52

El bosque Hagen seguía tan lúgubre e inhóspito como siempre, aunque Richard estaba seguro de que los mriswith ya no lo habitaban. Mientras se adentraban en la sombría floresta Richard no había sentido la presencia de ninguno. Pese a su siniestra atmósfera, el bosque estaba desierto; todos los mriswith habían partido a Aydindril. El joven se estremeció al pensar qué significaba eso.

Kahlan suspiró, nerviosa, y retorció los dedos mientras contemplaba fijamente la amable y sonriente faz plateada de la sliph.

— Richard, antes de hacer esto, por si algo sale mal, quiero que sepas que estoy al corriente de lo que ocurrió cuando estabas cautivo en el palacio y que no te lo reprocho. Creías que no te amaba y estabas solo. Lo entiendo.

— Pero ¿de qué estás hablando? ¿De qué estás al corriente?

Kahlan carraspeó antes de contestar:

— Merissa me lo contó todo.

— ¡Merissa!

— Sí. Lo entiendo y no te culpo. Estabas convencido de que nunca más volverías a verme.

Richard parpadeó, completamente atónito.

— Merissa es una Hermana de las Tinieblas y desea mi muerte.

— Ella me dijo que cuando estuviste en palacio fue tu maestra. También dijo que vosotros… Bueno, es una mujer muy hermosa y tú te sentías solo. No te culpo.

Richard la cogió por los hombros y la obligó a dejar de mirar a la sliph para mirarlo a él.

— Kahlan, no sé qué mentiras te ha contado Merissa, pero yo te digo la verdad: te amo desde el día que nos conocimos. Eres la única mujer a la que he querido. La única. Cuando me obligaste a ponerme el collar y yo creí que nunca volvería a verte, me sentí muy solo, pero nunca traicioné tu amor, aunque pensaba que lo había perdido. Aunque creía que no deseabas verme nunca más, yo nunca… ni con Merissa ni con nadie.

— ¿De verdad?

— De verdad.

Kahlan le sonrió de esa manera especial que reservaba para él y sólo para él.

— Adie trató de convencerme de lo mismo, pero yo temía que moriría sin volver a verte, por lo que quería que supieras que, hicieras lo que hicieses, yo te amo. Una parte de mí tiene miedo; me asusta ahogarme ahí abajo.

— La sliph te ha probado y afirma que puedes viajar. Posees un elemento de Magia de Resta. Sólo quienes poseen ambos lados de la magia pueden viajar. Todo saldrá bien, ya lo verás —la animó Richard con una sonrisa—. No hay nada que temer, te lo prometo. Es algo distinto a cualquier cosa que hayas sentido antes. Es maravilloso. ¿Qué, te sientes mejor ahora?

— Sí, mucho mejor. —Kahlan le echó los brazos al cuello y lo abrazó con tanta fuerza que lo dejó sin respiración—. Pero si me ahogo, quiero que sepas lo mucho que te quiero.

Richard la ayudó a encaramarse al muro de piedra que rodeaba el pozo y echó un último vistazo al oscuro bosque que se extendía más allá de las ruinas. Tenía una sensación extraña, como si alguien los vigilara aunque no podían ser los mriswith, pues sentiría su presencia. Finalmente decidió que era simple aprensión debida a sus experiencias previas en el bosque Hagen.

— Estamos listos, sliph. ¿Sabes cuánto tiempo tardaremos?

— ¿Tiempo? —inquirió a su vez la sliph.

Richard suspiró y apretó con más fuerza la mano de Kahlan.

— Sigue las instrucciones. —Kahlan asintió e inspiró las últimas bocanadas de aire—. Yo estaré contigo. No temas.

El brazo de mercurio los alzó, y la noche se tornó realmente oscura. Mientras se sumergían Richard mantenía apretada la mano de Kahlan, pues recordaba cuánto le había costado respirar a la sliph la primera vez. Cuando ella le devolvió el apretón, viajaban ya por el ingrávido vacío.

