55

— Mi deber es velar por ti —dijo Pasha.

La muchacha usó su han para soltar la muñeca de la garra de Richard, echándolo a un lado como si tuviera una mano invisible y luego entró en tromba. Por su parte, Richard dio una voltereta, se levantó, desenvainó la espada y voló tras ella. Solamente unos rescoldos alumbraban la oscura habitación. Ambos se detuvieron de golpe en la oscuridad casi completa.

De una silla situada junto al hogar brotó una voz.

— ¿Esperas un mriswith, Richard?

— ¡Hermana Verna! —Richard envainó de nuevo el arma—. ¿Qué estás haciendo aquí?

La mujer se levantó, hizo un gesto con la mano hacia una lámpara y encendió así la mecha.

— No sabía si te habías enterado. —Su rostro mostraba una expresión hermética—. Vuelvo a ser una Hermana de la Luz.

— ¿De veras? Es estupendo.

La hermana Verna unió las manos en relajado gesto.

— Puesto que soy de nuevo una Hermana, he querido venir para hablar contigo en privado un momento. —Echó una rápida mirada a Pasha—. Es sobre un asunto pendiente entre Richard y yo.

La novicia miró alternativamente a Richard y a la Hermana.

— Bueno, supongo que el vestido que llevo no es el más cómodo para dar una lección. Iré a cambiarme. Buenas noches, Hermana —se despidió, haciéndole una reverencia—. Me alegro mucho de que seáis de nuevo Hermana; es como debía ser. Richard, gracias por haber sido tan caballeroso esta noche. Volveré cuando me haya cambiado.

Richard se quedó de cara a la puerta después de que Pasha la hubo cerrado a su espalda.

— Caballeroso —comentó la hermana Verna—. Me alegra oírlo, Richard. Yo también quería darte las gracias por haberme devuelto mi condición de Hermana. La hermana Maren me ha explicado lo que pasó.

Richard se volvió hacia ella, riendo.

— Has pasado conmigo mucho tiempo, Hermana, pero necesitas más práctica contando mentiras. Aún no eres del todo convincente.

La mujer no pudo reprimir una leve sonrisa.

— Bueno, la hermana Maren me dijo que rogó al Creador que la guiara, tras lo cual decidió que, en vista de mi experiencia, lo serviría mejor siendo una Hermana. —Verna enarcó una ceja—. Pobre hermana Maren. Parece que desde que llegaste hay una epidemia de mentiras.

Richard se encogió de hombros.

— La hermana Maren hizo lo justo. Creo que tu Creador estará complacido.

— Me he enterado de que has matado a un mriswith. Las noticias corren como la pólvora en palacio.

Richard se acercó a la chimenea, se apoyó sobre la repisa de mármol oscuro y clavó la vista en los rescoldos.

— Bueno, no tuve elección.

La hermana Verna le acarició el pelo.

— ¿Estás bien, Richard? ¿Cómo te van las cosas?

— Estoy bien. —Richard se sacó el tahalí por encima de la cabeza y lo dejó a un lado. A continuación arrojó el manto rojo sobre una silla—. Aunque estaría mejor si no tuviera que llevar esta ridícula ropa. Supongo que es un precio muy pequeño a cambio de la paz. Por ahora. ¿De qué querías hablarme, Hermana?

— No sé qué hiciste para que volvieran a ascenderme, Richard, pero te doy las gracias. ¿Significa esto que te gustaría que fuésemos amigos?

— Sólo si me quitas este collar. —La Hermana desvió la mirada—. Algún día, Hermana, tendrás que elegir. Espero que, cuando ese día llegue, te pongas de mi lado. Después de todo por lo que hemos pasado juntos, odiaría tener que matarte, aunque sabes que soy muy capaz. Sabes cuál sería mi respuesta. Pero supongo que no has venido sólo a darme las gracias.

— Ya te he dicho otras veces que estás usando tu han sin saber qué estás haciendo, ¿recuerdas?

— Sí, pero yo no creo que esté usando mi han.

