27

Mientras caminaban entre los edificios oscuros y apiñados, del centro de la aldea les llegaba el sonido de risas y de tambores. Había cesado de llover y el aire húmedo y cálido estaba saturado del aroma de los pastos que rodeaban la aldea. Unas antorchas iluminaban las plataformas de los edificios sostenidos por postes y las hogueras encendidas en el área abierta chasqueaban y chisporroteaban, arrojando sombras tornadizas. Kahlan sabía que costaba mucho trabajo acarrear la leña que alimentaba los fuegos para cocinar y el de los hornos, por lo que, normalmente, se mantenían bajos. Aquello era un derroche que la gente de barro muy pocas veces se permitía.

El aire nocturno llevaba hasta ella deliciosos aromas, que sin embargo no despertaban su apetito. Mujeres ataviadas con sus vestidos más coloridos y acompañadas por jovencitas se afanaban de un lado a otro, haciendo recados y asegurándose de que todo fuera bien. Los hombres exhibían sus mejores pieles, llevaban cuchillos ceremoniales en la cintura y se habían embadurnado el pelo con barro al modo tradicional.

Se guisaba sin parar, mientras la gente barro iba paseando, probando diversos platos e intercambiando historias. Parecía que la mayoría de ellos o bien comían o cocinaban. Había niños por todas partes, jugando, corriendo y riendo, entusiasmados por el inesperado banquete que se celebraba de noche, a la luz de los fuegos.

Bajo los tejados de hierba los músicos tocaban tambores y boldas, tubos largos y huecos con forma de campana y ondulaciones talladas sobre las que se pasaba una especie de lengüeta. Las misteriosas melodías, con las que se invitaba a los espíritus de los antepasados al banquete, resonaban por la llanura. Enfrente, al aire libre, había otro grupo de músicos. Los sonidos de ambos a veces se confundían y otras se separaban, estableciendo un inquietante diálogo de golpes y redobles de tambor que en algunos momentos se volvía frenético. Hombres disfrazados de animales o pintados como estilizados cazadores, brincaban y danzaban, representando leyendas de la gente barro. Los rodeaban exultantes niños, que los imitaban y golpeaban en el suelo con los pies al ritmo de los tambores. Las parejas jóvenes contemplaban toda aquella actividad un poco apartadas e intercambiaban arrumacos en los rincones más oscuros. Kahlan nunca se había sentido tan sola.

Savidlin, con la piel de coyote limpia alrededor de los hombros, dio con ellos y los arrastró hasta donde estaban sentados los ancianos sin dejar de dar palmaditas a Richard en la espalda. El Hombre Pájaro iba vestido con su habitual sencillez —pantalones y túnica de gamuza—; era lo suficientemente importante para permitírselo. Weselan estaba allí, al igual que las esposas de los demás ancianos, y fue a sentarse al lado de Kahlan, la cogió de la mano y le preguntó con sincera preocupación cómo tenía el brazo. Kahlan no estaba acostumbrada a que la gente se preocupara por ella. Era bonito formar parte de la gente barro, aunque no fuera más que teatro, porque ella era una Confesora y, por mucho que lo deseara, nadie podría cambiarlo. Así pues, hizo lo que aprendió de niña; poner a un lado sus emociones y pensar en la tarea que tenían por delante, en Rahl el Oscuro y en el poco tiempo que les quedaba. Y también en Dennee.

Richard, resignado a esperar un día más antes de la reunión, trataba de pasárselo bien, sonriendo y haciendo gestos de asentimiento ante los consejos que la gente barro le ofrecía y que él no comprendía. Los habitantes de la aldea desfilaban ante los ancianos en una procesión constante, para saludar con cariñosos cachetes a los últimos incorporados a la gente barro. Para ser sincera Kahlan tuvo que admitir que le prestaban tanta atención como a Richard. Algunas personas decidían quedarse junto a ellos un rato.

Sentados como estaban con las piernas cruzadas, depositaron ante ellos bandejas de junco y cuencos de cerámica llenos de diversos tipos de comida. Richard lo probó casi todo, recordando que debía usar la mano derecha, pero Kahlan se limitó a mordisquear un pedazo de pan de tava para no hacerles un feo.

—Esto está buenísimo —comentó Richard, al tiempo que cogía otra costilla—. Creo que es cerdo.

—Es jabalí —le corrigió Kahlan, mirando a los bailarines.

—Y la carne de venado también está muy sabrosa. Toma, prueba un poco. —El joven trató de darle un poco.

—No, gracias.

—¿Te pasa algo?

—No, no. Es sólo que no tengo hambre.

—No has comido nada de carne desde que estamos con la gente barro.

—No tengo hambre, eso es todo.

Richard se encogió de hombros y siguió comiendo la carne de venado.

Después de un rato la riada de personas que los saludaban fue menguando, dedicadas ya a otras actividades. Por el rabillo del ojo Kahlan vio que el Hombre Pájaro levantaba una mano para avisar a alguien. La mujer puso freno a sus sentimientos y adoptó una expresión que no revelaba el esfuerzo que hacía, tal como su madre le había enseñado; su cara de Confesora.

