En la hormigueante oscuridad el labio le dolía. Algo presionaba contra el corte y le causaba un dolor punzante. Y tenía algo en la boca. Era como si alguien tratara de meterle un dedo.
— ¡Traga!
Kahlan frunció el entrecejo en la oscuridad, en su sueño.
— ¡Traga! ¿Es que no me oyes? ¡Traga!
Con cara agria Kahlan obedeció. El dedo le metió más cosas secas en la boca.
— ¡Vuelve a tragar!
Kahlan tragó, esperando que esa voz la dejara sola. Así fue y ella se sumergió de nuevo en el hormigueante vacío, en un lugar en el que no existía el tiempo. Flotó en él, inconsciente, durante no supo cuánto tiempo.
De repente, lanzó un grito y abrió los ojos. Parpadeó y miró alrededor. Estaba en el refugio, y las velas se habían consumido hasta la mitad. El manto de pieles la cubría.
Chandalen se inclinó hacia ella. Tenía una amplia sonrisa pintada en el rostro.
— Has vuelto —dijo con un suspiro de alivio—. Te has salvado.
— ¿Chandalen? —Kahlan trataba de comprender lo que veían sus ojos—. ¿Estoy en el inframundo o es que no estás muerto?
Chandalen rió por lo bajo.
— Mala hierba nunca muere.
Kahlan movió la lengua para intentar humedecerse la boca, que notaba muy seca. Estaba despierta, despierta de verdad por primera vez en mucho tiempo, tanto que ni lo recordaba. Casi había olvidado qué era estar despierta, sentirse llena de energía. No obstante, no se movió por miedo a que la oscuridad regresara.
— Pero Prindin te disparó una flecha de diez pasos. Yo lo vi.
Chandalen apartó la mirada de ella. Parecía mortificado. Kahlan vio que tenía el pelo negro apelmazado por la sangre seca. El hombre barro hizo un ademán como si lo violentara lo que iba a explicar.
— ¿Recuerdas que te conté que nuestros antepasados tomaban quassin doe antes de entrar en batalla para que, si les disparaban una flecha de diez pasos, el veneno no los matara? —Ella asintió. Chandalen se palpó con cuidado la cabeza—. Pues bien, en honor a mis antepasados guerreros comí un poco de quassin doe antes de ir a la batalla. El que me diste en la ciudad. —El hombre barro enarcó las cejas como si creyera necesario justificarse—. Lo hice en honor a mis antepasados.
Kahlan le dirigió una cálida sonrisa y le colocó una mano sobre el brazo.
— Tus antepasados pueden estar orgullosos de ti.
El hombre la ayudó a incorporarse. A la tenue luz vio a Prindin en el suelo, tendido sobre la espalda.
Tenía clavado en el pecho el cuchillo fabricado con los huesos del abuelo de Chandalen, el que ella llevaba sujeto al brazo. Las plumas negras se abrían en abanico cerca del extremo del mango, envolviendo como un sudario la herida fatal. Sin saber cómo, Kahlan había logrado interponer ese cuchillo entre ellos dos cuando Prindin saltó sobre ella.
Recordaba que no sentía su cuerpo y estaba completamente indefensa. Asimismo recordaba la hormigueante sensación del veneno y que no podía moverse. Y también recordaba que Prindin se había abalanzado sobre ella.
Pero no recordaba haber empuñado el cuchillo. Al hablar, la voz le tembló.
— Chandalen, lo siento mucho. —Se tapó la boca con los labios, antes de añadir—. Siento mucho haber matado a tu amigo.
Chandalen miró ferozmente el cadáver.
— Prindin no era mi amigo. Mis amigos no tratan de matarme. No lo sientas. Servía al gran espíritu oscuro del reino de los muertos. En su corazón anidaba el mal.
Kahlan se aferró a su manga.
— Chandalen, ese gran espíritu oscuro del mundo de los muertos está tratando de atravesar el velo. Desea arrastrarnos a todos a su mundo, al mundo de los muertos.
Los ojos castaños del hombre barro estudiaron los suyos.
— Te creo. Tienes que llegar a Aydindril para ayudar a impedirlo.
— Gracias, Chandalen —repuso Kahlan muy aliviada—. Gracias por comprenderlo y por salvarme la vida con el quassin doe. ¡Los soldados! —exclamó de pronto, agarrándole con fuerza la manga—. ¡Prindin les tendió una trampa! ¿Qué hora es?
