Wilem y Simmon ya se estaban terminando la comida cuando llegué a nuestro rincón preferido del patio.
– Lo siento -dije al dejar mi laúd sobre los adoquines, cerca del banco-. Me he entretenido regateando.
Había ido al otro lado del río a comprar un dracma de mercurio y un saquito de sal marina. La sal me había costado mucho dinero, pero por una vez eso no me preocupaba. Si la suerte me acompañaba, pronto ascendería en la Factoría, y eso significaba que dejaría de tener problemas económicos.
Aprovechando que había ido de compras a Imre, también había pasado, por casualidad, por delante de la posada donde se alojaba Denna; pero ella no se encontraba allí, ni en el Eolio, ni en el parque donde nos habíamos parado a hablar la noche anterior. De todas formas, yo estaba de buen humor.
Puse el estuche del laúd de lado y lo abrí para que el sol calentara las cuerdas nuevas y las ayudara a tensarse. Luego me senté en el banco de piedra, bajo el poste, con mis dos amigos.
– ¿Dónde estuviste anoche? -me preguntó Simmon fingiendo indiferencia.
Entonces me acordé de que habíamos quedado los tres con Fenton para jugar a esquinas. Al ver a Denna, me había olvidado por completo de que tenía otros planes.
– Dios mío, lo siento, Sim. ¿Me esperasteis mucho rato?
Sim me lanzó una mirada.
– Lo siento -repetí, confiando en parecer tan arrepentido como me sentía-. Se me olvidó.
Sim sonrió quitándole importancia.
– No pasa nada. Cuando comprendimos que no ibas a presentarte, fuimos a la Biblioteca a beber y a ver chicas.
– ¿Se enfadó Fenton?
– Se puso furioso -dijo Wilem con calma entrando por fin en la conversación-. Dijo que la próxima vez que te viera te iba a dar un sopapo.
La sonrisa de Sim se ensanchó.
– Dijo que eres un E'lir microcéfalo sin ningún respeto por sus mayores.
– Hizo ciertas afirmaciones sobre tus orígenes y sobre tus tendencias sexuales hacia los animales -añadió Wilem, muy serio.
– «¡… en la túnica del tehlino!» -cantó Simmon con la boca llena. Entonces rió y empezó a atragantarse. Le di unas palmadas en la espalda.
– ¿Dónde estabas? -preguntó Wilem mientras Sim intentaba respirar-. Anker dijo que te marchaste pronto.
No sabía por qué, pero no me apetecía hablarles de Denna.
– Me encontré a una persona.
– ¿A una persona más importante que nosotros? -preguntó Wilem con un tono monótono que podía interpretarse como crítico o irónico.
– Con una chica -confesé.
Wil arqueó una ceja.
– ¿La que andabas buscando?
– Yo no andaba buscando a nadie -protesté-. Ella me encontró a mí, en Anker's.
– Eso es buena señal -comentó Wilem.
Sim asintió; luego me miró con una chispa de burla en los ojos.
– Y ¿cantasteis algo? -Me dio un codazo y subió y bajó las cejas varias veces seguidas-. ¿Un dueto?
Estaba tan ridículo que ni siquiera podía ofenderme.
– No, no cantamos nada. Solo quería que la acompañara a su casa.
– ¿Que la acompañaras a su casa? -dijo Sim, insinuante, y volvió a subir y bajar las cejas.
Esa vez lo encontré menos divertido.
– Ya había oscurecido -dije con seriedad-. Solo la acompañé hasta Imre.
– Oh -dijo Sim, decepcionado.
– Te marchaste muy pronto de Anker's -dijo Wil-. Y nosotros esperamos una hora. ¿Se tardan dos horas en ir a Imre y volver?
– Dimos un largo paseo -admití.
– ¿Cómo de largo? -me preguntó Simmon.
– De varias horas. -Desvié la mirada-. Seis.
– ¿Seis horas? -se extrañó Sim-. Mira, creo que me merezco unos cuantos detalles después de los rollos sobre ella que he tenido que aguantar estos dos últimos ciclos.
Estaba empezando a irritarme.
