Kahlan regresó a la posada dando un paseo. En el extremo del pasillo que conducía al comedor esperó a oscuras. Aún se sentía embargada por el cálido resplandor así como una abrumadora dicha y el recuerdo del éxtasis. Al oír sus pasos todos alzaron la vista.
— ¡Kahlan! —Zedd se levantó de un salto—. ¡Córcholis, muchacha! ¿Dónde te has metido toda la noche? Te fuiste al atardecer y no regresaste. Hemos registrado toda la ciudad. ¿Adónde fuiste?
La mujer se volvió y extendió una mano.
— He estado en el pequeño jardín de la parte de atrás.
Zedd se puso hecho una furia.
— ¡De eso nada! ¡No estabas en el jardín!
— Bueno —sonrió Kahlan con aire soñador—, estaba al principio, pero luego fui a reunirme con Richard. Zedd, ha escapado de las Hermanas. Está en Aydindril.
Zedd se detuvo.
— Kahlan, sé que lo has pasado muy mal. Seguramente tuviste una visión basada en tus deseos.
— No, Zedd. Recé a los buenos espíritus. Entonces ella se me apareció y me llevó junto a Richard a un lugar entre los mundos.
— Kahlan, es imposible que…
Se interrumpió cuando la Confesora salió de las sombras y la luz del fuego la iluminó. El mago abrió mucho los ojos.
— ¿Qué… qué le ha pasado a tu pelo? —susurró—. Vuelve a ser largo.
Kahlan sonrió de oreja a oreja.
— Richard lo arregló. Tiene el don, ya sabes. Me dio esto —dijo, mostrándole el agiel que le colgaba al cuello—. Me dijo que ya no lo necesitaba.
— Pero… tiene que haber alguna otra explicación…
— Me dio un mensaje para ti. Dijo que gracias por no cerrar la caja del Destino abierta. Añadió que se alegraba de que su abuelo tuviese la sabiduría suficiente para no violar la Segunda Norma de un mago.
— Su abuelo… —Las lágrimas se deslizaron por la arrugada faz del mago—. ¡Lo has visto! ¡Lo has visto de verdad! ¡Richard está a salvo!
Kahlan le arrojó los brazos al cuello.
— Sí, Zedd. Todo se arreglará. Devolvió la piedra de Lágrimas al lugar que le corresponde y cerró la caja del Destino. La llamó la puerta. Me explicó que para ello tuvo que usar Magia de Suma y también de Resta, o hubiera destruido toda la vida.
El mago la agarró por los hombros y la apartó de sí.
— ¿Richard posee Magia de Resta? Imposible.
— Llevaba barba y la hizo desaparecer. Para recordarte la lección que le diste, dijo que solamente la Magia de Resta podría lograrlo.
— Es realmente asombroso. —El mago fijó en ella su aguda mirada y comentó—: Estás empapada de sudor, muchacha. —Con una enjuta mano en la frente comprobó si estaba enferma—. No, no tienes fiebre. ¿Por qué estás sudando?
— Es que… hacía calor en el otro mundo. Mucho calor.
— Hmmm. —El mago se fijó en su pelo—. Y tienes el pelo enmarañado. ¿Qué clase de mago te daría una melena revuelta? Yo te lo hubiera hecho crecer peinado. Ese chico tiene mucho que aprender. No lo hizo nada bien.
Kahlan desvió la mirada para decir:
— Créeme, lo hizo perfectamente.
El mago volvió la cabeza y la escrutó con un solo ojo.
— ¿Qué habéis estado haciendo toda la noche? Porque habéis pasado toda la noche juntos. ¿Qué habéis hecho?
Kahlan notó que las orejas le ardían. Por suerte, la melena se las volvía a cubrir.
— Bueno, no sé. ¿Qué hacéis tú y Adie cuando pasáis toda la noche juntos?
— Bueno… —El mago carraspeó—. Bueno, nosotros… —Entonces levantó el mentón y señaló hacia lo alto con un dedo—. Hablamos. Sí señora, eso hacemos, hablar.
Kahlan se encogió de hombros.
— Pues eso mismo hemos hecho nosotros, como tú y Adie. Nos hemos pasado la noche charlando.
Zedd esbozó una astuta sonrisa y a continuación la estrechó con fuerza entre sus delgados brazos, dándole palmaditas en la espalda.
— Me alegro mucho por ti, querida.
El mago la cogió de las manos y bailó con ella por la sala. Ahern sonrió, sacó una pequeña flauta y los acompañó con una alegre melodía.
— ¡Mi nieto es un mago! ¡Mi nieto será un gran mago como su abuelo!
