11

El gato los salvó. Asustado, maulló y saltó sobre la cabeza de Richard, haciendo que se agachara. No fue suficiente para que esquivara al gar, pero al menos no le dio de lleno. No obstante, las garras de la bestia le arañaron la espalda, y cayó de cara al suelo. Se quedó sin aliento y, sin darle oportunidad de recuperarse, el gar se abalanzó sobre él y con su peso le impidió respirar o asir la espada. Antes de caer había vislumbrado que otro gar lanzaba a Zedd hacia los árboles y se precipitaba sobre él.

El joven se preparó para soportar el dolor que sabía que llegaría. Pero antes de que el gar empezara a desgarrarlo, Kahlan comenzó a arrojarle piedras. Las piedras rebotaban en la cabeza del gar sin hacerle daño, pero lograron distraerlo momentáneamente. La bestia abrió mucho la boca y su rugido hendió el aire de la noche. Todavía mantenía a Richard inmovilizado, como un ratón atrapado bajo la zarpa de un gato. El joven se debatía con todas sus fuerzas para levantarse, y los pulmones estaban a punto de estallarle por falta de aire. Las moscas de sangre se cebaban en su cuello. Richard alargó un brazo hacia atrás y arrancó puñados de pelo mientras trataba de apartar el poderoso brazo de su espalda. Por el tamaño supuso que debía de tratarse de un gar de cola corta; era mucho mayor que el de cola larga que había visto con Kahlan. Tenía la espada debajo del cuerpo y se le clavaba dolorosamente en el abdomen, pero no la alcanzaba. El joven tenía la sensación de que las venas del cuello le iban a explotar.

Poco a poco empezaba a perder la conciencia. Continuaba debatiéndose, pero los gritos y los rugidos del gar eran cada vez más débiles. Una de las piedras que arrojó Kahlan estuvo a punto de darle a él. El gar alargó un brazo con una rapidez aterradora y atrapó a la mujer por el pelo. Al hacerlo desplazó un poco el peso, y Richard pudo dar unas boqueadas, aunque seguía sin poder moverse. Kahlan chilló.

El gato, todo dientes y uñas, salió de la nada y se lanzó contra la cara del gar. Maullaba furiosamente y trataba de arrancarle los ojos a zarpazos. Sosteniendo con un brazo a Kahlan, el gar alzó el otro, listo para destrozar al felino.

Ésa era la oportunidad que esperaba Richard; rodó a un lado y se puso en pie de un brinco, al tiempo que desenvainaba la espada. Kahlan volvió a chillar. El joven blandió el acero con furia y cercenó el brazo que la sujetaba. Kahlan cayó hacia atrás, libre. Aullando, el gar propinó a Richard un golpe de revés antes de que pudiera alzar de nuevo la espada. La fuerza del golpe lo lanzó despedido, y aterrizó de espaldas.

El joven se sentó. El mundo giraba a su alrededor. Ya no empuñaba la espada; había caído entre la maleza. El gar aullaba de dolor y de rabia en medio de la senda, y la sangre le manaba a borbotones del muñón. Sus relucientes ojos verdes buscaban frenéticamente el objeto de su odio, Richard, y se posaron en él. Éste no vio a Kahlan por ninguna parte.

A su derecha, entre los árboles, hubo un súbito y deslumbrador destello, que lo iluminó todo con una intensa luz blanca. El violento sonido de una explosión retumbó dolorosamente en sus oídos, al tiempo que la onda expansiva lo arrojaba a él contra un árbol y lanzaba al gar al suelo. Furiosas llamas se arremolinaban entre los huecos que dejaban los árboles. Gigantescas astillas y otros restos pasaban volando y dejaban tras ellos estelas de humo.

El gar se puso en pie con un aullido, y Richard empezó a buscar desesperadamente la espada. Medio cegado por la explosión, palpó el suelo con impaciencia. No obstante, veía lo suficiente para darse cuenta de que el gar se acercaba. Su cólera se inflamó, y asimismo percibió la cólera del arma. La magia de la espada llegó hasta él, invocada por su amo. El joven la fomentó, la llamó, la anheló. Allí estaba, al otro lado de la trocha. La percibía tan claramente como si pudiera verla. Sabía exactamente dónde se encontraba, como si la estuviera tocando. El joven cruzó la senda gateando.

