7

En medio del dolor y el mareo provocados por la fiebre, Richard apenas fue consciente de que su cabeza se desplomaba sobre la mesa. El joven gimió mientras las implicaciones de lo que Kahlan había contado a Zedd giraban en su mente; la profecía delLibro de las Sombras Contadasse estaba cumpliendo. Después Zedd estaba a su lado, lo levantaba y le decía a Kahlan que lo ayudara a entrarlo en la casa. Mientras andaba con su ayuda, el joven sentía que el suelo se deslizaba ora a un lado ora al otro y le costaba esfuerzo fijar los pies. Entonces lo tendieron en una cama y lo taparon. Richard sabía que estaban hablando pero no entendía las palabras, y éstas se confundían en su cabeza.

Su mente se sumió en la oscuridad, y después hubo luz. El joven tenía la sensación de que flotaba hacia arriba y descendía de nuevo en espiral. No dejaba de preguntarse quién era y qué ocurría. El tiempo fue transcurriendo mientras la habitación giraba, se balanceaba. Richard tuvo que agarrarse al lecho para no salir despedido. A veces sabía dónde estaba y trataba de aferrarse desesperadamente a lo que sabía... pero de nuevo volvía a sumirse en la negrura.

Al recuperar la conciencia supuso que debía de haber pasado bastante tiempo, aunque no tenía ni idea de cuánto. ¿Era de noche? Tal vez las cortinas estaban corridas y por eso se lo parecía. Alguien le ponía un paño húmedo y frío en la frente, lo notaba. Su madre le apartó suavemente el pelo de la cara, y su tacto le produjo una sensación tranquilizadora. Casi distinguía su rostro. Era tan buena y siempre cuidaba tan bien de él...

Hasta que murió. El joven tuvo ganas de llorar. Su madre estaba muerta pero le acariciaba el pelo. Era imposible; tenía que ser otra persona. Pero ¿quién? Entonces recordó; era Kahlan. Richard pronunció su nombre.

—Estoy aquí —dijo ella, acariciándole el pelo.

Entonces lo recordó todo de golpe: el asesinato de su padre, la enredadera que lo mordió, Kahlan, los cuatro hombres en el precipicio, el discurso de su hermano, alguien que lo esperaba en su casa, el gar, el geniecillo nocturno que le decía que si no encontraba la respuesta moriría, lo que dijo Kahlan sobre que las tres cajas del Destino estaban en juego, y su secreto, elLibro de las Sombras Contadas.

Richard rememoró que su padre lo había llevado a un lugar secreto en el bosque y le dijo que había salvado elLibro de las Sombras Contadasde la bestia que lo guardaba hasta que su amo pudiera llegar a él. Le contó cómo se lo llevó a la Tierra Occidental para protegerlo de esas manos codiciosas, unas manos que el custodio del libro no sabía que lo amenazaban. Añadió que habría peligro mientras el libro existiera, pero que no podía destruir el conocimiento que contenía, que no tenía derecho a hacerlo. Pertenecía al custodio del libro, y él debía salvaguardarlo hasta que pudiera devolvérselo. El único modo de conseguirlo era aprenderse el libro de memoria y después quemarlo. Sólo así podría preservarse el conocimiento y evitar que fuera robado, como sin duda ocurriría.

Su padre escogió a Richard. Tenía que ser Richard y no Michael por razones que sólo él conocía. Nadie debería conocer la existencia del libro, ni siquiera Michael; sólo el custodio del libro, nadie más, sólo el custodio. Su padre le dijo que tal vez nunca encontrara al custodio, y que en ese caso debía transmitir el contenido a su hijo, y éste al suyo y así sucesivamente tanto tiempo como fuera necesario. Lo que no pudo decirle es quién era el custodio del libro, pues él mismo lo desconocía. Al preguntarle cómo lo reconocería, su padre simplemente le respondió que tendría que hallar la respuesta él mismo y no decírselo nunca a nadie, excepto al custodio. Ese nadie incluía a su propio hermano y a su mejor amigo, Zedd.

Richard lo juró por su vida.

Su padre nunca echó ni un vistazo al libro; sólo Richard. Día tras día, semana tras semana, descansando sólo cuando se iba de viaje, su padre lo conducía al lugar secreto, en lo más profundo del bosque, donde se sentaba y miraba a Richard leer el libro una y otra vez. Normalmente Michael salía con sus amigos y no tenía ningún interés en ir al bosque, ni siquiera cuando estaba en casa y, por su parte, Richard no solía visitar a Zedd cuando su padre estaba en casa, por lo que ni uno ni otro sabían de las frecuentes excursiones al bosque.

Richard escribía lo que memorizaba y luego lo cotejaba con el original. Su padre quemaba los papeles cada vez y lo hacía repetirlos de nuevo. Y cada día se disculpaba con él por la carga que le había impuesto; al regresar a casa después de pasar el día en el bosque, nunca se olvidaba de pedir perdón a su hijo.

Pero al joven nunca le molestó tener que aprenderse el libro; consideraba que era un honor que su padre le hubiera encomendado esa tarea. Richard escribió el libro de cabo a rabo más de cien veces, sin ningún error, antes de estar seguro de que jamás olvidaría ni una sola palabra. Sabía, porque lo había leído en el libro, que si faltaba una sola palabra se produciría un desastre.