— Tranquila, tranquila. Cuando el capitán Ryan se reunió con Tossidin y conmigo antes del ataque, le pregunté dónde estabas, porque sabía que querías ir con ellos. Entonces me dijo que estabas enferma y que no despertabas. Inmediatamente pensé en el bandu.
»El capitán Ryan dijo que te negabas a comer y que solamente tomabas el té que Prindin te preparaba. Entonces lo supe. Supe que te habían envenenado, y que tenía que ser a través del té.
»Tossidin y yo nos preocupamos mucho. Fuimos a comprobar si el enemigo había cambiado de posición y descubrimos que nos habían tendido una emboscada. Entonces ordené que los hombres atacaran por otro lugar e inmediatamente regresé corriendo aquí.
»Sabía que Prindin nos había traicionado, pero Tossidin estaba convencido de que tenía que haber otra explicación. Confiaba plenamente en su hermano y no quería pensar nada malo de él. Pagó ese error, esa confianza, con su vida.
Sobrevino un incómodo silencio. Kahlan apartó la mirada.
— Pero ¿y la flecha? —preguntó al fin, intrigada—. ¿Y la herida en la cabeza? Tienen que curarte enseguida.
Chandalen se abrió un poco el cuello de su camisa de gamuza y le dejó ver un vendaje en el hombro izquierdo.
— Los hombres regresaron por la noche y me dieron puntos en la cabeza. No es tan grave como parece. También me quitaron la flecha.
El hombre barro tuvo un gesto de dolor mientras se colocaba de nuevo la camisa sobre el hombro herido.
— Fui un buen maestro con Prindin. Usó una flecha con la cabeza cortante, que hacen más daño cuando se sacan que cuando se clavan. Uno de los hombres, el que se encarga de cortar y coser a los heridos, me quitó la flecha y me cosió la herida. Por suerte la flecha topó con el hueso y no se introdujo más profundamente. Tengo el brazo rígido y no podré usarlo durante algún tiempo.
Kahlan se tocó la pierna. Notó un vendaje debajo del pantalón.
— ¿También a mí me cosió?
— No. No fue necesario; simplemente te la vendé. Yo mismo lo hice. Prindin usó una flecha de cabeza redonda contigo. Eso no fue lo que le enseñé. No lo entiendo.
Kahlan sentía la presencia del cadáver junto a ella.
— Quería poder arrancármela después de dispararme con veneno —explicó con voz queda—. No quería que le molestara. Se proponía violarme antes de entregarme al enemigo.
Chandalen miró el cuerpo evitando mirarla a ella y dijo que se alegraba de que eso no hubiera ocurrido.
— Y yo me alegro de que te diera en el hombro y no en la garganta —replicó Kahlan, cubriéndole la mano izquierda con la suya propia.
— Yo enseñé a Prindin a disparar. Es imposible que fallara a la distancia a la que estaba. ¿Por qué no acertó?
Kahlan se encogió de hombros y fingió no saberlo. Chandalen gruñó, receloso.
— Chandalen, ¿por qué sigue aquí su cuerpo? ¿Por qué no lo has sacado afuera?
El hombre barro movió ligeramente el brazo herido, tratando de aliviarse.
— Porque el cuchillo que alberga el espíritu de mi abuelo sigue clavado en él. Usaste la ayuda de los huesos del abuelo, de su espíritu, para matar en defensa propia —prosiguió, contemplándola con expresión muy seria—. Ahora el espíritu del abuelo está ligado al tuyo. A partir de ahora nadie puede tocar ese cuchillo si no tú. Es tuyo, y tú debes arrancarlo.
Kahlan consideró por un momento la posibilidad de dejar el cuchillo donde estaba y enterrarlo junto con el cuerpo. Tal vez también ese cuchillo de hueso debería descansar bajo tierra. Pero enseguida desechó la idea. Para la gente barro el cuchillo era símbolo de la poderosa magia de los espíritus. Si lo rechazaba, si no lo arrancaba del cuerpo de Prindin, ofendería mortalmente a Chandalen.
Y quizás ofendería también al espíritu del abuelo de Chandalen. De hecho, no estaba completamente segura de que no hubiese sido el espíritu contenido en el cuchillo de hueso el que había matado a Prindin para salvarla. Aún no se explicaba cómo había llegado a sus manos.