Verna arqueó una ceja.

— Richard, has matado a un mriswith. Que yo sepa, es una hazaña que nadie había conseguido en los últimos tres mil años. Para eso has tenido que usar tu han.

— No, Hermana, lo que usé fue la magia de la espada.

— Richard, te he estado observando y he aprendido algo acerca de ti y de tu espada. La razón por la cual nadie ha sido capaz de matar a un mriswith es porque no lo vieron llegar. Ni siquiera el han de las Hermanas y los magos los avisaba de que el monstruo se aproximaba. Es posible que tu espada haya matado al mriswith, pero fue tu han quien te avisó de que se acercaba. Estás usando tu don sin control.

Richard se sentía cansado y no tenía ganas de discutir. Se dejó caer sobre una cómoda butaca y recordó cómo había presentido la presencia del mriswith, cómo había visto en su mente que se acercaba.

— No entiendo qué estoy haciendo, Hermana. El mriswith apareció y yo simplemente me defendí.

Verna se sentó frente a él.

— Míralo de este modo, Richard: has matado a una de las bestias más mortíferas de las que pueblan el Viejo Mundo, pero esa muchacha de grandes ojos castaños y que, en términos de poder, no es más que un gorrión respecto a un halcón, que serías tú, ha usado su han para arrojarte al suelo. Espero que te esforzarás mucho en tus estudios para aprender a controlar tu han. Tienes que controlarlo.

La mujer lo miró de hito en hito.

— ¿Por qué fuiste al bosque Hagen si te advertí que era muy peligroso? Quiero saber la razón real, no una excusa, sino lo que realmente te movió a hacerlo. Por favor, dime la verdad.

Richard se estiró hacia atrás y clavó la mirada en el techo. Al fin asintió con la cabeza.

— Fue como si algo me atrajera hacia allí; una necesidad, un fuerte anhelo. Era como si sintiera la necesidad de aporrear una pared con el puño, y ése era el modo de hacerlo.

El joven se temía que la Hermana fuera a soltarle un sermón, pero no fue así. Cuando habló, su tono era comprensivo.

— Richard, he estado hablando con algunas amigas. Ninguna de nosotras lo sabe todo sobre la magia de palacio, en especial del bosque Hagen. Pero hay razones para creer que el bosque Hagen fue colocado ahí específicamente para determinados magos.

Richard estudió la serena expresión de la mujer, las arrugas que surcaban su rostro y la sinceridad de su mirada.

— ¿Me estás diciendo que, si siento la necesidad de aporrear una pared con el puño, tal vez debería hacerlo?

— El Creador nos ha dado el hambre para que comiéramos, porque necesitamos comer.

— ¿Cuál sería el propósito de un hambre como la mía?

La Hermana meneó la cabeza.

— No lo sé. Por segunda vez en muchos días la Prelada se ha negado a recibirme. Pero voy a tratar de encontrar algunas respuestas. Mientras tanto, te suplico que no te acerques al bosque Hagen a la puesta del sol.

— ¿Es eso lo que has venido a decirme, Hermana?

La mujer apartó la mirada e hizo una pausa, en tanto se frotaba la frente con dos dedos. Parecía indecisa. Richard nunca la había visto así.

— Richard, están ocurriendo cosas que no entiendo y que están relacionadas contigo. Las cosas no van cómo deberían. —En respuesta al gesto de curiosidad de Richard, explicó—: Aún no puedo hablar de ello. —La mujer se aclaró la garganta—. Richard, no confíes en todas las Hermanas.

— Hermana, no confío en ninguna.

Esas palabras hicieron brotar una fugaz sonrisa en los labios de Verna.

— Por el momento, eso es lo mejor. Ya te he dicho lo que quería. Pienso encontrar las respuestas pero, de momento, bueno, digamos que sé que harás lo necesario para protegerte.

Una vez que la hermana Verna se hubo marchado, Richard pensó en sus palabras así como en lo que le había revelado Warren. Sobre todo pensó en la piedra de Lágrimas.

