12

Una cabeza gris con manchas se movía de un lado a otro hacia ellos a través de la alta hierba. Fuese lo que fuese, no era muy alto. Kahlan pensó que podría tratarse de otro aullador, lo que le hizo tensar la cuerda del arco hasta que la punta de la flecha le rozó una mano y la cuerda hizo lo propio con una mejilla. Presa de una frenética inquietud, se preguntaba si sería capaz de acertarle. Aunque, por su experiencia con el anterior aullador, sabía que una flecha de nada serviría. Tal vez podría conjurar de nuevo el rayo.

— Espera —le ordenó Richard, alzando un brazo delante de ella.

Ante ellos, surgida de la hierba, apareció una figura achaparrada y sin pelo, con largos brazos y enormes pies. Únicamente llevaba unos pantalones que se sujetaba con tirantes. Sus ojos amarillos parpadearon posados en la flecha con la que Kahlan lo apuntaba.

Al ver a la mujer, en el rostro de la criatura apareció una sonrisa que dejó al descubierto sus puntiagudos dientes y dijo:

— Hermosa señora.

Era el compañero de Shota, la bruja.

— ¡Samuel! —gruñó Richard—. ¿Qué estás haciendo aquí?

El horrible ser sólo siseó e hizo ademán de coger la espada.

— ¡Mía! ¡Dame!

Richard blandió amenazadoramente el arma, por lo que Samuel hizo un mohín y retiró el brazo con rapidez. El Buscador lo amenazó posando la punta del acero sobre los grises pliegues de piel del cuello de Samuel.

— Te he preguntado qué haces aquí.

— Ama quiere verte —replicó Samuel, mirándolo con ojos preñados de odio.

— Ya estás regresando tú solo a casa. No pensamos ir a las Fuentes del Agaden.

— Ama no está en las Fuentes —dijo la miserable criatura, clavando en Richard uno de sus ojos amarillos. Entonces se volvió, se puso de puntillas para otear por encima de la alta hierba y señaló con un largo y grueso dedo hacia la aldea de la gente barro—. Ama te espera allí. Donde vive gente. Dice que si no vas, los matará y Samuel podrá hacerse un guiso con ellos. —Al pensarlo, sonrió de oreja a oreja.

Richard hizo rechinar los dientes.

— Si ha hecho daño a alguien…

— Dice que no les hará nada… si vas.

— ¿Qué quiere?

— A ti.

— ¿Qué quiere de mí?

— Ama no dice a Samuel. Sólo me dice que vaya a buscarte.

Kahlan relajó un tanto la tensión de la cuerda.

— Richard, Shota juró que te mataría si volvía a verte.

— No —la contradijo Richard, sin apartar la mirada de Samuel—. Dijo que me mataría si volvía a verme en las Fuentes del Agaden. Pero ahora está aquí.

— Pero…

— Si no voy, matará a la gente barro. ¿Dudas que sea capaz de hacerlo?

— No, pero… podría matarte.

Richard lanzó un gruñido y sonrió.

— ¿Matarme? No lo creo. Le gusto. Le salvé la vida, al menos de manera indirecta.

Kahlan se enfureció. Shota había tratado de embrujar a Richard, lo cual a ella no le hacía ni pizca de gracia. Exceptuando a las Hermanas de la Luz, Shota era la última persona que Kahlan deseaba volver a ver.

— Esa mujer no me gusta —declaró.

— Si se te ocurre una idea mejor, dímela. —Richard le lanzó una rápida mirada de soslayo.

— Supongo que no tenemos elección. Pero te lo advierto: procura que no te toque —dijo malhumorada.

Richard la miró asombrado y luego se dirigió al compañero de la bruja, diciendo:

— Tú primero, Samuel. Recuerda quién lleva la espada y también lo que te dije la última vez: si tratas de hacernos algún daño, haré un estofado de Samuel.

El hombrecillo echó un vistazo a la espada y sin decir ni media palabra más, se puso en marcha no sin antes mirar por encima del hombro para asegurarse de que lo seguían. Richard mantuvo la espada desenvainada, se colgó el arco del hombro y se interpuso entre Samuel y Kahlan. La furia de la espada resplandecía ante sus ojos. Samuel avanzaba entre la hierba dando brincos y, de vez en cuando, se detenía para dirigirles un siseo.

Kahlan le pisaba los talones a Richard.

— Más le vale que no me cubra otra vez de serpientes —afirmó enérgicamente—. ¡Nada de serpientes! Lo digo muy en serio.

— Como si pudiéramos elegir… —musitó Richard.

Casi había anochecido cuando llegaron al poblado. Al entrar por el este se dieron cuenta al instante de que todos los habitantes de la aldea se habían refugiado en el extremo meridional del campo comunal y que un círculo formado por cazadores armados los protegían. Kahlan sabía que la gente barro sentía miedo cerval a la bruja, tanto que ni siquiera osaban pronunciar su nombre en voz alta.

Claro que, todo el mundo que la conocía, le tenía un miedo cerval a Shota, incluida Kahlan. La última vez, la hubiera matado si Richard no hubiera empleado un deseo para salvarla. Pero esta vez dudaba de que Shota concediera a Richard más deseos.

Samuel los condujo por los estrechos callejones hacia la casa de los espíritus, con la misma seguridad que si hubiera vivido allí toda su vida. Mientras avanzaba a saltos, lanzaba su extraña risa ahogada y, de vez en cuando, los miraba. Sus exangües labios sonreían como si conociera un secreto que ellos ignoraban. Cuando su sonrisa se hizo demasiado amplia, Richard lo pinchó un poco con la espada. Samuel gruñó y siseó. Sus ojos amarillos brillaron bajo la menguante luz.

Samuel posó su mano de largos dedos sobre el tirador de la puerta.

— Hermosa señora espera aquí. Ama sólo quiere al Buscador —dijo.

— Richard, yo también entro —declaró Kahlan, con firmeza.

Richard la miró por el rabillo del ojo.

— Abre la puerta —ordenó a Samuel.

Un poderoso brazo abrió con brusquedad la puerta, mientras unos relucientes ojos amarillos lo fulminaban. Manteniendo la espada desenvainada, Richard indicó que quería que Kahlan lo acompañara. La puerta se cerró tras ellos con un chirrido, dejando fuera a un hosco Samuel.

