La cosa oscura se levantó, y sus garras rasparon la parte superior del muro. Su risa, socarrona, era como un bajo cacareo que le erizó la carne de los brazos hasta la nuca. Kahlan se quedó helada, sin poder respirar. La forma era como un vacío negro en la pálida luz de la luna. Tras un breve destello, los ojos se desvanecieron de nuevo en el pozo de la noche.
La cabeza le daba vueltas, tratando de encajar lo que sabía y lo que veía. Quería correr, pero hacia dónde. ¿Hacia Richard o lejos de él?
Aunque ya no veía esos ojos, los sentía sobre ella como la fría muerte. De su garganta se escapó un débil sonido. Con un aullido de hilaridad, la forma oscura saltó encima del muro.
La pesada puerta se abrió de golpe detrás de Kahlan y se estrelló contra la pared de la casa de los espíritus. Al mismo tiempo, la mujer oyó el inconfundible sonido metálico de la Espada de la Verdad al ser desenvainada en un acceso de cólera. La negra cabeza giró bruscamente hacia Richard, y los ojos dorados relucieron de nuevo a la luz de la luna. El Buscador la cogió por el brazo y la arrastró de nuevo al interior de la casa. Cuando la puerta rebotó, tras pegar contra el muro, Richard la cerró de un puntapié tras él.
Al otro lado de la puerta, Kahlan oyó carcajadas, seguidas por un choque contra la puerta. La mujer se puso de pie, empuñando el cuchillo. A través de la puerta pudo oír el silbido de la punta de la espada y cuerpos que chocaban contra el muro de la casa de los espíritus, todo ello acompañado por estridentes risas.
La Confesora se lanzó contra la puerta, la abrió con un hombro y rodó fuera. Mientras se levantaba de un salto, vio una pequeña forma oscura que se precipitaba hacia ella. Kahlan trató de apuñalarla, pero falló.
Nuevamente atacó, pero, antes de que llegara hasta ella, Richard la interceptó de un puntapié y la lanzó contra el corto muro. A la luz de la luna, la Espada de la Verdad centelleó hacia la sombra, aunque únicamente halló pared. El aire se llenó de una lluvia de fragmentos de adobes y yeso. La bestia se rió a carcajadas.
Richard tiró rápidamente de Kahlan hacia atrás, y la forma oscura la pasó rozando. La mujer notó cómo el cuchillo desgarraba algo duro, como hueso. Una garra le pasó a pocos centímetros de la cara, seguida por la espada, que falló.
Richard jadeaba mientras sus ojos trataban de penetrar la oscuridad. La sombra surgió de improviso, como de la nada, y lo lanzó al suelo. Dos formas oscuras forcejearon en el suelo. Kahlan no sabía cuál era Richard y cuál el atacante. Las garras levantaban tierra, tratando de hundirse en el cuerpo del joven.
Con un gruñido, Richard lanzó a la cosa por encima del muro. Al instante, ésta saltó sobre el borde y se quedó allí, riéndose socarronamente y contemplando con centelleantes ojos dorados cómo los dos humanos retrocedían. Al empezar a caminar hacia atrás, se quedó silenciosa.
En el aire zumbaron de pronto las flechas. Un instante después, una docena de éstas se clavaron con un ruido sordo en el negro cuerpo. Todas dieron en el blanco. Casi enseguida, otras doce hicieron lo propio. Encaramada sobre el muro, atravesada por flechas como si fuese un acerico, la bestia lanzó una risa resollante.
Kahlan se quedó boquiabierta al contemplar a la bestia arrancarse, como si nada, un puñado de flechas clavadas en el pecho. La cosa se rió de ellos amenazadoramente y parpadeó cuando empezaron a retroceder. La mujer no lograba comprender por qué se quedaba allí, expuesta. Otra andanada de proyectiles impactó en el oscuro cuerpo. La bestia, sin prestarles atención, saltó al suelo.
Una figura oscura se adelantó empuñando una lanza. Desde la sombra del muro, la bestia se lanzó contra el hombre. El cazador le arrojó la lanza. Con una velocidad imposible, la forma oscura la eludió agachándose hacia un lado y atrapó la lanza en el aire. Mientras reía, rompió de un mordisco el asta en dos. El cazador que la había arrojado reculó, con lo que la bestia pareció perder interés en él y se volvió de nuevo hacia Kahlan y Richard.