– Yo no pego rollos. Solo estuvimos paseando -dije-. Y hablando.
Sim me miró con desconfianza.
– Venga, hombre. ¿Durante seis horas?
Wilem le dio unos golpecitos en el hombro a Simmon.
– Dice la verdad.
Simmon lo miró.
– ¿Por qué lo dices?
– Suena más sincero que cuando miente.
– Si hacéis el favor de callaros un minuto, os lo contaré todo, ¿de acuerdo? -Sim y Wil asintieron. Agaché la cabeza y me miré las manos, tratando de ordenar mis pensamientos, pero estos se resistían-. Fuimos a Imre por el camino más largo y nos paramos un rato en el Puente de Piedra. Fuimos a un parque de las afueras de la ciudad. Nos sentamos en la orilla del río. Hablamos de… de nada, en realidad. De sitios donde habíamos estado. De canciones… -Me di cuenta de que estaba divagando y me callé. Elegí las siguientes palabras con cuidado-: Me planteé hacer algo más que pasear y hablar, pero… -Me interrumpí. No sabía qué decir.
Mis dos amigos se quedaron callados un momento.
– Increíble -dijo Wilem, maravillado-. El todopoderoso Kvothe, vencido por una mujer.
– Si no te conociera como te conozco, diría que tenías miedo -dijo Simmon, medio en broma.
– Claro que tengo miedo -dije en voz baja secándome las manos en los pantalones-. Tú también lo tendrías si la hubieras conocido. Tengo que hacer un esfuerzo para quedarme aquí sentado en lugar de ir corriendo a Imre con la esperanza de verla detrás de algún escaparate o cruzando una calle. -Esbocé una temblorosa sonrisa.
– Pues ve. -Simmon sonrió y me dio un empujoncito-. Buena suerte. Si yo conociera a una mujer así, no estaría aquí comiendo con vosotros dos. -Se apartó el cabello de los ojos y me dio otro empujoncito con la otra mano-. Ve.
Me quedé donde estaba.
– No es tan fácil -dije.
– Contigo nada es fácil -murmuró Wilem.
– Claro que es fácil -nos contradijo Simmon riendo-. Ve y cuéntale lo que nos has contado a nosotros.
– Ya -dije con sarcasmo-. Como si fuera coser y cantar. Además, no sé si a ella le interesaría oírlo. Es tan especial… No sé qué quiere de mí.
Simmon me miró a los ojos con franqueza.
– Esa chica fue a buscarte. Es evidente que quiere algo.
Hubo un momento de silencio, y me apresuré a cambiar de tema mientras tenía ocasión.
– Manet me ha dado permiso para empezar mi proyecto de oficial.
– ¿Ya? -Sim me miró con ansiedad-. ¿Está Kilvin de acuerdo? No le gustan los atajos.
– No he tomado ningún atajo -repliqué-. Es solo que aprendo deprisa.
Wilem dio una risotada, y Sim intervino antes de que nosotros dos empezáramos a discutir.
– ¿En qué va a consistir tu proyecto? ¿Vas a hacer una lámpara simpática?
– Todo el mundo hace una lámpara -aportó Wil.
Asentí.
– Quería hacer algo diferente, quizá un termógiro, pero Ma-net me aconsejó que hiciera una lámpara. -La campana de la torre dio cuatro campanadas. Me levanté y recogí el estuche del laúd para irme a clase.
– Deberías hablar con ella -dijo Simmon-. Si te gusta una chica, tienes que decírselo.
– ¿Cómo te ha funcionado a ti esa táctica hasta ahora? -dije. Me fastidiaba que Sim, precisamente, quisiera darme consejos sobre cómo debía comportarme con las chicas-. Estadísticas en mano, ¿cuántas veces te ha dado resultado esa estrategia en tu vasta experiencia?
Wilem miró hacia otro lado mientras Sim y yo nos fulminábamos con la mirada. Yo fui el primero en ceder. Me sentía culpable.
– Ademas, no hay nada que contar -murmuré-. Me gusta estar con ella, y ahora ya sé dónde vive. Eso significa que cuando la busque, la encontraré.