51

Aunque era de noche, las calles de Tanimura no parecían menos concurridas. Los pequeños fuegos en los que se asaban los espetones de carne seguían encendidos, y los vendedores ambulantes continuaban haciendo un buen negocio. Algunos hombres le animaban a que jugara a dados con ellos. Cuando veía el collar, la gente trataba de engatusarlo para que comprara de todo, desde comida a gargantillas hechas de concha para su amada. Richard les replicaba que no tenía dinero, pero ellos reían y decían que el palacio pagaría por cualquier cosa que quisiera. Richard encorvaba los hombros y seguía adelante.

Mujeres vestidas con ropas casi transparentes y de corte atrevido se arrimaban a él y le sonreían al tiempo que lo manoseaban, tratando de meter los dedos en sus bolsillos, y le hacían ofertas que el joven apenas podía creer. No se las podía quitar de encima a empujones, pero su miraba lo lograba.

Richard se sintió aliviado al dejar atrás la ciudad, las luces de antorchas, lámparas, velas y fuegos así como los olores y los ruidos. Respiró mejor una vez se encontró en el campo iluminado por la luz de la luna. Mientras ascendía una colina, miró por encima del hombro las parpadeantes luces.

Era consciente en todo momento del collar que llevaba al cuello y se preguntaba qué sucedería si se aventuraba demasiado lejos aunque, por lo que Pasha le había dicho, tenía aún bastantes kilómetros de margen. Pero le preocupaba la posibilidad de que Pasha se equivocara y que, de pronto, el collar le impidiera dar un paso más.

Por fin llegó a un lugar que le pareció adecuado y escrutó la loma cubierta de hierba desde la que podía otear la ciudad. A un lado, en el valle, podía distinguir a la luz de la luna las oscuras formas de árboles milenarios. Entre ellos acechaban sombras tan negras como la muerte.

Richard contempló con avidez la amenazadora penumbra, transfigurado por un leve pero persistente deseo de sumergirse en los pliegues de su noche, que parecían llamarlo. Dentro de él algo ansiaba ir allí y conjurar la magia. Algo dentro de él anhelaba descargar la furia, dar rienda suelta a la ira de la espada y a la suya propia.

Era como si la frustración que le provocaba el hecho de ser retenido contra su voluntad, la rabia que sentía al saberse prisionero, el temor de no saber qué le ocurriría y la pena que sentía por Kahlan, todo ello pidiera a gritos ser liberado, como quien golpea una pared con un puño cuando está enfadado. De algún modo, ese bosque le prometía un alivio similar.

Al fin apartó la vista del bosque Hagen y empezó a recoger leña. Con el cuchillo formó una pila de astillas en una pequeña zona que había despejado con las botas. Golpeando luego acero contra pedernal prendió las astillas y, una vez ardían con buena llama, fue añadiendo leña. Cuando ya tuvo la hoguera, sacó una olla, vertió agua y se dispuso a cocer arroz con alubias. Mientras esperaba que se cocieran, se acabó el último pedazo de torta de cereal que aún le quedaba.

Sentado, con los brazos abrazándose las rodillas, contempló el oscuro bosque Hagen así como las luces de la ciudad que titilaban en la distancia. Sobre su cabeza, el cielo era un centelleante dosel de estrellas. Richard lo observó también, esperando ver interponerse entre él y las estrellas una forma familiar.

Al rato oyó un suave ruido sordo a su espalda. Se echó a reír cuando unos peludos brazos lo rodearon y lo lanzaron al suelo. Gratch reía con su gutural risa gorgoteante, tratando de envolver a su oponente con brazos, piernas y alas. Richard le hizo cosquillas en las costillas, y Gratch prorrumpió en una profunda risa ronca. La lucha acabó cuando Gratch logró ponerse encima de Richard, abrazándolo con brazos y alas. Richard estrechó con fuerza al pequeño gar.

— Grrrratch quierrrrg a Raaaach aaarg.

Richard lo abrazó con más fuerza aún.

— Yo también te quiero, Gratch.

El gar acercó su arrugada nariz a la del joven. Sus relucientes ojos verdes lo miraron, y soltó una gutural risita. Richard arrugó la nariz.