Así pues, extendió el brazo y cerró los dedos en torno al extremo redondo que sobresalía del pecho de Prindin. Al arrancarlo del cuerpo produjo un sonido como de succión. Luego lo limpió con las ramas de pino que cubrían el suelo, se acercó el extremo redondo a los labios y lo besó levemente.
— Te doy las gracias, espíritu abuelo, por salvarme la vida.
De algún modo sentía que eso era lo que debía hacer. Chandalen le sonrió, mientras ella volvía a sujetarse el cuchillo al brazo con una cinta.
— Eres una buena mujer barro. Has sabido qué hacer sin que tuviera que decírtelo. El espíritu del abuelo velará siempre por ti.
— Chandalen, tengo que ir a Aydindril. El velo del inframundo está rasgado. Hemos hecho lo que debíamos para ayudar a estos hombres, ya es hora que cumpla con mi deber.
— Cuando nos topamos con ellos recuerdo que no quería quedarme. No deseaba implicarme en su lucha, sino que nos alejáramos para que no corrieras peligro. Pero después, no sé cómo, lo olvidé y lo único que deseaba era luchar y matar al enemigo —confesó con la mirada perdida.
— Lo sé —susurró Kahlan—, porque a mí me pasó lo mismo. Me olvidé de todo lo que se suponía que debía hacer. Es casi como si también nosotros escucháramos al gran espíritu oscuro. El velo está rasgado. Tal vez eso nos distrajo.
— ¿Crees que el velo está rasgado y que por eso olvidamos qué debíamos hacer y solamente deseábamos matar?
— Chandalen, no tengo la respuesta a eso. Sólo sé que debo llegar a Aydindril. El mago sabrá qué hacer. Richard nos necesita. Ya hemos perdido demasiado tiempo aquí. Hablaremos con los hombres y luego partiremos. ¿Están fuera? —Chandalen asintió—. Pues hagámoslo ya mismo.
Kahlan hizo gesto de levantarse, pero el hombre barro la detuvo posando la mano sana sobre su brazo.
— Los hombres llevan toda la noche esperando fuera. No he dejado que entraran.
Chandalen retiró la mano y pareció que buscaba las palabras adecuadas.
— Me temía que no lograrías sobrevivir a esta noche. No sabía si te había dado el quassin doe a tiempo. Prindin te había estado envenenando mucho tiempo sin que nadie se diera cuenta. Estuviste a punto de ir al mundo de los espíritus.
»Si hubieras muerto, jamás habría podido regresar junto a mi gente. Pero no es por eso por lo que me alegro de que estés viva. Me alegro porque eres una buena mujer barro. Eres una protectora de nuestro pueblo, al igual que Chandalen. Los dos luchamos a nuestra manera. Pero últimamente has estado luchando demasiado a mi modo, y lo haces muy bien. Pero deberías dejarme eso a mí y volver a luchar a tu modo.
Kahlan sonrió.
— Tienes toda la razón. Gracias por velarme toda la noche. Me ha ayudado tenerte cerca. Siento mucho que estés herido.
— Bah, no es nada. Algún día, cuando encuentre a una mujer para mí, podré mostrarle cicatrices para que sepa lo valiente que soy.
Ella se echó a reír.
— Estoy segura de que se quedará impresionada cuando le expliques lo valiente que fuiste cuando te dispararon una flecha.
Chandalen la miró de soslayo.
— Que me dispararan no demuestra que sea valiente. A cualquiera pueden dispararle. Pero yo soy valiente porque no grité cuando me arrancaron la flecha —proclamó con el mentón muy alto.
«Algún día —pensó Kahlan—, una mujer afortunada tendrá mucho trabajo con Chandalen.»
— Me alegro de que los buenos espíritus velaran por ti. Y me alegro de que estés conmigo.
El guerrero la contempló entornando los ojos.
— No sé qué ocurrió, pero Prindin no me acertó en la garganta porque tú también velabas por mí.
Kahlan sonrió por toda respuesta. Al mirar el cadáver, la sonrisa se marchitó.
— Pobre Tossidin —dijo, acariciando las pieles de su manto—. Él quería a su hermano. Le echaré de menos.
— Los conocía a ambos desde que no eran más que unos chiquillos. Los dos me seguían por todas partes y me suplicaban que les enseñara. Suplicaban poder unirse a los guerreros. —Chandalen agachó la cabeza y se quedó pensativo. Finalmente, centró de nuevo la atención en Kahlan—. Los hombres están muy preocupados por ti. Están esperando.