Richard recuperó la ya familiar sensación de velocidad y flotación, lo cual le indicó que regresaban a Aydindril. Como en la vez anterior no experimentaba ni frío, ni calor, ni tampoco la sensación de que la humedad de la sliph lo empapara. Sus ojos percibían la luz y la oscuridad como una sola cosa en una única visión espectral, mientras que sus pulmones se llenaban con la dulce presencia de la sliph al inhalar su aterciopelada esencia.

Su gozo era mayor al saber que Kahlan compartía con él esa misma sensación de éxtasis; lo sentía por la ligera presión en la mano. Finalmente se soltaron para nadar en aquel calmo torrente.

Richard nadaba entre la oscuridad y la luz. Kahlan lo cogió de un tobillo y se dejó arrastrar por él.

El tiempo ya no contaba. Podría haber transcurrido un solo instante o todo un año mientras flotaba vertiginosamente con Kahlan cogida a su tobillo. Como la otra vez, acabó de repente.

La estancia del Alcázar cobró vida a su alrededor súbitamente, pero no se sintió aterrorizado pues ya lo esperaba.

— Respira —dijo la sliph.

Richard vació los pulmones de la dulce y embriagadora esencia de la sliph, e inspiró una bocanada del extraño aire.

Sintió que Kahlan ascendía tras él, y en el silencio de la habitación de Kolo la oyó expeler a la sliph e inhalar aire. Richard se asomó por el pozo, y la sliph se desligó de él después de ayudarlo a encaramarse al muro y salvarlo. Cuando sus pies tocaron el suelo se dio media vuelta y se inclinó para echar una mano a Kahlan.

En ese momento vio a Merissa, que le sonreía. Richard se quedó de piedra. Su mente tardó unos segundos en recuperarse.

— ¿Dónde está Kahlan? —gritó, fingiéndose furioso—. ¡Responde! ¡Me juraste lealtad!

— ¿Kahlan? —replicó la Hermana con melodiosa voz—. Está aquí mismo —dijo, metiendo una mano en el mercurio—. Pero ya no la vas a necesitar. Además, estoy cumpliendo un juramento; un juramento que me hice a mí misma.

Merissa alzó el cuerpo flácido y sin vida de Kahlan agarrándola por el cuello de la camisa. Sirviéndose de su poder, la sacó del pozo. Kahlan se golpeó contra el muro y se desplomó. No respiraba.

Antes de que Richard pudiera correr a ayudarla, Merissa golpeó las hojas de un yabree contra la piedra. El dulce son lo embargó, privándole de toda fuerza. Cautivado e impotente contemplaba la sonriente faz de Merissa.

— El yabree canta para ti, Richard. Su canción te llama.

La Hermana se aproximó a el, acercando asimismo el ronroneante yabree. Merissa sostenía en alto el resplandeciente objeto de su deseo y le daba vueltas, exhibiéndolo ante él, atormentándolo. Richard se humedeció los labios. En sus huesos resonaba el ronroneante zumbido del yabree. Aquel vibrante sonido lo tenía paralizado.

Merissa se acercó un poco más y por fin se lo ofreció. Richard lo tocó. Su son invadió hasta la última fibra de su cuerpo y embelesó su alma. La Hermana de las Tinieblas sonrió al ver que los dedos de Richard se cerraban alrededor del mango. Tan intenso era el placer que sentía al poder finalmente asirlo que todo él temblaba. Y al apretar los dedos, el placer se multiplicaba.

La mujer sacó otro yabree del plateado pozo.

— Sólo tienes la mitad, Richard. Necesitas ambos.

Merissa rió con su agradable risa cantarina mientras golpeaba el segundo yabree contra la piedra. Richard se sintió encandilado por el desesperado anhelo de tocarlo. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que las rodillas lo aguantaran. Tenía que conseguir como fuera ese segundo yabree. Así pues se inclinó sobre el muro y trató de alcanzarlo.

La sonrisa de Merissa se burlaba de él, pero a Richard no le importaba. Lo único que quería y necesitaba era sostener en su otra mano el segundo yabree.

— Respira —dijo la sliph.

Richard miró con ojos de loco. La sliph miraba a la mujer desplomada en el suelo contra el muro. Iba a decir algo cuando Merissa volvió a golpear el segundo yabree contra la piedra.

