Richard tocó la empuñadura de la espada para tranquilizarse, mientras observaba el avance de los cuatro caballos. Los animales levantaban una nube de polvo, que el sol del atardecer teñía de color dorado. Muy pronto percibió el atronador sonido de los cascos. El solitario jinete iba inclinado sobre su montura, azuzándola. Richard sacó un poco de la funda la Espada de la Verdad para comprobar que salía sin trabas y luego volvió a guardarla. A medida que el jinete vestido de oscuro se aproximaba, a Richard le pareció que lo conocía.
—¡Chase!
El guardián del Límite frenó bruscamente los caballos frente a ellos. Entonces, los miró en medio de la nube de polvo.
—Al parecer, todos estáis bien.
—¡Chase, qué alegría verte! ¿Cómo nos has encontrado?
—Soy un guardián del Límite —contestó Chase con aire ofendido. No necesitaba decir más—. ¿Tenéis lo que buscabais?
—No —admitió Richard con un suspiro. Entonces se fijó en unos bracitos que se agarraban a los costados de Chase. De detrás de la capa negra asomó una carita—. ¡Rachel! ¿Eres tú?
La niña se asomó más, sonriendo radiante.
—¡Richard! Me alegro mucho de verte. Chase es fantástico, ¿no crees? Luchó con un gar que quería comerme.
—No luché con él —gruñó Chase—. Sólo me limité a atravesarle la cabeza con una flecha, nada más.
—Pero lo hubieras hecho. Eres el hombre más valiente que he conocido en toda mi vida.
Chase frunció el entrecejo con fingida expresión de pena.
—¿No os parece la niña más fea que hayáis conocido en toda vuestra vida? No me puedo creer que un gar quisiera comerte —dijo, volviéndose hacia la niña.
Rachel soltó una risita y se abrazó a su cintura.
—Mira, Richard. —La niña extendió un pie hacia el joven, presumiendo de zapato—. Chase cazó un ciervo. Pero, como era demasiado grande, se lo cambió a un hombre por estos zapatos y esta capa. ¿No te parecen maravillosos? Y Chase dice que son para mí.
—Sí, son maravillosos —respondió Richard con una sonrisa. Entonces vio que entre la niña y Chase estaba la muñeca, Sara, y el hatillo con el pan. Asimismo se fijó en que Rachel miraba a Siddin como si ya lo hubiera visto.
—¿Por qué huiste? —preguntó Kahlan a Rachel, poniéndole una mano en la pierna—. Estábamos muy preocupados por ti.
La niña se estremeció cuando Kahlan la tocó, tras lo cual se apretó con un brazo contra Chase y metió la mano del otro brazo en el bolsillo. En vez de responder a la pregunta, miró a Siddin e inquirió:
—¿Qué vas a hacer con él?
—Kahlan lo ha rescatado —contestó Richard—. La reina lo tenía encerrado en una mazmorra. Ése no es lugar para un niño y lo sacamos de allí.
—¿Y la reina no se puso furiosa? —preguntó la niña a Kahlan.
—Yo no permito que nadie haga daño a los niños. Ni siquiera una reina.
—Bueno, no os quedéis ahí como pasmarotes. Montad; he traído caballos para todos. Me imaginé que hoy os alcanzaría. Tengo un jabalí asándose donde acampasteis anoche, justo a este lado del Callisidrin.
Con Siddin en un brazo, Zedd puso una mano en la silla y montó un caballo de un brinco.
—¿Un jabalí, dices? Pero ¿qué clase de tonto eres? ¿A quién se le ocurre dejar un jabalí al fuego sin vigilancia? ¡Cualquiera podría ir y llevárselo!
—¿Y por qué crees que tengo tanta prisa? Ese lugar está lleno de huellas de lobo, aunque dudo que osen acercarse al fuego.
—Ni se te ocurra tocar a ese lobo —lo advirtió Zedd—. Es amigo de la Madre Confesora.
Chase miró a Kahlan y luego a Richard, antes de dar media vuelta a su caballo y abrir la marcha en dirección al sol poniente. Richard estaba más animado después de recuperar a Chase. De nuevo sentía que todo era posible. Kahlan y Siddin cabalgaban juntos, charlando y riendo.