— ¡Gratch! ¡Te huele el aliento! —El joven se incorporó, con el gar en su regazo—. ¿Has logrado cazar algo para comer? —Gratch asintió con entusiasmo. Richard volvió a abrazarlo.

»¡Qué orgulloso me siento de ti! Y además, sin moscas de sangre. ¿Qué has cazado? —Gratch ladeó la cabeza y sus peludas orejas giraron hacia adelante.

»¿Una tortuga? —inquirió Richard. Gratch se rió entre dientes y negó con la cabeza—. ¿Un ciervo? —Gratch hundió los hombros con un gruñido de pesar—. ¿Un conejo entonces? —El gar dio un brinco y sacudió la cabeza. Se estaba divirtiendo.

»Me rindo. ¿Qué has comido?

Gratch se tapó la cabeza con las garras y lo miró entre ellas.

— ¿Un mapache? ¿Has cazado un mapache?

Gratch sonrió mostrando todos los dientes, tras lo cual echó la cabeza hacia atrás y rugió al tiempo que se golpeaba el pecho desnudo.

Richard le palmeó la espalda.

— ¡Muy bien, Gratch, muy bien!

El gar soltó de nuevo su risa gutural y trató de empujar a Richard hacia atrás para iniciar otra pelea. El joven se sentía aliviado de que por fin Gratch fuese capaz de conseguir comida por su cuenta. En vez de pelear, hizo que Gratch se estuviera quieto y se sentara mientras él comprobaba si el arroz con alubias ya estaba listo.

— ¿Quieres un poco? —le ofreció, tendiéndole la olla.

El gar se inclinó hacia adelante y olió con mucho cuidado. Sabía que estaba caliente. En otra ocasión se había quemado, por lo que ahora era muy cauto cuando Richard cocinaba algo. Al oler el arroz con alubias arrugó la nariz, lanzó un sonido de decepción y se encogió de hombros. Richard lo interpretó; no le entusiasmaba pero, si no había nada mejor, comería un poco.

El joven le sirvió una ración en su propio cuenco.

— Sopla. Aún está caliente.

Gratch se acercó el cuenco de latón a la cara y frunció los curtidos labios. Al soplar entre los colmillos para enfriar su tentempié, también se le escapó algo de saliva. Richard comió con una cuchara mientras miraba cómo el gar trataba de comerse a lametazos su parte. Al fin Gratch probó otro método; rodó sobre su espalda y sosteniendo el cuenco con garras y pies, vació su contenido en la boca. En tres tragos se lo acabó. Entonces se incorporó y batió las alas, se arrastró hasta Richard y con un lastimero murmullo le tendió el cuenco. Richard le mostró la olla vacía.

— Ya no queda. —Gratch agachó las orejas, enganchó con una garra el cuenco de Richard y tiró ligeramente hacia él. El joven apartó su cuenco y le dio la espalda—. No, es mío. Es mi cena.

Gratch se resignó a esperar pacientemente mientras Richard acababa de comer. El muchacho flexionó las rodillas y las rodeó con los brazos observando la ciudad. Gratch se agachó junto a él y trató de imitar la pose.

Richard se sacó el mechón de pelo del bolsillo y le dio vueltas a la luz de la luna, observándolo atentamente. Gratch le acercó bruscamente una zarpa, pero Richard la apartó con el codo.

— No —dijo en voz baja—. Puedes tocarlo pero sólo si eres cuidadoso.

Gratch acercó de nuevo una zarpa, pero ahora con gesto lento y vacilante, y acarició el mechón de cabello. A continuación alzó sus relucientes ojos verdes escrutadores y acarició con la zarpa el pelo de Richard.

Luego le acarició la mejilla y le secó una lágrima. Richard sorbió por la nariz, tragó saliva y volvió a guardarse el mechón en el bolsillo.

Gratch le pasó uno de sus larguiruchos brazos alrededor de los hombros y recostó la cabeza contra él. También Richard abrazó al gar, y juntos contemplaron la noche.

Al fin decidió que sería mejor dormir un poco y buscó una zona de espesa hierba donde extender una manta. Entonces se tumbó con Gratch acurrucado contra él. Los dos se quedaron dormidos.

