En el mismo corazón del Palacio de los Profetas iniciaron el descenso hacia las criptas. Mientras que en los niveles superiores las escaleras eran elegantes, a medida que bajaban se convertían en utilitarias escaleras de piedra, con los bordes anteriores de los escalones redondeados y lisos. Las sirvientas, tan numerosas en los niveles superiores, abajo brillaban por su ausencia.
Los muros revestidos con paneles dieron paso a la piedra. En algunos lugares Richard tenía que agacharse para pasar por debajo de enormes vigas. Ya no había lámparas colgadas de las paredes, sino antorchas colocadas a bastante distancia entre sí. Los sonidos de palacio se iban perdiendo en la lejanía, siendo reemplazados por un silencio total. Algunos corredores rezumaban humedad.
— ¿Qué hay aquí abajo? —quiso saber Richard.
— Los libros de profecías, además de libros de historia y los anales de palacio.
— ¿Por qué se guardan aquí?
— Para protegerlos. Las profecías son peligrosas para mentes simples. Todas las novicias estudian libros de profecías, pero sólo a determinadas Hermanas se les permite leerlos todos y trabajar con ellos. Los jóvenes magos que demuestran un don especial para las profecías son enseñados por esas Hermanas.
»Son pocos los jóvenes que trabajan y estudian en las criptas, pero podría decirse que Warren es respecto a las profecías lo que Jedidiah es para otros tipos de magia. Cada mago tiene una especialidad. Nosotras trabajaremos contigo hasta descubrir cuál es tu habilidad innata. Hasta entonces, poco podremos progresar en tu entrenamiento.
— Sí, la hermana Verna ya me dijo algo sobre eso. Bueno, ¿y cuál crees tú que es mi talento?
— Por lo general es fácil saberlo según el carácter del muchacho. A quienes les gustan los trabajos manuales acaban fabricando objetos mágicos, a quienes les gusta ayudar a los enfermos o heridos se convierten en sanadores. Así funciona la cosa.
— ¿Y yo?
Pasha lo miró rápidamente a hurtadillas.
— Ninguna de nosotras había conocido antes a alguien como tú. Todavía no tenemos ninguna idea. Pero lo descubriremos —añadió, más animada.
En la penumbra vieron una enorme puerta redonda de piedra tan ancha como alto era Richard. Estaba abierta. Daba acceso a cámaras excavadas en la roca sobre la que se alzaba el palacio. Las lámparas apenas conseguían iluminar el lugar. Se veían algunas mesas largas, ajadas por el tiempo, repletas de libros y papeles, así como largas estanterías que cubrían las paredes a ambos lados. Dos mujeres leían a la luz de las velas y tomaban notas.
Una de ellas alzó la mirada y preguntó a Pasha:
— ¿Qué estás haciendo aquí abajo, pequeña?
Pasha hizo una reverencia.
— Hemos venido a ver a Warren, Hermana.
— ¿A Warren? ¿Por qué?
Justo entonces Warren hizo acto de aparición, saliendo rápidamente de la oscuridad.
— No pasa nada, hermana Becky. Yo les pedí que vinieran.
— Bueno, la próxima vez te agradecería que nos avisaras primero.
— Sí, Hermana, lo haré.
Warren se metió entre los dos jóvenes y, con familiaridad, los cogió por el brazo para conducirlos hacia las estanterías. De pronto, al darse cuenta de que estaba tocando a Pasha, retiró bruscamente esa mano y enrojeció.
— Estás… deslumbrante, Pasha.
— Caramba, muchas gracias, Topo. —También Pasha enrojeció y le puso una mano sobre el hombro—. Perdona, Warren… se me ha escapado. Quería llamarte Warren.
El joven mago sonrió.
— Tranquila, Pasha. Ya sé que todo el mundo me llama Topo. Creen que es un insulto, pero yo me lo tomo como un cumplido. Verás, un topo es capaz de moverse con seguridad por la oscuridad mientras que otros están ciegos. Es algo muy parecido a lo que yo hago; veo donde otros no ven nada.
Pasha suspiró, aliviada.
— Me alegro, Warren. Topo, ¿te has enterado ya de que Jedidiah se ha caído por un tramo de escaleras y se ha roto una pierna?
