La senda era lo suficientemente ancha para permitir que caminaran uno al lado del otro. Las nubes eran espesas y amenazadoras pero no llovía. Ambos se abrigaban con las capas. Las hojas de los pinos formaban una alfombra húmeda y marrón sobre el sendero que atravesaba el bosque. Entre los altos árboles apenas crecían matorrales, por lo que desde la senda tenían una buena visibilidad. Vaporosas franjas de helechos cubrían el suelo del bosque entre los árboles, con alguna rama muerta sobre ellos como si yaciera en un lecho. Las ardillas les gritaban al pasar mientras los pájaros cantaban con poca convicción.
Richard cortó una ramita de pino al pasar y se entretuvo arrancando las agujas con el pulgar y el índice.
—Adie es más de lo que parece —comentó al fin.
Kahlan lo miró sin dejar de caminar y repuso:
—Es una hechicera.
—¿De veras? —Richard miró a Kahlan por el rabillo del ojo, sorprendido—. No sé qué es exactamente una hechicera.
—Bueno, es más que nosotros, pero menos que un mago.
Richard aspiró el aroma de las hojas de pino y luego las arrojó a un lado. Es posible que Adie fuese más que él, pensó, pero, en cuanto a Kahlan no estaba tan seguro. Recordaba la mirada de Adie cuando Kahlan la agarró por la muñeca. Había sido una mirada de temor. Asimismo recordó la expresión de Zedd la primera vez que vio a Kahlan. ¿Qué poder poseía, capaz de atemorizar a una hechicera y a un mago? ¿Cómo había causado ese trueno sin sonido? Richard sabía que lo había hecho dos veces; la primera con la cuadrilla y otra vez con Shar, el geniecillo nocturno. Richard recordó el dolor que siguió. ¿Era una hechicera más poderosa que Kahlan?
—¿Qué hace Adie viviendo allí, en el paso?
—Se hartó de que la gente llamara a su puerta continuamente, pidiéndole encantamientos y pociones —le explicó Kahlan, retirándose del rostro algunos mechones de cabello—. Quería estar tranquila para estudiar, sea lo que sea lo que una hechicera estudia; emplazamientos superiores, creo que los llamó.
—¿Crees que estará a salvo cuando el Límite caiga?
—Así lo espero. Me cae muy bien.
—A mí también —repuso Richard risueño.
En algunos tramos el sendero subía en pronunciada pendiente, lo que les obligaba a ir en fila india mientras serpenteaba a lo largo de rocosas laderas y sobre crestas. Richard dejó que Kahlan fuera primera, para así asegurarse de que no se desviaba del camino. Una o dos veces tuvo que indicarle por dónde seguir, pues gracias a su experiencia como guía podía percibir lo que se escapaba a la mirada no entrenada de la mujer. Otras veces la senda era un surco bien marcado. El bosque era muy espeso. Algunos árboles habían brotado de grietas en las rocas que descollaban en la gruesa alfombra de hojas. Una fina niebla flotaba entre los árboles. Las raíces que sobresalían de las hendiduras les proporcionaban asideros a los que agarrarse para trepar por las abruptas pendientes. A Richard le dolían las piernas por los pronunciados descensos del oscuro sendero.
El joven se preguntaba qué harían una vez llegaran a la Tierra Central. Había esperado que Zedd les comunicara su plan tras cruzar el paso, pero ahora no tenían ni a Zedd ni plan. Le parecía un poco ridículo dirigirse a la Tierra Central. ¿Qué iba a hacer una vez llegaran allí? ¿Quedarse de pie, mirar a su alrededor, adivinar dónde estaba la caja e ir a buscarla? No le parecía un buen plan. No podían perder tiempo vagando por ahí al buen tuntún, esperando encontrarse con algo. Nadie lo estaría esperando en la Tierra Central para decirle adónde ir.
La senda ascendía por un empinado montón de rocas. Richard inspeccionó el terreno. Sería más sencillo rodear el afloramiento rocoso que trepar por él pero, finalmente, saber que el Límite podía estar en cualquier parte le hizo desistir. Tenía que haber una razón por la que el sendero continuara por allí. Subió primero y después tendió a Kahlan una mano para ayudarla.
