richard temblaban de tal modo que creyó que el collar se le caería. Lo sostuvo mientras lo miraba fijamente.

Cuando las manos dejaron de temblarle, inspiró hondo y se lo colocó alrededor del cuello. El collar se cerró con un chasquido, y la juntura desapareció, dejando sólo un anillo de metal perfectamente liso.

La sala quedó en penumbra, aunque aún era de día. Un profundo y ominoso trueno retumbó por la pradera en todas direcciones. No sonaba como ningún trueno que Kahlan hubiera oído antes. Lo sentía en el suelo que pisaban sus pies. Tal vez tenía algo que ver con la magia del collar.

Pero, al mirar a la hermana Verna y ver su expresión, supo que no tenía nada que ver con las Hermanas.

Richard se puso lentamente en pie, ante la Hermana.

— Hermana Verna, creo que descubrirás que sostener la correa de este collar es peor que llevarlo. Mucho peor —dijo, apretando los dientes.

— Sólo pretendemos ayudarte, Richard —repuso la Hermana, muy calmada.

— No creo en las palabras. Tendréis que demostrarlo.

Asustada, Kahlan recordó entonces que no había oído la tercera razón de la Hermana.

— ¿Y la tercera razón? ¿Cuál es la tercera razón para ponerse el collar? —preguntó.

Richard le lanzó una iracunda mirada que ni siquiera su padre habría podido igualar. Por un momento, Kahlan se olvidó de respirar.

— La primera razón es quitar los dolores de cabeza y abrir mi mente para que pueda aprender a usar el don. La segunda razón es para controlarme. —Richard alzó una mano y agarró a Kahlan por la garganta. Su mirada pareció atravesarla—. Y la tercera razón es causarme dolor.

— ¡No! ¡Por todos los espíritus bondadosos, no!

Richard la soltó. Su expresión se tornó relajada, perdida.

— Espero que te haya demostrado que te amo, Kahlan. Espero que ahora me creas. Te lo he dado todo; espero que baste. Ya no tengo nada más que ofrecerte. Nada.

— Sí lo tienes. Más de lo que puedas llegar a imaginarte. Te quiero más que a nada en el mundo, Richard.

La mujer alargó una mano para acariciarle una mejilla, pero el joven apartó la mano. Sus ojos lo decían todo: Kahlan lo había traicionado.

— ¿De veras? Ojalá pudiera creerte —dijo Richard, rehuyendo su mirada.

Kahlan trató de tragar el doloroso y ardiente nudo que se le había formado en la garganta.

— Prometiste que nunca dudarías de mi amor.

— Es cierto. Lo prometí.

Si hubiese podido descargar su poder contra ella misma, lo habría hecho.

— Richard… sé que ahora no lo entiendes, pero he hecho lo que he hecho sólo para que sigas vivo, para evitar que los dolores de cabeza, el don, te maten. Espero que algún día lo entiendas. Yo te esperaré siempre. Te quiero con todo mi corazón.

Richard asintió deshecho en lágrimas.

— Si es cierto lo que dices, ve en busca de Zedd. Dile lo que has hecho. Díselo.

— Richard, coge tus cosas y espera fuera con los caballos —ordenó la hermana Verna.

Richard la miró y asintió. Anduvo hasta la esquina más alejada de la sala y recogió su capa, el arco y la mochila. De dentro sacó las tres correas de cuero; la que tenía el silbato del Hombre Pájaro, la del colmillo de Escarlata y la del agiel de Denna. Kahlan miró cómo se las colgaba al cuello deseando tener algo para darle. Frenéticamente buscó en su mente qué podría darle.

— Espera —dijo cuando el joven pasó junto a ella. Le puso una mano en el brazo para detenerlo, empuñó el cuchillo que llevaba al cinto y se cortó un largo mechón de cabello. Ni siquiera pensó en qué hacía, en lo que ocurría cuando las Confesoras se cortaban ellas mismas el pelo.

