58

Los reflejos de la Madre Confesora ataviada con su vestido blanco giraban alrededor de las columnas negras pulidas mientras avanzaba por la galería, la entrada privada de la Madre Confesora a las cámaras del Consejo. Kahlan llegaba con una hora de adelanto. Tenía la intención de observar desde su sitial la llegada de todos los consejeros. No quería que hablaran entre sí sin ella estar presente.

Al abrir las puertas se quedó paralizada. La sala estaba atestada. Todos los consejeros ocupaban ya sus sillas, y las galerías estaban abarrotadas de público, compuesto no únicamente por funcionarios, administradores, personal y nobleza sino también por pueblo llano: campesinos, tenderos, mercaderes, cocineros, comerciantes y obreros. Hombres y mujeres de todo tipo y condición. Todos los ojos se posaron en ella.

Al otro lado de la sala estaban los consejeros, sentados en sus sillas. Nadie profirió sonido alguno. Alguien ocupaba el sitial. De tan lejos no distinguía quién era, pero se lo imaginaba.

Kahlan se llevó una mano al hueso que le colgaba del cuello y rogó a los buenos espíritus que la protegieran y le dieran fuerza. Sus botas resonaron en el mármol mientras atravesaba los rayos de sol. Había algo en el suelo ante la tarima, pero no distinguía aún qué era.

Al llegar al escritorio curvo se dio cuenta de que quien ocupaba el sitial no era quien ella esperaba. Tendido en una litera delante de la tarima yacía el cuerpo del príncipe Fyren. Estaba muy pálido. Tenía los brazos cruzados y las manos colocadas sobre los volantes de su camisa empapada de sangre. Encima del cuerpo le habían colocado la espada. Alguien le había seccionado la garganta casi hasta la columna vertebral.

Kahlan alzó la mirada hacia unos solemnes ojos oscuros que la observaban. El hombre sentado en el sitial se avanzó y cruzó ambas manos encima del escritorio. Un vistazo le bastó para ver algo que hasta entonces le había pasado por alto: un anillo de guardias alrededor de la sala.

La Confesora fulminó con la mirada al hombre de cabello y barba oscuros.

— Fuera de mi silla o te mataré yo misma.

La sala vibró con el sonido de espadas al ser desenvainadas. Sin apartar sus oscuros ojos de ella, el hombre hizo un rápido gesto. Los guardias vacilaron, pero guardaron las armas.

— Ya no matarás a nadie más, Madre Confesora —dijo el hombre en tono tranquilo—. El príncipe Fyren será tu última víctima.

Kahlan frunció el entrecejo.

— ¿Tú quién eres?

— Neville Ranson. —El hombre levantó una mano sin apartar ni por un instante sus ojos de ella. En la palma del hombre surgió una bola de fuego—. Soy el mago Neville Ranson.

Con los ojos prendidos en los de Kahlan, el mago lanzó la bola de fuego hacia el techo. La bola ascendió obedientemente hacia el remate de la cúpula donde estalló en miles de chispas. La sala se llenó de exclamaciones de asombro.

El mago Ranson se recostó en el sitial y desplegó un rollo.

— Tenemos muchos cargos, Madre Confesora. ¿Por dónde quieres que empecemos?

Sin girar la cabeza, Kahlan recorrió con la mirada la sala hasta donde pudo. No había ninguna posibilidad de escape. Ninguna. Ni siquiera si el hombre que proclamaba su condición de mago mentía.

— Puesto que todos serán falsos, no importa. ¿Por qué no renunciamos a esta farsa y pasamos directamente a la ejecución?

En la sala se hizo un silencio de muerte. El mago Ranson no sonrió, sino que enarcó las cejas.

— Oh, no es ninguna farsa, Madre Confesora, sino unos cargos muy graves. Estamos aquí para esclarecerlos. A diferencia de las Confesoras, yo me niego a condenar a muerte a una persona inocente. Antes de que acabe este juicio, todo el mundo sabrá la verdad de tu traición. Quiero que la gente sepa hasta dónde ha llegado tu pérfida tiranía.

Kahlan unió ambas manos, manteniéndose muy erguida, y puso su cara de Confesora. El público se inclinó ligeramente hacia adelante.

