Dejaron caer las mochilas al suelo y salieron corriendo en dirección al área abierta donde habían visto a Savidlin por última vez. Ambos gritaban el nombre del pequeño mientras corrían por el lodo. La gente barro se apartaba de su camino. Cuando llegaron al área abierta ya había cundido el pánico entre la multitud, que se ponía a cubierto en los edificios próximos. Los ancianos se replegaron en la plataforma mientras el Hombre Pájaro trataba de ver algo. Los cazadores situados a su espalda colocaron flechas en los arcos.
Kahlan vio a Savidlin, asustado y confundido al oír que gritaban el nombre de su hijo.
—¿Savidlin? ¡Busca a Siddin! ¡No dejes que abra la bolsa que tiene!
Savidlin palideció, dio una vuelta sobre sí mismo mirando a todas partes, y echó a correr medio agachado buscando a su hijo. Su cabeza pasaba como una flecha entre la gente que corría. La zona se había convertido en un auténtico caos y Kahlan tenía que abrirse paso a empellones. La mujer sentía el corazón en la garganta. Si Siddin abría la bolsa...
Y entonces lo vio.
Ahí estaba, sentado en el barro en el centro de la aldea que la gente había despejado, ajeno al pánico que lo rodeaba. El niño sacudía la bolsa de piel en su pequeño puño, tratando de sacar la piedra noche.
—¡Siddin! ¡No!—gritó Kahlan una y otra vez, corriendo hacia él.
Pero el niño no podía oír sus gritos. Tal vez no conseguiría sacar la piedra. No era más que un niño indefenso. «Por favor», rogó la mujer mentalmente, «que los hados le sean favorables».
La piedra cayó de la bolsa y aterrizó en el lodo con un plaf. Siddin sonrió y la recogió. Kahlan sintió que la piel se le helaba.
Las sombras empezaron a materializarse en derredor. Giraban en el húmedo aire como briznas de niebla, como si buscaran algo. Entonces se dirigieron hacia Siddin.
Mientras corría hacia el niño Richard gritó a Kahlan:
—¡Coge la piedra y métela de nuevo en la bolsa!
La espada centelleaba en el aire, cortando sombras por la mitad mientras Richard corría en línea recta hacia el niño. Cuando el acero las atravesaba, las sombras aullaban agónicamente y se disgregaban. Al oír los aterradores gemidos Siddin levantó la vista y se quedó paralizado, con los ojos desorbitados.
Kahlan le gritaba que volviera a meter la piedra en la bolsa, pero el pequeño continuaba inmóvil; oía otras voces. Kahlan corrió más rápidamente que nunca zigzagueando entre la densa masa de sombras que flotaban hacia el niño.
Algo pequeño y oscuro pasó silbando junto a ella, sobresaltándola. Después otro, a su espalda. Flechas. De pronto el aire hervía de flechas. El Hombre Pájaro había ordenado a sus cazadores que dispararan contra las sombras. Todos los proyectiles dieron en el blanco pero se limitaron a traspasar las sombras como si fuesen humo. Mirara donde mirara veía flechas con las puntas envenenadas volando. La mujer sabía que si una de ellas la rozaba a ella o a Richard, estaban muertos. Ahora tenía que esquivar tanto las flechas como las sombras. Oyó otro silbido y se agachó en el último segundo; un proyectil le pasó casi rozando la oreja. Otro rebotó en el barro y le pasó junto a la pierna.
Richard ya había llegado junto al niño pero no podía coger la piedra. Estaba demasiado ocupado parando el avance de las sombras y no podía dejar de luchar para recogerla.
Kahlan estaba aún demasiado lejos, pues no podía abrirse paso como Richard con la espada. Sabía que si inadvertidamente tocaba una sombra, moriría. Había tantas que se materializaban a su alrededor que el mismo aire parecía un laberinto gris. Richard luchaba alrededor del niño, describiendo un círculo cada vez más pequeño. Sostenía la espada con ambas manos y la blandía frenéticamente. No osaba detenerse ni un solo instante, pues las sombras se lanzarían sobre él. Parecía que las sombras no tenían fin.
Kahlan no conseguía avanzar. Las sombras que flotaban a su alrededor y las flechas, que pasaban silbando junto a ella, se lo impedían. Cada vez que creía tener camino libre, una flecha la obligaba a retroceder de un salto. Sabía que Richard no podría resistir mucho tiempo más. Por mucho que se esforzara, el círculo de sombras se cerraba cada vez más sobre el pequeño. Ella era su única oportunidad y ni siquiera estaba cerca.
Otra flecha le pasó silbando y la pluma le rozó el pelo.
—¡No más flechas! —gritó enfadada al Hombre Pájaro—.¡No disparéis más! ¡Vais a matarnos!
Frustrado, el Hombre Pájaro se hizo cargo de la situación y de mala gana ordenó a los arqueros que dejaran de disparar. Pero entonces todos sacaron sus cuchillos y avanzaron rápidamente hacia las sombras. No tenían ni la menor idea de a qué se enfrentaban. Las sombras los matarían a todos.
—¡No!—gritó Kahlan, agitando los puños—.¡Si las tocáis moriréis! ¡No os acerquéis!
El Hombre Pájaro alzó un brazo para detener a sus hombres. Kahlan sabía lo impotente que debía de sentirse mientras la contemplaba avanzar esquivando las sombras, aproximándose lentamente a Richard y Siddin.
Entonces oyó otra voz. Era Toffalar, que gritaba:
—¡Detenedlos! ¡Están destruyendo los espíritus de nuestros antepasados! ¡Disparadles! ¡Matad a los forasteros!
Vacilantes, los arqueros se miraron unos a otros y volvieron a colocar flechar los arcos. No podían desobedecer a uno de los ancianos.
—¡Matadlos!—vociferaba Toffalar, con el rostro rojo y agitando un puño—.¡¿No me oís?! ¡Matadlos!
