34

Vio unos relucientes ojos verdes. A la tenue luz procedente de la pequeña luna invernal y las estrellas distinguió una enorme mole que avanzaba hacia ella. Kahlan quiso gritar pero la voz le falló.

La enorme bestia retrajo los labios, revelando así sus prodigiosos y terribles colmillos. Kahlan reculó. Apretaba con tanta fuerza el mango del cuchillo, que los dedos le dolían. Si era rápida y no se dejaba llevar por el pánico, tal vez tendría una oportunidad. ¿Y si gritaba? ¿La oiría Zedd? ¿La oiría alguien? Pero, aunque la oyeran, todos estaban demasiado lejos y no llegarían a tiempo.

Por el tamaño de la bestia dedujo que se trataba de un gar de cola corta. Qué mala suerte la suya; los gars de cola corta eran los más inteligentes, los más grandes y los más mortíferos. Queridos espíritus, ¿por qué no podía ser un gar de cola larga?

El monstruo alzó algo de su pecho. Kahlan se quedó mirándolo fijamente. ¿Por qué no la atacaba? ¿Dónde estaban sus moscas de sangre? El gar se limitaba a mirarla de la cabeza a los pies; sus ojos verdes relucían amenazadoramente. Cuando retrajo más los labios lanzó al aire una nube de vapor y emitió un sonido gorgoteante.

Kahlan abrió mucho los ojos. ¿Sería posible?

— ¿Gratch?

Súbitamente el gar empezó a dar brincos, aullar excitadamente y agitar las alas.

Kahlan se relajó, profundamente aliviada. Envainó el cuchillo y se acercó a la enorme bestia, aunque con precaución.

— ¿Gratch? ¿Eres tú, Gratch?

El gar asintió vigorosamente con su enorme y grotesca cabeza.

— ¡Grrratch! —exclamó con un profundo rugido que Kahlan sintió resonar en los huesos—. ¡Grrratch! —repitió, golpeándose el pecho con ambas garras.

— Gratch, ¿te envía Richard?

Al oír el nombre de Richard el gar agitó las alas más vigorosamente.

Kahlan se aproximó a él.

— Gratch, ¿te envía Richard?

— Grrratch quierrrg Raaaach aaarg.

Kahlan parpadeó. Richard le había contado que Gratch intentaba hablar. De repente vio la gracia a la situación.

— Kahlan también quiere a Richard —declaró y se golpeó el pecho—. Yo soy Kahlan, Gratch. Encantada de conocerte.

No pudo ahogar una exclamación cuando el gar se abalanzó sobre ella, la rodeó con sus peludos brazos y la levantó del suelo. Su primer pensamiento fue que iba a aplastarle todos los huesos, pero lo que hizo fue estrecharla contra su pecho con infinito cuidado. Kahlan le echó los brazos alrededor de su corpachón y le devolvió el abrazo. Gratch era tan grande que los brazos de la mujer apenas abarcaban la mitad.

Jamás hubiera imaginado que llegaría a abrazar a un gar, pero resultaba que se sentía terriblemente emocionada, porque Gratch era amigo de Richard, y Richard le había enviado al gar. Era casi como si el mismo Richard la abrazara.

Tras dejarla suavemente en el suelo, la estudió con sus relucientes ojos verdes. Kahlan le acarició el peludo flanco del pecho mientras la enorme bestia se inclinaba hacia ella y a su vez le acariciaba el cabello con una enorme y mortífera garra.

Kahlan contempló con una sonrisa aquel rostro surcado de arrugas y lleno de colmillos. Gratch lanzó un gorjeo de placer. Agitaba las alas en movimientos acompasados mientras ella le acariciaba el pelaje y él a ella el cabello.

— Estás a salvo con nosotros, Gratch. Richard me habló de ti. No sé hasta qué punto me entiendes, pero estás entre amigos.

Cuando el gar retrajo de nuevo los labios, dejando al descubierto los colmillos, Kahlan cayó en la cuenta de que eso era una sonrisa. Desde luego era la sonrisa más horripilante que había visto en toda su vida, pero al mismo tiempo era tan inocente que no pudo dejar de sonreír a su vez. Jamás se le había ocurrido que los gars pudieran sonreír. Era como un milagro.

— Gratch, ¿te envía Richard?

— Raaaach aaarg —respondió el gar, golpeándose el pecho. Entonces aleteó con tanta fuerza que por unos segundos sus pies dejaron de tocar el suelo. Inmediatamente extendió un brazo y dio leves golpes a Kahlan en un hombro.

