Kahlan estaba desnuda, sentada en círculo con Richard a su izquierda y otros siete hombres asimismo desnudos. Todos ellos iban pintados con barro negro y blanco, a excepción de un pequeño círculo en el centro del pecho. A la tenue luz del pequeño fuego que ardía a su espalda, la mujer podía ver la maraña de líneas y remolinos que le cubrían el rostro en diagonal. Todos llevaban la misma máscara a fin de que los espíritus de los antepasados pudieran verlos. Kahlan se preguntó si tendría un aspecto tan salvaje como él a sus ojos. El fuego despedía un extraño olor acre que le picaba en la nariz. Pero ninguno de los ancianos se rascaba la nariz, sino que miraban al vacío y entonaban palabras sagradas a los espíritus.
La puerta se cerró de golpe sola, sobresaltándola.
— Desde ahora hasta que acabemos, poco antes del amanecer, nadie podrá salir y nadie podrá entrar. Los espíritus han barrado la puerta —anunció el Hombre Pájaro.
A Kahlan le inquietaba la posibilidad de que, tal como había dicho Richard, la reunión pudiera convertirse en una trampa. Le apretó la mano con más fuerza, y él le devolvió el apretón. Al menos no estaba sola. Ojalá pudiera protegerlo, ojalá fuera capaz de conjurar el rayo en caso necesario.
El Hombre Pájaro sacó un sapo de un cesto de junco, que luego pasó al siguiente anciano. Kahlan clavó los ojos en los cráneos dispuestos en círculo en el centro, mientras cada anciano cogía un sapo y frotaba el lomo del animal contra el círculo de piel sin pintar en el pecho, al tiempo que hacía rodar la cabeza hacia atrás y entonaba diferentes palabras. Sin mirarla, Savidlin le pasó el cesto.
Con los ojos cerrados, metió una mano dentro y, finalmente, atrapó un sapo sagrado, que se retorcía y pateaba. Tenía una piel suave y viscosa muy asquerosa. Después de tragar saliva y reforzar el control mental de su poder de Confesora para no descargarlo de forma involuntaria, se frotó el lomo del sapo en la piel entre los pechos y pasó el cesto a Richard.
Una sensación de tensión cosquilleante se fue extendiendo por todo su cuerpo. Soltó el sapo y volvió a asir la mano de Richard mientras las paredes empezaban a temblar, como si las viera a través de una cortina de humo y calor. Su mente trató en vano de aferrarse a las imágenes de la casa de los espíritus, pero se le escapaban, y ella se sentía como si diera vueltas entre los cráneos.
Unas suaves sensaciones le acariciaban la piel. Los cráneos del centro parecían emitir una tenue luz que le anegaba los ojos. El acre olor del humo le llenaba los pulmones. Como la vez anterior, la luz del centro se fue haciendo más y más brillante, atrayéndola, girando hacia un sedoso vacío.
De pronto, vio figuras alrededor. Kahlan las recordaba de la vez anterior; eran los espíritus de los antepasados. La mujer sintió una suave mano —de un espíritu— que le tocaba un hombro.
El Hombre Pájaro movió la boca, pero al hablar no fue su voz la que sonó. Eran las voces unidas de los espíritus de los antepasados, monótonas, apagadas, sin vida.
— ¿Quién llama a los espíritus?
Kahlan se inclinó hacia Richard y le susurró:
— Quieren saber quién llama a los espíritus.
— Yo. Yo los llamo.
Kahlan sintió cómo la mano se alejaba de su hombro cuando todos los espíritus flotaron desde detrás de ellos hacia el centro del círculo.
— Di tu nombre. —El eco de esas voces le provocaba a Kahlan olas de dolor que le subían por los brazos—. Pronuncia tu nombre completo. Si estás seguro de que deseas esta reunión pese al peligro, pídelo después de pronunciar tu nombre. Éste es el último aviso; no habrá más.
— Richard, por favor… —le suplicó Kahlan, después de traducir.
— Tengo que hacerlo. —Richard posó de nuevo la mirada en los espíritus congregados en el centro e inspiró hondo—. Soy Richard… —Aquí tragó saliva y cerró los ojos un instante—. Richard Rahl, y llamo a los espíritus.
— Que así sea —respondieron los susurros vacíos.
La puerta de la casa de los espíritus se abrió con un estrépito.
Kahlan gritó al tiempo que daba un salto, y sintió que la mano de Richard también se estremecía. La puerta abierta era como unas fauces negras en la suave luz que los rodeaba. Todos los ancianos alzaron la vista; sus ojos ya no se veían vidriosos, con distantes visiones. Parecían confusos, aturdidos.
De nuevo sonaron las voces de los espíritus, pero esta vez no hablaron a través de los ancianos, sino desde el centro, por ellos mismos. El sonido era más doloroso que antes.
— Todos, excepto quien ha convocado la reunión, pueden irse. Marchaos mientras aún podáis. Haced caso a nuestra advertencia. Quienes elijan quedarse aquí con él, pondrán en peligro su alma. —Todos se volvieron hacia Richard, y añadieron con voces sibilantes—: Tú no puedes marcharte.
— Que todo el mundo se vaya —susurró Richard—. Diles que se marchen. No quiero que nadie salga herido.
— Por favor, marchaos todos ahora que podéis. No queremos que os pase nada —dijo Kahlan. El Hombre Pájaro la miraba con ojos inquietos.
Todos los ancianos miraron al Hombre Pájaro. Éste la miró fijamente un momento, luego a Richard y, por fin, de nuevo a ella.
— No puedo darte consejo, pequeña. Esto nunca había ocurrido antes y no sé qué significa.
