8

Richard despertó de repente. La cálida luz del mediodía bañaba la alcoba, y el maravilloso y penetrante aroma de sopa picante le llenaba los pulmones. Estaba en casa de Zedd. El joven levantó la vista hacia los familiares nudos en la madera de las paredes y contempló los rostros que siempre veía en ellos. La puerta que daba al salón estaba cerrada. Junto al lecho había una silla, vacía. Se incorporó, retiró la colcha y comprobó que aún llevaba puesta su ropa sucia. Rápidamente se llevó la mano al pecho y lanzó un suspiro de alivio al notar el colmillo. Un palo corto mantenía la ventana abierta unos centímetros, y a través de ella entraba aire fresco y el sonido de la risa de Kahlan. «Zedd debe de estar contándole historias», pensó. Entonces miró su mano izquierda; la llevaba vendada, pero ya no le dolía cuando flexionaba los dedos. El dolor de cabeza también había desaparecido. De hecho, se sentía en plena forma, hambriento, pero en plena forma. El joven se corrigió; hambriento y sucio, con la ropa hecha un asco, pero en plena forma.

En el centro de la pequeña alcoba vio una bañera llena de agua, jabón y toallas limpias. Pulcramente colocada sobre la silla había ropa para el bosque limpia y doblada. El joven metió la mano en el agua y comprobó que estaba caliente. Zedd debía de haber sabido cuándo se despertaría. Conociéndolo, no lo sorprendía en lo más mínimo.

Richard se desnudó y se introdujo en la acogedora agua. El aroma del jabón le pareció casi tan bueno como el de la sopa. Al joven le gustaba remojarse un buen rato, pero se sentía demasiado despierto para adormecerse en el agua y ardía en deseos de reunirse con sus amigos. Al quitarse la venda de la mano le sorprendió que hubiera mejorado tanto en sólo una noche.

Cuando salió encontró a Kahlan y a Zedd sentados a la mesa, esperándolo. Richard reparó en que el vestido de Kahlan había sido lavado y que también ella parecía haber tomado un baño. El cabello de la mujer se veía limpio y relucía a la luz del sol. Sus ojos verdes chispearon al posar la mirada en él. Junto a ella vio un gran cuenco de sopa, pan recién hecho y queso, todo preparado para él.

—No creí que durmiese hasta el mediodía —dijo Richard a modo de saludo, al tiempo que se disponía a sentarse en el banco. Ambos rieron. Richard los miró con recelo.

—Éste es el segundo mediodía que pasas durmiendo, Richard —dijo Kahlan, con la cara seria.

—Sí —añadió Zedd—, ayer dormiste todo el día. ¿Cómo te sientes? ¿Y la mano?

—Bien. Zedd, gracias por ayudarme. Gracias a los dos. —El joven abrió y cerró los dedos para demostrarles la mejoría—. La mano está mucho mejor, pero me pica.

—Mi madre siempre decía que si pica se está curando.

—La mía también lo decía. —Richard sonrió burlón. Cogió con la cuchara un trozo de patata y una seta y las probó—. Es tan sabrosa como la mía —dijo sinceramente.

Kahlan, sentada en el banco en diagonal, de cara a él y con la mandíbula apoyada en la base de la mano, le dirigió una sonrisa cómplice.

—Zedd no comparte la misma opinión.

Richard lanzó a Zedd una mirada de reproche, y el anciano alzó los ojos al cielo con gesto exagerado.

—¿De veras? Se lo recordaré la próxima vez que me suplique que le prepare sopa.

—Francamente —comentó Kahlan bajando la voz, aunque Zedd podía oírla perfectamente—, por lo que he visto, creo que Zedd sería capaz incluso de comer tierra si alguien se la sirviera.

—Veo que ya lo conoces bastante bien. —El joven rió.

—Te lo aseguro, Richard —intervino el anciano, apuntándolo con un huesudo dedo y decidido a decir la última palabra—, Kahlan lograría que la tierra supiera bien. Deberías aprender de ella.

Richard partió un pedazo de pan y lo mojó en la sopa. Sabía que Kahlan y Zedd bromeaban para liberar la tensión; era su manera de pasar el tiempo mientras esperaban que acabara de comer. Kahlan le había dado su palabra de que no pediría ayuda a Zedd antes de que él tuviera oportunidad de hacerlo y, al parecer, había cumplido su promesa. Zedd, fiel a su costumbre, se hacía el tonto y el inocente, esperando que fuese él quien preguntara primero, y de ese modo poder juzgar mejor lo que ya sabía. Pero ese día Richard no tenía tiempo para sus juegos. Ese día las cosas eran distintas.

—Pero hay una cosa en ella que me hace desconfiar. —El tono de voz de Zedd era siniestro y amenazador.

Richard dejó de masticar. Tragó lo que tenía en la boca y esperó, sin atreverse a mirar a ninguno de los dos, que guardaban silencio.

—¡No le gusta el queso! —explicó Zedd—. Creo que nunca podré confiar en alguien a quien no le guste el queso. Es antinatural.