No comprendía por qué la magia del valle de los Perdidos había conjurado una visión de Rachel con un objeto al cuello que él nunca había visto antes. Las otras visiones habían nacido de sus anhelos y sus temores. Tal vez había visto a Rachel porque echaba de menos a su amigo Chase. Pero ¿por qué Rachel llevaba al cuello algo que él no había visto en la vida y que después reconocía en el dibujo de un libro?

Quizá no era la misma cosa. Richard trató de convencerse de que no lo era, aunque algo dentro de sí le decía lo contrario.

Por mucho que echara de menos a Chase y a Rachel, lo que realmente había captado su atención había sido la piedra que la niña llevaba al cuello. Era como si Rachel se la llevara por encargo de Zedd, y Zedd había estado allí con él, apremiándolo a que cogiera la piedra.

La llamada de Pasha a la puerta lo arrancó de sus elucubraciones. La joven se había puesto un sencillo vestido gris pardusco, con botones rosa por delante que lo cerraban hasta el cuello. Aunque la tapaba mucho más que el vestido verde, estaba cortado de modo que resaltara sus curvas. El hecho de que la tapara tanto sólo conseguía hacer mucho más atrayente su cuerpo, y el color ponía de relieve la suavidad de sus cabellos castaños.

La muchacha se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, sobre la alfombra azul y amarilla colocada frente a la chimenea. Se cubrió las rodillas cuidadosamente con el vestido y luego alzó la mirada.

— Ven. Siéntate aquí, delante de mí.

Richard se sentó en el suelo y cruzó las piernas. Pasha le indicó con un gesto que se acercara más hasta que sus rodillas se tocaron. Entonces le cogió las manos y se las sostuvo suavemente encima de las rodillas de ambos.

— La hermana Verna no hacía esto cuando practicábamos.

— Es porque el rada’han tiene que hallarse dentro del campo de influencia de la magia de palacio. Hasta ahora has tratado de tocar tu han tú solo. Pero, a partir de ahora, yo o una Hermana te ayudaremos con nuestro han. Así progresarás más rápidamente.

— Muy bien. ¿Qué tengo que hacer?

— ¿Te explicó la hermana Verna cómo debes tratar de llegar hasta tu han? ¿Cómo concentrarte para hallarlo dentro de ti? —Richard asintió—. Pues eso es lo que quiero que hagas. Mientras tú tratas de localizarlo, yo canalizaré mi han a través del rada’han para guiarte.

Richard rebulló ligeramente hasta ponerse más cómodo. Pasha retiró una mano y se abanicó la cara.

— Después de llevar el otro, este vestido me da mucho calor.

La muchacha se desabrochó los cinco botones superiores y luego le cogió de nuevo la mano. Richard echó un vistazo al fuego, fijándose en los leños para después poder calcular cuánto tiempo había pasado hasta que volviera a abrir los ojos. Cada vez que buscaba su han perdía la noción del tiempo; a él le parecían pocos minutos, pero normalmente transcurría al menos una hora.

Así pues, cerró los ojos y visualizó la Espada de la Verdad contra un fondo uniforme. Conforme el silencio caía sobre él al buscar su paz interior, su respiración se fue haciendo más y más lenta. Entonces inspiró profundamente y se sumergió en ese apacible centro.

Era consciente de las manos de Pasha en las suyas, de sus rodillas que se tocaban e incluso de la respiración de la joven en armonía con la suya. Era agradable estar cogidos de las manos. No se sentía aislado, como siempre que practicaba. Richard ignoraba si Pasha estaba usando la magia del collar para acompañarlo en esa búsqueda, pero sintió que caía en espiral más profundamente que en veces anteriores.

Flotaba sin esfuerzo en un lugar en el que no existía el tiempo ni las preocupaciones. Fuera lo que fuera su han, no sintió ni vio nada que no hubiera sentido o visto antes. Era como siempre, sólo que esta vez estaba más relajado y era consolador tener a Pasha junto a él. Al rato empezó a ser consciente de que tenía el cuerpo agarrotado y a percibir el calor del fuego. El frío acero de la espada era como un núcleo de hielo en ese calor.

