El paisaje reseco, desolado y llano se extendía interminablemente ante sus ojos bajo un sol implacable. En la distancia aparecían relucientes imágenes que temblaban y danzaban bajo el ardiente ojo del sol, como rehenes fantasmas que se hubieran rendido a un enemigo omnipotente. Detrás, las escarpadas colinas morían en un talud de rocosos escombros. El silencio era tan aplastante como el calor.
Richard se enjugó el sudor de la frente con la manga de su camisa. La piel de la silla de montar crujió cuando se removió encima de ella. Estaba esperando. Bonnie y los otros dos caballos también esperaban con las orejas alzadas, mientras de vez en cuando piafaban en la tierra seca y agrietada y lanzaban temerosos resoplidos.
La hermana Verna permanecía inmóvil a lomos de Jessup, escrutando la nada del horizonte con la misma atención que si contemplara un suceso de gran importancia. Excepto por el modo en que sus rizos castaños le colgaban lacios y sin vida, no demostraba que el calor la afectara en lo más mínimo.
— No entiendo este tiempo. Estamos en invierno. Nunca había oído que hiciera tanto calor en invierno.
— El tiempo cambia según los sitios —murmuró la mujer.
— No, no es cierto. En invierno siempre hace frío. Este calor corresponde a la canícula de verano.
— ¿Nunca has visto cimas de montaña cubiertas de nieve en verano?
— Sí —replicó Richard, invirtiendo la posición de las manos que descansaban sobre el pomo—. Pero eso sólo ocurre en las cumbres, porque el aire es más frío allá arriba. Pero ahora no estamos en la cima de una montaña.
— No sólo en las cumbres montañosas cambia el tiempo —dijo la hermana Verna, aún inmóvil—. En el sur, el clima es más caluroso que en el norte. Además, nos encontramos en un lugar que se sale de la norma; es como una inagotable oleada de calor.
— ¿Qué lugar es éste?
— El valle de los Perdidos.
— ¿Quién se perdió en él?
— Quienes lo crearon y quienquiera que entra. —Finalmente se volvió hacia él para mirarlo—. Es el fin del mundo, de tu mundo al menos.
Richard apoyó el peso del cuerpo hacia el otro lado cuando Bonnie hizo lo propio.
— Si éste es el fin del mundo, ¿qué hacemos aquí?
— Al igual que la Tierra Occidental en la que naciste estaba separada de la Tierra Central, y la Tierra Central lo estaba de D’Hara, esta tierra está separada de lo que queda al otro lado.
— ¿Y qué hay al otro lado? —inquirió un ceñudo Richard.
La Hermana se volvió hacia el paisaje que se extendía ante ellos.
— Tú vivías en el Nuevo Mundo. Al otro lado de este valle empieza el Viejo Mundo.
— ¿El Viejo Mundo? Nunca he oído hablar de él.
— Pocos en el Nuevo Mundo conocen su existencia. Está aislado y ha caído en el olvido. Este valle, el valle de los Perdidos, separa ambos mundos, más o menos como el Límite solía separar las tres tierras que conforman el Nuevo Mundo. La Tierra Salvaje que acabamos de cruzar es una región inhóspita y desierta. Cualquiera que se aventura en ella y luego se interna en el valle nunca regresa. La gente cree que al otro lado no hay nada, que éste es el extremo meridional de la Tierra Central y de D’Hara, y que no es más que lo que ves: un desierto sin fin donde los viajeros mueren de sed y de hambre, y donde hace tanto calor que a uno se le cuecen hasta los huesos.
Richard condujo a Bonnie más cerca de la Hermana.
— ¿Qué hay al otro lado? ¿Por qué nadie puede cruzarlo? ¿Y por qué nosotros sí?
— Son preguntas simples, pero las respuestas son algo más complicadas —replicó la mujer, mirándolo de soslayo. Entonces se relajó ligeramente sobre la silla y explicó—: Podría decirse que la tierra que media entre el Nuevo Mundo y el Viejo Mundo se estrecha, y hay mar a ambos lados.
— ¿Mar?
— ¿No has visto nunca el océano?
— No, nunca. En la Tierra Occidental está demasiado al sur, y nadie vive allí, o al menos eso se dice. He oído hablar del océano, pero nunca lo he visto con mis propios ojos. Dicen que es más grande que cualquier lago.