Chandalen salió arrastrándose sobre las rodillas y una mano, seguido por la Confesora. Kahlan no se olvidó de coger la espada. Fuera, a la luz del día, todos se levantaron al verla.
El capitán Ryan corrió hacia ella, pero un hombretón que llevaba un brazo en cabestrillo detuvo su avance con el brazo sano contra el pecho. El hombre sostenía una monstruosa hacha en la mano.
— ¿Orsk? ¡Sigues vivo!
El hombretón tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar. Kahlan recordó cómo su padre había llorado cuando su madre, su ama, cayó enferma.
— ¡Mi ama! —exclamó con los ojos anegados en lágrimas—. ¡Estáis bien! ¿Qué deseáis de mí?
— Orsk, todos estos hombres son amigos míos. Ninguno me hará ningún daño. No es preciso que los mantengas alejados de mí. Estoy a salvo aquí. Deseo que, de momento, te quedes sentado y quieto.
Inmediatamente Orsk se dejó caer al suelo. Kahlan miró a Chandalen con expresión interrogadora. El guerrero se encogió de hombros.
— Vi cómo luchaba para protegerte y Prindin quería matarlo. Así que le di quassin doe. Los hombres le arrancaron la flecha de la espalda. No sé si la herida es grave; no tiene ningún interés en la herida, sólo le interesa su ama. El único modo de que no entrara en el refugio fue decirle que, si no estabas sola, nunca te recuperarías. Pero se negó a moverse de aquí mientras estuvieras dentro de la tienda.
Kahlan suspiró al tiempo que contemplaba esa espeluznante cara que la miraba en silencio. Apenas soportaba la vista de la irregular cicatriz blanca y del ojo cosido. Pero centró su atención en el impaciente capitán Ryan y en los rostros que aguardaban detrás de él.
— ¿Cómo va la guerra?
— ¿La guerra? ¡Que se vaya al cuerno la guerra! ¿Estáis bien? Nos habéis dado un susto de muerte. Esos dos —dijo, lanzando una furibunda mirada a Chandalen y a Orsk, sentado en la nieve— ni siquiera me han dejado que os echara un vistazo para ver cómo estabais.
— Cumplían con su trabajo —replicó Kahlan, sonriendo cálidamente a sus protectores—. Muchas gracias a todos por preocuparos por mí. Chandalen me ha salvado la vida.
— Bueno, ¿qué ocurrió? Encontramos el campamento hecho un desastre. Todos los guardias asesinados con una troga. Prindin y Tossidin muertos y un montón de cadáveres de soldados de la Orden. Temíamos que os hubieran matado.
Kahlan se dio cuenta de que Chandalen no les había contado nada.
— Uno de los hombres muertos está en esa dirección, es el general Riggs de la Orden Imperial. Orsk —añadió, señalando al hombre tuerto— fue quien mató a la mayoría de los hombres de la Orden. Vinieron para apresarme. Prindin mató a los guardias, a su hermano y también trató de matarme a mí.
Sonaron susurros y exclamaciones ahogadas. El capitán Ryan la miró con tal expresión de asombro, que parecía que los ojos le iban a salir de las órbitas.
— ¡Prindin! Prindin, no. Por todos los espíritus, ¿por qué?
Kahlan esperó hasta que todos guardaron silencio. Entonces respondió con voz queda.
— Prindin era un poseído.
Por un momento reinó un aturdido silencio, tras el cual los soldados empezaron a susurrar inquietos la palabra «poseído».
— Todos vosotros estáis haciendo un buen trabajo —les dijo Kahlan—. Pero ha llegado el momento de que luchéis sin mí. Debo partir a Aydindril. —El aire se llenó de murmullos de decepción—. No me marcharía si no supiera que estáis a la altura de la misión. Todos vosotros habéis demostrado vuestra valía y vuestra bravura en la batalla. Sois valerosos guerreros.
Todos se hincharon de orgullo. Ahora la escuchaban con tanta atención como si fuera su general.
— Estoy muy orgullosa de vosotros. Sois los héroes de la Tierra Central. El ejército de la Orden Imperial, aunque es una amenaza muy real, no es sino una parte de una amenaza más grave que pesa sobre la Tierra Central y sobre el mundo de los vivos. El hecho de que el Custodio enviara a un poseído para tratar de detenerme lo demuestra.
»Creo que la Orden Imperial se ha aliado con el Custodio. Es preciso que neutralice la amenaza. Sé que vosotros haréis honor a vuestro juramento y seguiréis luchando contra el enemigo sin dar cuartel. Sé que la Orden tiene los días contados.