Kahlan se quedó boquiabierta. El gar trataba de decirle algo.

— ¿Richard te ha enviado a buscarme?

Gratch se puso loco de contento porque ella lo había entendido. Volvió a abrazarla. Era tan sorprendente que Kahlan se echó a reír. Cuando volvió a dejarla en el suelo, preguntó:

— ¿Te ha costado mucho encontrarme?

El gar gimió y se encogió de hombros.

— ¿Un poco?

Gratch asintió. Kahlan conocía muchas lenguas, pero no pudo evitar reírse de nuevo al pensar que se estaba comunicando con un gar. Llena de asombro sacudió la cabeza. ¿Quién, si no Richard, podría hacerse amigo de un gar?

— Ven conmigo —le dijo, cogiéndole una zarpa—. Quiero que conozcas a alguien.

Gratch lanzó un sonido gutural de asentimiento.

En el umbral de la puerta Kahlan se detuvo. Zedd y Adie, sentados junto al fuego, alzaron los ojos.

— Quiero presentaros a un amigo —anunció, mientras tiraba de Gratch por la zarpa. El gar tuvo que agacharse y plegar las alas para pasar por la puerta. Una vez dentro se irguió casi por completo detrás de la mujer, aunque tenía que encorvarse un poco para no tocar el techo.

Zedd cayó de espaldas en la silla, agitando sus enjutos brazos y piernas en el aire.

— Zedd, para ya. Vas a asustarlo —lo regañó Kahlan.

— ¡Asustarlo! ¡Dijiste que Richard había adoptado a una cría de gar! ¡Esa bestia es casi adulta!

Las impresionantes cejas de Gratch se unieron en una única línea mientras contemplaba cómo el mago se ponía dificultosamente en pie y trataba de alisarse la arrugada túnica.

— Gratch, te presento a Zedd, el abuelo de Richard —dijo Kahlan.

Gratch retrajo los labios y mostró de nuevo los colmillos. Extendiendo las garras, echó a caminar hacia el mago. Zedd se encogió y retrocedió a trompicones.

— ¿Por qué hace eso? ¿Ya ha cenado?

Kahlan se desternillaba de risa y apenas podía hablar.

— Está sonriendo. Le gustas y quiere un abrazo.

— ¡Un abrazo! ¡Ni hablar!

Demasiado tarde. De tres zancadas el gar cruzó la habitación y agarró al huesudo mago entre sus enormes y peludos brazos. Zedd lanzó un grito ahogado. Totalmente encantado, Gratch gorjeó mientras mantenía a Zedd en vilo.

— ¡Córcholis! —Zedd trataba en vano de evitar el aliento de la bestia—. ¡Esta alfombra con alas ya ha cenado y mejor no os digo el qué!

Finalmente Gratch lo dejó en el suelo. El mago retrocedió tambaleándose y agitó un dedo hacia el gar.

— ¡Escúchame bien! ¡No vuelvas a hacer eso nunca más! A partir de ahora no más abrazos, ¿entendido?

Gratch se puso triste y lanzó un gemido.

— ¡Zedd! —le reprendió Kahlan—. Has herido sus sentimientos. Gratch es amigo de Richard y también nuestro, y le ha costado mucho encontrarnos. Al menos podrías ser un poco amable.

Zedd carraspeó.

— Bueno… tal vez tengas razón. Lo siento, Gratch —se disculpó, osando mirar a la bestia—. Supongo que no tiene nada de malo que de vez en cuando, en ocasiones especiales, me abraces.

Antes de que el mago pudiera alzar los brazos para tratar de contenerlo, el gar lo había enlazado de nuevo y lo acunaba como si fuera una muñeca de trapo. Los pies del mago se balanceaban. Por fin el gar dejó al mago en el suelo. Zedd se había quedado sin aliento.

Adie le tendió una mano.

— Yo soy Adie, Gratch. Encantada de conocerte.

Gratch hizo caso omiso de la mano y también la rodeó con sus peludos brazos. Kahlan había visto a menudo sonreír a Adie pero pocas veces había oído su rasposa risa. Adie reía, y también Gratch reía, a su manera.

Cuando regresó la calma y todos recuperaron el aliento, Kahlan vio a Jebra, que asomaba la nariz por una rendija en la puerta del dormitorio.