— Así es —repuso la Hermana, con una leve sonrisa. Giró adelante y señaló hacia la derecha—. El mar está en esa dirección. Y también hacia allí, pero mucho más lejos también hay mar —añadió señalando esta vez hacia la izquierda, hacia el sudeste—. Aunque la extensión de tierra entre ambos mares es muy grande, se trata del lugar más estrecho entre el Viejo Mundo y el Nuevo. Debido a ello, éste fue el escenario de una guerra entre magos.
— ¿Entre magos? ¿De qué guerra hablas? —preguntó Richard, irguiéndose en la silla.
— Sí, una guerra entre magos. Ocurrió hace muchísimo tiempo, cuando todavía había muchos hechiceros. Lo que ves es el resultado de esa guerra. Esto es todo lo que queda, como recordatorio de lo que son capaces de hacer los magos que poseen más poder que sabiduría.
A Richard no le gustó ni pizca la mirada acusatoria que le lanzó la Hermana.
— ¿Quién ganó?
La mujer cruzó las manos sobre el pomo de la silla y por fin relajó ligeramente los hombros.
— Nadie. Los dos bandos quedaron separados por esta lengua de tierra entre mares. Aunque la guerra acabó, no hubo vencedor ni vencido.
— ¿Qué tal un trago? —preguntó Richard, girando el cuerpo para coger un odre con agua.
La Hermana aceptó el odre con una pequeña sonrisa y echó un largo trago.
— Este valle es un ejemplo de lo que puede ocurrir cuando es el corazón y no la cabeza el que domina la magia. —La sonrisa se evaporó—. A causa de los magos, los habitantes de ambos mundos están separados para siempre. Ésta es una de las razones por las que las Hermanas de la Luz enseñamos a quienes poseen el don; para que no actúen de manera irreflexiva.
— ¿Y por qué luchaban?
— ¿Por qué luchan siempre los magos? Para decidir quién gobernaría.
— Una vez me explicaron algo acerca de una guerra de hechiceros en la que se trataba de dirimir si los magos debían gobernar, o no.
— Ésa fue otra guerra y, al mismo tiempo, parte de ésta —dijo la hermana Verna, devolviéndole el odre y enjugándose los labios con un dedo—. Cuando este valle separó a ambos bandos, algunos de cada lado quedaron atrapados en el Nuevo Mundo. Ambos grupos pretendían imponer su autoridad sobre quienes habían emigrado al Nuevo Mundo y sobre quienes habían vivido allí toda su vida.
»Al verse atrapados, uno de los bandos se ocultó durante siglos y buscó consolidar su fuerza antes de intentar hacerse con el poder en el Nuevo Mundo. La guerra volvió a estallar y duró hasta que fueron derrotados, excepto por unos pocos que huyeron a su bastión de D’Hara. Parientes tuyos, supongo —agregó, enarcando una ceja.
Richard la fulminó con la mirada hasta que, al fin, tomó un trago de agua caliente. Entonces echó un poco sobre una banda de tela, algo que Kahlan le había enseñado, y se la ató alrededor de la cabeza para refrescarse la frente e impedir que el pelo lo molestara, pues había crecido bastante. Luego colgó de nuevo el odre de la silla de montar.
— ¿Y qué ocurrió aquí? —quiso saber.
La Hermana hizo un barrido con el brazo del sudeste al sudoeste.
— Aquí, en la franja de tierra más estrecha, no sólo lucharon ejércitos, sino también magos para tratar de impedir que el otro bando avanzara. En un intento para capturar a sus adversarios, los hechiceros conjuraron encantamientos de todo tipo de magia. Ambos bandos por igual liberaron una maldad de incalificable horror y peligro. Eso es lo que se extiende delante de nosotros.
— ¿Quieres decir que su magia, sus conjuros, aún siguen allí? —Richard contemplaba fijamente la mirada vidriosa de la Hermana.
— Con toda su furia.
— ¿Cómo es posible? ¿Por qué no se han disipado?
— Porque no se limitaron a lanzar hechizos —contestó la mujer, con un suspiro—. A fin de mantener el poder de sus conjuros, alzaron unas estructuras que sostienen su fuerza.
— ¿Qué estructuras son ésas?
La hermana Verna seguía con la mirada fija en la nada, o quizá veía cosas que él no percibía.
— Las Torres de Perdición —musitó.
