Cronista no bajó por la escalera a la taberna de la posada Roca de Guía hasta el día siguiente por la noche. Pálido y vacilante, llevaba su cartera de cuero debajo de un brazo.
Encontró a Kote sentado detrás de la barra, hojeando un libro.
– ¡Hombre, nuestro invitado involuntario! ¿Qué tal va la cabeza?
Cronista levantó una mano y se tocó la nuca.
– Me duele un poco si la giro demasiado deprisa. Pero todavía funciona.
– Me alegro de oírlo -dijo Kote.
– ¿Es esto…? -Cronista miró alrededor, titubeante-. ¿Estamos en Newarre?
Kote asintió.
– De hecho estás en el centro mismo de Newarre. -Hizo un ademán teatral-. Una próspera metrópolis. Densamente poblada.
Cronista miró con fijeza al pelirrojo que estaba detrás de la barra. Se apoyó en una mesa para sostenerse.
– Por el chamuscado cuerpo de Dios -dijo con un hilo de voz-. Eres tú, ¿verdad?
El posadero puso cara de desconcierto.
– ¿Cómo dices?
– Ya sé que lo negarás -dijo Cronista-. Pero lo que vi anoche…
El posadero levantó una mano para hacerlo callar.
– Antes de discutir la posibilidad de que ese golpe en la cabeza te haya trastornado, dime, ¿qué hacías en el camino de Tinué?
– ¿Qué? -replicó Cronista, irritado-. Yo no iba a Tinué. Iba… Bueno, los caminos están muy difíciles, sin contar lo de anoche. Me robaron cerca del vado de Abbott y tuve que continuar a pie. Pero valió la pena, ya que estás aquí. -El escribano vio la espada colgada sobre la barra, dio un grito ahogado y adoptó una expresión de vago nerviosismo-. No he venido aquí con ánimo de crear problemas, te lo aseguro. No he venido por el precio que le han puesto a tu cabeza. -Compuso una débil sonrisa-. Como es lógico, yo no podría causarte problemas…
– Estupendo -le cortó el posadero al mismo tiempo que cogía un paño de hilo blanco y empezaba a limpiar la barra-. Y ¿quién eres?
– Puedes llamarme Cronista.
– No te he preguntado cómo puedo llamarte -repuso Kote-. ¿Cómo te llamas?
– De van. Devan Lochees.
Kote dejó de pasar el paño por la barra y levantó la cabeza.
– ¿Lochees? ¿Eres pariente del duque…? -Kote asintió antes de haber terminado la frase-. Sí, claro que eres pariente suyo. No eres un cronista, sino el Cronista. -Miró de arriba abajo al escribano, un hombre con calva incipiente-. ¿Qué te parece? El de-senmascarador de patrañas en persona.
Cronista se relajó un tanto; era evidente que le complacía comprobar que su reputación lo precedía.
– Antes no pretendía ponerte las cosas difíciles. Hace años que no pienso en mí como Devan. Dejé atrás ese nombre hace mucho tiempo. -Miró al posadero con complicidad-. Supongo que tú también sabrás algo de eso…
Kote ignoró la pregunta que el escribano no había llegado a formular.
– Leí tu libro hace años. Los ritos nupciales del draccus común. Una obra reveladora para un joven con la cabeza llena de historias. -Miró hacia abajo y siguió pasando el paño blanco por la madera veteada de la barra-. He de admitir que me decepcionó saber que los dragones no existían. Esa es una dura lección para cualquier niño.
Cronista sonrió.
– Yo también me desilusioné un poco, la verdad. Fui a buscar una leyenda y encontré un lagarto. Un lagarto fascinante, pero lagarto al fin y al cabo.
– Y ahora estás aquí -dijo Kote-. ¿Has venido a demostrar que no existo?
Cronista soltó una risa nerviosa.
– No. Verás, oímos un rumor…
– ¿Oímos? -le interrumpió Kote.
– Viajaba con un viejo amigo tuyo, Skarpi.
– Se ha hecho cargo de ti, ¿no? -dijo Kote para sí-. ¿Qué te parece? El aprendiz de Skarpi.
– Un colega, más bien.
Kote asintió, pero su expresión seguía sin revelar nada.
– Debí imaginar que él sería el primero en encontrarme. Sois los dos unos propagadores de rumores.
La sonrisa de Cronista se convirtió en una mueca de amargura. El escribano se tragó las primeras palabras que acudieron a sus labios y se esforzó por recuperar una actitud serena.
– Y ¿en qué puedo ayudarte? -Kote dejó el trapo y compuso su mejor sonrisa de posadero-. ¿Te apetece beber o comer algo? ¿Necesitas una habitación para pasar la noche?