Cuando aseguró a su padre que se lo sabía de memoria, éste guardó el libro en su escondite en las rocas y allí se quedó durante tres años. Transcurrido ese tiempo, cuando Richard aún era un adolescente, regresaron allí un día de otoño y su padre le dijo que si era capaz de escribir el libro sin un solo error demostraría que se lo sabía a la perfección y podrían quemarlo. Richard lo escribió de principio al final sin dudar. Estaba perfecto.

Juntos hicieron una hoguera que alimentaron con más leña de la necesaria, hasta que el calor les obligó a retroceder. Entonces su padre le tendió el libro y le dijo que, si estaba seguro, lo arrojara al fuego. Richard lo sostuvo contra la parte interior del codo y acarició con los dedos la cubierta de piel. Tenía entre sus manos la confianza de su padre, la confianza de todo el mundo, y esa carga le pesaba. El joven lanzó elLibro de las Sombras Contadasal fuego. En ese momento dejó atrás la niñez.

Las llamas se arremolinaron alrededor del libro, abrazándolo, acariciándolo, consumiéndolo. Colores y formas ascendieron en espiral, y se oyó un estruendoso grito. Extraños rayos de luz salieron despedidos hacia el cielo. Las rachas de viento ondeaban mientras el fuego succionaba hojas y ramitas, que alimentaban las llamas y el calor. Entonces aparecieron fantasmas, que extendieron los brazos como si el fuego los alimentara, y cuyas voces transportaba el viento. Padre e hijo asistieron al espectáculo petrificados, incapaces de moverse, incapaces incluso de volver la cabeza para no verlo. El ardiente calor se transformó en un viento tan helado como el de una noche de pleno invierno. Ambos se estremecieron hasta la médula y apenas podían respirar. El frío se esfumó, y el fuego se transformó en una brillante luz blanca que lo consumió todo, como si estuvieran al sol. Súbitamente esa luz se extinguió y sólo dejó tras de sí silencio. El fuego se había apagado. De la leña carbonizada salían volutas de humo que ascendían lentamente en el aire otoñal. El libro ya no existía.

Richard sabía qué había visto: magia.

El joven sintió una mano sobre su hombro y abrió los ojos. Era Kahlan. A la luz del fuego que llegaba por la puerta abierta, vio a la mujer sentada en una silla junto al lecho. El viejo gato negro de Zedd dormía en el regazo de Kahlan hecho un ovillo.

—¿Dónde está Zedd? —inquirió el joven con mirada soñolienta.

—Ha salido a buscar la raíz que necesitas. —La voz de la mujer era suave y calmada—. Hace horas que ha anochecido, pero me dijo que no nos preocupáramos porque es una raíz difícil de encontrar. También dijo que despertarías a ratos, pero que estarías a salvo hasta que él volviera gracias a la bebida que te dio.

Por primera vez Richard se dio cuenta de que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Los cabellos le enmarcaban el rostro y le caían en cascada sobre los hombros, y él deseó poder acariciarlos, pero se contuvo.

—¿Cómo te sientes? —Su voz era tan dulce que Richard no pudo imaginarse por qué Zedd se había asustado al verla.

—Preferiría enfrentarme a otra cuadrilla que a una enredadera serpiente.

Kahlan esbozó esa sonrisa especial, esa sonrisa privada, de complicidad, mientras le pasaba el paño por la frente. El joven levantó una mano y le agarró la muñeca. Ella se quedó quieta y lo miró a los ojos.

—Kahlan, Zedd es amigo mío desde hace muchos años. Es como un segundo padre para mí. Prométeme que no le harás ningún daño. No podría soportarlo.

—A mí también me es simpático. Me gusta mucho. —Kahlan le dirigió una mirada tranquilizadora—. Es un buen hombre, tú mismo lo has dicho. No tengo ningún deseo de hacerle daño. Lo único que quiero es que me ayude a encontrar al mago.

—Prométemelo —insistió Richard, aumentando la presión sobre la muñeca de la mujer.

—Richard, todo irá bien. Nos ayudará.

El joven recordó los dedos de Kahlan en su garganta y cómo lo miró cuando creyó que trataba de envenenarla con una manzana.

—Prométemelo.

—En el pasado ya he hecho promesas a otros, algunos de los cuales han dado su vida. Tengo una responsabilidad hacia la vida de los demás, de mucha gente.

—Prométemelo.

—Lo siento, Richard, no puedo —replicó ella, colocándole la otra mano sobre la mejilla.

El joven le soltó la muñeca, se volvió y cerró los ojos, al tiempo que Kahlan retiraba la mano. Richard pensó en el libro, en todo lo que significaba, y se dio cuenta de que había hecho una petición egoísta. ¿La engañaría para salvar a Zedd, sólo para que después también él muriera, como ellos? ¿Sería capaz de condenar a todos los demás a la muerte o a la esclavitud sólo para que su amigo viviera unos meses más? ¿Podría condenarla a ella a la muerte para nada? Richard se sintió avergonzado de su propia estupidez. No tenía ningún derecho a pedirle que hiciera tal promesa. No estaría bien que lo hiciera, y él se alegraba de que no le hubiera mentido. No obstante, también sabía que el que Zedd les hubiera preguntado en qué lío estaban metidos no significaba necesariamente que fuera a ayudarlos si la historia tenía que ver con el otro lado del Límite.