— No pasa nada, Jebra. Es Gratch, un amigo. No, Gratch —con una mano en el brazo contuvo al gar—, ya la abrazarás más tarde.

Gratch se encogió de hombros y asintió. Kahlan lo obligó a volverse hacia ella, le cogió una zarpa entre las dos manos y lo miró directamente a sus relucientes ojos verdes.

— Gratch, ¿te envía Richard para decirnos que pronto estará aquí? —Gratch negó con la cabeza. Kahlan tragó saliva—. Pero ¿está de camino? ¿Ha partido de Aydindril y viaja hacia aquí?

Gratch escrutó su rostro, alzó la garra y le acarició el pelo. Entonces Kahlan vio que llevaba alrededor del cuello un mechón de su cabello sujeto a una cinta de cuero, junto con un colmillo de dragón. Lentamente Gratch volvió a negar con la cabeza. A Kahlan se le cayó el alma a los pies.

— ¿No está de camino? ¿Pero te ha enviado a buscarme?

Gratch asintió y acompañó el gesto con un leve aleteo.

— ¿Por qué? ¿Sabes tú por qué?

Gratch cabeceó. Se llevó una garra a la espalda y cogió algo que le colgaba sujeto a otra correa. Era un objeto rojo y largo, que le tendió a la mujer.

— ¿Qué es? —quiso saber Zedd.

Kahlan trataba ya de deshacer el nudo.

— Es una funda para llevar documentos. Tal vez contiene una carta de Richard.

Gratch asintió. Después de liberar el nudo Kahlan pidió a Gratch que se sentara. El gar obedeció sin protestar y se agachó al lado de Kahlan, que sacaba la carta enrollada de dentro de la funda.

Zedd fue a sentarse junto a Adie al lado del fuego.

— Oigamos las excusas del muchacho. Será mejor que sean buenas o va a oírme.

— Lo mismo digo —convino Kahlan en voz baja—. Aquí hay lacre suficiente para sellar una docena de cartas. Tendremos que enseñar a Richard cómo se sella un documento. —La examinó a la luz—. Es la espada. Ha presionado la empuñadura de la Espada de la Verdad sobre el lacre.

— Para que sepamos que realmente la ha escrito él —observó Zedd, al tiempo que alimentaba el fuego.

Una vez acabó de romper el sello, Kahlan desplegó la carta y se colocó de espaldas al fuego para poder leerla.

— «Mi queridísima reina —leyó en voz alta—, rezo a los buenos espíritus para que esta carta llegue a tus manos…»

Zedd se levantó de un salto.

— Es un mensaje —declaró.

— Pues claro que es un mensaje —replicó Kahlan, desconcertada—. Es su carta.

— No, no. Quiere decirnos algo. Conozco a Richard, sé cómo piensa. Nos está diciendo que teme que si alguien se apodera de esta carta, podría traicionarnos… a nosotros o a él. Nos avisa de que no podrá decirnos todo lo que quisiera decir.

Kahlan se mordió el labio inferior.

— Sí, tiene sentido. Richard no suele hacer nada sin pensar.

— Continúa —la invitó Zedd, que se dio media vuelta para asegurarse de que su huesudo trasero quedaría sentado sobre la silla.

— «Mi queridísima reina, rezo a los buenos espíritus para que esta carta llegue a tus manos y para que tanto tú como tus amigos estéis bien y a salvo. Han ocurrido muchas cosas, y debo pedirte que seas comprensiva.

»La alianza de la Tierra Central ya no existe. Siento sobre mí la furibunda mirada de Magda Searus, la primera Madre Confesora, y su mago, Merritt, porque ambos han sido testigos del final de la alianza y porque he sido yo el artífice de su fin.

»Siento sobre mis espaldas la carga de miles de años de historia, pero trata de comprender que, de no haber actuado como lo he hecho, nuestro único futuro habría sido como esclavos de la Orden Imperial, y en ese caso la historia de la Tierra Central quedaría relegada al olvido.»

Kahlan se llevó una mano a su desbocado corazón e hizo una pausa para inspirar una bocanada de aire antes de proseguir.

— «Hace meses la Orden Imperial empezó a destruir la Tierra Central al ganar nuevos aliados entre quienes la integraban y minar así su unidad. Mientras nosotros luchábamos contra el Custodio, ellos luchaban para arrebatarnos la seguridad de nuestros hogares. Si tuviéramos más tiempo, quién sabe si podríamos restablecer esa unidad, pero el tiempo es un lujo del que no disponemos pues la Orden sigue adelante con sus planes sin detenerse ni un segundo. Con la Madre Confesora muerta, he tenido que hacer lo debido para forjar una nueva unidad.»