Cronista vaciló.
– Tengo de todo. -Kote hizo un amplio gesto con el brazo, señalando, una a una, las botellas que había detrás de la barra-. ¿Jerez, mosto, vino tinto? ¿Aguamiel? ¿Cerveza negra? ¡Licor dulce de fruta! ¿De mora? ¿De ciruela? ¿De manzana? ¿De cereza? Sin duda algo habrá que te apetezca. -Mientras hablaba, su sonrisa iba ensanchándose, mostrando demasiados dientes para ser la sonrisa de un afable posadero. Al mismo tiempo, sus ojos denotaban frialdad, dureza y enfado.
Cronista bajó la mirada.
– Pensé que…
– ¿Pensaste? -dijo Kote con desdén, y dejó de fingir que sonreía-. Lo dudo mucho. Porque si lo hubieras hecho, habrías pensado -dijo arrancando esa palabra de un mordisco- en el peligro en que me ponías viniendo aquí.
Cronista se ruborizó.
– Me habían dicho que Kvothe no le tenía miedo a nada -dijo, muy acalorado.
El posadero se encogió de hombros.
– Solo los sacerdotes y los locos no le tienen miedo a nada, y yo nunca me he llevado muy bien con Dios.
Cronista frunció el ceño, consciente de que le estaban tendiendo una trampa.
– Mira -dijo con calma-, tuve muchísimo cuidado. Solo Skarpi conoce mi intención de venir aquí. No le hablé de ti a nadie. De hecho, ni siquiera confiaba en encontrarte.
– Imagínate qué alivio -dijo Kote con sarcasmo.
Cronista prosiguió, claramente desalentado:
– Seré el primero en admitir que venir aquí quizá haya sido un error. -Hizo una pausa, dándole a Kote la oportunidad de contradecirlo. Pero Kote no lo hizo. Cronista dio un pequeño y contenido suspiro y añadió-: Pero lo hecho, hecho está. ¿Ni siquiera te has planteado…?
Kote negó con la cabeza.
– Fue hace mucho tiempo…
– Menos de dos años -objetó Cronista.
– … y ya no soy el que era -continuó Kote sin detenerse.
– Y ¿quién eras, exactamente?
– Kvothe -contestó el posadero, negándose a dejarse arrastrar a dar más explicaciones-. Ahora soy Kote. Regento esta posada. Eso significa que una cerveza cuesta tres ardites y que una habitación individual se paga con cobre. -Empezó a limpiar la barra de nuevo, pasando el paño con ímpetu-. Como bien dices, «lo hecho, hecho está». Las historias ya se ocuparán de sí mismas.
– Pero…
Kote levantó la cabeza, y Cronista vio más allá de la ira que destellaba en la superficie de sus ojos. Por un instante distinguió dolor debajo, un dolor crudo y sangrante, como una herida demasiado profunda para cicatrizar. Entonces Kote desvió la mirada, y solo quedó la ira.
– ¿Qué serías capaz de ofrecerme que valga el precio de mis recuerdos?
– Todos creen que estás muerto.
– No lo entiendes, ¿verdad? -Kote sacudió la cabeza, entre divertido y exasperado-. De eso se trata. Cuando estás muerto, nadie te busca. Los viejos enemigos no intentan ajustar cuentas contigo. La gente no te busca para que le narres historias -concluyó con mordacidad.
Cronista no se rendía.
– Según otros, eres un mito.
– Sí, soy un mito -afirmó Kote con soltura, haciendo un gesto extravagante-. Un mito muy especial que se crea a sí mismo. Las mejores mentiras sobre mí son las que yo mismo he contado.
– Dicen que nunca has existido -le corrigió Cronista con delicadeza.
Kote se encogió de hombros, y su sonrisa se apagó un poco.
Cronista, al detectar un atisbo de debilidad, continuó:
– Algunas historias te retratan como poco más que un asesino sorprendido in fraganti.
– También soy eso. -Kote se dio la vuelta y se puso a limpiar el mostrador de detrás de la barra. Volvió a encogerse de hombros, pero sin tanta indiferencia-. He matado a hombres y a seres que eran más que hombres. Y todos se lo habían ganado.
Cronista sacudió lentamente la cabeza.
– Las historias te llaman «asesino», no «héroe». Kvothe el Arcano y Kvothe el Asesino de Reyes son dos personajes muy diferentes.
Kote dejó de limpiar el mostrador y se volvió hacia el escribano. Asintió sin levantar la cabeza.
– Algunos incluso dicen que hay un nuevo Chandrian. Un nuevo terror en la noche. Tiene el pelo tan rojo como la sangre que derrama.