— ¿De veras? —Warren buscó los ojos de la muchacha—. Tal vez el Creador quería enseñarle que cuando uno va por ahí con la cabeza demasiado alta no ve por donde pisa.
— No creo que Jedidiah prestara atención a las lecciones del Creador. Me han dicho que se enfureció tanto que redujo a cenizas una alfombra de mucho valor.
Warren seguía mirándola a los ojos.
— Eres tú quien debería estar enfadada y no Jedidiah. Te dijo unas cosas muy crueles. Nadie debería tratarte de ese modo.
— Por lo general es muy amable conmigo, pero debo admitir que iba hecha un desastre.
— Algunos de estos libros parecen un desastre por fuera, pero lo que importa es lo que contienen y no el polvo que los cubre.
Pasha se ruborizó.
— Caramba, muchas gracias, Topo.
Warren miró entonces a Richard.
— No estaba seguro de que fueras a venir. Muchos dicen que vendrán, pero nunca lo hacen. Me alegro mucho de que estés aquí. Ven conmigo. Pasha, me temo que tú tendrás que esperar aquí.
— ¡Qué! —La joven se inclinó tanto hacia adelante que Richard temió que los senos se le salieran por el escote—. Yo también voy.
— Es imposible. Tengo que llevar a Richard a una de las cámaras traseras. Tú eres una novicia, y a las novicias no se les permite ir allí.
Pasha esbozó una cálida sonrisa al tiempo que se erguía.
— Topo, si una novicia no puede ir, ¿cómo es que un nuevo estudiante sí?
— Porque él aparece en las profecías. Si los profetas consideraron adecuado hablar sobre él, supongo que no se les ocurriría prohibirle que leyera lo que escribieron.
Warren se mostraba mucho más seguro de sí mismo allí abajo, en su elemento, que en la parte superior de palacio. No cedía. Pasha le frotó el hombro. Warren bajó la vista hacia la mano de la joven.
— Warren, tú eres el Topo, tú muestras a otros el camino. Yo estoy a cargo de Richard; yo le muestro el camino. Estaría incumpliendo mi deber si permitiera que fuese a algún sitio sin mí. Acaba de llegar. Estoy segura de que podrás hacer una excepción en este caso, ¿verdad, Warren? Es para ayudar a Richard, para que comprenda la profecía y sepa cómo debe servir al Creador. ¿No crees que es lo suficientemente importante?
Por fin Warren apartó los ojos de la muchacha y les dijo que esperaran. Se acercó a las dos Hermanas y habló con ellas en susurros. Luego volvió con una sonrisa en los labios.
— La hermana Becky ha accedido. Le he dicho que entiendes un poco de d’haraniano culto, por si te pregunta.
— ¿Qué es d’haraniano culto? Warren, ¿quieres que mienta a una Hermana? —Pasha estaba escandalizada.
— Estoy seguro de que no te preguntará. —El muchacho desvió la mirada—. Lo he hecho por ti, Pasha. He mentido yo para que tú no tuvieras que hacerlo.
— Warren, si te cogen en un renuncio, ya sabes qué te harán.
El joven mago le dirigió una leve sonrisa angustiada.
— Sí, lo sé.
— ¿Qué le harán? —preguntó Richard, súbitamente receloso.
— Olvídalo —replicó Warren con un impaciente ademán—. Vamos, seguidme.
Richard y Pasha tuvieron que apresurarse, pues Warren ya se sumergía rápidamente en la oscuridad. Pasaron junto a estanterías dispuestas en hilera muy próximas entre sí hasta llegar a un muro de roca sólida. Warren posó la mano encima de una placa metálica y una parte del muro se desplazó, permitiendo así el acceso a otra sala. Era de dimensiones muy reducidas, con una mesa y quizás una docena de estanterías. La iluminaban cuatro lámparas y, en comparación, parecía muy brillante.
Dentro Warren posó la mano sobre otra placa y el muro volvió a cerrarse, sepultándolos en piedra y silencio. Entonces acercó una silla a Pasha e hizo que Richard se sentara a su derecha. Finalmente cogió de una estantería un libro encuadernado en piel y lo colocó cuidadosamente ante Richard.
— Por favor, no lo toques —le advirtió—. Es muy antiguo y frágil, y últimamente lo han leído más de lo habitual. Yo pasaré las páginas.