A medio camino el gar le dio una patada, el joven empezó a ver cosas que pasaban ante él, aunque no entendía qué eran. Lo único que sabía con certeza era que cada respiración le causaba un intenso dolor en el costado izquierdo. No sabía dónde estaba la trocha. Las moscas de sangre se lanzaban contra su rostro. Estaba completamente desorientado, pero todavía sabía dónde estaba laEspada de la Verdad.

Se lanzó hacia ella.

Durante un instante sus dedos la tocaron. Durante un instante le pareció ver a Zedd. Pero entonces el gar lo atrapó. Lo cogió del brazo derecho y lo envolvió con sus repulsivas y cálidas alas, lo atrajo hacia sí y lo sostuvo en vilo. El joven gritó por el dolor que sentía en las costillas del lado izquierdo. Los ardientes ojos verdes de la bestia taladraron los suyos, y su gigantesca boca se cerró con un chasquido, anunciando su destino. Las inmensas fauces se abrieron para devorarlo, lanzándole a la cara su fétido aliento, y su oscura garganta esperó. A la luz de la luna los colmillos del gar relucían.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Richard golpeó el muñón del gar con la bota. La bestia echó la cabeza hacia atrás, aulló de dolor y lo dejó caer.

Zedd apareció al borde de los árboles, a unos diez metros por detrás del gar. Richard, de rodillas, cogió la espada. Zedd extendió los brazos y los dedos. De las yemas brotó fuego, fuego mágico que avanzó por el aire crepitando. El fuego crecía y se agitaba, iluminándolo todo y convirtiéndose en una bola de fuego líquido azul y amarillo, que ululaba y se expandía a medida que se acercaba; estaba viva. La bola se estrelló contra la espalda del gar con un ruido sordo, y la gigantesca bestia se perfiló contra la luz. En un abrir y cerrar de ojos las llamas azules y amarillas envolvían al gar y se alimentaban de él. Las moscas de sangre ardieron y desaparecieron. El fuego chisporroteaba y prendía en todas las partes de la bestia, consumiéndola. Finalmente el gar desapareció en el calor azul. El fuego se arremolinó un momento más e inmediatamente después se extinguió. En el aire quedó flotando el olor de pelo quemado y una humareda neblinosa. La noche recuperó súbitamente la calma.

Richard se desplomó, exhausto y dolorido. Los desgarros que tenía en la espalda estaban sucios de tierra y gravilla, y el dolor que sentía en el costado izquierdo lo atormentaba cada vez que respiraba. Lo único que quería era quedarse allí tumbado, nada más. Aún empuñaba la espada. El joven dejó que el poder del arma fluyera por él para darle fuerzas. Con la furia de la espada esperaba poder superar el dolor.

El gato le lamió la cara con su lengua rugosa y le acarició la mejilla con la parte superior de la cabeza.

—Gracias, Gato —logró decir. Zedd y Kahlan aparecieron sobre él. Ambos se inclinaron para cogerlo de los brazos y ayudarlo a ponerse en pie.

—¡No! Vais a hacerme daño. Dejad que me levante solo.

—¿Qué te pasa? —inquirió Zedd.

—El gar me pateó el lado izquierdo, y duele.

—Deja que eche un vistazo. —El anciano se arrodilló y le palpó las costillas. Richard se estremeció de dolor—. Bueno, no noto ningún hueso que sobresalga. No puede ser tan grave.

Richard trató de aguantarse las ganas de reír, pues sabía que le dolería. No se equivocaba.

—Zedd, eso no fue un truco. Esta vez fue magia.

—Sí, esta vez fue magia —confirmó el mago—. Pero tal vez Rahl el Oscuro también lo vio, si es que estaba mirando. Tenemos que marcharnos. Quédate quieto. Veré si puedo hacer algo.

Kahlan se arrodilló al otro lado y le cogió una mano, la mano que sostenía la espada y la magia, entre las suyas. Cuando la mano de la mujer lo tocó, el joven sintió una descarga de poder en la espada que lo sobresaltó y estuvo a punto de dejarlo sin respiración. Sentía que la magia lo estaba avisando y trataba de protegerlo.

Kahlan le sonreía. Ella no había notado nada.

