Convencí a Wil y a Sim para que me acompañaran al Eolio con la promesa de invitarlos a una copa, el único acto de generosidad que podía permitirme.
Veréis, aunque las interferencias de Ambrose me impidieran conseguir que algún acaudalado noble me financiase, seguía habiendo muchos amantes de la música que me invitaban a más copas de las que yo podía consumir.
Ese problema tenía dos sencillas soluciones. Podía convertirme en un borracho o podía recurrir a un ardid que funciona desde que existen las tabernas y los músicos. Prestad atención mientras descorro las cortinas para revelaros un secreto de bardo celosamente guardado…
Supongamos que estáis en una posada. Me oís tocar. Reís, lloráis, y, en general, admiráis mi maestría. Después queréis demostrarme vuestro agradecimiento, pero no tenéis los medios para regalarme una cantidad sustanciosa de dinero, como harían un comerciante o un noble acaudalados. De modo que me invitáis a una copa.
Yo, sin embargo, ya me he bebido una copa. O varias. O quizá esté intentando mantenerme despejado. ¿Rechazo vuestra oferta? Por supuesto que no. Con eso solo desaprovecharía una valiosa oportunidad y, probablemente, vosotros lo interpretaríais como un desaire.
Así que acepto de buen grado vuestra invitación y le pido al camarero un aguamiel de Greysdale. O un Sounten. O un vino blanco de determinada cosecha.
El nombre de la bebida no es lo que importa. Lo que importa es que esa bebida, en realidad, no existe. El camarero me sirve agua.
Vosotros pagáis la copa, yo os doy las gracias, y todo el mundo se queda contento. Más tarde, el camarero, la taberna y el músico se reparten el dinero.
Todavía existe otra fórmula: los establecimientos más sofisticados te dejan anotar esas copas en una cuenta y consumirlas más tarde. El Eolio era de esa clase de locales.
Eso explica que, pese a mi precaria situación económica, consiguiera llevar una botella entera de scutten a la mesa donde me esperaban Wil y Sim.
Wil miró la botella con apreciación cuando me senté.
– ¿Celebramos algo?
– Kilvin ha aprobado mi lámpara simpática. Estáis ante el oficial artífice más reciente del Arcano -dije con cierta suficiencia. La mayoría de los alumnos tardan como mínimo tres o cuatro bimestres en concluir sus periodos de aprendizaje. No les hablé a mis amigos del pequeño chasco que me había llevado con la lámpara.
– Ya era hora -dijo Wil con frialdad-. ¿Cuánto has tardado? ¿Casi tres meses? La gente empezaba a rumorear que habías perdido facultades.
– Pensaba que os alegraríais más por mí -repuse mientras retiraba la cera de la botella-. Mis días de ladronzuelo podrían estar llegando a su fin.
Sim hizo un ruidito de desdén.
– Aguantas bastante bien -comentó.
– Brindemos por tus éxitos venideros como artífice -dijo Wil, y dio un golpe en la mesa con su copa de vino-. Porque nos proveerán de más copas en el futuro.
– Y además -dije mientras retiraba los últimos restos de cera-, siempre está la posibilidad de que os emborrache lo suficiente para que algún día me dejéis colar en el Archivo cuando estéis trabajando en el mostrador. -Lo dije en un tono calculadamente jovial y miré a Wil para analizar su reacción.
Wil bebió un sorbo despacio, sin mirarme a los ojos.
– No puedo.
La frustración me produjo una desagradable sensación en el estómago. Hice un ademán para dar a entender que no podía creer que Wil se hubiera tomado mi chiste en serio.
– Ya lo sé, hombre…
– Lo he pensado mucho -me interrumpió Wilem-. No te mereces el castigo que te han impuesto, y sé lo mucho que te fastidia. -Bebió un sorbo de vino-. A veces Lorren expulsa temporalmente a algún alumno. Unos días por hablar demasiado alto en la Tumba. Unos ciclos por maltratar un libro. Pero la prohibición definitiva es diferente. Eso no pasaba desde hace muchos años. Lo sabe todo el mundo. Si te viera alguien… -Sacudió la cabeza-. Perdería mi puesto de secretario. Podrían expulsarnos a los dos de la Universidad.