En el centro de la sala se alzaba un alto y elegante trono. La luz de las antorchas brillaba en las tallas de pan de oro en forma de hojas, serpientes, gatos y otras bestias que cubrían hasta el último milímetro del majestuoso sitial. Un dosel ornamentado con una pesada tela de brocado rojo ribeteado con borlas doradas sobresalía justo por encima de la cabeza. En cuanto al trono, éste descansaba sobre tres plataformas cuadradas de mármol blanco que hacían las veces de escalones. El conjunto resultaba realmente impresionante. Tanto el asiento como la parte superior de los brazos y el respaldo estaban tapizados con un lujoso terciopelo rojo. Kahlan se preguntó cómo habría podido pasar el trono por la puerta, y cuántos hombres se habrían necesitado para cargarlo.

Shota observaba a Richard con sus imperturbables ojos almendrados, sentada en su trono en actitud de reina: el cuerpo ligeramente reclinado contra el terciopelo rojo, los brazos apoyados sobre los altos brazos de la silla muy separados entre sí, y las manos posadas con altanería sobre gárgolas de oro. Éstas le lamían las muñecas mientras la bruja repiqueteaba una de sus largas uñas pintadas contra la uña del pulgar. Una exuberante mata de cabello color caoba le caía en cascada sobre los hombros.

Shota posó su mirada sin edad en Kahlan, la cual sintió que esa mirada, larga y sólida como una roca, penetraba en ella y la paralizaba. De pronto, una serpiente con bandas rojas, blancas y negras se dejó caer del dosel, agitó la lengua en dirección a Kahlan, silbó y cayó sobre el regazo de Shota, donde se acurrucó como un gatito.

Era un mensaje para recordarle que no había sido invitada y una advertencia de lo que le pasaría si hacía enfadar a Shota. Kahlan tragó saliva, tratando de no demostrar temor. Después de lo que le pareció una eternidad, la bruja se dio por satisfecha y volvió a posar sus imperturbables ojos en Richard.

— Guarda la espada, Richard. —La voz de Shota era tan suave como el terciopelo. A Kahlan se le antojó injusto que una mujer tan hermosa poseyera asimismo una voz con la que podía fundir mantequilla, o el corazón de un hombre.

— La última vez que nos vimos me diste la impresión de que podrías intentar matarme. —La voz de Richard sonaba también inquietantemente suave.

— Si decido matarte, querido muchacho, y es posible que lo haga, la espada no va a servirte de nada. —De repente, Richard lanzó un grito de dolor y soltó la espada como si fuera un carbón ardiendo. Acto seguido, bajó la vista hacia el arma mientras se frotaba la mano—. Vamos, guárdala. —Ahora la voz de Shota era como terciopelo que se acaricia a contrapelo.

Richard miró a la bruja, sentada en el trono, antes de inclinarse para recoger la espada y deslizarla en su funda.

Los carnosos labios de Shota esbozaron una sonrisa satisfecha. Cogió la serpiente de su regazo y la apartó. Después de contemplar a Richard unos momentos más, se levantó inclinándose hacia adelante lo suficiente para ofrecer a sus pechos la oportunidad de salirse del tenue y jaspeado vestido gris, muy escotado, que lucía. Kahlan no comprendió qué los contuvo. Una pequeña ampolla tapada se le escapó de su escondite, entre los pechos, y quedó colgando de una delgada cadena de plata.

Kahlan sintió que se sonrojaba al contemplar cómo Shota descendía con gracia los escalones, sin apartar ni un momento los ojos de Richard. El vestido flotaba levemente donde no le iba ceñido, como impulsado por una suave brisa, aunque dentro de la casa no soplaba la brisa.

Kahlan decidió que, sin duda alguna, esa tela era demasiado delgada para un vestido; se preguntó cómo le quedaría a ella y, al imaginárselo, se arreboló.

Ya a nivel del suelo, Shota destapó la pequeña ampolla. Todo el trono tembló como algo que se ve a través de ondas de calor. De repente se convirtió en humo gris y fue girando en círculos, sin dejar de disminuir de tamaño, hasta no ser más que una delgada línea que se introdujo en la pequeña ampolla. Shota volvió a taparla, se la colocó de nuevo entre los pechos y, con un dedo, la empujó hasta el fondo del canalillo, donde quedó oculta. Kahlan inspiró profunda y ruidosamente.

Shota examinó a Richard de arriba abajo, fijándose sobre todo en la camisa abierta con lo que parecía ser regocijo. O satisfacción. Richard se puso colorado.

— Qué maravillosamente indecente —comentó Shota, con una amplia sonrisa. La bruja pasó con suavidad una de sus largas uñas pintadas de rojo por el pecho del joven hasta el ombligo, y a continuación le dio leves palmaditas en el estómago—. Abróchate la camisa, Richard, u olvidaré por qué estoy aquí.

Richard se sonrojó todavía más. Mientras se abrochaba los botones, Kahlan se acercó más a él.

— Shota, tengo que darte las gracias —dijo Richard mientras se guardaba los faldones dentro de los pantalones—. Tal vez no lo sepas, pero me ayudaste mucho. Me ayudaste a encontrar la solución.

— Ésa era mi intención; ayudarte.

— No lo entiendes. Quiero decir que me ayudaste a hallar el modo de poder estar con Kahlan, de estar juntos y querernos. Vamos a casarnos —anunció, risueño.

Sobrevino un momento de gélido silencio.

— Dice la verdad —intervino Kahlan, con el mentón alto—, nos queremos y… ahora podemos estar juntos… para siempre. —Kahlan odió a Shota por tener que darle explicaciones, y a ella misma por embarullarse con ellas.

La penetrante mirada de la bruja se posó en ella, y su sonrisa se evaporó lentamente. Kahlan tragó de nuevo saliva.

— Sois como dos niños ignorantes —susurró la bruja, meneando poco a poco la cabeza—. Dos mocosos estúpidos e ignorantes.

— Tal vez seamos ignorantes, pero no somos niños y nos amamos. Y nos casaremos. Esperaba que te alegrarías por nosotros, Shota, ya que ayudaste a hacerlo posible —se defendió Richard, con pasión.

— Lo que te dije, mi querido muchacho, es que tenías que matarla.

— Pero todo ha pasado ya. El problema se ha solucionado. Ya nada nos impide estar juntos —dijo Kahlan.

Kahlan ahogó un grito al sentir que algo le alzaba los pies del suelo. Tanto ella como Richard fueron lanzados al otro lado de la sala y se estrellaron contra la pared. El impacto fue tan fuerte que Kahlan se quedó sin respiración. Delante de sus ojos veía flotar y danzar puntitos de luz. La mujer bajó la vista para tratar de ver con mayor claridad.

