44 El cristal ardiente

La Factoría era donde se hacían la mayoría de los trabajos manuales de la Universidad. En el edificio había talleres de sopladores de vidrio, de carpinteros, alfareros y cristaleros. También había una forja y una fundición que habrían sido la envidia de cualquier metalúrgico.

El taller de Kilvin se encontraba en la Artefactoría, comúnmente llamada la Factoría. Era tan grande como un granero, y albergaba como mínimo dos docenas de mesas de trabajo de madera gruesa, todas ellas cubiertas de innumerables e indescriptibles herramientas y proyectos en ejecución. El taller era el corazón de la Factoría, y Kilvin era el corazón del taller.

Cuando llegué, Kilvin estaba doblando una barra retorcida de hierro para darle forma más deseable. Al verme, dejó la barra firmemente sujeta con unas abrazaderas a la mesa y fue a recibirme, limpiándose las manos en la camisa.

Me miró con ojo crítico.

– ¿Te encuentras bien, E'lir Kvothe?

Yo había estado paseando y había buscado un poco de corteza de sauce para mascar. Todavía me dolía y picaba la espalda, pero el dolor era soportable.

– Sí, maestro Kilvin.

El maestro asintió.

– Estupendo. Los jóvenes de tu edad no deben preocuparse por esas nimiedades. Pronto volverás a estar fuerte como una roca.

Estaba pensando una respuesta educada cuando me llamó la atención algo que había sobre nuestras cabezas.

Kilvin siguió la dirección de mi mirada. Al ver lo que yo estaba mirando, una sonrisa iluminó su enorme y barbuda cara.

– ¡Ah! -dijo con orgullo paternal-. ¡Mis pequeñas!

Había medio centenar de esferas de cristal colgadas con cadenas de las altas vigas del taller. Eran de diferentes tamaños, aunque ninguna superaba el de la cabeza de un hombre.

Y ardían.

Al ver mi expresión, Kilvin me hizo una seña.

– Ven. -Me guió hasta una angosta escalera de hierro forjado.

Una vez arriba, pasamos por una serie de estrechas pasarelas de hierro, a ocho metros del suelo, que serpenteaban entre las gruesas vigas que sostenían el tejado. Tras recorrer el laberinto de madera y hierro, llegamos a la hilera de esferas de cristal colgantes con fuego en el interior.

– Son mis lámparas -dijo Kilvin señalándolas.

Entonces entendí qué eran. Unas estaban llenas de líquido y mecha, como las lámparas normales, pero la mayoría eran muy extrañas. Una solo contenía un humo gris y burbujeante que parpadeaba esporádicamente. Otra esfera contenía una mecha que colgaba de un hilo de plata y quedaba suspendida en el aire, y ardía con una llama blanca e inmóvil pese a la aparente ausencia de combustible.

Otras dos, colgadas lado a lado, eran gemelas, salvo que una tenía la llama azul y la otra, de color naranja intenso. Unas eran pequeñas como ciruelas, y otras, grandes como melones. En una había una cosa que parecía un trozo de carbón negro y un pedazo de tiza blanca, y del sitio donde las dos piezas se juntaban salía, ardiendo en todas direcciones, una intensa llamarada roja.

Kilvin me dejó contemplarlas largo rato, y luego nos acercamos más.

– Los ceáldaros tienen leyendas de lámparas perpetuas. Creo que hubo un tiempo que eso estaba dentro del alcance de nuestro arte. Llevo diez años buscando. He fabricado muchas lámparas; algunas son muy buenas, y arden mucho tiempo. -Me miró-. Pero ninguna es eterna.

Caminó por la pasarela y señaló una de las esferas colgantes.

– ¿Conoces esa, E'lir Kvothe? -Dentro solo había un trocito de cera de color verde grisáceo que ardía con una llama del mismo color. Negué con la cabeza-. Hmmm. Deberías conocerla. Sal blanca de litio. Se me ocurrió tres ciclos antes de que llegaras tú. De momento funciona bien; lleva veinticuatro días encendida, y espero que siga así muchos más. -Me miró-. Me sorprendió que se te ocurriera, porque yo tardé diez años en tener esa idea. Tu segunda sugerencia, la del aceite de sodio, no fue tan buena. Lo intenté hace años. Duró once días.

Siguió hasta el final de la hilera, y señaló la esfera vacía con la llama blanca e inmóvil.

– Setenta días -dijo con orgullo-. Pero no espero que esa sea la definitiva, porque la esperanza es un juego estúpido. Aun así, si sigue ardiendo seis días más, será la mejor lámpara que haya fabricado en estos diez años.

Se quedó un rato mirándola con una extraña expresión de indulgencia.