– No te castigues -dije-. El simple hecho de que te lo hayas planteado significa…
– Nos estamos poniendo sensibleros -intervino Sim golpeando la mesa con su copa-. Abre la botella y brindaremos para que Kilvin quede tan impresionado contigo que hable con Lorren y consiga que te levanten la sanción.
Sonreí y empecé a introducir un sacacorchos en el tapón de la botella.
– Tengo otro plan mejor -dije-. Voto por que brindemos por la eterna desventuración y el eterno tribulamiento de un tal Ambrose Anso.
– Creo que en eso estaremos todos de acuerdo -dijo Wil levantando su copa.
– Dios santo -dijo Simmon bajando la voz-, mirad qué ha encontrado Deoch.
– ¿Qué pasa? -pregunté concentrándome en sacar entero el tapón de la botella.
– Ya ha vuelto a hacerse con la mujer más guapa del lugar. -contestó Sim con una hosquedad inusitada-. Hay para odiarlo.
– Mira, Sim, tus gustos en lo relativo a las mujeres son, como mínimo, cuestionables. -El tapón salió produciendo un agradable sonido, y se lo mostré a mis amigos, triunfante. Ni Wil ni Sim me hicieron caso: tenían la mirada clavada en la puerta del local.
Me volví y miré. Esperé un momento.
– Es Denna -dije.
Sim me miró.
– ¿Denna?
Fruncí el ceño.
– Dianne. Denna. Es la chica de la que os hablé. La que cantó conmigo. Cambia mucho de nombre. No sé por qué.
Wilem me lanzó una mirada de incredulidad.
– ¿Esa es tu chica? -me preguntó como si no pudiera creerlo.
– Es la chica de Deoch -lo corrigió Simmon con gentileza.
Desde luego, eso era lo que parecía. El apuesto y musculoso Deoch hablaba con ella con su habitual desparpajo. Denna reía y lo abrazaba con naturalidad. Noté una fuerte opresión en el pecho al verlos juntos.
Entonces Deoch se dio la vuelta y me señaló. Denna miró hacia donde él le indicaba, me vio, y una sonrisa iluminó su rostro. Le devolví automáticamente la sonrisa. Mi corazón empezó a latir de nuevo. Le hice señas para que viniera. Denna le dijo algo a Deoch y empezó a avanzar hacia nuestra mesa.
Di un rápido sorbo de scutten mientras Simmon me miraba con un gesto de asombro que rayaba en la veneración.
Denna llevaba un vestido de color verde oscuro que le dejaba los brazos y los hombros al descubierto. Estaba preciosa y lo sabía. Me sonrió.
Cuando llegó a nuestra mesa, los tres nos levantamos.
– Confiaba en encontrarte aquí -dijo.
Hice una pequeña reverencia.
– Y yo confiaba en que me encontraras. Te presento a dos de mis mejores amigos: Simmon… -Sim sonrió con alegría y se apartó el flequillo de los ojos- y Wilem. -Wilem inclinó la cabeza-. Esta es Dianne.
Denna se sentó en una silla.
– Y ¿qué ha llevado a estos tres jóvenes tan atractivos a salir esta noche?
– Estamos conspirando contra nuestros enemigos -respondió Simmon.
– Y celebrando una cosa -me apresuré a añadir.
Wilem alzó su copa:
– ¡Confusión para el enemigo!
Simmon y yo fuimos a brindar, pero entonces caí en la cuenta de que Denna no tenía copa.
– Lo siento -dije-. ¿Puedo invitarte a algo?
– Confiaba en que me invitaras a cenar -contestó ella-. Pero me sentiría culpable si te hiciera abandonar a tus amigos.