— ¿Qué? ¿Qué ha hecho? —graznó Zedd.

Kahlan lo silenció con una iracunda mirada por encima de la carta, que temblaba en sus manos, y siguió leyendo.

— «La dilación es debilidad, y la debilidad significa muerte a las manos de la Orden. Nuestra amada Madre Confesora conocía el precio del fracaso y nos encomendó que condujésemos esta guerra hacia la victoria. Ella declaró la guerra sin cuartel a la Orden Imperial y, en su sabiduría, no se equivocó. No obstante, el egoísmo fragmentó la alianza y la ha conducido a su ruina. Me he visto obligado a actuar.

»Mis tropas han conquistado Aydindril.»

Zedd explotó.

— ¡Rayos y centellas! Pero ¿de qué está hablando? ¡Richard no tiene tropas! ¡No tiene más que una espada y esa alfombra voladora con alas!

Gratch se alzó con un gruñido. Zedd se encogió.

Con un parpadeo Kahlan alejó las lágrimas de sus ojos.

— Estaos quietos los dos.

Zedd miraba alternativamente a ella y al gar.

— Lo siento, Gratch, no pretendía ofenderte.

Ambos se calmaron y Kahlan siguió leyendo.

— «Hoy he reunido a los delegados de los países representados en Aydindril y los he informado de que he disuelto la alianza de la Tierra Central. Mis tropas han rodeado sus palacios y muy pronto habrán desarmado a sus soldados. Les he dicho lo mismo que te digo a ti: en esta guerra sólo hay dos bandos, el nuestro y el de la Orden Imperial. Nadie puede quedar al margen. Lograremos la unidad, de un modo u otro. Todos los países de la Tierra Central deberán rendirse ante D’Hara.»

— ¡D’Hara! ¡Recórcholis!

Kahlan no alzó la mirada. Las lágrimas seguían bañando sus mejillas.

— Si tengo que repetirte otra vez que te estés callado, tendrás que esperar fuera mientras acabo de leer la carta.

Adie agarró al mago por la túnica y tiró de él para que se sentara.

— Continúa.

Kahlan se aclaró la garganta y siguió leyendo.

— «He dicho a los representantes que tú, la reina de Galea, serías mi futura esposa y que tu rendición y nuestro enlace es muestra de que no se trata de una conquista sino de una unión forjada en paz, con objetivos comunes y basada en el respeto mutuo. Los diversos países conservarán su patrimonio y sus legítimas tradiciones pero deberán renunciar a su soberanía. Se protegerá la magia en todas sus formas. Seremos una sola nación con un ejército, bajo un mando único y bajo una sola ley. Todos los países que se unan a nosotros pacíficamente tendrán voz y voto a la hora de formular esa ley.»

A Kahlan se le quebró la voz.

— «Debo pedirte que regreses enseguida a Aydindril y que rindas Galea. Debo tratar con muy diversos países, por lo que tus conocimientos y tu ayuda me serían de gran valor.

»He informado a los delegados de que la rendición es obligatoria. No habrá favoritismos. Cualquier país que no se rinda, será sitiado y no se le permitirá que comercie con nosotros hasta que se produzca la rendición. Si no se rinde pacíficamente, con todos los beneficios que ello comporta, nos veremos obligados a lograr su capitulación con la fuerza de las armas. En ese caso, no sólo no se beneficiará de los beneficios sino que incurrirá en sanciones. Como he dicho, nadie puede quedar al margen. Estaremos unidos.

»Mi reina, yo daría mi vida por ti y no deseo otra cosa que convertirme en tu esposo, pero si a causa de mis acciones tus sentimientos hacia mí cambian, no te obligaré a casarte conmigo. Quiero que entiendas que la rendición de tu país es necesaria y vital. Debemos vivir todos bajo la misma ley. No puedo permitirme el lujo de conceder favores especiales a ningún país, o estaremos perdidos antes incluso de empezar.»

Kahlan tuvo que hacer una pausa para contener los sollozos. A través de las lágrimas apenas distinguía las palabras.