Richard se relajó. Zedd simplemente estaba jugando con su mente, como le gustaba decir. Su viejo amigo parecía tener un talento especial para cogerlo desprevenido, cosa que le encantaba. El joven lanzó una mirada de soslayo a Zedd y lo vio allí sentado, con una inocente sonrisa dibujada en la cara. Richard también tuvo que sonreír. Mientras él saboreaba la sopa, Zedd mordisqueó un trozo de queso para defender su postura, y Kahlan hizo lo propio con un trozo de pan. El pan era delicioso, y la mujer se alegró cuando Richard lo elogió.

Casi había terminado de comer cuando decidió que era hora de cambiar el tono y hablar de cosas importantes.

—¿Qué hay de la próxima cuadrilla? —preguntó—. ¿Ha habido algún signo de ella?

—No. Yo estaba preocupada pero Zedd leyó una nube y parece que se ha topado con algún problemilla, pues no hay forma de poder localizarla.

—¿Es eso cierto? —El joven miró a Zedd por el rabillo del ojo.

—Tan cierto como que las ranas no crían pelo. —Zedd había usado esa expresión desde que Richard era un niño, para convencerlo recurriendo al humor y hacerle saber que siempre podía confiar en que, pasara lo que pasase, él siempre le diría la verdad. El joven se preguntó con qué tipo de «problemilla» podía toparse una cuadrilla de asesinos.

Para bien o para mal había logrado cambiar la atmósfera que reinaba alrededor de la mesa. Richard notaba que Kahlan apenas podía esperar que prosiguiera, y Zedd también se sentía impaciente. La mujer se retiró un poco y esperó con las manos en el regazo. El joven temía que si no sabía llevar bien el asunto, Kahlan haría lo que fuera que tenía que hacer, sin que él pudiera evitarlo.

Después de apurar la sopa alejó el cuenco con los pulgares y sus ojos buscaron los de Zedd. Su viejo amigo ya no parecía tener ganas de bromear, pero, por lo demás, no había forma de saber qué estaba pensando. Simplemente esperaba. Ahora era el turno de Richard y una vez que empezara ya no habría vuelta atrás.

—Zedd, amigo mío, necesitamos tu ayuda para detener a Rahl el Oscuro.

—Lo sé. Queréis que encuentre al mago.

—No, eso no será necesario. Ya lo he encontrado. —Richard notó la mirada interrogadora de Kahlan, pero él continuó con los ojos fijos en Zedd—. Tú eres el gran mago.

La mujer empezó a levantarse del banco. Sin apartar la mirada del anciano el joven alargó una mano bajo la mesa, la agarró por el brazo y la obligó a sentarse. Zedd continuaba impasible. Cuando habló su voz era suave y serena.

—¿Qué te hace pensar eso, Richard?

El joven respiró hondo y soltó el aire lentamente mientras ponía las manos encima de la mesa con los dedos entrelazados. Se las miró mientras respondía.

—Cuando Kahlan me contó la historia de las tres tierras, me dijo que el Consejo tomó acciones que hicieron que las muertes de la esposa y la hija del mago a manos de una cuadrilla fuesen inútiles y que el mago les impuso el peor castigo posible: que sufrieran las consecuencias de sus propias acciones.

»Me pareció algo muy típico de ti, pero no podía estar seguro; tenía que hallar el modo de descubrirlo. Cuando viste a Kahlan y te enfadaste porque hubiera venido de la Tierra Central, te dije que una cuadrilla la había atacado y observé tus ojos. Así supe que estaba en lo cierto. Sólo alguien que hubiera sufrido una pérdida como la tuya tendría esa mirada en los ojos. Además, inmediatamente cambiaste tu actitud hacia ella. Del todo. Sólo alguien que haya conocido personalmente el terror sentiría ese tipo de empatía. No obstante, seguía desconfiando de mi instinto y decidí esperar.

El joven levantó los ojos hacia Zedd y le sostuvo la mirada mientras seguía hablando.

—Tú mayor error fue cuando dijiste que Kahlan estaría segura aquí. Tú no mentirías, y mucho menos en algo como eso. Y sabías qué era una cuadrilla. ¿Cómo podría un anciano proteger a Kahlan contra una cuadrilla de asesinos, si no con magia? Un viejo mago sí podría. Tú mismo dijiste que no había rastro de la próxima cuadrilla, que se toparon con un «problemilla». Creo que fue con tu magia con lo que se toparon. Cumpliste lo que dijiste a Kahlan. Tú siempre cumples tu palabra.

»Siempre he sabido, por miles de pequeños detalles, que eras más de lo que decías ser —añadió en tono más amable—, que eras alguien especial. Siempre me he sentido honrado de que fueras mi amigo. Y sé que, como amigo, harías cualquier cosa para ayudarme si mi vida estuviera en peligro, como yo haría por ti. Te confío mi vida; ahora está en tus manos. —Richard odiaba tener que recurrir a ello, pero las vidas de todos estaban en peligro. No había tiempo para juegos.