Richard acarició el cuello a Bonnie y esperó. Por fin la hermana Verna ahuyentó sus pensamientos privados soltando un profundo suspiro, y prosiguió:
— De un mar a otro, ambos bandos construyeron líneas opuestas de torres investidas con el poder de su magia. Empiezan a orillas del mar y confluyen aquí, en este valle. Pero, debido a la fuerza de las torres que alzó cada bando, ninguno pudo completar la última torre de la respectiva línea. Se llegó a un punto muerto en el que ningún bando pudo acabar la última torre. Así se creó un espacio vacío en la magia.
Richard rebulló inquieto en la silla.
— Si hay un vacío, ¿por qué nadie puede cruzar?
— Porque no es más que una disminución de la fuerza de la línea. A ambos lados de las montañas y las colinas, hasta donde acaba la tierra y empieza el mar, e incluso más allá, donde mengua un poco, la línea de la Perdición es impenetrable. Quien entra sucumbe a las tormentas de hechizos, a la magia. Cruzar la línea significa la muerte o algo peor: vagar en la bruma por toda la eternidad.
»Pero aquí, en el valle, la paridad de fuerzas impidió que los dos bandos completaran la última torre y sellaran la línea. Pero los conjuros vagan y se desplazan por entre el espacio vacío como nubes de tormenta que arrastra el viento. A veces chocan y otras se reúnen. Como en este lugar son más débiles, existe un laberinto que los poseedores del don pueden recorrer. Los pasadizos entre hechizos cambian continuamente, y los sortilegios no siempre son visibles. Deben sentirse con el don. Y no es nada fácil.
— ¿Así es como logran cruzar las Hermanas de la Luz? ¿Porque poseen el don?
— Sí, pero sólo pueden cruzar dos veces como mucho. La magia aprende cómo encontrarte. Hace mucho tiempo, las Hermanas que cruzaban al Nuevo Mundo y regresaban eran enviadas de nuevo, pero ninguna de ellas volvía. —Los ojos de la mujer se apartaron de los suyos para perderse en la lejana nada—. Están ahí; perdidas para siempre y sin posibilidad de salvación, esclavas de las Torres de Perdición y de sus tormentas de magia.
Richard esperó hasta que la mirada de la hermana Verna se posó de nuevo en él antes de preguntar:
— ¿Se te ha ocurrido la posibilidad de que decidieran dejar de ser Hermanas y no regresar nunca? No lo sabéis.
— Sí que lo sabemos. Algunas de las que han cruzado las han visto. —La mujer inclinó la cabeza hacia el reluciente horizonte y añadió—: Yo misma vi a varias.
— Lo siento, hermana Verna. —Richard pensó en Zedd. Era posible que Kahlan lo encontrara y le explicara lo sucedido. Pero pensar en Kahlan le dolía—. Así pues, ¿un mago puede cruzar?
— No si ha desarrollado ya todo su poder. Cuando acabamos de enseñar a los poseedores del don cómo controlarlo, deben regresar antes de que su poder llegue a su cota máxima. El propósito de la línea es impedir que los magos crucen. El poder de un mago atraería los hechizos del mismo modo que un imán atrae limaduras de hierro. La magia los busca; es por ellos que fueron erigidas las torres. Cualquier mago estaría perdido, como cualquier otra persona que no poseyera el don y no sintiera los huecos entre hechizos. Demasiado poder o demasiado poco, y estás perdido. Por esta razón, quienes crearon la línea no pudieron completarla; porque no podían penetrar en el radio de acción de los hechizos del lado contrario. La guerra acabó en empate.
Richard sintió que perdía todas las esperanzas. Si Kahlan realmente iba en busca de su viejo amigo Zedd, éste nada podría hacer para ayudarlo. Tragándose la abrumadora pérdida de toda esperanza, alzó una mano y sintió el colmillo de dragón que le colgaba del cuello.
— ¿Y puede sobrevolarse?
— No. Los hechizos se extienden también en el aire, del mismo modo que se extiende un trecho en el mar. Ningún ser alado podría volar a la altura suficiente para evitarlos.
— ¿Y el mar? ¿No sería posible dar un rodeo por el agua?
— Tengo entendido que se ha logrado un par de veces en muchísimos años. Yo he visto barcos zarpar para intentarlo, pero ninguno ha vuelto.
Richard volvió la vista atrás, pero no vio nada.
— ¿Podría… seguirte alguien?