Richard despertó cuando la luna casi desaparecía ya en el horizonte. Se incorporó y se estiró. Gratch cerró los puños y lo imitó, aunque en su caso estiró asimismo las alas mientras bostezaba. Richard se frotó los ojos. Sólo faltaban una o dos horas para que amaneciera. Era la hora.

Se puso en pie y Gratch lo imitó.

— Gratch, quiero que me escuches con atención. Es muy importante. ¿Me estás escuchando?

Gratch asintió. Su arrugado rostro adoptó una expresión muy seria. Richard señaló hacia la ciudad.

— ¿Ves ese sitio con todos esos fuegos y las luces? Viviré allí durante un tiempo. —Richard se dio golpecitos en el pecho y a continuación señaló de nuevo Tanimura—. Yo estaré ahí abajo pero no quiero que me visites. Tienes que permanecer alejado. Es un lugar peligroso para ti. Mantente alejado. —Gratch miraba la cara de Richard—. Yo vendré a visitarte. ¿Entendido? —Gratch pensó un momento y luego asintió.

»No te acerques a la ciudad. ¿Y ves ese río que fluye por el valle? Ya sabes qué es un río; yo mismo te enseñé el agua. Pues bien, quédate a este lado del río. Este lado. ¿Entiendes?

Richard quería evitar que el gar cazara el ganado de las granjas situadas al otro lado del río, pues eso le traería muchas complicaciones. Gratch miró alternativamente a Richard, a la ciudad y nuevamente a Richard. Entonces emitió un sonido desde lo más profundo de la garganta para indicar que lo entendía.

— Otra cosa Gratch. Si ves a gente —Richard se golpeó el pecho y señaló la ciudad—, gente como yo, no quiero que te la comas. La gente no es comida. No te comas a ninguna persona. ¿Comprendido?

Gratch gruñó en señal de decepción y luego asintió. Richard le pasó un brazo alrededor de los hombros y lo obligó a volverse hacia el bosque Hagen.

— Ahora escucha. Es importante. ¿Ves ese lugar de ahí abajo? ¿El bosque?

De la garganta del gar nació un gruñido grave y amenazador. Gratch retrajo los labios para mostrar los colmillos, mientras que el resplandor de sus ojos verdes se intensificaba.

— No vayas allí. No quiero que vayas a ese bosque. Lo digo muy en serio, Gratch. Mantente alejado de allí. —Gratch miró el bosque gruñendo aún amenazadoramente. Richard le agarró un puñado de pelo y le dio una sacudida—. No te acerques. ¿Entendido?

Gratch lo miró y al fin asintió.

— Yo tengo que ir allí pero no quiero que me sigas. Sería demasiado peligroso para ti. Tú quédate aquí.

Con un lastimero quejido Gratch rodeó a Richard con un brazo y lo obligó a retroceder un paso.

— A mí no me pasará nada; tengo la espada. ¿Recuerdas la espada? Ya te la enseñé. La espada me protegerá. Pero tú no puedes venir conmigo.

Richard deseó estar en lo cierto acerca de la espada. La hermana Verna le había avisado de que ese bosque era un lugar de vil magia. Pero no tenía elección. No se le ocurría ninguna otra cosa.

Después de estrechar con fuerza al gar, le dijo:

— Sé buen chico. Anda, ve a cazar algo más para comer. Yo vendré aquí de vez en cuando para verte y pelearemos. ¿De acuerdo?

Gratch sonrió al oír la palabra «pelea» y le tiró expectante de un brazo.

— No, ahora no, Gratch. Tengo que hacer una cosa pero volveré otra noche y pelearemos.

El gar agachó de nuevo las orejas y se despidió de Richard rodeándolo con sus largos brazos. El joven recogió sus cosas y tras un último gesto de despedida inició el descenso. Gratch contempló cómo el oscuro bosque se lo tragaba.

Caminó durante casi una hora. Tenía que internarse lo suficiente en el bosque Hagen para asegurarse de que su plan funcionara. Las ramas cubiertas de musgo y de enredaderas eran como brazos que trataran de atraparlo. De entre los árboles le llegaban extraños sonidos, chasquidos guturales y largos y graves silbidos. Al acercarse a zonas de agua estancada, oía cosas que saltaban al agua.