Los hombres alzaron los arcos. Kahlan se agachó, preparándose para tratar de esquivar las flechas. Pero el Hombre Pájaro se situó delante de sus hombres, con un brazo extendido horizontalmente, revocando la orden. Él y Toffalar intercambiaron unas palabras que Kahlan no pudo oír. La mujer no perdió tiempo y aprovechó la oportunidad para avanzar, agachándose para esquivar los brazos extendidos de las sombras flotantes.
Por el rabillo del ojo vio a Toffalar. El anciano empuñaba un cuchillo y corría hacia ella. No le preocupaba; más pronto o más tarde chocaría con una sombra y caería muerto. El anciano se iba deteniendo para suplicar a las sombras, pero los lamentos de éstas eran tan fuertes que Kahlan no podía distinguir las palabras. La siguiente vez que miró comprobó que ya había cubierto gran parte de la distancia. Era increíble que no hubiera topado con ninguna sombra. De algún modo, se habían ido abriendo huecos para dejar pasar al anciano, que corría despreocupadamente y de modo temerario, con el rostro crispado de rabia. No obstante, Kahlan no se sentía inquieta; pronto tocaría una sombra y moriría.
La mujer recorrió lo que le quedaba de campo abierto, pero el cerco de sombras alrededor de Richard y Siddin era un muro gris e impenetrable. No había ningún hueco. Kahlan se movió a derecha e izquierda, tratando en vano de atravesar el cerco. Estaba tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos, y la trampa también se cerraba a su alrededor. Varias veces tuvo que retroceder para escapar por los pelos de las sombras. Richard le lanzaba fugaces miradas para ver dónde se encontraba y trataba de abrirse paso hacia ella con la espada, pero se veía obligado a volverse al otro lado para proteger a Siddin.
Kahlan dio un respingo al ver el cuchillo hendiendo el aire. Toffalar había llegado junto a ella. Embargado por el odio el anciano gritaba cosas que Kahlan no lograba comprender, aunque la intención del cuchillo era clara. Quería matarla. La Confesora eludió el golpe. Ahí estaba su oportunidad.
Pero cometió un error.
Al extender un brazo para tocar a Toffalar se dio cuenta de que Richard la miraba. La mujer vaciló; no quería que Richard la viera usando su poder. Ese instante de indecisión dio a Toffalar la oportunidad que necesitaba. Richard gritó su nombre para advertirla e inmediatamente tuvo que darse media vuelta para rechazar a las sombras que tenía a su espalda.
El anciano alzó el cuchillo y se lo clavó en el brazo derecho hasta el hueso.
El impacto y el dolor la enfurecieron. Se sentía furiosa consigo misma por haber sido tan estúpida. No desaprovechó la oportunidad una segunda vez. Levantó la mano izquierda y agarró a Toffalar por la garganta. Kahlan notó cómo su tenaza privaba al anciano de aire por un instante. Sólo tenía que tocarlo; el agarrarlo por la garganta había sido un reflejo fruto de la rabia, no su poder.
Aunque por todas partes resonaban los aterrorizados gritos y chillidos de la gente, además de los horripilantes lamentos de las muchas sombras que Richard destruía, Kahlan recuperó de pronto la quietud y la serenidad. En su cabeza no oía nada; el silencio era absoluto. Era el silencio de lo que se disponía a hacer.
En ese breve instante de calma, que para ella duró una eternidad, vio la mirada de terror en los ojos de Toffalar, la comprensión de cuál sería su destino. Asimismo leyó en sus ojos que se resistía contra ese final. La mujer sentía que el anciano empezaba a ponerse tenso para enfrentarse a ella, y hacía ademán de llevarse las manos a la garganta lenta y desesperadamente, para desasirse de su tenaza.
Pero era inútil; no tenía la más mínima posibilidad. Ahora Kahlan tenía el control. El tiempo era suyo. No sentía compasión ni remordimiento, sólo una calma absoluta.
Como había hecho antes innumerables veces, en su calma la Madre Confesora se relajó y, finalmente, liberó su poder, lanzándolo contra el cuerpo de Toffalar.
Hubo un fuerte impacto en el aire; un trueno silencioso. El agua de los charcos que la rodeaban vibró y lodosas gotas salieron disparadas.
Toffalar abrió mucho los ojos, los músculos de la cara se le aflojaron y la boca se le abrió.
—¡Mi ama!—dijo en un reverente susurro.
El sereno rostro de Kahlan se contrajo en una expresión de furia. Haciendo acopio de toda su fuerza, empujó a Toffalar de espaldas hacia el cerco de sombras que rodeaban a Richard y Siddin. El anciano cayó sobre las sombras, agitando los brazos y gritó al entrar en contacto con ellas para inmediatamente desplomarse en el barro. De algún modo el contacto abrió brevemente un pequeño hueco en el cerco. Sin dudarlo, Kahlan entró y logró pasar justo antes de que se cerrara tras ella.
La mujer se abalanzó sobre Siddin.
—¡Deprisa! —le gritó Richard.
Siddin no la miró; tenía el rostro fijo en las sombras, la boca abierta y todos los músculos tensos. La mujer trató de arrancarle la piedra de su pequeño puño, pero el niño la agarraba con una fuerza nacida de su miedo. Entonces le arrebató la bolsa de la otra mano y, cogiendo ésta y la muñeca del pequeño con la mano izquierda, con la derecha empezó a separar uno a uno los pequeños dedos que sostenían la piedra, sin dejar de suplicarle todo el tiempo que la soltara. Pero Siddin no la oía. La sangre corría por el brazo de la mujer hasta su temblorosa mano, se mezclaba con la lluvia y los dedos le resbalaban.