Entonces se acercaron con paso vacilante cuatro mujeres jóvenes, todas ellas sonriendo tímidamente y con el pelo embadurnado de barro. Richard las saludó con sonrisas, asentimientos y suaves cachetes, como al resto de la gente. Las jóvenes se daban codazos, se reían tontamente y comentaban en voz baja lo apuesto que era. Kahlan volvió la vista hacia el Hombre Pájaro, que hizo un gesto de asentimiento.

—¿Por qué se quedan? —preguntó Richard entre dientes—. ¿Qué quieren?

—Son para ti —contestó Kahlan en tono sereno.

La parpadeante luz del fuego iluminó el rostro del joven, que miraba a las muchachas sin entender nada.

—¿Para mí? ¿Y qué se supone que debo hacer con ellas?

Kahlan respiró hondo y clavó los ojos en los fuegos un instante.

—Yo sólo soy tu guía, Richard. Si necesitas que alguien te dé instrucciones para esto búscate a otro.

Hubo un momento de silencio.

—¿Las cuatro? ¿Para mí?

Kahlan lo miró y vio que Richard sonreía de oreja a oreja con gesto travieso. La mujer encontró su sonrisa irritante.

—No, tienes que escoger a una.

—¿Escoger a una? —repitió con aquella estúpida sonrisa aún en su rostro.

Kahlan se consoló pensando que, al menos, no iba a protestar sobre esa parte. Richard miró a las muchachas una por una.

—Elegir a una. Caray, será complicado. ¿Cuánto tiempo tengo para decidirme?

Kahlan clavó de nuevo la vista en el fuego y cerró los ojos un momento, tras lo cual se volvió al Hombre Pájaro.

—El Buscador pregunta cuándo debe decidir qué mujer elige.

—Antes de irse a la cama—repuso el Hombre Pájaro, un tanto sorprendido por la pregunta—.Entonces deberá elegir a una y dar a la gente barro un hijo. De este modo quedará unido a nosotros por lazos de sangre.

Kahlan se lo tradujo.

—Sabia costumbre —afirmó Richard tras ponderar la respuesta—. El Hombre Pájaro es muy sabio —dijo, volviendo la vista al Hombre Pájaro y asintiendo.

—El Buscador dice que eres muy sabio—le tradujo Kahlan, tratando de controlar la voz.

Tanto el Hombre Pájaro como los demás ancianos parecieron complacidos. Todo estaba saliendo a pedir de boca.

—Bueno, me temo que será una decisión difícil. Tendré que pensarlo con calma. No quisiera precipitarme.

Kahlan se apartó unos mechones de pelo de la cara y dijo a las muchachas:

—Al Buscador le cuesta decidirse.

Richard dirigió a las cuatro una amplia sonrisa y les indicó con un gesto impaciente que subieran a la plataforma. Dos se sentaron a un lado del joven y las otras dos se apretaron entre él y Kahlan, obligando a ésta a apartarse. Entonces se recostaron contra él, le pusieron las manos sobre los brazos y le palparon los músculos, riendo tontamente. Acto seguido comentaron con Kahlan lo fornido que era y que sus hijos serían muy robustos. También quisieron saber si Richard las encontraba atractivas y le pidieron que se lo preguntara.

—Quieren saber si las encuentras atractivas —tradujo Kahlan tras hacer otra profunda inspiración.

—¡Claro que sí! ¡Son muy hermosas! Las cuatro. Por eso me cuesta tanto decidirme. ¿A ti no te parecen hermosas?

Kahlan no respondió sino que aseguró a las jóvenes que el Buscador las encontraba muy atractivas. Ellas rieron con su habitual timidez. El Hombre Pájaro y los ancianos parecían satisfechos y se deshacían en sonrisas. Kahlan asistía como atontada a la celebración y miraba a los bailarines, pero sin verlos.

Las cuatro muchachas ofrecían comida a Richard con los dedos y se reían como bobas. El joven dijo a Kahlan que aquél era el mejor banquete de su vida y le preguntó si ella no opinaba lo mismo. La mujer tragó el nudo que tenía en la garganta y convino con él en que era maravilloso, aunque apartó la vista y la fijó en las ardientes chispas que revoloteaban en la oscuridad.

Después de lo que parecieron horas, una anciana se aproximó a la plataforma con la cabeza inclinada, llevando una gran bandeja de junco en la que se habían dispuesto cuidadosamente oscuras tiras de carne seca.

La interrupción hizo regresar a Kahlan a la realidad.

Con la cabeza aún inclinada la anciana se acercó respetuosamente a los ancianos y les fue ofreciendo la bandeja uno a uno, silenciosamente. El Hombre Pájaro fue el primero y empezó a arrancar pedazos de una tira con los dientes mientras los demás ancianos también se servían. Algunas esposas también aceptaron, pero Weselan, sentada junto a su marido, no.

A continuación la anciana sostuvo la bandeja frente a Kahlan, pero ésta declinó cortésmente. Cuando le tocó el turno a Richard, éste cogió una tira. Las cuatro muchachas rehusaron y observaron a Richard. Kahlan esperó hasta que dio un bocado a la carne e intercambió una breve mirada con el Hombre Pájaro, tras lo cual volvió a clavar los ojos en las hogueras.

