La partida de caza, con Richard y Kahlan en el centro, entró en la aldea de la gente barro ahuyentando a los pollos que picoteaban en la tierra. La aldea, situada sobre una pequeña elevación que en las llanuras de la Tierra Salvaje pasaba por una colina, estaba formada por una colección de edificios de adobes recubiertos por una capa de arcilla y con tejados de hierba que goteaban al secarse y tenían que ser reemplazados constantemente para impedir que la lluvia entrara en las casas. Las puertas eran de madera, pero no había cristales en las ventanas abiertas en los gruesos muros, sólo telas a modo de cortinas para tratar de protegerse de las inclemencias.
Las casas tenían una única habitación, en la que toda la familia vivía, y estaban dispuestas en una especie de círculo alrededor de un área despejada en la parte sur. Estaban apiñadas, con estrechos callejones; conectaban unas con otras y la mayoría de ellas compartían al menos un muro. En la parte norte se agrupaban los edificios comunales. Diversas estructuras levantadas al este y al oeste, con mucho espacio entre sí, separaban las viviendas de los edificios de la comunidad. Algunas de las estructuras no eran más que cuatro postes con tejado de hierba, que se usaban para comer, hacer armas o piezas de cerámica o para guisar. Cuando no llovía, la aldea quedaba envuelta en un manto de polvo que se metía en los ojos, la nariz y la lengua, pero ahora la lluvia había lavado las fachadas, y en el suelo un millar de pisadas se habían convertido en charcos en los que se reflejaban los tristes edificios.
Mujeres envueltas en vestidos sencillos pero de brillantes colores machacaban raíz de tava con la que hacían las tortas, que eran el alimento principal de la gente barro. Las jovencitas, de cabellos muy cortos y embadurnados de barro, ayudaban a las mujeres. De las hogueras emanaba un humo de olor dulzón.
Kahlan notó que las tímidas miradas de las muchachas convergían en ella. Por sus anteriores visitas sabía que suscitaba un gran interés entre ellas por ser una mujer que había viajado a extraños lugares y había visto todo tipo de cosas; una mujer a la que los hombres temían y respetaban. Las mujeres de más edad toleraron la distracción con comprensiva indulgencia.
Los chiquillos acudieron corriendo de todas partes para ver a los forasteros que había traído la partida de caza de Savidlin. Se apiñaron en torno a los cazadores, chillando, pateando el barro con los pies desnudos y salpicando a los hombres. Normalmente, estarían interesados por los ciervos y el jabalí, pero hoy éstos no eran nada al lado de los desconocidos. Los cazadores los soportaron con sonrisas afables; los niños nunca recibían regañinas. Cuando crecieran deberían someterse a un estricto entrenamiento para aprender las disciplinas de la gente barro —la caza, la comida, las reuniones y la naturaleza de los espíritus—, pero, por el momento, dejaban que fuesen simplemente niños y apenas se metían con sus juegos.
Los niños trataban de sobornar a los cazadores con restos de comida para averiguar quiénes eran aquellos forasteros, pero los hombres reían y rechazaban el soborno, pues preferían reservar la historia para contarla ante los ancianos. Los chiquillos, sólo ligeramente decepcionados, continuaron corriendo a su alrededor. Era la experiencia más emocionante que habían vivido, algo extraordinario, y con visos de peligrosidad.
Seis ancianos aguardaban de pie en una de las construcciones abiertas —cobertizos que se sostenían con postes y provistos de un tejado que goteaba— a que Savidlin llevara ante ellos a los forasteros. Su atuendo consistía en pantalones de piel de ciervo y un pellejo de coyote sobre los hombros, dejando el pecho desnudo. Pese a su gesto adusto, Kahlan sabía que eran amistosos. La gente barro nunca sonreía a los forasteros hasta haber intercambiado saludos con ellos, pues de otro modo éstos podrían robarles el alma.
Los chiquillos se quedaron fuera del cobertizo y se sentaron en el barro, para observar cómo los cazadores conducían a los forasteros ante los ancianos. Las mujeres que cocinaban en las hogueras detuvieron su trabajo, al igual que los jóvenes que hacían armas. Todos guardaban silencio, incluidos los niños sentados en el lodo. Era costumbre de la gente barro tratar todos los asuntos a puerta abierta, para que todos pudieran verlo.
Kahlan se acercó a los seis ancianos, con Richard a su derecha pero un poco retrasado. El joven caminaba a la izquierda de Savidlin. Los seis escrutaron a los recién llegados.
—Fuerza a la Confesora Kahlan—dijo el de más edad.
—Fuerza a Toffalar—respondió Kahlan.
El anciano dio a la mujer un suave cachete, apenas una ligera palmadita. Dentro de la aldea la costumbre era saludar con ligeros cachetes. Las bofetadas fuertes, como la que Savidlin le había propinado, se reservaban para los encuentros casuales en la llanura. Esta costumbre permitía mantener el orden y conservar los dientes. Surin, Caldus, Arbrin, Breginderin y Hanjalet la saludaron a su vez deseándole fuerza y dándole un cachete. Kahlan devolvió los saludos y los cachetes. Cuando los ancianos se volvieron hacia Richard, Savidlin se adelantó, tirando de su nuevo amigo, y exhibió orgulloso su labio hinchado.