— Pero ¿qué está haciendo? —susurró Richard—. ¿Por qué se detiene? ¿Por qué se limita a observarnos?
La respuesta la invadió con un frío estremecimiento.
— Es un aullador —susurró a su vez Kahlan más para sí que para él—. Que los buenos espíritus nos protejan; es un aullador.
Ella y Richard retrocedieron agarrándose mutuamente por la manga de sus respectivas camisas, sin perder de vista al aullador.
— ¡Marchaos! —gritó Kahlan a los cazadores—. ¡Caminad! ¡No corráis!
Los cazadores respondieron con otra andanada de flechas.
— Por aquí —dijo Richard—. Entre los edificios, donde está oscuro.
— Richard, esa cosa ve mejor en la oscuridad que nosotros con luz. Es una bestia del inframundo.
El Buscador miró intensamente al aullador, de pie en el calvero, bañado por la luz de la luna.
— Te escucho —dijo al fin—. ¿Qué podemos hacer?
— No lo sé, pero no debemos correr ni tampoco quedarnos quietos, pues ambas cosas atraen su atención. Creo que el único modo de acabar con él es hacerlo pedazos.
— ¿Y qué crees que trataba de hacer? —Richard le lanzó una furibunda mirada.
— Quizá deberíamos ir por donde tú dices. —Kahlan contempló el estrecho corredor entre los edificios—. Tal vez él se quede allí y podamos huir. Y, si no, al menos lo alejaremos de los demás.
El aullador observó cómo retrocedían, tras lo cual echó a trotar tras ellos con una pérfida sonrisa.
— No hay nada sencillo —masculló Richard.
Ambos fueron reculando por el estrecho callejón formado por muros lisos y revocados, con el aullador a la zaga. Kahlan distinguió el oscuro grupito de cazadores que lo seguía y oyó los latidos de su corazón.
— Te dije que te quedaras dentro de la casa de los espíritus. ¿Por qué no te quedaste donde estabas a salvo?
La mujer reconoció el tono colérico que nacía de la magia de la espada. Tenía la mano con la que se aferraba a la manga de Richard húmeda y caliente, y al mirar se dio cuenta de que la sangre le manaba del brazo hasta la mano.
— Porque te quiero, tonto. No te atrevas a hacerme nunca más algo parecido.
— Si salimos de ésta, te daré una buena zurra en el trasero.
— Si salimos de ésta, dejaré que lo hagas. Por cierto, ¿y tu dolor de cabeza?
— No sé. Por un momento apenas me deja respirar y, al siguiente, desaparece. Cuando se marchó sentí la presencia de la bestia al otro lado de la puerta y oí esa horrible risa suya.
— Tal vez creíste que la sentías porque la oíste.
— No sé. Es posible. Pero fue una sensación muy extraña.
Seguían retrocediendo por el sinuoso callejón. Kahlan lo arrastró por la manga hacia un pasaje lateral, más oscuro. La luna iluminaba un muro a su izquierda. Con un respingo, vio la forma oscura del aullador, que avanzaba raudo sobre el muro, como un enorme bicho negro. La mujer tuvo que obligarse a coger aire.
— ¿Cómo puede hacer eso? —susurró Richard.
Pero ella no tenía respuesta. A su espalda aparecieron antorchas; los cazadores los estaban rodeando para tratar de aislar al atacante. Richard miró alrededor.
— Si se acercan demasiado, el aullador hará una masacre con ellos. —Ahora los cazadores entraron en una intersección de callejones iluminada por la luna—. Kahlan, no podemos permitirlo. Ve y quédate detrás de ellos —dijo, mirando a un grupo de cazadores que se aproximaba por la derecha con antorchas.
— Richard, no pienso dejarte solo.
— ¡Haz lo que te digo! ¡Vamos! —ordenó el joven, dándole un empujón.
Su tono de voz la sobresaltó. Involuntariamente retrocedió. Richard se quedó inmóvil a la luz de la luna, sosteniendo la espada con ambas manos y la punta hacia el suelo. Entonces miró al aullador, encaramado sobre el muro. Éste se rió como si de pronto reconociera a quien tenía delante.