—Sabes, no acabo de decidirme cuál de estas hermosas jóvenes elegir —dijo Richard tras tragar el primer bocado—. ¿Crees que podrías ayudarme? ¿Cuál debo elegir? ¿Qué te parece?

Pugnando por normalizar el ritmo de su respiración, la mujer contempló la sonriente faz del joven y repuso:

—Tienes razón, es una elección difícil. Creo que dejaré que seas tú quien elija.

Richard comió un poco más de carne, mientras Kahlan apretaba los dientes y tragaba con fuerza.

—Esta carne tiene un sabor extraño. Nunca había probado nada igual. —Hizo una pausa y preguntó—: ¿Qué es? —Su voz había cambiado y ahora tenía un tono que la asustó tanto que estuvo a punto de dar un brinco. Richard la miraba amenazadoramente, con dureza. Kahlan no había pensado decírselo pero esa mirada le hizo olvidar su intención inicial.

Preguntó al Hombre Pájaro y respondió:

—Dice que es un apagafuegos.

—Un apagafuegos. —El joven se inclinó hacia adelante—. ¿Y qué tipo de animal es un apagafuegos? —Kahlan miró sus penetrantes ojos grises y respondió dulcemente—: Uno de los hombres de Rahl el Oscuro.

—Ya veo. —Richard recuperó su postura inicial.

Lo había sabido. Kahlan se dio cuenta de que lo había sabido incluso antes de preguntárselo, pero quería comprobar si le mentía.

—¿Y quiénes son los apagafuegos?

Kahlan preguntó a los ancianos cómo habían llegado a saber de los apagafuegos. Savidlin ardía en deseos de contarle la historia. Cuando el hombre acabó, se volvió hacia Richard.

—Los apagafuegos viajan por la Tierra Central para hacer cumplir la prohibición de Rahl de que nadie encienda fuego. Pueden llegar a ser brutales. Savidlin dice que dos de ellos llegaron a la aldea hace pocas semanas, les dijeron que el fuego estaba prohibido y, cuando la gente barro se negó a acatar la nueva ley, los amenazaron. Como temían que si se marchaban regresarían con más hombres, los mataron. La gente barro cree que si se comen a sus enemigos adquieren su sabiduría. Para ser un hombre entre la gente barro, para ser uno de ellos, tú también debes comer y así tendrás el conocimiento de sus enemigos. Éste es el principal propósito de los banquetes. Esto y convocar a los espíritus de los antepasados.

—¿Y ya he comido lo suficiente para satisfacer a los ancianos? —La mirada de Richard la traspasó.

—Sí —contestó, deseando poder levantarse y correr.

Con movimientos deliberadamente cuidadosos Richard dejó a un lado la tira de carne. Sus labios volvieron a curvarse en una sonrisa y miró a las muchachas mientras dirigía la palabra a Kahlan, incluso abrazando a las dos que tenía más cerca.

—Kahlan, hazme un favor. Ve a buscarme una manzana a la mochila. Creo que necesito un sabor familiar para quitarme este gusto de la boca.

—Que yo sepa, no estás inválido —le espetó Kahlan.

—No, pero necesito tiempo para decidir con cuál de estas bellas muchachasyaceréesta noche.

Kahlan se levantó, lanzó una mirada colérica al Hombre Pájaro y se dirigió hecha una furia a casa de Savidlin. Se alegraba de alejarse de Richard y de esas chicas que no dejaban de sobarlo.

Mientras caminaba entre felices aldeanos se clavó las uñas en las palmas de las manos, pero ni siquiera lo notó. Los bailarines danzaban, los músicos tocaban los tambores, los niños reían y la gente la saludaba al pasar. Pero ella deseaba que alguien le dijera algo desagradable para poder golpearlo.

Al llegar a la casa, entró y se dejó caer sobre la piel que cubría el suelo, tratando en vano de contener las lágrimas. Se dijo que todo lo que necesitaba eran unos minutos para recuperar de nuevo el control. Richard hacía lo que la gente barro esperaba de él, lo que ella misma había prometido al Hombre Pájaro que haría. Ella no tenía ningún derecho a enfadarse, ninguno; Richard no le pertenecía. Ahora lloraba con todo su corazón. No tenía ningún derecho a sentirse de ese modo, ni de enojarse con él. Pero estaba enfadada, y furiosa.

Entonces recordó lo que había dicho al Hombre Pájaro sobre que ella misma se había buscado el problema y que temía las consecuencias que debería sufrir.

Richard simplemente hacía lo que era necesario para que el consejo de videntes se reuniera, lo que era necesario para encontrar la caja y detener a Rahl. Kahlan se secó las lágrimas.

Si al menos no disfrutara tanto con ello. Podría hacerlo sin comportarse como un...

Bruscamente sacó una manzana de la mochila. ¿Qué más daba? Ella no podía cambiar las cosas, pero tampoco tenía que aceptarlas con alegría. Se mordió un labio y abandonó la casa pisando con fuerza, tratando de adoptar una expresión impávida. Por suerte estaba oscuro.

