El sol entraba a raudales en la Roca de Guía. Era una luz fresca y limpia, ideal para cualquier inicio. Acarició al molinero cuando este puso en marcha su noria. Iluminó la forja que el herrero estaba encendiendo de nuevo después de cuatro días trabajando el metal en frío. Tocó a los caballos de tiro enganchados a los carros, y las hojas de las guadañas, que relucían afiladas y preparadas para empezar ese día de otoño.
Dentro de la Roca de Guía, la luz iluminaba la cara de Cronista y una página en blanco que esperaba las primeras palabras de una historia, otro principio. Resbalaba por la barra, esparcía un millar de diminutos arcos iris que nacían en las botellas de colores, y trepaba por la pared hacia la espada, como si buscara un último principio.
Pero cuando la luz alcanzó la espada, no se vio ningún inicio. De hecho, la luz que reflejaba la hoja de la espada era mate, bruñida y muy antigua. Cronista la miró y recordó que, aunque aquello fuera el comienzo de un día, estaban a finales de otoño y cada vez hacía más frío. La espada brillaba con la conciencia de que el amanecer era un pequeño principio comparado con el final de una estación, con el final de un año.
Cronista apartó la mirada de la espada; sabía que Kvothe había dicho algo, pero no sabía qué.
– Perdón, ¿cómo dices?
– ¿Qué hace la gente normalmente para contar su historia? -preguntó Kvothe.
Cronista se encogió de hombros.
– Me describen lo que recuerdan, sencillamente. Luego yo registro los hechos en el orden correcto, elimino los pasajes innecesarios, aclaro, simplifico y esas cosas.
Kvothe frunció el ceño.
– Me parece que eso no servirá.
Cronista lo miró y esbozó una tímida sonrisa.
– Cada narrador tiene su estilo. En general, todos prefieren que no corrija sus historias. Pero también prefieren un público atento. Normalmente, yo escucho y registro más tarde. Tengo una memoria casi perfecta.
– ¿Casi perfecta? A mí no me basta con eso. -Kvothe se llevó un dedo a los labios-. ¿Escribes deprisa?
Cronista sonrió con seguridad.
– Más rápido de lo que hablo.
Kvothe arqueó una ceja.
– Me gustaría comprobarlo.
Cronista abrió su cartera. Sacó un fajo de papel blanco, muy fino, y un tintero. Después de colocarlos con cuidado, mojó una pluma y miró, expectante, a Kvothe.
Kvothe se inclinó hacia delante en la silla y empezó a hablar a toda velocidad:
– Yo soy. Nosotros somos. Ella es. El era. Ellos serán. -La pluma de Cronista se deslizaba por la página, danzando, bajo la atenta mirada de Kvothe-. Yo, Cronista, reconozco por la presente que no sé leer ni escribir. Supino. Irreverente. Grajilla. Cuarzo. Laca. Egoliante. Lhin ta Lu soren hea. «Érase una vez una joven viuda de Faetón, cuya moral era más dura que el tizón. Fue a confesarse, por obsesionarse…» -Kvothe se inclinó un poco más hacia delante para ver cómo escribía Cronista-. Interesante… Ya puedes parar.
Cronista volvió a sonreír y limpió la pluma con un trapo. La página que tenía delante mostraba una sola línea de símbolos incomprensibles.
– ¿Qué es, una clave? -se preguntó Kvothe en voz alta-. Y eres muy pulcro. Seguro que no malgastas mucho papel. -Le dio la vuelta a la hoja para examinarla más de cerca.
– Nunca malgasto el papel -dijo Cronista con altanería.
Kvothe asintió sin levantar la cabeza.
– ¿Qué significa «egoliante»? -preguntó el escribano.
– ¿Hmmm? Ah, nada. Me lo he inventado. Quería comprobar si una palabra desconocida te hacía ir más despacio. -Se enderezó y acercó más su silla a la de Cronista-. En cuanto me enseñes a descifrar esto, podremos empezar.
Cronista lo miró, indeciso.
– Es un código muy complejo… -Al ver el ceño de Kvothe, suspiró-. Está bien, lo intentaré.