Richard notaba las piernas de manteca. Apoyó el brazo izquierdo, el que sostenía el yabree, sobre el muro para aguantarse.

— Respira —repitió la sliph.

Pese al cautivador y ronroneante son que sentía hasta en los huesos, Richard se esforzaba por recordar quién era aquella mujer tirada contra el muro a la que la sliph hablaba. Tenía la impresión de que era alguien importante pero no recordaba por qué. ¿Quién era?

La risa de Merissa resonó en la estancia al golpear de nuevo el yabree.

Richard lanzó un grito que era tanto de éxtasis como de anhelo.

— Respira —dijo la sliph con más insistencia.

Aunque el son del yabree le embotaba la mente, por fin Richard recordó. De su interior brotó una necesidad que arrastró como impetuoso torrente la adormecedora melodía que lo mantenía cautivo.

Era Kahlan.

La miró. No respiraba. Una voz en su interior gritó que la ayudara.

Cuando el yabree cantó de nuevo, los músculos del cuello se le quedaron flácidos. Su mirada descendió hasta un objeto incrustado en la piedra.

La necesidad dio fuerza a sus músculos. Extendió una mano. Sus dedos tocaron el objeto, lo asieron y un nuevo anhelo le recorrió el cuerpo. Era un anhelo que conocía muy bien.

Con una explosión de furia arrancó la Espada de la Verdad del suelo de piedra. En la estancia vibró un nuevo son.

Merissa fijó en el una mirada asesina mientras golpeaba nuevamente el yabree contra la piedra.

— Morirás, Richard Rahl. He jurado bañarme en tu sangre, y por el Custodio que lo haré.

Con la última brizna de fuerza que le transmitía la furia de la espada, Richard se alzó apoyándose en el borde superior del muro, extendió el brazo hacia abajo y hundió la espada en la sliph.

Merissa aulló.

En su carne aparecieron vetas de mercurio. Sus alaridos resonaban en la redonda estancia de piedra, y agitaba los brazos en un frenético esfuerzo por escapar de la sliph. Pero era demasiado tarde. La metamorfosis era imparable. Poco a poco fue adquiriendo el mismo lustre que la sliph, como una estatua plateada en un lago de plata reflectante. Los angulosos rasgos de su rostro se fueron suavizando, y lo que había sido Merissa se disolvió en las chapoteantes ondas de la sliph.

— Respira —dijo la sliph a Kahlan.

Richard arrojó el yabree a un lado y corrió hacia ella. La cogió en sus brazos y la acercó al pozo. Allí la colocó sobre el muro, pasó ambos brazos sobre su abdomen y presionó.

— ¡Respira, Kahlan, respira! —Volvió a presionar—. ¡Hazlo por mí! ¡Respira! ¡Por favor, Kahlan, espira!

Los pulmones de Kahlan expulsaron el mercurio, inspiró una súbita bocanada de aire y luego otra más.

Por fin se dio la vuelta en sus brazos y se dejó caer contra su pecho.

— Oh, Richard, tenías razón. Era tan maravilloso que olvidé que debía respirar. Me has salvado.

— Pero a la otra la ha matado —apuntó la sliph—. Ya le advertí sobre ese objeto mágico que lleva. No ha sido culpa mía.

— ¿De qué estás hablando? —preguntó Kahlan a la plateada faz.

— De quien ahora forma parte de mí.

— Habla de Merissa —le explicó Richard—. No es culpa tuya, sliph. Tuve que hacerlo o nos hubiera matado a ambos.

— En ese caso no tengo ninguna responsabilidad. Gracias, amo.

Kahlan se volvió bruscamente hacia él y bajó la mirada hacia la espada.

— ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha ocurrido con Merissa?

Richard se desligó el cordel que sujetaba la capa de mriswith y se despojó de ella.

— Nos siguió por la sliph. Trató de matarte y de… bueno dijo algo de darse un baño conmigo.

— ¿Un baño?

— No —intervino la sliph—. Lo que dijo fue que quería bañarse en tu sangre.