— ¿Quién lo ha estado leyendo? —quiso saber Richard.
— La Prelada. —En los labios de Warren aleteó una sonrisa—. Siempre que baja aquí, vienen primero sus dos formidables guardianas y nos hacen salir a todos. De este modo la Prelada tiene todas las bóvedas para ella sola y nadie sabe qué lee.
— ¿Qué formidables guardianas? —inquirió Pasha—. ¿Te refieres a las dos Hermanas que trabajan en la antesala de su oficina?
— Sí. La Hermana Ulicia y la Hermana Finella.
— Hoy las hemos visto. Yo no las calificaría de formidables —apuntó Richard.
Warren bajó la voz de manera muy significativa.
— Si algún día te cruzas en su camino, cambiarás de opinión. Entonces te parecerán formidables.
La expresión del joven mago dio mucho que pensar a Richard.
— Si os hacen salir a todos, ¿cómo sabes tú qué ha estado leyendo?
— Simplemente lo sé. —Warren miró el libro sobre la mesa—. Últimamente lee sobre todo libros de esta sala. Yo vivo con estos libros. Cuando alguien los toca, me doy cuenta. ¿Ves esta mancha en el polvo? No es mía sino de la Prelada.
Con mucho cuidado Warren abrió la tapa y con ambas manos fue pasando las amarillentas páginas. Richard fue incapaz de reconocer ninguna palabra, ni tampoco ninguna letra, pero en una de las páginas le pareció reconocer algo, un dibujo que despertó en él un recuerdo profundamente enterrado en su memoria. Warren siguió pasando páginas hasta que al fin halló lo que buscaba. Se inclinó por encima del hombro de Richard y señaló.
— Ésta es la profecía que mencionaste. —Warren rodeó la mesa hacia la derecha—. Es la original, escrita por la propia mano del profeta. Muy pocas personas la han visto. ¿Entiendes d’haraniano culto?
— No. A mí me parecen garabatos —respondió Richard, echando un vistazo a la incomprensible escritura—. Dijiste que su significado es controvertido, ¿no?
Los ojos de Warren relucían.
— Eso es. Verás, se trata de una profecía muy antigua, tal vez tan antigua como este palacio o más. Ésta es la original escrita en d’haraniano culto, como todos los libros que se guardan en esta sala. Muy poca gente entiende d’haraniano culto.
— Comprendo —dijo Richard—. Quieres decir que la gente solamente ha leído las traducciones y hay motivos para pensar que esas traducciones quizá no son fieles al original.
— Exacto —susurró Warren, y sus movimientos se hicieron más animados—. Sí, sí, entiendes el problema. Pocos lo entienden. La mayoría cree que una cosa en un idioma tiene su equivalente exacto en otro idioma. Para poderlo traducir, lo interpretan de un modo que se adecue a lo que ellos creen que tiene que significar, pero al hacerlo dan a la profecía en su conjunto un significado que puede, o no, ser el que pretendía el profeta.
— Sin tener en cuenta posibles significados distintos —completó Richard—. De modo que, cuando traducen, sólo dan una versión. No pueden traducir su ambigüedad.
Warren echó el cuerpo hacia adelante, emocionado.
— ¡Sí! ¡Eso es! Es justamente lo que ellos son incapaces de comprender y justamente por eso discuten sobre las diferentes traducciones, como si hubiera una más correcta que la otra. Pero se trata de d’haraniano culto y…
Las palabras de Warren se fueron apagando. Richard miraba fijamente la página. Sentía que las imágenes que contenía lo atraían, casi como si le susurraran algo. Era la primera vez que veía esas palabras, pero de algún modo tocaban una profunda cuerda en su interior.
Lentamente, sin poder evitarlo, alargó una mano hacia una de las palabras, y posó un dedo sobre ella.
— Ésta —susurró como si estuviera en trance. Los trazos de la letra parecieron alzarse de la página con vida propia y enrollarse alrededor de su dedo. Las negras líneas acariciaban su carne con una familiaridad fruto de la intimidad. También flotaba ante sus ojos la imagen de la Espada de la Verdad.
Warren alzó la vista del libro. Había palidecido.