– Las personas que importan saben ver la diferencia -replicó Kote como si intentara convencerse a sí mismo, pero lo dijo sin convicción, con una voz cansada que denotaba desaliento.
Cronista dio una breve risotada.
– Claro. De momento. Pero tú, más que nadie, tendrías que darte cuenta de lo delgada que es la línea que separa la verdad de una mentira convincente. La línea que separa la historia de un relato entretenido. -Cronista hizo una pausa para que su interlocutor asimilara sus palabras-. Sabes cuál de las dos cosas ganará con el tiempo.
Kote se quedó de cara a la pared de detrás de la barra, con las manos apoyadas en el mostrador. Tenía la cabeza un poco agachada, como si soportara una pesada carga. No dijo nada.
Cronista, intuyendo la victoria, decidió ir un poco más allá.
– Dicen que hubo una mujer…
– ¿Qué saben ellos? -dijo Kote con una voz cortante como una sierra-. ¿Qué saben ellos de lo que pasó? -Hablaba en voz tan baja que Cronista tuvo que contener la respiración para oírlo.
– Dicen que esa mujer… -De pronto, las palabras de Cronista se atascaron en su garganta reseca, y se produjo un silencio artificial en la habitación. Kote estaba de espaldas, inmóvil, y apretaba la mandíbula. Su mano derecha, envuelta en un trapo blanco y limpio, se cerró lentamente formando un puño.
A unos dos palmos de distancia se rompió una botella. El olor a fresas llenó la taberna junto con el sonido de cristales rotos. Fue un ruido pequeño dentro de una quietud enorme, pero fue suficiente. Suficiente para romper el silencio en pequeñas y afiladas esquirlas. Cronista se quedó helado al comprender, de pronto, lo peligroso que era el juego al que estaba jugando. «De modo que esa es la diferencia entre contar una historia y estar dentro de una historia -pensó como atontado-: el miedo.»
Kote se dio la vuelta.
– ¿Qué saben ellos de esa mujer? -preguntó en voz baja. Al ver la cara de Kote, a Cronista se le cortó la respiración. La expresión plácida del posadero era como una máscara destrozada. El semblante que había debajo de esa máscara reflejaba una profunda angustia; sus ojos estaban en este mundo y en otro, recordando.
Cronista pensó, sin proponérselo, en una historia que había oído. Una de tantas. Era el relato de cómo Kvothe había perseguido el deseo de su corazón. Tuvo que engañar a un demonio para conseguirlo. Pero una vez conseguido, tuvo que pelear con un ángel para conservarlo. «Es cierto -pensó Cronista-. Antes solo era una historia, pero ahora puedo creer en ella. Esta es la cara de un hombre que ha matado a un ángel.»
– ¿Qué van a saber ellos de mí? -preguntó Kote con una ira sorda en la voz-. ¿Qué van a saber de nada de todo esto? -Hizo un breve pero enérgico ademán que parecía abarcarlo todo: la botella rota, la barra, el mundo entero.
Cronista tragó saliva para aliviar la garganta reseca.
– Solo lo que les cuentan.
Tip, tip-tip, tip. El goteo del licor de la botella rota empezó a marcar una cadencia irregular en el suelo.
– ¡Ahhh! -Kote dio un largo resoplido. Tip-tip, tip, tip-. Muy listo. Utilizarías mi mejor truco contra mí. Tomarías mi relato como rehén.
– Contaría la verdad.
– Solo la verdad podría romperme. ¿Qué hay más duro que la verdad? -Sus labios dibujaron una sonrisa burlona y forzada. Durante unos instantes, solo el débil golpeteo de las gotas contra el suelo mantuvo el silencio a raya.
Entonces Kote salió por la puerta que había detrás de la barra. Cronista se quedó plantado, incómodo, en la habitación vacía, sin saber si lo habían echado de allí o no.
Unos minutos más tarde, Kote regresó con un cubo de agua jabonosa. Sin mirar a Cronista, empezó a lavar sus botellas con parsimonia. Una a una, Kote les limpió la base, que se había manchado de licor de fresas, y fue poniéndolas en la barra, entre Cronista y él, como si ellas pudieran defenderlo.
– De modo que saliste en busca de un mito y encontraste a un hombre -dijo con voz monótona, sin levantar la cabeza-. Has oído las historias y ahora quieres los hechos reales.
Cronista, muy aliviado, dejó su cartera en una de las mesas, sorprendido por el ligero temblor de sus manos.
– Oímos hablar de ti no hace mucho. Solo era un vago rumor. La verdad es que yo no esperaba… -Hizo una pausa; de pronto se sentía turbado-. Creía que serías mayor.