La bestia se soltó, se dejó caer al suelo y aterrizó en la oscuridad con un ruido sordo.
Kahlan vio que Richard observaba con las mandíbulas apretadas en gesto de cólera la mancha que se le venía encima, levantando una nube de polvo. La punta de la espada seguía apuntando al suelo.
«Esto no puede estar pasando —se dijo Kahlan—. Justo cuando todo se ha arreglado por fin. Esa bestia podría muy bien matarlo, y eso sería el final de todo.» Esa perspectiva la dejó sin respiración. La Cólera de Sangre bulló en su interior y brotó a la superficie. Sentía un cosquilleo en la carne.
El aullador saltó en el aire hacia Richard. Súbitamente, la punta de la espada apuntó hacia arriba y empaló a la forma oscura, que se agitaba. Kahlan vio que de la espalda de la bestia sobresalían casi cuarenta centímetros de acero, que relucían a la luz de la luna. De nuevo, el aullador lanzó su horrible carcajada. Con las garras aferró la espada y se fue arrastrando por ella, hacia arriba, en dirección a Richard. El filo cercenó varios de los garrudos dedos con los que la bestia se aferraba al arma. Richard describió un poderoso arco, con el que lanzó al aullador contra el muro.
Sin embargo, el monstruo volvió a la carga de inmediato. Richard lo esperaba blandiendo su espada. Una oleada de pánico y de ira invadió a Kahlan. Sin siquiera darse cuenta de lo que hacía, alzó el puño hacia la bestia que trataba de matar a Richard, el hombre al que amaba y el único al que amaría.
La espada completaba su trayectoria, y la bestia casi había alcanzado a Richard. Kahlan sintió cómo el poder brotaba de su interior en una furiosa oleada, y lo dejó fluir. Una fantasmagórica luz azul explotó de su puño, rasgando la noche con un cegador estallido de luz diurna azulada.
La espada y el rayo de luz impactaron en la bestia al unísono, y el aullador explotó, lo que provocó una lluvia de pedazos negros sin sangre. Kahlan había visto hacer lo mismo a la Espada de la Verdad, pero con carne viva; no sabía si esta vez lo había hecho la espada o su rayo de luz azul.
En el súbito silencio, el estruendo del rayo seguía resonando en los oídos de la mujer. Inmediatamente corrió hacia Richard y lo abrazó al mismo tiempo que el joven se encorvaba, jadeando.
— ¿Estás bien?
Richard le devolvió el abrazo con la mano que tenía libre y asintió. Kahlan lo mantuvo abrazado largos minutos, mientras los cazadores, provistos de antorchas, daban vueltas alrededor, gritando. Richard guardó la espada en su vaina. A la luz de las antorchas, Kahlan distinguió un profundo corte de bordes irregulares en la parte superior del brazo del joven. Con un trozo de manga, improvisó una venda para detener la sangre.
Entonces volvió su atención a los cazadores, todos sin excepción sujetaban una flecha o una lanza presta.
— ¿Están todos bien? —preguntó.
— Sabía que nos traeríais problemas —replicó Chandalen, colocándose bajo la luz de las antorchas.
Kahlan escudriñó con dureza la cara del hombre, tras lo cual se limitó a darle las gracias a él y a sus hombres por tratar de ayudar.
— Kahlan, ¿qué era esa cosa? ¿Y qué es eso que hiciste, por todos los espíritus? —inquirió Richard, incapaz de mantenerse en pie.
— Creo que se conoce con el nombre de aullador —respondió ella mientras le pasaba un brazo alrededor de la cintura—. Y en cuanto a lo que hice, no estoy del todo segura.
— ¿Un aullador? ¿Qué es un au…?
Richard se llevó las manos a las sienes mientras cerraba los ojos con un estremecimiento y caía de rodillas. Kahlan fue incapaz de sostener su peso. Antes de que Savidlin pudiera correr en su ayuda y sujetarlo, Richard se dio de bruces en el suelo, donde soltó un grito.
— Savidlin, ayúdame a llevarlo a la casa de los espíritus y avisa a Nissel. Por favor, que se dé prisa.