— Drauka —murmuró—. Es la palabra que genera la controversia. Fuer grissa ost drauka: el portador de la muerte.
— ¿Dónde está la controversia? —preguntó Pasha—. ¿Quieres decir que esas palabras se pueden traducir de otro modo?
Warren respondió con un vago gesto de la mano.
— Bueno, sí y no. Ésa es la traducción literal. Lo que genera controversia es su significado.
Richard apartó la mano y la imagen de la espada se desvaneció.
— Muerte —intervino entonces—. La palabra muerte tiene varios significados.
Warren se inclinó tanto hacia adelante que casi acabó estirado encima de la mesa.
— ¡Sí! ¡Lo entiendes!
— Muerte está clara como el agua —dijo Pasha.
Warren se enderezó y se frotó las manos.
— No, Pasha. En d’haraniano culto no. El arma que llevan las Hermanas, el dacra, proviene de la palabra drauka. Drauka significa muerte o muerto como cuando decimos: «El mriswith que Richard mató está muerto». Drauka. Muerto. Pero tiene otros significados. Drauka también representa las almas de los muertos.
— ¿Estás diciendo que drauka en ese sentido puede significar «el portador de almas»? —inquirió Pasha, frunciendo el entrecejo.
— No —repuso Richard y susurró el segundo significado de la palabra—. Espíritus. El portador de espíritus.
— Exactamente —convino Warren en voz queda—. Ésa es la segunda interpretación.
— ¿Cuántos significados tiene la palabra drauka?
«Tres», pensó Richard.
— Tres —contestó Warren.
Richard conocía el tercero.
— El inframundo —susurró, mirando fijamente la palabra drauka escrita en el libro—. El reino de los muertos. Ése es el tercer significado de drauka.
Pálido como un fantasma, Warren se inclinó hacia él.
— ¿No me has dicho que no entiendes d’haraniano culto? —Richard negó lentamente con la cabeza, sin apartar los ojos del libro. Warren se humedeció los labios con la lengua—. Por favor, dime que no tienes sangre d’haraniana.
— Mi padre era Rahl el Oscuro —repuso Richard suavemente—. Era el mago que gobernaba D’Hara y antes que él mi abuelo, Panis Rahl.
— Que el Creador nos asista —susurró Warren.
Pasha posó una mano sobre el brazo de Richard al tiempo que se inclinaba hacia los dos jóvenes.
— ¿Inframundo? ¿Cómo es posible que signifique inframundo?
— Porque el inframundo es el reino de los muertos —le aclaró Warren.
Pasha frunció el entrecejo.
— Pero ¿cómo es posible que signifique «portador del inframundo»? Es imposible portar el inframundo.
Richard miraba fijamente adelante sin ver nada.
— Sí, es posible si rasgas el velo.
El silencio resonó en la cámara de piedra. Pasha los miraba alternativamente. Ella fue la primera en hablar.
— Pero a mí me enseñaron que cuando una profecía contiene una palabra extranjera con diferentes significados, tiene que interpretarse en el contexto. Si es así, es fácil descifrar su significado fijándose en cómo se usa.
Warren enarcó una ceja.
— Justamente ésa es la cuestión polémica. Verás, en esta profecía se habla de cosas interpretables según los tres posibles significados de la palabra drauka. Dependiendo del significado que le quería dar el profeta, sus palabras quieren decir una u otra cosa. Ésta es la razón por la que no puede ser interpretada con certeza. Es como un perro que se persigue la cola. Cuanto más lo intentas, más acabas dando círculos sobre lo mismo.
»Es por eso que deseo tanto conocer qué significado quería el profeta dar a la palabra drauka. Si lo supiera, podría descifrar con exactitud el resto de la profecía. Sería el primero en entenderla después de tres mil años.
Richard apartó su silla de la mesa.
— Bueno, como ya he dicho, no se me dan nada bien los acertijos. Pero prometo que pensaré en ello —añadió con una sonrisa forzada.
Warren se animó.
— ¿De veras lo harás? Te agradecería mucho que me ayudaras.
Richard le apretó un hombro.
— Te doy mi palabra.
— Será mejor que empecemos ya con tu lección, Richard —dijo Pasha, poniéndose de pie—. Se está haciendo tarde.
— Gracias a los dos por venir. Apenas recibo visitas.