Ella y Richard estaban aplastados contra la pared de adobes, a un metro de altura del suelo. A duras penas podían respirar y sólo lograban mover la cabeza. Incluso sus ropas estaban aplastadas; su capa descansaba sobre la pared como si fuese el suelo. Richard se hallaba tan indefenso como ella. Ambos se debatían, retorciendo la cabeza, pero era inútil; estaban inmovilizados.

Shota atravesó con fluidez la sala hacia ellos, y se detuvo frente a Kahlan. Los ojos le ardían peligrosamente.

— ¿Crees que hizo bien en no matarte? ¿Y que ahora todo está solucionado, Madre Confesora?

— Sí —contestó Kahlan, haciendo un esfuerzo y tratando de que su voz sonara segura pese a su apurada situación.

— ¿Se te ha ocurrido pensar, Madre Confesora, que quizá mis palabras las dictan razones que no conoces?

— Sí, pero ahora todo…

— ¿Se te ha ocurrido pensar, Madre Confesora, que hay una razón por la cual las Confesoras no deben amar a sus parejas? ¿Y que hay una razón por la que Richard debería haberte matado?

Kahlan no pudo contestar. La cabeza le daba vueltas imaginándose todo tipo de cosas.

— ¿De qué estás hablando? —quiso saber Richard.

— ¿Lo has pensado, Madre Confesora? —repitió Shota, haciendo caso omiso de la pregunta del joven.

Kahlan tenía la garganta tan seca que tuvo que tragar saliva dos veces antes de poder hablar.

— ¿Qué quieres decir? ¿De qué razón hablas?

— ¿Has yacido ya con este hombre al que amas? ¿Lo habéis hecho ya, Madre Confesora?

Kahlan se sonrojó.

— ¿Qué tipo de pregunta es ésa?

— Respóndeme, Madre Confesora, o te despellejaré y usaré tu piel para hacerme algo bonito. Tengo ganas de hacerlo, de todos modos, así que será mejor que no trates de mentirme.

— Yo… nosotros… ¡No! Pero no es asunto tuyo.

Shota se acercó, y sus ojos enviaron un silencioso chillido a través de Kahlan.

— Te aconsejo que lo pienses dos veces antes de hacerlo, Madre Confesora.

— ¿Por qué? —inquirió Kahlan sin aliento, con los ojos muy abiertos.

Shota cruzó los brazos bajo los pechos, y su voz sonó si cabe más amenazante:

— Las Confesoras no deben amar a sus parejas porque, si dan a luz a un varón, deben pedirle al marido que lo mate. Se supone que el marido está sometido al poder de la Confesora, para que obedezca todas sus órdenes, sea lo que sea y sin vacilar.

— Pero…

— Si lo amas, ¿cómo podrás pedirle que haga algo así? —Los ojos de Shota estaban llenos de furia—. ¿Cómo podrías pedir a Richard que matara a su hijo? ¿Crees que lo haría? ¿Lo harías tú? ¿Matarías al hijo del hombre al que amas? ¿Lo harías, Madre Confesora?

Las palabras de la bruja se clavaron en el corazón y el alma de Kahlan como un puñal.

— No —contestó con un hilo de voz.

Todas sus esperanzas y su alegría quedaron destruidas. Llena de dicha por haber descubierto que podía estar junto a Richard, no había pensado en el futuro. En las consecuencias. En los hijos. Sólo había pensado en Richard y en que podían amarse.

— ¿Y entonces qué, Madre Confesora? —le gritaba Shota—. ¿Lo criarás? ¿Condenarás al mundo a la amenaza de un Confesor? ¡Un Confesor! —La bruja dejó caer los brazos a los costados; tenía los nudillos blancos de rabia—. ¡La Época de Tinieblas regresará! ¡Por tu culpa! ¡Piénsalo! ¡Porque amas a este hombre! ¿Te has parado a pensarlo, ignorante mocosa?

El nudo que Kahlan sentía en la garganta amenazaba con ahogarla. Quería huir de Shota, pero no podía moverse.

— No todos los Confesores son así.

— ¡Casi todos! ¿Vas a poner el mundo en peligro porque amas a este hombre? ¿Estás dispuesta a conjurar de nuevo el terror de la Época de Tinieblas porque, de forma egoísta, deseas que el hijo de este hombre viva?

— Shota, la mayoría de las Confesoras engendran hijas —dijo Richard, con voz sorprendentemente serena—. Te estás preocupando por algo que es muy posible que nunca suceda. Quizá ni siquiera tengamos descendencia. No todas las parejas conciben. Estás adelantando muchos acontecimientos.

De pronto, Richard se deslizó por la pared y aterrizó en el suelo con un gruñido. Shota lo cogió por la camisa, lo levantó y lo arrojó contra el muro, dejándolo sin respiración.

— ¿Me crees tan estúpida como tú? ¡Conozco el fluir del tiempo! ¡Soy una bruja! Ya te dije la otra vez que sabía cómo ciertos hechos iban a fluir y a desarrollarse. Si yaces con esta mujer, dará a luz a un hijo varón. Es una Confesora, y todas las Confesoras transmiten su magia a sus hijos. Siempre. Si le haces un hijo, será varón.

De nuevo arrojó al joven contra el muro. Kahlan se estremeció al oír cómo la cabeza de Richard chocaba contra los adobes. El modo de comportarse de Shota daba mucho miedo y no parecía propio de ella. En la ocasión anterior, la había encontrado muy peligrosa, pero también inteligente y razonable. Al menos, hasta cierto punto. Pero esta vez parecía distinta, impredecible.

— Shota… —Richard no trató de apartar las manos de la bruja, pero Kahlan se dio cuenta de que se estaba enfureciendo por momentos.

De nuevo, Shota lo impulsó contra el muro.

— ¡Cierra el pico o te cortaré la lengua!

— ¡Te equivocaste, Shota! —gritó Richard, tan enfurecido como la misma bruja—. ¡Te equivocaste! Los acontecimientos fluyen en el tiempo de muchas maneras distintas. Si te hubiera hecho caso y hubiera matado a Kahlan, ahora estaríamos todos bajo la férula de Rahl el Oscuro. ¡Y todo por seguir tu estúpido consejo! ¡Fue a través de Kahlan que logré vencer a Rahl el Oscuro! ¡Si te hubiera hecho caso, habríamos perdido!