Kahlan cayó en la cuenta de que el cuello ya no le dolía. Se tocó la mordedura con los dedos y notó que ésta había desaparecido. En ese momento sintió que había escapado de las garras del Custodio en más de un sentido.
Contempló con gesto muy serio los juveniles semblantes que no le quitaban ojo de encima.
— Aunque debéis seguir luchando sin piedad, tened cuidado en no volveros como el enemigo. El enemigo lucha para matar y esclavizar. Vosotros lucháis por la vida y la libertad. Tenedlo siempre presente en vuestros corazones.
»Yo os prometo que nunca me olvidaré de ninguno de vosotros —proclamó, alzando el puño en el aire—. Prometedme vosotros que cuando esto acabe, cuando la amenaza de la Orden Imperial y del Custodio desaparezcan, todos vendréis a Aydindril para que la Tierra Central os honre por vuestro sacrificio.
Todos los hombres alzaron el puño en gesto de promesa. Luego la vitorearon.
— Capitán Ryan, por favor transmite mis palabras a los hombres de los otros campamentos. Quisiera poder dirigirme personalmente a todos ellos pero debo partir al instante.
El capitán le aseguró que lo haría. Kahlan alzó la espada con ambas manos y se la tendió a Ryan.
— El rey Wyborn combatió con esta espada para proteger a su país. La Madre Confesora también ha combatido con ella en defensa de la Tierra Central. Ahora la dejo en manos muy capaces.
Los dedos del capitán Ryan levantaron cuidadosamente el arma y la sostuvo como si fuera la corona de Galea. Su rostro se iluminó con una radiante sonrisa.
— La llevaré con orgullo, Madre Confesora. Gracias por todo lo que me habéis enseñado. Cuando nos encontrasteis no éramos más que unos muchachos. Vos nos habéis hecho hombres. No sólo nos habéis enseñado a luchar mejor sino algo mucho más importante: qué significa ser soldados y ser los protectores de la Tierra Central.
El capitán cogió la espada y la alzó hacia el cielo. Entonces se volvió hacia sus hombres.
— ¡Tres hurras por la Madre Confesora!
Mientras escuchaba los entusiastas vítores, Kahlan se dio cuenta de que era la primera vez en toda su vida que oía a alguien aclamar a la Madre Confesora. Estaba tan sorprendida que le costó ocultarlo. Kahlan les envió un beso a todos con los dedos y les dio las gracias.
— Capitán Ryan, quisiera llevarme a Nick y dos caballos más.
Chandalen corrió hacia ella.
— ¿Para qué necesitamos caballos?
Kahlan lo miró arqueando una ceja.
— Chandalen, me han herido en una pierna y apenas puedo tenerme en pie, y mucho menos andar. Si quiero llegar a Aydindril debo cabalgar. Espero que no creas que soy débil.
— Bueno, no —replicó el guerrero, frunciendo el entrecejo—. Desde luego no puedes caminar. Pero ¿para qué quieres dos caballos más? —inquirió con mirada nuevamente airada.
— Si yo voy a caballo, tú también.
— ¡Chandalen no necesita cabalgar! ¡Yo soy fuerte!
Kahlan se inclinó hacia él y le dijo en su propio idioma.
— Chandalen, sé que la gente barro no cabalga y no espero que sepas hacerlo. Yo te enseñaré. Lo harás muy bien. Cuando regreses a tu aldea, sabrás hacer algo que ninguno de los tuyos sabe hacer. Todos se quedarán impresionados. Las mujeres verán así que eres muy valiente.
El guerrero gruñó, receloso.
— ¿Y el tercer caballo? —insistió, aún ceñudo.
— Es para Orsk.
— ¿Qué?
— Chandalen, tú no podrás utilizar un arco hasta que el brazo sane. ¿Cómo piensas protegerme? Orsk puede blandir una hacha con el brazo bueno y tú arrojar una lanza.
Chandalen puso los ojos en blanco.
— No te haré cambiar de idea, ¿verdad?
— No —replicó Kahlan con una leve sonrisa—. Recojamos nuestras cosas y pongámonos en marcha.
La mujer miró a los hombres una última vez. Eran sus hombres. Los saludó llevándose un puño al corazón.
Todos le devolvieron el saludo en silencio.
Había perdido mucho junto a esos hombres pero también había ganado.
— Tened mucho cuidado, por favor.