—Kahlan, esta fiebre me vuelve estúpido. Por favor, perdóname. Nunca he conocido a nadie tan valiente como tú. Sé que tratas de salvarnos a todos. Zedd nos ayudará; ya me encargaré yo de eso. Tú sólo prométeme que no harás nada hasta que me recupere. Dame la oportunidad de convencerlo.

—Eso sí puedo prometértelo —dijo la mujer, apretándole el hombro con la mano—. Sé que te preocupas por tu amigo y me alegro de que sea así. Eso no te convierte en un estúpido. Ahora descansa.

Richard trató de mantener los ojos abiertos, pues cuando los cerraba todo empezaba a dar vueltas de modo incontrolable. Pero hablar había consumido sus fuerzas, y la oscuridad no tardó en reclamarlo. Sus pensamientos fueron succionados de nuevo hacia el vacío. A veces regresaba en parte y tenía sueños inquietos, y otras vagaba por lugares vacíos incluso de ilusiones.

El gato despertó y enderezó las orejas. Richard siguió durmiendo. Unos sonidos audibles sólo para oídos gatunos hicieron que el gato brincara del regazo de Kahlan, trotara hasta la puerta y se sentara sobre las patas traseras a esperar. Kahlan también esperó y, en vista de que el pelo del felino no se erizaba, permaneció junto a Richard.

—¿Gato? ¡Gato! —llamó un débil voz desde el exterior—. ¿Dónde te has metido? Bueno, pues quédate fuera si quieres. —La puerta se abrió con un chirrido—. Ah, estás aquí. —El gato salió corriendo—. Sírvete tú mismo —le gritó cuando ya hubo salido—. ¿Cómo está Richard? —inquirió al tiempo que entraba en la alcoba.

—Se ha despertado varias veces —contestó Kahlan, sentada en la silla—, pero ahora duerme. ¿Encontraste la raíz que necesitabas?

—Si no, no estaría aquí. ¿Dijo algo cuando se despertó?

—Sólo que estaba preocupado por ti. —Kahlan sonrió.

—Y tiene razones para estarlo —refunfuñó el anciano mientras se daba la vuelta y regresaba al salón.

Allí se sentó a la mesa, peló las raíces, las cortó a láminas delgadas, metió las láminas en una olla con un poco de agua y, finalmente, colgó la olla de un gancho sobre el fuego. Acto seguido arrojó las peladuras y dos ramitas al fuego antes de dirigirse al aparador y sacar numerosos tarros de diferente tamaño. Sin dudar seleccionó un tarro, después otro, y echó polvos de diferentes colores en un mortero de piedra negra. Con una mano de mortero blanca machacó los polvos de color rojo, azul, amarillo, marrón y verde, y los mezcló hasta que adquirieron un tono de barro seco. Entonces se humedeció la yema de un dedo y lo metió en el mortero para tomar una muestra, se llevó el dedo a la lengua para probarlo y enarcó una ceja, al tiempo que chasqueaba los labios y reflexionaba. Al fin sonrió y asintió satisfecho. Vertió el polvo en la olla y removió el contenido con un cucharón que colgaba al lado del hogar. Fue removiendo lentamente mientras vigilaba cómo el mejunje borboteaba. Durante casi dos horas removió y vigiló. Cuando, finalmente, decidió que estaba preparado, colocó ruidosamente la olla sobre la mesa para que se enfriara.

Al rato, cogió un cuenco y un paño y llamó a Kahlan para que lo ayudara. Ésta acudió rápidamente a su lado, y Zedd le indicó cómo debía sostener el paño sobre el cuenco mientras él colaba la mezcla.

—Ahora retuerce el paño a un lado y al otro para extraer todo el líquido —le indicó, trazando círculos en el aire con un dedo—. Cuando ya no quede ni una gota, arroja el paño y su contenido al fuego. —La mujer lo miró desconcertada. Zedd enarcó una ceja—. La parte que sobra es venenosa. Richard debería despertarse de un momento a otro y cuando lo haga le daremos a beber el líquido del cuenco. Tú sigue retorciendo. Yo iré a ver cómo está.

El anciano entró en la alcoba, se inclinó sobre Richard y comprobó que estaba aún inconsciente. Al volver la cabeza vio que Kahlan llevaba a cabo sus instrucciones. Entonces volvió a inclinarse sobre el joven y puso el dedo corazón en la frente de Richard. Éste abrió los ojos de golpe.

—¡Qué bien! —exclamó para que Kahlan lo oyera—. Estamos de suerte, se acaba de despertar. Trae el cuenco.

—¿Zedd? —Richard parpadeó—. ¿Estás bien? ¿Va todo bien?

—Sí, sí, todo va estupendamente.

Kahlan entró sosteniendo el cuenco con cuidado de no derramar ni una gota. Zedd ayudó a Richard a incorporarse para que pudiera beber. Al acabar, el anciano lo ayudó a tumbarse de nuevo.