»Si has hecho un camino tan largo para avisarnos de una vaga amenaza, has perdido el tiempo. La última vez no lo hice a tu manera, y tampoco ahora voy a hacerlo. ¡No pienso matarla ni tampoco voy a abandonarla porque tú me lo digas! ¡Ni tú ni nadie!

Shota se quedó mirándolo un momento, y luego apartó las manos de su camisa.

— No he venido hasta aquí a causa de una amenaza «vaga» en el futuro —susurró—. No he venido hasta aquí para discutir contigo sobre si debes, o no, dedicarte a hacerle hijos a la Madre Confesora, Richard Rahl.

— Yo no… —Richard se sobresaltó.

— He venido hasta aquí para matarte por lo que has hecho, Richard Rahl. El hecho de que vosotros dos, dos ignorantes mocosos, queráis tener hijos no es más que una pulga en el lomo del verdadero monstruo que ya habéis creado.

— ¿Por qué me llamas de ese modo? —susurró Richard.

Shota escrutó su pálida faz.

— Porque es quien eres.

— Yo soy Richard Cypher. George Cypher era mi padre.

— Fuiste criado por un hombre llamado Cypher, pero te engendró Rahl el Oscuro. Rahl violó a tu madre.

El rostro de Richard se tornó blanco como el papel. Kahlan sufría por él y supo que era cierto. Eso era lo que había creído ver en él; el rostro de su padre: Rahl el Oscuro. Desesperada, trató de liberarse para acercarse a él, pero no pudo.

— No, eso no es cierto. No es posible. —Richard meneaba la cabeza.

— Es cierto —replicó Shota en tono cortante—. Tu padre fue Rahl el Oscuro y tu abuelo es Zeddicus Zu’l Zorander.

— ¿Zedd? ¿Zedd es mi abuelo? —susurró Richard. Entonces se irguió—. Rahl el Oscuro… No, es imposible. Es mentira.

El joven se volvió para mirar a Kahlan y, por el rostro de ésta, supo que Kahlan sabía que era cierto.

— Zedd me lo habría dicho. No te creo —dijo a Shota.

— Me da igual lo que creas —replicó la bruja, con voz monótona—. Sé que es verdad. ¡Y la verdad es que eres el hijo bastardo de un hijo bastardo de un hijo bastardo! Y cada uno de esos hijos bastardos poseía el don. Y lo peor es que Zedd también tiene el don. Has heredado el don de dos linajes distintos de magos. —Nuevamente había emoción en la voz de Shota, que miraba desafiante a un atónito Richard—. Eres una persona muy peligrosa, Richard Rahl. En tu caso, el don que posees es más bien una maldición.

— En eso estamos de acuerdo —musitó Richard, que parecía a punto de desplomarse.

— ¿Sabes que tienes el don? ¿No vamos a discutir sobre ello? —Richard sólo pudo hacer un gesto de asentimiento—. En cuanto a lo demás, me importa un bledo. Eres hijo de Rahl el Oscuro por una parte y nieto de Zeddicus Zu’l Zorander por la otra. Él era el padre de tu madre. Si prefieres ignorar esta verdad, allá tú. Cree lo que te dé la gana. Engáñate cuanto quieras. No estoy aquí para discutir sobre tu ascendencia.

Richard se inclinó hacia atrás hasta que la pared lo paró.

— Por favor, Shota, por favor, vete —suplicó, pasándose los dedos por el pelo. Su voz sonaba sin vida—. No quiero oír nada más. Vete y déjame solo.

— Me decepcionas, Richard.

— Me da igual.

— No sabía que eras tan estúpido.

— Me da igual.

— Creí que George Cypher significaba algo para ti. Creí que tenías algún tipo de honor.

— ¿De qué estás hablando? —le espetó Richard, que alzó la cabeza.

— George Cypher te crió, te dio su tiempo y su amor. Te enseñó, cuidó de ti y procuró que no te faltara de nada. Él te modeló. ¿Vas a lanzar todo eso por la borda sólo porque alguien violó a tu madre? ¿Eso es lo que realmente importa para ti?

Los ojos de Richard se inflamaron, y sus manos empezaron a alzarse. Kahlan creyó que iba a intentar estrangular a Shota, pero, de pronto, dejó caer de nuevo las manos a los lados.

— Pero… si Rahl el Oscuro es mi padre.

— ¿Qué? ¿Vas a empezar a actuar como él? ¿Cometerás acciones malvadas porque sabes de quién eres hijo? ¿Temes que empieces a matar gente inocente porque te has enterado de que tu verdadero padre es Rahl el Oscuro? ¿Vas a olvidar todo lo que aprendiste de George Cypher porque tu apellido es Rahl? ¿Y tú te llamas el Buscador? —La bruja alzó los brazos al aire—. Estoy muy decepcionada, Richard. Creí que eras un ser individual, no el reflejo de lo que otros opinan sobre tus antepasados.

Richard agachó la cabeza mientras Shota lo miraba en silencio, muy enojada. Al fin, inspiró hondo y habló:

— Lo siento, Shota. Gracias por no permitir que sea más estúpido de lo que ya soy. Por favor, Shota, libérala —suplicó, mirando a Kahlan con ojos húmedos.

La bruja colocó los dedos bajo el mentón del joven y le levantó la cabeza.

— Deberías alegrarte, pues tu padre era muy apuesto. Lo único que has heredado de él es algo de su buena presencia. Eso y un poco de mal genio. Y el don, claro.

— El don. —Richard apartó la cara—. No quiero el don. No quiero saber nada de él. Jamás diría que algo que he heredado de Rahl el Oscuro sea un don. ¡Lo odio! ¡Odio la magia!

— También lo has heredado de Zedd —repuso Shota, con sorprendente piedad—. Lo tienes de ambos lados. Así es como se transmite el don; de padres a hijos. A veces se salta una generación o varias, y otras no. Tú lo has heredado de ambos lados. En ti posee más que una dimensión única. Es una mezcla muy peligrosa.

— Heredado. Como si fuera una deformidad.

Con expresión desdeñosa, Shota le cogió el rostro entre sus dedos.

— Recuérdalo antes de yacer con ella. El hijo de Kahlan será un Confesor que heredará de ti el don. ¿Te haces idea del peligro que representa eso? ¿Eres consciente de la amenaza que supone un Confesor varón y con el don? Lo dudo. Deberías haberla matado cuando te lo dije, estúpido mocoso, antes de hallar el modo de estar con ella. Deberías haberla matado.