Al llegar al campamento, lo primero que hizo Zedd fue examinar el jabalí, tras lo cual declaró que estaba listo para comer. Entonces, se arremangó la túnica y se sentó, esperando con una sonrisa en los labios que alguien trinchara la carne. Siddin, también con una permanente sonrisa en los labios, se sentó y se recostó contra Kahlan. Richard y Chase empezaron a trinchar el jabalí. Rachel se sentó al lado de Chase, a quien no perdía de vista, así como tampoco a Kahlan, con Sara en su regazo y el hatillo con el pan cerca de la cadera.
Richard cortó un gran trozo de carne y se lo dio a Zedd.
—Cuéntame qué ha ocurrido —pidió a Chase—. Con mi hermano, quiero decir.
El guardián del Límite sonrió de oreja a oreja.
—Cuando le transmití tu mensaje dijo que, si estabas en apuros, él te ayudaría. Reunió al ejército y enviamos a la mayor parte de los soldados a cubrir posiciones defensivas a lo largo del Límite, a las órdenes de los guardianes. Cuando el Límite cayó, se negó a seguir esperando en la Tierra Occidental. Así pues, se puso a la cabeza de un millar de sus mejores hombres y se dirigió a la Tierra Central. Ahora mismo están acampados en las montañas Rang’Shada, listos para ayudarte.
—¿De veras? —Tan sorprendido estaba Richard que dejó de cortar carne—. ¿Mi hermano dijo eso? ¿Y ha acudido en mi ayuda, con un ejército?
—Sí. Dijo que, si tú estás metido en esto, entonces él también.
Richard se sintió culpable por haber dudado de Michael, y también eufórico porque su hermano lo hubiera dejado todo para acudir en su ayuda.
—¿No se enfadó?
—Yo estaba seguro de que se enfadaría y que no dejaría de fastidiarme con su enojo, pero él sólo quería saber qué tipo de peligros corrías y dónde estabas. Me dijo que te conocía y que si tú creías que esto era importante, entonces también era importante para él. Se ofreció a venir a buscarte, pero yo no lo dejé. Ahora está junto a sus hombres, probablemente esperando impaciente en su tienda. La verdad, yo tampoco esperaba tanto de él.
—Mi hermano y un millar de soldados han venido a la Tierra Central para ayudarme —dijo Richard, maravillado—. ¿No es magnífico? —preguntó a Kahlan. La mujer se limitó a sonreírle.
—Cuando vi que vuestro rastro se dirigía a las Fuentes del Agaden os di por muertos —comentó el guardián del Límite, lanzando a Richard una severa mirada.
—¿Subiste a las fuentes? —inquirió Richard.
—¿Es que te parezco estúpido? Uno no se convierte en el jefe de los guardianes del Límite siendo un estúpido. Empecé a rumiar cómo iba a decirle a Michael que estabais muertos, pero entonces hallé vuestro rastro, que bajaba de las fuentes. ¿Cómo pudisteis salir de allí con vida? —preguntó, muy extrañado.
Richard sonrió.
—Supongo que los buenos espíritus…
Rachel lanzó un grito.
Richard y Chase se volvieron con los cuchillos prestos. Antes de que Chase pudiera usar el suyo, Richard lo detuvo. Era Brophy.
—¿Rachel? ¿Eres tú, Rachel? —preguntó el lobo.
La niña, con ojos muy abiertos, se sacó de la boca el pie de la muñeca.
—Tu voz se parece a la de Brophy.
El lobo meneaba la cola a un lado y al otro.
—¡Es que soy Brophy! —exclamó, trotando hacia ella.
—Brophy, ¿cómo es que eres un lobo?
—Porque un mago bueno me transformó en lobo —respondió el animal, sentándose frente a Rachel—. Yo elegí ser lobo y él me transformó.
—¿Giller te transformó en un lobo?
Richard se quedó sin respiración.
—Sí. Ahora tengo una nueva vida maravillosa.