Al fin abrió los ojos. Pasha abrió los suyos. Los leños no eran más que brasas. Habían pasado al menos dos horas.

Por el cuello de Pasha descendía un hilo de sudor.

— Madre mía, pero qué calor hace esta noche.

Se desabrochó más botones. Muchos. Ahora enseñaba más que cuando llevaba el vestido verde. Richard tuvo que hacer un esfuerzo para posar la mirada en sus suaves ojos. Pasha le dirigió una leve sonrisa de seguridad en sí misma.

— No he sentido nada —confesó Richard—. No he sentido mi han. Aunque tampoco sé qué se supone que debo sentir.

— Yo tampoco lo sentí, pero debería haberlo hecho. Qué extraño. —La joven se rió suavemente con una expresión de desconcierto, pero enseguida se animó—. Es algo que requiere práctica. ¿Sentiste mi han? ¿Te ayudó?

— No, no sentí nada.

Pasha hizo un mohín y frunció el entrecejo.

— ¿No notaste mi presencia? —Richard negó con la cabeza—. Bueno, cierra los ojos y lo intentaremos de nuevo.

Era muy tarde y Richard no quería seguir practicando, pues lo dejaba agotado. No obstante, obedeció. Cerró los ojos y se concentró en tratar de conjurar de nuevo la imagen de la espada.

De repente sintió los labios de Pasha contra los suyos. Abrió los ojos. La joven presionaba. Tenía los ojos cerrados y la frente fruncida. Entonces le cogió el rostro con ambas manos.

Richard la agarró por los hombros y la empujó hacia atrás. Pasha abrió los ojos y se humedeció los labios.

— ¿Eso sí lo has notado? —inquirió, coqueta.

— Sí.

— Por lo que parece —añadió, enlazándole el cuello con un brazo—, no lo suficiente.

Suavemente Richard interpuso una mano entre él y Pasha, que trataba de acercarse de nuevo. Como no quería avergonzarla, procuró hablar con voz agradable.

— Pasha, no.

La joven le acarició el estómago con la mano libre.

— Es tarde. Ya no queda nadie por aquí. Si vas a sentirte más cómodo, protegeré la puerta con un escudo. No tienes de qué preocuparte.

— No estoy preocupado. Es que… no quiero.

Pasha lo miró algo dolida.

— ¿No te parezco bonita?

Richard no quería ofenderla ni enojarla, pero tampoco quería alentarla.

— No es eso, Pasha. Eres muy atractiva. Es sólo que…

Pasha se desabrochó otro botón. Richard posó una mano sobre la de ella para detenerla. La situación se estaba poniendo difícil; Pasha era su maestra. Si la enojaba o la humillaba, las cosas se pondrían peligrosas. No podía permitirse tener a Pasha en su contra, pues podría coartarle en sus planes.

La muchacha se levantó el vestido más arriba de las rodillas y le puso una mano sobre su muslo.

— ¿Te gusta más esto? —preguntó con voz entrecortada.

Richard se quedó de piedra ante el firme y sensual contacto de esa carne. Entonces recordó las palabras de la hermana Verna cuando le dijo que pronto encontraría otro par de bonitas piernas. Desde luego ésas lo eran, y Pasha no hacía nada por ocultarlas. Richard apartó la mano.

— Pasha, tú no lo entiendes. Creo que eres una joven muy hermosa y…

Pasha le pasó los dedos por la barba, contemplándole con fijeza.

— Y yo creo que tú eres el hombre más apuesto que haya visto nunca.

— No, eso no…

— Me encanta tu barba. No te la afeites nunca. Creo que todos los magos deberían dejarse la barba.

Richard recordó la ocasión en la que Zedd había usado Magia de Suma para hacerse crecer una barba y enseñarle una lección, y luego se la había afeitado, ya que no podía hacerla desaparecer con magia pues para ello necesitaría Magia de Resta, y los magos no poseían ese tipo de magia. La Magia de Resta pertenecía al inframundo.