— Lo entiendo. Marchaos ahora, antes de que sea demasiado tarde.
Savidlin le tocó un hombro, tras lo cual los ancianos se desvanecieron al atravesar el negro vacío de la puerta. Kahlan se quedó a solas con Richard y con los espíritus.
— Kahlan, quiero que te marches. Vamos, vete —dijo Richard, con voz serena, casi fría. El temor rielaba en sus ojos, así como la magia.
La mujer escrutó su rostro. Richard miraba fijamente a los espíritus.
— No —susurró y añadió, volviéndose de nuevo hacia el centro—. No pienso dejarte. Por ninguna razón. Aunque aún no hemos intercambiado ninguna promesa formal, nuestros corazones ya están unidos por mi magia. Tú y yo somos uno. Lo que te ocurra a ti también me ocurre a mí. Lo que le pase a uno, le pasa a ambos. Me quedo.
Richard no la miró, sino que continuó con los ojos centrados en los espíritus, que flotaban en el centro de la sala por encima de los cráneos. La mujer creyó que le ordenaría a gritos que se marchara, pero no lo hizo. Cuando habló, su voz sonaba suave y tierna.
— Gracias. Te quiero, Kahlan Amnell. Muy bien, estamos juntos en esto.
La puerta se cerró con un tremendo portazo.
Kahlan se sobresaltó y un leve sonido escapó de sus labios antes de poder retenerlo. Los latidos de su propio corazón le resonaban en los oídos. Trató de respirar más despacio, pero no pudo. En vez de eso tragó saliva.
Las figuras de los espíritus se fueron haciendo más borrosas.
— No podemos quedarnos para presenciar lo que has convocado, Richard Rahl. Lo sentimos.
Sus formas se evaporaron. A medida que iban desvaneciéndose, la luz desaparecía con ellos, hasta que al fin se quedaron en total oscuridad. Más allá de esa negrura total, Kahlan podía oír el crepitar del fuego, la entrecortada respiración de Richard, la suya propia y nada más. La mano de Richard buscó a ciegas la suya. Solos y desnudos en la oscuridad aguardaban sentados.
Cuando la mujer empezaba ya a abrigar esperanzas de que nada iba a suceder, percibió un leve resplandor frente a ella. Era una luz que empezaba a brillar.
Luz verde.
Esa tonalidad de luz verde sólo la había visto en un lugar: el inframundo.
Le costaba respirar; era como si se ahogara. La luz verde fue adquiriendo intensidad y, con ella, lejanos lamentos.
En el aire resonó un estallido ensordecedor, semejante a un trueno, repentino, fuerte, doloroso. El impacto fue tal que el suelo tembló.
Del centro de la luz verde empezó a irradiar un resplandor blanco, que formó una figura. Kahlan se quedó sin respiración, y los pelillos de la nuca se le erizaron.
La figura blanca dio un paso adelante. La mujer era sólo vagamente consciente de que Richard le apretaba la mano con tanta fuerza que le hacía daño. Kahlan reconoció esa túnica blanca, el largo cabello rubio y las hermosas facciones que esbozaban una leve sonrisa truculenta.
— Que los espíritus nos protejan —musitó.
Era Rahl el Oscuro.
Los dos a uno, Kahlan y Richard, se pusieron en pie lentamente bajo la atenta mirada de esos relucientes ojos azules. En actitud tranquila, sin prisas, Rahl el Oscuro se llevó una mano a la boca y se lamió las yemas de los dedos.
— Gracias por volver a llamarme, Richard. —Su cruel sonrisa se hizo más amplia—. Qué amable de tu parte.
— Yo… yo no te he llamado —musitó Richard.
Rahl el Oscuro se rió en voz baja.
— Una vez más cometes un error. Pues claro que me has llamado. Convocaste una reunión de los espíritus de los antepasados. Yo soy tu antepasado. Sólo tú podías hacerme volver a través del velo. Sólo tú.
— Yo reniego de ti.
— Reniega de mí tanto como quieras. Pero aquí estoy. —Rahl el Oscuro extendió ambos brazos como para abarcar la luz blanca que lo rodeaba.
— Pero si te maté…
La reluciente y brillante figura ataviada con una túnica blanca se echó a reír de nuevo.
— ¿Matarme? Sí que me mataste y usaste magia para enviarme a otro lugar, un lugar en el que me conocen y en el que tengo… amigos. Y ahora me has hecho volver, de nuevo con magia. No sólo me has llamado, Richard, sino que has rasgado aún más el velo. —Despacio, sacudió la cabeza—. ¿Cómo puedes ser tan rematadamente estúpido?
Rahl el Oscuro se dirigió como flotando hacia Richard. Éste soltó la mano de Kahlan y retrocedió. La mujer era incapaz de mover los pies para seguirlo.
— Te maté. Te vencí. Yo gané y tú perdiste —dijo Richard, con ojos desorbitados.
La blonda cabeza asintió lentamente.
— Gracias al don y a la Primera Norma de un mago, ganaste una pequeña batalla en una guerra eterna. Pero, en tu ignorancia, has violado la Segunda Norma de un mago y lo has perdido todo. —En su rostro se pintó de nuevo su leve y perversa sonrisa—. ¡Qué pena! ¿Es que nadie te ha avisado? La magia es peligrosa. Yo podría haberte enseñado, habría compartido contigo todo lo que sé. Pero ahora ya no importa. Me has ayudado a ganar incluso sin que nadie te enseñara. No podría estar más orgulloso de ti.
— ¿Cuál es la Segunda Norma de un mago? ¿Qué es lo que he hecho mal?