—Richard —lo previno Kahlan en tono de advertencia, dando a la voz una inflexión ascendente—, son hombres importantes. Por favor, no les aflojes los dientes.
El joven la miró por el rabillo del ojo y sonrió maliciosamente.
—Éste es el Buscador, Richard, el del genio pronto—anunció Savidlin con orgullo. Inclinándose más hacia los ancianos dijo con voz cargada de significado—:La Confesora Kahlan lo ha conducido a nosotros. Es el de que hablasteis, el que trae las lluvias. Ella me lo ha confirmado.
Kahlan empezaba a preocuparse; no sabía de qué estaba hablando Savidlin. Los ancianos mantenían una expresión pétrea, a excepción de Toffalar, que enarcó una ceja.
—Fuerza a Richard, el del genio pronto—lo saludó y le dio un suave cachete.
—Fuerza a Toffalar. —Richard, que reconoció su nombre, respondió en su propio idioma e, inmediatamente, le devolvió el cachete.
Kahlan respiró aliviada, pues había sido un golpe muy suave. Savidlin sonrió encantado y entonces mostró su labio hinchado. Finalmente Toffalar también sonrió. Tras intercambiar saludos los demás también sonrieron.
Y entonces hicieron algo muy extraño.
Los seis ancianos y Savidlin hincaron una rodilla e inclinaron la cabeza ante Richard. Kahlan se puso inmediatamente tensa.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Richard entre dientes al percibir la ansiedad de su compañera.
—No lo sé —contestó ésta en voz baja—. Quizás es su manera de saludar al Buscador. Nunca les había visto hacer algo así.
Los hombres se levantaron, todo sonrisas. Toffalar levantó una mano, hizo señas a las mujeres por encima de sus cabezas y se dirigió así a Richard y Kahlan.
—Por favor, tomad asiento. Nos sentimos honrados de teneros entre nosotros.
Kahlan se sentó con las piernas cruzadas en el húmedo suelo de madera, arrastrando consigo a Richard. Los ancianos esperaron a que ambos estuvieran sentados antes de hacerlo ellos, sin prestar atención a que Richard mantuviera una mano cerca de la espada. Las mujeres llegaron portando bandejas de junco llenas de hogazas de pan de tava y otro tipo de comida, que primero ofrecieron a Toffalar y después a los demás ancianos, sin dejar de mirar y sonreír a Richard. Entre ellas no dejaban de comentar por lo bajo lo grande que era Richard, el del genio pronto, y qué extrañas ropas llevaba. A Kahlan no le hacían ni caso.
Por lo general, las Confesoras no gozaban de muchas simpatías entre las mujeres que habitaban en la Tierra Central. Las veían como un peligro, como alguien que podía quitarles al marido y una amenaza a su modo de vida, pues se suponía que las mujeres no debían ser independientes. Kahlan hizo caso omiso de sus frías miradas; ya no le daban ni frío ni calor.
Toffalar cogió una hogaza y la partió en tres partes, una de las cuales ofreció primero a Richard y otra a Kahlan. Una risueña mujer les tendió sendos cuencos que contenían pimientos asados. Siguiendo el ejemplo del anciano, Richard y Kahlan los colocaron sobre el pan y después lo enrollaron. Justo a tiempo Kahlan percibió que Richard no apartaba la mano derecha de la espada y se disponía a comer con la izquierda.
—Richard —le advirtió en un áspero susurro—, no te lleves comida a la boca con la mano izquierda.
—¿Por qué? —inquirió el joven quedándose inmóvil.
—Porque la gente barro cree que los malos espíritus comen con la mano izquierda.
—Qué bobada —replicó en tono intolerante.
—Richard, por favor. Nos superan en número y las puntas de sus armas están envenenadas. No es el mejor momento para entrar en controversias.
La mujer, que sonreía a los ancianos, sentía la mirada de Richard sobre ella. Por el rabillo del ojo vio con alivio que el joven cogía la comida con la derecha.
—Os pido perdón por esta pobre comida—se disculpó Toffalar—.Esta noche daremos un banquete.
—¡No!—se le escapó a Kahlan—.Quiero decir que no queremos abusar de vuestra amabilidad.
—Como deseéis.—Toffalar se encogió de hombros. Se sentía algo decepcionado.
—Estamos aquí porque la gente barro, y muchos otros, están en peligro.
—Sí. —Todos los ancianos asintieron y sonrieron. Surin tomó la palabra—.Pero ahora que nos has traído a Richard, el del genio pronto, todo está arreglado. Gracias, Confesora Kahlan, no olvidaremos lo que has hecho.