Tras atravesar de nuevo la multitud festiva y acercarse a la plataforma vio que Richard se había quitado la camisa. Las jóvenes le pintaban con barro blanco y negro los símbolos de los cazadores, dibujando con los dedos líneas quebradas sobre el pecho y otras circulares en la parte superior de los brazos. Se detuvieron cuando Kahlan llegó y se quedó mirando la escena fijamente.

—Toma —dijo, arrojó a Richard la manzana y se sentó enfurruñada.

—Todavía no he tomado una decisión —comentó el joven, frotando la manzana contra los pantalones para sacarle brillo y mirando a las jóvenes una a una—. Kahlan, ¿estás segura de que no tienes ninguna preferencia? Me vendría muy bien tu ayuda. —El joven bajó el tono de voz significativamente, nuevamente adoptando un matiz de dureza—. Me sorprende que no eligieras una por mí.

Kahlan levantó la vista hacia él, perpleja. Lo sabía. Sabía que ella había accedido a aquello sin consultárselo.

—No. Sea cual sea tu decisión, será correcta —dijo, y apartó de nuevo los ojos.

—Kahlan. —Richard esperó hasta que la mujer volvió a mirarlo—. ¿Alguna de ellas está emparentada con los ancianos?

—La de tu derecha es sobrina del Hombre Pájaro —contestó ella, tras mirar de nuevo a las jóvenes.

—¡Su sobrina! —La sonrisa de Richard se hizo más amplia mientras continuaba sacando brillo a la manzana—. Entonces creo que la elegiré a ella. Escoger a la sobrina del Hombre Pájaro será un signo de respeto hacia los ancianos.

El joven cogió la cabeza de la muchacha entre sus manos y la besó en la frente. La chica sonrió encantada. El Hombre Pájaro sonrió encantado. Los ancianos sonrieron encantados. Las otras jóvenes se marcharon.

Kahlan se volvió hacia el Hombre Pájaro y éste le lanzó una mirada de simpatía, una mirada que decía que lo sentía. Ella giró de nuevo el cuerpo y, transida de dolor, dejó que su mirada se perdiera en la noche. Así pues, Richard ya había hecho su elección. Ahora, pensó sombríamente, los ancianos llevarían a cabo una ceremonia y la feliz pareja se marcharía a algún lugar para hacer un bebé. Kahlan contempló a las demás parejas que caminaban cogidas de la mano, felices de estar juntas, y tuvo que tragarse el nudo que se le había hecho en la garganta y también las lágrimas. Oyó el ruido que hacía Richard al dar un mordisco a su estúpida manzana.

Inmediatamente los ancianos y sus esposas dieron un respingo y lanzaron exclamaciones.

¡La manzana! ¡En la Tierra Central todas las frutas rojas eran venenosas y ellos no conocían las manzanas! ¡Creían que Richard estaba comiendo veneno! Rápidamente se dio media vuelta.

Richard había alzado un brazo hacia los ancianos para pedir silencio y que se quedaran donde estaban. Pero a quien miraba era a ella.

—Diles que se sienten —dijo calmosamente.

Con los ojos muy abiertos Kahlan miró a los ancianos y tradujo las palabras de Richard. Éstos volvieron a sentarse con aire vacilante. Entonces Richard se inclinó hacia atrás y se volvió hacia ellos con toda tranquilidad y gesto de inocencia.

—Sabéis, de allí donde vengo, en el valle del Corzo, en la Tierra Occidental, las comemos todo el tiempo. —Dio unos cuantos mordiscos más. La gente barro lo miraba con ojos que se les querían salir de las órbitas—. Lo hacemos desde tiempo inmemorial. Las comen tanto hombres como mujeres y tenemos niños sanos. —Dio otro bocado a la manzana, se volvió y miró a Kahlan mientras traducía. Masticaba lentamente para prolongar la tensión. Miró al Hombre Pájaro por encima del hombro y agregó—: Claro está que, para una mujer de la Tierra Central, la simiente de un hombre de la Tierra Occidental puede que sea venenosa. Que yo sepa, hasta ahora nadie lo ha probado.

El joven posó de nuevo los ojos en Kahlan y dio otro mordisco a la fruta, mientras dejaba que los ancianos asimilaran sus palabras. La muchacha sentada a su lado se estaba poniendo nerviosa y los ancianos también. El Hombre Pájaro se mostraba impasible. Richard mantenía los brazos medio cruzados, con un codo apoyado en la otra mano de modo que pudiera sostener la manzana cerca de la boca, donde todos pudieran verla. Iba a darle otro bocado cuando se detuvo y se la ofreció a la sobrina del Hombre Pájaro. La joven apartó la cabeza. Richard volvió a mirar a los ancianos.

—Yo las encuentro muy sabrosas, de verdad. —Se encogió de hombros y añadió—: Claro está que podrían envenenar mi simiente, pero no quiero que penséis que no deseo intentarlo. Lo que pasa es que creí que deberíais saberlo, eso es todo. No quiero que se diga que me niego a cumplir las obligaciones que comporta ser un hombre barro, al contrario. —Acarició con el dorso de un dedo la línea la mejilla de la joven—. Os aseguro que sería un honor. Esta bella joven sería una madre espléndida para mi hijo, estoy segura. Si sobrevive, claro está —añadió con un suspiro, y dio otro mordisco a la manzana.