Prosiguieron la marcha. Richard no dejaba de hacer cábalas. Alguien debía de haber ocultado una de las cajas, porque si no Rahl ya la tendría. Pero si Rahl no podía encontrarla, ¿cómo iba a hacerlo él? Él no conocía a nadie en la Tierra Central y tampoco sabía dónde buscar. Pero alguien sabía dónde se encontraba esa última caja y así era como la encontrarían. No tenían que buscar la caja, sino a alguien que pudiera decirles dónde estaba.
De pronto se le ocurrió: magia. La Tierra Central era un lugar mágico. Tal vez alguien con magia podría informarles del paradero de la caja. Adie sabía cosas de él aunque nunca lo había visto antes. Seguro que existía alguien con el tipo de magia capaz de decirles dónde se encontraba la caja, aun sin haberla visto. Por supuesto, tendrían que convencer a esa persona de que se confiara a ellos. Pero, seguramente, a alguien que ocultara a Rahl el Oscuro lo que sabía no le desagradaría ayudarlos. El joven se dijo que había demasiados deseos y esperanzas en sus pensamientos.
Pero algo sí sabía: aunque Rahl tuviera todas las cajas, sin el libro no sabría qué caja era cuál. Mientras caminaba, Richard iba recitando para sus adentros elLibro de las Sombras Contadas,tratando de hallar el modo de detener a Rahl. Puesto que se trataba de un libro de instrucciones para las cajas debería incluir algo para impedir que fuesen usadas, pero no había nada de eso. La explicación de qué podía hacer cada caja, las instrucciones para determinar cuál era cada cual y cómo abrir la adecuada, ocupaban solamente las últimas páginas. Richard comprendía bien esa parte, pues estaba escrita de manera clara y precisa. Pero el resto, la gran mayoría, eran instrucciones sobre cómo resolver posibles eventualidades o problemas que podían impedir que el poseedor de las cajas tuviera éxito. El libro empezaba con cómo verificar la veracidad de las instrucciones.
Si él pudiera crear uno de esos problemas podría parar los pies a Rahl, pues éste no poseía el libro para ayudarlo. Pero la mayoría de los problemas eran cosas que él no podía provocar de ninguna de las maneras; cosas relacionadas con el ángulo del sol o con las nubes el día que se abriera la caja. Y gran parte de esas instrucciones no tenían sentido para él. Richard se dijo que tenía que dejar de pensar en el problema para pensar en la solución. Repasaría de nuevo el libro. Se aclaró la mente y empezó por el principio.
La verificación de la autenticidad de las palabras delLibro de las Sombras Contadasen caso de no ser leídas por quien controla las cajas, sino pronunciadas por otra persona, sólo podrá ser realizada con garantías mediante el uso de una Confesora...
A última hora de la tarde, Richard y Kahlan sudaban profusamente por el esfuerzo. Al cruzar un arroyo Kahlan se detuvo, sumergió un trozo de tela en el agua y lo usó para refrescarse la cara. A Richard le pareció una buena idea, por lo que al topar con otro arroyo se detuvo para hacer lo mismo. Era un arroyo de aguas límpidas y poco profundas, pues fluía sobre un lecho de cantos rodados. Se mantuvo en equilibrio encima de una roca lisa mientras se agachaba para empapar un trozo de tela en las frías aguas.
Al levantarse vio la sombra. Al instante se quedó paralizado.
Allí, en el bosque, había algo medio escondido detrás del tronco de un árbol. No era una persona, aunque era más o menos del mismo tamaño, y no tenía una forma definida. Era como la sombra de alguien flotando en el aire. La sombra no se movió. Richard parpadeó y entrecerró los ojos, tratando de averiguar si realmente veía eso o sólo se lo parecía. Tal vez no era más que un efecto de la débil luz del ocaso o la sombra de un árbol, que había confundido con otra cosa.
Kahlan continuaba avanzando por el sendero. Richard la alcanzó y le puso una mano sobre la parte baja de la espalda, bajo la mochila, para que no se detuviera. Entonces se inclinó hacia la oreja de la mujer y le susurró:
—Mira a la izquierda, entre los árboles. Dime qué ves.
El joven mantuvo la mano donde estaba, forzándola a seguir adelante, mientras ella volvía la cabeza y miraba hacia los árboles. Sus ojos buscaban al tiempo que se apartaba el cabello. Entonces la vio.