Kahlan contempló todos aquellos rostros felices y sonrientes a su alrededor. No comprendía el derrotero que estaban tomando las cosas, por lo que dio un mordisco al insípido pan de tava con pimientos asados para ganar tiempo y poder pensar.
—Por alguna razón se alegran de que te haya traído.
—Pregúntales por qué —le pidió Richard, mirándola. Ella asintió y se dirigió a Toffalar.
—Honorable anciano, me temo que debo admitir que no conozco tan bien como vosotros a Richard, el del genio pronto.
—Perdona, muchacha—repuso el anciano con una sonrisa—.Olvidaba que tú no estabas aquí cuando reunimos el consejo de videntes. Te contaré; no llovía, nuestros cultivos se estaban secando y nuestra gente corría peligro de morirse de hambre. Así pues, convocamos una reunión para pedir ayuda a los espíritus. Ellos nos dijeron que alguien vendría y nos traería la lluvia. La lluvia vino y aquí está también Richard, eldel genio pronto, tal como los espíritus prometieron.
—Asípues, ¿os alegráis de que haya venido porque es un buen augurio?
—No. —Toffalar abrió mucho los ojos, presa de emoción—.Nos alegramos de que uno de los espíritus de nuestros antepasados nos visite. Él es un hombre espíritu—añadió, señalando a Richard.
Kahlan estuvo a punto de dejar caer el pan. Tal era su sorpresa que se echó hacia atrás.
—¿Qué pasa? —quiso saber Richard.
—Convocaron una reunión porque no llovía —le tradujo Kahlan mirándolo fijamente a los ojos—. Los espíritus anunciaron que vendría alguien y traería lluvia. Richard, están convencidos de que eres el espíritu de uno de sus antepasados; un hombre espíritu.
—Pues no lo soy —repuso Richard tras estudiar la faz de Kahlan un momento.
—Pero ellos lo creen y están dispuestos a hacer cualquier cosa por un espíritu. Si se lo pides, convocarán un consejo de videntes.
A Kahlan le disgustaba pedirle esto; no quería engañar a la gente barro, pero tenían que descubrir dónde se ocultaba la tercera caja. Richard pensó en lo que Kahlan le acababa de decir.
—No —dijo con serenidad, sosteniéndole la mirada.
—Richard, tenemos una misión muy importante. Si creen que eres un espíritu, y eso nos ayuda a llegar a la última caja, ¿qué importa?
—Importa porque sería mentir, y yo no pienso hacerlo.
—¿Prefieres que Rahl se salga con la suya? —le preguntó la mujer dulcemente.
—En primer lugar —repuso Richard, mirándola de soslayo—, no voy a hacerlo porque está mal engañar a esta gente sobre algo tan importante. Y, en segundo lugar, ellos tienen un poder; por esto estamos aquí. Me lo han demostrado al saber que alguien vendría con las lluvias. Esta parte es cierta, pero, en su nerviosismo, han sacado una conclusión errónea. ¿Han dicho que quien vendría sería un espíritu? —Kahlan negó con la cabeza—. A veces la gente cree simplemente lo que quiere creer.
—Pero si a nosotros nos favorece, y a ellos también, ¿qué mal puede haber?
—El mal está en el poder que poseen. ¿Qué pasa si celebran la reunión y descubren la verdad, que no soy ningún espíritu? ¿Crees que les gustaría que les hubiera mentido y engañado? No, nos matarían, y entonces Rahl se saldría con la suya.
Kahlan se inclinó hacia atrás e inspiró hondo. «El mago elige bien a sus Buscadores», pensó.
—¿Hemos despertado el genio del espíritu?—preguntó Toffalar, con gesto inquieto en su cara curtida.
—Pregunta por qué te has enfadado —tradujo Kahlan—. ¿Qué quieres que le diga?
—Diles —respondió Richard tras echar un vistazo a los ancianos y después a la mujer—, yo se lo diré. Tú traduce. —Kahlan asintió.
—La gente barro es sabia y fuerte. Por eso he venido aquí. Los espíritus de vuestros antepasados no se equivocaron al decir que yo traería las lluvias. —Todos parecieron complacidos ante esas palabras, que Kahlan vertía a su idioma. Todos los habitantes de la aldea escuchaban en un silencio sepulcral—. Pero no os lo dijeron todo. Así son los espíritus, ya lo sabéis. —Los ancianos asintieron—. Los espíritus confiaron en que, con vuestro entendimiento, averiguaríais el resto de la verdad. Es su manera de haceros fuertes, tal como vosotros hacéis fuertes a vuestros hijos, no dándoles todo lo que piden sino guiándolos. Todos los padres esperan que sus hijos sean fuertes y sabios, para que puedan pensar por sí mismos.
Hubo más asentimientos, pero menos que antes.
—¿Qué quieres decir, gran espíritu?—preguntó Arbrin, uno de los ancianos, desde atrás.