—Esto te hará dormir y bajará la fiebre. La próxima vez que te despiertes ya estarás bien, te lo prometo. Así que no te preocupes más y descansa.

—Gracias, Zedd... —El joven se durmió antes de poder decir ni una sola palabra más.

El anciano se marchó, pero volvió con un platito e insistió en que Kahlan no se sentara en la silla.

—La espina no podrá seguir dentro y saldrá del cuerpo —le explicó. Entonces puso el plato debajo de la mano de Richard y se sentó al borde de la cama a esperar. Los únicos sonidos que rompían el silencio de la casa eran la respiración profunda del joven y el crepitar del fuego en la otra habitación. Zedd fue el primero en hablar.

—Es peligroso para una Confesora viajar sola, querida. ¿Dónde está tu mago?

—Mi mago vendió sus servicios a una reina. —La mujer lo miró con ojos cansados.

—¿Faltó a su deber hacia las Confesoras? ¿Cómo se llama? —Zedd mostró su desaprobación poniendo ceño.

—Giller.

—Giller. —El anciano repitió el nombre con gesto agrio y entonces se inclinó ligeramente hacia ella—. ¿Y por qué no te acompaña otro?

—Porque todos están muertos —replicó Kahlan con tono duro—. Por propia voluntad. Antes de morir se reunieron y tejieron una telaraña para que pudiera cruzar el Límite sana y salva, con la guía de un geniecillo nocturno. —Al oír esto Zedd se levantó, y su rostro reflejó tristeza y preocupación—. ¿Conocías a los magos? —preguntó Kahlan al anciano, que se acariciaba el mentón.

—Sí, sí. Hace mucho tiempo viví en la Tierra Central.

—¿Y al Maestro? ¿También lo conoces?

Zedd sonrió, se arregló la túnica y volvió a sentarse.

—Eres muy insistente, querida. Sí, una vez vi al viejo mago, pero aunque pudieras encontrarlo dudo que quisiera implicarse en esto. No creo que se sintiera inclinado a ayudar a la Tierra Central.

Kahlan se inclinó hacia adelante y cogió las manos del anciano entre las suyas. Su voz era suave pero apasionada.

—Zedd, muchas personas censuran al Consejo Supremo de la Tierra Central y desearían que los consejeros no fueran tan codiciosos. Pero son gente común, sin voz ni voto. Sólo quieren vivir su vida en paz. Rahl el Oscuro les ha arrebatado la comida que tenían almacenada para el invierno y se la ha entregado al ejército. Y los soldados la tiran, dejan que se pudra o la vuelven a vender a quienes se la robaron. Ya hay hambre, y en invierno muchos morirán. El fuego ha sido prohibido, y la gente tiene frío.

»Rahl dice que todo es culpa del gran mago, por no entregarse y ser juzgado como enemigo del pueblo. Dice que es el mago quien les causa estas calamidades y que deben culparlo a él. No da ninguna razón, pero muchos lo creen. Creen cualquier cosa que Rahl dice, aunque lo que ven con sus propios ojos debería ser suficiente para convencerlos de que miente.

»Los magos sufrían una constante amenaza, y un edicto les prohibió que hicieran uso de la magia. Sabían que, más pronto o más tarde, serían convertidos en armas contra la gente. En el pasado ya habían cometido errores y decepcionado a su maestro, pero lo más importante que éste les enseñó fue que debían proteger a las personas y no hacerles nunca daño. Como acto de amor supremo hacia los demás dieron su vida para detener a Rahl el Oscuro. Creo que su maestro se hubiera sentido orgulloso.

»Pero no se trata sólo de la Tierra Central. El Límite entre D’Hara y la Tierra Central ha caído, y el que separa a ésta de la Tierra Occidental se está debilitando y pronto caerá también. Los habitantes de estas tierras serán invadidos por lo que más temen: magia; la magia más terrible y aterradora que puedan haber imaginado.

Zedd no mostró ninguna emoción, no objetó nada ni dio ninguna opinión, simplemente escuchaba. La mujer aún le tenía cogidas las manos.

—Pese a todo lo dicho, el gran mago podría negarse, pero ahora Rahl el Oscuro ha puesto en juego las tres cajas del Destino. Si lo consigue, el primer día de invierno será el fin para todos, incluido el mago. Rahl ya lo está buscando para vengarse. Muchos han muerto porque no supieron decirle cómo se llama. Pero cuando Rahl abra la caja correcta poseerá un poder supremo sobre todos los seres vivos, y entonces el mago será suyo. Puede esconderse en la Tierra Occidental tanto como quiera, pero el primer día del invierno será descubierto y caerá en manos de Rahl el Oscuro.

»Zedd —añadió la mujer con gesto amargo—, Rahl el Oscuro ha usado cuadrillas para matar a todas las demás Confesoras. Yo fui quien encontró a mi hermana después de que acabaran con ella, y murió en mis brazos. Sólo quedo yo. Los magos sabían que el Maestro no querría ayudarlos, por lo que me enviaron a mí como última esperanza. Si el Maestro es tan estúpido que no ve que al ayudarme a mí se ayuda a él mismo, entonces debo usar mi poder contra él, para que coopere.