—¿Qué es? —susurró, posando la mirada de nuevo en Richard.
—No lo sé —repuso él, un tanto sorprendido—. Creí que tú podrías decírmelo.
La mujer negó con la cabeza. La sombra continuaba inmóvil. Tal vez no era más que un efecto de la luz, trató de convencerse Richard. Pero sabía que no era verdad.
—Quizás es una de las bestias que nos dijo Adie y no puede vernos —sugirió.
—Las bestias tienen huesos —respondió ella, lanzándole una mirada de soslayo.
Kahlan tenía razón, desde luego, pero había esperado que se mostrara de acuerdo con él. Ambos avanzaron rápidamente por el sendero pero la sombra permaneció quieta y pronto la perdieron de vista. Richard respiró más tranquilo. Al parecer, el colgante de Kahlan y su propio colmillo los ocultaban.
La cena consistió en pan, zanahorias y carne ahumada que comieron sin dejar de caminar, y que ninguno de los dos disfrutó. Sus ojos no cesaban de escrutar la densa vegetación. Aunque no había llovido en todo el día, todo seguía húmedo y de vez en cuando goteaba agua de los árboles. En algunos lugares las rocas estaban recubiertas por un resbaladizo limo y tenían que andarse con mucho ojo. Ambos vigilaban el bosque que los rodeaba, atentos a cualquier peligro. Pero no vieron nada.
El hecho de no ver nada empezó a preocupar a Richard. No había ardillas, ni pájaros, ni animales de ningún tipo. Había demasiado silencio. La luz del día se iba apagando lentamente. Muy pronto llegarían al Embudo y eso también lo inquietaba. La idea de volver a ver los seres del Límite lo alarmaba; y la de ver de nuevo a su padre, absolutamente aterradora. Se le encogía el estómago al pensar en lo que Adie les había dicho: que los seres los llamarían. Recordaba lo seductoras que eran sus voces. Tenía que estar preparado para resistir. Tenía que endurecerse contra eso. En el pino hueco, la primera noche que pasaron juntos, Kahlan había estado a punto de ser absorbida por el inframundo y cuando estaban con Zedd y Chase algo había tratado de atraerla de nuevo. Al joven le preocupaba que el hueso no pudiera protegerla cuando estuvieran tan cerca.
El sendero se niveló y ensanchó, permitiéndoles andar otra vez uno junto al otro. Richard estaba cansado por la caminata de ese día, y aún les quedaba toda la noche y un día más antes de poder reposar. No parecía una buena idea cruzar el Embudo de noche, y además estando agotados, pero Adie había recalcado que no debían detenerse. No sería él quien llevara la contraria a alguien que conocía tan bien el paso. La historia de la lapa chupasangre lo mantendría bien despierto.
Kahlan escudriñó el bosque a su alrededor y después volvió la cabeza para mirar atrás. La mujer se detuvo de repente y agarró el brazo de Richard. En el sendero, a menos de diez metros por detrás de ellos, había una sombra.
Al igual que la otra, no se movía. El joven pudo ver a través de ella el bosque, como si estuviera hecha de humo. Kahlan no le soltó el brazo mientras ambos seguían caminando hacia adelante pero de lado, observando a la sombra. Al doblar un recodo la perdieron de vista. Ambos apretaron el paso.
—Kahlan, ¿recuerdas que me contaste que Panis Rahl envió seres de sombra? ¿Crees que pueden ser ellos?
—No lo sé. —Kahlan se veía muy inquieta—. Nunca he visto ninguno. Eso ocurrió durante la última guerra, antes de que yo naciera. Pero las historias siempre contaban lo mismo, que flotaban. Nunca he oído decir a nadie que permanecieran quietas.
—Tal vez no se mueven a causa de los huesos. Tal vez saben que estamos aquí pero no pueden encontrarnos, y por eso se quedan quietas y buscan.