— «Los mriswith han atacado la ciudad. —A Zedd se le escapó un silbido. Kahlan no hizo caso y siguió leyendo—. Con la ayuda de Gratch los vencí y he ordenado clavar sus restos en picas para que decoren la explanada de acceso al Palacio de las Confesoras y todos vean qué aguarda a nuestros enemigos. Los mriswith son capaces de hacerse invisibles gracias a sus capas. Aparte de mí, sólo Gratch puede detectar su presencia. Temo que vayan a por ti. Por eso he enviado a Gratch a protegerte.

»Debemos recordar algo muy importante: aunque la Orden desea destruir la magia, no duda en emplearla para sus propios fines. Es nuestra magia la que quiere destruir.

»Por favor, di a mi abuelo que también él debe regresar inmediatamente. Su hogar ancestral corre peligro. Por esa razón me he visto obligado a tomar Aydindril y no puedo partir. Tiemblo al imaginar qué podría ocurrir si el hogar ancestral de mi abuelo cayera en manos del enemigo.»

Zedd no pudo contenerse.

— Córcholis —susurró para sí, al tiempo que volvía a levantarse—. Richard se refiere al Alcázar del Hechicero. No quería escribirlo pero a eso se refiere. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? El chico tiene razón; no podemos permitir que se apoderen del Alcázar. La Orden haría cualquier cosa para apropiarse de los poderosos objetos mágicos que allí se atesoran. Richard no sabe qué tipo de magia se guarda allí, pero es lo suficientemente inteligente para darse cuenta del peligro. ¡Cómo he podido estar tan ciego!

Kahlan se estremeció al darse cuenta del peligro. Si la Orden se apoderaba del Alcázar, tendría acceso a una magia de increíble poder.

— Zedd, Richard está completamente solo en Aydindril. Él casi no sabe nada de magia. No sabe nada de la gente que hay en Aydindril con poderes mágicos. Es como un cervatillo que entra en la guarida de un oso. Queridos espíritus, no tiene ni idea del peligro que corre.

Zedd sonrió con aire sombrío.

— El chico no sabe lo que se lleva entre manos.

— ¿Que no sabe lo que se lleva entre manos? —Adie lanzó una sonrisa burlona—. Ha conquistado Aydindril y el acceso al Alcázar bajo las mismas narices de la Orden. Ellos envían mriswith contra él, y Richard los clava en picas delante de palacio. Probablemente conseguirá que todos los países se le rindan y luchen juntos contra la Orden, justamente lo que nosotros tratábamos de hacer y no sabíamos cómo. Ha utilizado lo que para nosotros era un problema, el comercio, como arma para lograr sus objetivos. Él no espera para hacerlos entrar en razón; simplemente les ha puesto un cuchillo al cuello. Si los países empiezan a rendirse a él, muy pronto se hará con el control de toda la Tierra Central, al menos, de los países más importantes.

— Y cuando todos se hayan unido a D’Hara, como una única fuerza y un único mando, podrán plantar cara a la Orden —dijo Zedd—. ¿Hay más? —preguntó a Kahlan.

— Sí, un poco más. «Aunque no deseo poner en peligro mi felicidad personal, temo las consecuencias si no actúo, pues la sombra de la tiranía oscurecería el mundo para siempre. Si no hacemos algo, todos correremos la misma suerte que Ebinissia.

»Confío en tu amor, pero me asusta pensar que puedo perderlo por esto.

»Aunque estoy rodeado por guardaespaldas, una de los cuales ya ha dado su vida por mí, no es a ellos a quienes necesito para sentirme seguro. Regresad enseguida a Aydindril. No os demoréis. Gratch os protegerá de los mriswith hasta que yo pueda hacerlo. Tuyo en este mundo y en el más allá, Richard Rahl, amo de D’Hara.»

Zedd volvió a silbar entre dientes.

— Amo de D’Hara. Pero ¿qué ha hecho el chico?

— Destruirme —sentenció Kahlan, bajando la carta con temblorosas manos—, eso es lo que ha hecho.

Adie la apuntó con un delgado dedo.

— Ahora escúchame bien, Madre Confesora. Richard sabe perfectamente lo que te está haciendo y te ha abierto su corazón. Te dice que escribe bajo la imagen de Magda Searus porque le duele lo que debe hacer y sabe qué significa eso para ti. Prefiere perder tu corazón a que mueras, que es justo lo que ocurriría si se doblegara ante el pasado en vez de tratar de dirigir el futuro. Richard ha hecho lo que nosotros no éramos capaces. Ha solicitado unidad, luego la ha exigido y finalmente la va a conseguir por la fuerza. Si deseas ser realmente la Madre Confesora y tu prioridad es la salvaguarda del pueblo, ayudarás a Richard.