Savidlin gritó a uno de sus hombres que corriera a buscar a la curandera. Entre él y otros hombres levantaron a Richard. Apoyado en su lanza, Chandalen se limitó a mirar.
Una procesión de antorchas desandó el sinuoso camino hasta la casa de los espíritus. Savidlin y sus cazadores llevaron dentro a Richard, lo dejaron frente al fuego y le colocaron una manta bajo la cabeza. Acto seguido, Savidlin mandó a sus hombres fuera y se quedó junto a Kahlan.
La mujer se arrodilló junto a Richard y, con manos temblorosas, le tocó la frente. Estaba cubierta por un sudor helado. El joven parecía inconsciente. Kahlan se mordió el labio e hizo esfuerzos por no llorar.
— Nissel lo curará. Ya verás —la tranquilizó Savidlin—. Es una buena curandera. Ella sabrá qué hacer.
Kahlan sólo pudo asentir. Richard farfullaba incoherencias al tiempo que agitaba la cabeza, como si buscara una posición en la que no sintiera dolor. Savidlin rompió el silencio al preguntar:
— Madre Confesora, ¿qué es lo que hiciste? ¿De dónde salió ese rayo?
— No estoy segura de cómo lo hice, pero es parte de la magia de una Confesora. Se denomina Cólera de Sangre.
Savidlin se quedó mirándola un instante mientras se sentaba en cuclillas y se rodeaba las rodillas con sus nervudos brazos.
— No sabía que una Confesora pudiera conjurar rayos.
— Yo misma no lo descubrí hasta hace unos días.
— ¿Y qué era esa bestia negra?
— Creo que una criatura del inframundo.
— Del mismo lugar del que vinieron las sombras la otra vez. —Kahlan asintió—. ¿Y qué buscaba?
— Lo siento, Savidlin, no tengo respuesta alguna. Pero, si viene otra, di a la gente que se aleje de ella. Que no se queden quietos ni corran; sólo que se alejen y vengan a avisarme.
El hombre barro meditó en silencio las palabras de Kahlan. Al fin, la puerta se abrió con un chirrido y apareció una figura encorvada flanqueada por dos hombres con antorchas. Kahlan se levantó de un salto y cogió la mano de la curandera.
— Nissel, gracias por venir.
— ¿Cómo está tu brazo, Madre Confesora? —preguntó la curandera, sonriendo y dando a Kahlan una palmadita en el hombro.
— Perfectamente, gracias a ti. Nissel, algo le ocurre a Richard; tiene unos terribles dolores de cabeza.
— Lo sé pequeña —dijo Nissel, sonriendo—. Echémosle un vistazo.
La curandera se arrodilló junto a Richard. Uno de los hombres que había acompañado a Nissel le tendió una bolsa de tela. Al dejarla en el suelo, los objetos que contenía tintinearon entre sí. La curandera ordenó a uno de los hombres que la alumbrara con la antorcha, retiró el vendaje ensangrentado y, con los pulgares, presionó para abrir la herida. Entonces miró la cara de Richard para comprobar si el joven lo sentía. Pero no era así.
— Aprovechando que duerme, primero le curaré la herida.
Después de limpiar la herida, la curandera la cosió bajo la silenciosa mirada de Kahlan y los tres hombres. Las antorchas chisporroteaban y siseaban, iluminando con cruda y titilante luz el interior de una casa de los espíritus casi vacía. Desde los estantes, los cráneos de los antepasados supervisaban la escena.
Hablando a ratos para sí, Nissel cosió la herida, colocó encima un emplasto que olía a resina de pino y, luego, aplicó un vendaje limpio en el brazo. Mientras rebuscaba en su bolsa, dijo a los hombres que podían marcharse. Al salir, Savidlin posó una mano sobre el hombro de Kahlan en gesto de simpatía y le dijo que se verían por la mañana.
Cuando se hubieron ido, Nissel dejó de revolver en la bolsa y alzó la mirada hacia Kahlan, diciendo:
— He oído que sois pareja. —Kahlan asintió—. Creía que tu naturaleza de Confesora te impedía amar a ningún hombre, porque tu poder lo tomaría al… hacer bebés.