La mujer se arrebujó en la capa, obviamente asustada ante esa posibilidad, aunque no dijo nada. A la luz del crepúsculo continuaron avanzando, muy juntos, compartiendo las mismas inquietudes. Había otra sombra a un lado del sendero. Kahlan le agarró el brazo con fuerza. Pasaron junto a ella lentamente, en silencio, sin apartar los ojos de la sombra. Ésta no se movió. Richard se sentía a punto de dejarse llevar por el pánico pero sabía que no podía; no podían salir de la vereda, tenían que pensar con la cabeza. Tal vez lo que querían las sombras era que echasen a correr para que abandonaran el camino e, involuntariamente, penetraran en el inframundo. Ambos miraban a su alrededor y hacia atrás al caminar. Kahlan estaba mirando al otro lado cuando una rama le rozó la cara. La mujer se sobresaltó y saltó sobre Richard. Al darse cuenta de su error se disculpó. Richard le dirigió una sonrisa tranquilizadora.
Las hojas de los pinos conservaban gotitas de lluvia y de la niebla y cuando una suave brisa balanceaba las ramas, llovía de los árboles. En la penumbra les costaba distinguir si lo que los rodeaba eran sombras o sólo las oscuras formas de los troncos. Por dos veces no hubo duda; estaban junto a la vereda, inconfundibles. Sin embargo, no se movieron ni los siguieron sino que se quedaron allí, como si los vigilaran, aunque no tenían ojos.
—¿Qué vamos a hacer si nos atacan? —preguntó Kahlan con voz tensa.
La mujer le aferraba el brazo con demasiada fuerza, por lo que éste le soltó los dedos y le cogió la mano. Kahlan se la estrujó.
—Lo siento —se disculpó con una tímida sonrisa.
—Si nos atacan la espada las detendrá —le aseguró el joven.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque detuvo a los seres del Límite.
Kahlan pareció satisfecha con la respuesta, al menos Richard deseó que lo estuviera. Un silencio de muerte envolvía el bosque, excepto por un ruido áspero que no sabía qué lo producía. No se oían los habituales sonidos nocturnos. Oscuras ramas se balanceaban cerca de ellos en la brisa, acelerándole el corazón.
—Richard —dijo Kahlan en un susurro—, no dejes que te toquen. Si son seres de sombra el contacto con ellos es mortal. Y aunque no lo sean no sabemos qué podría pasar. Debemos impedir que nos toquen.
Richard le apretó la mano para tranquilizarla. El joven resistió el impulso de desenvainar la espada. Aunque la magia de la espada funcionara contra las sombras tal vez había demasiadas. Si no había más remedio la usaría pero su instinto le decía que no lo hiciera.
La oscuridad crecía en el bosque. Los troncos de los árboles se erguían como pilares negros en la penumbra. Richard sentía como si hubiera ojos en todas partes, vigilándolos. La vereda atravesaba ahora una ladera, y el joven podía ver rocas oscuras que se alzaban a su izquierda. Hilos de agua de la lluvia corrían entre ellas. Richard oía cómo borboteaba y salpicaba. A la derecha el terreno caía abruptamente. La siguiente vez que miraron atrás había tres sombras en la senda, apenas visibles. Continuaron avanzando. Richard oyó de nuevo aquel sonido áspero en el bosque, a ambos lados; no le resultaba familiar. Más que ver sentía que tenían sombras a ambos lados y también detrás. Algunas eran inconfundibles, pues estaban muy cerca de la vereda. Sólo tenían el camino despejado hacia adelante.
—Richard —susurró Kahlan—, ¿no crees que deberías sacar la piedra noche? Apenas veo por dónde vamos. —La mujer le apretaba la mano con fuerza. Pero Richard vaciló.
—Prefiero no hacerlo hasta que sea absolutamente necesario. Temo lo que pueda ocurrir.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, las sombras aún no nos han hecho nada, tal vez porque los huesos les impiden vernos. —Hizo una breve pausa y prosiguió—: ¿Pero y si pueden ver la luz de la piedra noche?
Kahlan se mordió el labio inferior, turbada. Tenían que esforzarse por distinguir la senda, que serpenteaba por la ladera alrededor de árboles, rocas, peñas y raíces. Ahora el suave sonido áspero se oía más cerca, los rodeaba. Sonaba como... como garras que arañaran la roca, pensó Richard.
Un poco por delante, a ambos lados de la senda, se erguían dos sombras. Kahlan se apretó a él y contuvo la respiración mientras pasaban entre ellas. Al llegar a la altura de las sombras Kahlan hundió la cara en el hombro del joven. Éste le pasó un brazo alrededor y la sostuvo. Comprendía cómo se sentía; él también estaba aterrorizado y el corazón le latía acelerado. Parecía que, con cada paso que daban, iban demasiado lejos, se metían demasiado hondo. Richard miró atrás, pero no había luz suficiente para ver si las sombras seguían allí.
