Sentado en el sitial de Kahlan, Richard acariciaba los largos mechones de su pelo. Se los había sacado de la camisa, porque no quería clavarse el cuchillo a través de ellos. No sabía cuánto tiempo llevaba allí sentado, acariciando el pelo de Kahlan, perdido en sus recuerdos, pero al mirar por las ventanas se dio cuenta de que estaba anocheciendo.
Dejó cuidadosamente el pelo encima del brazo del sitial y volvió a coger el cuchillo. Aturdido y angustiado, posó la punta encima de su corazón. Lo aferraba con tal fuerza, que tenía los nudillos blancos.
Había llegado el momento.
Por fin todo acabaría. El dolor cesaría.
De pronto frunció el entrecejo. ¿Qué era lo que había dicho la señora Sanderholt? ¿Que Kahlan le había hablado de él? Se preguntó si Kahlan habría dicho a su ama de llaves algo más. Tal vez le había dado un último mensaje antes de morir. ¿Qué mal podría hacer preguntarle? Luego, se mataría.
Así pues, la sacó de la cocina, la empujó hacia una pequeña despensa donde se guardaban provisiones y cerró la puerta.
— ¿Qué has hecho, Richard?
— He matado a sus asesinos.
— Bueno, no puedo decir que lo lamente. Esos hombres no deberían haber estado en el Consejo. Déjame que te traiga algo de comer.
— No, no quiero nada. Señora Sanderholt, dijo que Kahlan le habló de mí, ¿cierto?
La mujer no parecía muy dispuesta a desenterrar recuerdos, pero al fin inspiró hondo y asintió.
— Cuando regresó al que era su hogar las cosas habían cambiado. Kelton…
— No me interesa lo que ocurrió aquí. Sólo quiero saber de ella.
— El príncipe Fyren fue asesinado. Ella fue acusada injustamente de ese crimen y de una larga lista de otros, incluida la traición. El mago que estaba al cargo la condenó a… a muerte.
— A ser decapitada.
La mujer asintió con renuencia.
— Pero ella escapó con la ayuda de algunos amigos, mató al mago y luego se escondió. Pero me envió un mensaje y fui a verla. En una de esas visitas me contó todo por lo que había pasado. Me habló de ti. No quería hablar de nada más.
— ¿Por qué no huyó? ¿Por qué se quedó en Aydindril?
— Dijo que tenía que esperar a un mago llamado Zedd y que tenía que ayudarte.
Richard cerró los ojos. El dolor que sentía en el corazón se hizo más intenso.
— Así pues, la atraparon mientras esperaba.
— No. No fue así como ocurrió. —Richard se quedó mirando fijamente el veteado del suelo mientras ella hablaba—. El mago que esperaba regresó. Fue él quien la entregó.
Richard levantó la cabeza.
— ¿Qué? ¿Zedd vino aquí? Zedd jamás entregaría a Kahlan para que fuera ejecutada.
— Pues lo hizo. Estaba de pie en la tarima ante la multitud que vitoreaba y ordenó que le cortaran la cabeza. Yo estaba allí cuando ese malvado mago dio la orden al verdugo.
Richard notó que la cabeza le daba vueltas.
— ¿Zedd? Un hombre anciano y enjuto con pelo largo blanco y ondulado que siempre va despeinado.
— Ese mismo. El Primer Mago Zeddicus Zu’l Zorander.
Por primera vez una chispa de esperanza prendió en el joven. No lo sabía todo de Zedd, pero sí sabía que no era capaz de algo similar. ¿O acaso sí?
— ¿Dónde está enterrada? —preguntó, agarrándola por los hombros.
La señora Sanderholt lo condujo afuera, a la oscuridad, hacia el solitario patio en el que eran enterradas las Confesoras. Entonces le contó que el cuerpo de Kahlan había sido incinerado en una pira funeraria, supervisada por el Primer Mago. Luego le dejó solo junto a la enorme lápida alzada sobre las cenizas de la última de las Confesoras.
Richard pasó los dedos sobre las letras grabadas en el granito gris. KAHLAN AMNELL, MADRE CONFESORA. NO ESTÁ AQUÍ, SINO EN LOS CORAZONES DE QUIENES LA AMAN.
— No está aquí —leyó Richard en voz alta. ¿Podría ser un mensaje? ¿Y si estaba viva? ¿Había sido un truco de Zedd para salvarla? Pero ¿por qué?
Tal vez para evitar que la persiguieran.
Richard cayó de rodillas en la nieve delante del monumento. ¿Osaría tener esperanzas, se arriesgaría a verlas destruidas?
El joven unió las temblorosas manos e inclinó la cabeza.
— Queridos espíritus, sé que he cometido actos malvados, pero siempre he intentado hacer el bien. He luchado por ayudar a mis semejantes y defender vuestros principios de honestidad y bondad.