— Vaya, Richard, ¿es que no lo sabes? Pues deberías —susurró—. Hoy la has roto por segunda vez y, al hacerlo, has rasgado aún más el velo y me has traído aquí para que pueda acabar de romperlo y el Custodio quede libre. —Su sonrisa burlona reapareció—. Y lo has hecho todo tú solito. —Rahl se rió, provocador—. Hijo mío, nunca deberías haberte inmiscuido en asuntos de los que no entiendes.
— ¿Qué quieres?
— A ti, hijo mío. —Rahl se aproximó más a Richard y alzó hacia él sus manos—. Tú me enviaste a otro mundo y ahora yo voy a hacer lo mismo contigo. Voy a enviarte al inframundo, con el Custodio. Eres del Custodio. Te quiere para sí.
Sin apenas darse cuenta de lo que hacía, Kahlan alzó un puño. El Con Dar se inflamó en lo más profundo de su ser. La rabia explotó a través de ella, y de su puño surgió un rayo azul. Una furia de luz y sonido hendió el negro vacío que los rodeaba, haciendo temblar el suelo bajo sus pies. La casa de los espíritus quedó iluminada por el rayo azul, que se dirigía hacia Rahl el Oscuro.
Sin hacer esfuerzo alguno, Rahl alzó una mano y desvió el rayo.
Éste se dividió. Un ramal explotó contra el techo, que atravesó para perderse en el negro cielo y provocó una lluvia de fragmentos de teja. El otro ramal se estrelló contra el suelo y levantó una nube de tierra.
Los ojos de Rahl el Oscuro se encontraron con los de Kahlan y su mirada le llegó hasta lo más recóndito de su alma. El dolor se extendió por todas las fibras de su cuerpo. La mujer trató de conjurar su poder otra vez, pero nada ocurrió. Rahl el Oscuro había hecho algo. Por mucho que lo intentara, Kahlan no podía mover ni un solo músculo. Richard parecía tan paralizado como ella. Su mundo se destruía a una velocidad aterradora.
— Richard —gimió mentalmente—. Mi Richard. Oh, queridos espíritus, no permitáis que esto ocurra.
Con ojos que le ardían de furia, Richard logró dar un paso hacia adelante, pero Rahl el Oscuro le puso una mano en el lado izquierdo del pecho, sobre el corazón, y lo inmovilizó.
— Richard, te marco para el Custodio. Esta marca dice que perteneces al Custodio.
Richard echó con brusquedad la cabeza hacia atrás y lanzó un desesperado alarido que pareció hender el mismo aire y desgarró el corazón y el alma de Kahlan. La mujer sintió como si en ese instante muriera mil veces.
De la mano que Rahl el Oscuro mantenía encima del pecho de Richard se elevaban finas volutas de humo. La nariz de Kahlan se llenó con el hedor de carne quemada.
— Éste es el precio de la ignorancia, Richard —declaró Rahl, apartando la mano—. Ahora estás marcado. Perteneces al Custodio. Ahora y para siempre. El viaje comienza.
Richard se desplomó como una marioneta a la que cortan los hilos. Kahlan no sabía si estaba inconsciente o muerto. Algo lo sostenía, pero no eran sus piernas. Eran los hilos que sostenía Rahl el Oscuro.
La figura blanca se movió con fluidez hacia ella, imponente, aplastándola con su cegador resplandor. Kahlan sintió deseos de encogerse y cerrar los ojos, pero no podía. Por fin recuperó la voz.
— Mátame a mí también —musitó—. Envíame al mismo lugar que él. Te lo suplico.
Su brillante mano la tocó. Kahlan sintió tal lacerante dolor en el corazón que a punto estuvo de dejarla sin conocimiento. Rahl abrió los dedos en forma de abanico. Su tacto sobre la carne le producía oleadas de gélido frío y abrasador calor.
La mano se apartó de ella.
— No —dijo Rahl el Oscuro, que de nuevo esbozó su despiadada sonrisa—. No. Sería demasiado fácil. Es mejor que vea lo que te ocurre sin que pueda hacer nada por evitarlo. —Por vez primera, sonrió tan ampliamente que mostró los dientes—. Prefiero que sufra. —Sus ojos tenían una intensidad que parecía atravesarla. Era la misma mirada fija y aterradora que Richard había heredado.
»Por ahora vivirás. Muy pronto, un dolor muy distinto te hará retorcerte, viva y muerta —susurró en un tono comedido y despiadado—. Él lo verá. Para siempre. Yo también lo veré. Para siempre. Y el Custodio.
»Por favor —sollozó Kahlan—, envíame con él.
Un dedo le tocó una lágrima, causándole tal dolor que la mujer se estremeció.
— Puesto que tanto lo amas, te haré un regalo—. Rahl el Oscuro dio media vuelta y extendió con un movimiento fluido su brazo en dirección a Richard. Sus aterradores ojos azules se posaron de nuevo en ella—. Le permitiré que siga vivo un poco más. Lo suficiente para que veas cómo la marca del Custodio va absorbiendo despacio su fuerza vital y le arranca el alma. El tiempo no cuenta. Será del Custodio. Te otorgo una chispa de tiempo para que veas cómo tu amado muere.
Rahl se inclinó hacia ella. Kahlan pugnó por apartarse, pero no pudo. El hombre le dio un beso en la mejilla. La mujer chilló en silencio de dolor y llenó su mente con una visión en la que estaba siendo violada. Unos dedos luminosos le alzaron los pelos de la nuca. Rahl aproximó la boca a su oreja.