Lanzando un grito de dolor se desplomó. Una abrasadora oleada de magia recorrió todo su cuerpo, quemando todos los nervios a su paso. Kahlan tuvo que luchar para no perder el sentido y controlar el dolor mientras respiraba a bocanadas.

Tenía que seguir consciente, o Richard podría marcharse antes de darle el mechón de cabello. Con sólo este pensamiento en la cabeza, se puso en pie a duras penas. Finalmente, el dolor empezaba a ceder.

Aún jadeando, Kahlan se arrancó una pequeña cinta azul de la cintura del vestido, la cortó, enrolló el largo mechón de pelo entre dos dedos y lo ató por el centro con la cinta. Bajo la mirada de Richard volvió a guardar el cuchillo en su funda y le metió el mechón en el bolsillo de la camisa.

— Para que no olvides nunca que mi corazón está contigo… que te quiero.

Richard la contempló largo rato, sin expresión alguna.

— Busca a Zedd —fue todo lo que dijo antes de dar media vuelta y salir por la puerta.

Una vez que se hubo ido, Kahlan se quedó mirando la puerta. Se sentía vacía, perdida, yerta.

La hermana Verna se puso a su lado para contemplar juntas la puerta.

— Creo que acabo de presenciar el acto más valiente de toda mi vida —dijo suavemente—. La gente de la Tierra Central es afortunada de tenerte a ti como su Madre Confesora.

— Piensa que lo he traicionado —dijo Kahlan, sin apartar los ojos de la puerta—. Está convencido de que lo he traicionado —insistió, mirando a la Hermana con los ojos anegados de lágrimas.

La Hermana escrutó su faz unos minutos.

— No lo has hecho. Te prometo que, un día, le ayudaré a comprender lo que has hecho hoy por él.

— Por favor, no le hagas daño —imploró Kahlan.

La hermana Verna unió las manos al frente e inspiró hondo.

— Tú acabas de hacerle daño para salvarle la vida. Pero te prometo que me ocuparé de él en persona y que me aseguraré de que sólo sufre lo imprescindible. Te prometo que no permitiré que sufra ni una pizca más de lo necesario. Te doy mi palabra como Hermana de la Luz.

— Gracias. —Kahlan contempló el estilete que la Hermana empuñaba. Ésta se lo guardó de nuevo en la manga—. Lo habrías matado. Si hubiera dicho que no por tercera vez, lo habrías matado.

— Cierto. Si hubiese dicho que no, el dolor y la locura del final hubiesen sido grotescos. Se lo hubiera ahorrado. Pero ahora eso ya no tiene importancia. Tú le has salvado la vida. Gracias, Madre Confesora… Kahlan.

— Hermana. —Kahlan la detuvo cuando la otra se disponía a marcharse—. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo tendrá que estar con vosotras? ¿Cuánto tendré que esperar?

— Lo siento, no lo sé —respondió la Hermana sin volverse para mirarla—. Dura lo que dura. Todo depende de él, de lo deprisa que aprenda.

Por primera vez, Kahlan sonrió.

— Creo que te sorprenderá lo deprisa que aprende Richard.

— Eso es lo que más temo: el conocimiento antes que la sabiduría. Es lo que más me asusta.

— Creo que la sabiduría de Richard también te sorprenderá.

— Ruego para que así sea. Adiós, Kahlan. No trates de seguirnos o Richard morirá.

— Hermana, una cosa más. —El tono de fría amenaza de su voz la sorprendió a ella misma—. Si me estás mintiendo, te mataré. Perseguiré hasta la última Hermana de la Luz y las mataré a todas, pero antes tendrán que suplicarme que las mate.

La Hermana se quedó quieta un momento antes de asentir y seguir adelante.

Kahlan la siguió fuera y contempló con el resto de la gente barro cómo la Hermana montaba. Richard se mantenía muy tieso encima de un imponente caballo zaino. Mientras esperaba, daba la espalda a Kahlan.