Traté de encontrar una forma diplomática de librarme de Wil y de Sim.
– Estás dando por hecho que nosotros queremos estar con él -se me adelantó Wil-. Si te lo llevas, nos harás un favor.
Denna se inclinó hacia delante mirándolo de hito en hito, y en sus rosados labios se insinuó una sonrisa.
– ¿En serio?
Wilem asintió con gravedad.
– Bebe más de lo que habla.
Denna me miró con gesto burlón.
– ¿Tanto?
– Además -intervino Simmon con inocencia-, si desaprovechara la oportunidad de estar contigo, se pasaría varios días de un humor insoportable. Si lo dejas aquí, no nos servirá para nada.
Me puse colorado y sentí un irreprimible impulso de estrangular a Sim. Denna rió con dulzura.
– En ese caso, creo que será mejor que me lo lleve. -Se levantó con un movimiento como el de una rama de sauce doblándose al viento y me ofreció una mano. Yo se la cogí-. Wilem, Simmon, espero volver a veros pronto.
Mis amigos le dijeron adiós con la mano, y nosotros nos dirigimos hacia la puerta.
– Me caen bien -dijo Denna-. Wilem es como una piedra bajo el agua. Simmon es como un chiquillo chapoteando en un arroyo.
Su descripción me hizo reír.
– Ni yo mismo lo habría expresado mejor. ¿Has dicho algo de una cena?
– Mentía -confesó Denna sin remordimiento-. Pero me encantaría esa copa que me has ofrecido.
– ¿Qué te parece La Espita?
Arrugó la nariz.
– Demasiados ancianos y muy pocos árboles. Hace una noche estupenda para estar al aire libre.
Señalé la puerta.
– Tú delante.
Denna obedeció. Me regodeé con la luz que Denna emanaba y con las miradas de los hombres envidiosos. Cuando salimos del Eolio, hasta Deoch parecía un poco celoso. Pero al pasar a su lado, detecté un extraño destello en sus ojos. ¿Tristeza? ¿Lástima?
No me detuve a identificarlo. Estaba con Denna.
Compramos una hogaza de pan moreno y una botella de vino de fresas de Aven. Luego buscamos un rincón apartado en uno de los muchos jardines públicos que había repartidos por toda Imre. Las primeras hojas secas del otoño danzaban por las calles. Denna se quitó los zapatos y bailó con suaves movimientos entre las sombras, deleitándose con el tacto de la hierba en la planta de los pies.
Nos sentamos en un banco, bajo un gran sauce; luego encontramos un sitio más cómodo, en el suelo, junto al tronco del árbol. El pan era oscuro y compacto, y la tarea de partirlo ofrecía distracción a nuestras manos. El vino era dulce y ligero, y después de que Denna besara la botella, le dejó los labios húmedos durante una hora.
Se percibía la desesperación de la última noche templada del verano. Hablamos de todo y de nada, y la proximidad de Denna, su forma de moverse, el sonido de su voz rozando la atmósfera otoñal apenas me dejaban respirar.
– Hace un momento tenías la mirada extraviada -dijo-. ¿En qué pensabas?
Me encogí de hombros para ganar tiempo. No podía decirle la verdad. Sabía que todos los hombres debían de piropearla, de cubrirla de halagos más empalagosos que las rosas. Tomé un camino más sutil:
– Una vez, uno de los maestros de la Universidad me dijo que había siete palabras que hacían que una mujer te amara. -Sacudí los hombros fingiendo indiferencia-. Estaba preguntándome cuáles serían esas siete palabras.
– ¿Por eso hablas y hablas sin parar? ¿Confías en dar con ellas por casualidad?
Abrí la boca para responder. Entonces, al ver sus chispeantes ojos, apreté los labios e intenté disimular mi rubor y mi bochorno. Denna me puso una mano en el brazo.
– No te calles por mí culpa, Kvothe -dijo con dulzura-. Echaría de menos el sonido de tu voz.