Zedd enarcó una ceja pero guardó silencio.

Al oír el nombre de Richard, Gratch intervino.

— Grrratch quierrrg Raaaach aaarg.

Kahlan se enjugó una lágrima de la mejilla y sorbió por la nariz.

— Yo también quiero a Richard.

— Kahlan, del mismo modo que un día podré liberarte del hechizo, sé que un día volverás a ser la Madre Confesora —la consoló Zedd.

— Tú no lo entiendes —replicó ella, conteniendo las lágrimas—. Durante miles de años una Madre Confesora ha protegido la Tierra Central a través de la alianza. Yo seré la Madre Confesora que ha fallado a la Tierra Central.

— No, no. Tú serás la Madre Confesora que tuvo la fortaleza necesaria para salvar a la gente de la Tierra Central.

— Yo no estoy tan segura —protestó Kahlan, llevándose una mano al corazón.

Zedd se acercó a ella.

— Kahlan, Richard es el Buscador de la Verdad. Es el depositario de la Espada de la Verdad. Yo soy quien lo designó. Como Primer Mago reconocí en él a la persona que posee los instintos del Buscador.

»Ahora actúa siguiendo esos instintos. Richard es una persona excepcional. Es el Buscador y asimismo posee el don. Está haciendo lo que cree que debe hacer. Aunque no comprendamos por entero el porqué de sus actos, debemos confiar en él. ¡Córcholis! Quizá ni siquiera él sabe por qué hace lo que hace.

— Lee otra vez la carta con tranquilidad —le recomendó Adie—. Escucha sus palabras con el corazón y te darás cuenta del sentimiento que ha puesto en ellas. Y recuerda que es posible que no se atreviera a escribir determinadas cosas por si la carta caía en malas manos.

Kahlan se pasó el dorso de la mano por la nariz.

— Sé que suena egoísta, pero no lo es. Yo soy la Madre Confesora y he heredado la responsabilidad que mis antecesoras llevaron antes que yo. Cuando fui elegida me convertí en la depositaria de esa confianza, y ahora es mi responsabilidad. Cuando asumí el cargo hice unos votos.

Zedd le alzó el mentón con un huesudo dedo.

— Juraste proteger al pueblo. Ningún sacrificio es excesivo para cumplir ese juramento.

— Es posible. Pensaré en ello. —Además de las lágrimas, Kahlan pugnaba por controlar la furia—. Amo a Richard, pero yo nunca le habría causado tanto daño. Creo que no comprende realmente qué me está haciendo a mí y a todas las Madres Confesoras que dieron su vida.

— Yo creo que sí —dijo Adie en un susurro.

De repente la faz de Zedd se puso tan blanca como su pelo.

— Córcholis —musitó—. No creeréis que Richard está tan loco como para aventurarse en el Alcázar, ¿verdad?

Kahlan alzó la cabeza.

— El Alcázar está protegido con conjuros. Richard no sabe cómo usar su magia. No sabría cómo atravesarlos.

— Dijiste que no sólo posee Magia de Suma sino también Magia de Resta. Todos los encantamientos son de Suma. Si Richard puede usar la Magia de Resta, podrá atravesar incluso los escudos más poderosos que coloqué en el Alcázar.

Kahlan ahogó un grito.

— Me contó que en el Palacio de los Profetas atravesaba tranquilamente cualquier escudo porque sólo eran de Suma. El único que se le resistía era el escudo que protegía el perímetro, y eso era porque estaba construido con ambos tipos de magia.

— Si se le ocurre entrar, dentro del Alcázar hay cosas capaces de matarlo antes de que pueda decir esta boca es mía. Para eso coloqué los escudos: para que nadie las tocara. Córcholis, hay escudos que ni siquiera yo osaría atravesar. Para alguien que no sepa qué está haciendo ese lugar es una trampa mortal.

»¿Kahlan, crees que entrará en el Alcázar? —preguntó, agarrándola por los hombros.

— No lo sé, Zedd. Tú lo conoces desde niño. Deberías saberlo mejor que yo.

— No, no entrará. Sabe que la magia puede ser muy peligrosa. Es un chico listo.

— A no ser que se le meta algo en la cabeza.

— ¿Eh? ¿A qué te refieres?

Kahlan se secó la última de las lágrimas.