— Disfruta de mi regalo —le susurró en tono íntimo—. A su debido tiempo serás mía. Por toda la eternidad; entre la vida y la muerte. Me gustaría decirte lo mucho que vas a sufrir, pero me temo que eres incapaz de hacerte una idea de cuánto. Muy pronto lo descubrirás. —Rahl rió en voz baja a su oído—. Eso será después de que acabe de romper el velo y libere al Custodio.
Mientras ella seguía indefensa, Rahl el Oscuro le estampó otro beso en el cuello, provocándole visiones de horror que se le grabaron a fuego en la mente y le hicieron sentirse mancillada más allá de lo que creía posible.
— Sólo un pequeño adelanto. Por el momento, adiós, Madre Confesora.
Cuando le dio la espalda, Kahlan recuperó la movilidad. Desesperada, trató de invocar su poder, pero no lo logró. Llorando temblorosa contempló cómo Rahl el Oscuro atravesaba la puerta de la casa de los espíritus y desaparecía.
Entonces se desplomó con un agónico gemido. Mientras se retorcía con incontrolables sollozos, fue arrastrándose hasta donde estaba Richard.
El joven se hallaba tendido de costado, con la cara girada al otro lado. La mujer le dio la vuelta sobre la espalda. Al hacerlo, el brazo de Richard le cayó a un lado, exánime, y la cabeza rodó hacia ella. Presentaba una palidez cadavérica. En el pecho se veía la huella de una mano grabada a fuego; la marca del Custodio. La piel ennegrecida estaba agrietada y sangraba. Por allí se le escapaba la vida, el alma.
Kahlan se dejó caer sobre él y, mientras lo abrazaba con desespero lloraba incontrolablemente. Agarrándole un mechón de cabello entre los dedos, apretó el rostro contra su fría mejilla.
— Por favor, Richard —sollozaba casi ahogándose en sus lágrimas—, por favor, no me dejes. Haría cualquier cosa por ti. No te mueras. No me abandones. Te lo suplico, Richard, no te mueras.
Agachada contra él, Kahlan sentía que su mundo se le venía abajo. Richard se moría, y a ella no se le ocurría nada más que hacer que gritar que lo amaba. Richard se moría, y ella no podía hacer nada para evitarlo. Notaba cómo cada vez su respiración era más débil.
Deseaba morir con él, pero la muerte no le llegaba. Kahlan perdió todo sentido del tiempo; ya no sabía si llevaba allí unos pocos minutos o unas horas. Ya no sabía qué era real y qué no. Todo era como una pesadilla. Con dedos temblorosos, le acarició el rostro. Tenía la piel fría.
— Supongo que tú eres Kahlan.
La Madre Confesora se volvió con brusquedad y se incorporó al oír el sonido de una voz femenina que sonaba detrás de ella. La puerta de la casa de los espíritus volvía a estar cerrada. En la oscuridad, un resplandor blanco y fantasmagórico se alzaba por encima de ella. Parecía el espíritu de una mujer con las manos entrelazadas delante, que la contemplaba con una agradable sonrisa. Su pelo, al menos hasta donde Kahlan alcanzaba a ver, estaba peinado en una sola trenza.
— ¿Quién eres?
La figura se sentó frente a ella. Que Kahlan viera, el espíritu no llevaba ropas, pero tampoco parecía ir desnudo. La mujer miró a Richard, y sus facciones reflejaron tanto anhelo como angustia.
— Soy Denna —respondió.
Su reacción instintiva al escuchar ese nombre y verla tan cerca de Richard fue alzar el puño para descargar sobre ella su poder. Pero, antes de que pudiera hacerlo, Denna habló de nuevo.
— Richard se está muriendo y nos necesita a las dos.
Kahlan vaciló.
— ¿Puedes ayudarlo?
— Ambas podemos, quizá. Si lo amas lo suficiente.
Las esperanzas de Kahlan se reavivaron.
— Haría cualquier cosa por él. Cualquiera —afirmó.
— Eso espero.
Denna posó de nuevo los ojos en Richard y le acarició con ternura el pecho. Kahlan volvió a sentir un impulso casi irrefrenable de descargar en Denna su poder, pues no sabía si intentaba hacerle daño o ayudarlo. Esperaba contra todo lo razonable que fuera lo segundo. Era su única oportunidad de salvar a Richard. El joven respiró hondo. A Kahlan le dio un salto el corazón.
— Sigue contigo —dijo Denna sonriendo, y apartó la mano.
Kahlan bajó ligeramente el puño y se enjugó las lágrimas de las mejillas con los dedos de la otra mano. No le gustaba la expresión de nostalgia con la que Denna contemplaba a Richard, no le gustaba ni un pelo.
— ¿Cómo has llegado hasta aquí? Richard no ha podido llamarte. No eres antepasada suya.
— Es imposible explicarte con exactitud qué ha ocurrido —replicó Denna, y su leve sonrisa soñadora desapareció—, pero trataré de hacértelo entender. Me encontraba en un lugar de oscuridad y paz, que fue perturbada por el paso de Rahl el Oscuro. Es algo que, en principio, jamás debía ocurrir. Cuando estuvo cerca sentí que, de algún modo, Richard lo había llamado y le había permitido atravesar el velo que le impedía el acceso al mundo de los vivos.
»Como conozco a Rahl el Oscuro demasiado bien, lo seguí. Yo sola jamás habría podido atravesar mi propio velo, pero me pegué a él y fui capaz de pasar en su estela. Vine porque sabía lo que Rahl el Oscuro le haría a Richard. No sé explicarme mejor.