De pronto apareció ante ellos una forma completamente negra. Era una enorme roca hendida por la mitad: el Embudo.
Richard y Kahlan apoyaron las espaldas en la roca, junto a la hendidura. La oscuridad ya no les permitía ver por dónde iban, ni si había alguna sombra cerca. Sin la luz de la piedra noche no podrían seguir la senda a través de la roca. Era demasiado peligroso; un paso en falso en el Embudo y estaban muertos. En el silencio el ruido áspero sonaba más cerca y parecía venir de todas partes. Richard se metió la mano en el bolsillo y sacó la bolsa de piel. Deshizo el cordón y dejó caer la piedra noche en la palma de la mano.
Una cálida luz brilló en la noche, iluminando el bosque que los rodeaba y creando inquietantes sombras. Richard sostuvo la piedra al frente para ver mejor.
Kahlan ahogó un grito.
A la luz amarilla y cálida vieron una pared de sombras, cientos de ellas, pegadas unas a las otras. Formaban un semicírculo a menos de seis metros de distancia. En el suelo había docenas y docenas de pequeños montículos, que en un primer momento podían confundirse con rocas. Pero no lo eran. Tenían la espalda cubierta por una coraza gris compuesta por placas trabadas entre sí y del borde inferior sobresalían pinchos recortados.
Lapas chupasangre.
Eran ellas las que producían el áspero sonido al raspar las garras contra la roca. Las lapas chupasangre se movían con extraños andares de pato, y sus jibosos cuerpos se balanceaban a un lado y al otro al avanzar penosamente. No eran rápidas pero sí constantes. Algunas estaban ya a pocos metros.
Kahlan se quedó paralizada, con la espalda contra la roca y los ojos muy abiertos. Richard alargó una mano, la agarró por la camisa y tiró de ella hacia adentro. Las paredes de roca se notaban húmedas y resbaladizas. Allí dentro, en un espacio tan estrecho, Richard sentía que el corazón le iba a salir por la boca. No le gustaba estar en lugares confinados. Avanzaban de espaldas, volviendo la cabeza de vez en cuando para ver por dónde iban. Richard sostenía la piedra noche e iluminaba las sombras que los perseguían. Las lapas chupasangre llegaron a la entrada del Embudo.
El joven podía oír la rápida respiración de Kahlan, que resonaba en el angosto, frío y húmedo lugar. Continuaron retrocediendo, deslizando los hombros contra los costados de la roca. El agua fría y viscosa les empapaba la camisa. En un punto tuvieron que agacharse y pasar de lado, porque la grieta se estrechaba tanto que apenas quedaba espacio para poder pasar. Restos de vegetación habían caído en la húmeda hendidura y el lugar hedía a podredumbre. Así, caminando de lado, finalmente llegaron al otro lado. Las sombras se habían detenido al llegar al Embudo; las lapas chupasangre, no.
Richard propinó un puntapié a una que se acercó demasiado, lanzándola dando tumbos sobre las hojas y las ramitas del suelo de la grieta. La criatura aterrizó sobre el caparazón y se quedó agitando las garras en el aire, chasqueando las mandíbulas y silbando, retorciéndose y balanceándose hasta que logró enderezarse. Entonces, se irguió sobre sus garrudos pies y lanzó un chasqueante gruñido antes de atacar de nuevo.
Ambos se dieron rápidamente media vuelta para seguir. Richard sostenía la piedra noche para iluminar el sendero del Embudo. De pronto Kahlan contuvo la respiración.
La cálida luz iluminaba la ladera, donde el sendero del Embudo debería estar. Pero lo que vieron sus ojos, hasta donde alcanzaba la vista, fue una masa de escombros formada por rocas, ramas, astillas y barro.
El Embudo había quedado sepultado. Ambos dieron un paso más allá de la roca para ver mejor.
La luz verde del Límite se materializó, sorprendiéndolos a ambos. Inmediatamente retrocedieron.
—Richard...
Kahlan le agarró un brazo. Tenían a las lapas chupasangre a sus talones y las sombras flotaban en la grieta.