– Pero no deposito en ella excesivas esperanzas -dijo con decisión-. Fabrico nuevas lámparas y tomo mis mediciones. Esa es la única forma de progresar.

Me guió, en silencio, hasta la planta baja del taller. Una vez allí, se volvió hacia mí y dijo con tono imperioso:

– Manos. -Alzó sus enormes manos, expectante.

Como no sabía qué quería, levanté las manos. Él me las cogió con una suavidad sorprendente. Les dio la vuelta y las examinó.

– Tienes manos de ceáldaro -dijo con elogioso resentimiento. Me mostró las suyas. Tenía los dedos gruesos y las palmas anchas. Las cerró formando dos puños que parecían mazas-. Mis manos tardaron muchos años en aprender a ser manos de ceáldaro. Eres afortunado. Trabajarás aquí. -Ladeó la cabeza con gesto inquisitivo, y ese gesto fue lo único que convirtió su afirmación, un tanto brusca, en una invitación.

– Oh, sí. Es decir, gracias, señor. Es para mí un honor que…

Kilvin me interrumpió con un gesto de impaciencia.

– Ven a verme si se te ocurre algo sobre la lámpara perpetua. Si tu cabeza es tan hábil como lo parecen tus manos… -Lo que podría haber sido una sonrisa quedó escondido bajo su poblada barba, pero le brillaron los oscuros ojos cuando vaciló socarrona-mente, casi juguetón-: Si -repitió levantando un dedo cuya yema era del tamaño de la bola de la cabeza de un martillo-. En ese caso, me gustaría enseñarte ciertas cosas.


– Tienes que decidir a quién vas a hacerle la pelota -dijo Sim-mon-. Para que te asciendan a Re'lar, tienes que tener a un maestro de padrino. Tienes que elegir a uno y pegarte a él como la mierda a la suela de su zapato.

– Maravilloso -dijo Sovoy con aspereza.

Sovoy, Wilem, Simmon y yo estábamos sentados a una mesa apartada del fondo de Anker's, aislados de los clientes de la noche de Abatida que llenaban el local con el continuo rugido de su conversación. Los puntos me habían saltado dos días atrás y estábamos celebrando mi primer ciclo en el Arcano.

Ninguno de nosotros estaba demasiado borracho. Tampoco ninguno de nosotros estaba demasiado sobrio. Nuestro posicio-namiento exacto entre esos dos puntos es un asunto de vanas conjeturas, y no perderé tiempo con él.

– Yo me concentro solo en ser brillante -intervino Sovoy-. Y luego espero a que los maestros se den cuenta.

– ¿De qué le sirvió eso a Mandrag? -dijo Wilem esbozando una inusual sonrisa.

Sovoy miró a Wilem con mala cara.

– Mandrag es un penco.

– Ahora entiendo por qué lo amenazaste con tu fusta de montar -repuso Wilem.

Me tapé la boca para sofocar la risa.

– ¿Eso hiciste?

– No te lo están contando todo -dijo Sovoy, ofendido-. Ascendió a otro alumno en lugar de a mí. Prefirió dejarme a mí tal como estaba para poder utilizarme como aprendiz, en lugar de ascenderme a Re'lar.

– Y tú lo amenazaste con la fusta.

– Discutimos -dijo Sovoy con calma-. Y resultó que tenía la fusta en la mano.

– La blandiste contra él -insistió Wilem.

– ¡Venía de montar! -dijo Sovoy acaloradamente-. ¡Si antes de la clase hubiera estado en un prostíbulo y hubiera enarbolado un corsé ante él, nadie le habría dado importancia!

Hubo un momento de silencio en nuestra mesa.

– No quiero ni imaginármelo -dijo Simmon, y se puso a reír a carcajadas con Wilem.

Sovoy reprimió una sonrisa y me miró.

– Sim tiene razón en una cosa. Deberías concentrar tus esfuerzos en una asignatura. Si no, te pasará como a Manet, el eterno E'lir. -Se levantó y se arregló la ropa-. Bueno, ¿qué tal estoy?

En sentido estricto, Sovoy no iba vestido a la moda, pues seguía el estilo de Modegan y no el local. Pero no podía negarse que le sentaban bien los colores tenues de sus prendas de seda y de ante.

– ¿Qué más da? -preguntó Wilem-. ¿Acaso piensas invitar a Sim a salir contigo?

Sovoy sonrió.

– Desgraciadamente, tengo que dejaros. Tengo una cita con una dama, y dudo mucho que esta noche nos acerquemos por esta zona de la ciudad.

– No nos habías dicho que tenías una cita -protestó Sim-. Si somos solo tres no podremos jugar a esquinas.