Kahlan se quedó de una pieza.

— Bueno… ¿y qué ha pasado con ella?

— Ahora está conmigo —dijo la sliph—. Para siempre.

— Quiere decir que está muerta —le dijo Richard—. Ya te lo explicaré cuando tengamos tiempo. Gracias por tu ayuda, sliph, pero ahora debes dormir.

— Por supuesto, amo. Dormiré hasta que me volváis a llamar.

La reluciente faz plateada se suavizó y se fundió en la masa de mercurio. Sin ser consciente de lo que hacía, Richard cruzó las muñecas. La lustrosa masa brilló con más intensidad. La sliph se quedó inmóvil y luego empezó a sumergirse en el pozo, primero lentamente y luego cada vez más rápidamente hasta desaparecer.

— Tienes muchas cosas que explicarme, Richard Rahl —le dijo Kahlan.

— Prometo que lo haré, cuando tengamos tiempo.

— Por cierto, ¿dónde estamos?

— En los sótanos del Alcázar, debajo de una de las torres.

— ¿En los sótanos?

— Eso es. Debajo de la biblioteca.

— ¿Qué? ¡Nadie puede llegar hasta aquí! Que se sepa, ningún mago ha logrado traspasar los escudos que impiden el acceso a este nivel.

— Bueno, pues aquí estamos ahora. Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora lo importante es bajar a la ciudad.

Abandonaron la estancia de Kolo, pero inmediatamente se aplastaron contra la pared. La reina mriswith flotaba en la piscina más allá de la baranda. Al verlos desplegó las alas con gesto protector sobre al menos un centenar de huevos grandes como melones y lanzó un berrido de advertencia que resonó por el interior de la enorme torre.

Por la tenue luz que penetraba por las aberturas superiores Richard supo que era por la tarde. Habían tardado menos de un día, o como mucho un día, en llegar a Aydindril. La luz le permitió ver asimismo la gran cantidad de huevos con manchas verdes y grises depositados sobre la roca.

— Es la reina mriswith —explicó rápidamente al mismo tiempo que se subía a la baranda—. Tengo que destruir esos huevos.

Kahlan gritó su nombre para tratar de detenerlo, pero él ya había saltado la baranda y se había sumergido en las negras y viscosas aguas, que le llegaban a la cintura. Mientras vadeaba la charca hacia las resbaladizas rocas del centro, desenvainó la espada. La reina se alzó sobre las garras y soltó un repiqueteante alarido.

Su cabeza se acercó al joven con serpenteantes movimientos, para tratar de propinarle un mordisco. Richard blandió la espada, y la grotesca testa retrocedió lanzándole una vaharada de acre aroma que transmitía un claro mensaje de advertencia. Sin darse por enterado, Richard siguió adelante. La reina abrió las fauces y dejó al descubierto unos largos y afilados colmillos.

Pero Richard no podía permitir que los mriswith tomaran Aydindril. Si no destruía aquellos huevos, nacerían muchos más mriswith con los que enfrentarse.

— ¡Richard! ¡He tratado de conjurar el relámpago azul, pero aquí abajo no puedo! ¡Vuelve atrás!

La reina emitió un sibilante sonido y quiso morderlo. Cuando la cabeza se acercó, Richard trató de clavarle la espada; pero la reina se mantenía fuera de su alcance y rugía de rabia. El joven logró mantener esa cabeza a distancia mientras que con la otra mano buscaba un asidero.

Halló un peñasco al que agarrarse y trepó a las oscuras y resbaladizas rocas. Blandió la espada y cuando la amenazante testa retrocedió, la descargó sobre los huevos. Las gruesas y correosas cáscaras se rompían y de su interior manaba una pestilente yema.

La reina enloqueció. Agitó las alas y se elevó de la roca para alejarse de la espada de Richard. Al mismo tiempo agitaba furiosamente la cola a modo de enorme látigo. Cuando la cola trató de golpearlo, Richard esgrimió la espada para mantenerla a raya. Su máxima prioridad era destruir los huevos.