—¿Y qué puede hacer un mago viejo y arrugado contra el poder de ese Rahl el Oscuro? —inquirió Zedd enarcando una ceja. Ahora era él quien sostenía las manos de Kahlan entre las suyas.

—Debe designar un Buscador.

—¡Qué! —Zedd se puso de pie de un salto—. Querida mía, no sabes lo que dices.

—¿A qué te refieres exactamente? —Kahlan, confundida, se echó un poco hacia atrás.

—Los Buscadores se designan ellos mismos. El mago simplemente reconoce lo que ha ocurrido y digamos que lo hace oficial.

—No lo entiendo. Yo creía que el mago elegía a una persona, a la persona adecuada.

—Bueno, en cierto modo es así, pero ocurre al revés. —Zedd volvió a sentarse y se acarició el mentón—. Un Buscador, uno capaz de cambiar las cosas, debe revelar que lo es. El mago no señala a alguien y dice: «Aquí tienes laEspada de la Verdad,tú serás el Buscador». Lo cierto es que esa persona no tiene elección, y no se puede entrenar a nadie para el puesto. Simplemente alguien es el Buscador y revela que lo es con sus acciones. Un mago debe vigilar a esa persona durante años para estar seguro. El Buscador no tiene por qué ser el más inteligente, pero sí debe ser la persona adecuada; debe poseer las cualidades necesarias en su interior. Un verdadero Buscador no se encuentra fácilmente.

»El Buscador equilibra el poder. Pero el Consejo convirtió la designación de Buscador en un hueso que lanzar a uno de los gimoteantes perros que se arrastraban a sus pies. Era un puesto muy codiciado por el poder que comporta. Pero el Consejo no entendió que no es el puesto el que da poder a la persona, sino la persona la que da poder al puesto.

»Kahlan —añadió acercándose más a la mujer—, tú naciste después de que el Consejo se arrogara este poder, por lo que quizá viste a un Buscador cuando eras joven, pero en esos días había Buscadores falsos; nunca has visto a uno auténtico. —El anciano abrió mucho los ojos, y habló con voz baja y llena de pasión—. Yo he visto a un verdadero Buscador conseguir que un rey temblara con una sola pregunta. Cuando un Buscador verdadero desenvaina laEspada de la Verdad...—Zedd alzó las manos y la mirada se le perdió en el infinito—. Contemplar un despliegue de ira justificada puede ser magnífico. —Kahlan tuvo que sonreír al verlo tan arrebatado—. Puede hacer que los bondadosos tiemblen de gozo y que los malvados de miedo.

»Pero la gente pocas veces cree la verdad cuando la ve —añadió muy serio—, y mucho menos cuando no quiere verla, y eso hace que la vida de un Buscador sea muy peligrosa. Es un obstáculo para todos aquellos que desean subvertir el poder. El Buscador es objeto de ataques por todas partes, normalmente está solo y no dura mucho.

—Conozco muy bien esa sensación —comentó Kahlan con un atisbo de sonrisa.

—Creo que contra Rahl el Oscuro ni siquiera un Buscador verdadero duraría mucho. ¿Y entonces qué? —preguntó, inclinándose hacia la mujer.

—Zedd, tenemos que intentarlo —replicó ella cogiéndole de nuevo las manos—. Es nuestra única oportunidad. Si no la aprovechamos no tendremos otra.

—Cualquier persona a la que el mago eligiera no conocería la Tierra Central —dijo Zedd, irguiéndose y retirando las manos—. No tendría ninguna oportunidad. Enviarlo allí sería su sentencia de muerte.

—Ésta es la otra razón por la que me enviaron: para guiarlo, estar a su lado y, si es preciso, dar mi vida para protegerlo. Las Confesoras se pasan la vida viajando. Yo he recorrido casi toda la Tierra Central. Una Confesora debe aprender otras lenguas desde pequeña, ya que nunca sabe de dónde la llamarán. Yo hablo todas las lenguas importantes, y la mayoría de las demás. Y en cuanto a los ataques... bueno, para una Confesora eso no es nada nuevo. Si fuésemos fáciles de matar Rahl no tendría que enviar a sus sicarios de cuatro en cuatro para hacer el trabajo. Y muchos han muerto en el intento. Yo puedo ayudar a proteger al Buscador, si es preciso con mi propia vida.

—Lo que propones no sólo podría en un gran peligro a quien fuera designado Buscador, sino también a ti.

—Ya me persiguen para matarme. Si tienes una idea mejor, dímela —pidió enarcando una ceja.

Antes de que Zedd pudiera responder, Richard gimió. El anciano lo miró y dijo:

—Ya es la hora.

Kahlan se puso de pie a su lado mientras Zedd cogía la muñeca del joven y le levantaba el brazo, sosteniendo la mano herida encima del plato de hojalata. Las gotas de sangre caían sobre el plato con sonidos suaves y huecos. La espina cayó en el plato salpicando un poco de sangre. Kahlan hizo ademán de asirla.

—No lo hagas, querida —le advirtió Zedd, agarrándole la muñeca—. Ahora que ha sido expulsada de su anfitrión estará ansiosa por encontrar otro. Observa.