Pasha encabezó la marcha hacia la puerta. Justo había pasado la joven cuando Richard colocó la mano encima de la placa metálica del muro.
La puerta se fue cerrando con un chirrido. Pasha golpeó la piedra con los puños, pues la abertura que quedaba era demasiado estrecha para poderla cruzar de nuevo. Les gritaba que la abrieran. Cuando la puerta acabó de cerrarse su voz dejó de oírse. Richard y Warren se quedaron en silencio.
Warren miraba fijamente la placa metálica.
— ¿Cómo lo has hecho? Acabas de empezar tu entrenamiento de mago. Se supone que te falta mucho aún para activar un escudo con tu han.
Como no tenía respuesta para eso, Richard hizo caso omiso a la pregunta.
— Dime qué querías decir con que sabías que te harían las Hermanas si te cogían en un renuncio.
Las manos de Warren se alzaron hasta su collar.
— Bueno, que me harían daño.
— ¿Quieres decir que utilizarían la magia del collar para infligirte dolor?
El joven aprendiz de mago asintió con la cabeza mientras cerraba los puños alrededor de su túnica.
— ¿Lo hacen a menudo eso de provocarnos dolor con el rada’han?
— No, a menudo no. Pero para ser mago tienes que superar antes una prueba de dolor. De vez en cuando vienen y me causan dolor con el rada’han para comprobar si he aprendido lo suficiente para pasar la prueba del dolor —explicó Warren, retorciéndose la ropa.
— ¿Y cómo se pasa esa prueba?
— Bueno, supongo que consideran que la has pasado cuando soportas el dolor sin suplicarles que paren. Ellas nunca me dicen qué debo hacer para superarla. —Warren estaba pálido como la cera—. Nunca he sido capaz de aguantar sin suplicarles que pararan. Cuando aprendes a soportar lo que te dan, ellas te dan más.
— Ya me imaginé que sería algo así. Gracias por decírmelo. —Richard se acarició la barba—. Warren, necesito tu ayuda.
El joven se enjugó las lágrimas con las mangas.
— ¿En qué puedo ayudarte yo?
— Me dijiste que hay profecías que hablan de mí. Necesito que estudies todo lo que puedas encontrar sobre mí. Y sobre las Torres de Perdición y el valle de los Perdidos. También tengo que saberlo todo acerca del velo. —Richard señaló el libro colocado encima de la mesa—. Cuando pasabas páginas vi un dibujo. Era algo parecido a una lágrima. ¿Sabes qué es?
Warren se acercó al libro y pasó páginas hacia atrás.
— ¿Esto?
— Sí, eso es. —Richard recordó haberlo visto colgado del cuello de Rachel en la visión que tuvo de ella y de Chase en el valle de los Perdidos. De pronto apareció en su mente la imagen de Zedd, y el corazón le latió con más fuerza—. Se parece a algo que vi. ¿Qué es?
Warren lo miró con aire perplejo.
— Es la piedra de Lágrimas. ¿Qué quieres decir con que la viste?
— ¿Qué es la piedra de Lágrimas?
— Bueno, no estoy seguro. Tendré que investigar, pero creo que tiene algo que ver con el velo, si es que interpretamos drauka como inframundo. ¿Qué quieres decir con que la viste?
Richard volvió a hacer caso omiso a la pregunta.
— Warren, también necesito más información sobre la piedra de Lágrimas y todo lo que puedas encontrar sobre la gente que vivía en el valle de los Perdidos, los baka ban mana. Ese nombre significa «quienes no tienen señor». Y sobre alguien a quien ellos llaman el Caharin.
Warren lo miraba boquiabierto.
— Eso es mucho trabajo.
— ¿Me ayudarás, Warren?
El muchacho bajó la vista y empezó a juguetear con la túnica.
— Con una condición. Yo nunca salgo de aquí. No es que no me guste estudiar las profecías, pero la gente cree que no me interesa nada más. Me gustaría ver el campo alrededor de palacio; el bosque, las colinas…
»Pero los espacios abiertos me asustan —prosiguió, retorciendo los dedos—. El cielo es tan grande… Ésa es la otra razón por la que siempre me quedo aquí abajo, porque me siento seguro. Pero estoy harto de vivir como un topo. Quiero salir afuera y ver el mundo. ¿Podrías… bueno, podrías enseñarme el campo? Me das la impresión de ser alguien muy acostumbrado a estar al aire libre, y creo que me sentiría seguro si fuera contigo.