Los colmillos de la reina chasqueaban, tratando de morderlo. De refilón Richard le propinó una estocada en el cuello, que bastó para que reculara llena de rabia y dolor. Su frenético aleteo lanzó al joven de bruces sobre la roca. Rápidamente rodó hacia un lado para esquivar las afiladas garras. La reina trataba de morderlo y darle un tremendo coletazo. Richard se vio obligado a olvidarse de los huevos, al menos temporalmente, y defenderse. Si la mataba, todo sería más sencillo.

La reina chilló, angustiada. Un instante después Richard oyó un crujido. Se volvió hacia donde sonaba el ruido y vio a Kahlan destrozar huevos con una tabla que había pertenecido a la puerta de la estancia de Kolo. Richard avanzó a toda prisa sobre las resbaladizas rocas para interponerse entre Kahlan y la enfurecida reina. Cuando la reina trataba de morderlos, Richard lanzaba estocadas contra la cabeza del monstruo; contra la cola cuando quería derribarlo de las rocas; y contra las garras cuando trataba de clavárselas.

— Tú mantenla a raya y yo me ocupo de los huevos —dijo Kahlan sin dejar de esgrimir la tabla, que hundía en los huevos mientras vadeaba las aguas pegajosas y amarillentas.

Richard no quería que Kahlan se arriesgara de ese modo, pero era consciente de que estaba defendiendo su ciudad y no podía pedirle que se escondiera. Además, necesitaba ayuda. Tenía que llegar cuanto antes a Aydindril.

— Date prisa —le gritó entre un movimiento de evasión y otro de ataque.

La enorme bestia roja se abalanzó sobre él para tratar de aplastarlo contra la roca. Richard se lanzó a un lado, aunque no pudo evitar que la reina aterrizara sobre una de sus piernas. Lanzó un grito de dolor y se defendió con la espada de los colmillos de la reina.

De pronto la tabla golpeó las carnosas rendijas situadas en la parte superior de la cabeza de la mriswith. Ésta se tambaleó hacia atrás, aullando de dolor, aleteando salvajemente y hendiendo el aire con las garras. Kahlan le cogió de un brazo y lo ayudó a salir de allí aprovechando que la roja mole se alzaba. Ambos cayeron a las aguas estancadas.

— Ya están todos —dijo Kahlan—. Salgamos de aquí.

— Tengo que matarla o pondrá más.

Pero la reina mriswith, al ver todos sus huevos destruidos, decidió trocar el ataque en huida. Agitando las alas frenéticamente se alzó en el aire. Entonces se lanzó contra el muro, se sujetó a la piedra con las garras y empezó a trepar hacia la abertura que había en la parte de arriba.

Richard y Kahlan salieron de la hedionda piscina y se encaramaron a la pasarela. El joven trató de dirigirse a la escalera de caracol que ascendía por el interior de la torre, pero cuando apoyó el peso en una pierna, se desplomó al suelo. Kahlan lo ayudó a ponerse de pie.

— Tal como estás no podrás alcanzarla. Ya hemos destruido todos los huevos. Nos ocuparemos de ella más tarde. ¿Te has roto la pierna?

Richard se reclinó contra la baranda y se frotó la magullada pierna mientras contemplaba cómo la reina llegaba a la parte superior de la torre y salía por la abertura.

— No, sólo me la ha aplastado contra la roca. Tenemos que ir a la ciudad.

— Pero no puedes andar.

— Sí puedo. El dolor ya empieza a remitir. Vamos.

Richard cogió una de las esferas luminosas y apoyándose en Kahlan se dispuso a abandonar el vientre del Alcázar. Kahlan nunca había estado en las salas y los pasillos por los que la condujo Richard. Tenía que abrazarla para ayudarla a pasar los escudos y no dejaba de darle instrucciones sobre qué no tocar y dónde no pisar. Kahlan cuestionaba una y otra vez aquellas advertencias, pero cumplía las insistentes órdenes de Richard mascullando que no tenía ni idea de que existieran en el Alcázar aquellos lugares tan extraños.

Cuando por fin llegaron al nivel superior después de recorrer incontables estancias y pasillos, la pierna le seguía doliendo, pero estaba recuperando la fuerza en ella. Ya podía caminar, aunque cojeaba.