La niña rodeó con sus brazos el cuello del lobo. Brophy le lamió la cara y la niña se echó a reír.
—Rachel, ¿conoces a Giller? —preguntó Richard.
—Giller es muy bueno —respondió ella, rodeando aún con un brazo el cuello de Brophy—. Él me dio a Sara. Tú quieres hacerle daño —agregó, mirando temerosa a Kahlan—. Tú eres amiga de la reina. Eres mala. —La niña se apretó contra Brophy en busca de protección.
El lobo le lamió la cara.
—Te equivocas, Rachel. Kahlan es amiga mía. Es una de las personas más amables del mundo.
Kahlan sonrió y tendió las manos hacia la niña, diciéndole:
—Vamos, ven aquí.
Rachel miró a Brophy, que asintió con la cabeza. La niña se acercó a Kahlan con un mohín en el rostro.
—Me oíste decir cosas malas de Giller, ¿verdad? —le preguntó Kahlan, tomando la mano de Rachel entre las suyas. La niña asintió—. Rachel, la reina es una mala persona. Hasta hoy no sabía hasta qué punto es mala. Antes, Giller era amigo mío. Cuando se fue a vivir con la reina, yo creí que él también era malo y que estaba de su parte. Pero ahora que sé que Giller sigue siendo amigo mío. Yo nunca le haría ningún mal.
Rachel alzó la vista hacia Richard.
—Kahlan dice la verdad. Nosotros estamos del mismo lado que Giller.
La niña se volvió hacia Brophy. El lobo hizo un gesto de asentimiento.
—¿Tú y Richard no sois amigos de la reina?
Kahlan soltó una breve carcajada.
—No. Si de mí dependiera, no seguiría siendo reina mucho tiempo más. Y en cuanto a Richard, bueno, desenvainó la espada y amenazó con matar a la princesa. No creo que eso le gane las simpatías de la reina.
—¿La princesa Violeta? ¿Hiciste eso a la princesa Violeta? —preguntó Rachel con ojos muy abiertos.
—Sí. Dijo unas cosas muy desagradables a Kahlan y yo le dije que, si las repetía, le cortaría la lengua.
—¿Y ella no ordenó que te cortaran la cabeza? —inquirió la niña, perpleja.
—No vamos a permitir que le corten la cabeza a nadie más —intervino Kahlan.
Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas al mirar a la Confesora.
—Yo creí que eras mala y que ibas a hacer daño a Giller. Me alegro tanto de que no seas mala… —Rachel le echó los brazos al cuello y la abrazó con fuerza. Kahlan, emocionada, le devolvió el abrazo con la misma intensidad.
—¿Amenazaste con la espada a la princesa? —preguntó Chase a Richard—. ¿Sabes que eso se considera delito capital?
—De haber tenido tiempo, le hubiera dado una buena azotaina —replicó Richard fríamente. Rachel se echó a reír y Richard le sonrió—. Tú conoces a la princesa, ¿verdad?
—Soy su compañera de juegos —contestó la niña, poniéndose seria—. Antes vivía en un lugar muy bonito, con otros niños. Pero, cuando mi hermano murió, la reina vino y se me llevó para que fuera la compañera de juegos de la princesa.
—¿Fue su hermano? —preguntó Richard a Brophy. El lobo asintió solemnemente—. De modo que vivías con la princesa. Ella fue quien te cortó el pelo a trasquilones, supongo. Y te pegaba.
—Sí —contestó la niña con un mohín—. La princesa es mala. Ha empezado a ordenar que corten la cabeza a la gente. Yo tenía miedo de que hiciera lo mismo conmigo y me escapé.
Richard posó la mirada en el pan que la niña no apartaba de su lado. Entonces fue a agacharse junto a ella y le preguntó:
—Giller te ayudó a escapar, ¿no es cierto?
—Él me dio a Sara —respondió la niña al borde de las lágrimas—. Él quería escapar conmigo, pero entonces llegó un hombre malo. El Padre Rahl. Parecía estar furioso con Giller. Giller me dijo que corriera y que me escondiera hasta el invierno y que entonces buscara una nueva familia con la que vivir. Sara me dijo que él no podría acompañarme. —Una lágrima le corrió por la mejilla.