Zedd colocó una mano sobre las costillas de Richard y un dedo bajo el mentón. A continuación empezó a hablar con voz suave, calmada, tranquilizadora. Mientras lo escuchaba, Richard trató de olvidarse de la reacción de la espada cuando Kahlan le había tocado la mano que la empuñaba. Su viejo amigo le dijo que tenía tres costillas malheridas y que iba a realizar un hechizo para reforzarlas y protegerlas hasta que sanaran. El anciano continuó hablando con aquella voz, diciendo a Richard que sentiría menos dolor, pero que no desaparecería del todo hasta que las costillas sanaran. Dijo más cosas, pero las palabras parecían no tener importancia. Al acabar, Richard se sintió como si acabara de despertar.

Se sentó erguido. El dolor era mucho menor. Dio las gracias a su viejo amigo y se puso de pie. Entonces envainó la espada, cogió al gato y volvió a darle las gracias. Tendió el gato a Kahlan para que ésta lo sostuviera mientras él buscaba la mochila. La encontró cerca de la senda, donde había ido a parar durante la lucha. Las heridas de la espalda aún le dolían pero ya se preocuparía por eso cuando llegaran a su destino. Aprovechando que los otros dos no miraban, se quitó el colgante del colmillo y se lo metió en un bolsillo.

Entonces les preguntó si estaban heridos, y Zedd se lo tomó a mal. El anciano insistió que no era tan frágil como parecía. En cuanto a Kahlan, ésta le aseguró que se encontraba perfectamente, gracias a él. Richard comentó que esperaba no tener que competir nunca contra ella en un concurso de lanzamiento de piedras. La mujer le dirigió una amplia sonrisa mientras ponía a Gato en la mochila del joven. El joven la observó mientras recogía la capa del suelo y se la ponía sobre los hombros, preguntándose por qué la magia de la espada habría reaccionado de ese modo cuando le había tocado la mano.

—Será mejor que nos vayamos —les recordó Zedd.

Un kilómetro y medio más adelante varios senderos más estrechos se cruzaban con el suyo. Richard los guió por uno de ellos. El mago esparció más polvo mágico para borrar el rastro. Ahora la senda era más estrecha, por lo que debían andar en fila india, con Richard en cabeza, Kahlan en medio y Zedd en la retaguardia. Los tres vigilaban el cielo con aire receloso mientras avanzaban. Y, pese a resultar muy incómodo, Richard no separaba la mano de la empuñadura de la espada.

A la luz de la luna, las sombras dibujaban formas cambiantes en la pesada puerta de roble y en los goznes de hierro, y el viento inclinaba las ramas hacia la casa. Kahlan y Zedd no quisieron escalar la verja rematada con pinchos, por lo que Richard los dejó esperando al otro lado. Cuando empezaba a alzar el brazo para llamar a la puerta, un gran puño lo agarró por el pelo y un cuchillo le amenazó la garganta. El joven se quedó paralizado.

—¿Chase? —susurró esperanzadamente.

—¡Richard! —La mano le soltó el pelo—. ¿Qué haces merodeando de este modo en plena noche? Ya deberías saber que no es buena idea entrar a hurtadillas en mi casa.

—No entraba a hurtadillas. Pero no quería despertaros a todos.

—Estás cubierto de sangre. ¿Es toda tuya?

—La mayoría, por desgracia. Chase, ve a abrir la verja. Kahlan y Zedd se esperan fuera. Te necesitamos.

Chase fue a abrir la verja, maldiciendo y pisando ramitas y bellotas con los pies desnudos, y los hizo entrar a todos en la casa.

Emma Marcafierro, la esposa de Chase, era una mujer amable y simpática que siempre tenía una sonrisa en los labios. Ella y Chase parecían ser la cara y la cruz; mientras que a Emma le daba mucha pena saber que había intimidado a alguien, Chase no sentía que su día estuviera completo sin hacerlo. Pero en algo eran iguales: nada parecía sorprenderlos ni ponerlos nerviosos. Pese a lo avanzado de la hora Emma se mostraba tan serena como siempre vestida con un largo camisón blanco y con el cabello, en el que ya apuntaban unos mechones grises, recogido atrás. Mientras ella preparaba té, los demás se sentaron a la mesa. La mujer sonreía, como si fuera lo más normal del mundo recibir visitantes cubiertos de sangre en plena noche. Aunque con Chase solía ocurrir.