Una sombra trató de tocarle la cara con una mano pero Kahlan retrocedió. La espada silbó muy cerca de su rostro y traspasó a la sombra. Ésta soltó un quejido que se unió al coro de los demás. Siddin miraba las sombras como petrificado; tenía todos los músculos rígidos. Richard, de pie sobre ellos, blandía la espada trazando complicadas formas. Ya no podían ceder más terreno. Ahora sólo tenían espacio para ellos tres. Los resbaladizos dedos de Siddin se negaban a abrirse.
Kahlan apretó los dientes y con un esfuerzo que le causó un dolor punzante en la herida del brazo derecho finalmente logró arrancar al niño la piedra de la mano. Debido a la sangre y al barro, le salió disparada de los dedos como una pepita de melón y aterrizó en el barro, junto a su rodilla. Casi instantáneamente la mujer la recogió y con ella un buen puñado de barro. Entonces la metió precipitadamente en la bolsa y tiró con fuerza del cordón para cerrarla. Luego, con un grito ahogado, levantó la vista.
Las sombras se quedaron quietas. La mujer oía los resoplidos de Richard que continuaba blandiendo la espada contra ellas. Despacio al principio, las sombras empezaron a retroceder, como confundidas, perdidas, buscando. Luego se disolvieron en el aire para regresar al inframundo, de donde habían salido. Al momento siguiente ya no estaban allí. Excepto por el cuerpo de Toffalar los tres se encontraban solos en el barro.
Kahlan, con la lluvia chorreándole en el rostro, cogió a Siddin en brazos y lo atrajo hacia sí con fuerza. El niño se echó a llorar. Agotado, Richard cerró los ojos, se dejó caer de rodillas y se sentó sobre los talones. Con la cabeza inclinada intentó recuperar el resuello.
—Kahlan—gimoteó Siddin—,me llamaban por mi nombre.
—Lo sé—le susurró la mujer al oído, besándolo—,ya ha pasado todo. Has sido muy valiente. Tan valiente como un cazador.
El niño le echó los brazos al cuello buscando consuelo. Kahlan se sentía débil y temblorosa. Habían estado a punto de perder la vida por salvar a una sola persona, justo lo que había dicho a Richard que no debía hacer el Buscador. Pero lo habían hecho sin pensárselo dos veces. ¿Cómo no intentarlo? Ahora, con Siddin abrazado a ella, sentía que había valido la pena. Richard aún sostenía la espada con ambas manos, la punta hincada en el barro. Kahlan alargó un brazo y le puso una mano sobre el hombro.
Al notar el contacto de la mano, instantáneamente la cabeza del joven se alzó y la espada giró rauda hacia ella, deteniéndose ante su cara. Kahlan saltó por la sorpresa. En los grandes ojos de Richard relucía la furia.
—Richard —dijo la mujer, asombrada—, sólo soy yo. La lucha ha terminado. No quería asustarte.
El joven relajó los músculos y se dejó caer de lado en el lodo.
—Lo siento —logró decir, aún jadeando—. Cuando me has tocado... supongo que creí que era una sombra.
De pronto se vieron rodeados por una pared de piernas. Kahlan levantó la vista. Ahí estaba el Hombre Pájaro, así como Savidlin y Weselan. Ésta sollozaba. Kahlan se levantó y le tendió a su hijo. A su vez, Weselan se lo dio a su marido y se abrazó a Kahlan, llenándole la cara de besos.
—Gracias, Madre Confesora, gracias por salvar a mi niño—gritó—.Gracias, Kahlan, muchas gracias.
—Calma, calma. Ya ha pasado todo—la tranquilizó Kahlan, devolviéndole el abrazo.
Bañada en lágrimas Weselan se volvió para coger a Siddin en brazos. Kahlan se fijó en Toffalar, que yacía muerto en el suelo. Entonces se dejó caer en el barro, exhausta, dobló las rodillas y se las rodeó con los brazos.
Con la cara contra las rodillas perdió el control y se echó a llorar. No lloraba por haber matado a Toffalar, sino por haber dudado. Su vacilación había estado a punto de costarle la vida a ella, a Richard, a Siddin... a todo el mundo. Había estado a punto de servir la victoria a Rahl en bandeja de plata sólo por impedir que Richard viera qué iba a hacer. Era lo más estúpido que había hecho en su vida, además de no revelar a Richard que era una Confesora. La mujer vertió lágrimas de frustración mientras lloraba desconsoladamente.
Una mano la cogió por el brazo sano y tiró de ella para ponerla de pie. Era el Hombre Pájaro. Kahlan se mordió el tembloroso labio y se obligó a dejar de llorar. No podía permitirse mostrar debilidad ante aquellas personas. Era una Confesora.
—Buen trabajo, Madre Confesora—la felicitó el Hombre Pájaro, al tiempo que le vendaba la herida del brazo con un pedazo de tela que le tendió uno de sus hombres.
—Gracias, honorable anciano—repuso con la cabeza alta.
—Esta herida necesita puntos. Me encargaré de que el mejor de nuestros curanderos haga el trabajo.
Kahlan dejó que le vendara el profundo corte, lo que le causaba oleadas de dolor y le hacía sentirse como atontada. El Hombre Pájaro miró entonces a Richard, que parecía satisfecho de yacer de espaldas en el barro como si en el mundo no hubiera lecho más cómodo. El hombre enarcó una ceja en dirección a Kahlan y señaló con un movimiento de cabeza al Buscador.
—Diste en el blanco al advertirme que no debíamos dar al Buscador motivos para desenvainar la espada enfurecido—.Hubo un breve destello en los penetrantes ojos marrones del hombre, y sus labios esbozaron una sonrisa—.No has estado nada mal, Richard, el del genio pronto. Es una suerte que los malos espíritus todavía no hayan aprendido a llevar espada.
—¿Qué ha dicho? —quiso saber Richard.