Jadeando y sudando por la caminata llegó por fin a un pequeño claro situado a la suficiente altura como para estar seco y gozar de una pequeña vista del cielo cuajado de estrellas. Como no había ninguna roca ni tronco en el claro, aplastó una densa mata de hierba y se sentó con las piernas cruzadas. Entonces cerró los ojos e inspiró profundamente.

Pensaba en su hogar y en el bosque del Corzo. Cómo ansiaba estar de vuelta. También pensaba en los amigos a los que tanto extrañaba, Chase y Zedd. Se había criado junto a Zedd sin saber que el anciano era su abuelo. Pero sí sabía que eran amigos y ambos se querían. Eso era lo que realmente importaba. ¿Qué habría cambiado de haberlo sabido? Richard no podría haberlo querido más, y Zedd no podría haber sido mejor amigo para él.

Hacía tanto que no lo veía… Pese a que lo había visto en el Palacio del Pueblo en D’Hara, no habían tenido apenas tiempo para hablar y ponerse al día. No debería haberse marchado tan precipitadamente. Ojalá pudiera hablar con Zedd ahora, para que lo ayudara y lo aconsejara.

¿Habría buscado Kahlan a Zedd? Claro que, ¿por qué debería haberlo hecho? Ya se había librado de él, que era lo que quería.

Richard deseaba con todo su corazón que las cosas fuesen distintas.

Echaba de menos la sonrisa de Kahlan, sus ojos verdes, el suave sonido de su voz, su inteligencia y su ingenio, y también su piel. Cuando estaba con ella, sentía que el mundo estaba vivo. En esos instantes habría dado la vida sólo para abrazarla cinco minutos.

Pero Kahlan había reconocido lo que era y lo había alejado de sí.

Y él la había dejado en libertad. Era lo mejor. Él no era lo suficientemente bueno para ella.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, ya buscaba la paz dentro de sí —su han— tal como la hermana Verna le había enseñado. Durante el viaje habían practicado juntos casi cada día y, aunque nunca había logrado tocar su han, la busca siempre resultaba agradable. Lo relajaba y le daba paz. Era justo lo que necesitaba en esos momentos. Así pues, Richard dejó que su mente buscara ese lugar de paz en el que no tenían cabida las preocupaciones.

Como siempre hacía, se imaginó la Espada de la Verdad flotando en el espacio ante él. Visualizó hasta el más mínimo detalle, sintiéndolo también.

Sumergido en esa paz, meditando con los ojos cerrados, desenvainó la espada. No estaba muy seguro de por qué lo hacía, pero sentía que era lo que debía hacer. El característico sonido metálico resonó en el aire de la noche, anunciando la presencia de la Espada de la Verdad en el bosque de Hagen.

Entonces la dejó sobre las rodillas. La magia danzaba con él en ese lugar de paz. Si algo iba a por él, estaría preparado.

Ahora sólo cabía esperar. Tardaría unas horas, pero estaba seguro de que iría.

Cuando Pasha se diera cuenta de dónde estaba él, iría a buscarlo.

Mientras estaba sentado en silencio, a su alrededor la noche recuperó su actividad normal. Concentrado en la imagen de la espada, percibía vagamente los chirridos y chasquidos de los insectos, el grave y continuo croar de las ranas así como el susurro de los ratones de campo que rebuscaban entre las hojas secas y las ramitas que cubrían el suelo del bosque. De vez en cuando se oía el aleteo de un murciélago en el aire, y en una ocasión oyó el chillido de una lechuza que acababa de atrapar su cena.

De pronto, envuelto como estaba en esa bruma de ensueño, sentado y visualizando la espada, se hizo la quietud.

En su mente vio una figura oscura detrás de él.

En un movimiento rápido y fluido Richard se puso en pie y giró sobre sí mismo, hendiendo el aire con la espada. La vaga forma retrocedió y arremetió de nuevo cuando la espada hubo ya pasado. Richard se alegró de haber fallado, pues eso significaba que la lucha no acabaría tan pronto, que podría danzar con los espíritus y dar rienda suelta a la ira.

Se movía como una capa al viento, oscura como la muerte e igual de rápida.