Richard colgó su mochila en el respaldo de la silla, sacó el gato y se lo tendió a Kahlan. Ésta lo acomodó en su regazo y empezó a acariciarle el lomo, ante lo cual el animal ronroneó. Zedd se sentó enfrente. Chase cubrió su corpulento pecho con una camisa y encendió varios candiles, que colgó de las pesadas vigas de roble. Él mismo había talado los árboles, tallado las vigas y las había colocado en el techo. En una de ellas había grabado los nombres de sus hijos. Detrás de su silla había un hogar construido con piedras que él mismo había ido recogiendo durante años en sus viajes. Cada piedra tenía una particular forma, color y textura. Al guardián le gustaba contar a cualquiera que estuviera dispuesto a escucharlo de dónde procedía cada piedra y qué problemas había tenido para llevársela. En el centro de la sólida mesa de madera de pino había un simple cuenco de madera con manzanas.

Emma retiró el cuenco, colocó en el centro de la mesa un recipiente con té caliente y un bote de miel, y repartió tazones. Entonces dijo a Richard que se quitara la camisa y que girara la silla para poderle limpiar las heridas. Ya tenía práctica en ello. Con un cepillo de cerdas duras y agua jabonosa le frotó la espalda con la misma energía que si estuviera fregando una tetera sucia.

Richard se mordió el labio inferior, cerró los ojos con fuerza por el dolor que sentía y, a ratos, contenía la respiración. Emma se disculpó por el daño que le causaba, pero dijo que tenía que quitarle toda la porquería de las heridas o después sería peor. Cuando acabó, le secó la espalda dándole golpecitos con una toalla y le aplicó un ungüento frío, mientras Chase le daba una camisa limpia. Richard se alegró de ponérsela, pues simbólicamente lo protegía de futuras atenciones de Emma.

Ésta sonrió a sus tres invitados y les preguntó:

—¿Queréis comer algo?

Zedd levantó una mano.

—Bueno, a mí no me importaría... —Kahlan y Richard lo fulminaron con la mirada, y el mago se encogió en la silla—. No, gracias. No queremos nada.

Emma se colocó de pie detrás de Chase y le fue peinando el cabello cariñosamente con los dedos. Era evidente que el guardián estaba pasando un mal rato, pues apenas podía tolerar la exhibición pública de sentimientos de su mujer. Finalmente se inclinó hacia adelante y usó la excusa de servir el té para ponerle fin. Con el entrecejo fruncido empujó el tarro de miel al otro lado de la mesa.

—Richard, durante todo el tiempo que te conozco has mostrado poseer un talento especial para no meterte en líos —comentó—. Pero últimamente parece que lo estás perdiendo.

Antes de que el joven pudiera replicar, Lee, una de las hijas de Chase, apareció en el umbral frotándose soñolienta los ojos con los puños. Chase puso mala cara, y la pequeña hizo un mohín.

—Debes de ser la niña más fea que he visto en mi vida —dijo Chase con un suspiro.

El mohín se convirtió en una sonrisa radiante. Lee corrió hacia su padre, le rodeó una pierna con los brazos, apoyó la cabeza en su rodilla y se abrazó con fuerza. Chase le alborotó el pelo.

—Vamos, pequeña, vuélvete a la cama.

—Espera —intervino Zedd—. Lee, ven aquí. —La niña dio la vuelta a la mesa—. Mi viejo gato se queja de que no tiene niños con quien jugar. —Lee miró a hurtadillas el regazo de Kahlan—. ¿Conoces algún niño con el que pueda jugar?

—¡Podría quedarse aquí y jugar con nosotros! —exclamó la niña con los ojos muy abiertos.

—¿De veras? Bueno, en ese caso creo que se quedará un tiempo.

—Muy bien, Lee, ahora a la cama —ordenó su madre.

Richard miró a Emma y preguntó:

—¿Emma, podrías hacerme un favor? ¿Tienes alguna ropa de viaje que puedas prestar a Kahlan?

La aludida observó a Kahlan.

—Bueno, tiene los hombros más anchos que yo y las piernas más largas, pero supongo que le quedaría bien algo de mis hijas mayores. —Dirigió a Kahlan una cálida sonrisa y le tendió una mano—. Ven, querida, veamos qué podemos encontrar.

Kahlan entregó el gato a Lee y le cogió la otra mano.

—Espero que Gato no sea ninguna molestia. Insistirá en dormir en tu cama, contigo.

—Oh, no —contestó Lee muy seria—, no me molestará.

Cuando salieron de la habitación Emma, muy sabiamente, cerró la puerta.