— Ya basta. —Richard la fulminó con la mirada—. No pienso escuchar ni una palabra más sobre eso. Ya te lo he dicho; fue gracias a Kahlan que logré vencer a Rahl el Oscuro. Si la hubiera matado, él habría ganado. Espero que no hayas hecho un viaje en vano sólo para repetir esa tontería.

— No —replicó Shota en voz baja—. Ésas son cosas sin importancia. He venido hasta aquí por tus actos pasados, no por los futuros. Lo que ya has hecho, Richard, es mucho peor que cualquier cosa que pudieras hacer con esta mujer. Ningún monstruo que engendres en ella podrá igualarse al monstruo que ya has creado.

— Evité que Rahl el Oscuro gobernara el mundo —protestó Richard, ceñudo—. Lo maté. No he creado monstruo alguno.

La bruja meneó despacio la cabeza.

— La magia del Destino lo mató. Te advertí que no debía abrir ninguna caja. Tú no lo mataste, sino que le permitiste abrir una de las cajas del Destino. La magia del Destino lo mató. Se suponía que debías matarlo antes de que llegara a abrir ninguna.

— ¡Era imposible! Ése era el único modo de hacerlo. Además, ¿qué más da? Está muerto.

— Hubiese sido mucho mejor que lo dejaras ganar antes de dejar que abriera la caja equivocada.

— ¡Estás loca! ¿Qué podría ser peor que dejar que Rahl el Oscuro ganase la magia del Destino y gobernara el mundo a su capricho?

— El Custodio —susurró la bruja, enarcando ambas cejas—. Hubiera sido mejor dejar que Rahl el Oscuro nos tiranizara, nos decapitara o incluso que nos torturara hasta la muerte antes que lo que has permitido que sucediera.

— ¿De qué estás hablando?

— El Custodio del inframundo permanece en el lugar que le corresponde, aislado del mundo de los vivos gracias al velo. El velo lo contiene a él y a sus servidores; es la división entre los vivos y los muertos. Lo que has hecho es rasgar ese velo. Algunos de los asesinos del Custodio ya andan sueltos.

— Aulladores —susurró Richard.

— Sí. Al liberar la magia del Destino has permitido que se rompa el velo del inframundo. Cuando la abertura sea suficiente, el Custodio quedará libre. Ni siquiera te imaginas lo que eso significa. —Shota levantó el agiel que le colgaba del cuello—. Comparado con lo que él te hará, creerás que lo que te hicieron con esto era agradable. Y se lo hará a todo el mundo. Hubiese sido mejor que Rahl el Oscuro ganara a permitir que esto ocurriera. Has condenado a todo el mundo a un destino peor que cualquier horror.

»Debería matarte por eso —prosiguió la bruja, aferrando el agiel en su mano—. Debería hacerte sufrir lo indecible. ¿Tienes alguna idea de cuánto le gustaría al Custodio poner sus garras en alguien con el don? ¿Tienes alguna idea de hasta qué punto ambiciona hacerse con quienes poseen el don? ¿O con las brujas?

Kahlan vio que las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Shota. El pánico la invadió y se estremeció al comprender que Shota no estaba furiosa, sino que estaba asustada.

Por eso había ido hasta el poblado de la gente barro; no porque estuviera enojada de que Kahlan siguiera con vida ni de que pensaran tener un hijo, sino porque estaba aterrorizada. La idea de que Shota, una bruja, estuviera tan asustada era peor que cualquier imagen que su mente pudiera conjurar.

Richard la miró fijamente, asombrado.

— Pero… tiene que haber algo que podamos hacer para impedirlo.

— ¿Podamos? —gritó Shota, clavándole un dedo en el pecho—. ¡Tú! ¡Sólo tú, Richard Rahl! ¡Sólo tú puedes impedirlo!

— ¿Yo? ¿Por qué yo?

— No lo sé. Pero sólo tú tienes el poder para conseguirlo. —La bruja lloraba, apretando los dientes, y le golpeó el pecho con el puño—. ¡Tú! —Shota lo siguió golpeando, sin que él tratara de impedirlo—. Sólo tú tienes una oportunidad. No sé por qué, pero eres el único que puede reparar el desgarro en el velo. —Ahora Shota sollozaba—. Sólo tú, mocoso estúpido e insensato.

Kahlan se hallaba aturdida por la magnitud de lo que estaba ocurriendo. La idea de que el Custodio quedara libre se escapaba a su comprensión. Los muertos en el mundo de los vivos; ni siquiera podía imaginarse tal horror, aunque contemplar el terror de Shota la obligaba a hacerlo.

— Shota, yo… no sé nada sobre eso. No tengo ni idea de cómo…

— Es tu obligación —lo interrumpió Shota, golpeándole aún el pecho—. Debes hallar el modo. No tienes ni idea de lo que me hará el Custodio por ser bruja. Si no lo quieres hacer por mí, hazlo por ti mismo. No será más clemente contigo que conmigo. O, si no lo quieres hacer por ti, hazlo por Kahlan. El Custodio le impondrá una eternidad de sufrimiento sólo por el hecho de que tú la amas. La torturará sólo para hacerte daño a ti. Todos nosotros pasaremos la eternidad en la frontera entre la vida y la muerte, retorciéndonos de angustia. —Ahora la bruja lloraba a lágrima viva—. Nos arrancará nuestras almas… Serán suyas… para siempre.

Shota golpeó de nuevo el pecho de Richard. Éste la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí, tratando de consolarla, mientras la bruja lloraba, diciendo:

— Para siempre, Richard. Mentes sin alma que estarán atrapadas por los muertos. Una eternidad de tormento. Eres demasiado estúpido para concebirlo. Nunca podrás llegar a imaginar tal horror hasta que suceda.

Kahlan, junto a Richard, le puso una mano en el hombro para darle ánimos. No sentía enfado por verlo consolar a Shota, pues veía lo aterrorizada que estaba la bruja. Kahlan no compartía ese mismo terror porque ignoraba cosas que Shota sabía, aunque, en cierto modo, la reacción de Shota era más que suficiente.

— Los aulladores atacaron las Fuentes del Agaden —explicó la bruja entre sollozos.

— ¡Aulladores en las Fuentes!

— Aulladores y un mago. Un mago especialmente repugnante. Samuel y yo tuvimos suerte de escapar con vida.

— ¡Un mago! —Richard la alejó de sí colocándole las manos sobre los hombros—. ¿Qué quieres decir con un mago? Ya no quedan magos.

— Pues hay uno en mi casa. Ahora mismo, los aulladores y ese mago están allí. En mi hogar. ¡Mi hogar!