—Quiero decir que sí, que yo he traído las lluvias, pero que hay más —contestó Richard, pasándose los dedos por el cabello mientras Kahlan traducía—. Tal vez los espíritus han visto una amenaza mayor para vuestra gente y ésa es la razón más importante por la que he venido. Hay un hombre muy peligroso que someterá a vuestra gente y os convertirá en sus esclavos. Su nombre es Rahl el Oscuro.
—Nos envía estúpidos para someternos—repuso Toffalar, y hubo risitas entre los ancianos. Richard les lanzó una furibunda mirada. Las risas se apagaron.
—Así es como actúa; haciendo que os confiéis demasiado. No dejéis que os engañe. Ha usado su poder y su magia para conquistar a pueblos más numerosos que vosotros. Puede aplastaros cuando le venga en gana. Si he traído las lluvias es porque envió nubes que me siguieran, para saber dónde estoy y así intentar matarme cuando quiera. No soy ningún espíritu, soy el Buscador; un hombre. Yo quiero detener a Rahl el Oscuro para que vuestro pueblo, y otros, puedan vivir su propia vida y nadie les mande.
—Si lo que dices es verdad, entonces ese tal Rahl envió las lluvias y ha salvado a nuestra gente. Eso es lo que su misionero trató de enseñarnos: que Rahl nos salvaría—arguyó Toffalar, entrecerrando los ojos.
—No. Rahl envió las nubes para seguirme a mí, no para salvaros a vosotros. He sido yo quien ha decidido venir aquí, tal como anunciaron los espíritus de vuestros antepasados. Dijeron que vendrían las lluvias, y con ellas un hombre, no dijeron que sería un espíritu.
A medida que Kahlan traducía aparecía en los rostros de los ancianos una expresión de profunda decepción. Sólo esperaba que no se tornara en furia.
—Entonces, tal vez los espíritus querían advertirnos sobre quien había de venir—dijo Surin.
—O tal vez querían advertiros sobre Rahl —replicó Richard al punto—. Yo os estoy ofreciendo la verdad. Vosotros debéis usar vuestra sabiduría para verla, o vuestra gente está perdida. Os ofrezco la oportunidad de salvaros.
Los ancianos se quedaron en silencio, roto al fin por Toffalar.
—Tus palabras parecen sinceras, Richard, el del genio pronto, pero aún debemos decidirlo. ¿Qué quieres de nosotros?
La alegría había desaparecido del rostro de los ancianos, que estaban sentados en silencio. El resto de la aldea aguardaba en callado silencio. Richard fue mirando a los ancianos, uno a uno, antes de responder con voz serena:
—Rahl el Oscuro busca una magia que le dará el poder para someter a todo el mundo, incluida la gente barro. Yo también busco esa magia, pero para negarle ese poder. Me gustaría que convocarais un consejo de videntes para averiguar dónde está esa magia antes de que sea demasiado tarde y Rahl la encuentre primero.
—No celebramos reuniones a petición de forasteros—dijo Toffalar con gesto severo.
Kahlan se dio cuenta de que Richard se estaba enfadando y que hacía esfuerzos por controlarse. La mujer no se movió pero recorrió con la mirada la aldea, fijándose en la posición de todo el mundo, especialmente de los hombres armados, por si tenían que salir de allí a la carrera. Sus posibilidades de huida no eran muchas. De pronto, deseó no haber llevado a Richard allí. Éste contempló a la gente de la aldea con ojos encendidos, antes de posarlos de nuevo en los ancianos y decir:
—A cambio de traeros la lluvia sólo os pido que no toméis una decisión ahora mismo. Reflexionad sobre el tipo de hombre que creéis que soy. —El joven hablaba con voz serena, aunque no había duda de la trascendencia de sus palabras—. Pensadlo cuidadosamente. Muchas vidas dependen de vuestra decisión; la mía, la de Kahlan y la vuestra.
Mientras traducía, a Kahlan le invadió de pronto la extraña sensación de que Richard no se dirigía a los ancianos, sino que hablaba a otra persona. Súbitamente sintió los ojos de ese alguien en ella. Con la mirada escrutó la multitud. Todos tenían los ojos fijos en ellos dos. No sabía quién miraba de ese modo.
—Es justo—proclamó al fin Toffalar—.Podéis quedaros entre nosotros como huéspedes de honor mientras tomamos una decisión. Por favor, disfrutad de todo lo que os ofrecemos, compartid nuestra comida y nuestros hogares.
Los ancianos se marcharon, dirigiéndose bajo la fina lluvia a los edificios comunitarios. Todos los demás regresaron a sus ocupaciones y dispersaron a los niños. Savidlin fue el último en irse. Les sonrió y les ofreció su ayuda en todo lo que pudieran necesitar. Kahlan le dio las gracias mientras el hombre salía a la lluvia. Ella y Richard se quedaron solos, sentados en el suelo de madera, esquivando las gotas de lluvia que se filtraba por el tejado. La gente barro no se había llevado las bandejas con pan de tava y el cuenco con pimientos asados. Kahlan se inclinó, tomó uno de cada y enrolló el pimiento en pan. Éste se lo tendió a Richard y se hizo otro para ella.