Kahlan tradujo y el joven sonrió de oreja a oreja por la broma que sólo ellos tres comprendían, al tiempo que se ponía de pie y guardaba la espada. Acto seguido cogió la bolsa de manos de Kahlan. Ésta ni siquiera se había dado cuenta que la continuaba agarrando con fuerza. Richard se la metió en el bolsillo y comentó:
—Ojalá que nunca nos topemos con espíritus armados con espadas.
El Hombre Pájaro asintió y agregó:
—Y ahora tenemos cosas de las que ocuparnos.
Inclinándose asió la piel de coyote que cubría a Toffalar y tiró de ella. El cuerpo rodó en el barro.
—Enterradlo—ordenó a los cazadores con ojos entrecerrados—.Todo el cuerpo.
—Anciano, ¿te refieres a todo menos la cabeza?—Los hombres se miraban indecisos.
—Ya me habéis oído. ¡Todo! Sólo conservamos los cráneos de los ancianos honorables para recordar su sabiduría. Pero los cráneos de los estúpidos los enterramos.
La multitud se estremeció. Eso era lo peor que se podía hacer a un anciano, el peor deshonor de todos. Significaba que esa persona había vivido en vano. Los cazadores asintieron. Nadie alzó la voz para defender a Toffalar, ni siquiera los otros cinco ancianos.
—Ahora nos falta un sexto anciano—anunció el Hombre Pájaro. Se volvió y lentamente escrutó los ojos de todos los congregados, tras lo cual enderezó la espalda y arrojó la piel de coyote al pecho de Savidlin—.Te elijo a ti.
Savidlin cogió la embarrada piel con la misma reverencia que mostraría hacia una corona de oro. El nuevo anciano sonrió levemente con orgullo y dirigió una inclinación de cabeza al Hombre Pájaro.
—¿Tienes algo que decir a nuestra gente como su nuevo anciano?—No era una pregunta sino una orden.
Savidlin fue a situarse entre Kahlan y Richard, de cara a la multitud. Entonces se cubrió los hombros con la piel de coyote, sonrió con orgullo a Weselan y tomó la palabra. Kahlan miró y se dio cuenta de que todos los habitantes de la aldea estaban presentes.
—Escuchadme, los más honorables entre nosotros—empezó, dirigiéndose al Hombre Pájaro—,estas dos personas han actuado desinteresadamente para defender a la gente barro. Nunca había presenciado algo igual en toda mi vida. Podrían habernos abandonado a nuestra suerte cuando, estúpidos de nosotros, les dimos la espalda. Pero, en vez de eso, nos demostraron el tipo de personas que son. Valen tanto como los mejores de nosotros. —Casi todo el mundo asintió—.Pido que sean nombrados gente barro.
El Hombre Pájaro sonrió levemente, pero su sonrisa se evaporó al dirigirse a los otros cinco ancianos. Aunque lo ocultaba bien, Kahlan se daba cuenta que la cólera centelleaba en los ojos del hombre.
—Dad un paso adelante. —Los ancianos intercambiaron miradas de soslayo, pero finalmente obedecieron—.Savidlin ha hecho una petición extraordinaria y debe ser unánime. ¿Apoyáis su petición?
Savidlin se acercó a los arqueros y le arrebató a uno de ellos su arco. Entonces colocó una flecha en el arco sin dejar de observar a los ancianos con ojos entornados. Estiró la cuerda del arco, lo mantuvo tenso y fue a situarse ante los ancianos.
—Apoyad la petición o elegiremos a otros cinco que sí lo harán.
Los ancianos se lo quedaron mirando con gesto adusto. El Hombre Pájaro no intervino. Se hizo un largo silencio. La multitud aguardaba, hipnotizada. Finalmente, Caldus dio un paso adelante, puso una mano sobre el arco de Savidlin y suavemente lo bajó de modo que la flecha apuntara al suelo.
—Por favor, Savidlin, permite que hablemos con el corazón y no bajo la amenaza de una flecha.
—Hablad pues.
Caldus se aproximó a Richard, se detuvo frente a él y lo miró a los ojos.
—No hay nada más difícil para un hombre, especialmente si es anciano, que admitir que ha actuado de modo estúpido y egoísta—dijo en voz baja, y esperó que Kahlan tradujera—.Pero tú no has actuado ni de modo estúpido ni egoísta. Los dos habéis dado a los niños un ejemplo de lo que es la gente barro, mucho mejor que yo. Así pues, pido al Hombre Pájaro que os nombre gente barro. Por favor, Richard, el del genio pronto, y Madre Confesora, nuestra gente os necesita.—El anciano extendió las manos con las palmas hacia arriba—.Si me consideráis indigno de presentar tal petición en vuestro favor, por favor, matadme para que alguien mejor que yo la haga.
Caldus inclinó la cabeza e hinco las rodillas en el barro ante Richard y Kahlan. Ésta tradujo sus palabras, omitiendo sólo su título. Los otros cuatros ancianos se arrodillaron ante ellos, sumándose sinceramente a la petición de Caldus. Kahlan suspiró aliviada. Al fin tenían lo que querían y necesitaban.
Richard contemplaba de brazos cruzados las coronillas de los cinco hombres sin decir nada. Kahlan no comprendía por qué no aceptaba de una vez y los invitaba a levantarse. Nadie se movía. ¿Qué se proponía? Lo habían logrado. ¿Por qué no aceptaba su arrepentimiento?
Kahlan veía que un músculo de la mandíbula de Richard se contraía y relajaba. La mujer se quedó helada; conocía esa mirada, la furia. Esos hombres se habían pasado de la raya con él y con ella. Kahlan recordó el modo en que se había guardado la espada la última vez que los tuvo ante sí ese mismo día. Había sido algo definitivo. Richard no se había tirado ningún farol. Ahora no pensaba, su única idea era matar.