Kahlan no pudo contenerse más.

— Shota, ¿estás segura de que era un mago? ¿No podría ser alguien que estuviera fingiendo? Ya no quedan más magos que Zedd; todos los demás han muerto.

La bruja frunció el entrecejo pese a las lágrimas.

— ¿Crees que alguien podría engañarme a mí en algo así? Reconozco a un mago en cuanto lo veo, especialmente si tiene el don. Y también conozco el fuego de hechicero. Pese a su corta edad, era un mago y tenía el don. No sé ni de dónde vino ni por qué nadie tenía noticias de él, pero allí estaba junto a los aulladores. ¡Aulladores!

»Eso sólo puede significar una cosa; ese mago se ha entregado al Custodio. Es su servidor. Está trabajando para acabar de romper el velo y que el Custodio pueda salir, lo que significa que el Custodio posee agentes en este mundo. Probablemente, Rahl el Oscuro era uno de ellos. Por eso era capaz de usar Magia de Resta.

»El hecho de que el Custodio use a magos significa que necesita un mago para rasgar el velo. Tú tienes el don y eres mago. Un mago estúpido, pero mago al fin y al cabo. No me preguntes por qué, pero eres el único que puede reparar el desgarro.

Richard secó una lágrima de una mejilla de Shota.

— ¿Qué piensas hacer?

De nuevo, los ojos de la bruja ardieron, y apretó los dientes.

— Regresar a las Fuentes del Agaden. Voy a recuperar mi hogar.

— Pero te expulsaron de allí.

— Porque me pillaron desprevenida —respondió Shota en tono desabrido—. Sólo he venido para decirte lo estúpido que eres. Y que debes hacer algo para remediar lo ocurrido. Debes cerrar el velo o todos estaremos…

»Vuelvo a las Fuentes —declaró la bruja, dándoles la espalda—. El Custodio va a perder a su agente. Pienso arrebatarle el don. ¿Sabes cómo se roba el don a un mago?

— No —repuso Richard, muy interesado—. No sabía que podía hacerse.

— Oh, sí. Puede hacerse. —Shota se dio media vuelta y lo miró, enarcando una ceja—. Si le arrancas la piel, va exudando el don. Es el único modo de arrebatar el don a un mago. Pienso colgarlo por los pulgares y luego lo despellejaré vivo. Centímetro a centímetro. Después, me tapizaré el trono con su piel, me sentaré sobre ella y contemplaré cómo muere gritando mientras destila magia. O moriré en el intento.

— Shota, necesito ayuda. No sé nada de esto.

La bruja dobló los puños con la mirada perdida en la nada. Finalmente, relajó las manos y las abrió.

— No puedo decirte nada que te sea de ayuda.

— ¿Quieres decir que puedes decirme algo, pero que no me serviría de nada? —Shota asintió—. ¿Qué es? —preguntó Richard en tono resignado.

— Te quedarás atrapado en el tiempo —le dijo Shota, cruzando los brazos por encima del estómago. Sus ojos volvían a estar húmedos—. No me preguntes qué significa, porque no lo sé. No podrás cerrar el velo hasta que no huyas de esa trampa. Te mantendrá atrapado y el Custodio escapará, a no ser que consigas liberarte. Si no aprendes nada del don, no podrás hacer ni una cosa ni la otra.

Richard anduvo hasta el extremo más alejado de la sala, donde se detuvo, dándoles a ambas la espalda, una mano en la cadera y la otra pasándola por el pelo. Kahlan evitó mirar a Shota. No quería encontrarse con la mirada de la bruja a no ser que fuera estrictamente necesario.

— ¿Hay algo más? —inquirió Richard—. ¿Puedes decirme algo más? Lo que sea.

— No. Créeme que si supiera algo más, estaría encantada de decírtelo. No deseo verme cara a cara con el Custodio.

Richard meditó en silencio unos minutos. Al fin, regresó junto a Shota y se colocó frente a ella.

— Últimamente tengo unos dolores de cabeza insoportables.

— Es por el don —le dijo la bruja.

— Vinieron tres mujeres que se hacen llamar las Hermanas de la Luz. Dijeron que debía ir con ellas para que me enseñasen a usar el don, o que éste me mataría. ¿Qué sabes de ellas? —Richard escrutó el rostro de la mujer.

— Soy una bruja y no sé mucho acerca de magos. Pero sé que las Hermanas de la Luz tienen algo que ver con los magos; los entrenan. Es todo lo que sé. Ni siquiera sé de dónde vienen. Aparecen muy raramente, cuando han localizado a alguien nacido con el don.

— ¿Qué me ocurrirá si no voy con ellas? ¿Moriré, como dicen?

— Si no aprendes a controlar el don, los dolores de cabeza te matarán. No sé más.

— ¿Pero son ellas el único modo?

— No lo sé. Pero sé que debes aprender a controlar el don o no escaparás de la trampa ni serás capaz de reparar el velo, ni siquiera de sobrevivir a los dolores de cabeza.

— ¿Me estás diciendo que debo ir con ellas?

— No. Te digo que debes aprender a usar el don. Pero quizás ellas no son la única manera.

— ¿Qué otra hay?

— No lo sé, Richard. Ni siquiera estoy segura de que exista esa otra manera. Lo siento, pero en esto no puedo ayudarte. Simplemente, no lo sé. Sólo los estúpidos dan consejos sobre algo que no entienden. Yo no puedo aconsejarte sobre esto.

— Shota, estoy perdido. No sé qué hacer. No entiendo nada de todo esto; las Hermanas, el don, el Custodio. ¿No puedes decirme nada para ayudarme? —imploró el joven.

— Te he dicho todo lo que sé. Estoy tan perdida como tú, o peor, porque yo no puedo hacer nada para cambiar el curso de los acontecimientos. Al menos, tú tienes eso. Por tenue que sea la esperanza. —Los ojos de Shota refulgieron—. Mucho me temo que me veré reflejada en los ojos sin vida del Custodio. Para siempre. No he podido dormir desde que me enteré de todo esto. Si supiera algo, te ayudaría. Simplemente no sé nada acerca del mundo de los muertos. Ningún ser vivo ha tenido que enfrentarse todavía a eso.

Richard clavó la vista en el suelo.

— Shota —susurró—. No tengo ni idea de qué hacer. Tengo miedo, mucho miedo.

— Y yo también. —La bruja alargó un brazo y le rozó la cara—. Adiós, Richard Rahl. No luches contra quien eres. Úsalo. No sé si puedes ayudarlo —dijo a Kahlan—, pero, si hay algún modo, sé que harás lo mejor para él.