Ésta sentía que el corazón se le hacía trizas. Deseaba ver su rostro una vez más, pero Richard no miró atrás ni cuando se iban.

— Richard, te quiero —lloró Kahlan de rodillas.

El joven pareció no oírlo. Él y la hermana Verna desaparecieron hacia la nevada pradera. Kahlan se quedó sentada en el suelo, ataviada con su vestido de boda, la cabeza gacha y llorando. Weselan le pasó un brazo alrededor para consolarla.

Kahlan recordó las últimas palabras de Richard: «Busca a Zedd». Con esfuerzo se puso en pie. Todos los ancianos estaban allí. La mujer los miró uno a uno.

Debo partir al instante. Debo llegar a Aydindril. Necesito que algunos hombres me acompañen para ayudarme y asegurarme que lo consigo.

Yo iré —se ofreció Savidlin—. Y tantos de mis cazadores como desees. Todos, si quieres. Nos llevaremos un centenar.

Kahlan le posó una mano en el hombro y le dirigió una leve sonrisa.

No. No deseo que me acompañes tú ni tus hombres, amigo mío. Sólo me llevaré tres hombres. —Todos cuchichearon, confusos—. Más hombres llamarían la atención, y podríamos tener dificultades. Será más fácil pasar desapercibidos, si sólo somos cuatro. Así iremos más rápido.

»Te elijo a ti, Chandalen, a ti, Prindin y a Tossidin —dijo, señalando primero a un hombre que contemplaba la escena mirándola con aire desafiante, y luego a los dos hermanos.

¡Yo! ¿Por qué tengo que ser yo? —saltó Chandalen, furioso.

Porque no puedo fracasar. Sé que si me llevara a Savidlin, él haría todo lo posible. Pero, si fracasara, la gente barro sabría que no lo había hecho a propósito. Pero tú eres mejor cazador de hombres. Richard me dijo un día que si tuviera que elegir al lado de quién luchar, te elegiría a ti, aunque lo odiaras.

»Allí adonde voy, el peligro son los hombres. Si no lo logramos, si me fallas, todo el mundo creerá que es porque no te has esforzado lo suficiente. Siempre creerán que me dejaste morir, que permitiste que una de los tuyos muriera porque me odias a mí y odias a Richard. Si dejas que me maten, nunca más serás bien recibido por la gente barro. Por tu gente.

Prindin dio un paso adelante, seguido por su hermano.

Yo iré, y mi hermano también. Nosotros te ayudaremos.

¡Yo no pienso ir! ¡De ningún modo! —vociferó Chandalen.

Kahlan miró al Hombre Pájaro. Los ojos castaños del hombre se encontraron con los suyos, y cuando los posó en Chandalen tenían la dureza del acero.

Kahlan es una mujer barro. Tú eres el guerrero más valiente y astuto que tenemos. Tu responsabilidad es protegernos. A todos. Irás con ella. Cumplirás sus órdenes y la llevarás sana y salva allí donde desea ir. Si te niegas, tendrás que abandonar la aldea para no volver nunca. Y, si la matan, Chandalen, no te molestes en volver pues, si lo hicieras, te trataríamos como a cualquier forastero con pintura negra en los ojos al que hay que matar.

Chandalen, temblando de rabia, arrojó su lanza al suelo. Encolerizado, puso los puños sobre las caderas y replicó:

Si debo partir, quiero que se celebre una ceremonia para que los espíritus nos protejan en nuestro viaje. Durará hasta mañana. Entonces partiremos.

Todos los ojos se posaron en Kahlan.

Partiré dentro de una hora, y tú vienes conmigo. Tienes una hora para prepararte.

Kahlan volvió a la casa de los espíritus para quitarse el vestido de boda, ponerse ropa de viaje y recoger sus cosas. Agradecida, aceptó la oferta de ayuda de Weselan.


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