Richard miró de nuevo el pan. Tenía más o menos el tamaño adecuado.
—Rachel —dijo a la niña, poniéndole las manos sobre los hombros—, Zedd, Kahlan, Chase y yo nos enfrentamos a Rahl el Oscuro para impedirle que haga daño a nadie más.
Rachel volvió la cabeza hacia Chase.
—Richard te dice la verdad, pequeña —le aseguró el guardián del Límite—. Sé sincera con él.
—Rachel, ¿fue Giller quien te dio ese pan? —La niña hizo un gesto de asentimiento—. Rachel, queríamos ver a Giller para que nos diera una caja que nos ayudará a impedir que Rahl el Oscuro haga daño a más personas. ¿Nos darás esa caja? ¿Nos ayudarás a detener a Rahl?
La niña lo miró con ojos llorosos y luego, con una valiente sonrisa, cogió el pan y se la tendió, diciéndole:
—Está aquí. Giller la escondió dentro con ayuda de la magia.
Richard la abrazó tan fuerte que casi la dejó sin respiración. Así se mantuvo, abrazándola y dando vueltas, hasta que la pequeña empezó a reírse.
—¡Rachel, eres la niña más valiente, lista y bonita que he conocido en mi vida! —Cuando la dejó en el suelo, Rachel corrió hacia Chase y se sentó en su regazo. El guardián del Límite le acarició el cabello y la abrazó, mientas ella sonreía y le devolvía el abrazo.
Richard cogió el pan con ambas manos y se lo ofreció a Kahlan. La mujer sonrió y negó con la cabeza. Entonces, el joven se la ofreció a Zedd.
—El Buscador la ha encontrado —respondió el mago, sonriendo—. Y es el Buscador quien debe abrirlo.
Richard abrió el pan y dentro encontró la caja del Destino adornada con piedras preciosas. El joven se limpió las manos en los pantalones, cogió la caja y la sostuvo frente al fuego. Por el Libro de las Sombras Contadas sabía que la reluciente caja que veía simplemente cubría la verdadera caja, que estaba debajo. Y, gracias al libro, sabía incluso cómo retirar la cubierta.
El joven dejó la caja en el regazo de Kahlan y ésta, mientras la cogía, le dirigió la mayor sonrisa que Richard había visto. Sin darse cuenta, se inclinó hacia ella y la besó brevemente. Kahlan abrió mucho los ojos y no le devolvió el beso, pero al sentir los labios de la mujer Richard se dio cuenta de pronto de lo que había hecho.
—Oh, perdóname —se disculpó.
Ella se echó a reír.
—Perdonado.
Acto seguido, Richard abrazó a Zedd, ambos riendo. Chase también reía, observándolo. Richard apenas podía creer que, poco antes, hubiese estado a punto de arrojar la toalla, sin idea de qué hacer a continuación, ni de adónde ir, ni de cómo detener a Rahl. Y ahora tenían la caja.
Richard dejó la caja sobre una roca, donde todos pudieran verla a la luz del fuego, mientras tomaban la mejor cena que el joven podía recordar. Él y Kahlan relataron a Chase algunas de sus peripecias. Richard disfrutó viendo la reacción de su amigo al enterarse de que debía la vida a Bill, el posadero de Refugio Sur. A su vez, Chase les contó cómo se las había apañado para hacer cruzar a un gran ejército las montañas Rang’Shada. El guardián del Límite disfrutó de lo lindo narrándoles interminables historias acerca de la insensata burocracia en campaña.
Rachel se acurrucó en el regazo de Chase y fue comiendo mientras él hablaba. A Richard le llamó la atención que la niña hubiera elegido al que de entre ellos tenía una presencia más aterradora para sentirse segura. Cuando, por fin, el guardián acabó de contar su historia, la niña preguntó:
—Chase, ¿dónde puedo esconderme hasta que llegue el invierno?
—Me parece que eres demasiado fea para dejar que vayas por ahí —replicó Chase, ceñudo—. Seguro que servirías de merienda a un gar. —Eso la hizo reír—. En mi casa hay otros niños, que son tan feos como tú. Me parece que voy a llevarte a mi casa para que vivas con nosotros.