Zedd apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia adelante.

—Nunca me he sentido más orgulloso de ti, Richard. —Sus ojos demostraban que era sincero—. Estás en lo cierto. —Se levantó y dio la vuelta a la mesa. Richard también se puso en pie, y se abrazaron—. Y tampoco he estado nunca tan triste por ti—. Zedd lo abrazó con fuerza un segundo más—. Siéntate. Ahora mismo vuelvo. Tengo algo para ti. Sentaos los dos y esperadme.

Zedd despejó la mesa. Después, sosteniendo los platos en la parte interior del antebrazo, se encaminó a la casa. Kahlan lo miró alejarse con aire de preocupación. Richard creyó que se alegraría de haber encontrado al mago, pero ahora parecía más asustada. Las cosas no salían como él había esperado.

Al volver, Zedd llevaba algo largo. Kahlan se puso de pie. Richard se dio cuenta de que su viejo amigo llevaba la vaina de una espada. La mujer le cortó el paso antes de que pudiera llegar a la mesa y lo agarró por la túnica.

—No lo hagas, Zedd —dijo la mujer con desesperación.

—No es elección mía.

—Zedd, te lo ruego, elige a cualquier otro, pero no a...

—¡Kahlan! Ya te lo advertí —la interrumpió Zedd—. Te dije que él mismo se elige. Si escojo al equivocado, todos moriremos. ¡Si sabes una manera mejor de hacerlo, dímela!

El anciano apartó a la mujer a un lado, avanzó hasta la mesa, se colocó frente a Richard y dejó caer con fuerza la espada. El joven dio un brinco. Sus ojos fueron de la espada a la intensa mirada de Zedd, que se inclinaba sobre el tablero.

—Esto te pertenece —anunció el mago. Kahlan se volvió.

Richard contempló la espada. La vaina plateada relucía con adornos dorados que trazaban curvas y olas. Las guarniciones de acero se prolongaban por toda su extensión, agresivamente. Un hilo de plata finamente retorcido cubría la empuñadura, y a un lado el hilo de oro se entrelazaba con la plata trenzada para formar la palabraVerdad.A Richard le pareció la espada de un rey; era el arma más maravillosa que había visto.

El joven se levantó lentamente. Zedd cogió el acero por el extremo y ofreció la empuñadura a Richard, diciéndole:

—Desenváinala.

Como en trance, Richard cerró los dedos alrededor de la empuñadura y sacó la espada de su vaina. La hoja emitió un vibrante sonido metálico que flotó en el aire. El joven nunca había oído que una espada produjera un sonido igual. Su mano aferró la empuñadura con más fuerza y notó que las protuberancias de hilo de oro —que formaban la palabraVerdada ambos lados de la empuñadura— se le incrustaban en la palma y en los dedos de la otra mano. Inexplicablemente, el arma parecía estar hecha para él. El peso era el correcto. Sentía como si una parte de él ahora estuviera completa.

En lo más profundo de su ser sintió que la furia se le despertaba, crecía y buscaba una dirección. De pronto fue muy consciente del colmillo que colgaba en su pecho.

A medida que su cólera crecía, sintió que de la espada surgía un poder que lo invadía; el contrapunto a su ira. Sus propios sentimientos siempre le habían parecido independientes, completos, pero esto era como si su propia imagen en un espejo cobrara vida. Era un aterrador espectro. Su cólera se alimentaba de la fuerza de la espada, y a su vez, la furia del arma se alimentaba de su cólera. Ambas tempestades gemelas rugían en su interior. Richard se sentía como alguien que por casualidad pasara por allí y que había sido arrastrado por esas fuerzas, sin poder hacer nada por evitarlo. Era una sensación aterradora y al mismo tiempo seductora, que rayaba en lo prohibido. Tenía espantosas percepciones de su propia rabia distorsionadas por seductoras promesas. Esas cautivadoras emociones recorrieron todo su cuerpo, se apoderaron de su rabia y se alzaron con ella. Richard pugnó por controlar su furia. Estaba al borde de un ataque de paroxismo, al borde de dejarse llevar.

Zeddicus Zu’l Zorander echó hacia atrás la cabeza, extendió los brazos y clamó al cielo.

—¡Oídme todos, vivos y muertos! ¡Os aviso de que el Buscador ha sido designado!

El suelo tembló por efecto de los truenos que retumbaron en el cielo azul y se desplazaron hacia el Límite.

Kahlan cayó de rodillas ante Richard, con la cabeza inclinada y las manos a la espalda.

—Juro dar la vida para defender al Buscador.

Zedd se arrodilló junto a la mujer, con la cabeza inclinada y repitió las mismas palabras:

—Juro dar la vida para defender al Buscador.

Richard seguía aferrando laEspada de la Verdad,con los ojos muy abiertos, totalmente desconcertado.

—Zedd —susurró—, por todos los dioses, ¿qué es un Buscador?

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