La mujer retiró la mano al tiempo que el anciano ponía un huesudo dedo en el plato, a varios centímetros de distancia de la espina. Ésta culebreó hacia él dejando un tenue rastro de sangre. Zedd apartó el dedo y tendió el plato a Kahlan, diciéndole:

—Sostenlo por abajo y llévalo al hogar. Ponlo encima del fuego, boca abajo y déjalo allí.

Mientras Kahlan hacía lo que Zedd le había pedido, éste limpió la herida y le aplicó un ungüento. Cuando la mujer volvió, el anciano sostuvo la mano de Richard mientras ella se la vendaba. Zedd contempló cómo trabajaban sus manos.

—¿Por qué no le has dicho que eres una Confesora? —Su voz tenía un tono duro.

—Por cómo reaccionaste al verme —replicó ella en tono igualmente duro. Entonces hizo una pausa y habló, esta vez sin dureza—. Nos hemos hecho amigos. Yo no tengo experiencia en eso, pero tengo mucha experiencia en ser Confesora. He visto reacciones como la tuya durante toda mi vida. Cuando me marche con el Buscador se lo diré. Hasta entonces, desearía conservar su amistad. ¿Es demasiado pedir poder gozar del simple placer humano de tener un amigo? Si se lo dijera, ya no podríamos seguir siéndolo.

Cuando acabó de hablar Zedd le puso un dedo bajo el mentón y le alzó la cabeza. El anciano sonreía afablemente.

—La primera vez que te vi reaccioné como un tonto, en gran parte debido a la sorpresa de ver a una Confesora. No creí que volviera a ver otra nunca más. Abandoné la Tierra Central para alejarme de la magia, y tú invadiste mi soledad. Te pido perdón por mi reacción y por haberte hecho sentir que no eras bienvenida. Espero que me perdones. Créeme, yo respeto a las Confesoras, tal vez más de lo que llegues a saber nunca. Eres una buena persona, Kahlan, y me alegra que estés en mi casa.

La mujer lo miró largamente a los ojos antes de responder:

—Gracias Zeddicus Zu’l Zorander.

De pronto el rostro de Zedd reflejó una amenaza más seria incluso que la de la mujer cuando se conocieron. Kahlan se quedó inmóvil, con el dedo de él aún bajo su barbilla, sin atreverse a moverse y con los ojos muy abiertos.

—Pero escucha esto, Madre Confesora. —La voz del anciano era apenas un susurro, y mortífera—. Hace mucho tiempo que este muchacho es amigo mío. Si lo tocas con tu poder o si lo eliges tendrás que responder ante mí y te aseguro que no te gustaría. ¿Entendido?

Kahlan tragó saliva y tan sólo consiguió asentir y lanzar un débil «Sí».

—Bien. —El rostro de Zedd volvió a recuperar la serenidad. Retiró el dedo de debajo del mentón de la mujer e hizo ademán de volverse hacia Richard.

Kahlan respiró hondo. No le gustaba que la intimidasen, por lo que agarró al anciano del brazo y lo obligó a que la mirara de nuevo.

—Zedd, yo nunca le haría algo así, pero no por miedo a tu amenaza, sino porque me importa. Quiero que lo entiendas.

Se sostuvieron la mirada largo rato para evaluar las respectivas fuerzas. Entonces Zedd recuperó su pícara e irresistible sonrisa.

—Si tuviera que elegir, querida mía, preferiría que fuera como dices.

Kahlan se relajó, satisfecha de haber dejado ese punto bien sentado, y le dio un rápido abrazo que fue devuelto sinceramente.

—Hay algo de lo que no has hablado. No me has pedido que te ayude a encontrar al mago.

—No y, por el momento, tampoco lo haré. Richard teme lo que podría llegar a hacer si te niegas. Le prometí que dejaría que te lo pidiera él primero. Le di mi palabra.

—Qué interesante. —Zedd se acarició el mentón con un huesudo dedo. Entonces posó una mano en el hombro de Kahlan con aire conspirador y cambió de tema—. ¿Sabes, querida? Tú podrías ser una Buscadora estupenda.

—¿Yo? ¿El Buscador puede ser una mujer?

—Pues claro —replicó Zedd arqueando una ceja—. Algunos de los mejores Buscadores fueron mujeres.

Kahlan puso ceño.

—Ya tengo un trabajo imposible. Sólo me faltaría otro.

Zedd se rió entre dientes. Sus ojos chispeaban.

—Supongo que tienes razón, querida. Caramba, se ha hecho muy tarde. Tiéndete en mi cama, en la otra habitación, y duerme un poco. Lo necesitas. Yo velaré a Richard.

—¡No! —La mujer negó con la cabeza y se desplomó en la silla—. No quiero dejarlo por ahora.

—Como quieras —repuso Zedd, encogiéndose de hombros. Se puso detrás de ella y le dio unas palmaditas en la espalda para tranquilizarla—. Como quieras. —Suavemente el anciano colocó un dedo índice en cada sien de la mujer y le dio un masaje en círculos. Ella gimió suavemente y sus ojos se cerraron—. Duérmete, querida —susurró—, duérmete. —Kahlan dobló los brazos en el borde del lecho y apoyó la cabeza sobre ellos. Estaba profundamente dormida. Después de cubrirla con una manta Zedd se dirigió al salón y abrió la puerta para mirar fuera, a la oscuridad.