Los ancianos intercambiaron miradas temerosas. Nadie dijo nada. La atmósfera en la plataforma había cambiado. Ya no eran ellos quienes controlaban la situación sino Richard. Había ocurrido en un abrirycerrar de ojos. Ahora tenían miedo de mover algo más que los ojos. Sin mirarlos, Richard prosiguió:

—Desde luego, la decisión es vuestra. Por mí, encantado de probarlo, pero me pareció que debería poneros al corriente de esta costumbre de mi tierra natal. No habría estado bien ocultárosla. —Richard se volvió hacia ellos con las cejas fruncidas en gesto torvo y la voz ligeramente amenazante—. Así pues, si los ancianos, en su sabiduría, desean pedirme que no cumpla este deber, lo comprenderé y, aunque me pese, me doblegaré ante sus deseos.

El joven no apartó de ellos su dura mirada. Savidlin sonrió abiertamente. A los otros cinco ni se les pasaba por la cabeza desafiarlo y se volvieron hacia el Hombre Pájaro, para que les dijera qué hacer. Éste permanecía inmóvil, pero una gota de sudor le corría por la curtida piel del cuello. El cabello plateado le caía lacio y sin vida sobre los hombros de su túnica de gamuza. El hombre sostuvo la mirada a Richard brevemente, sus labios esbozaron una ligera sonrisa, que también se reflejó en sus ojos, e hizo un pequeño gesto de asentimiento dirigido a sí mismo.

—Richard, el del genio pronto—dijo con voz calmada y fuerte, para que no sólo los ancianos lo oyeran sino también la multitud congregada alrededor de la plataforma—,puesto que procedes de una tierra distinta y tu simiente podría resultar venenosa para esta joven...—Aquí enarcó una ceja y se inclinó casi imperceptiblemente hacia adelante—,para mi sobrina—miró a la joven y después de nuevo a Richard—,te pedimos que no sigas la tradición y que no tomes a esta joven por esposa. Lamento tener que pedirte algo así. Sé que tú deseabas darnos un hijo.

—Sí, lo deseaba. —Richard asintió gravemente—. Pero tendré que aprender a vivir con este fracaso e intentar que la gente barro, mi gente, esté orgullosa de mí de otras formas. —Cerraba el trato con una condición: que ahora ya no podían echarse atrás, que era un hombre barro y que lo ocurrido no lo cambiaría.

Los demás ancianos soltaron un suspiro de alivio y todos asintieron, satisfechos de haber resuelto el asunto al agrado del Buscador. La muchacha dirigió una sonrisa de alivio a su tío y se marchó. Richard miró a Kahlan con cara inexpresiva.

—¿Hay otras condiciones que no conozca?

—No. —Kahlan se sentía confundida. No sabía si alegrarse de que Richard se hubiera librado de tomar esposa o si tenía el corazón partido porque él creía que lo había traicionado.

—¿Puedo retirarme? —preguntó Richard a los ancianos.

Los cinco le dieron gustosos la venia. Savidlin parecía un poco decepcionado. El Hombre Pájaro dijo que el Buscador había sido un gran salvador de su gente, que había cumplido sus deberes con honor y que, si se encontraba cansado por los esfuerzos del día, deberían excusarlo.

Richard se levantó lentamente y miró a Kahlan desde arriba. La mujer veía sus botas y sabía que la estaba mirando, pero mantenía la vista clavada en el suelo.

—Voy a darte un consejo —le dijo Richard con una voz que la sorprendió por su amabilidad—, ya que nunca antes has tenido un amigo. Un amigo no juega con los derechos de otro amigo; ni con su corazón.

Kahlan no pudo mirarlo a los ojos.

El joven dejó caer en su regazo el corazón de la manzana y se perdió entre la multitud.

Kahlan se quedó sentada en la plataforma de los ancianos, contemplándose los dedos, que le temblaban, y envuelta en un velo de soledad. Los otros observaban a los bailarines. Haciendo un supremo esfuerzo la mujer se dedicó a contar los golpes de tambor para tratar de controlar la respiración y no echarse a llorar. El Hombre Pájarofuea sentarse junto a ella. Kahlan se dio cuenta de que su compañía la animaba.

—Algún día—le dijo el Hombre Pájaro, enarcando una ceja e inclinándose hacia ella—,algún día me gustaría conocer al mago que designó a Richard. Me gustaría saber de dónde saca tales Buscadores.

Kahlan se sorprendió de ser capaz de reír.

—Algún día—respondió con una sonrisa—,si sigo con vida y vencemos, te prometo que lo traeré aquí para que lo conozcas. En muchos aspectos es tan extraordinario como Richard.

—Enese caso tendré que aguzar el ingenio para defenderme—comentó el Hombre Pájaro, alzando una ceja.

Kahlan recostó la cabeza contra él y rió hasta romper a llorar. Él le pasó el brazo sobre los hombros en actitud protectora.

—Debí haberte hecho caso—sollozó Kahlan—.Debí haberle consultado. No tenía derecho a hacer lo que he hecho.