— Puesto que es una lista muy larga —prosiguió Ranson—, empezaremos con el cargo más grave: traición.

— ¿Desde cuándo defender a la gente de la Tierra Central se considera traición?

El mago Ranson descargó el puño sobre el escritorio al tiempo que se levantaba, indignado.

— ¡Defender a la gente de la Tierra Central! ¡En mi vida había oído tal perfidia de boca de una mujer! —El mago se alisó la túnica parda por encima del estómago y volvió a sentarse—. Tu manera de «defender» a la gente fue arrastrarla a una guerra. Preferiste condenar a muerte a miles de personas antes que ceder el gobierno a otro. Aunque ese otro cuente con el consentimiento unánime del Consejo.

— Yo no diría que es unánime si la Madre Confesora disiente.

— Disiente por motivos egoístas.

— ¿Y quién se supone que debe gobernar la Tierra Central? ¿Kelton? ¿Tú mismo?

— Los salvadores del pueblo. La Orden Imperial.

Kahlan sintió un hormigueo que le subía por las piernas. Era como si la cúpula que se alzaba sobre su cabeza se le cayera encima. La cabeza le daba vueltas y creyó que iba a devolver allí mismo, delante de todo el mundo. Tuvo que hacer esfuerzos por aquietar el estómago.

— ¡La Orden Imperial! ¡La Orden Imperial ha pasado a cuchillo a todos los habitantes de Ebinissia! ¡Aplasta a cualquiera que se oponga a su poder!

— Mentiras. La Orden Imperial gobierna con benevolencia. Su único deseo es poner fin a tus propósitos asesinos.

— ¡Benevolencia! ¡Los soldados de la Orden violaron y masacraron a la gente de Ebinissia!

Ranson se rió entre dientes.

— Vamos, vamos, Madre Confesora. La Orden Imperial no ha asesinado a nadie. Consejero Thurstan, ¿podéis decirnos si vuestra capital ha sido atacada por alguien? —preguntó a un hombre de prominentes carrillos al que Kahlan no reconoció.

El interpelado se mostró muy sorprendido.

— Hace sólo dos días que llegué de la hermosa ciudad de Ebinissia y sus habitantes no saben nada de una masacre.

La multitud se unió a su risa. Ranson sonrió con petulancia.

— Supongo que no esperabas que tendríamos testigos que rebatirían tus absurdas mentiras, Madre Confesora. Te has inventado la historia de la masacre para infundir miedo a la gente e iniciar una guerra.

Ranson chasqueó los dedos. Una mujer vestida con harapos se adelantó. El mago le dijo amablemente que contara su historia sin ningún miedo. La mujer explicó que sus hijos tenían que irse a la cama hambrientos porque no tenía dinero. Se había visto obligada a ejercer la prostitución para alimentar a sus hijos.

Kahlan sabía que era una mentira. Había mucha gente caritativa y grupos que ayudaban a los verdaderamente necesitados.

Durante la hora siguiente fueron desfilando testigos que exponían historias de hambre y necesidad, y de cómo el Palacio de las Confesoras les había negado a ellos y a sus hijos limosna para alimentarse y vestirse. El público que se agolpaba en las galerías escuchaba embelesado esas tristes historias, y algunos lloraban junto con los testigos.

Kahlan reconoció a algunas de las personas que testificaban. En el pasado la señora Sanderholt les había ofrecido trabajo, pero luego habían desdeñado las tareas que ésta les asignaba. Al final, la señora Sanderholt tuvo que hacer ella misma la mayoría de las tareas.

Cuando el último testigo acabó de contar su lacrimógena historia, el mago Ranson se puso de pie, se volvió a ambos lados y se dirigió a los presentes con estas palabras:

— La Madre Confesora posee un inmenso tesoro, pero pensaba emplearlo para financiar una guerra contra la gente de la Tierra Central que desea verse libre de su tiranía. Primero os quita el pan de la boca, y de la boca de vuestros hijos, y luego, para que no penséis en el hambre que os atormenta, se inventa un enemigo e inicia una guerra con el dinero que tanto os ha costado ganar y que ella os arrebata para entregarlo a sus amigos ricos.