Cronista inspiró hondo y empezó a escribir una línea de símbolos mientras hablaba.
– Para hablar empleamos cerca de cincuenta sonidos diferentes. Le he asignado a cada uno un símbolo que consiste en uno o dos trazos de la pluma. Es todo sonido. Podría transcribir un idioma aunque no lo entendiera. -Señaló-. Estos son los diferentes sonidos vocales.
– Todas las líneas son verticales -observó Kvothe mirando atentamente la página.
Cronista hizo una pausa y perdió el ritmo.
– Pues… sí.
– Entonces, ¿las consonantes serían horizontales? ¿Y se combinarían así? -Kvothe cogió la pluma y trazó unos símbolos en la página-. Muy hábil. Para escribir una palabra, nunca necesitarías más de dos o tres.
Cronista miró a Kvothe sin decir nada. Kvothe no se dio cuenta, porque estaba concentrado en la hoja.
– Si aquí pone «yo soy», estos signos deben de representar el sonido «o». -Examinó uno de los grupos de caracteres que había escrito Cronista-. «Ella es.» «E, a, e.» -Kvothe asintió y le puso la pluma en la mano a Cronista-. Enséñame las consonantes.
Cronista las escribió, perplejo, recitando los sonidos a medida que los transcribía. Pasados unos momentos, Kvothe cogió la pluma y completó él mismo la lista, pidiéndole al atónito Cronista que le corrigiera si cometía algún error.
El escribano vio y escuchó cómo Kvothe completaba la lista.
Todo el proceso duró unos quince minutos. Kvothe no cometió ni un solo error.
– Un sistema maravillosamente eficaz -admitió Kvothe-. Muy lógico. ¿Lo has concebido tú mismo?
Cronista tardó un rato en replicar; se quedó mirando las hileras de símbolos que Kvothe había anotado en la hoja. Al final, ignorando la pregunta de su interlocutor, preguntó:
– ¿Es cierto que aprendiste teman en un solo día?
Kvothe esbozó una sonrisa y agachó la cabeza.
– De eso hace mucho tiempo. Casi lo había olvidado. Tardé un día y medio, para ser exactos. Un día y medio sin dormir. ¿Por qué lo preguntas?
– Me lo contaron en la Universidad, pero no me lo creí. -Miró la página, con su clave escrita con la pulcra caligrafía de Kvothe-. ¿Entero?
Kvothe lo miró sin comprender.
– ¿Cómo?
– ¿Aprendiste todo el idioma entero?
– No, claro que no -contestó Kvothe con cierta irritación-. Solo una parte. Una parte importante, desde luego, pero no creo que se pueda aprender todo de nada, y menos de un idioma. -Se frotó las manos-. Bueno, ¿estás listo?
Cronista sacudió la cabeza como para despejarla, sacó otra hoja de papel y asintió.
Kvothe levantó una mano para impedir que Cronista empezara a escribir, y dijo:
– Nunca he contado esta historia, y dudo mucho que vuelva a contarla. -Se inclinó hacia delante-. Antes de empezar, debes recordar que soy del Edena Ruh. Nosotros ya contábamos historias antes de que ardiera Caluptena. Antes de que hubiera libros donde escribir. Antes de que hubiera música que tocar. Cuando prendió el primer fuego, nosotros, los Ruh, estábamos allí contando historias en el círculo de su parpadeante luz.
Kvothe miró al escribano, asintió y prosiguió:
– Conozco tu reputación de gran coleccionista de historias y cronista de sucesos. -La mirada de Kvothe se endureció, se volvió dura como el pedernal y afilada como un trozo de cristal roto-. Ahora bien, ni se te ocurra cambiar ni una sola palabra de lo que voy a decir. Si te parece que me voy por las ramas, si te parece que divago, recuerda que las historias reales pocas veces toman el camino más recto.
Cronista asintió con solemnidad, tratando de imaginar la mente capaz de descifrar su código en menos de una hora. Una mente capaz de aprender un idioma en un solo día.
Kvothe compuso una amable sonrisa y miró alrededor como si pretendiera grabar todos los detalles de la habitación en su memoria. Cronista mojó la pluma; Kvothe agachó la cabeza y se miró las manos durante el tiempo que se tarda en inspirar tres veces.