— Una o dos personas si me siguen muy de cerca, como tú harás. Pero un grupo mayor, sin duda se perdería. Los huecos entre hechizos no son lo suficientemente grandes para permitir el paso de un grupo numeroso.
Richard reflexionó en silencio y luego preguntó:
— ¿Por qué nadie ha destruido las torres para que los hechizos desaparezcan?
— Lo hemos probado. Es imposible.
— El hecho de que no hayáis descubierto el modo de hacerlo no significa que sea imposible, hermana Verna.
— Las torres y los hechizos fueron creados con la ayuda no sólo de la magia de Suma, sino también de la magia de Resta —replicó la mujer, mirándolo con dureza.
¡Magia de Resta! ¿Cómo habrían aprendido los magos de tiempos remotos a usar magia de Resta? Era un tipo de magia que se escapaba de su alcance. Claro que Rahl el Oscuro había llegado a dominarla.
— ¿De qué modo impiden las torres que los encantamientos se disipen? —preguntó, suavizando la voz.
— Cada torre contiene la fuerza vital de un mago.
Pese al calor, Richard sintió un escalofrío.
— ¿Quieres decir que un mago dio su vida para erigir cada una de las torres?
— Peor. Cada torre contiene la fuerza vital de muchos magos.
Richard se quedó helado al pensar que tantos magos habían dado su vida para imbuir a las torres de su fuerza vital.
— ¿Qué distancia hay entre las torres?
— Se dice que algunas están a kilómetros de distancia, y otras a pocos metros. Están espaciadas siguiendo las líneas de poder de la misma tierra. Es una disposición que no hemos llegado a entender. Puesto que entrar en la línea significa una muerte segura, ni siquiera sabemos cuántas torres hay. Sólo conocemos las pocas de este valle.
— ¿Veremos algunas al cruzar?
— No lo sé. Los huecos mudan constantemente. A veces, te llevan cerca de una de las torres. Cuando crucé por primera vez vi una, pero algunas Hermanas nunca ven ninguna. Espero que la experiencia no se repita.
Richard se dio cuenta de que aferraba con la mano izquierda la empuñadura de la espada con tanta fuerza que las letras en relieve de «Verdad» se le grababan en la palma. Relajó la mano y soltó la empuñadura.
— ¿Qué se supone que vamos a ver?
La hermana Verna apartó la mirada del horizonte y la posó en él.
— Hay hechizos de todo tipo. Algunos son de desesperación y, si caes en uno de ellos, tu alma vaga desesperada por toda la eternidad. Otros son conjuros de dicha y placer en los que uno se sumerge para siempre. Otros son hechizos de pura destrucción, que te hacen pedazos. Otros te muestran lo que más temes, para obligarte a correr hacia las garras de las bestias que acechan detrás. Otros te tientan con las cosas que esperas y, si cedes al deseo… —La Hermana se inclinó hacia él—. Debes quedarte cerca de mí y no detenerte. Olvida cualquier deseo que tengas, olvida tus temores y tus anhelos. ¿Entiendes?
Finalmente, Richard asintió. La hermana Verna dirigió de nuevo la vista hacia las formas titilantes y se quedó mirándolas, inmóvil. Más allá de la parpadeante luz, al joven le pareció ver oscuras y ominosas nubes de tormenta que se desplazaban por el horizonte, y más que oír oyó los truenos. De algún modo supo que no eran auténticas nubes, sino magia. Cuando Bonnie agitó la cabeza, Richard la tranquilizó con una palmadita en el cuello.
Tras esperar un rato, miró a la Hermana. Ésta seguía inmóvil, en actitud tensa.
— ¿A qué estás esperando, Hermana? ¿Haces acopio de valor?
— Exactamente —contestó ella, sin moverse—. Estoy haciendo acopio de valor, hijo mío.
Esta vez, Richard no se enfureció al oírse llamar «hijo», sino que pensó que, realmente, era tan ignorante como un niño.
— La primera vez que crucé, tú aún ibas envuelto en pañales —prosiguió la Hermana en un susurro, sin apartar la mirada del infierno que se extendía ante sus ojos—. Pero recuerdo cada detalle como si hubiera sucedido ayer. Sí, intento hacer acopio de coraje.
— Cuando antes nos pongamos en marcha, antes llegaremos al otro lado. —Richard estimuló a Bonnie con las piernas.
— O antes nos perderemos. —La Hermana lo siguió—. ¿Tan ansioso estás de perderte, Richard?
— Ya estoy perdido, Hermana.