El joven descruzó los brazos y su mano se dirigió a la empuñadura. La espada se deslizó fuera de su vaina lenta y suavemente, como la última vez que la desenvainó por ellos. El agudo sonido metálico anunció la llegada del acero en el aire en silencio. Kahlan sintió un doloroso estremecimiento en los hombros y también en la nuca. Richard respiraba agitadamente.
La Confesora lanzó una furtiva mirada al Hombre Pájaro; no se movía y no parecía que tuviera intención de hacerlo. Richard no lo sabía pero, según la ley de la gente barro, podía matar a aquellos ancianos si lo deseaba. Habían sido sinceros al poner su vida en sus manos. Savidlin tampoco había faroleado; los habría matado sin dudar. Para la gente barro fuerza significaba fuerza para matar al adversario. Esos hombres ya estaban muertos a los ojos de la aldea y sólo Richard podía devolverles la vida.
No obstante, la ley de la gente barro no venía al caso, pues el Buscador era una ley en sí mismo y, en último término, no debía rendir cuentas ante nadie. Ninguno de los presentes podría detenerlo.
Richard sostenía laEspada de la Verdadsobre la cabeza de los ancianos con ambas manos, agarrándola con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Kahlan podía ver la cólera que se iba acumulando en él, la ardiente necesidad, la furia. Le parecía estar viviendo un sueño al que ella asistía impotente sin poder hacer nada por detenerlo.
La mujer recordó a todos los que ya habían muerto, tanto inocentes como quienes habían dado su vida para tratar de detener a Rahl el Oscuro: Dennee, todas las demás Confesoras, los magos, el geniecillo nocturno Shar y tal vez Zedd y Chase.
Entonces comprendió.
Richard no estaba decidiendo si debía matarlos, sino si podía arriesgarse a que siguieran con vida.
¿Podía confiar a aquellos hombres su oportunidad de detener a Rahl? ¿Podía confiar en su sinceridad? ¿Podía confiarles la vida? ¿O debería elegir a un nuevo consejo de ancianos, más dispuesto a ayudarlo?
Si no podía confiar en que aquellos hombres lo enviaran en la dirección correcta contra Rahl tendría que matarlos y nombrar a otros que estuvieran de su lado. Lo único que importaba era detener a Rahl. Si existía la posibilidad de que aquellos hombres hicieran peligrar su triunfo, sus vidas tendrían que ser sacrificadas. Kahlan sabía que Richard hacía lo correcto. Era, ni más ni menos, lo que ella misma haría y lo que el Buscador debía hacer.
La mujer lo observó, de pie, con los ancianos arrodillados ante él. La lluvia había cesado. El sudor corría a Richard por la cara. Kahlan recordó el dolor que sintió el joven al matar al último hombre de la cuadrilla y observó la furia que se iba acumulando, esperando al mismo tiempo que fuera suficiente para protegerlo de lo que estaba a punto de hacer.
Kahlan comprendió entonces por qué los Buscadores eran tan temidos. Richard no bromeaba sino que iba muy en serio. Estaba absorto dentro de sí mismo y de la magia. Si en ese instante alguien tratara de detenerlo, también lo mataría. Claro que primero tendrían que pasar por encima de ella.
Richard elevó la hoja de la espada frente a su cara, inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Temblaba de cólera. Los cinco ancianos permanecían inmóviles, arrodillados frente al Buscador.
Kahlan recordó al hombre que Richard había matado, recordó cómo la espada explotó atravesándole la cabeza, y la sangre por todas partes. Richard lo mató porque representaba una amenaza directa. Matar o morir; daba igual que la amenaza fuera dirigida contra Kahlan y no contra él.
Pero esto era una amenaza indirecta, un modo de matar distinto. Muy distinto. Se trataba de una ejecución y Richard era al mismo tiempo juez y verdugo.
El Buscador bajó de nuevo la espada y fulminó con la mirada a los ancianos. Entonces cerró el puño y, lentamente, se pasó la hoja por la cara interior del antebrazo izquierdo. Al completar la pasada dio la vuelta a la hoja e hizo lo propio con la otra cara, hasta que la sangre corrió por el acero y de la punta cayeron gotas.
Kahlan echó un rápido vistazo a su alrededor. La gente barro miraba fijamente, cautivada por el drama mortal que se desarrollaba ante sus ojos, incapaces de apartar la vista aunque lo desearan. Nadie habló. Nadie se movió. Nadie parpadeó siquiera.
Todos los ojos siguieron a Richard, que volvió a levantar la espada y se la llevó a la frente.
—Espada, haz hoy honor a tu nombre —musitó.
La sangre le brillaba en la mano izquierda. Kahlan se dio cuenta de que Richard temblaba por la necesidad que lo embargaba. La espada refulgía allí donde la sangre no la cubría. El Buscador bajó la mirada hacia los ancianos.
—Mírame —ordenó a Caldus. Éste no se movió—. ¡Te digo que me mires! —chilló ¡Mírame a los ojos! —Pero Caldus continuaba inmóvil.
—Richard —dijo Kahlan. El joven le dirigió una iracunda mirada. Sus ojos la miraban desde un mundo distinto; la magia revoloteaba en ellos. La mujer mantuvo un tono de voz sereno sin demostrar ninguna emoción—. No te entiende.
—¡Pues díselo tú!
—Caldus.—El anciano alzó la vista hacia la impasible cara de la mujer—.El Buscador quiere que lo mires a los ojos.
El anciano no respondió, simplemente miró a Richard y su mirada quedó prendida en los ojos del Buscador.
Richard inspiró bruscamente mientras la espada se alzaba rauda en el aire. Kahlan contempló la punta cuando se detuvo un solo instante. Algunas personas se volvieron y otras taparon los ojos a sus hijos. Kahlan contuvo la respiración y se apartó ligeramente, esperando una lluvia de fragmentos.