Kahlan asintió. No estaba viendo un espíritu, sino a la mujer que había tomado a Richard como pareja. El poder bullía furioso dentro de ella. Kahlan tenía que hacer verdaderos esfuerzos y se repetía que era para salvar a Richard. No conocía ningún otro modo; debía dejar que Denna lo ayudara, si es que podía. No bromeaba al decir que haría cualquier cosa, incluso abstenerse de matar a alguien que ya estaba muerto, alguien a quien hubiese deseado matar mil veces y otras mil más.
— ¿Puedes ayudarlo? ¿Puedes salvarlo?
— Lleva la marca del Custodio. Esa marca empuja irremediablemente hacia el Custodio a quien la posee. Pero, si alguien pusiera la mano sobre ella, la marca se transferiría a esa persona y sería ella quien caería en manos del Custodio en vez de Richard. De este modo, viviría.
Kahlan supo enseguida qué debía hacer. Sin dudarlo, se inclinó sobre él y extendió una mano.
— Yo le quitaré la marca. Iré en su lugar al inframundo, para que viva. —Con estas palabras acercó la mano a la marca negra casi hasta tocarla.
— No, Kahlan, no lo hagas.
— ¿Por qué? Si es para salvarlo, iré gustosa en su lugar.
— Lo sé, pero no es tan sencillo. Primero debemos hablar. No será fácil para ninguna de las dos. Si realmente queremos ayudarlo, ambas tendremos que sufrir.
De mala gana, Kahlan alejó la mano de la marca y asintió. Estaba dispuesta a cualquier cosa, a pagar cualquier precio, incluso a hablar con esa… mujer. Sentada frente a Denna, mirándola cara a cara, posó una mano protectora sobre Richard.
— ¿Cómo sabes quién soy?
Denna sonrió, a punto de soltar la carcajada.
— Es imposible conocer a Richard y no saber quién es Kahlan.
— ¿Él te habló de mí?
— Más o menos. —La sonrisa se desvaneció—. Le oí pronunciar tu nombre innumerables veces. Cuando lo torturaba hasta que desvariaba, él gritaba tu nombre. Siempre era el tuyo, ni el de su madre ni el de su padre, sólo el tuyo. Aunque lo torturara hasta que olvidase incluso su propio nombre, el tuyo siempre lo tenía presente. Sabía que hallaría el modo de estar contigo, pese a que eres una Confesora. —Denna recuperó un atisbo de sonrisa—. Creo que Richard hallaría el modo de lograr que el sol saliera a medianoche.
— ¿Por qué me dices esto?
— Porque voy a pedirte que lo ayudes y quiero que entiendas exactamente todo el daño que vas a hacerle antes de que accedas. Debes comprender qué debes hacer, si quieres salvarlo. No pienso engañarte. Debes hacerlo siendo plenamente consciente de tus actos. Sólo así sabrás cómo salvarlo. Si no lo comprendes, fracasarás.
»Richard corre peligro, y no sólo debido a esta marca. Sufre una locura que yo misma le provoqué. Esa locura lo matará sin remedio, si no lo hace antes el Custodio.
— Probablemente, Richard es la persona más cuerda que conozco. No está loco. Lo que hay que hacer es quitarle esa marca.
— Es un hombre marcado en más de un aspecto: posee el don. Lo supe desde el momento en que lo vi. Incluso ahora lo veo en su aura. Sé que va a matarlo, y que apenas le queda tiempo. No sé cuánto le queda, sólo que es poco. No quiero salvarlo del Custodio y que el don lo mate.
Kahlan asintió mientras se limpiaba la nariz con el dorso de la mano.
— Las Hermanas de la Luz afirman que pueden salvarlo. Pero, para ello, Richard debe ponerse un collar. Y él se niega en redondo. Me contó todo lo que le hiciste y por qué jamás se lo pondría. Pero no está loco. Al final comprenderá que es necesario y se lo pondrá. Así es él. Al final verá la verdad.
Denna negó con la cabeza.
— No te ha contado ni una décima parte de lo que le hice sufrir. Ni siquiera puedes imaginarte lo que no te ha contado. Yo sé que está loco. Si él no te lo explica todo, lo haré yo.
— Creo que no te conviene nada hacerlo —le advirtió Kahlan, al notar que se enfurecía de nuevo—. Si él no quiere decírmelo, es mejor que no lo sepa.
— Debes saberlo. Si quieres ayudarlo, debes entenderlo. En algunos aspectos, yo lo entiendo mejor que tú. Yo lo llevé hasta el borde de la locura y lo obligué a saltar al abismo. Lo he visto perdido en un yermo de demencia. Yo lo llevé hasta allí y le impedí salir.
Kahlan la fulminó con la mirada. Se daba cuenta de cómo miraba Denna a Richard y no confiaba en ella.
— Lo amas —le dijo.
— Pero él te ama a ti. Yo usé ese amor para hacerle daño. Lo llevé hasta el borde de la muerte y lo mantuve allí, en el límite de la vida. Hay otras mord-sith capaces de llevar más rápidamente a un hombre al límite, pero no pueden mantenerlo allí. Siempre van un paso demasiado allá, o se precipitan y lo matan antes de infligirle el más exquisito de los sufrimientos: provocarle la más cruel de las locuras. Rahl el Oscuro me eligió porque sabía que tenía talento para mantener a un hombre vivo y torturarlo una vez y otra. Él mismo me enseñó.
»A veces me quedaba sentada durante horas, esperando, pues sabía, que si lo tocaba sólo una vez más con el agiel, lo mataría. Mientras esperaba que se recuperara lo suficiente para seguir atormentándolo, él susurraba tu nombre una y otra vez durante horas, sin siquiera darse cuenta de que lo hacía.