—¿Estás enfadado conmigo? —le preguntó el joven.
—No —admitió ella con una sonrisa—. Me siento orgullosa de ti.
Richard sonrió de oreja a oreja con aire infantil y empezó a comer con la mano derecha. Tras zamparse el pan en un visto y no visto, dijo:
—Mira detrás de mí, a la derecha. Hay un hombre apoyado contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho y pelo largo y gris. ¿Sabes quién es?
Kahlan dio un mordisco a su trozo de pan con pimiento y masticó mientras echaba un vistazo.
—Es el Hombre Pájaro. No sé nada de él excepto que los pájaros responden a su llamada.
Richard cogió otro trozo de pan, lo enrolló y le dio un mordisco.
—Creo que ya es hora de que vayamos a hablar con él.
—¿Por qué?
—Porque es quien manda aquí —repuso Richard.
—Son los ancianos quienes mandan —objetó Kahlan con el entrecejo fruncido. Richard sonrió con sólo un lado de la boca.
—Mi hermano siempre dice que el verdadero poder no se exhibe en público. —El joven la miró de hito en hito con sus ojos grises—. Los ancianos son pura fachada. Como son respetados, ante los demás fingen que son ellos quienes mandan. Son como los cráneos clavados en las estacas, sólo que aún les queda piel y algo de carne. Poseen autoridad porque los demás los tienen en gran estima, pero no mandan. —Con una rápida mirada, Richard indicó al Hombre Pájaro, apoyado contra la pared detrás de él—. Él sí.
—¿Y por qué no se ha dado a conocer?
—Porque quiere averiguar lo listos que somos —repuso Richard con una amplia sonrisa.
El joven se levantó y le tendió la mano. Kahlan se metió en la boca el pan que le quedaba y, después de limpiarse las manos en los pantalones, la aceptó. Mientras él la ayudaba a ponerse en pie, Kahlan pensó en lo mucho que le gustaba que le ofreciera siempre la mano de ese modo. Richard era la primera persona que lo había hecho; era una de las cosas por las que se sentía tan bien a su lado.
Salieron afuera y caminaron por el fango, bajo la fría lluvia, hasta donde el Hombre Pájaro se encontraba, aún recostado contra la pared. Sus agudos ojos marrones los observaban. El pelo largo y en su mayoría plateado le caía sobre los hombros y en parte sobre la túnica de piel de ciervo a juego con los pantalones. El único adorno que llevaba era un hueso tallado que le colgaba de una cinta de piel al cuello. Ni viejo ni joven, todavía era apuesto y casi tan alto como Kahlan. La piel de su curtido rostro parecía tan dura como las prendas de piel de ciervo que llevaba.
Richard y Kahlan se detuvieron frente a él. El Hombre Pájaro seguía con los hombros apoyados contra la pared de ladrillos revocados, por lo que la rodilla sobresalía. Con brazos cruzados sobre el pecho escrutó sus caras.
—Me gustaría hablar contigo —le dijo Richard, cruzando a su vez los brazos—, esto es, si no temes que sea un espíritu.
Los ojos del Hombre Pájaro se posaron en Kahlan mientras traducía, tras lo cual volvieron a Richard.
—He visto espíritus antes—replicó en voz baja—, yno llevaban espadas.
Kahlan tradujo. Richard se echó a reír, y a ella le gustó su risa fácil.
—Yo también he visto espíritus y tienes razón: no llevan espadas.
Una leve sonrisa curvó las comisuras de los labios del Hombre Pájaro. Entonces descruzó los brazos e irguió el cuerpo.
—Fuerza al Buscador—saludó y le dio un cachete.
—Fuerza al Hombre Pájaro.—Richard le devolvió el suave golpe.
El Hombre Pájaro se llevó a los labios el hueso tallado que pendía de una cinta de piel al cuello. Entonces Kahlan se dio cuenta de que se trataba de un silbato. Las mejillas del hombre barro se hincharon al soplar, pero no emitió ningún sonido. Entonces soltó el silbato y extendió un brazo, sin apartar sus ojos de los de Richard. Pocos momentos después un halcón apareció en el cielo gris y se posó en el brazo extendido. El pájaro ahuecó las alas y luego las asentó, parpadeando con sus ojillos negros y volviendo la cabeza con movimientos cortos y bruscos.
—Venid—les dijo el Hombre Pájaro—,hablaremos.
El hombre barro los guió entre los edificios comunitarios más grandes hasta uno más pequeño, sin ventanas y medio escondido, algo apartado de los demás. Kahlan lo conocía, aunque nunca había estado dentro. Era la casa de los espíritus, donde se celebraban las reuniones.