El Buscador lanzó un grito mientras descargaba laEspada de la Verdad.La punta del arma silbó en el aire. La multitud ahogó una exclamación.
La espada se detuvo en el aire a muy pocos centímetros del rostro de Caldus, del mismo modo que se detuvo la primera vez que Richard la usó, cuando Zedd le ordenó que cortara el árbol.
Richard permaneció inmóvil durante lo que pareció una eternidad, con los músculos de los brazos tensos y duros como el acero. Finalmente se relajaron y el joven apartó de Caldus tanto la hoja como su abrasadora mirada.
—¿Cómo se dice «os devuelvo la vida y el honor» en su idioma? —preguntó a Kahlan sin mirarla.
Ella contestó en voz baja.
—Caldus, Surin, Arbrin, Breginderin, Hanjalet—anunció Richard en un tono suficientemente alto para que todos lo oyeran—,os devuelvo la vida y el honor.
Hubo un instante de silencio, tras el cual la gente barro prorrumpió en ruidosos vítores. Richard deslizó de nuevo la espada en la funda y luego ayudó a los ancianos a levantarse. Éstos le sonrieron, pálidos pero complacidos por haberse salvado y también muy aliviados. Entonces se volvieron hacia el Hombre Pájaro.
—Muy honorable anciano, te hacemos una petición unánime. ¿Qué respondes?
El Hombre Pájaro miró primero a los ancianos y después a Richard y Kahlan con los brazos cruzados. En sus ojos se leía la tensión de la dura prueba que acababa de presenciar. Dejó caer los brazos a ambos lados y se aproximó a Richard. El Buscador parecía agotado y sin fuerzas. El Hombre Pájaro les pasó a ambos un brazo alrededor de los hombros como si quisiera felicitarlos por su valor, tras lo cual fue poniendo una mano sobre los hombros de los cinco ancianos, para que supieran que todo estaba olvidado. Entonces dio media vuelta y empezó a caminar, esperando que lo siguieran. Kahlan y Richard caminaban tras él, seguidos por Savidlin y los demás ancianos; una escolta real.
—Richard —preguntó Kahlan bajando la voz—, ¿esperabas que la espada se detuviera?
El joven andaba con la vista al frente. Dejó escapar un profundo suspiro y repuso:
—No.
Era lo que Kahlan pensaba. La mujer trató de imaginarse lo que eso representaba para Richard. Aunque no había llegado a ejecutar a los ancianos, había estado decidido a hacerlo. No tendría que vivir con esa acción, pero sí con la intención.
Kahlan se preguntó si Richard había hecho lo correcto al perdonarles la vida. Sabía qué habría hecho ella en su lugar; no se habría permitido mostrarse clemente. Había demasiadas cosas en juego. Por otra parte, ella había visto más cosas que él, tal vez demasiadas, y estaba demasiado dispuesta a matar. Uno no podía matar en todas las situaciones de riesgo, pues el riesgo era constante. Uno debía detenerse en algún punto.
—¿Qué tal el brazo? —preguntó el joven, arrancándola de sus cavilaciones.
—Me duele horrores —admitió la mujer—. El Hombre Pájaro dice que me tendrán que coser la herida.
Richard mantuvo deliberadamente la mirada al frente mientras seguía caminando a su lado.
—Necesito a mi guía —dijo en voz baja y sin emoción—. Me has dado un buen susto.
Era lo más parecido a una reprimenda. Kahlan se ruborizó y se alegró de que Richard no la mirara y se diera cuenta. Él no sabía de qué era ella capaz, pero sí que había vacilado. Kahlan había estado a punto de cometer un error fatal; los había puesto a todos en peligro porque no quería que él la viera. Richard no había insistido cuando tuvo la oportunidad, el derecho; como ahora ponía antes los sentimientos. La mujer sentía que el corazón se le hacía pedazos.
El pequeño grupo subió a la plataforma situada en el cobertizo sostenido por postes. El Hombre Pájaro se puso entre Richard y Kahlan, de cara a la multitud, mientras los ancianos se quedaban al fondo.
—¿Estás preparada para hacer esto?—preguntó a Kahlan, mirándola intensamente.
—¿A qué te refieres?—preguntó a su vez la mujer, recelosa ante el tono de voz usado por el hombre.
—Me refiero a que si los dos queréis convertiros en gente barro, tendréis que comportaros como tales y respetar nuestras leyes y nuestras costumbres.
—Sólo yo sé a lo que nos enfrentamos y no confío en salir con vida de la empresa.—Kahlan hablaba con un tono de voz deliberadamente duro—.He escapado a la muerte más veces de las que nadie tiene derecho. Lo que queremos es salvar a tu gente; hemos jurado hacerlo incluso a costa de nuestras propias vidas. ¿Qué más se nos puede pedir que la vida?
El Hombre Pájaro sabía que estaba eludiendo la respuesta y no dejó que se saliera con la suya.
—No hago esto a la ligera, sino porque sé que sois sinceros en vuestra lucha y que realmente deseáis proteger a mi gente de la tormenta que se avecina. Pero debéis ayudarme en esto. Debéis amoldaros a nuestras costumbres, no para complacerme a mí sino como muestra de respeto hacia la gente barro. Ellos lo esperan.
Kahlan tenía la boca tan seca que apenas podía tragar.
—Yo no como carne—mintió—.Ya lo sabes de las otras veces que estuve aquí.
—Aunque eres una luchadora, también eres mujer, por lo que puede disculparse. Hasta aquí puedo hacer. El hecho de ser Confesora te excluye de lo otro.—Sus ojos daban a entender que no cedería ni un ápice más—.Pero al Buscador no. Él tendrá que hacerlo.
—Pero...
—Tú misma me dijiste que no lo elegirías como pareja. Si quiere convocar una reunión tiene que ser uno de los nuestros.