»¡Mientras vosotros os morís de hambre, ella come bien! ¡Mientras vosotros no tenéis con qué vestiros, ella compra armas! ¡Mientras vuestros hijos se desangran en el campo de batalla, ella se recrea en el lujo! ¡Cuando los miembros de vuestra familia son injustamente acusados de un crimen, ella usa su magia para hacerles confesar cosas que no hicieron para acallar sus protestas contra su tiranía!

El público lloraba. Algunos lanzaron gritos angustiados al oír la última parte del discurso, mientras que otros, enfadados, exigían justicia. Kahlan empezó a dudar de que sería decapitada. Probablemente la multitud la lincharía antes de llegar al cadalso.

Ranson extendió ambos brazos hacia el público.

— Como representante de la Orden Imperial dispongo que se dé al pueblo lo que necesita de verdad. El tesoro de Aydindril será entregado al pueblo. Dispongo que cada familia reciba una moneda de oro al mes para alimentar y vestir a sus hijos. Bajo el gobierno de la Orden Imperial nadie morirá de hambre.

Los vítores resonaron en la gran sala del Consejo. Los fuertes aplausos y los hurras se prolongaron durante cinco minutos. Ranson se sentó, unió las yemas de ambas manos y escuchó la ovación. Ni por un instante apartó los ojos de Kahlan, ni ella de él.

Kahlan sabía que no era tan sencillo erradicar la penuria y que una caridad mal entendida podía, en realidad, ser muy cruel. Según sus cálculos, a ese ritmo el tesoro se agotaría en el plazo de seis meses, y se preguntó qué sucedería al mes siguiente, cuando la gente hubiera cesado ya de trabajar, o plantar o buscarse la vida por ella misma. Entonces sí que habría hambre y muerte, disfrazados de generosidad.

Por fin la sala quedó en silencio. Ranson se inclinó hacia adelante y dijo:

— Es imposible calcular cuánta gente ha muerto de hambre o en la guerra bajo tu autoridad, Madre Confesora. Es evidente que eres culpable de traición contra la gente de la Tierra Central. No veo necesario escuchar más testimonios, pues el juicio podría alargarse semanas. —Los demás consejeros expresaron su aquiescencia en voz muy alta. Ranson golpeó la mesa con la palma de la mano y dictó sentencia—. Culpable del cargo de traición.

El público volvió a lanzar vítores. Kahlan puso su cara de Confesora y aguantó con la espalda muy recta. Ranson leyó una lista de cargos que Kahlan no podía creer que leyera con gesto tan serio. Fueron llamados más testigos, que testificaron sobre atrocidades que nadie con dos dedos de frente podía tomarse en serio. Pero nadie rió.

Personas que Kahlan nunca había visto declararon saber qué actos cometían las Confesoras en secreto. Mientras escuchaba lo que la gente pensaba de ella se le iba formando un nudo en la garganta. La gente repetía miedos irracionales y rumores sobre todo tipo de atrocidades cometidas por las Confesoras y la Madre Confesora en particular.

Kahlan lo había sacrificado todo durante toda su vida, al igual que las demás Confesoras, para proteger a todas esas personas, y durante ese tiempo esas personas las habían creído capaces de tales monstruosidades. Al escuchar a un testigo declarar que para mantener su poder mágico las Confesoras debían cenar carne humana, Kahlan creyó que todo el mundo se echaría a reír. Pero, en vez de eso, el público abrió mucho los ojos y lanzó exclamaciones ahogadas. Kahlan tuvo que morderse el interior de la mejilla para no estallar en llanto, no porque la acusaran de tales cosas, sino porque la gente realmente las creyera.

Al final dejó de escuchar. Mientras Ranson leía los cargos, llamaba a los testigos y el Consejo la iba declarando culpable de un cargo tras otro, ella pensaba en Richard. Trataba de recordar todos los momentos que habían pasado juntos, todas las veces que lo había visto sonreír, todas las veces que la había tocado. También trató de recordar cada beso.

— ¿Te parece divertido? —le recriminó Ranson.

Kahlan alzó la vista. Entonces se dio cuenta de que estaba sonriendo.

— ¿Qué?

Había una mujer de pie a un lado, llorando en un pañuelo. Kahlan la miró parpadeando y luego posó la mirada en Ranson.