— Eso haré. Espero que recuperes tu hogar, Shota.

— Gracias, Madre Confesora —Shota le agradeció sus palabras con una leve sonrisa.

La bruja dio media vuelta y se deslizó hacia la puerta. Su tenue vestido flotaba tras ella. Samuel la esperaba fuera con ojos amarillos que relucían. Shota se detuvo en el umbral y se puso tensa.

— Richard, si de algún modo logras cerrar el velo y salvarme a mí y a todo el mundo del Custodio, te estaré por siempre más agradecida.

— Gracias, Shota.

— Pero recuerda esto —agregó, dándoles la espalda—: si das un hijo a la Madre Confesora, será un varón, un Confesor. Ni tú ni ella tendréis valor para matarlo, aunque conocéis las consecuencias. Mi madre vivió en la Época de Tinieblas. —Ahora su voz era gélida—. Yo sí tengo valor para hacerlo y lo haré. Pero no será nada personal.

La puerta se cerró con un chirrido tras ella. De repente, la casa de los espíritus se quedó muy vacía y muy silenciosa.

Kahlan se sentía como atontada. Bajó la vista hacia sus manos y comprobó que temblaban. Deseaba que Richard la abrazara, pero no lo hizo. El joven miraba fijamente la puerta y tenía una cara pálida como la nieve.

— No me lo creo —susurró, con los ojos clavados en la puerta—. Esto no puede estar pasando. ¿Lo estoy soñando? —El joven se volvió hacia ella. Sus ojos de mirada distante se llenaron de lágrimas—. Tiene que ser una pesadilla.

— Si es una pesadilla, yo estoy teniendo la misma. Richard, ¿qué vamos a hacer?

— ¿Por qué todo el mundo me pregunta eso? ¿Por qué todo el mundo siempre me pregunta a mí? ¿Qué os hace creer que yo tengo la respuesta?

Kahlan adoptó una actitud inexpresiva y trató de que su mente funcionara de nuevo, pero era incapaz de formular ni un solo pensamiento coherente.

— Porque eres Richard. Eres el Buscador.

— No sé nada acerca del inframundo ni del Custodio.

— Según Shota, ningún ser vivo sabe nada acerca del mundo de los muertos.

Richard pareció salir de pronto de su estupor y, con brusquedad, cogió a la joven por los hombros.

— Entonces tenemos que preguntar a los muertos.

— ¿Qué?

— Los espíritus de los antepasados están muertos. Podemos hablar con ellos. Pediré que se convoque una reunión y les preguntaré. Podemos aprender de ellos. Es posible que nos digan cómo cerrar el velo. Tal vez averigüe cómo poner fin a mis dolores de cabeza y cómo usar el don. Vamos —la animó, agarrándola por el brazo.

Kahlan casi sonrió. Realmente, Richard era el Buscador de la Verdad. Fueron avanzando por los callejones, corriendo cuando veían lo suficiente. Las nubes ocultaban la luna, y estaba muy oscuro entre las casas. El aire gélido hacía brotar lágrimas de sus ojos.

Al llegar al campo comunal, vieron luz. Las antorchas iluminaban a la gente allí congregada. Todos seguían apiñados, protegidos por los cazadores; era evidente que no sabían que la bruja se había marchado. Toda la aldea los miró en silencio, mientras ellos se aproximaban al Hombre Pájaro y a los otros seis ancianos. Chandalen también estaba allí.

No hay nada que temer. La bruja se ha marchado —los tranquilizó Kahlan.

Hubo un colectivo suspiro de alivio.

Chandalen golpeó el suelo con el extremo de su lanza y exclamó:

¡Una vez más nos habéis traído problemas!

Sin hacerle caso, Richard pidió a Kahlan que tradujera. Su mirada abarcó a todos los ancianos y se posó finalmente en el Hombre Pájaro.

— Honorables ancianos, la bruja no vino para hacer daño a nadie. Vino para advertirme de un grave peligro.

Eso es lo que tú dices —le espetó Chandalen—. Pero no sabemos si es la verdad.

Kahlan sabía que Richard pugnaba por mantener la calma.

— Si Shota hubiera querido enviarte al mundo de los espíritus, puedes estar seguro de que lo habría hecho.

La única respuesta de Chandalen fue una iracunda mirada.

¿Qué peligro? —inquirió el Hombre Pájaro, después de lanzar a Chandalen una mirada que lo hizo encogerse.

— Dice que corremos el peligro de que los muertos se escapen al mundo de los vivos.

No pueden hacer eso. El velo se lo impide.

— ¿Sabes algo del velo?

Sí. Cada nivel del mundo de los muertos, del inframundo como tú lo denominas, está sellado con un velo. Cuando celebramos una reunión, invitamos a nuestros espíritus a que nos visiten, y ellos pueden atravesar el velo por un breve período de tiempo.

Richard escrutó la faz del Hombre Pájaro antes de preguntar:

— ¿Qué más puedes decirme sobre el velo?

Nada más. Sólo sabemos lo que nos han dicho los espíritus de nuestros antepasados: que deben atravesarlo para llegar hasta nosotros cuando los llamamos y que, el resto del tiempo, los contiene. Según ellos, hay muchos niveles en el inframundo, y ellos ocupan el superior, gracias al cual pueden acudir cuando los convocamos. Los demás espíritus se hallan en niveles inferiores y están atrapados en el mundo de los muertos para siempre.

— El velo se ha rasgado —anunció Richard, mirando a los ojos a los ancianos—. Si no lo reparamos, el mundo de los muertos nos invadirá. —La gente congregada lanzó gritos ahogados así como temerosos susurros. Los ojos de Richard se posaron de nuevo en el Hombre Pájaro—. Por favor, honorables ancianos, solicito que se celebre una reunión. Necesito la ayuda de los espíritus de nuestros antepasados. Debo hallar el modo de cerrar el velo antes de que el Custodio escape. Debo averiguar si los espíritus pueden ayudarme.

¡Mientes! —exclamó Chandalen, golpeando de nuevo el suelo con la punta de su lanza—. Estás repitiendo las mentiras de una bruja. ¡No vamos a llamar a los espíritus de nuestros honorables antepasados por lo que diga una bruja! Únicamente deben ser convocados por el bien de nuestra gente. ¡Nos matarán a todos si cometemos tal blasfemia!

Richard lo fulminó con la mirada.