El Hombre Pájaro empujó la puerta y los invitó a pasar. El halcón continuaba posado en su brazo. En el fondo ardía una pequeña hoguera, en el suelo, y ésa era la única luz en la oscura habitación. Encima del fuego había un agujero en el techo por el que salía el humo, aunque servía de poco, y, dentro, el olor a humo era penetrante. Desparramadas por el suelo se veían piezas de cerámica en las que se había comido, y una tabla colocada a lo largo de una pared a modo de estante sostenía dos docenas o más de cráneos de antepasados. Por lo demás, la habitación estaba vacía. El Hombre Pájaro encontró un lugar seco cerca del centro de la habitación y se sentó en el sucio suelo. Kahlan y Richard se sentaron uno junto al otro, frente al hombre. El halcón espiaba sus movimientos.
El Hombre Pájaro miró a Kahlan a los ojos. Ésta se dio cuenta de que estaba acostumbrado a que la gente lo mirara con temor aunque no hubiera razón para ello. Kahlan se daba cuenta porque también a ella le ocurría lo mismo. Pero, en esta ocasión, el Hombre Pájaro no encontró miedo.
—Madre Confesora, aún no has elegido pareja.—El hombre acariciaba delicadamente la cabeza del halcón sin dejar de mirarla.
Kahlan decidió que no le gustaba su tono de voz; la estaba poniendo a prueba.
—No. ¿Acaso te estás ofreciendo?
—No—repuso el hombre con una leve sonrisa—.Discúlpame. No era mi intención ofenderte. ¿Por qué no viajas con un mago?
—Todos los magos, menos dos, están muertos. De esos dos, uno ha vendido sus servicios a una reina. El otro fue atacado por una bestia del inframundo y ha caído en un sueño profundo. No queda ninguno vivo para protegerme. Todas las Confesoras han sido asesinadas. Vivimos en una época oscura.
—Es peligroso para una Confesora viajar sola.—La mirada del hombre parecía sinceramente compasiva, pero su voz no.
—Sí y también es peligroso para un hombre estar a solas con una Confesora que necesita algo con urgencia. Desde donde estoy sentada, me parece que tú corres más peligro que yo.
—Es posible—repuso el Hombre Pájaro, acariciando al halcón y sonriendo de nuevo levemente—.Es posible. ¿Es un auténtico Buscador? ¿Nombrado por un mago?
—Sí.
El Hombre Pájaro asintió.
—Han pasado muchos años desde la última vez que vi a un verdadero Buscador. Una vez vino a la aldea un Buscador que no era un auténtico Buscador. Cuando no le dimos lo que quería, mató a algunos de los míos.
—Lo siento por ellos.
—No lo sientas.—El hombre sacudió lentamente la cabeza—.Tuvieron una muerte rápida. Compadece al Buscador; él no la tuvo.—El halcón clavó la vista en Kahlan y parpadeó.
—Yo nunca he visto a un Buscador falso, pero he visto a éste furioso y, créeme, estoy segura de que ni tú ni tu gente querríais darle motivo para que desenvainara la espada en un arrebato de ira. Richard sabe usar la magia. Lo he visto vencer a malos espíritus.
El Hombre Pájaro estudió los ojos de la mujer un momento como para juzgar si decía la verdad.
—Gracias por el aviso. Lo recordaré.
—¿Habéis acabado ya de amenazaros mutuamente? —preguntó Richard sin poderse contener por más tiempo.
—Pensaba que no entendías su idioma —dijo Kahlan sorprendida.
—Y no lo entiendo. Pero entiendo las miradas. Vuestras miradas lanzan tales chispas que me sorprende que no hayáis prendido fuego a este lugar.
—El Buscador quiere saber si hemos terminado de amenazarnos—dijo Kahlan al Hombre Pájaro.
El hombre miró a Richard y después de nuevo a Kahlan.
—Es un hombre impaciente, ¿verdad?
—Yo ya se lo digo, pero él lo niega.
—Debe de ser duro viajar en su compañía.
—En absoluto.—Kahlan sonrió.
El Hombre Pájaro le devolvió la sonrisa y posó la vista en Richard.
—Si decidimos no ayudaros, ¿a cuántos de nosotros mataréis?
Kahlan iba traduciendo las palabras.
—A ninguno.
—Y si decidimos no ayudar a Rahl el Oscuro, ¿a cuántos de nosotros matará?—El Hombre Pájaro examinaba al halcón mientras hablaba.
—Más pronto o más tarde, a demasiados.
El hombre apartó la mano del halcón y lanzó a Richard una mirada penetrante.
—Parece que quieras convencernos de que ayudemos a Rahl el Oscuro.
Una amplia sonrisa se pintó en el rostro de Richard, que repuso:
—Estáis en vuestro derecho de negaros a ayudarme y permanecer neutrales, y yo no haré daño a tu gente, aunque me parezca una decisión estúpida. Pero Rahl sí lo hará. Yo seguiré adelante y lucharé contra él hasta mi último aliento. —La faz del joven adoptó una expresión amenazadora, y se inclinó hacia adelante—. Pero si decidís ayudar a Rahl el Oscuro y lo venzo, regresaré y... —Richard se pasó el dedo por la garganta en un veloz gesto que no precisaba traducción.