Richard le agarró la muñeca y le apartó la mano de su rostro. Para Richard esa barba simbolizaba su cautividad, que era un prisionero. Los prisioneros no se afeitan, le había dicho a la hermana Verna. Pero ése no era el momento más adecuado para explicárselo a Pasha.

La muchacha le besó en el cuello. Por alguna razón Richard era incapaz de detenerla. Tenía unos labios tan suaves… y sentía su insistente respiración muy cerca de una oreja. Fue como si ese beso lo recorriera por completo, hasta los dedos de los pies, algo parecido a cuando Pasha había tocado su rada’han. El hormigueo le adormecía el cerebro. En su interior gruñó. Los besos de Pasha estaban venciendo su resistencia.

Cuando Denna lo tenía prisionero con un collar, no había tenido elección; ni siquiera la muerte lo habría salvado de hacer cualquier cosa que Denna deseara. Y aún se sentía avergonzado por ello.

Ahora llevaba otro collar y Pasha usaba algún tipo de magia con él, pero esta vez sabía que tenía elección. Así pues, se obligó a agachar la cabeza y apartar los labios de Pasha. Suavemente la apartó de sí.

— Pasha, por favor…

— ¿Cómo se llama la chica a la que quieres? —preguntó ella, enderezándose ligeramente.

Richard no quería decirle el nombre de Kahlan. Era su vida; algo privado. Pasha y las demás eran sus carceleras, no sus amigas.

— Eso no importa —repuso—. No se trata de eso.

— ¿Qué tiene ella que yo no tenga? ¿Es más guapa que yo acaso?

«Tú eres una chica y ella es una mujer», pensó Richard, pero no podía decirle eso. «Tú eres una bonita vela y Kahlan es el amanecer.» Pero también eso tenía que callárselo.

Si desairaba a Pasha, se acabaría la tregua. Tenía que rechazarla sin despertar su resentimiento ni que se sintiera desdeñada.

— Pasha, me siento honrado. Estoy halagado, de verdad. Pero hace sólo un día que me conoces. Apenas sabemos nada el uno del otro.

— Richard, el Creador nos da deseos y también el placer de satisfacerlos para que conozcamos su belleza a través de su creación. No hay nada malo en eso. Es algo muy hermoso.

— También nos ha dado una mente para que decidamos qué está bien y qué está mal.

Pasha alzó ligeramente el mentón.

— ¿Bien y mal? Si ella te amara, estaría contigo. No te habría dejado ir. Eso está mal. Esa mujer piensa que no eres lo suficientemente bueno para ella, y por eso quería librarse de ti. Si le importaras, se habría quedado contigo. Ella no está aquí, pero yo sí, y a mí sí que me importas. Yo lucharía para mantenerte a mi lado. ¿Acaso ella luchó?

Richard abrió la boca, pero sentía tal dolor que no le salieron las palabras. Era como si hubiera perdido toda la voluntad de seguir adelante, dejando en su interior nada más que un vacío. Era un cascarón sin vida.

Pasha le acarició una mejilla.

— Ya te darás cuenta de que a mí me importas, Richard. Me importas mucho más que a ella. Ya lo verás. Está bien hacerlo con alguien que se preocupa por ti como yo. —La joven frunció el entrecejo, inquieta—. A no ser que me encuentres poco atractiva. ¿Es eso? Has visto muchas mujeres y crees que, en comparación, soy fea. ¿Es así?

Richard le enmarcó un lado del rostro con una mano.

— Pasha, eres… cautivadora. No es eso. —El joven notaba la garganta seca y tragó saliva. Tenía que lograr que sus palabras sonaran sinceras—. Pasha, te pido que me des un poco de tiempo. Es demasiado pronto. ¿Lo entiendes? ¿Podrías amar a un hombre que olvidara sus sentimientos por otra tan rápidamente? Por favor, dame tiempo.

Pasha lo rodeó con sus brazos y recostó la cabeza contra su pecho.