Kahlan sonrió a la anciana por encima de Richard.
— Richard es especial; tiene magia que lo protege de mi poder. —Ambos habían prometido a Zedd que nunca revelarían la verdad: que lo que en realidad lo protegía era el amor que sentía por ella.
Nissel sonrió y, con una arrugada mano, tocó el brazo de Kahlan.
— Me alegro mucho por ti, pequeña. —Dicho esto volvió la atención a la bolsa y, por fin, sacó un puñado de pequeñas ampollas de cerámica cerradas con tapón—. ¿Le dan a menudo estos dolores de cabeza?
— Me ha contado que, a veces, tiene migraña, pero que esta vez es distinto, que el dolor es más intenso, como si algo tratara de salir de su cabeza. Dice que nunca había tenido uno igual. ¿Podrás ayudarlo?
— Ya veremos.
Después de destaparlas, la curandera fue acercando una a una las ampollas a la nariz de Richard. Al fin, una lo despertó. Nissel olió el contenido para comprobar cuál era, tras lo cual asintió y rebuscó de nuevo en la bolsa.
— ¿Qué está pasando? —gimió Richard.
Kahlan se inclinó sobre él y le besó la frente.
— Nissel te va a curar el dolor de cabeza. Descansa.
Richard arqueó la espalda mientras apretaba con fuerza los ojos por efecto del dolor y se llevaba los puños, que le temblaban, a ambos lados de la cabeza.
La curandera le abrió a la fuerza la boca tirando de la barbilla hacia abajo con los dedos, y con la otra mano le introdujo dentro algunas hojas de pequeño tamaño.
— Dile que las mastique lentamente.
— Dice que mastiques las hojas; te aliviarán.
Richard asintió y, mientras obedecía, rodó sobre un costado, presa de un agónico dolor. Kahlan se apartó el pelo del rostro, peinándoselo con los dedos. Se sentía impotente y deseaba poder hacer más. Verlo sufrir de ese modo la aterraba.
Nissel vertió el líquido contenido en un odre en una taza grande y lo mezcló con polvos de otros tarros. A continuación, con la ayuda de Kahlan, se lo dio a beber a Richard. Al acabar, éste se dejó caer sobre el suelo, respirando entrecortadamente, pero sin dejar de masticar las hojas.
— La bebida lo ayudará a dormir —dijo Nissel, poniéndose en pie. Kahlan la imitó y le tendió la pequeña bolsa—. Si el dolor vuelve, que mastique más hojas.
Kahlan se encorvó ligeramente para no descollar tanto sobre la anciana.
— Nissel, ¿sabes qué le ocurre?
La curandera destapó una ampolla, la olió y luego la acercó a la nariz de la mujer. Olía a lilas y regaliz.
— Espíritu —respondió, escueta.
— ¿Espíritu? ¿Qué quieres decir?
— Padece una enfermedad del espíritu. No es ni la sangre ni su equilibrio ni su aire. Es el espíritu.
Kahlan no entendió nada de eso, pero en realidad sólo le interesaba una cosa.
— ¿Se pondrá bien? ¿Lo curarán la medicina y las hojas?
Nissel sonrió y le palmeó cariñosamente un brazo.
— Me encantaría asistir a vuestra boda. No me rendiré. Si esto falla, probaré otros remedios.
— Muchas gracias, Nissel. —Kahlan la cogió del brazo y la acompañó a la puerta. Chandalen estaba fuera, de pie junto al corto muro. Algunos de sus hombres esperaban en las sombras. Prindin recostaba su espalda contra la pared de la casa de los espíritus. Kahlan se dirigió a él—. ¿Querrás escoltar a Nissel a su casa, por favor?
— Por supuesto. —El joven ofreció respetuosamente el brazo a la curandera y se internó con ella en la noche.
Después de intercambiar una larga mirada con Chandalen, Kahlan fue hasta él.
— Te agradezco que tú y tus hombres nos protejáis. Muchas gracias.
— No os protegemos a vosotros, sino que protegemos a los demás de vosotros. Para prevenir males mayores —replicó el hombre barro, mirándola inexpresivamente.
Kahlan se sacudió la tierra de sus hombros.