—¿Y bien? —inquirió Chase tras beber un sorbo de té.

—Bueno, ¿sabes la conspiración de la que hablaba mi hermano? Pues es peor de lo que se imagina.

—¿Ah, sí? —Chase no quería comprometerse.

Richard sacó laEspada de la Verdadde la vaina y la colocó sobre la mesa, entre ellos. La bruñida hoja relucía. Chase se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en el tablero y levantó la espada con las yemas de los dedos. A continuación le dio vueltas sobre las palmas al tiempo que la examinaba atentamente, pasaba los dedos por encima de la palabraVerdadgrabada en la empuñadura y reseguía la ranura, a ambos lados de la hoja. El hombre tan sólo mostró una curiosidad moderada.

—No es fuera de lo común poner nombre a una espada, pero normalmente el nombre se graba en la hoja. Es la primera vez que lo veo en la empuñadura. —Chase esperaba que alguien dijera algo trascendental.

—Chase, no es la primera vez que ves esta espada —le reprendió Richard—. Ya sabes qué es.

—Sí, la había visto antes, pero nunca tan de cerca. —El guardián posó en Richard sus ojos de mirada oscura e intensa—. La cuestión es qué estás haciendo tú con ella.

—Me la dio un mago noble y poderoso —contestó Richard, devolviéndole la mirada.

Chase frunció el entrecejo con gesto grave, y miró a Zedd.

—¿Qué tienes tú que ver en esto, Zedd?

El mago se inclinó hacia él con una leve sonrisa en los labios.

—Yo soy quien se la dio.

—Alabados sean los espíritus —susurró Chase al tiempo que se apoyaba en el respaldo de la silla y sacudía lentamente la cabeza—. Un Buscador auténtico. Al fin.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Richard—. Necesito información sobre el Límite.

El guardián lanzó un hondo suspiro mientras se levantaba y se dirigía al hogar. Apoyó un brazo en la repisa de la chimenea y clavó los ojos en las llamas. Richard y Zedd esperaron mientras el hombretón raspaba la basta madera de la repisa, como si estuviera eligiendo las palabras.

—¿Richard, sabes en qué consiste mi trabajo?

—En mantener a la gente alejada del Límite, por su propio bien —contestó el joven, encogiéndose de hombros.

Chase sacudió la cabeza.

—¿Sabes cómo nos desembarazamos de los lobos? —preguntó.

—Supongo que vais al bosque y los cazáis.

El guardián del Límite volvió a negar con la cabeza.

—Así acabaríamos con unos pocos pero nacerían más y, al final, tendríamos tantos como al principio. Para disminuir de verdad la población de lobos lo que hay que hacer es cazar su comida, por ejemplo conejos. Es más sencillo. Si hay menos comida, nacen menos lobeznos y, por tanto, hay menos lobos adultos. Eso es lo que hago: cazo conejos.

Richard se estremeció.

—La mayoría de la gente no entiende qué es el Límite ni lo que hacemos. Piensan que simplemente imponemos una ley estúpida. Otros le tienen miedo, sobre todo la gente mayor. Y muchos otros creen que son los más listos y suben hasta allí para practicar la caza furtiva. Como el Límite no los asusta, hacemos que nos teman a nosotros, a los guardianes. Nosotros les parecemos una amenaza real y procuramos que siga siendo así. Aunque no les guste se mantienen alejados porque nos temen. Unos pocos se lo toman como un juego; ver si pueden burlarnos. Sabemos que no podemos atraparlos a todos y tampoco nos importa. Lo que sí importa es asustar a un número suficiente de personas.

»Los guardianes no protegemos a la gente impidiendo que vayan al Límite. Quien sea tan estúpido para hacerlo ya se apañará. Nuestro trabajo es que la mayoría no se acerque e impedir que el Límite se haga más fuerte, ya que entonces las cosas que moran en él saldrían y atacarían a todo el mundo. Todos los guardianes hemos visto las cosas que han quedado sueltas. Nosotros entendemos; otros no. Últimamente cada vez más cosas andan sueltas. Es posible que el gobierno de tu hermano nos pague, pero tampoco nos entiende; nosotros no debemos lealtad a los gobernantes ni a ninguna norma ni ley. Nuestro único deber es proteger a la gente de las cosas que salen de la oscuridad. Los guardianes nos consideramos soberanos; aceptamos las órdenes cuando no entorpecen nuestro trabajo. Así nos ahorramos fricciones. Pero si llega el momento, bueno, serviremos a nuestra propia causa, acataremos nuestras propias órdenes.