»Os lo suplico, queridos espíritus, ayudadme.
»Nunca os había pedido algo hasta hoy. Jamás os he suplicado nada con tanto anhelo. Por favor, aunque nunca más vayáis a ayudarme, ayudadme ahora.
»Os lo ruego, queridos espíritus, no puedo seguir adelante si no lo sé. Lo he sacrificado todo a la causa del bien. Por favor, concededme esto. Hacedme saber si está viva.
Con la cabeza gacha y llorando, vio en el suelo destellos de luz.
Alzó la vista y vio sobre él a un reluciente espíritu.
Al reconocer quién era, se quedó de piedra.
Kahlan había paseado por ese jardín en innumerables ocasiones. Si titubeaba era, en parte, porque temía la confirmación de sus miedos. Al fin se arrodilló y unió las manos al frente encima de una roca. Entonces inclinó la cabeza y oró.
— Queridos espíritus, sé que no soy digna de ello, pero os lo ruego; tengo que saber si Richard está bien. Necesito saber si aún me ama.
La mujer tragó saliva, tratando de extinguir el ardor que sentía en la garganta.
— Tengo que saber si volveré a verlo algún día.
»He sido irrespetuosa, lo sé, y no tengo excusa, excepto la de no ser mejor persona. Si me concedéis este deseo, haré cualquier cosa que me pidáis.
»Pero, por favor, queridos espíritus, tengo que saber si volveré a ver algún día a mi Richard.
Kahlan lloraba con la cabeza gacha. De su rostro goteaban lágrimas. Ante ella, en el suelo, brillaron unos destellos luminosos.
Alzó el rostro y vio la faz de un reluciente espíritu que flotaba sobre ella. Una cálida sonrisa de serenidad se dibujó en ese rostro que Kahlan conocía. Lentamente, sin darse cuenta, se puso de pie.
— ¿Eres realmente… tú?
— Sí, Kahlan, lo soy. Soy Denna.
— Pero… tú te entregaste al Custodio. Hiciste tuya la marca que Rahl el Oscuro puso en Richard. Fuiste al inframundo en su lugar.
La radiante sonrisa de paz llenó de gozo el corazón de Kahlan.
— Al Custodio le repelió mi sacrificio y me rechazó. Así pues, me reuní con lo que tú llamas buenos espíritus.
»Del mismo modo que con mi sacrificio me gané una paz que jamás pude esperar, por haberos comportado tan generosamente con vuestros semejantes, y haberos sacrificado el uno por el otro, tanto tú como Richard os merecéis la misma paz que yo. Puesto que ambos poseéis ambos lados de la magia y estáis unidos a mí por mis actos, antes de cruzar el velo se me ha otorgado el poder de reuniros por un breve espacio de tiempo, en un lugar situado entre ambos mundos.
Denna, envuelta en una larga y suelta túnica, extendió los brazos. Los luminosos pliegues de las mangas pendían hasta el suelo.
— Ven, pequeña. Ven a mis brazos y te llevaré con Richard.
Temblando, Kahlan cayó en brazos de Denna.
La luz de Denna lo fue envolviendo al tiempo que sus brazos los rodeaban cariñosamente. El mundo desapareció en esa claridad. Richard ignoraba qué debía esperar. Sólo sabía que deseaba más ver a Kahlan que la vida misma.
El cegador fulgor blanco se convirtió en un suave resplandor. Kahlan apareció ante él. La mujer emitió una exclamación entrecortada y se lanzó a sus brazos. Mientras lo abrazaba con fuerza gemía su nombre.
Se abrazaron sin decir nada, simplemente sintiendo la presencia del otro. Richard notaba el calor de Kahlan, su respiración, su temblor. No quería dejarla ir nunca más.
Se dejaron caer sobre la suave base que los sostenía. Richard no sabía qué era, ni le importaba; sólo contaba que era suficientemente sólida para aguantarlos. Quería sentir los brazos de Kahlan alrededor de su cuerpo por siempre jamás. Por fin ella dejó de llorar y apoyó la cabeza contra el hombro de Richard, que la seguía estrechando contra sí.
Cuando alzó la cabeza, el joven sintió la intensa mirada de esos hermosos ojos verdes.
— Richard, lamento tanto haberte obligado a ponerte ese collar…
El joven la acalló poniéndole un dedo sobre los labios.
— Fue por una buena razón. Me costó tiempo entender lo estúpido que había sido yo y lo valiente que tú eres. Eso es lo único que importa. Aún te quiero más al saber que te sacrificaste por salvarme.
Pero Kahlan sacudía la cabeza.
— Mi Richard. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
— Recé a los buenos espíritus y se me apareció Denna.
— A mí también. Denna también se sacrificó por ti; tomó para sí el poder de la marca, para que vivieras. Denna me devolvió tu vida. Ahora está en paz.