Y empezó a hablar.
– Podríamos decir que todo empezó cuando la oí cantar. Su voz hermanándose, mezclándose con la mía. Su voz era como un retrato de su alma: salvaje como un incendio, afilada como un cristal roto, dulce y limpia como el trébol.
Kvothe sacudió la cabeza.
– No. Todo empezó en la Universidad. Fui a aprender el tipo de magia de que hablan en las historias. Magia como la de Tábor-lin el Grande. Quería aprender el nombre del viento. Quería dominar el fuego y el rayo. Quería respuestas a diez mil preguntas y acceso a su Archivo. Sin embargo, lo que encontré en la Universidad no se parecía en nada a las historias, y eso me dejó muy consternado.
»Pero supongo que el verdadero principio está en lo que me llevó a la Universidad. Fuegos inesperados en el crepúsculo. Un hombre con ojos como el hielo en el fondo de un pozo. El olor a sangre y a pelo quemado. Los Chandrian. -Movió la cabeza afirmativamente-. Sí. Supongo que ahí es donde empieza todo. Esto, en gran medida, es una historia sobre los Chandrian.
Kvothe sacudió la cabeza como si tratara de librarse de un pensamiento siniestro.
– Pero supongo que tengo que remontarme aún más en el tiempo. Si esto tiene que ser una especie de libro de hechos, tendré que dedicarle el tiempo que merece. Valdrá la pena si se me recuerda, si no con halago, al menos con cierta medida de precisión.
»Pero ¿qué pensaría mi padre si me oyera contar una historia así? "Empieza por el principio." Muy bien, si vamos a contar una historia, contémosla bien.
Kvothe se inclinó hacia delante.
– Al principio, según tengo entendido, Aleph creó el mundo a partir del vacío innombrable. Aleph les dio un nombre a todas las cosas. O, según la versión de la historia, encontró los nombres que todas las cosas poseían ya.
Cronista dejó escapar una risita, aunque no levantó la vista de la página ni dejó de escribir.
Kvothe continuó, sonriendo para sí:
– Veo que te ríes. Muy bien, en aras de la sencillez, supongamos que yo soy el centro de la creación y pasemos por alto innumerables y aburridas historias: el ascenso y la caída de imperios, sagas de héroes, baladas de amor trágico. Vayamos directamente al único relato de verdadera importancia. -Su sonrisa se ensanchó-. El mío.
Me llamo Kvothe, que se pronuncia «cuouz». Los nombres son importantes porque dicen mucho sobre la persona. He tenido más nombres de los que nadie merece.
Los Adem me llaman Maedre. Que, según cómo se pronuncie, puede significar la Llama, el Trueno o el Árbol Partido.
La Llama es obvio para todo el que me haya visto. Tengo el pelo de color rojo intenso. Si hubiera nacido hace un par de siglos, seguramente me habrían quemado por demonio. Lo llevo corto, pero aun así me cuesta dominarlo. Si lo dejo a su antojo, se me pone de punta y parece que me hayan prendido fuego.
El Trueno lo atribuyo a mi potente voz de barítono y a la instrucción teatral que recibí a temprana edad.
El Árbol Partido nunca lo he considerado muy importante.
Aunque pensándolo bien, supongo que podríamos considerarlo al menos parcialmente profético.
Mi primer mentor me llamaba E'lir porque yo era listo y lo sabía. Mi primera amante me llamaba Dulator porque le gustaba cómo sonaba. También me han llamado Shadicar, Dedo de Luz y Seis Cuerdas. Me han llamado Kvothe el Sin Sangre, Kvothe el Arcano y Kvothe el Asesino de Reyes. Todos esos nombres me los he ganado. Los he comprado y he pagado por ellos.
Pero crecí siendo Kvothe. Una vez mi padre me dijo que significaba «saber».
Me han llamado de muchas otras maneras, por supuesto. La mayoría eran nombres burdos, aunque muy pocos eran inmerecidos.
He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos.
Quizá hayas oído hablar de mí.