El guardián volvió a sentarse a la mesa y se inclinó sobre los codos.

—En última instancia sólo estaríamos dispuestos a acatar las órdenes de una persona, porque nuestra causa es parte de la suya, que es más importante. Esa persona es el verdadero Buscador. —Chase cogió la espada con sus manazas y se la tendió a Richard, mirándolo a los ojos—. Juro lealtad al Buscador y dar la vida para defenderlo.

Richard se recostó, emocionado.

—Gracias, Chase. —Miró brevemente al mago y de inmediato volvió a posar los ojos en el guardián del Límite—. Ahora dinos qué está pasando, y luego yo te diré qué quiero de ti.

Richard y Zedd le pusieron al corriente. Richard quería que Chase lo supiera todo, que comprendiera que no podía haber medias tintas, que tenía que ser o victoria o muerte, no porque ellos lo quisieran así, sino porque Rahl el Oscuro no les dejaba otra opción. El guardián miró alternativamente a uno y a otro mientras hablaban, se hizo cargo de la gravedad de los hechos y arrugó el ceño al llegar a la parte de la magia del Destino. No fue necesario que lo convencieran de que era cierto; seguramente nunca sabrían todo lo que Chase había visto. El guardián hizo algunas preguntas y escuchó atentamente.

Cuando Zedd le contó lo que había hecho a quienes querían atacarlos, las carcajadas del guardián retumbaron en la habitación, y rió tanto que se le saltaron las lágrimas.

La puerta se abrió, y Kahlan y Emma avanzaron hacia la luz. Kahlan llevaba ropa de calidad para andar por el bosque: pantalones verde oscuros con un ancho cinturón, camisa color tostado, capa oscura y una buena mochila. Las botas y la bolsa del cinto eran suyas. Así vestida podía pasar por una mujer del bosque, aunque su cabello, su cara, su figura y, sobre todo, su porte revelaban que era más que eso.

Richard se la presentó a Chase con estas palabras:

—Mi guía.

El guardián enarcó una ceja.

Emma vio la espada y, por su expresión, Richard supo que también ella lo entendía. La mujer se colocó otra vez tras su marido pero esta vez no le tocó el pelo sino que se limitó a ponerle una mano sobre el hombro para sentirse cerca de él. Emma comprendía que la visita nocturna significaba problemas. Richard envainó la espada, y Kahlan se sentó a su lado mientras él acababa de relatar lo sucedido esa noche. Al terminar todos se quedaron callados unos minutos.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte, Richard? —preguntó al fin Chase.

—Dime dónde está el paso. —La voz de Richard era suave pero firme.

Inmediatamente Chase alzó las cejas y adoptó su vieja actitud defensiva:

—¿Qué paso?

—El paso que cruza el Límite. Sé que existe, pero no sé exactamente dónde está y ahora no tengo tiempo para ponerme a buscar. —Richard no tenía tiempo que perder en juegos y sintió que se enfurecía.

—¿Quién te ha hablado de él?

—¡Chase! ¡Responde a mi pregunta!

—Con una sola condición. —El guardián sonrió apenas—. Yo iré contigo.

Richard pensó en los hijos de su amigo. Chase estaba acostumbrado al peligro pero esto era distinto.

—No es necesario —dijo al fin.

—Para mí sí —replicó el guardián, manteniéndole la mirada—. Es un lugar muy peligroso. Vosotros tres no sabéis en qué os estáis metiendo. No pienso enviar a nadie allí solo. Además, el Límite es responsabilidad mía. Sólo te diré dónde está el paso si voy contigo.

Todos esperaron mientras Richard meditaba la respuesta un momento. Chase no se estaba marcando un farol, y el tiempo apremiaba. No tenía elección.

—Chase, me sentiré honrado de que nos acompañes.

—Bien. —Chase golpeó la mesa con la mano—. El paso se conoce como Puerto Rey y se encuentra en un lugar inmundo llamado Refugio Sur. Está a tres o cuatro días a caballo por el camino del Buhonero. Es la manera más rápida de llegar. Dentro de unas pocas horas amanecerá, y los tres debéis dormir un poco. Emma y yo prepararemos las provisiones.

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