»Tú eras el hilo que lo mantenía vivo, el hilo que me permitía infligirle aún más dolor, empujarlo más hacia la locura y hacia la muerte. Usaba el amor que siente por ti para castigarlo de la peor de las maneras posibles.
»Mientras estaba allí sentada, oyéndole susurrar tu nombre, deseaba que una vez, sólo una, fuese mi nombre el que pronunciara. Pero nunca ocurrió. Lo castigué por ello más que por cualquier otra cosa.
— Por favor, Denna, no quiero oír nada más —le suplicó Kahlan, llorando a mares—. No puedo soportar seguir oyéndote y saber que por mí sufrió mucho más.
— Debes oírlo. Esto no es más que el principio de lo que debes saber para ayudarlo. Debes comprender cómo usé la magia contra él y por qué odia la magia que él mismo posee. Yo lo entiendo, porque las cosas que le hice antes me las hicieron a mí. Rahl el Oscuro me las hizo.
Mientras Kahlan temblaba, con la mirada fija en la nada y casi en estado de trance, Denna fue desgranando todas las torturas a las que había sometido a Richard, cómo había usado el agiel. Kahlan se estremecía a cada descripción de cada tipo de dolor que podía infligir; recordaba demasiado bien el tormento que sintió cuando Richard le demostró cómo se usaba. Así supo que lo que había sentido ella no era más que una caricia comparado con el resto.
Lloró cuando Denna le contó cómo colgaba a Richard encadenado y le tiraba del pelo hacia atrás, obligándolo a estarse totalmente quieto mientras le metía el agiel en la oreja, pues podría causarle daños irreversibles en el cerebro. Y lloró al oír que Richard lo había soportado por el amor que sentía hacia ella. Tembló al oír la terrible descripción de lo que la magia le hizo, de lo que su propia magia le hizo. Era incapaz de mirar a Denna mientras hablaba. No podía mirarla a los ojos. Y eso fue sólo el comienzo.
Mientras Denna iba desgranando un acto atroz tras otro, Kahlan tuvo que apretarse el estómago y taparse la boca con una mano temblorosa para no vomitar. No podía dejar de llorar. Basqueaba apretando los ojos.
Mientras escuchaba, rogaba a los buenos espíritus que Denna no le contara lo único que sabía que no iba a soportar oír.
Pero Denna lo hizo. Le contó lo que una mord-sith le hacía a su compañero y por qué estos no duraban mucho. No le ahorró detalle alguno. Y con Richard se había ensañado como con ninguno otro de sus compañeros.
Lanzando un gemido, Kahlan se arrastró una corta distancia y empezó a vomitar. Apoyándose con una mano y apretándose el abdomen con la otra, lloró y devolvió, vaciando todo el contenido de su estómago sobre la tierra. Las manos de Denna le mantenían el pelo apartado de la cara. Kahlan lo sacó todo, hasta que no le quedó nada dentro.
Sentía un hormigueo donde Denna la tocaba. Deseaba descargar contra ella su poder, pero se hallaba demasiado mareada. Se debatía entre el deseo de consolar a Richard y el impulso de hacer mil pedazos a esa mujer con la magia del Con Dar, la Cólera de Sangre.
Medio jadeando, llorando y basqueando, logró decir:
— Quítame… las manos… de encima. —La mano que le sujetaba el pelo se apartó así como la que le tocaba la espalda. De nuevo, sintió arcadas en el estómago—. ¿Cuántas veces le hiciste eso?
— Las suficientes. Qué más da.
— ¿Cuántas veces? —gritó Kahlan, furiosa, apretando con fuerza los puños.
— Lo siento, Kahlan —contestó Denna con voz suave y calmada—. No lo sé. No llevaba registro alguno. Pero estuvo conmigo mucho tiempo, mucho más que cualquier otro compañero, y se lo hice casi cada noche. A él le hice cosas que no hice a ningún otro, porque ninguno tenía la fuerza de Richard, la fuerza que le daba el amor que siente por ti. Los otros hubieran muerto a la primera, pero él se me resistió mucho. Se lo hice las veces suficientes.
— ¡Suficientes! ¿Suficientes para qué?
— Para hacerlo volver loco, en parte.
— ¡Richard no está loco! ¡No lo está, no lo está!
Denna miró cómo Kahlan temblaba por el dolor y la rabia.
— Kahlan, escúchame. Cualquier otro se hubiera quebrado con lo que le hice. Richard se salvó compartimentando su mente. Puso su esencia a buen recaudo, en un lugar al que yo no pudiera acceder y la magia tampoco. Usó el don para hacer eso. Salvó de la locura la esencia misma de sí mismo. Pero, en los rincones más oscuros de su mente, acecha. Yo usé la magia contra él, para volverlo loco. Richard no podía protegerse de todas las cosas que le hice.
»Te he contado todo lo que le hice para que comprendas la naturaleza de su locura. Tuvo que sacrificar una parte para salvar el resto. Salvarlo para ti. Ojalá yo hubiera podido hacer lo mismo cuando me torturaron.
Kahlan sostuvo una mano de Richard entre las suyas y se la llevó al corazón.
— ¿Cómo pudiste hacerle todo eso? —preguntó, con lágrimas en los ojos—. Oh, mi pobre Richard. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo podías hacer tanto daño a otros?
— Todos tenemos nuestros pequeños toques de locura. Algunos más que otros. Mi vida fue un pozo oscuro.
— Siendo así, ¿cómo pudiste? ¿Cómo tuviste el valor, sabiendo exactamente qué se sentía?