— Bueno, cuando estábamos con la gente barro se le metió entre ceja y ceja convocar una reunión de espíritus. El Hombre Pájaro lo previno de que era peligroso. Incluso los espíritus trataron de avisarlo: una lechuza lo golpeó en la cabeza, haciéndole un corte en el cuero cabelludo, y luego cayó al suelo, muerta. El Hombre Pájaro lo interpretó como que los espíritus advertían a Richard que no convocara la reunión. Pero Richard siguió adelante. La reunión permitió a Rahl el Oscuro regresar del inframundo. Cuando Richard quiere algo, nada lo detiene.

Zedd se estremeció.

— Pero ahora mismo no quiere nada. No tiene ninguna necesidad de ir allí.

— Zedd, ya sabes cómo es Richard. Le gusta aprender. Es posible que decida ir simplemente a echar un vistazo, por pura curiosidad.

— Pues la curiosidad puede costarle la vida.

— En la carta decía que uno de sus guardaespaldas había muerto. Bueno, ahora que lo pienso, en realidad se refería a una mujer. ¿Por qué tiene guardaespaldas femeninas? —inquirió con desconcierto.

Zedd agitó los brazos con impaciencia.

— No lo sé. ¿Qué ibas a decir sobre la muerte de esa guardaespaldas?

— Por lo que sabemos, es posible que alguien de la Orden ya esté en el Alcázar y la matara usando magia. O es posible que Richard tema que los mriswith se apoderen del Alcázar y decida ir allí para evitarlo.

Zedd se frotó la imberbe mandíbula con un pulgar.

— No tiene ni idea de los peligros que acechan en Aydindril, y mucho menos de la naturaleza mortífera de lo que se guarda en el Alcázar. Recuerdo que una vez le dije que en su interior se guardaban objetos mágicos, como la Espada de la Verdad, y libros. Pero me olvidé de mencionar que muchos eran peligrosos.

— ¿Libros? —Kahlan le apretó un brazo—. ¿Le dijiste que en el Alcázar hay libros?

— Gran error, ¿verdad? —gruñó el mago.

— Eso me temo —suspiró Kahlan.

Zedd se echó las manos a la cabeza.

— ¡Tenemos que regresar enseguida a Aydindril! Richard no controla su don. —Zedd estaba frenético—. Si la Orden usa magia para apoderarse del Alcázar, Richard no podrá detenerlos. Podríamos perder esta guerra apenas empezada.

Kahlan apretaba los puños.

— No puedo creerlo —declaró—. Llevamos semanas huyendo de Aydindril y ahora tenemos que volver. Tardaremos semanas en llegar.

— Es inútil lamentarse de errores pasados. Debemos concentrarnos en lo que podemos hacer a partir de ahora. No podemos cambiar el pasado.

Kahlan miró a Gratch.

— Richard nos envió una carta. Podríamos enviarle otra de vuelta para avisarlo.

— Eso no lo ayudará a defender el Alcázar si la Orden utiliza magia.

Kahlan notaba que la cabeza le daba vueltas con pensamientos a medio formular y soluciones precipitadas.

— ¿Gratch, podrías llevarnos a uno de nosotros donde está Richard?

El gar los miró alternativamente deteniéndose especialmente en el mago y al fin negó con la cabeza.

Kahlan se mordió el labio inferior, frustrada. Zedd no dejaba de caminar delante del fuego, mascullando algo para sus adentros. Adie tenía la mirada perdida. De pronto Kahlan lanzó una exclamación.

— ¡Zedd! ¿Podrías usar magia?

El mago se detuvo y alzó la vista hacia ella.

— ¿Qué tipo de magia?

— Algo como lo que hiciste hoy con el carromato. Levantarlo con magia.

— Yo no puedo volar, querida. Sólo levanto cosas.

— ¿Pero podrías hacernos más ligeros, como el carromato, para que Gratch pudiera llevarnos?

Zedd retorció su arrugada faz.

— No. Costaría demasiado mantener ese esfuerzo. Esa magia funciona con cosas inanimadas, como rocas o vehículos, pero con seres vivos es muy distinto. Podría alzarnos a todos un poco pero por pocos minutos.

— ¿Podrías hacerlo sólo para ti? ¿Podrías hacerte tan ligero que Gratch pudiera llevarte?

El mago se animó.

— Sí, quizá. Será difícil mantener ese esfuerzo mucho tiempo pero creo que podría.