—¿Lo dices en serio, Chase? —inquirió Richard.
—Muchas veces, al volver a casa, mi mujer me esperaba con un nuevo niño. Creo que ya es hora de que dé la vuelta a la tortilla. —Chase miró a Rachel, que se aferraba a él como si temiera que saliera volando—. Pero en casa hay reglas, ¿sabes? Si vives allí, tendrás que obedecerlas.
—Haré cualquier cosa que digas, Chase.
—Pues, para empezar, no permito que ninguno de mis hijos me llame Chase. Si quieres formar parte de mi familia, tendrás que llamarme papá. Y, en cuanto a tu pelo, es demasiado corto. Todas mis niñas llevan el pelo largo, como a mí me gusta. Tendrás que dejártelo crecer. Y también tendrás una mamá a la que tendrás que querer mucho. Y tendrás que jugar con tus nuevos hermanos. ¿Crees que podrás hacer todo esto?
La niña hizo un gesto de asentimiento contra su pecho, incapaz de hablar, y se abrazó a Chase con los ojos brillantes de lágrimas.
Todos comieron con ganas hasta no poder más. Incluso Zedd se quedó saciado. Pese a estar agotado, saber que, finalmente, tenían la caja insuflaba a Richard nuevas energías. Habían logrado lo más difícil: hallar la caja del Destino antes que Rahl. Ahora sólo tenían que mantenerla alejada de él hasta el invierno.
—Hemos invertido varias semanas en esta búsqueda —dijo Kahlan—. Sólo falta un mes para el invierno. Esta tarde nos parecía que no había tiempo para encontrar la caja, pero, ahora que la tenemos, es una eternidad. ¿Dónde vamos a ocultarnos?
Chase fue el primero en hablar.
—Todos nosotros protegeremos la caja y contamos con un millar de soldados para protegernos a nosotros. Y al otro lado del Límite tendremos muchos más.
—¿Crees que es prudente? —preguntó Kahlan a Zedd—. Encontrar a mil soldados es cosa fácil. ¿No sería mejor escondernos nosotros solos?
Zedd se recostó y respondió, frotándose su estómago repleto:
—Sí, sería más sencillo escondernos solos, pero, si nos descubren, también seríamos más vulnerables. Tal vez Chase tenga razón. Un ejército puede ofrecernos la mejor protección y, en caso necesario, siempre podemos marcharnos y ocultarnos.
—Será mejor que mañana partamos al alba —concluyó Richard.
Apenas había amanecido cuando se pusieron en marcha; los caballos por el camino, y Brophy por el bosque, siguiéndolos de cerca o explorando el terreno. Chase, armado hasta los dientes, los hacía ir al trote. Rachel se agarraba a él con fuerza. Kahlan había recuperado su ropa de viaje y, con Siddin en el regazo, cabalgaba al lado de Zedd. Richard había insistido en que Zedd llevara la caja. El mago la había envuelto en el hatillo que antes contenía el pan y la había atado al pomo de su silla. Richard, en la retaguardia, vigilaba con mirada de águila, mientras avanzaban rápidamente en el frío aire matinal. Ahora que ya tenían la caja, de pronto se sentía vulnerable, como si con sólo mirarlos todo el mundo pudiera saberlo.
El joven percibió el rumor de las aguas del Callisidrin antes de doblar el recodo que desembocaba en el puente. Richard se congratulaba de que el camino estuviera desierto. Chase puso a su montura al galope al aproximarse al gran puente de madera, y todos los demás espolearon a sus caballos para mantener el paso. El guardián del Límite siempre había dicho a Richard que los puentes eran la pesadilla de los incautos. Richard miró en todas direcciones mientras los otros tres galopaban delante de él. No vio nada.
Justo en el centro del puente, chocó a galope tendido contra algo que no estaba allí.