El Hombre Pájaro no supo qué responder, limitándose a mirarlo con expresión pétrea.
—Lo único que queremos es que nos dejen en paz—dijo al fin.
—Lo comprendo —repuso Richard, encogiéndose de hombros y bajando la vista al suelo—. Yo también quería que me dejasen en paz. Pero Rahl el Oscuro asesinó a mi padre —añadió, levantando la mirada—, y me tortura enviándome malos espíritus que se asemejan a mi padre. También envía asesinos en pos de Kahlan. Está tratando de derribar el Límite e invadir mi tierra natal. Sus secuaces han herido gravemente a dos de mis más viejos amigos. Ahora están sumidos en un profundo sueño, pero al menos vivirán... a no ser que la próxima vez le salga bien. Kahlan me ha contado que ha matado a muchas personas, también a niños. A uno se le revuelve todo oír tales historias. Sí, amigo mío —agregó con una voz que era apenas un susurro, y asintiendo—, también en mi caso lo único que quería es que me dejaran en paz. El primer día de invierno, si Rahl el Oscuro se hace con la magia que busca, nadie podrá oponerse a su poder. Entonces ya será demasiado tarde. —El joven se llevó una mano a la espada. Kahlan abrió mucho los ojos por la sorpresa—. Si él estuviera aquí, en mi lugar, no dudaría en desenvainar la espada y obligarte a que lo ayudaras bajo amenaza de muerte. Ésa, amigo mío —añadió, apartando la mano del arma—, es la razón por la que no os haré ningún daño aunque decidáis no ayudarme.
—Ahora veo claramente que no deseo tener a Rahl el Oscuro como enemigo, y a ti tampoco—dijo el Hombre Pájaro tras unos minutos de reflexión silenciosa. Entonces se puso en pie, se encaminó hacia la puerta y lanzó el halcón al aire. Después volvió a sentarse y suspiró hondo, abrumado por el peso de sus pensamientos—.Tus palabras suenan sinceras, pero todavía no estoy seguro. También me parece que aunque quieres que te ayudemos, también tú deseas ayudarnos. Creo que en esto eres sincero. Un hombre sabio es el que busca que lo ayuden ayudando, no con amenazas ni engaños.
—Si quisiera conseguir vuestra ayuda con engaños, hubiera dejado que creyerais que soy un espíritu.
Los labios del Hombre Pájaro esbozaron una leve sonrisa.
—Si hubiésemos celebrado una reunión habríamos descubierto que no lo eres. Un hombre sabio lo habría sospechado. Así pues, ¿qué razón te movió a decir la verdad? ¿No querías engañarnos o tenías miedo de hacerlo?
—¿Sinceramente? Ambas —contestó Richard sonriendo. El Hombre Pájaro asintió.
—Gracias por decir la verdad.
Richard se quedó en silencio, hizo una profunda inspiración y dejó salir el aire lentamente.
—Bueno, Hombre Pájaro, ya te he contado mi historia. Ahora tú eres quien debe juzgar si es verdadera o falsa. El tiempo corre en mi contra. ¿Nos ayudarás?
—No es tan sencillo. Mi gente espera que le diga qué hacer. Si pidieras comida, podría decirles «Dadle comida», y ellos lo harían. Pero tú pides que celebremos una reunión y eso es diferente. El consejo de videntes está formado por los seis ancianos con los que habéis hablado y yo mismo. Son hombres que tienen una larga vida tras desí y se aferran a las costumbres del pasado. Nunca se ha convocado una reunión a petición de un forastero, ni se ha permitido que uno alterara la paz de los espíritus de nuestros antepasados. Muy pronto esos seis ancianos se unirán a los espíritus de los antepasados y no creo que les guste pensar que deberán abandonar, aunque sea temporalmente, el mundo de los espíritus para satisfacer las necesidades de un forastero. Si rompen la tradición, cargarán para siempre con las consecuencias. No puedo ordenarles que lo hagan.
—No se trata solamente de las necesidades de un forastero —intervino Kahlan, dirigiéndose a ambos hombres—. Si nos ayudáis, también os estaréis ayudando a vosotros.
—Quizás en último término, pero no al principio.
—¿Y si yo fuera uno de vosotros? —inquirió Richard con ojos entornados.
—Entonces celebraríamos la reunión para ti sin transgredir la tradición.
—¿Podría convertirme en un hombre barro?
El Hombre Pájaro se quedó pensativo. Su cabello gris plateado relucía a la luz del fuego.
—Sería posible si primero hicieras algo que ayudara a la gente barro, algo que la beneficiara y de lo que tú no sacases ningún provecho. De ese modo demostrarías tus buenas intenciones para con nosotros, sin que mediara promesa por nuestra parte de ayuda, y siempre y cuando los ancianos lo aprobarán.
—Y una vez nombrado hombre barro, ¿podría solicitar que el consejo se reuniera y lo haría?
—Si fueras uno de nosotros sabrían que únicamente querrías lo mejor para la gente barro. Sí, convocarían el consejo de videntes para ayudarte.