— Por fin sé dónde estamos —dijo Kahlan al llegar al largo corredor con las bibliotecas—. Ya me temía que no podríamos salir nunca de aquí.

Richard la condujo por la ruta por la que él siempre salía del Alcázar. Kahlan le advirtió que no debía ir por ahí, pero él insistió en que conocía el camino. Por fin Kahlan lo siguió aunque de mala gana. Tuvo que abrazarla para traspasar el escudo en el amplio corredor de la entrada, cosa que ambos agradecieron.

— ¿Falta mucho? —preguntó ella, examinando la sala casi vacía.

— No. Ahí mismo está la puerta de salida.

Cruzaron la puerta y, una vez fuera, Kahlan giró dos veces sobre sí misma, sin llegar a creer dónde estaba. Atónita, lo cogió por la camisa y señaló la puerta.

— ¿Por aquí? ¡No me digas que has entrado siempre por aquí al Alcázar!

— Pues sí. El sendero de piedras conduce hasta aquí.

Kahlan señaló airadamente el dintel de la puerta.

— ¡Mira qué dice! ¿Cómo te has atrevido a entrar?

Richard miró las palabras grabadas en el dintel de piedra de la enorme puerta.

— No sé qué significan —admitió.

Tavol de ator Mortado, o lo que es lo mismo «Sendero de la Muerte».

Richard echó un fugaz vistazo a las demás puertas que se abrían al otro lado de la extensión de grava y fragmentos de piedra. Recordaba perfectamente el ser que los había perseguido avanzando bajo la gravilla.

— Bueno, era la puerta más grande y el camino conduce directo a ella, por lo que pensé que era la entrada. Si te paras a pensarlo, es lógico. Después de todo, a mí me llaman «el portador de la muerte».

— Y pensar que teníamos tanto miedo de que te aventuraras en el Alcázar. Nos aterrorizaba la idea de que murieras al tratar de entrar. Por todos los espíritus, aún no comprendo cómo sigues vivo. Ni siquiera los magos pueden entrar por aquí. Sin tu ayuda, el escudo de dentro no me habría dejado pasar; lo cual significa que detrás acecha un peligro mortal. Piensa que yo puedo atravesar los escudos que protegen los lugares más peligrosos.

Richard oyó un crujido en la grava y percibió movimiento. Algo avanzaba sinuosamente hacia ellos. Rápidamente el joven tiró de Kahlan hacia el centro de una pasadera.

— ¿Qué pasa? —preguntó la mujer.

— Algo se acerca —respondió él, señalando el suelo.

Kahlan lo miró con ceño por encima del hombro y tranquilamente pisó la grava.

— Supongo que no tendrás miedo de esto, ¿verdad? —Kahlan se agachó, metió una mano en la grava y el ser fue hacia ella. La mujer movió la mano como quien acaricia una mascota.

— Pero ¿qué haces? —exclamó Richard muy alarmado.

Paro Kahlan seguía forcejeando juguetonamente contra el ser que se ocultaba bajo la grava.

— No es más que un sabueso de piedra. El mago Giller lo conjuró para ahuyentar a una mujer que lo perseguía sin tregua. A la mujer le daba miedo cruzar por la grava, y desde luego a nadie en su sano juicio se le ocurriría entrar en el Sendero de la Muerte. No me digas que te daba miedo el sabueso de piedra.

— Bueno… no, no exactamente. Es que…

Kahlan puso los brazos en jarras.

— ¿Me estás diciendo que entraste en el Sendero de la Muerte y atravesaste todos esos escudos porque tenías miedo de un sabueso de piedra? ¿Por eso elegiste esa puerta y no otra?

— Kahlan, yo no sabía qué era esa cosa que se movía bajo la grava. Nunca había visto nada igual. Bueno, vale, admito que tenía miedo. Trataba de ir con cuidado. Además, como no entendía lo que hay grabado, no sabía que era una puerta peligrosa.

Kahlan miró al cielo.