Richard le dirigió una cálida sonrisa.
— Has dado con la persona indicada, Warren. Antes de que todo esto empezara yo era guía de bosque. No conozco todavía todo el campo que rodea el palacio, pero puedes estar seguro de que pronto lo conoceré. Me encantaría ser tu guía. Sería como volver a los viejos tiempos.
El rostro de Warren se iluminó.
— Gracias, Richard. Tengo muchas ganas de ver lugares abiertos. Necesito poner un poco de aventura en mi vida. Empezaré a buscar ahora mismo lo que me has pedido, pero las Hermanas también me dan trabajo, por lo que investigaré cuando pueda. Y, para ser sincero, me temo que me costará bastante tiempo. Hay miles de libros aquí abajo. Tardaré meses hasta empezar de verdad.
— Warren, es posible que esto sea lo más importante que vayas a estudiar nunca. Tal vez te ahorres tiempo si empiezas a leer todo lo que la Prelada ha estado leyendo.
Warren esbozó una astuta sonrisa.
— ¿No decías que no se te dan bien los acertijos? Sí, eso mismo pensaba hacer yo. —La sonrisa se tornó gesto de preocupación—. ¿Para qué quieres saber todo eso?
Richard estudió largamente los ojos azules de su interlocutor.
— Porque yo soy fuer grissa ost drauka, Warren. Sé qué significa.
Warren le agarró la manga del manto rojo.
— ¿Lo sabes? ¿Sabes cuál es la traducción correcta? —Los dedos le temblaban—. ¿Me lo dirás?
— Si prometes no decírselo a nadie, por ahora. —Warren asintió—. Nadie ha podido establecer cuál es la traducción correcta porque, al tratar de justificar una invalidan el conjunto. —Warren frunció el entrecejo. Richard se inclinó hacia él—. Warren, las tres son correctas.
— ¿Qué? —susurró Warren—. ¿Cómo es posible?
— He matado a gente con esta espada. Ergo, soy el portador de la muerte en ese sentido. Ése es el primer significado de drauka.
»Pero para vencer en situaciones desesperadas, por ejemplo contra el mriswith, he usado la magia de la espada para conjurar los espíritus de quienes la empuñaron antes que yo. He resucitado a los muertos, he conjurado el pasado en el presente. En ese sentido, soy el portador de los espíritus. Ése es el segundo significado de drauka.
»Y en cuanto el tercer significado, el de traer el inframundo, tengo razones para creer que, de un modo u otro, he rasgado el velo. Ése es el tercer significado de drauka.
Warren ahogó un grito.
— Es muy importante que encuentres la información que te he pedido. Me temo que no me queda mucho tiempo.
Warren asintió.
— Lo intentaré. Pero creo que confías demasiado en mí.
— Confío en alguien capaz de romper una pierna a Jedidiah.
— Yo no he hecho nada de eso. Jedidiah es un mago poderoso. Yo jamás osaría enfrentarme a él.
— Oh, venga ya, Warren. Tienes cenizas de la alfombra quemada en los hombros de la túnica.
Warren se limpió frenéticamente el lugar indicado.
— Pero ¿qué dices? Yo no veo nada.
Richard esperó hasta que Warren alzó los ojos.
— Entonces ¿por qué te limpias?
— Yo…, bueno,…
Richard le colocó una mano sobre la espalda para tranquilizarlo.
— No pasa nada, Warren. Yo creo en la justicia y pienso que Jedidiah ha tenido su merecido. No se lo diré a nadie. Y tú tampoco debes decir a nadie lo que hemos hablado.
— Tengo que avisarte, Richard. Ayer hiciste algo muy peligroso al proclamar ante todas las Hermanas que eres el portador de la muerte. Es una profecía muy conocida y polémica. Algunas Hermanas creen que significa que eres quien mata y tratarán de congraciarse contigo. Pero otras creen que significa que resucitarás a los muertos y conjurarás los espíritus, y ésas querrán estudiarte. Y por último las hay que creen que significa que romperás el velo, de modo que el Innombrable vendrá para acabar con todos nosotros. Ésas es posible que traten de matarte.