El joven, perplejo por hallarse de pronto en el suelo, se sentó y vio que su gran caballo ruano corría hacia los demás. Todos se detuvieron y dieron media vuelta. Sus compañeros contemplaron, confusos, cómo Richard, mareado y totalmente desconcertado, se ponía dificultosamente de pie. Se sacudió el polvo y empezó a cojear hacia su caballo. Pero, antes de llegar al centro del puente, chocó de nuevo contra la cosa invisible. Era como estrellarse contra una pared de piedra, aunque allí no había nada. De nuevo se encontró sentado en el suelo. Esta vez, al levantarse, los demás lo rodeaban.
Zedd desmontó y, sujetando las riendas con una mano, ayudó a Richard con la otra, a la vez que le preguntaba:
—¿Qué pasa?
—No lo sé —contestó el joven con esfuerzo—. Es como si chocara contra una pared justo en medio del puente. Supongo que me habré caído, eso es todo. Ahora ya estoy bien.
Zedd miró en torno y lo condujo hacia adelante, guiándolo con una mano en el codo. A los pocos metros, Richard volvió a chocar pero, como andaba despacio, esta vez no cayó al suelo sino que simplemente retrocedió unos pasos. Dio un solo paso adelante y se topó de nuevo con el obstáculo. Zedd, muy preocupado, frunció el entrecejo. Richard alargó ambas manos y tocó la pared sólida y lisa, que todos los demás podían atravesar excepto él. Al tocarla se sentía mareado y con ganas de devolver. Zedd atravesó varias veces la barrera invisible.
—Camina hasta la punta del puente y luego vuelve —le dijo el mago, situado justo en el lugar que ocupaba la pared.
Mientras seguía las instrucciones de Zedd, Richard se dio cuenta de que se había hecho un chichón en la frente. Kahlan desmontó y fue a colocarse junto a Zedd, mientras que Brophy se reunía con ella para ver qué problema había. Esta vez Richard avanzó con los brazos extendidos frente a él.
Antes de llegar al centro del puente se topó con algo sólido que le impidió seguir adelante. Al tocar el obstáculo invisible, sintió tal sensación de náusea que tuvo que retroceder.
—¡Diantre! —exclamó Zedd, rascándose el mentón.
En vista de que Richard no podía reunirse con ellos, el resto del grupo se acercó al joven. Zedd lo hizo avanzar de nuevo. Al entrar en contacto con el obstáculo, Richard retrocedió un poco.
—Tócalo con la otra mano —le indicó el mago, cogiéndole la mano izquierda.
Richard así lo hizo, hasta que la sensación de náusea lo obligó a retirarla. Zedd también pareció sentirlo a través de Richard. A estas alturas todos se encontraban en el inicio del puente. Cada vez que Richard tocaba el obstáculo, éste retrocedía.
—¡Rediantre!
—¿Qué ocurre? —inquirió Richard.
Zedd echó un vistazo a Kahlan y a Chase antes de responder:
—Es un hechizo de guarda.
—¿Y qué es un hechizo de guarda?
—Un encantamiento dibujado por ese maldito artista, James. Lo ha dibujado a tu alrededor y, cuando lo tocaste la primera vez, lo activaste. Una vez que ya lo has tocado, se va cerrando cada vez más como una trampa. Si no conseguimos borrarlo, encogerá hasta que ya no quepa dentro nada más que tú y no podrás moverte.
—¿Y entonces?
—Su contacto es venenoso —contestó el mago, irguiéndose—. Cuando acabe de cerrarse en torno a ti, como un capullo, te aplastará o te envenenará.
Kahlan agarró una manga de la túnica de Zedd, con una expresión de pánico en los ojos.
—¡Tenemos que volver! ¡Tenemos que borrar el hechizo!
—Ya lo sé, ya lo sé —repuso Zedd, desasiéndose—. Encontraremos el dibujo y lo borraremos.
—Yo sé dónde están las grutas sagradas —sugirió Kahlan, al mismo tiempo que apoyaba las manos en la silla y colocaba un pie en el estribo.
—No tenemos tiempo que perder. Vámonos ya —dijo Zedd, yendo en busca de su caballo.
—No —protestó Richard.
Todos se volvieron a una para mirarlo.