Denna se quedó mirándola.
— Tú también has hecho cosas terribles. Has usado tu poder para hacer daño a otros.
— ¡Pero eran personas culpables de cometer crímenes horribles!
— ¿Todos ellos? ¿Sin excepción?
Kahlan se quedó sin palabras al recordar que había usado su poder contra Brophy.
— No —susurró al fin—. Pero lo hice porque era mi obligación. No quería, pero tuve que hacerlo. Es mi trabajo. Soy una Confesora.
— ¿Y lo que hiciste a Demmin Nass?
Las palabras de Denna se le clavaron en la conciencia. El recuerdo, el dulce recuerdo de cómo había castrado a esa bestia inundó su mente. Kahlan se dejó caer con un gemido.
— Oh, que los espíritus me ayuden; no soy mejor que tú.
— Todos hacemos lo que debemos hacer, sea por las razones que sea. —Los resplandecientes y diáfanos dedos de Denna le alzaron el mentón—. No te estoy diciendo esto para hacerte daño, Kahlan. Créeme, yo sufro más que tú. Te lo digo porque quiero salvar a Richard, quiero impedir que muera antes de que le llegue la hora. Sólo él puede evitar que el Custodio escape.
Kahlan apretó con más fuerza la mano de Richard contra su pecho y sollozó:
— Lo siento, Denna… pero soy incapaz de perdonarte. Sé que Richard te ha perdonado… pero yo no puedo. Te odio, Denna.
— No espero que me perdones. Sólo deseo que comprendas la verdad de lo que te estoy diciendo: que Richard sufre un tipo de locura.
— ¿Por qué? ¿De qué servirá?
— Para que comprendas qué debes hacer. Llevar un collar es la piedra de toque de esa locura; simboliza todo lo que le hice. En su mente, la magia es locura, tortura y, por lo tanto, ese collar es locura, tortura. Demencia.
»La idea de volver a llevar un collar alrededor del cuello despierta la locura que anida en los rincones más oscuros de su ser, saca a la luz sus miedos más profundos. No exagera cuando afirma que prefiere morir antes que ponerse de nuevo un collar al cuello. No lo hará para salvarse. Pero, si no lo hace, morirá. Sólo hay una cosa en el mundo que podría inducirlo a hacerlo.
Kahlan levantó bruscamente la cabeza y abrió mucho los ojos.
— Quieres que yo le pida que se lo ponga. —Kahlan sentía pavor sólo de pensarlo—. ¿Me pides que haga eso? ¿Después de todo lo que me has contado?
— Sí. Lo hará, si tú se lo pides. Ésa es la única razón. Ninguna otra.
El fláccido brazo sin vida de Richard se escapó de las temblorosas manos de Kahlan. Ésta se tapó la boca con los dedos. Denna tenía razón. Ahora que sabía por lo que había pasado, se daba cuenta de que Denna tenía toda la razón.
Ahora sabía qué había visto reflejado en los ojos de Richard cuando miraba el collar que las Hermanas le ofrecían. Locura. Richard nunca se pondría un collar al cuello por voluntad propia. Jamás. Ahora lo sabía sin ningún género de dudas. Una pequeña exclamación se le escapó de la garganta.
— Si lo obligo a que se ponga el collar, creerá que lo he traicionado. En su locura, creerá que quiero hacerle daño. Me odiará. —De nuevo, el dolor brotó en su interior y no pudo reprimir las lágrimas.
— Lo siento, Kahlan. —La voz de Denna era un suave susurro—. Es muy posible. No podemos estar seguras, pero es muy probable que él lo interprete como dices. No sé hasta qué punto la locura se adueñará de él cuando le digas que debe ponerse el collar. Pero Richard te quiere más que a la vida misma y si tú se lo dices, se lo pondrá.
— Denna, no sé si seré capaz de hacerle algo así. No después de todo lo que me has contado.
— Debes hacerlo o morirá. Si lo amas lo suficiente, debes hacerlo. Tu amor por él debe ser lo bastante fuerte para obligarlo a ponerse el collar, sabiendo el dolor que vas a causarle. Tendrás que comportarte como yo lo haría; asustarlo para obligarlo a obedecer. Es posible que debas hacer aflorar toda su locura, hacer que piense como cuando estaba conmigo, cuando hubiera hecho cualquier cosa que yo le pidiera.
»Es posible que pierdas su amor, y que te odie para siempre. Pero, si de verdad lo amas, te darás cuenta de que tú eres la única que puede ayudarlo; la única capaz de salvarlo.
Kahlan buscaba con desesperación otra vía de escape.
— Pero por la mañana partiremos para reunirnos con Zedd, un mago, que seguramente podrá ayudarlo a controlar el don. Richard cree que Zedd sabrá qué hacer; que podrá ayudarlo.
— Tal vez. Lo siento, Kahlan, no tengo la respuesta. Es posible que funcione, o que no. Pero lo que sé con certeza es que las Hermanas de la Luz tienen el poder de salvarlo. Si regresan, y Richard las rechaza por tercera vez, perderá para siempre la oportunidad de que lo ayuden. Y, si después resulta que ese mago es incapaz de ayudarlo, Richard morirá. Le queda poco tiempo; unos días como mucho.
»¿Comprendes lo que eso significa, Kahlan? No sólo morirá, sino que estará al alcance del Custodio. Richard es el único que puede cerrar el velo y salvar a todos los vivos.
— ¿Cómo? ¿Sabes cómo puede cerrarlo?