—El deseo que sentías de detener a Rahl el Oscuro te impulsó a hacer lo que creíste necesario. A veces, tomar una decisión y equivocarse es mejor que no tomar ninguna. Tú tienes el coraje de seguir adelante y eso es poco habitual. Una persona que se queda en una bifurcación, incapaz de decidir qué camino tomar, nunca llegará a ninguna parte.

—¡Pero me hace tanto daño que se haya enfadado conmigo!

—Voy a decirte un secreto que es posible que no averigües hasta que seas demasiado mayor para que te sirva de algo.—Los húmedos ojos de la mujer se quedaron prendidos en la sonrisa del Hombre Pájaro—.A él le duele tanto como a ti haberse enfadado contigo.

—¿De veras?

El Hombre Pájaro rió silenciosamente y asintió.

—Confía en mí, muchacha.

—No tenía ningún derecho. Debería haberlo comprendido antes. Lamento tanto lo que he hecho...

—No me lo digas a mí sino a él.

Kahlan se apartó de él y contempló la curtida faz del Hombre Pájaro.

—Creo que voy a hacerlo. Te doy las gracias, honorable anciano.

—Cuando te disculpes, hazlo también en mi nombre.

—¿Por qué?—inquirió Kahlan poniendo ceño.

—Serviejo, ser anciano no le salva a uno de abrigar ideas estúpidas—repuso el Hombre Pájaro con un suspiro—.Hoy también yo he cometido un error, con Richard y con mi sobrina. Tampoco yo tenía ningún derecho. Dale las gracias en mi nombre por evitar que le obligara a hacer algo que debería haberle consultado antes.—El hombre se quitó el silbato que llevaba al cuello y añadió—:Entrégale este regalo con mi agradecimiento por haberme abierto los ojos. Espero que le sea útil. Mañana le enseñaré a usarlo.

—Pero lo necesitas para llamar a los pájaros.

—Tengo otros—dijo el hombre, sonriendo—.Vamos, vete ya.

Kahlan cogió el silbato y lo apretó fuerte en una mano. Se secó las lágrimas de la cara y dijo:

—En toda mi vida apenas he llorado, pero desde que cayó el Límite de D’Hara parece que no hago otra cosa.

—Tú y todos, muchacha. Vete ya.

Kahlan le plantó un rápido beso en la mejilla y se marchó. Buscó en las zonas abiertas pero no había ni rastro de Richard. En vano preguntó a la gente si lo había visto. Fue andando en círculos, buscando. ¿Dónde se había metido? Los niños trataban de incluirla en sus bailes, los adultos le ofrecían comida o querían entablar conversación con ella. Pero Kahlan se disculpaba amablemente.

Finalmente se encaminó a la casa de Savidlin, segura de que lo encontraría allí. Pero la casa estaba vacía. La mujer se sentó en el suelo y se puso a pensar. ¿Sería capaz de haberse ido sin ella? El corazón le dio un vuelco y sus ojos examinaron frenéticamente el suelo. No. Su mochila seguía allí, donde ella misma la había dejado al ir a buscar la manzana. Además, Richard nunca se marcharía antes de la reunión.

De pronto se le ocurrió; sabía adónde había ido. Kahlan sonrió para sus adentros, cogió una manzana de la mochila y se dirigió a la casa de los espíritus por los oscuros callejones que se abrían entre los edificios de la aldea.

Súbitamente una luz centelleó en la oscuridad, iluminando los muros que la rodeaban. En un primer momento no comprendió lo que era pero entonces miró hacia el horizonte entre los edificios y vio relámpagos. Había relámpagos por todas partes, en todas direcciones, envolviendo el cielo con sus airados dedos, atravesando las negras nubes e iluminándolas por dentro con ardientes colores. No se oía ningún trueno. De pronto desaparecieron y entonces la oscuridad reinó de nuevo.

¿Es que nunca acabaría aquel tiempo?, se preguntó Kahlan. ¿Vería otra vez las estrellas o el sol? «Los magos y sus nubes», pensó, sacudiendo la cabeza. Se preguntó si volvería a ver a Zedd. Al menos las nubes protegían a Richard de Rahl el Oscuro.

La casa de los espíritus estaba envuelta en la oscuridad y apartada de los sonidos y el bullicio del banquete. Cuidadosamente Kahlan tiró de la puerta para entrar. Richard estaba sentado en el suelo frente al fuego, con la espada envainada a su lado. No se volvió al oír el sonido.

—Tu guía desea hablar contigo —dijo Kahlan en tono contrito.

La puerta se cerró con un chirrido tras ella. Kahlan se arrodilló y se sentó sobre los talones junto a él; el corazón le palpitaba.

—¿Y qué tiene que decirme mi guía? —A Kahlan le pareció que Richard sonreía a su pesar.

—Que ha cometido un error —contestó en voz baja, tirando de un hilo de los pantalones—. Y que lo lamenta mucho, de verdad. No sólo lo que ha hecho sino, sobre todo, no haber confiado en ti.

El joven se abrazaba las rodillas con los brazos, con las manos entrelazadas. Entonces la miró y el cálido y rojo resplandor del fuego se reflejó en sus amables ojos.