Bebió un sorbo de vino.
– Además, no hace falta que pienses mucho. Las dijiste la primera vez que nos vimos. Dijiste: «Me preguntaba qué podrías estar haciendo aquí». -Hizo un gesto displicente-. Desde ese momento fui tuya.
Mi mente me llevó hasta nuestro primer encuentro en la caravana de Roent. Me quedé atónito.
– Creía que no te acordabas.
Denna, que estaba partiendo un trozo de pan, se quedó quieta y me miró con extrañeza.
– Que no me acordaba, ¿de qué?
– Que no te acordabas de mí. Que no te acordabas de nuestro encuentro en la caravana de Roent.
– Pero bueno -dijo-, ¿cómo iba a olvidar al chiquillo pelirrojo que me dejó para ir a la Universidad?
Me quedé demasiado atónito para aclarar que yo no la había dejado. En realidad, no.
– Nunca habías vuelto a mencionarlo.
– Tú tampoco -replicó ella-. Quizá pensara que te habías olvidado de mí.
– ¿Olvidarme de ti? ¿Cómo iba a olvidarme de ti?
Al oír eso sonrió, pero agachó la cabeza y se miró las manos.
– Te sorprenderían las cosas que olvidan los hombres -dijo; luego, en un tono más ligero, añadió-: Bueno, quizá no. Estoy segura de que tú también has olvidado cosas, porque eres un hombre.
– Recuerdo tu nombre, Denna. -Me sentí bien al decírselo-. ¿Por qué te lo cambiaste? ¿O era Denna el nombre que utilizabas cuando ibas por el camino hacia Anilin?
– Denna -dijo ella en voz baja-. Casi la había olvidado. Era una niña muy tonta.
– Era como una flor que se abre.
– Parece que haga una eternidad que dejé de ser Denna. -Se frotó los brazos desnudos y miró alrededor, como si de pronto la inquietara que alguien pudiese encontrarnos allí.
– Entonces, ¿quieres que te llame Dianne? ¿Lo prefieres?
El viento agitó las ramas del sauce cuando Denna ladeó la cabeza y me miró. Su cabello imitó el movimiento de los árboies.
– Eres muy bueno. Creo que prefiero que me llames Denna. Cuando tú lo dices suena diferente. Dulce.
– Entonces no se hable más. Te llamaré Denna -dije con decisión-. Por cierto, ¿qué pasó en Anilin?
Una hoja cayó flotando y se posó en su cabello. Denna se la quitó distraídamente.
– Nada bueno -contestó esquivando mi mirada-. Pero tampoco nada inesperado.
Alargué una mano y Denna me dio la hogaza de pan.
– En fin, me alegro de que volvieras -dije-. Mi Aloine.
Hizo un ruidito impropio de una dama.
– Por favor, si alguno de nosotros dos es Savien, soy yo. Yo fui la que vino a buscarte -aclaró-. Dos veces.
– Yo también te he buscado -protesté-. Lo que pasa es que, por lo visto, no se me da bien encontrarte. -Denna puso los ojos en blanco-. Si pudieras recomendarme un momento y un lugar propicios para buscarte, sería muy diferente… -Dejé la frase en el aire, convirtiéndola en una pregunta-. ¿Quizá mañana?
Denna me miró de reojo, sonriente.
– Eres siempre tan prudente… -dijo-. Nunca he conocido a ningún hombre que avance con tanto cuidado. -Me miró a los ojos, como si lo que acababa de decir fuera un acertijo que tuviera solución-. Creo que mañana a mediodía será un momento propicio. En el Eolio.
Sentí una oleada de calor al pensar que volveríamos a vernos.
– «Me preguntaba qué podrías estar haciendo aquí» -dije en voz alta, recordando aquella conversación que habíamos mantenido hacía una eternidad-. Después me llamaste mentiroso.