—¡Gato! Ven aquí. Te necesito. —El gato entró corriendo y se frotó contra las piernas de Zedd, agitando el rabo en el aire. El anciano se inclinó y le rascó detrás de las orejas—. Ve y duerme sobre el regazo de la mujer. Que no coja frío. —El gato entró en la alcoba sin hacer ruido y el anciano salió a la fría noche.

El viento agitaba la túnica de Zedd mientras avanzaba por el estrecho sendero entre la alta hierba. Había nubes, pero eran muy delgadas y la luz de la luna permitía ver, aunque él no lo necesitaba; había recorrido ese camino miles de veces.

—No hay nada sencillo —murmuró mientras andaba.

Se detuvo junto a un grupo de árboles y escuchó. Lentamente se fue dando la vuelta, escrutando las sombras, observando cómo la brisa balanceaba las ramas, y husmeando el aire. Trataba de localizar algún movimiento extraño.

Una mosca le picó en el cuello. Zedd la aplastó de un palmetazo, cogió a la infractora de su cuello y la observó de cerca.

—Una mosca de sangre. ¡Diantre! Ya me lo parecía —se lamentó.

Algo peludo con alas y colmillos se abalanzó sobre él desde los matorrales cercanos. Zedd esperó con los brazos en jarras. Cuando casi lo tenía encima, alzó una mano y el gar de cola corta se detuvo bruscamente. Erguido era el doble de alto que él y mucho más temible que un gar de cola larga. La bestia gruñía y parpadeaba al tiempo que tensaba sus impresionantes músculos, luchando contra la fuerza que le impedía seguir avanzando y agarrar al anciano. Estaba furioso porque aún no lo había matado.

Con un dedo Zedd le hizo señas de que se acercara. El gar, jadeando rabioso, se inclinó hacia él, y entonces Zedd le clavó un dedo bajo el mentón.

—¿Cómo te llamas? —preguntó, hablando entre dientes. La bestia lanzó dos gruñidos, seguidos por un sonido gutural. Zedd asintió—. Lo recordaré. Dime, ¿quieres vivir o morir? —El gar pugnó por retirarse, pero le fue imposible—. Muy bien. Entonces harás exactamente lo que te diga. En algún lugar entre aquí y D’Hara hay una cuadrilla que viene de camino. Búscalos y mátalos. Después, regresa a D’Hara, de donde viniste. Hazlo y te dejaré vivir, pero recordaré tu nombre y si no matas a la cuadrilla o regresas a la Tierra Occidental al completar tu tarea, te mataré y alimentaré las moscas con tu cuerpo. ¿Aceptas el trato? —El gar gruñó su aquiescencia—. Bien. Entonces vete. —Zedd retiró el dedo de debajo del mentón del gar.

La bestia se alejó a trompicones, batiendo frenéticamente las alas y aplastando la hierba. Finalmente levantó el vuelo. Zedd lo vigiló mientras volaba en círculos buscando a la cuadrilla. El gar dirigió su busca al este y los círculos parecieron hacerse más pequeños, hasta que, al fin, lo perdió de vista. Sólo entonces reemprendió la marcha hasta la cima del cerro.

De pie junto a la roca de las nubes, Zedd la señaló con su huesudo dedo y empezó a moverlo como si removiera una salsa. La sólida roca rascaba contra el suelo al intentar girar siguiendo el movimiento del dedo y tembló. Al fin, con un estallido y un ruido seco, se fracturó y en su superficie aparecieron pequeñas fisuras. La temblorosa mole luchaba contra la fuerza a la que era sometida. La estructura granular de la piedra empezó a ablandarse. Incapaz de seguir manteniendo el estado sólido, se licuó lo suficiente para que rotara con el movimiento que le imprimía el dedo. Gradualmente Zedd fue aumentando la velocidad hasta que de la roca licuada surgió luz.

La luz se fue haciendo más intensa cuanto más deprisa movía Zedd el dedo. A medida que colores y chispas de luz empezaban a girar, aparecieron sombras y formas en el centro de la luz, que se desvanecían a medida que la niebla de resplandor aumentaba. Parecía que la luz iba a prender fuego al aire que rodeaba al anciano. De repente hubo un fragor sordo, como el producido por el viento al atravesar una fisura. El ambiente otoñal dio paso a la claridad del invierno, seguido por la tierra de primavera recién arada, las flores estivales y de nuevo el otoño. Una luz limpia y pura expulsó los colores y las chispas.

Bruscamente la roca se solidificó, y Zedd se subió encima, bañado por la luz. El intenso brillo se convirtió en un débil resplandor que se arremolinaba como el humo. Zedd vio ante él dos apariciones, meras sombras. No eran formas bien definidas, sino desdibujadas como un débil recuerdo, aunque aún reconocibles. Al verlas el corazón le latió con más fuerza.

—¿Qué te inquieta, hijo? —La voz de su madre sonaba ahogada y distante—. ¿Por qué nos has llamado después de tantos años? —La aparición tendió los brazos hacia él.

Zedd también extendió los brazos pero no pudo tocarla.

—Me inquieta lo que la Madre Confesora me ha contado.