—¿Y entonces podrían decirme dónde se esconde el objeto que busco?
—No puedo responder a eso. Algunas veces los espíritus no contestan nuestras preguntas y otras no conocen las respuestas. No hay ninguna garantía de que podamos ayudarte, ni siquiera si celebramos una reunión. Todo lo que puedo prometerte es que lo intentaremos.
Richard clavó la vista en el suelo, pensativo. Con el dedo arrastró un poco de tierra a uno de los charcos formados por la lluvia que se colaba por el tejado.
—Kahlan, ¿conoces a alguien que pueda decirnos dónde buscar la caja del Destino? —preguntó en voz baja.
La mujer había estado preguntándose lo mismo durante toda la mañana.
—Sí, pero de todos los que conozco no sé de nadie que estuviera más dispuesto a ayudarnos que la gente barro. Otros nos matarían sólo por preguntar.
—Y los que no nos matarían sólo por preguntar, ¿a qué distancia de aquí se encuentran?
—Al menos tres semanas, en dirección norte. Deberíamos atravesar territorio muy peligroso controlado por Rahl.
—Tres semanas —repitió Richard levantando la voz, timbrada de decepción.
—Pero Richard, el Hombre Pájaro no puede prometernos casi nada. Si hallaras la manera de ayudarlos, si los ancianos se avienen, si piden al Hombre Pájaro que te convierta en uno de los suyos, si el consejo de videntes puede darnos una respuesta, si los espíritus la conocen... si, si, si. Demasiadas condiciones para que salga bien.
—¿No fuiste tú quien me dijiste que tenía que ganármelos? —preguntó Richard con una sonrisa.
—Sí.
—Así pues, ¿qué te parece? ¿Debería quedarme y tratar de convencerlos de que nos ayuden, o deberíamos buscar las respuestas en otra parte?
—Lo que creo es que tú eres el Buscador —contestó Kahlan, moviendo la cabeza—, y que tú debes decidir.
—Pero tú eres mi amiga y necesito consejo —insistió el joven, sonriendo de nuevo.
—No sé qué aconsejarte, Richard —repuso Kahlan, retirándose un mechón de pelo tras la oreja—. Mi vida también depende de que tomes la decisión correcta. Pero, como amiga, tengo fe en que decidirás sabiamente.
—¿Me odiarás si me equivoco? —preguntó el joven con una amplia sonrisa.
La mujer clavó la vista en aquellos ojos grises capaces de ver en su interior, unos ojos ante los que se deshacía de deseo.
—Yo nunca podría odiarte, aunque te equivoques y eso me cueste la vida —susurró, tragando el nudo que tenía en la garganta.
Richard apartó la mirada de Kahlan, volvió a contemplar la tierra del suelo unos minutos y, finalmente, miró al Hombre Pájaro.
—¿A la gente barro os gusta tener tejados que dejan pasar el agua?
—¿A ti te gustaría que te goteara agua en la cara cuando duermes?—replicó el Hombre Pájaro enarcando una ceja.
Richard negó con la cabeza, sonriendo.
—¿Y por qué no construís tejados que no goteen?
—Porque es imposible—repuso el Hombre Pájaro encogiéndose de hombros—.No tenemos los materiales adecuados. Las tejas de arcilla son pesadas y el tejado se desplomaría. La madera es escasa y debemos traerla de muy lejos. Todo lo que tenemos es hierba, y el agua se filtra a través de ella.
Richard cogió uno de los cuencos de loza y le dio la vuelta bajo una de las goteras.
—Tenéis arcilla con la que hacer piezas de cerámica.
—Nuestros hornos son pequeños, no podemos cocer un cuenco tan grande y, además, se agrietaría y también dejaría pasar el agua. Es imposible.
—Es un error decir que algo es imposible sólo porque no sabes cómo hacerlo. Yo no estaría aquí si hubiese hecho lo mismo —dijo Richard en tono suave y sin mala intención—. Tu gente es fuerte y sabia. Sería un honor para mí que el Hombre Pájaro me permitiera enseñar a su gente a hacer tejados que no goteen y, al mismo tiempo, dejan salir el humo.
El Hombre Pájaro consideró la oferta sin dejar traslucir ninguna emoción.
—Eso sería de gran provecho para la gente barro y te lo agradeceríamos profundamente. Pero no puedo prometerte más que eso.
—Tampoco lo pido. —El joven se encogió de hombros.
—Es posible que la respuesta siga siendo no. Si es así, deberás aceptarla y no hacer ningún daño a mi gente.
—Haré todo lo que pueda por tu gente y solamente espero que me juzguen justamente.
—En ese caso puedes intentarlo, pero no veo el modo de hacer un tejado de arcilla que no se agriete y gotee.
—Construiré un tejado para vuestra casa de los espíritus que tendrá un millar de grietas pero no goteará. Después os enseñaré cómo hacerlo.
El Hombre Pájaro sonrió y asintió.