Denna se inclinó hacia delante y me tocó la mano con gesto consolador. Olía a fresas, y sus labios eran de un rojo peligroso incluso a la luz de la luna.
– ¿Ves qué bien te conocía, ya entonces?
Pasamos horas hablando, hasta muy entrada la noche. Yo hablaba dando sutiles rodeos sobre cómo me sentía, porque no quería pasarme de atrevido. Me parecía que ella hacía lo mismo, pero no estaba seguro. Era como si realizáramos una de esas complicadas danzas cortesanas modeganas en que las parejas se sitúan a escasos centímetros uno de otro, pero (si son buenos bailarines) sin llegar a tocarse.
Así llevábamos la conversación. Pero no solo nos faltaba el tacto para guiarnos: también parecíamos sordos. De modo que danzábamos con mucho cuidado, sin saber exactamente qué música escuchaba el otro, sin saber siquiera si el otro estaba bailando.
Deoch montaba guardia en la puerta, como siempre. Al verme, me saludó con la mano.
– ¡Maese Kvothe! Me temo que tus amigos ya se han marchado.
– Me lo imaginaba. ¿Hace mucho que se han ido?
– No, hace solo una hora. -Levantó los brazos por encima de la cabeza e hizo una mueca. Luego los dejó caer a los lados del cuerpo y dio un hondo suspiro.
– ¿Estaban enfadados porque los he dejado plantados?
Deoch sonrió.
– No mucho. Se han encontrado con un par de beldades. No tan bellas como la tuya, desde luego. -Se quedó un momento turbado, y luego habló despacio, como si eligiera las palabras con mucho cuidado-: Mira, Kvothe… Ya sé que no soy nadie para decirte esto, y espero que no te lo tomes mal. -Miró alrededor y de pronto escupió-. Maldita sea. No se me dan nada bien estas cosas.
Volvió a mirarme e hizo un ademán impreciso.
– Mira, las mujeres son como el fuego, como las llamas. Algunas son como velas, luminosas e inofensivas. Algunas son como chispas, o como brasas, o como las luciérnagas que perseguimos las noches de verano. Algunas son como hogueras, un derroche de luz y de calor para una sola noche, y quieren que después las dejen en paz. Algunas son como el fuego de la chimenea: no muy espectaculares, pero por debajo tienen cálidas y rojas brasas que arden mucho tiempo.
»Pero Dianne… Dianne es como una cascada de chispas que sale de un afilado cuchillo de hierro que Dios acerca a la piedra de afilar. No puedes evitar mirar, no puedes evitar desearla. Hasta es posible que acerques una mano durante un segundo. Pero no puedes dejarla allí. Te partirá el corazón…
La velada estaba demasiado reciente en mi memoria para que yo prestara mucha atención a las advertencias de Deoch. Sonreí.
– Deoch, mi corazón es más duro que el cristal. Cuando ella lo golpee, comprobará que es fuerte como el latón al hierro, o como una mezcla de oro y adamante. No creas que no soy consciente, que soy como un ciervo asustado que se queda paralizado al oír las cornetas de los cazadores. Es ella quien debería andarse con cuidado, porque cuando lo golpee, mi corazón producirá un sonido tan hermoso y tan claro que la hará venir hacia mí volando.
Mis palabras sorprendieron a Deoch, que rió.
– Dios mío, qué valiente eres. -Sacudió la cabeza-. Y qué joven. Me gustaría ser tan valiente y tan joven como tú. -Sin dejar de sonreír, se volvió para entrar en el Eolio-. Buenas noches.
– Buenas noches.
¿Que a Deoch le gustaría parecerse más a mí? Nunca me habían hecho un cumplido tan elogioso.
Pero lo mejor era que mis días de infructuosa búsqueda habían terminado. Había quedado con Denna al día siguiente, a mediodía, en el Eolio para «comer, hablar y pasear», como ella misma había dicho. Esa perspectiva me llenaba de alegría y de emoción.
Qué joven era. Qué desatinado. Qué sabio.