– Lo soy -replicó Kote. Cronista lo miró, desconcertado, pero antes de que pudiera decir nada más, el posadero continuó-: ¿Qué te trae a este miserable rincón del mundo?
– Una cita con el conde de Baedn-Bryt -contestó Cronista con cierto orgullo-. Dentro de tres días, en Treya.
El posadero se quedó quieto, con una botella en la mano.
– ¿Pretendes llegar a la mansión del conde en cuatro días? -preguntó.
– Me he retrasado -admitió Cronista-. Me robaron el caballo cerca del vado de Abbott. -Miró por la ventana y contempló el cielo, cada vez más oscuro-. Pero estoy dispuesto a perder unas horas de sueño. Me marcharé por la mañana y te dejaré tranquilo.
– Bueno, no querría que por mi culpa dejaras de dormir -dijo Kote con sarcasmo, y su mirada volvió a endurecerse-. Puedo resumirlo todo en una frase. -Carraspeó-. «Viajé, amé, perdí, confié y me traicionaron.» Escríbelo y haz con ello lo que quieras.
– No te lo tomes así -se apresuró a decir Cronista-. Si quieres, podemos dedicarle toda la noche. Y también unas horas de la mañana.
– Qué gracia -le espetó Kote-. ¿Pretendes que te cuente mi historia en una noche? ¿Sin tiempo para serenarme? ¿Sin tiempo para prepararme? -Sus labios dibujaron una fina línea-. No. Ve a coquetear con tu conde. No quiero saber nada.
– Si estás seguro de que necesitarás… -dijo Cronista atropelladamente.
– Sí. -Kote dejó una botella en la barra con un fuerte golpa-zo-. Creo estar seguro de que necesitaré más tiempo que el que tú me ofreces. Y esta noche no voy a darte ni un minuto. Una historia de verdad lleva tiempo prepararla.
Cronista frunció el ceño, nervioso, y se pasó las manos por el pelo.
– Podría dedicar todo el día de mañana a registrar tu historia… -Se interrumpió al ver que Kote sacudía la cabeza. Tras una pausa, volvió a empezar, casi como si hablara solo-: Si consigo un caballo en Baedn, puedo dedicarte todo el día mañana, gran parte de la noche y una parte del día siguiente. -Se frotó la frente-. Odio cabalgar de noche, pero…
– Necesitaré tres días -dijo Kote-. Estoy completamente seguro.
Cronista palideció.
– Pero el conde…
Kote hizo un ademán de desdén.
– Nadie necesita tres días -dijo Cronista con firmeza-. He entrevistado a Oren Velciter. A Oren Velciter, nada menos. Tiene ochenta años, pero es como si hubiera vivido doscientos. Quinientos, si contamos las mentiras. Él fue a buscarme -añadió con un énfasis particular-. Solo tardó dos días.
– Esta es mi oferta -se limitó a replicar el posadero-. O lo hago bien, o no lo hago.
– ¡Espera! -De pronto, el rostro de Cronista se iluminó-. Ya lo había pensado -dijo sacudiendo la cabeza, avergonzado de su propio descuido-. Iré a visitar al conde y volveré aquí. Entonces podrás tomarte todo el tiempo que quieras. Hasta podría traer a Skarpi.
Kote miró a Cronista con profundo desprecio.
– ¿Qué te hace pensar que seguiré aquí cuando regreses? -preguntó, incrédulo-. Y además, ¿qué te hace pensar que tienes la libertad de salir de aquí cuando se te antoje, sabiendo lo que sabes?
Cronista se quedó muy quieto.
– ¿Me estás…? -Tragó saliva y empezó otra vez-. ¿Me estás diciendo que…?
– Tardaré tres días en contarte la historia -lo interrumpió Kote-. Empezaré mañana. Eso es lo que te estoy diciendo.
Cronista cerró los ojos y se pasó una mano por la cara. El conde se pondría furioso, por supuesto. A saber lo que le costaría a Cronista volver a ganarse su simpatía. Sin embargo…
– Si es la única manera, acepto.
– Me alegro. -El posadero se relajó y esbozó una sonrisa-. Pero dime, ¿de verdad es tan inusual lo de los tres días?
Cronista volvió a aparentar seriedad.
– Sí, tres días es bastante raro. Pero… -Su tono de voz ya no denotaba tanta altanería-. Pero… -hizo un gesto para expresar lo inservibles que eran las palabras- eres Kvothe.
El hombre que se hacía llamar Kote levantó la cabeza detrás de sus botellas. Sus carnosos labios compusieron una sonrisa picara. Le chispeaban los ojos. Parecía más alto.
– Sí, supongo que sí -dijo Kvothe con una voz de hierro.