— Richard, podrías haber…

— No he muerto, ¿verdad? Encontré a la sliph y fui a por ti. Vamos, tenemos que llegar a la ciudad.

Kahlan lo enlazó por la cintura.

— Tienes razón. Supongo que estoy muy nerviosa por… —Señaló la puerta con una mano—… por todo lo que ha ocurrido dentro. La reina mriswith me ha asustado mucho. Me alegro de que lo hayas logrado.

Cogidos del brazo corrieron hacia la enorme abertura en forma de arco que se abría en la muralla exterior.

Justo cuando pasaban a la carrera bajo el colosal rastrillo, una membruda cola roja apareció tras una esquina y los derribó a ambos con un tremendo latigazo. Antes de que Richard pudiera recuperar la respiración, unas alas se agitaron encima de él y unas garras se hundieron en su carne. El joven sintió un abrasador dolor en el hombro izquierdo. De un coletazo la reina lanzó a Kahlan a un lado.

Mientras aquella garra hundida en su hombro lo iba acercando cada vez más a las fauces abiertas de la reina mriswith, Richard desenvainó la espada. Instantáneamente la furia lo inundó y dio un tajo a un ala. La reina retrocedió y sacó la garra de su hombro. Gracias a la cólera de la magia, que le permitía olvidar el dolor, Richard se puso en pie de un salto.

Clavó el acero en la bestia, que se precipitó sobre él, haciendo chasquear los colmillos. Mientras el joven retrocedía, una masa de alas, colmillos, garras y cola amenazaba con aplastarlo. Richard la golpeó en un brazo, y la reina reculó por el dolor. No obstante, descargo sobre él un tremendo coletazo en la cintura que lo arrojó contra el muro. Richard golpeó la cola y logró cercenar el extremo.

La roja reina se alzó sobre las patas traseras bajo el rastrillo. Viendo la oportunidad, Richard se lanzó hacia la palanca y la accionó con todas sus fuerzas. Con un chirriante traqueteo el rastrillo cayó sobre la rabiosa bestia. La reina se dio cuenta y en el último instante logró evitar que le cayera encima de la espalda, pero se le clavó en un ala, inmovilizándola en el suelo. Sus aullidos sonaron más intensos que nunca.

Aterrado, Richard se percató entonces de que Kahlan estaba en el suelo, al otro lado del rastrillo. También la reina la vio y, con un tremendo esfuerzo, se desgarró ella misma el ala en largas tiras para poder salir de debajo de la verja.

— ¡Kahlan! ¡Corre!

Aún aturdida, Kahlan trató de alejarse a gatas, pero la bestia saltó sobre ella y la agarró por una pierna.

Entonces se volvió hacia Richard y le lanzó una fétida vaharada. El significado era evidente: venganza.

Con fuerza nacida de la desesperación Richard tiró de la rueda que alzaba el rastrillo, que se fue elevando lentamente, centímetro a centímetro. Pero la reina se alejaba renqueando por el sendero, arrastrando a Kahlan por una pierna.

Entonces Richard soltó la rueda y, llevado por la furia de la magia, blandió la espada contra las barras del rastrillo. El aire se llenó de chispas y ardientes esquirlas de metal. Con un grito de rabia golpeó por segunda vez las barras de hierro, agrandando el tajo. Un tercer golpe bastó para acabar de cortar una pieza. Dando patadas la apartó y pasó por la abertura.

Enseguida se lanzó a todo correr en pos de la reina. Kahlan se agarraba al suelo en un intento desesperado por huir. Al llegar al puente la reina se subió al muro, y desde el borde le mostró los colmillos.

Seguía agitando las alas, como si no se diera cuenta de que en ese estado no podía volar. Sin dejar de correr Richard lanzó un grito cuando la reina se volvió y desplegó las alas, a punto de saltar del puente con su presa.

Los coletazos barrían el sendero por el que Richard debía acceder al puente. Con la espada Richard le cortó un trozo de casi dos metros. La reina giró sobre sí misma, sosteniendo a Kahlan boca abajo por una pierna como si fuera una muñeca de trapo. Richard, completamente fuera de sí, blandió la espada en un ataque de furia, defendiéndose de los colmillos de la bestia. Cubierto por la sangre de la mriswith, cortó de un tajo la mitad frontal de un ala. El hueso se quebró en blancos fragmentos. La reina plegó la otra ala destrozada y con la cola truncada trató de golpearlo.