La celebración se prolongó varios minutos más. Todo el mundo se unió a las risas y acompañó la música con palmas.
Pero una persona se mantenía aparte, Adie, sentada en una mecedora en la esquina. Escuchaba la música con una sonrisa de tristeza.
Kahlan se dirigió hacia la anciana, se arrodilló frente a ella y le cogió sus frágiles manos.
— Me alegro por ti, pequeña —dijo Adie.
— Adie, los espíritus te mandan un mensaje.
La anciana sacudió la cabeza con pesar.
— Lo siento, pequeña, pero no lo entendería. No recuerdo nada de esa Adie.
— Prometí que te lo daría. Alguien del otro mundo ha insistido mucho. ¿Quieres oírlo?
— Bueno, dímelo, aunque lamentablemente no lo entenderé.
— Es un mensaje de alguien llamado Pell.
La sala se quedó en silencio y la mecedora en la que se sentaba Adie dejó de balancearse. La anciana se enderezó ligeramente. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
— ¿De Pell? —preguntó, apretando con fuerza las manos de Kahlan—. ¿Tienes un mensaje de mi Pell?
— Sí, Adie. Quiere que sepas que te quiere y que está en un lugar de paz. Me encargó que te dijera que sabe que nunca lo traicionaste, que sabe que le amas y que siente mucho que sufrieras tanto. Descansa en paz sabiendo que reina la armonía entre vuestros espíritus.
Adie clavó en Kahlan sus blancos ojos, de los que se le escapaban las lágrimas.
— ¿Mi Pell sabe que no lo traicioné?
— Sí, Adie. Lo sabe y te quiere, como siempre.
Adie atrajo a Kahlan hacia sí y la abrazó mientras lloraba.
— Gracias, Kahlan. No te imaginas lo que esto significa para mí. Me lo has devuelto todo. Me has devuelto el sentido de la vida.
— Sé cuánto significa, Adie.
Adie le acarició la cabeza, manteniéndola muy apretada.
— Sí, pequeña, es posible que sí.
Jebra y Chandalen se encargaron del desayuno mientras el resto hablaba y trazaba planes. Aunque limpiar Ebinissia de todos los cadáveres sería una tarea realmente atroz, al menos era aún invierno, pues con buen tiempo hubiese sido mucho peor. Después de Ebinissia, volverían a unificar toda la Tierra Central.
Kahlan les dijo que Richard trataría de reunirse con ellos en la capital de Galea y que posiblemente tendría que regresar junto con Zedd a la Tierra Occidental para ocuparse de las Hermanas de las Tinieblas. Pero, por el momento, éstas seguían en el mar.
Después de dar cuenta de un buen desayuno acompañado por una animada charla, durante el cual reinó una alegría ausente desde hacía mucho tiempo, empezaron a hacer el equipaje. Chandalen, con gesto de preocupación, se llevó a Kahlan a un aparte.
— Madre Confesora, quisiera preguntarte algo. Se lo preguntaría a otra persona, pero no sé a quién.
— ¿Qué es, Chandalen?
— ¿Cómo se dice «pechos» en tu lengua?
— ¿Qué?
— ¿Que cuál es la palabra para decir pechos? Me gustaría decirle a Jebra que tiene unos bonitos pechos.
Kahlan, sintiéndose muy violenta, hizo rodar los hombros.
— Chandalen, lo siento, tendría que haber hablado contigo sobre esto mucho antes. Supongo que con todo lo que ha pasado se me fue de la cabeza.
— Pues habla ahora. Quiero decirle a Jebra cuánto me gustan sus pechos.
— Chandalen, entre la gente barro eso es un cumplido, pero en otros lugares se considera una grosería. Decir eso es muy grosero, hasta que las dos personas ya se conocen bien.
— Yo ya la conozco bien.
— No lo suficiente. Confía en mí en este asunto. Si realmente te gusta, no le digas eso o tú no le gustarás a ella.
— ¿Es que a las mujeres de aquí no les gusta oír la verdad?
— No es tan sencillo. ¿Le dirías a una mujer barro que te gustaría verle el pelo limpio de lodo, aunque sea la verdad?
El hombre barro levantó una ceja.
— Ahora te entiendo.
— ¿Te gustan otras cosas de ella?
El guerrero asintió con entusiasmo.
— Sí. Me gusta todo de ella.
— Pues entonces dile que te gusta su sonrisa, o su pelo, o sus ojos.
— ¿Cómo sabré qué partes puedo alabar y cuáles no?
Kahlan suspiró.