En realidad era una concesión que Sovoy estuviera allí con nosotros. Había resoplado un poco al entrar en la taberna que habían elegido Wil y Sim. Anker's era lo bastante de clase baja para que las bebidas fueran baratas, pero lo bastante de clase alta para que no tuvieras que preocuparte por si alguien empezaba una pelea o te vomitaba encima. A mí me gustaba.

– Sois buenos amigos y muy buena compañía -dijo Sovoy-. Pero ninguno de vosotros pertenece al sexo femenino, ni, con la posible excepción de Simmon, sois encantadores. -Sovoy le lanzó un guiño a Sim-. Sed sinceros. ¿Quién de vosotros no abandonaría a los demás si hubiera una dama esperándolo?

Todos le dimos la razón a regañadientes. Sovoy sonrió; tenía los dientes muy blancos y muy rectos.

– Os mandaré a la camarera con más bebidas -dijo antes de marcharse-. Para que no os duela tanto mi partida.

– Para ser noble, no es mal tipo -comenté cuando Sovoy se hubo marchado.

Wilem asintió.

– Sabe que es mejor que tú, pero no te mira por encima del hombro porque sabe que tú no tienes la culpa.

– Bueno, ¿a quién vas a hacerle la pelota? -me preguntó Sim apoyando los codos encima de la mesa-. Supongo que a Hemme no.

– Ni a Lorren -dije con amargura-. Maldito sea Ambrose. Me habría encantado trabajar en el Archivo.

– Brandeur también está descartado -intervino Sim-. Si Hemme le tiene rencor a alguien, Brandeur siempre lo apoya.

– ¿Qué me dices del rector? -preguntó Wilem-. ¿No te interesa la lingüística? Ya sabes siaru, aunque tengas un acento brutal.

Negué con la cabeza.

– ¿Y Mandrag? Tengo mucha experiencia en química. Sería una forma de acercarme a la alquimia.

Simmon rió.

– Todo el mundo cree que la química y la alquimia se parecen mucho, pero se equivocan. Ni siquiera están relacionadas. Lo que pasa es que viven en la misma casa.

Wilem asintió lentamente.

– Es una buena forma de expresarlo.

– Además -prosiguió Sim-, el bimestre anterior Mandrag aceptó a veinte nuevos E'lir. Le he oído quejarse de lo llenas que están sus clases.

– Si te decides por la Clínica, te espera un camino largo y difícil -aportó Wilem-. Arwyl es más duro que el hierro en lingotes. No hay forma de doblegarlo. -Mientras hablaba, hizo como si cortara algo en partes-: Seis bimestres de E'lir. Ocho bimestres de Re'lar. Diez bimestres de El'the.

– Como mínimo -añadió Simmon-. Mola ya lleva tres años de Re'lar con él.

Intenté pensar cómo me las ingeniaría para conseguir el dinero para pagar seis años de matrícula.

– Creo que no tengo tanta paciencia -dije.

Llegó la camarera con una bandeja de bebidas. La taberna todavía no estaba llena, así que la joven no había tenido que correr mucho y solo se le habían coloreado un poco las mejillas.

– Vuestro amigo ha pagado esta ronda y la siguiente -anunció.

– Cada vez me cae mejor Sovoy -dijo Wilem.

– Pero -dijo la camarera poniendo la bebida de Wil fuera de su alcance- no ha pagado por ponerme la mano en el trasero. -Nos miró a los ojos, uno por uno-. Espero que entre los tres saldéis esa deuda antes de marcharos.

Sim balbuceó una disculpa.

– Él… Él no quería… En su cultura, esas cosas se consideran muy normales.

La muchacha puso los ojos en blanco, y su expresión se suavizó.

– Pues en esta cultura, una propina generosa se acepta como disculpa. -Le acercó la bebida a Wil y se dio la vuelta, apoyando la bandeja vacía en una cadera.

La vimos marchar; cada uno de nosotros pensó lo que quiso en privado.

– Me he fijado en que Sovoy volvía a llevar sus anillos -comenté al cabo de un rato.

– Anoche jugó una brillante partida de bassat -dijo Simmon-. Consiguió seis dobles seguidos e hizo saltar la banca.

– Por Sovoy. -Wilem alzó su jarra de peltre-. Que su suerte le permita seguir asistiendo a clase, y a nosotros, a seguir bebiendo. -Brindamos y bebimos, y entonces Wilem volvió a llevarnos al asunto de que estábamos hablando-. Solo quedan Kilvin y Elxa Dal. -Levantó dos dedos.

– ¿Y Elodin? -pregunté.

Wil y Sim me miraron sin comprender.