—Tenía preparado un discurso pero ahora no recuerdo ni media palabra. Tal es el efecto que causas en mí. —Richard sonrió de nuevo—. Disculpas aceptadas.

Una sensación de alivio invadió a Kahlan. Notaba como si los pedazos del corazón se le volvieran a juntar. Entonces alzó la vista hacia él e inquirió:

—¿Era un buen discurso?

—A mí me lo parecía pero ahora ya no estoy tan seguro —contestó con una sonrisa más amplia.

—No se te da nada mal pronunciar discursos. Diste un susto de muerte a los ancianos, incluido el Hombre Pájaro. —Con estas palabras Kahlan le puso el colgante con el silbato alrededor del cuello.

—¿Y esto? —El joven separó las manos y tocó el silbato con los dedos.

—Es un obsequio del Hombre Pájaro con sus disculpas por lo que trató de obligarte a hacer. Quiere que te diga que tampoco él tenía ningún derecho y, con este regalo, desea darte las gracias por haberle abierto los ojos del corazón. Mañana te enseñará a usarlo. —Kahlan volvió a sentarse, dando la espalda al fuego frente a Richard y muy cerca de él. Era una noche muy cálida y Richard brillaba de sudor por el calor de fuego. Los símbolos que le decoraban todo el pecho y la parte superior de los brazos le daban una apariencia salvaje—. Sabes cómo abrir los ojos de la gente —dijo Kahlan con timidez—. Creo que debes de haber usado magia.

—Tal vez lo hice. Zedd dice que a veces un truco es la mejor magia.

El sonido de su voz hacía vibrar una profunda cuerda en el interior de la mujer, que se sentía desfallecer.

—Y Adie dijo que tenías la magia de la lengua —susurró.

La mirada de los ojos grises del joven la penetró, atravesándola con su poder y acelerándole la respiración. Los inquietantes sonidos de las boldas que se oían a los lejos se sumaban al chisporroteo del fuego y a la respiración de Richard. Kahlan nunca se había sentido tan segura, tan relajada y tan tensa, todo al mismo tiempo. Era confuso.

La mujer apartó los ojos de los del joven y se regaló la vista con el resto de su rostro —la forma de su nariz, el ángulo de sus mejillas, la línea del mentón—, para detenerse finalmente en sus labios. De pronto se dio cuenta de que en el interior de la casa de los espíritus hacía mucho calor. Se sentía mareada.

Mirándolo de nuevo a los ojos se sacó la manzana del bolsillo y le dio un mordisco lento y jugoso, arrastrando los dientes por la pulpa. Richard no le quitaba ojo de encima. Siguiendo un impulso, Kahlan le acercó rápidamente la manzana a la boca y la sostuvo allí mientras él hincaba el diente en la jugosa fruta. La mujer deseó ser ella manzana y sentir en su cuerpo los labios de Richard.

¿Y por qué no? ¿Tendría que morir en esa busca sin que se le permitiera ser una mujer? ¿Debía ser solamente una guerrera? ¿Luchar para siempre por la felicidad de todo el mundo menos la suya? Incluso en los mejores tiempos los Buscadores morían muy pronto, y aquéllos no eran los mejores tiempos.

Se encontraban en el fin de los tiempos.

La idea de que Richard muriera le partía el corazón.

Kahlan apretó con más fuerza la manzana contra los dientes del joven, al tiempo que lo miraba a los ojos. Incluso si lo tomaba, se dijo, él podría seguir luchando a su lado, tal vez con mayor resolución que ahora. Cierto que sus razones serían distintas, pero resultaría igualmente mortal, si no más. Pero también él sería distinto; otra persona de la que era ahora. El Richard que conocía desaparecería para siempre.

Pero, al menos, sería suyo. Kahlan lo deseaba desesperadamente, de un modo que nunca había deseado nada antes, de un modo que dolía. ¿Deberían morir ambos sin que se les permitiera vivir? La mujer lo necesitaba tanto que sentía un hormigueo de debilidad.

En broma le apartó la manzana de la boca y el jugo corrió por el mentón del joven. Lenta y deliberadamente Kahlan se inclinó hacia él y se lo lamió. Richard no se movió. Sus rostros estaban a muy pocos centímetros de distancia; Kahlan compartía su aliento, rápido y cálido. Estaba tan cerca de él que apenas podía fijar la vista en sus ojos y tuvo que tragar saliva.

La razón se evaporaba rápidamente de la mente de Kahlan dejando el campo libre a sentimientos que la tentaban y se apoderaban de ella de un modo que no podía resistirse.

Entonces soltó la manzana, aproximó sus húmedos dedos a los labios de Richard y miró, con la lengua sobre el labio superior, cómo el joven deslizaba los dedos uno a uno en su boca, a medida que ella se los ofrecía, y lentamente les chupaba el jugo. La sensación del interior de su boca, húmeda y cálida, le causaba escalofríos.

De sus labios se escapó un leve sonido, los latidos del corazón le resonaban en los oídos y el corazón le subía y bajaba. La mujer le acarició el mentón, el cuello, el pecho, deslizando sus húmedos dedos sobre los símbolos pintados, resiguiéndolos, sintiendo sus colinas y valles.