— Sea como sea, si aparece cualquier otra bestia, no tratéis de matarla. No quiero que nadie de la gente barro muera, y eso te incluye a ti. Si algo aparece, no corráis ni os quedéis quietos. Si lo hacéis, os matará. Debéis caminar y venir a buscarme. No tratéis de combatirlo solos. ¿Entendido? Venid a buscarme.
— ¿Para que conjures más rayos? —inquirió Chandalen sin mostrar aún emoción alguna.
— Si es necesario, sí —replicó la mujer, mirándolo fríamente, aunque se preguntaba cómo, pues no tenía ni idea de cómo lo había hecho—. Richard el del genio pronto no se siente bien. Es posible que mañana no pueda ir a disparar flechas contigo y con tus hombres.
— Ya sabía yo que buscaría alguna excusa para echarse atrás —comentó el hombre barro, con aire de suficiencia.
Kahlan inspiró profundamente y apretó las mandíbulas. Tenía mejores cosas que hacer que quedarse allí e intercambiar insultos con ese estúpido; tenía que regresar adentro, al lado de Richard.
— Buenas noches, Chandalen.
Richard seguía tendido de espaldas y masticaba las hojas. La mujer se sentó junto a él, animada al verlo más despierto.
— Estas cosas empiezan a saber mejor.
— ¿Cómo te sientes? —le preguntó Kahlan, acariciándole la frente.
— Algo mejor. El dolor viene y se va. Creo que las hojas me alivian, pero la cabeza me da vueltas.
— Mejor que te dé vueltas a que la sientas a punto de estallar, ¿no?
— Sí —. Richard le puso una mano sobre un brazo y cerró los ojos—. ¿Con quién estabas hablando?
— Con el estúpido de Chandalen. Hace guardia fuera. Teme que causemos más problemas.
— Tal vez no sea tan estúpido. Seguramente, esa cosa no habría venido si nosotros no estuviéramos aquí. ¿Cómo la llamaste?
— Aullador.
— ¿Y qué es exactamente?
— No estoy segura. No conozco a nadie que haya visto alguno, pero he oído descripciones. Se supone que habitan en el inframundo.
Richard dejó de mascar y abrió los ojos para mirarla.
— ¿El inframundo? ¿Qué sabes de los aulladores?
— No demasiado. ¿Has visto alguna vez a Zedd borracho?
— ¿A Zedd? Nunca. No le gusta el vino, sólo la comida. Dice que el alcohol le impide pensar con claridad, y que no hay nada tan importante como pensar. —Richard sonrió—. Dice que los mejores bebedores son los que peor piensan.
— Bueno, pues un mago borracho da bastante miedo. Recuerdo que una vez, de pequeña, estaba en el Alcázar estudiando idiomas, porque en el Alcázar hay libros para eso. La cuestión es que estaba estudiando mientras cuatro de los magos leían juntos un libro de profecías. Era un libro que nunca antes había visto.
»Estaban inclinados sobre él y empezaban a exaltarse. Hablaban en susurros, y yo me di cuenta de que estaban asustados. Me resultaba mucho más divertido observar a los magos que estudiar idiomas.
»Cuando alcé la vista, vi que todos se habían puesto blancos, se irguieron al mismo tiempo y cerraron el libro de golpe. Recuerdo que el golpe me sobresaltó. Todos se quedaron quietos unos minutos, y luego uno se marchó y volvió con una botella. Sin decir ni media palabra, se pasaron copas y se sirvieron. Todos apuraron sus copas de un trago. Luego se sirvieron más, y volvieron a apurarlas. Sentados en taburetes alrededor de la mesa sobre la que descansaba el gran libro, fueron bebiendo hasta acabar la botella. Para entonces estaban bastante alegres y borrachos; reían y cantaban. Yo estaba fascinada. Nunca había visto nada igual.
»Al fin, al darse cuenta de que los observaba, me dijeron que me acercara. Yo no quería, pero se trataba de magos, y los conocía bastante bien, por lo que no les tenía miedo y me acerqué. Uno me sentó en su rodilla y me preguntó si quería cantar con ellos. Yo le respondí que no conocía la canción que estaban cantando. Ellos se miraron entre sí y me dijeron que me la enseñarían. Nos quedamos allí sentados mucho rato y me la enseñaron.