—Te ha dicho la verdad.

Zedd cerró los ojos y asintió, al tiempo que los brazos descendían junto con los de la aparición.

—Entonces es cierto; todos mis estudiantes, excepto Giller, han muerto.

—Debes designar al Buscador —dijo su madre, acercándose un poco más.

—El Consejo Supremo se lo buscó —protestó Zedd, arrugando la frente—. ¿Y ahora quieres que los ayude? No hicieron caso de mi consejo. Que sufran las consecuencias de su propia codicia.

—¿Hijo mío, por qué estás tan enfadado con tus estudiantes? —inquirió su padre, aproximándose a él flotando.

—Porque pensaron sólo en ellos, desdeñando su deber de ayudar a los demás —replicó Zedd con gesto agrio.

—Ya veo. ¿Y acaso no es eso lo que tú haces? —El eco de su voz flotó en el aire.

—Yo ofrecí mi ayuda, y ellos la rechazaron. —Zedd apretaba los puños con fuerza.

—Pero ¿cuándo no ha habido personas ciegas, estúpidas o avariciosas? ¿Dejarás que te venzan tan fácilmente? ¿Dejarás que te impidan ayudar a quienes desean ser ayudados? Tal vez creas que has abandonado a la gente por una razón justa, a diferencia de las acciones de tus estudiantes, pero el resultado es el mismo. Al final comprendieron su error e hicieron lo correcto, lo que tú les enseñaste. Aprende de tus alumnos, hijo.

—Zeddicus —intervino su madre—, ¿permitirás que Richard y los demás inocentes mueran? Designa al Buscador.

—Es demasiado joven.

Su madre meneó la cabeza con una dulce sonrisa.

—No tendrá la oportunidad de hacerse mayor.

—Todavía no ha superado mi última prueba.

—Rahl el Oscuro lo busca. La nube que lo sigue fue enviada por Rahl para localizarlo. También puso la enredadera en el tarro, esperando que Richard fuera a buscarla y lo mordiera. Su intención no era que la enredadera lo matara, sino que la fiebre lo adormeciera hasta que él pudiera venir a buscarlo. —La forma femenina se acercó, y su voz adoptó un tono más cariñoso—. En tu corazón sabes que lo has estado vigilando, esperando que se revelara como el Buscador.

—¿De qué serviría? —Zedd cerró los ojos, y la barbilla le tocó el pecho—. Rahl el Oscuro ya tiene las tres cajas del Destino.

—No —replicó el padre—, sólo tiene dos. Aún busca la tercera.

—¡Qué! —Zedd abrió los ojos de golpe—. ¿No las tiene todas?

—No —respondió su madre—, pero pronto las tendrá.

—¿Y el libro? ¿Tiene ya el Libro de las Sombras Contadas?

—No. Lo está buscando.

Zedd se llevó un dedo al mentón con aire pensativo.

—Entonces todavía tenemos una oportunidad —susurró—. ¿Qué idiota pondría las cajas del Destino en juego antes de tenerlas las tres y el libro?

—Un hombre muy peligroso. —El rostro de su madre se endureció y adquirió una expresión helada—. Un hombre capaz de viajar por el inframundo. —Zedd se puso tenso y se quedó sin respiración. Su madre pareció taladrarlo con la mirada—. Así es como pudo cruzar el Límite y recuperar la primera caja: viajando por el inframundo. Así es como pudo empezar a desintegrar los Límites: desde el inframundo. Cada vez que lo hace, aumenta su control sobre los seres que habitan en él. Si decides ayudar ten cuidado; no cruces el Límite ni envíes al Buscador por él. Es lo que Rahl espera. Si entras en él, te atrapará. La Madre Confesora logró cruzar porque lo cogió por sorpresa, pero no volverá a cometer el mismo error.

—¿Pero entonces cómo se supone que llegaré a la Tierra Central? No puedo ayudar desde aquí. —La voz de Zedd sonaba tensa y frustrada.

—Lo sentimos, pero no lo sabemos. Creemos que hay un modo, pero desconocemos cuál. Ésa es la razón por la que debes designar al Buscador. Si es el adecuado, él hallará la forma. —Las apariciones empezaron a titilar y a desvanecerse.

—¡Esperad! ¡Necesito respuestas! ¡Por favor, no os vayáis!

—Lo sentimos. No podemos quedarnos; nos reclaman al otro lado del velo.

—¿Por qué Rahl persigue a Richard? Por favor, ayudadme.

—No lo sabemos. —La voz de su padre sonaba débil y distante—. Debes hallar las respuestas tú mismo. Te hemos enseñado bien. Tienes más talento del que teníamos nosotros. Déjate guiar por lo que sabes y por lo que sientes. Te queremos, hijo. No podrás llamarnos de nuevo hasta que todo esto termine, de un modo u otro. Con el Destino en juego podríamos desgarrar el velo si regresáramos.

Su madre se besó la mano y se la tendió, él hizo lo mismo, y ambos se desvanecieron.

Zeddicus Zu’l Zorander, el gran y honorable mago, se quedó solo encima de la roca de mago que su padre le había entregado y miró fijamente la noche. Su mente de mago trabajaba.

—No hay nada sencillo —susurró.

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