Ambos oponentes recorrían el claro velozmente. La espada relucía a la menguante luz de la luna. Su hoja hendía el aire al igual que las garras de la forma oscura, que eran afiladas como cuchillos. Richard se dejó envolver por la magia de la espada, por la cólera del arma y la suya propia. Liberó su enojo y su frustración para que se unieran con la furia de la espada, y se regocijó en la danza con la muerte.

Giraban alrededor del calvero como hojas en un vendaval, uno esquivando la espada y el otro las zarpas. Arremetían y se agachaban, usando los árboles para protegerse y atacar. Richard danzaba con los espíritus de la espada. Se hallaba inmerso en la maestría de la magia, seguía los consejos de los espíritus. Éstos lo impulsaban a girar ora a un lado ora al otro, a que casi rozara el suelo, a que amagara a la derecha y luego a la izquierda, a que saltara y atacara. Todo ello Richard lo observaba casi como si la cosa no fuera con él.

Ansiaba aprender esa danza.

«Enseñadme.»

El conocimiento y la memoria fluyeron libremente, forjados por su voluntad hasta completar la cadena.

Richard no solamente usaba la magia, la espada, los espíritus, sino que ahora los dominaba. Acero, magia, espíritus y hombre eran todo uno.

La forma oscura se lanzó sobre él.

Ahora. De un golpe contundente el acero partió en dos esa figura. Un chorro de sangre salpicó los árboles situados más cerca. Un aullido agónico vibró en el aire. Luego todo quedó en silencio.

Richard jadeaba, casi lamentando que hubiera acabado. Casi.

Había danzado con los espíritus de los muertos, con la magia y, al hacerlo, había hallado la liberación que buscaba. No sólo se había liberado de algunos de los sentimientos de frustración e impotencia que lo embargaban, sino también de unos oscuros anhelos en lo más profundo de su ser que no comprendía.

Habían transcurrido casi dos horas desde el amanecer cuando Richard oyó que se acercaba. Caminaba a trancas y barrancas entre la maleza, resoplando indignada cuando la ropa se le enganchaba en los matorrales. Richard oyó ramas que se rompían mientras Pasha ascendía penosamente el montículo. Después de desprender la falda de un espino, apareció tambaleante en el claro.

Richard la esperaba sentado con las piernas cruzadas, con los ojos cerrados y la espada apoyada en las rodillas. Al verlo, Pasha se detuvo jadeando delante de él.

— ¡Richard!

— Buenos días, Pasha. —Richard abrió los ojos—. Bonito día, ¿no crees?

Pasha mantenía la falda un poco levantada. Tenía la camisa blanca húmeda por el sudor, y en el pelo se le habían enganchado abrojos.

— Tienes que irte de aquí ahora mismo —le dijo, apartándose un mechón de pelo de la cara—. Richard, estás en el bosque Hagen.

— Lo sé. La hermana Verna me lo dijo. Es un lugar muy interesante; creo que me gusta.

La joven lo miró parpadeando.

— ¡Richard, este lugar es muy peligroso! ¿Qué estás haciendo aquí?

Richard sonrió.

— Esperándote.

La muchacha escrutó los árboles que rodeaban el claro y las oscuras sombras.

— Algo huele que apesta —murmuró.

La joven fue a agacharse frente a él y le sonrió levemente como un adulto sonreiría a un niño o a alguien a quien toma por chalado.

— Richard, ya te has divertido y has paseado tranquilamente por el campo. Ahora dame la mano y salgamos de aquí.

— No pienso irme hasta que Verna recupere su condición de Hermana.

— ¿Qué? —exclamó Pasha, levantándose de un brinco.

Richard empuñó la espada y también se puso en pie.

— No pienso irme hasta que Verna vuelva a ser una Hermana como era antes. El palacio tendrá que decidir qué es más importante, mi vida o que la hermana Verna sea una novicia.

Pasha lo miraba boquiabierta.

— ¡Pero la única que puede levantar el castigo es la hermana Maren!

— Lo sé. —Richard le rozó la nariz con un dedo—. Por esa razón irás a decir a la hermana Maren que venga hasta aquí en persona y me prometa solemnemente que Verna es de nuevo una Hermana y que acepta mis condiciones.

— No lo dirás en serio… La hermana Maren jamás hará eso.

— En ese caso me quedaré aquí.