— ¿Y la recuerdas?
— Sí. Nunca la he podido olvidar. —Kahlan se arregló un poco el pelo y luego cantó para él.
Los aulladores andan sueltos y el Custodio puede vencer.
Sus asesinos han venido para arrancarte la piel.
Sus ojos dorados te verán, si intentas huir.
Los aulladores te atraparán y se reirán a carcajadas.
Anda despacio o te harán pedazos,
y se reirán sin parar mientras se comen tu corazón.
Sus ojos dorados te verán, si te quedas quieto.
Los aulladores te atraparán para el Custodio al que sirven.
Hazlos pedazos, destrózalos, córtalos en trocitos,
o te atraparán mientras se desternillan.
Y si los aulladores no te atrapan, el Custodio
intentará alcanzarte y tocarte, y te quemará.
Te machacará la mente y tomará tu alma,
dormirás con los muertos y renunciarás a la vida.
Morirás junto al Custodio por toda la eternidad.
Él odia tu vida; tu crimen es estar vivo.
Los libros dicen que los aulladores te atraparán,
y, si fallan, lo intentará el Custodio.
Solamente el nacido para la verdad podrá salvar la vida.
Es el marcado; es el guijarro en el estanque.
— Una canción bastante truculenta para enseñársela a una niña —comentó Richard, mirándola fijamente. Al fin, volvió a masticar las hojas.
— Sí, es cierto —confirmó Kahlan, con un suspiro—. Esa noche tuve una pesadilla terrible. Mi madre vino a mi cuarto y se sentó en mi cama, me abrazó y me preguntó sobre qué tenía las pesadillas. Yo le canté la canción que los magos me habían enseñado. Entonces, ella se acostó en mi cama y se quedó conmigo el resto de la noche.
»Al día siguiente fue a hablar con los magos. Nunca supe qué hizo ni qué les dijo, pero, durante los meses siguientes, cada vez que la veían acercarse daban media vuelta y huían. Y durante mucho tiempo también me evitaron a mí, como si tuviera la peste.
Richard cogió otra hoja de la bolsita y se la introdujo en la boca.
— ¿Los aulladores son enviados del Custodio? ¿El Custodio del inframundo?
— Eso dice la canción, y debe de ser cierto. ¿O crees que algo de este mundo podría echarse a reír después de recibir tantas flechas?
Richard se quedó un momento pensativo, y luego preguntó:
— ¿Qué quiere decir eso del «guijarro en el estanque»?
— No sé. —Kahlan se encogió de hombros—. Es la única vez que lo he oído.
— ¿Y el rayo azul? ¿Cómo lo hiciste?
— Tiene que ver con la Cólera de Sangre. Ya lo hice una vez, la primera vez que la sentí. —Kahlan inspiró hondo al recordar esa ocasión—. Cuando creí que habías muerto. Nunca antes había sentido la Cólera de Sangre, pero ahora la siento todo el tiempo como una parte más de mi magia de Confesora. De algún modo, están conectadas. Debo de haberla despertado. Creo que es sobre lo que Adie me advirtió. Pero, Richard, no sé cómo lo hice.
Richard sonrió.
— Nunca dejas de sorprenderme. Si yo acabara de descubrir que soy capaz de conjurar rayos, no me quedaría aquí sentado tan tranquilo.
— Bueno, recuerda de qué soy capaz —le advirtió Kahlan— cuando una bonita muchacha te mire con ojos lánguidos.
— No hay ninguna otra muchacha bonita —repuso él, cogiéndole la mano.
Con los dedos de la otra mano, Kahlan le peinó el cabello.
— ¿Puedo hacer algo por ti?
— Sí —susurró él—. Túmbate a mi lado; quiero notarte cerca. Tengo miedo de no despertarme nunca, y quiero estar cerca de ti.
— Te despertarás —le prometió ella, de buen humor.
Kahlan cogió otra manta y la usó para taparse ambos. Entonces se acurrucó contra él, apoyó la cabeza en su hombro, le pasó un brazo por encima del pecho y trató de no pensar en lo que había dicho Richard.