— Ayer, cuando me abrazaste tan tiernamente, supe que era otra señal de que el Creador te había enviado para mí. Supe que jamás querría a ningún otro. Puesto que seré tuya para siempre, puedo esperar. Tenemos todo el tiempo que quieras. Ya te darás cuenta de que soy la mujer que te conviene. Tú avísame cuando estés listo, y seré tuya.

Richard lanzó un suspiro mientras Pasha salía de la habitación. Apoyó la espalda contra la puerta, pensativo. No le gustaba engañar a Pasha y hacerle creer que con el tiempo sus sentimientos hacia ella cambiarían, pero debía hacer algo. Qué poco conocía Pasha a las personas si creía que podría lograr amor a través de la lujuria.

Entonces sacó el mechón de pelo de Kahlan y lo hizo girar entre los dedos, contemplándolo. Estaba enfadado por lo que Pasha había dicho sobre Kahlan; que no luchó por él. Pasha nunca sabría las luchas por las que él y Kahlan habían pasado, las dificultades que tuvieron que superar, las angustias que habían sufrido juntos, las batallas que habían librado codo con codo. Probablemente Pasha ni siquiera podía concebir a una mujer con la inteligencia, la fuerza y el coraje de Kahlan.

Pues claro que Kahlan había luchado por él. Más de una vez había arriesgado su vida por él. ¿Cómo podía Pasha saber los terrores que Kahlan había afrontado valerosamente y había vencido? Pasha no le llegaba ni a la suela de los zapatos a Kahlan.

Richard se volvió a guardar el mechón en un bolsillo y desechó los pensamientos sobre Kahlan. No podía soportar esa pena. Tenía otras cosas que hacer.

Fue a la alcoba, colocó bien el espejo de cuerpo entero con marco de madera de fresno y luego fue a buscar la mochila de un rincón. De ella sacó la capa negra del mriswith y se la echó sobre los hombros. Entonces fue a mirarse al espejo.

Parecía una capa normal y corriente. Y bastante bonita, por cierto. El corte y la longitud eran las correctas; el mriswith era más o menos de su talla. El tejido era pesado y de un negro azabache, casi tanto como la piedra noche que Adie le había dado para cruzar el paso, casi tan negro como las cajas del Destino. Casi tan negra como la noche eterna.

Pero lo que lo tenía intrigado no era el buen corte de la prenda.

Richard retrocedió hacia la pared de un marrón claro. Se echó la capucha alrededor del rostro y cerró la capa. Mientras contemplaba su imagen en el espejo, se concentró en la pared de detrás.

En un abrir y cerrar de ojos su imagen desapareció.

La capa había adoptado el color de la pared del fondo, de modo que solamente podía a verse a sí mismo de pie contra ella si se fijaba mucho en los contornos de la prenda. Si se movía, resultaba un poco más sencillo distinguir su forma contra la pared. Pese a que la capa no le cubría el rostro por completo, de algún modo la magia de la prenda, o más probablemente la magia de la prenda unida a la suya propia servían para enmascararla, envolviéndola asimismo en el color que lo ocultaba.

Eso explicaba que nadie se pusiera de acuerdo sobre de qué color era un mriswith.

Richard movió objetos a su espalda para descubrir qué efecto producía. Cuando se colocó mitad contra la pared mitad contra la silla sobre la que había arrojado el manto rojo, la capa imitó de manera bastante convincente tanto el color como la forma del manto. Aunque no era tan perfecto como cuando estaba delante de la pared, si no se movía nadie podría verlo.

El movimiento distorsionaba las imágenes complicadas que creaba la capa para adaptarse al entorno, aunque incluso así engañaba a la vista. Pero si se estaba quieto se desvanecía por completo delante de cualquier cosa. A veces el efecto que causaba mareaba. Cuando dejaba de concentrarse, la capa se tornaba negra.

Mientras se miraba en el espejo, ataviado con una sencilla capa negra, Richard se dijo que le iba a ser muy útil.


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