— Richard, vuelve conmigo y ya veremos si la hermana Maren accede a discutir esa cuestión. Pero no te puedes quedar aquí. ¡No merece la pena morir por eso!

El joven le lanzó una gélida mirada y replicó:

— Para mí, sí.

Pasha se humedeció los labios.

— Richard, no sabes qué estás haciendo. Éste es un lugar muy peligroso. Yo soy responsable de ti. No puedo permitir que te quedes aquí.

»Si te niegas a venir conmigo, tendré que usar el collar para obligarte, y sé que tú no quieres eso.

Richard aferró con más fuerza la empuñadura de la espada.

— La hermana Verna ha sido castigada en represalia por lo que yo dije. Me he jurado a mí mismo que Verna recuperaría su rango de Hermana. No puedo permitir que la castiguen por mí. Estoy dispuesto a todo, incluso morir, para evitarlo.

»Si usas el collar para hacerme daño o sacarme a rastras de aquí, me resistiré con todas mis fuerzas. No sé quién de los dos ganará, pero si eso ocurre estoy seguro de una cosa, sólo uno de los dos saldrá con vida. Si soy yo, será el inicio de la guerra y, si eres tú quien sobrevive, tu prueba para convertirte en Hermana habrá acabado el primer día. La hermana Verna seguirá siendo novicia, o sea que no habrá perdido nada pero, al menos, lo habré intentado.

— ¿Estás dispuesto a morir por esto?

— Sí. Para mí es importante. No permitiré que la hermana Verna sea castigada por algo que he hecho yo. No es justo.

Pasha frunció el entrecejo.

— Pero… la hermana Maren es la maestra de las novicias. Yo soy sólo una novicia. Si me presento ante ella y le digo que revoque la orden, me despellejará viva.

— Soy yo quien lo dice, tú no eres más que la mensajera. Si te castiga, no pienso consentirlo, del mismo modo que no consiento lo que han hecho a la hermana Verna. Si la hermana Maren desea empezar una guerra, pues la tendrá. Pero si desea mantener mi tregua, vendrá aquí y aceptará mis condiciones.

Pasha se lo quedó mirando fijamente.

— Richard, si estás aquí a la puesta de sol, morirás.

— En ese caso te sugiero que te des prisa.

La joven se volvió y señaló con el brazo hacia la ciudad.

— Pero… tengo que volver hasta allí. Me ha costado horas llegar y tardaré otras tantas en volver. Y luego tengo que encontrar a la hermana Maren y convencerla de que no bromeas, e incluso si consigo persuadirla de que regrese conmigo, tardaremos horas.

— Deberías haber venido a caballo.

— Corrí hasta aquí tan pronto como me di cuenta de donde estabas. ¡No tuve tiempo de pensar en nada más! ¡Sabía que estabas en apuros y simplemente vine!

Richard la miró sin alterarse.

— Pues cometiste un error, Pasha. Deberías haber pensado antes de actuar. La próxima vez tal vez te pararás a pensar.

Pasha se llevó una mano al pecho, mientras tragaba aire.

— Richard, no hay tiempo para…

— Entonces date prisa o el atardecer sorprenderá a tu pupilo aquí sentado, en el bosque Hagen.

Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas de frustración e inquietud.

— Richard, por favor, tú no lo entiendes. No es ningún juego. Este lugar es peligroso.

Richard giró ligeramente el cuerpo y señaló con la espada.

— Sí que lo entiendo.

Pasha miró detrás de él, hacia las sombras, y ahogó un grito. Vacilante se acercó a la cosa junto a los árboles. Richard no la siguió. Sabía perfectamente qué vería, las dos mitades de una criatura de pesadilla con sus entrañas desparramadas por el suelo.

La sinuosa cabeza del ser, semejante a la de un hombre fundido con una serpiente o un lagarto, era la imagen misma de la perversidad. Estaba cubierta por una lustrosa piel negra muy tirante, lisa hasta la base del cuello donde empezaba a formar escamas flexibles. El cuerpo, muy ágil, se asemejaba mucho al de un ser humano. Todo él parecía haber sido concebido para alcanzar una fluida rapidez, una gracia mortal.