— Lo siento, no. Sólo sé que, para acabar de romperlo, debe hacerse desde este lado. Por esta razón, el Custodio dispone de agentes en el mundo de los vivos. Por eso Rahl el Oscuro vino hasta aquí. De algún modo, Richard es el único que puede detenerlos y el único con el poder para reparar el velo.
»Si rechaza a las Hermanas, y ese mago no puede ayudarlo, morirá pronto, y entonces será como si esta marca lo hubiera puesto en las manos del Custodio. Si puede reunirse con el mago antes de rechazar a las Hermanas por tercera vez, es posible que descubra el modo de salvarse sin ellas… sin el collar. Pero, si las Hermanas regresan antes de que se reúna con Zedd, debes prometerme que harás lo que sea necesario para salvarlo.
— Hay tiempo. Las Hermanas no regresarán hasta dentro al menos de unos días. Tenemos tiempo de llegar hasta Zedd. ¡Tenemos tiempo!
— Espero que tengas razón, de veras que lo espero. Aunque no me creas, quisiera que Richard no tuviera que llevar nunca más un collar ni enfrentarse nunca más a esa locura. Pero, si no llegáis antes donde está Zedd, debes prometerme que no le permitirás que desaproveche la oportunidad de seguir vivo que le brindan las Hermanas.
Las lágrimas fluían a borbotones de los ardientes ojos de Kahlan. Richard la odiaría si lo obligaba a ponerse el collar, sabía que la odiaría. Creería que lo había traicionado.
— ¿Y la marca? Aún lleva la marca del Custodio.
Denna la contempló largo rato. Cuando habló, lo hizo en un tono tan bajo que apenas resultaba audible.
— Yo cogeré su marca. Yo me pondré en manos del Custodio en lugar de Richard. —Una brillante lágrima le corrió por la mejilla—. Pero sólo lo haré, sólo entregaré mi alma al Custodio, si sé que así le doy una oportunidad.
— ¿Harías eso por él? —susurró Kahlan, incrédula—. ¿Por qué?
— Porque, después de todo lo que hice, se preocupó por mi dolor. En toda mi vida, él fue el único que hizo algo para aliviarlo. Cuando Rahl el Oscuro me dio una paliza, él lloró por mí y me aplicó un ungüento para calmarme el dolor, aunque yo no dejé de torturarlo ni una vez de las que me lo suplicó. Ni una.
»Y, después de todas las cosas que te he contado, me perdonó. Comprendió cuánto había sufrido. Se colgó mi agiel al cuello y me prometió que nunca me olvidaría, que recordaría que había sido más que una mord-sith, que era Denna.
Otra lágrima brilló en la mejilla del espíritu.
— Y porque lo amo. Incluso en la muerte, lo amo. Aunque sé que mi amor nunca será correspondido, lo amo.
Kahlan miró a Richard, tendido de espaldas e inconsciente, indefenso, con la negra marca del Custodio en el pecho por la que se le escapaba la vida. El barro blanco y negro que le cubría todo el cuerpo le daba un aspecto salvaje, pero no lo era; en realidad era la persona más dulce que había conocido en toda su vida. Kahlan se dio cuenta de que haría cualquier cosa por él. Cualquiera.
— Lo haré —musitó—. Te lo prometo. Si no encontramos a Zedd antes de que las Hermanas regresen por tercera vez, lo obligaré a que acepte el collar al precio que sea. Aunque me odie. Incluso aunque me mate por ello.
— Hagamos pues un juramento, entre vivos y muertos, de que haremos cualquier cosa para salvarlo —dijo Denna, extendiendo hacia ella una mano.
Kahlan se quedó mirando la mano que Denna le tendía.
— Aún no te he perdonado. Y no lo haré nunca.
Denna esperó, sin retirar la mano.
— Ya tengo el único perdón que necesito.
Kahlan miró fijamente esa mano, luego extendió la suya y se la estrechó:
— Muy bien, hagamos el juramento de que salvaremos al hombre al que amamos.
— Se le acaba el tiempo. Debe ser ahora. Cuando yo me marche, busca ayuda. Aunque la marca desaparecerá, la herida seguirá abierta, y es muy grave.
Kahlan asintió.
— En la aldea hay una curandera que lo ayudará.
— Gracias por amarlo lo suficiente para ayudarlo, Kahlan —le agradeció Denna, con los ojos llenos de compasión—. Que los buenos espíritus os acompañen. Allí donde yo voy —añadió, con una leve sonrisa de temor—, nunca veré a ninguno de ellos, si no los enviaría para que os ayudaran.
Kahlan le rozó el dorso de la mano y ofreció una silenciosa plegaria para que le diera fuerzas.
Denna le devolvió el gesto acariciándole una mejilla, tras lo cual se arrodilló junto a Richard. Su mano se posó sobre la marca, la cubrió y se disolvió en ella. Richard jadeaba.
El rostro de Denna se retorció de dolor y echó la cabeza hacia atrás al tiempo que lanzaba un penetrante chillido que atravesó a Kahlan.
Luego simplemente desapareció.
Richard gruñó. Kahlan se inclinó sobre él y lo acarició, mientras lloraba.
— ¿Kahlan? —gimió—. Kahlan, ¿que ha ocurrido? Me duele. Me duele tanto…
— Quédate tumbado, amor mío. Todo saldrá bien. Ahora estás a salvo conmigo. Voy a buscar ayuda.
Richard asintió. La mujer corrió hacia la puerta y la abrió. Los ancianos aguardaban sentados en círculo en la oscuridad, justo al otro lado de la puerta. Todos alzaron la mirada, expectantes.
— ¡Socorro! —gritó Kahlan—. ¡Llevadlo junto a Nissel! ¡No hay tiempo para traerla aquí!