— Bueno, por ahora limítate a cualquier parte que no esté cubierta por ropa y no te equivocarás.
El hombre asintió, pensativo.
— Eres una mujer sabia, Madre Confesora. Me alegro de que Richard vuelva a ser tu pareja, porque de otro modo no dudo que habrías elegido a Chandalen.
Kahlan se rió y lo abrazó. Chandalen le devolvió el abrazo.
Luego salió para hablar con los soldados —el capitán Ryan, el teniente Hobson, Brin, Peter y otros que conocía—. También ellos se contagiaron de su sonrisa y su buen humor.
Seguidamente fue a los establos para ver a Nick. Chandalen lo había robado al abandonar Aydindril. El gran caballo de guerra relinchó débilmente al verla.
Kahlan le acarició el hocico gris y el corcel frotó la cabeza contra ella.
— ¿Cómo estás, Nick? —El caballo relinchó—. ¿Te gustaría llevar a la reina de Galea al palacio de Ebinissia?
Nick sacudió la cabeza con entusiasmo; estaba impaciente por abandonar los establos y salir afuera, al nuevo día.
Del borde del tejado de los establos colgaban carámbanos de hielo, que empezaban a fundirse. Kahlan contempló las colinas. Iban a tener uno de esos excepcionales días cálidos de invierno. Pero pronto llegaría la primavera.
La señora Sanderholt se quedó muy sorprendida cuando Richard tomó otro cuenco de sopa acompañado por otro pedazo de pan.
— Señora Sanderholt, prepara la mejor sopa picante del mundo, después de la mía.
En la cocina todo el mundo estaba muy atareado preparando los desayunos. El ama de llaves cerró la puerta.
— Richard, me alegro de que estés mejor. Anoche temí que hicieras algo terrible llevado por la pena. Pero el cambio es demasiado grande. Ha tenido que ocurrirte algo para que pasaras de ese estado de total abatimiento al buen humor que muestras esta mañana.
Richard alzó la vista hacia ella, sin dejar de masticar. Tras engullir el pan replicó:
— Se lo diré si promete guardar el secreto, por ahora. Pero no debe decírselo absolutamente a nadie; sería peligroso.
— Lo prometo.
— Kahlan no está muerta.
La señora Sanderholt se quedó mirándolo, sin comprender.
— Richard, estás peor de lo que creía. Yo misma vi cómo…
— Sé lo que vio. El Primer Mago es mi abuelo. Usó un hechizo para hacer creer a todos que Kahlan había sido ejecutada, para que no la persiguieran y pudiera escapar. Kahlan está a salvo.
La mujer le lanzó los brazos al cuello.
— ¡Oh, alabados sean los buenos espíritus!
— No sabe usted cuánto —replicó el joven con una pícara sonrisa.
Richard se llevó el cuenco de sopa afuera para contemplar el amanecer. No podía estar encerrado entre cuatro paredes sintiendo tal dicha. Así pues, se sentó en los vastos escalones y contempló el espléndido palacio que lo rodeaba. Torres y chapiteles se alzaban hacia el cielo, bañados por la tenue luz del alba.
Mientras se comía la sopa observó una gárgola colocada en el borde de un enorme friso que descansaba sobre columnas estriadas. La luz que atravesaba las rosadas nubes perfilaba la grotesca forma encorvada.
Richard se acababa de llevar una cucharada de sopa a la boca cuando le pareció que la gárgola inspiraba hondo. Inmediatamente dejó el cuenco en el suelo y se levantó, sin apartar ni por un instante los ojos de la oscura figura. Ésta se movió ligeramente.
— ¡Gratch! ¿Gratch, eres tú?
La figura no reaccionó. Tal vez no era más que su imaginación. Pero Richard abrió los brazos.
— ¡Gratch! Por favor, si eres tú, perdóname. Gratch, te he echado mucho de menos.
La figura permaneció inmóvil un segundo más, pero entonces desplegó las alas, saltó de la cornisa del edificio y descendió en picado hacia Richard. El enorme gar aterrizó sobre los escalones, muy cerca de él, batiendo las alas.
— ¡Gratch! ¡Oh, Gratch, cuánto te he echado de menos! —El gar lo miraba con sus relucientes ojos verdes—. No sé si me entiendes, pero quiero que sepas que no lo dije en serio. Solamente trataba de salvarte la vida. Por favor, perdóname. Richard quiere a Gratch.
El gar batió las alas. De entre sus largos colmillos brotó una nube de vaho, y enderezó las orejas.
— Grrrratch quierrrrg a Raaaach aaarg.