— Lo sé. —Richard le pasó los dedos por la cabeza—. ¿Qué le ha pasado a tu pelo?
— Un mago me lo cortó.
— Un mago. Bueno, en ese caso supongo que un mago tendrá que devolvértelo.
Richard le acarició tiernamente el pelo y recordó cómo Zedd se había acariciado la barbilla para hacerse crecer una barba. Era como si por el simple hecho de habérselo visto hacer a Zedd ya supiera cómo hacerlo. A cada movimiento de su mano, el cabello de Kahlan crecía.
Richard extraía el poder del centro de calma en su interior. Cuando el cabello de Kahlan ya era tan largo como antes, paró.
La mujer se cogió un largo mechón y lo miró asombrada.
— Richard, ¿cómo lo has hecho?
— Tengo el don, ¿recuerdas?
Kahlan le dirigió su especial sonrisa, esa sonrisa cómplice que reservaba para él. Entonces le pasó la mano por el mentón.
— Lo siento, Richard, pero debo decirte que no me gusta nada tu barba. Me gustabas más antes.
Richard enarcó una ceja.
— ¿De veras? Bueno, considerando que tú vuelves a ser la que eras, tendré que hacer lo mismo conmigo.
El joven se pasó la mano por el mentón y nuevamente extrajo poder de su centro de calma.
Kahlan lanzó una exclamación de asombro.
— ¡Richard! ¡Ya no está! ¡Tu barba ha desaparecido! ¡La has hecho desaparecer! ¿Cómo lo has logrado?
— Poseo el don para ambos tipos de magia.
— ¿También para la Magia de Resta? —Kahlan no daba crédito—. Richard, ¿es real o estoy soñando?
El joven le dio un beso largo y apasionado.
— A mí me parece bastante real —dijo, sin aliento.
— Richard, tengo miedo. Tú estás con las Hermanas. Nunca más podremos estar juntos. No me siento capaz de continuar si vas a estar…
— Ya no estoy con las Hermanas. Estoy en Aydindril.
— ¡Aydindril!
— Sí. Abandoné el Palacio de los Profetas. La hermana Verna me ayudó. Luego fui a D’Hara.
Richard le contó todo lo ocurrido desde que se separaran, y ella también le explicó sus andanzas. Richard apenas daba crédito a sus oídos.
— Estoy muy orgulloso de ti —declaró—. Eres verdaderamente la Madre Confesora. Eres la más grande Madre Confesora que nunca haya existido.
— Regresa a la galería que conduce a las cámaras del Consejo y verás los retratos de Confesoras que fueron mucho mejores de lo que yo llegaré a ser nunca.
— Lo dudo, amor mío.
Nuevamente la besó. Fue un beso ardiente y apasionado. Kahlan le devolvió el beso con desesperación, como si lo único que necesitara en la vida fuera estar en sus brazos y besarlo. Richard posó una lluvia de besos en sus mejillas, orejas y cuello. Kahlan se apretó contra él y gimió.
— Richard, la cicatriz, la marca de Rahl el Oscuro, ¿ha desaparecido de verdad?
El joven se abrió la camisa para mostrárselo. Kahlan le acarició el pecho.
— Sí, es cierto —susurró.
Tiernamente le besó el pecho. Lo acariciaba al tiempo que cubría de besos el lugar donde antes estaba la marca, y finalmente, posó los labios sobre un pezón.
— Esto no es justo —protestó un jadeante Richard—. Yo también quiero besar todo lo que tú me beses a mí.
Kahlan lo miró a los ojos mientras se iba desabrochando la camisa.
— Trato hecho.
Kahlan empezó a quitarle la ropa, mientras él dejaba un rastro de húmedos besos sobre la suave carne femenina. Con cada beso la respiración de Kahlan se hacía más entrecortada.
— Kahlan —logró decir Richard, apartándose un poco—. Es posible que los buenos espíritus nos estén observando.
Pero ella lo tumbó de espaldas y le besó.
— Si realmente son espíritus buenos, seguro que se tapan los ojos.
El tacto de la cálida carne femenina le hacía perder la cabeza, y al palpar sus formas gimió de deseo. Alrededor de ellos el delicado resplandor latía al ritmo de su respiración. Parecía haberse convertido en una extensión de su ardor.
Richard se colocó sobre ella, se perdió en sus ojos verdes y le dijo:
— Te quiero Kahlan Amnell, ahora y siempre.
— Y yo a ti, mi Richard.
Mientras los labios de ambos se encontraban, Kahlan le rodeó el cuello con los brazos y entrelazó sus piernas con las de su amado.
En ese espacio vacío entre los dos mundos, bañados por el suave resplandor de un lugar en el que el tiempo no existía, fueron uno.