Poniéndose de rodillas encima de él trazó un círculo con la yema de un dedo alrededor de uno de sus pezones, que se puso duro, le acarició con firmeza el pecho y cerró unos momentos los ojos, apretando los dientes. Suavemente, pero con energía, lo empujó hacia el suelo. Richard se tumbó de espaldas sin protestar. Kahlan se inclinó sobre él, con la mano aún sobre su pecho para apoyarse. Le sorprendió notar su cuerpo; la rígida dureza de sus músculos revestidos de una piel suave como el terciopelo y blanda, la humedad de su sudor, la aspereza de sus cabellos, el calor. El pecho de Richard subía y bajaba con sus jadeos, con la vida que habitaba en su interior.

Kahlan dejó una rodilla cerca de la cadera del joven y colocó la otra entre sus piernas, con la mirada prendida en él. Su espesa melena le cayó en cascada alrededor del rostro mientras seguía apoyándose en su pecho. No quería retirar la mano de allí y perder el contacto con la húmeda piel de Richard. Aquella cálida conexión la estaba inflamando.

Richard tensó los músculos del muslo entre sus rodillas, lo que aceleró aún más los latidos del corazón de Kahlan. Ésta tuvo que abrir la boca para poder respirar y se perdió en los ojos del joven, unos ojos que parecían explorarle el alma y dejarla al descubierto. Unos ojos que encendían en ella el fuego de la pasión.

Con la otra mano se fue desabrochando lentamente la camisa y se soltó los faldones.

Entonces puso la mano en la poderosa nuca de Richard y se mantuvo en aquella posición, con la otra mano sobre el pecho del joven. Kahlan deslizó los dedos en el húmedo cabello de Richard, cogió un puñado de ellos y le impidió levantar la cabeza.

Una mano grande y fuerte se abrió paso bajo la camisa de la mujer hasta llegar a la parte inferior de la espalda, acariciándola en pequeños círculos y después, lentamente, subiendo por la columna y haciendo que se estremeciera, hasta detenerse entre los omoplatos. Kahlan dobló la espalda contra su mano, entrecerrando los ojos, deseando que la atrajera hacia sí. Respiraba tan rápidamente que casi jadeaba.

Entonces fue subiendo con la rodilla por la pierna de Richard tan arriba como pudo. Con la respiración se le escapaban leves sonidos. El pecho del joven subía y bajaba contra su mano. A Kahlan nunca le había parecido tan grande como ahora, tumbado debajo de ella.

—Te deseo —le dijo Kahlan en un susurro casi sin aliento.

La mujer inclinó la cabeza y sus labios rozaron los de Richard. Por los ojos de éste pareció cruzar una mirada de dolor.

—Si me dijeras primero qué eres.

Las palabras se clavaron en Kahlan, que abrió los ojos de repente. Retiró un poco la cabeza. Pero lo estaba tocando. Richard no podía detenerla, pensó, y ella no quería que la detuviera. Apenas controlaba ya el poder y se le escapaba por momentos. Lo notaba. Volvió a acercar sus labios a los de Richard y se le escapó otro gemido al respirar.

La mano de Richard en su espalda se movió hacia arriba, por debajo de la camisa, le cogió un puñado de cabello y le apartó la cabeza.

—Kahlan, lo digo en serio. Dime antes qué eres.

La razón regresó de nuevo a su mente y recorrió todo su cuerpo en una fría oleada que apagó su pasión. Nunca había querido tanto a alguien. ¿Cómo podía tocarlo con su poder? ¿Cómo podía soportar verlo? Se retiró. ¿Qué estaba haciendo? ¿En qué estaba pensando?

Kahlan se sentó sobre los talones, retiró la mano del pecho de Richard y se tapó la boca con ella. El mundo se hizo pedazos a su alrededor. ¿Cómo decírselo? La odiaría, lo perdería. La cabeza le daba vueltas y tenía una sensación de náusea.

—Kahlan —dijo suavemente Richard, incorporándose y poniendo una mano sobre un hombro de la mujer. Ésta lo miró asustada—, no tienes que decírmelo si no quieres. Sólo si quieres que sigamos adelante.

Kahlan frunció las cejas tratando de contener el llanto.

—Por favor. —Apenas podía hablar—. Abrázame, ¿quieres?

Richard la atrajo tiernamente hacia él, con la cabeza de la mujer sobre su hombro. Dolor, el dolor de lo que era hundía sus gélidas garras en Kahlan. Con el otro brazo Richard la envolvió con gesto protector y la apretó con fuerza mientras la acunaba.

—Para esto están los amigos —le musitó al oído.

Kahlan se sentía demasiado agotada incluso para llorar.

—Te lo prometo, Richard. Te lo diré, pero no esta noche. Esta noche sólo abrázame, te lo ruego.

Lentamente Richard volvió a tumbarse en el suelo, ciñéndola con sus poderosos brazos, mientras ella se mordía un nudillo y se agarraba a él con la otra mano.

—Cuando quieras. No antes —le prometió Richard.

El horror de lo que era la envolvía en un frío abrazo que la hacía temblar. Sus ojos se negaban a permanecer cerrados mucho tiempo, hasta que finalmente se durmió. Sus últimos pensamientos fueron para él.

Загрузка...