Kahlan se sentía atrapada. Si ahora rehusaba, Richard se pondría furioso y con razón. Perderían ante Rahl. Richard era de la Tierra Occidental y no estaba familiarizado con las costumbres de los diferentes pueblos que habitaban la Tierra Central. Era posible que se negara a seguir adelante. Ella no podía arriesgarse. Había demasiado en juego. El Hombre Pájaro esperaba.
—Haremos lo que vuestras leyes dicten—dijo finalmente, tratando de ocultar lo que realmente pensaba.
—¿No quieres preguntar su opinión al Buscador?
La mujer apartó la mirada y la posó en las cabezas de la multitud expectante.
—No—respondió.
El Hombre Pájaro le cogió el mentón y la obligó a volver la cara hacia él.
—Entonces será responsabilidad tuya que haga lo que se espera de él. Por tu honor.
Kahlan sentía que la rabia le crecía en el interior. Richard se inclinó hacia ella desde el otro lado del Hombre Pájaro.
—Kahlan, ¿qué ocurre? ¿Va algo mal?
Los ojos de la mujer fueron de Richard al Hombre Pájaro, y dirigió a este último un cabeceo.
—No pasa nada. Todo va bien.
El Hombre Pájaro le soltó el mentón, se volvió hacia su gente y sopló el silbato silencioso que llevaba alrededor del cuello. Entonces empezó a hablarles de su historia y sus costumbres, de por qué evitaban la influencia de los forasteros y de cómo tenían derecho a ser gente orgullosa. Mientras hablaba empezaron a llegar palomas, que se posaban entre la gente.
Kahlan oía sin escuchar, inmóvil encima de la plataforma, sintiéndose como un animal atrapado. Al imaginarse que podrían ganarse a la gente barro y ser aceptados como parte de ellos, no había considerado la posibilidad de que tuvieran que hacer ciertas cosas. Había creído que su iniciación sería una mera formalidad, tras la cual Richard podría pedir la celebración de una reunión. Kahlan no había previsto que las cosas tomaran ese derrotero.
Tal vez podría esconderle a Richard una parte. Él nunca lo sabría. Después de todo, no comprendía su idioma. Sí, se callaría; sería lo mejor.
Pero otras cosas, pensó con desánimo, serían demasiado obvias. La mujer notaba que las orejas se le ponían coloradas y cómo se le formaba un nudo en la boca del estómago.
Richard percibía que no necesitaba comprender las palabras que pronunciaba el Hombre Pájaro y no le pidió que tradujera. Tras concluir los comentarios introductorios, el Hombre Pájaro llegó a la parte importante.
—Cuando estas dos personas llegaron a la aldea eran forasteros. Sus acciones han demostrado que se preocupan por la gente barro y que son dignos. A partir de este día, hago saber a todos que Richard, el del genio pronto, y la Confesora Kahlan son gente barro.
Kahlan tradujo, omitiendo su título, mientras la multitud los vitoreaba. Un risueño Richard levantó una mano hacia los espectadores y los vítores se recrudecieron. Savidlin le dio un amistoso golpecito en la espalda. El Hombre Pájaro puso una mano sobre el hombro de ambos y dio a la mujer un apretón comprensivo, tratando de aliviar su mala conciencia por haberle impuesto un compromiso.
Kahlan respiró hondo, resignada. Pronto pasaría y entonces se marcharían para detener a Rahl. Eso era todo lo que importaba. Además, a ella era a quien menos debería importarle.
—Hay algo más—prosiguió el Hombre Pájaro—.Este hombre y esta mujer no nacieron siendo gente barro. Por su naturaleza ella es Confesora, aunque no lo haya elegido, y Richard, el del genio pronto, nació en la Tierra Occidental, al otro lado del Límite, donde las costumbres son un misterio para nosotros. Debemos ser pacientes con ellos, comprender que hacen un esfuerzo para convertirse en gente barro. Nosotros lo hemos sido toda la vida pero para ellos éste es su primer día. Son como recién nacidos. Mostrarles la misma comprensión que a nuestros niños, y ellos lo harán lo mejor que puedan.
Los espectadores intercambiaban comentarios y asentían; todos coincidían en la sabiduría del Hombre Pájaro. Kahlan lanzó un suspiro; el Hombre Pájaro se había cubierto las espaldas, y también a ellos dos, por si las cosas salían mal. Realmente era sabio. El hombre le dio otro apretón en el hombro y ella colocó su mano sobre la de él, apretándosela a su vez para agradecérselo.
Richard no perdió ni un segundo y se volvió hacia los ancianos.
—Me siento honrado de formar parte de la gente barro. Dondequiera que vaya defenderé el honor de nuestra gente, para que os sintáis orgullosos de mí. Ahora nuestra gente está en peligro. Necesito ayuda para protegerla. Solicito un consejo de videntes. Solicito una reunión.
Kahlan tradujo y todos los ancianos hicieron un ademán de aquiescencia.
—Concedido—dijo el Hombre Pájaro—.Tardaremos tres días en prepararlo.
—Honorable anciano —objetó Richard, conteniéndose—, estamos en grave peligro. Respeto vuestras costumbres, ¿pero hay algún modo de acelerar las cosas? Las vidas de nuestra gente dependen de ello.
El Hombre Pájaro hizo una profunda inspiración. Su largo cabello gris plateado reflejaba la mortecina luz.
—Tratándose de circunstancias especiales haremos lo posible por ayudarte. Esta noche celebraremos el banquete, y mañana la reunión. No podemos acelerarlo más. Hay que hacer ciertos preparativos para que los ancianos crucen el vacío hacia los espíritus.
Richard también hizo una profunda inspiración.
—De acuerdo, mañana por la noche.
El Hombre Pájaro volvió a soplar el silbato y las palomas alzaron el vuelo. Kahlan sintió como si sus esperanzas, por imposibles y tontas que fueran, se marcharan con ellas.