— ¿Y tú, Adie? ¿Podrías tú también?

— No. —La hechicera se hundió en la silla—. Yo no tengo el mismo poder que él. No podría.

— En ese caso —sentenció Kahlan, tragándose sus temores— tendrás que ir tú, Zedd. De ese modo podrías adelantarte varias semanas. Richard te necesita. No puede esperar. Cada minuto que pasa supone un peligro para nuestra causa.

— ¡No puedo dejaros indefensas! —protestó Zedd, alzando sus enjutos brazos.

— Tengo a Adie.

— ¿Y si los mriswith atacan, tal como teme Richard?

Kahlan lo agarró por una de sus negras mangas.

— Si Richard entra en el Alcázar, podría morir. Si la Orden se apodera del Alcázar del Hechicero y de su magia, todos moriremos. Eso es más importante que mi vida. Si dejamos que ganen, muchas personas morirán, como en Ebinissia, y quienes sobrevivan quedarán reducidos a la esclavitud. Toda magia se extinguirá. Se trata de una decisión de guerra.

»Además, aún no hemos visto a ningún mriswith. El hecho de que hayan atacado Aydindril no significa que vayan a atacarnos a nosotros. De todos modos, el hechizo oculta mi identidad. Nadie sabe que la Madre Confesora sigue viva, ni que sea yo. No tienen ningún motivo para atacarme especialmente a mí.

— Un razonamiento impecable. Ahora entiendo por qué fuiste elegida Madre Confesora. No obstante, sigo creyendo que es una locura. ¿Qué opinas tú, Adie? —Zedd apeló a la hechicera.

— Creo que la Madre Confesora tiene razón. Debemos considerar cuál es la acción más importante. No podemos poner en peligro a todo el mundo a cambio de la seguridad de unos pocos.

Kahlan se colocó delante de Gratch. Con el gar agachado, sus ojos quedaban a la misma altura.

— Gratch, Richard corre un gran peligro —dijo la mujer. Gratch agitó las empenachadas orejas—. Necesita la ayuda de Zedd y también la tuya. A mí no va a pasarme nada; no hemos visto a ningún mriswith. ¿Podrías llevar a Zedd hasta Aydindril? Él es mago y se hará muy ligero, para que puedas con él. ¿Lo harás por mí y por Richard?

Los relucientes ojos de Gratch se posaron alternativamente en los tres humanos. Pensaba. Finalmente se levantó, desplegó sus correosas alas y asintió. Kahlan abrazó al gar, y la bestia le devolvió el gesto.

— ¿Estás cansado, Gratch? ¿Quieres descansar o prefieres ponerte en marcha ya mismo?

Por respuesta Gratch batió las alas.

Zedd, cada vez más alarmado, miraba a uno y a otro.

— Córcholis. Esto será lo más insensato que haya hecho en mi vida. Si el Creador quisiera que volara, me habría dado alas.

— Jebra tuvo una visión de ti con alas —le recordó Kahlan, esbozando una sonrisa.

— Sí —replicó el mago, posando las manos sobre sus huesudas caderas— y también me vio cayendo en una bola de fuego. De acuerdo. Vámonos.

Adie se puso en pie y lo abrazó.

— Eres un viejo loco muy valiente.

— Sobre todo loco —rezongó Zedd. Pero al fin le devolvió el abrazo. Cuando la hechicera le pellizcó el trasero lanzó un gritito.

— Te ves muy guapo con esas ropas tan elegantes, viejo.

Zedd no pudo evitar sonreír.

— Sí, supongo que sí. Bueno, al menos un poco —se corrigió, ceñudo—. Cuida de la Madre Confesora. Cuando Richard descubra que me he dejado convencer para dejarla sola, hará algo más que darme un pellizco.

Kahlan echó los brazos alrededor del flaco mago. De pronto se sentía desolada. Zedd era el abuelo de Richard, y le gustaba tener al menos un poco de Richard junto a ella.

Cuando se separaron Zedd miró a Gratch con una mueca.

— Bueno, Gratch, será mejor que nos pongamos en marcha.

En el frío aire de la noche Kahlan agarró al mago por una manga.

— Zedd, trata de inculcar un poco de sentido común a Richard. No puede hacerme esto. —Kahlan se estaba acalorando—. Está siendo poco razonable.

Zedd escrutó la cara de la mujer a la tenue luz. Por fin dijo suavemente:

— La historia no la escriben hombres razonables.

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