– ¿Elodin? -preguntó Simmon.

– Parece agradable -repuse-. ¿No podría estudiar con él?

Simmon soltó una carcajada, y Wim esbozó una extraña sonrisa.

– ¿Qué pasa? -pregunté.

– Elodin no enseña nada -me explicó Sim-. Salvo quizá Excentricidad Avanzada.

– Tiene que enseñar algo -protesté-. Es maestro, ¿no?

– Sim tiene razón. Elodin está inflado. -Wil se dio unos gol-pecitos en la sien.

– Chiflado -lo corrigió Simmon.

– Chiflado -repitió Wil.

– Sí, parece un poco… raro -admití.

– Veo que captas las cosas deprisa -dijo Wilem con aspereza-. No me extraña que hayas logrado entrar tan joven en el Arcano.

– No te pases, Wil. Kvothe solo lleva un ciclo aquí. -Simmon se volvió hacia mí-. Elodin era rector hace unos cinco años.

– ¿Elodin? -No pude ocultar mi sorpresa-. Pero si es muy joven, y está… -No terminé la frase, porque no quería decir la primera palabra que me vino a la mente: perturbado.

Simmon terminó la frase por mí:

– … dotado de genialidad. Y no es tan joven, teniendo en cuenta que entró en la Universidad cuando solo tenía catorce años. -Simmon me miró-. A los dieciocho ya era arcanista. Luego se quedó varios años por aquí, de guíler.

– ¿Guíler?

– Los guilers son arcanistas que se quedan en la Universidad -me explicó Wil-. Se ocupan de impartir las lecciones. ¿Conoces a Cammar, de la Factoría?

Negué con la cabeza.

– Alto, con cicatrices. -Wil se señaló un lado de la cara-. Con un solo ojo.

Entonces asentí con gravedad. Resultaba difícil no fijarse en Cammar. El lado izquierdo de su cara era una telaraña de cicatrices que se extendían en todas direcciones, dejando franjas calvas que discurrían por su pelo negro y por su barba. Llevaba un parche sobre el ojo izquierdo. Era una lección andante de lo peligroso que podía ser trabajar en la Factoría.

– Sí, lo tengo visto. ¿Es arcanista?

Wil asintió.

– Es el brazo derecho de Kilvin. Enseña sigaldría a los alumnos nuevos.

Sim carraspeó.

– Como iba diciendo, Elodin fue el alumno más joven jamás admitido, el más joven en llegar a arcanista y el rector más joven.

– Ya, pero aun así -dije-, tendrás que admitir que es un poco raro para ser rector.

– Entonces no lo era -repuso Simmon con sobriedad-. Fue antes de que pasara aquello.

Como Simmon no dijo nada más, pregunté:

– ¿Aquello?

Wil se encogió de hombros:

– Algo. No hablan de ello. Lo encerraron en las Gavias hasta que recuperó un poco la chaveta.

– Es algo en lo que no me gusta pensar -dijo Simmon moviéndose, incómodo, en la silla-. Mira, todos los bimestres un par de estudiantes se vuelven majaras, ¿vale? -Miró a Wilem-. ¿Te acuerdas de Slyhth? -Wil asintió con gravedad-. Eso podría pasarnos a cualquiera de nosotros.

Hubo un momento de silencio; mis dos amigos bebieron un poco, sin dirigir la mirada a ningún sitio en particular. Yo quería pedirles más detalles, pero comprendí que se trataba de un asunto delicado.

– En fin -dijo Sim en voz baja-. He oído decir que no lo soltaron de las Gavias. Dicen que se escapó.

– A ningún arcanista que se precie se lo puede tener encerrado en una celda -dije-. Eso no me sorprende.

– ¿Has estado en las Gavias? -me preguntó Simmon-. Está diseñada para tener a los arcanistas encerrados. Es un edificio de piedra enmallada. Hay protecciones en puertas y ventanas. -Sacudió la cabeza-. No me imagino cómo alguien podría salir de allí, ni siquiera uno de los maestros.

– Nos estamos yendo por las ramas -dijo Wilem con firmeza-. Kilvin te ha aceptado en la Factoría. Si consigues impresionarlo, quizá llegues a Re'lar. -Nos miró a uno y a otro-. ¿De acuerdo?

– De acuerdo -dijo Simmon.

Asentí, pero mi cerebro funcionaba a toda velocidad. Pensaba en Táborlin el Grande, que conocía los nombres de todas las cosas. Pensaba en las historias que Skarpi contaba en Tarbean. Él no había hablado de arcanistas, solo de nominadores.

Y pensaba en Elodin, el maestro nominador, y en qué podía hacer para acercarme a él.

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