Kahlan chilló mientras se estiraba para alcanzar a Richard, pero los dedos no le llegaban. El joven hundió el acero en el rojo abdomen de la reina. Una garra apartó a Kahlan justo cuando Richard trataba de cogerle la mano. De otra estocada le cercenó la otra ala a la altura del hombro. Un chorro de sangre salió disparado mientras la encolerizada bestia se retorcía, tratando de alcanzarlo. Ello le impedía hacer pedazos a Kahlan.

Cuando tuvo la cola cerca, Richard volvió a cortarle otro trozo. A medida que la pestilente sangre de la reina lo manchaba todo, sus movimientos se hacían más torpes, lo que permitía a Richard herirla con mayor facilidad.

Entonces se lanzó hacia adelante y cogió a Kahlan por la muñeca. La mujer se cogió asimismo a la suya mientras Richard hundía la espada hasta la empuñadura en la parte inferior del pecho de la acezante bestia. Fue un terrible error.

Aunque mortalmente herida, la reina no iba a soltar la pierna de Kahlan. La bestia se tambaleó y con lentitud de pesadilla se precipitó desde el borde del puente hacia el insondable abismo. Cuando la reina cayó, Richard sintió un tremendo tirón en el brazo que aplastó su estómago contra la piedra del muro.

El joven blandió la espada por el borde y, con un tremendo golpe, cercenó el brazo que sujetaba a Kahlan. La reina mriswith cayó en espiral entre los muros que caían a pico miles de metros, hasta que no fue más que un puntito rojo en la distancia.

Kahlan quedó colgada de su mano sobre el abismo. La sangre descendía por el brazo de Richard hasta sus manos. Podía sentir cómo la muñeca de Kahlan le resbalaba. Con los muslos hacía fuerza contra la piedra para no caer él también.

Con un soberano esfuerzo, la levantó algo más de medio metro.

— Agárrate al muro con la otra mano. No puedo sostenerte; resbalas.

Kahlan se cogió con la mano libre al borde del muro de piedra, aliviando así parte del peso. Richard arrojó la espada al sendero y le pasó la otra mano bajo el brazo. Apretando los dientes, y con la ayuda de Kahlan, la alzó sobre el muro y luego la bajó al sendero.

— ¡Quítamelo! ¡Quítamelo! —gritaba Kahlan.

Richard abrió a la fuerza las garras y extrajo la pierna de Kahlan. A continuación arrojó el rojo brazo por el borde. Kahlan se desplomó entre sus brazos, jadeando, demasiado agotada para hablar.

Pese al dolor, Richard sintió una embriagadora sensación de alivio.

— ¿Por qué no has usado tu poder… el rayo?

— En el interior del Alcázar no funcionaba, y una vez fuera esa bestia me dejó sin sentido. ¿Por qué no usaste tú tu poder? ¿Por qué no lanzaste uno de esos temibles rayos negros, como en el Palacio de los Profetas?

— No lo sé. No sé cómo funciona el don. Tiene algo que ver con el instinto. No puedo usarlo siempre que quiero. —El joven le acariciaba el pelo con los ojos cerrados—. Ojalá Zedd estuviera aquí. Él me enseñaría a usarlo y a controlarlo. Lo echo tanto de menos…

— Lo sé —susurró ella.

Por encima de los jadeos de Kahlan percibía en la lejanía gritos y el entrechocar del acero. Asimismo olía a humo. De hecho, formaba una bruma.

Haciendo caso omiso del punzante dolor en el hombro, ayudó a Kahlan a levantarse, y ambos corrieron hasta un cambio de rasante desde el que se divisaba la ciudad, a los pies de la montaña. Se detuvieron bruscamente en el borde. Kahlan ahogó un grito.

Horrorizado, Richard cayó de hinojos y susurró:

— Queridos espíritus, ¿qué he hecho, qué he hecho?

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