Rápidamente se iniciaron los preparativos. Savidlin condujo a Richard a su casa para curarle los cortes y que se aseara, mientras que el Hombre Pájaro se llevaba a Kahlan para que le sanaran la herida. La sangre había empapado el vendaje y el corte le dolía mucho. El hombre la guió por callejones, ciñéndole los hombros con el brazo en actitud protectora. Kahlan se sentía agradecida de que no hablara del banquete.
El hombre la confió a una mujer encorvada llamada Nissel, a quien dio instrucciones de que la tratara tan bien como si fuera su hija. Nissel sonreía poco, casi siempre a destiempo, y sólo hablaba para dar instrucciones: «Ponte aquí», «levanta el brazo», «bájalo», «respira», «no respires», «bebe esto», «túmbate aquí», «recita elCandra».Kahlan no sabía qué era elCandra.Nissel se encogió de hombros y, en vez de eso, hizo que sostuviera en equilibrio sobre el estómago piedras planas, unas encima de otras, mientras ella la examinaba. Cuando le dolía y las piedras empezaban a deslizarse, Nissel la reprendía y la conminaba a que se esforzara más. Después tuvo que mascar unas hojas de sabor amargo mientras la curandera le quitaba la ropa y la bañaba.
El baño le sentó mejor que las hojas. Kahlan no recordaba ningún baño que le hubiera sentado tan bien, y trató de deshacerse de los pensamientos depresivos al tiempo que se limpiaba el barro. Lo intentó con todas sus fuerzas. Nissel la dejó disfrutando del baño mientras le lavaba la ropa y la tendía junto al fuego, donde hervía una cacerola con una pasta marrón que olía a resina de pino. Después la curandera la secó, la envolvió en pieles cálidas y la hizo sentar en un banco tallado en la pared cerca del fuego elevado. Cuanto más mascaba las hojas mejor le sabían, pero la cabeza empezó a darle vueltas.
—Nissel, ¿para qué son estas hojas?
La curandera, que examinaba intrigada la camisa de Kahlan, se volvió y respondió:
—Para que te relajes y no sientas lo que te hago. Sigue mascando y no te preocupes, muchacha. Estarás tan relajada que ni notarás que te coso la herida.
Inmediatamente Kahlan escupió las hojas. La anciana miró al suelo y después a Kahlan, enarcando una ceja.
—Nissel, soy una Confesora. Si me relajo hasta ese punto es posible que no sea capaz de contener el poder y cuando me tocaras podría liberarlo involuntariamente.
—Pero tú duermes y entonces te relajas.—La curandera frunció el entrecejo, curiosa.
—Eso es diferente. Duermo desde que nací, antes de desarrollar el poder. Si me relajara demasiado o me distrajera de un modo que no conozco, como con tus hojas, podría tocarte sin pretenderlo.
Nissel asintió con una mueca. Entonces preguntó con mirada inquisitiva:
—Pero entonces, ¿cómo...
Kahlan la miró con una cara que no decía nada y lo decía todo.
La anciana lo comprendió enseguida y se irguió.
—Oh, ahora lo entiendo—. Acarició el cabello de Kahlan con gesto de simpatía, se dirigió a la esquina más alejada de la habitación y regresó arrastrando los pies con un pedazo de cuero—.Muerde esto. Si te vuelven a hacer daño, asegúrate de que te llevan a Nissel—le dijo, dándole una palmadita en el hombro sano—.Yo lo recordaré y sabré qué no debo hacer. Para una curandera a veces lo más importante es saber qué nodebe hacer. Tal vez para una Confesora también, ¿no?—Kahlan sonrió y asintió—.Y ahora, muerde este pedazo de cuero tan fuerte como puedas.
Al acabar Nissel le enjugó el sudor de la frente con un paño húmedo y frío. Kahlan estaba tan mareada y sentía tantas náuseas que ni siquiera podía incorporarse. Nissel dejó que se quedara tumbada mientras le aplicaba la pasta marrón y le cubría el brazo con vendas limpias.
—Deberías dormir un poco. Te despertaré antes del banquete.
Kahlan puso una mano sobre el brazo de la anciana y dijo, forzando una sonrisa:
—Gracias, Nissel.
Se despertó con la sensación de que alguien le cepillaba el pelo. Mientras dormía se había secado. Nissel le sonreía.
—Te costará cepillarte tu hermoso cabello hasta que el brazo no esté mejor. No son muchas las que tienen el honor de poseer una cabellera como la tuya. Creí que te gustaría asistir al banquete bien peinada. Pronto empezará. Un joven muy apuesto te espera fuera.
—¿Cuánto lleva esperando?—preguntó, incorporándose.
—Hace mucho. He tratado de ahuyentarlo con una escoba, pero ha sido imposible. Es muy tozudo, ¿verdad?
—Sí—repuso Kahlan con una amplia sonrisa.
Nissel la ayudó a ponerse la ropa limpia. El brazo ya no le dolía tanto como antes. Richard la esperaba impaciente, apoyado contra el muro, y se enderezó al verla salir. También él se veía limpio y descansado, sin ningún rastro de barro y vestido con unos sencillos pantalones de gamuza y una túnica y, por supuesto, la espada. Nissel tenía razón; era muy apuesto.
—¿Cómo estás? ¿Y el brazo? ¿Te sientes mejor?
—Estoy bien. —La mujer sonrió—. Nissel me ha curado.
—Gracias, Nissel. —Richard besó a la anciana en la coronilla—. Te perdono por lo de la escoba.
Nissel sonrió al oír la traducción, se inclinó hacia él y le lanzó una profunda mirada que incomodó al joven.
—¿Quieres que le dé una poción—preguntó a Kahlan—,para darle más vigor?
—No—dijo Kahlan bruscamente—.Estoy segura de que no va a necesitarla.