Se vestía con pellejos cubiertos de un pelo negro muy corto y una capa negra con capucha que le llegaba hasta los pies. Lo que Richard había tomado por zarpas no lo eran, sino cuchillos de triple hoja, una en cada mano palmeada, con mangos transversales que sostenía en el puño. Unas extensiones de acero le ascendían por ambos lados de la muñeca, para apoyarse cuando atacaba.

Pasha se quedó estupefacta. Por fin Richard se reunió con ella y miró las dos mitades del ser. Fuese lo que fuese, sangraba como cualquier otra criatura y además olía como entrañas de pescado pudriéndose bajo un sol de justicia.

La joven lo miraba temblando.

— Por amor del Creador —musitó—, es un mriswith. ¿Qué le ha ocurrido? —preguntó mientras reculaba un paso.

— ¿Que qué le ha ocurrido? Pues que lo maté, eso es lo que le ha ocurrido. ¿Qué es un mriswith?

Pasha alzó hacia él sus grandes ojos castaños.

— ¿Qué quieres decir con que lo mataste? Nadie puede matar a un mriswith. Nadie ha matado jamás a uno.

El rostro de la joven era todo un poema.

— Bueno, pues alguien lo ha hecho.

— Lo mataste de noche, ¿verdad?

— Sí. ¿Cómo lo sabes? —preguntó, muy extrañado.

— Apenas se ven nunca mriswiths fuera del bosque Hagen, pero en los últimos miles de años se han visto algunos. Hay informes de gente que vivió lo suficiente para contar qué vieron. Los mriswiths toman siempre el color de su entorno. En un informe se cuenta que uno se alzó en las marismas y era del color del barro. Otro, que se vio en las dunas, era del color de la arena. Y otro que se avistó a la luz del atardecer, era dorado. Cuando matan de noche nadie los ve, pues son de color negro como la noche. Creemos que poseen la habilidad, tal vez mágica, de adoptar el color de lo que les rodea. Puesto que éste es negro supuse que lo habías matado por la noche.

Richard la cogió del brazo y la apartó suavemente de allí. Pasha parecía transfigurada por la criatura. Richard notaba cómo temblaba.

— Pasha, ¿qué son?

— Son seres que viven en el bosque Hagen. No sé qué son. He oído decir que en la guerra que acabó con la separación del Viejo y el Nuevo Mundo los magos crearon ejércitos de mriswiths. Otros creen que son engendros del Innombrable.

»Sea como sea, viven en el bosque Hagen. Ellos y otras criaturas. Es por eso por lo que nadie vive en el campo a este lado del río. A veces salen del bosque y cazan personas. Nunca comen sus presas, simplemente matan por el simple placer de matar. Los mriswiths destripan a sus víctimas. Algunas viven lo suficiente para explicar lo que les ha sucedido; así es como hemos averiguado lo poco que sabemos de ellos.

— ¿Cuánto tiempo lleva aquí el bosque Hagen y las criaturas que viven en él?

— Por lo que sé, tanto como el Palacio de los Profetas, casi tres mil años.

Pasha le cogió por la camisa y añadió:

— En todo ese tiempo nadie, nunca jamás, ha matado a un mriswith. Todas las víctimas dijeron que no lo vieron hasta que ya las había atacado. Algunas de esas víctimas eran Hermanas y magos, y ni siquiera su han les avisó. Dijeron que no percibieron la presencia del mriswith, como si hubieran nacido sin el don. ¿Cómo es posible que tú pudieras matar a uno?

Richard recordó que vio en su mente cómo el mriswith se acercaba.

— Tal vez no fue más que suerte —le contestó, apartando la mano de la joven—. Alguien tenía que hacerlo más pronto o más tarde. Quizá me tocó uno medio tonto.

— Richard, te lo ruego, ven conmigo. Éste no es el modo de echar un pulso a palacio. Podrías perder la vida.

— No estoy echando un pulso a nadie, sino que estoy asumiendo la responsabilidad de mis acciones. Es culpa mía que la hermana Verna fuese rebajada y pienso arreglarlo. Estoy luchando por lo que considero justo. Si no lo hago, no soy nada.

— Richard, si estás aquí cuando el sol se ponga…

— Estás malgastando un tiempo precioso, Pasha.


Загрузка...