— Lo siento, me temo que me he perdido su actuación.

El público murmuró furioso. Ranson se recostó en el respaldo del sitial sacudiendo la cabeza con gesto de asco.

— Culpable de practicar tu magia de Confesora con niños.

— ¿Qué? ¿Es que te has vuelto loco? ¿Con niños?

Ranson señaló a la mujer, que prorrumpió en terribles lamentos.

— Esa mujer acaba de testificar que su hijo ha desaparecido, que otras madres han perdido también a sus hijos y que todos saben que las Confesoras los raptan para practicar con ellos su magia. Como mago corroboro la veracidad de su testimonio.

La multitud gritó enfurecida. Kahlan parpadeó hacia Ranson.

— Tengo dolor de cabeza. ¿Por qué no me la cortáis y así se me pasa?

— ¿Incómoda, Madre Confesora? ¿Te incomoda que la gente tenga la oportunidad de encararse con su opresora y pueda escuchar hasta dónde llegan tus abyectos crímenes?

Kahlan mantuvo la cara de Confesora para no llorar.

— Solamente lamento haber sacrificado mi vida por los habitantes de la Tierra Central. De haber sabido que serían tan desagradecidos y creerían tales patrañas, después de todo lo que he sacrificado por ellos, habría sido más egoísta y los habría entregado en manos de verdaderos tiranos.

Ranson la miró ceñudo.

— Has trabajado toda tu vida para el Custodio. —Nuevamente el público ahogó un grito—. Es a él a quien sirves. Es por él por quién trabajas. Ofreces las almas de tu gente a tu amo: el Custodio del inframundo.

La gente que ocupaba las galerías gemía aterrorizada. En la cúpula resonaron airados gritos que reclamaban venganza. La multitud que se agolpaba en el suelo agitaba los puños y empujaba hacia adelante. Los guardias se vieron obligados a contenerla. Ranson alzó las manos pidiendo calma y silencio.

Kahlan posó la vista en la gente, a ambos lados.

— Os entrego a la Orden Imperial —gritó en voz alta—. Ya no pienso hacer nada para salvaros. Seréis castigados por haber aceptado tales mentiras sin reflexionar. Seréis castigados por las consecuencias de vuestros propios deseos egoístas. Lamentaréis el tormento al que os entregáis por propia voluntad. Me alegro de que para entonces yo ya estaré muerta, pues así no sentiré tentaciones de ayudaros. Lamento haber derramado siquiera una lágrima por vuestro sufrimiento. ¡Idos todos al Custodio!

Kahlan fulminó con la mirada al mago Ranson, que sonreía burlón.

— ¡Vamos, adelante! ¡Córtame la cabeza! ¡Estoy harta de esta parodia de la verdad! Tú y tu Orden Imperial venceréis. Matadme, para que así pueda librarme de esta vida y vaya al mundo de los espíritus, donde no tendré que llevar la carga de ayudar a nadie. Lo confieso todo. Ejecutadme. Soy culpable de todos los cargos. —La Madre Confesora bajó la vista hacia el cadáver que yacía a sus pies—. De todo excepto de matar a este cerdo kelta. Ojalá lo hubiera matado, pero por desgracia no puedo arrogarme el mérito de ello.

Ranson enarcó una ceja.

— Mentirosa hasta el final, Madre Confesora. No eres capaz de admitir que cometiste ese asesinato.

Lady Ordith fue la siguiente testigo. Con aire altivo declaró haber oído a Kahlan amenazar al príncipe Fyren la noche anterior. El Consejo en pleno declaró asimismo haberla oído amenazarlo con que le cortaría el cuello.

— ¿Éstas son tus pruebas? —preguntó Kahlan.

Ranson hizo un gesto hacia un lado.

— Traed a la testigo. Ya verás que sabemos la verdad. Madre Confesora, una de tus antiguas amigas trató de ocultar la verdad sobre tu perfidia y hemos tenido que recurrir a medidas extremas para que cooperara. Pero al final lo ha hecho.