El gar se lanzó a los brazos de Richard, al que tumbó de espaldas. El joven estrechó con fuerza a la peluda bestia, mientras que Gratch lo envolvía con brazos y alas. Ambos acariciaron la espalda del otro y ambos sonrieron, a su modo.
Cuando finalmente se sentaron, Gratch se inclinó hacia Richard, clavando la mirada en su rostro. Con el dorso de una enorme garra, le acarició la barbilla. Richard también se llevó una mano a su rostro, ahora lampiño, y sonrió.
— Ya no está. Nunca más llevaré barba.
Gratch arrugó la nariz en gesto de desaprobación y lanzó un gorgoteante gruñido.
Richard se echó a reír.
— Ya te acostumbrarás, Gratch. —Juntos contemplaron en silencio el amanecer—. Soy un mago, ¿sabes?
Gratch se rió a su peculiar manera y frunció el entrecejo, dubitativo. Richard se preguntó cómo era posible que un gar supiera qué era un mago. El gar nunca dejaba de asombrarlo con sus conocimientos y su capacidad de comprensión.
— Va en serio; soy un mago. Mira, te lo demostraré. Encenderé fuego.
Richard extendió la palma de la mano y apeló al poder que guardaba en su interior. Pero por mucho que se esforzó nada ocurrió. Ni siquiera pudo conseguir una chispa. Suspiró mientras Gratch se reía a mandíbula batiente, celebrando la broma con un poderoso aleteo.
Entonces recordó algo, algo que le había dicho Denna. Él le había preguntado cómo había hecho todas esas cosas en el Jardín de la Vida usando magia. Denna lo había mirado con esa sabia sonrisa de paz y le había respondido: «Siéntete orgulloso de haber elegido bien, Richard, de haber tomado las decisiones que han permitido que ocurriera lo que ocurrió. Pero no caigas en la arrogancia de creer que todo ha sido obra tuya».
El joven se preguntó dónde estaba la línea y se dio cuenta de que aún le quedaba mucho por aprender antes de ser verdaderamente un mago. Ni siquiera estaba seguro de querer serlo, pero ahora aceptaba quién era. Alguien nacido con el don, nacido para ser el guijarro en el estanque, el hijo de Rahl el Oscuro que había tenido la gran suerte de ser criado por gente que lo quería. Notó la empuñadura de la espada contra su codo. Esa espada había sido forjada para él.
Era el Buscador. El verdadero Buscador.
Nuevamente sus pensamientos se centraron en el espíritu que le había dado mucha más felicidad que el dolor que le causara en vida. Se sentía profundamente satisfecho de que Denna hubiera hallado la paz. No hubiera podido desear nada mejor para ella, para alguien a quien amaba.
Richard despertó de sus reflexiones y palmeó el brazo de Gratch.
— Espera aquí un momento. Te traeré algo.
Richard corrió a la cocina y cogió una pata de cordero. Al verlo llegar, Gratch se puso a bailar de contento apoyándose primero sobre una pata y luego sobre la otra. Juntos se sentaron de nuevo en los escalones. Richard comía su sopa y el gar devoraba la carne.
Al acabar —Gratch no había dejado ni el hueso—, Richard sacó un largo mechón del pelo de Kahlan.
— Esto pertenece a la mujer a la que amo. —Gratch se quedó pensativo, tras lo cual alzó la mirada y extendió cuidadosamente una zarpa—. Toma, quiero que te lo quedes. Le hablé de ti y de nuestra amistad. Te querrá tanto como yo, Gratch. Ella nunca te echará de mi lado. Podrás estar con nosotros siempre que quieras y tanto tiempo como desees. Devuélvemelo un momento.
Gratch le tendió el mechón de cabello. Richard se quitó la cinta de la que pendía el colmillo de Escarlata. Ya no le serviría, pues ya lo había usado para llamarla una vez. Ató el mechón a la cinta y luego se la colgó al cuello.
— Voy a reunirme con ella. ¿Te gustaría acompañarme?
Gratch asintió con entusiasmo, movió las orejas y batió las alas.
Richard posó la mirada en la ciudad que se extendía a sus pies. Vio tropas que se movían por ella. Muchas tropas. De la Orden Imperial. No tardarían mucho en armarse de valor para investigar la muerte del Consejo, aunque hubiese sido a manos de un mago.
El joven sonrió.
— En ese caso será mejor que vaya a buscar un caballo y nos pongamos en marcha. Debemos irnos.
Miró por última vez el día que nacía. Una brisa que contenía la promesa de calor hizo ondear la capa de mriswith. Pronto llegaría la primavera.