— No serían convocados porque lo diga una bruja. Soy yo quien lo solicito, un hombre barro. Solicito que se convoque a los espíritus para impedir que ningún mal caiga sobre nuestro pueblo.

Tú sólo nos traes muerte; nos traes forasteros, nos traes a la bruja. Tú únicamente deseas ayudarte a ti mismo. ¿Cómo se rasgó el velo?

Richard se desabrochó el puño de la camisa y se arremangó. Lentamente desenvainó la Espada de la Verdad y, sosteniendo la iracunda mirada de Chandalen, pasó la hoja por su antebrazo primero de un lado y luego del otro para que se tiñera con su sangre. Acto seguido, clavó la punta en el suelo y se apoyó con ambas manos sobre la empuñadura.

— Kahlan, quiero que traduzcas algo sin omitir ni una sola palabra. —De nuevo, Richard taladró con la mirada a Chandalen. Su voz sonaba serena, casi amable, pero sus ojos brillaban con furia asesina—. Chandalen, si te oigo una palabra más esta noche, aunque sea para apoyarme u ofrecerme ayuda, te mataré. Algunas de las cosas que me ha dicho la bruja me han dado ganas de matar. Si me das motivo, no dudes de que te mataré.

Los ojos de los ancianos se abrieron mucho. Chandalen abrió la boca para decir algo, pero ante la expresión de Richard prefirió callar y cruzar los brazos. Su mirada era furibunda, pero no tanto como la de Richard. Al fin, bajó la vista.

— Honorable anciano, ya conoces mi sentir —dijo Richard, dirigiéndose de nuevo al Hombre Pájaro—. Sabes que nunca haría nada que pudiera perjudicar a nuestra gente. No os pediría esto si no fuera importante, o si tuviera cualquier otra opción. Por favor, os pido que celebréis una reunión para poder preguntar a los espíritus de nuestros antepasados cómo puedo poner fin al peligro que amenaza a la gente barro.

El Hombre Pájaro miró a los demás ancianos, todos los cuales asintieron. Kahlan sabía que lo harían; no era más que una mera formalidad. Savidlin era amigo suyo y los demás ya conocían cómo era Richard y no querían desafiarlo. La decisión estaba en manos del Hombre Pájaro. Después de obtener la aprobación de los demás ancianos, replicó:

Es un mal asunto. No me gusta llamar a los antepasados para preguntarles sobre su mundo. Se supone que nos ayudan en el nuestro. Es posible que se molesten o, incluso, que se enfurezcan. Quizá se negarán. Pero conozco tu sentir —añadió, tras observar un momento a Richard—. Sé que eres el salvador de nuestra gente y que no lo pedirías si tuvieras otra opción. Concedido —declaró, poniéndole una mano encima del hombro.

Kahlan suspiró, aliviada, mientras Richard se lo agradecía con una inclinación de cabeza. La mujer sabía que Richard no deseaba volverse a reunir con los espíritus de los antepasados, pues la experiencia anterior había sido devastadora.

De repente, una sombra revoloteó en el aire. Instintivamente, Kahlan alzó las manos para protegerse. Algo golpeó a Richard en la cabeza, obligándolo a retroceder un paso. Todo el mundo gritaba, confuso. Una forma oscura cayó al suelo entre Richard y el Hombre Pájaro. Richard se incorporó y se llevó las manos a la cabeza. De la frente le goteaba sangre.

El Hombre Pájaro se inclinó sobre una forma oscura y, al erguirse de nuevo, sostenía en las manos una lechuza muerta, la cabeza colgando a un lado y las alas abiertas. Los ancianos se miraron entre sí. La hosca expresión de Chandalen se intensificó, aunque no dijo nada.

— ¿Qué impulsaría a una lechuza a golpearme de este modo? ¿Y qué la ha matado? No lo entiendo —dijo Richard, mientras se inspeccionaba los dedos manchados de sangre.

Los pájaros viven en el aire, a un nivel distinto del nuestro —le explicó el Hombre Pájaro, acariciando dulcemente las plumas del ave muerta—. Viven en dos niveles: tierra y aire, y son capaces de viajar entre nuestro nivel y el suyo. Los pájaros están estrechamente vinculados con el mundo de los espíritus; con los espíritus mismos. Sobre todo las lechuzas. Ellas ven en la noche, cuando estamos ciegos, al igual que estamos ciegos ante el mundo de los espíritus. Yo soy el chamán, el guía espiritual de nuestro pueblo. Sólo un Hombre Pájaro puede serlo, pues sólo él es capaz de comprender tales cosas.

»Se trata de un aviso —declaró, levantando ligeramente al pájaro muerto—. Ésta es la primera vez que he visto cómo una lechuza transmitía un mensaje de los espíritus. Ha dado la vida para avisarte. Por favor, Richard, reconsidera tu petición. Éste es un aviso de que la reunión será peligrosa, tanto que los espíritus han enviado un mensaje.

Richard miró alternativamente al Hombre Pájaro y a la lechuza. Entonces alargó una mano y le acarició las plumas. Todo el mundo guardaba silencio.

— ¿Peligroso para mí o para los ancianos? —inquirió al fin.

Para ti. Tú eres quien solicita que se celebre la reunión. El mensaje de la lechuza iba dirigido a ti. Un mensaje de sangre —agregó, mirando la frente del joven—. Es uno de los más graves. Lo único peor que una lechuza habría sido un cuervo. En ese caso, el mensaje hubiese sido de muerte segura.

Richard apartó la mano, se limpió los dedos en la camisa y contempló la lechuza muerta.

— No tengo elección —murmuró—. Si no hago nada para impedir que el velo acabe rompiéndose, el Custodio del inframundo escapará. El mundo de los muertos se tragará a nuestra gente y a todo el mundo. Tengo que averiguar cómo impedirlo. Debo intentarlo.

Como desees —replicó el Hombre Pájaro—. Nos llevará tres días prepararlo.

— La última vez lo hicisteis en dos. No podemos perder tiempo.

El Hombre Pájaro inspiró hondo y suspiró.

Muy bien, dos días.

— Gracias, honorable anciano. —Cuando miró a Kahlan, los ojos de Richard reflejaban un intenso dolor—. Por favor, Kahlan, ve a buscar a Nissel. Voy a la casa de los espíritus. Pídele que esta vez traiga algo más fuerte.

— Ahora mismo voy. No tardaré —le prometió la mujer, apretándole una mano.

Richard asintió, tiró de la espada que estaba clavada en el suelo y se internó en la oscuridad.


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