Una temblorosa y encorvada señora Sanderholt fue conducida ante el tribunal. Un guardia a cada lado la sostenía. La mujer estaba demacrada, tenía los ojos enrojecidos y unas marcadas ojeras oscuras. Ya no quedaba nada de su habitual vitalidad. Avanzaba vacilante y parecía incapaz de mantenerse en pie sin ayuda.

Asimismo mantenía bien separadas sus destrozadas manos por miedo a que tocaran algo. Le habían arrancado todas las uñas con tenazas. Kahlan sintió que la bilis le subía hasta la garganta.

Un severo Neville Ranson miró a la mujer desde el sitial.

— Dinos todo lo que sepas sobre este asesinato.

La señora Sanderholt le devolvió la mirada sin parpadear y se mordió el labio inferior. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Era evidente que no deseaba hablar.

Ranson descargó un puño sobre la mesa.

— ¡Habla o te acusaremos de cómplice de asesinato!

— Señora Sanderholt —le dijo Kahlan en tono suave. Los ojos de la mujer se posaron en ella—. Señora Sanderholt, yo sé la verdad y usted también; eso es lo que realmente importa. Esta gente seguirá adelante con sus planes con o sin su ayuda. No quiero que sufra por mí. Por favor, dígales lo que quieren oír.

— Pero… —La mujer lloraba.

Kahlan se irguió.

— Señora Sanderholt, como Madre Confesora le ordeno que testifique en mi contra.

En el rostro de la mujer planeó una leve sonrisa. Entonces se volvió hacia el Consejo y habló:

— Vi cómo la Madre Confesora se acercaba a hurtadillas al príncipe Fyren por la espalda y cómo le cortaba la garganta antes de que él supiera qué sucedía. No tuvo ninguna oportunidad de defenderse.

Ranson le sonrió y asintió.

— Gracias, señora Sanderholt. ¿Declara que era amiga de la Madre Confesora pero que se presentó voluntariamente a declarar porque quería que el Consejo y toda la gente supiera la verdad?

Las lágrimas seguían rodando por sus mejillas.

— Sí. Aunque la quería, tenía que decir a la gente que es una asesina.

Después de que la escoltaran fuera de la sala y que el Consejo declarara unánimemente a Kahlan culpable, Ranson se puso en pie y alzó una mano para pedir silencio.

— La Madre Confesora ha sido declarada culpable de todos los cargos. —La multitud expresó ruidosamente su satisfacción y pidió la ejecución inmediata—. La Madre Confesora será ejecutada, pero no hoy. —El mago alzó enfadado una mano para acallar las protestas. El público se calmó—. Ha cometido crímenes contra todo el pueblo y todo el mundo debe tener la oportunidad de presenciar cómo se hace justicia. Todos deben tener la oportunidad de ver su ejecución. Será decapitada dentro de unos días, cuando todas sus víctimas hayan podido venir para ver cómo muere.

Neville Ranson bajó de la tarima y se quedó frente a Kahlan, a la que miró a los ojos. Entonces le dijo en voz baja para que el público no lo oyera.

— ¿Estás pensando en usar tu poder contra mí, Madre Confesora?

Eso era exactamente lo que Kahlan estaba pensando; usar su poder sabiendo que moriría en el proceso. Pero no dijo nada.

La sonrisa de Ranson fue fría y cruel.

— No tendrás oportunidad. Pienso despojarte de tres cosas: primero de tu poder y su símbolo, segundo de tu dignidad, y tercero de tu vida.

Kahlan se lanzó contra él. El mago se irguió con las manos enlazadas y observó cómo la mujer se debatía sin conseguir avanzar más que unos centímetros antes de quedar envuelta en un denso colchón de aire que la inmovilizó. Kahlan luchó en vano contra el poder que la aprisionaba.

Ranson alzó las manos. Kahlan vio un destello y gritó al sentir una oleada fría que le recorría todo el cuerpo. Era como si se hubiera sumergido desnuda en un río de agua helada. Temblaba como una hoja. El aguijón del frío le llenó los ojos de lágrimas. Sentía un dolor tan intenso que le parecía que nada podría ser peor, pero cada vez iba a más.

Era como si le desgarraran las entrañas y le arrancaran el corazón del pecho. Kahlan gritaba de dolor. Aturdida por el sufrimiento, de pronto se dio cuenta de que estaba de rodillas. Ranson tenía las manos extendidas por encima de su cabeza.