— Lo sé, Warren.
— Entonces ¿por qué les dijiste que eres de quien habla la profecía?
— Porque soy fuer grissa ost drauka. Cuando llegue el momento mataré a cualquiera de ellas para librarme de este collar, si es necesario. Era de justicia avisarlas primero, darles la oportunidad de seguir con vida.
Warren se llevó los dedos al labio inferior.
— Pero tú no harías daño a Pasha, ¿verdad? A Pasha no.
— Espero no tener que hacer daño a nadie, Warren. Tal vez con la información que me proporciones, no tendré que hacerlo. Odio ser fuer grissa ost drauka, pero eso es lo que soy.
Los ojos de Warren se llenaron de lágrimas.
— Por favor, no hagas daño a Pasha.
— Warren, Pasha me gusta. Creo que por dentro es una persona maravillosa, como tú dijiste. Yo solamente mato para defenderme o para proteger la vida de personas inocentes. No creo que Pasha me dé nunca motivos, pero debes entender que si tengo razón y el velo está rasgado, hay mucho más en juego que la vida de una sola persona. Ni la mía, ni la tuya, ni la de Pasha.
Warren asintió.
— He leído las profecías. Lo entiendo. Buscaré lo que me has pedido.
Richard trató de tranquilizarlo con una afable sonrisa.
— Todo saldrá bien, Warren. Soy el Buscador; daré lo mejor de mí mismo. No quiero hacer daño a nadie.
— ¿El Buscador? ¿Qué es eso?
— Ya te lo explicaré otro día.
Richard colocó la mano sobre la placa metálica y la puerta se abrió. Warren no salía de su asombro.
— ¿Cómo eres capaz de hacer eso?
Pasha los esperaba con calma, haciendo esfuerzos para que su rostro no reflejara enojo.
— ¿A qué ha venido eso? —preguntó.
— Cosas de hombres —contestó Richard, mientras cruzaba la puerta.
— ¿Cómo que cosas de hombres? —insistió la joven, deteniéndole al ponerle una mano sobre el brazo.
Richard buscó con la mirada los cálidos ojos castaños de Pasha.
— Le he retorcido el brazo hasta obligarlo a que me contara lo de la prueba de dolor. He tenido que preguntarle a él, porque a ti se te olvidó mencionarlo. ¿O acaso pensabas callártelo hasta que llegara el día de causarme dolor?
Pasha se frotó los brazos desnudos como si tuviera frío.
— Yo no hago eso, Richard. Yo soy sólo una novicia. Las Hermanas lo hacen.
— ¿Por qué no me dijiste nada?
Las lágrimas inundaron los ojos de la joven.
— Porque no me gusta que se haga daño a nadie. No quería asustarte con algo que tal vez no pase hasta dentro de mucho tiempo. A veces la espera es peor que el hecho en sí. No quería que tuvieses que esperar con miedo.
— Ya. —Richard soltó un largo suspiro—. Bueno, supongo que es una buena razón. Pasha, te pido perdón por lo que he pensado de ti.
Pasha forzó una sonrisa.
— ¿Empezamos ya nuestra lección?
Lejos ya de las criptas, fueron avanzando por pasillos y atravesaron varios edificios hasta llegar, al fin, a la Residencia Guillaume que albergaba sus habitaciones. Mientras ascendían la escalinata de mármol se oía el frufrú del vestido de Pasha. Tanto las paredes como las columnas eran de un abigarrado mármol color tostado a juego.
Pese a que era un lugar muy hermoso, con salones muy elegantes, no era tan impresionante como el Palacio del Pueblo en D’Hara. Si no conociera aquel magnífico edificio, la opulencia del Palacio de los Profetas lo habría dejado anonadado. Pero ahora se limitaba a fijarse en su distribución por si en el futuro lo necesitaba. Arriba, mientras avanzaban por otro ancho pasillo de suelo alfombrado, Richard vio a muchachos llevando asimismo el rada’han. Por fin llegaron a su habitación.
Pasha se disponía ya a girar el pomo de la puerta cuando Richard la detuvo cogiéndole la muñeca.
— Hay alguien dentro —anunció.