Cuando el dolor cedió, una sensación de pánico se apoderó de ella.

Ya no tenía su poder.

Donde antes siempre lo había sentido, incluso sin ser consciente de él la mayor parte del tiempo, ahora sólo sentía un vacío sin esperanza.

Había deseado muchas veces deshacerse de él, pero hasta entonces no había caído en la cuenta de cómo se sentiría si perdiera su magia. Nuevamente gritó. Lloraba desconsoladamente por ese desolador vacío. Se sentía desnuda frente a la multitud.

Con un esfuerzo dejó de llorar. No iba a permitir que esa gente viera a la Madre Confesora llorar. No, no iba a permitir que esa gente viera a Kahlan Amnell llorar.

Ranson sacó la espada del príncipe Fyren de su vaina y se colocó a su espalda. Entonces le cogió el pelo con una mano y tiró de él con fuerza. Kahlan seguía de rodillas sobre el frío suelo.

Con la espada le cortó el pelo tanto como pudo, dejándoselo sólo hasta la nuca. La conmoción de que la esquilaran fue casi tan intensa como perder su poder. Era el pelo que a Richard tanto le gustaba. Kahlan apenas podía reprimir las lágrimas.

Neville Ranson alzó su melena cortada hacia el público, que vitoreaba. Kahlan, de hinojos y atontada, miraba al vacío. Los soldados le ataron las manos a la espalda. Ranson la agarró por un brazo, bajo la axila, y la obligó a levantarse.

— Ya tenemos lo primero, Madre Confesora. Te he despojado de tu poder y de su símbolo, tal como te prometí. Ahora, pasemos al resto.

Kahlan guardó silencio; no había nada que pudiera decir. Ranson y un puñado de sonrientes guardias la condujeron hacia los subterráneos del palacio. Kahlan no prestaba atención adónde la llevaban. Pensaba en Richard, esperando que recordara lo mucho que lo amaba. Se perdió en los recuerdos de su amado y se olvidó del mundo que la rodeaba. Muy pronto dejaría atrás la vida. Los buenos espíritus la habían abandonado.

Era insensible a lo que le estaba ocurriendo. El vacío de no tener su poder era similar a estar medio muerta. Nunca hasta entonces, después de perderlo, había sabido cuánto significaba para ella ese poder, hasta qué punto la magia formaba parte de sí. Se preguntó si esa apagada lobreguez era como se sentía la gente normal habitualmente. Kahlan no podía imaginarse vivir sin la magia.

Anhelaba la muerte para poner fin a esa muerte interior. Richard había sido el único que la había aceptado con su poder. Ni siquiera ella se había llegado a aceptar por completo, pero Richard sí. Ahora era demasiado tarde. Kahlan lamentaba más la pérdida de la magia que la pérdida de la vida. Ahora sabía qué sentirían las demás criaturas mágicas cuando les llegara el turno y lloraba por ellas.

La mano de Ranson sobre el brazo la obligó a detenerse bruscamente y la devolvió a la realidad. Se encontraba frente a una puerta de hierro en un corredor muy poco iluminado. Kahlan reconoció esa puerta; había oído confesiones en los calabozos.

— Y ahora, la segunda parte de mi promesa, Madre Confesora —dijo Ranson desdeñosamente—. Te voy a despojar de tu dignidad.

Kahlan ahogó un grito cuando la mano del mago la cogió por lo poco que le quedaba de la melena y le obligó a inclinar la cabeza atrás. Mientras ella estaba indefensa, con las muñecas atadas a la espalda con una cuerda que se le clavaba en la carne, Ranson la besó en el cuello.

Justo donde Rahl el Oscuro la había besado.

Las mismas imágenes de horror que llenaron su mente cuando Rahl el Oscuro la besó. Kahlan tembló de repugnancia por el horror de esas visiones. En su mente vio a las jóvenes doncellas violadas en Ebinissia, sólo que esta vez ella era una de ellas.

— Te violaría yo mismo —le susurró Ranson al oído—, pero tu sentido del honor me da asco.

La puerta se abrió con un chirrido y, sin mediar palabra, Ranson la arrojó al pozo.


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