—Richard, tenemos que hacerlo —trató de convencerlo Kahlan.
—Tiene razón, hijo. No hay otro modo.
—No —repitió el joven, y miró los asustados rostros de sus amigos—. Esto es lo que quieren que hagamos. Tú mismo dijiste que James no podía dibujarte ni a ti ni a Kahlan, por lo que me dibujó a mí con la idea de que esto nos haría regresar a todos. La caja es demasiado importante. No podemos correr el riesgo. Tú, Kahlan, dime dónde se encuentran las grutas, y tú, Zedd, dime cómo puedo borrar el hechizo.
Kahlan cogió con fuerza las riendas de su caballo y del de Richard, y los hizo avanzar.
—Zedd y Chase pueden proteger la caja. Yo voy contigo.
—¡No, tú no vienes! Voy a ir solo. Tengo la Espada de la Verdad para protegerme. La caja es lo único que importa; es nuestra principal responsabilidad. Debemos protegerla por encima de todo. Sólo necesito saber dónde están esas grutas y cómo anular el hechizo. Cuando acabe, ya os alcanzaré.
—Richard, creo que…
—¡No! Lo importante es detener a Rahl el Oscuro, no salvar nuestras vidas. ¡No os lo pido, os lo ordeno!
Todos se pusieron firmes, y Zedd se volvió hacia Kahlan.
—Dile dónde están las grutas.
La mujer tendió de mala gana las riendas de su caballo a Zedd y cogió un palito. Con él dibujó un mapa en el suelo y, al acabar, fue señalando con ayuda del palo el camino.
—Esto es el río Callisidrin y aquí está el puente. Esto es el camino y aquí están Tamarang y el castillo. —Con el palo trazó una línea al norte de la ciudad—. Aquí, en estas colinas situadas al nordeste de la ciudad hay un arroyo que fluye entre dos colinas gemelas. Están aproximadamente a un kilómetro y medio al sur de un pequeño puente que cruza el arroyo. Las colinas gemelas presentan precipicios en los lados, que caen hacia el arroyo. Las grutas sagradas se encuentran en el precipicio del lado nordeste del arroyo. Allí es donde James dibuja sus hechizos.
Zedd le arrebató el palito y lo partió en dos pedazos de la longitud de un dedo. Acto seguido, hizo rodar uno entre las palmas de las manos.
—Mira. Esto anulará el encantamiento. Sin verlo no puedo decirte qué parte debes borrar, pero ya te darás cuenta. Es un dibujo que significará algo para ti. Éste es justamente el objetivo de un hechizo dibujado; que tenga algún significado o no funciona.
El palito que Zedd había hecho rodar entre las palmas ya no parecía madera, sino que se notaba suave y pegajoso al tacto. Richard se lo guardó en el bolsillo. Zedd hizo rodar la otra parte entre las palmas. Cuando se lo tendió a Richard, ya no era un palito, sino algo negro como el carbón, aunque duro.
—Con esto podrás dibujar encima del encantamiento y cambiarlo, si es necesario —le explicó el mago.
—¿Cambiarlo cómo?
—No puedo decírtelo sin verlo. Tendrás que usar la cabeza. Debes darte prisa. Todavía creo que deberíamos…
—No, Zedd. Todos sabemos de qué es capaz Rahl el Oscuro. Lo que realmente importa es la caja del Destino; no ninguno de nosotros. Cuídate mucho —dijo, intercambiando una honda mirada con su viejo amigo—. Y cuida también de Kahlan. Condúcelos hasta Michael —agregó, dirigiéndose a Chase—. Él está en condiciones de proteger la caja mucho mejor que nosotros solos. Y no os retraséis para esperarme; ya os alcanzaré. Y, si no lo hago —dijo, mirando con dureza al guardián del Límite—, no quiero que volváis a buscarme. ¿Está claro? Debéis alejar la caja de aquí.
—Lo juro por mi vida —declaró Chase con grave expresión. A continuación, dio a Richard unas breves instrucciones para que pudiera localizar el ejército de la Tierra Occidental en las Rang’Shada.
—Cuida bien de Siddin —dijo Richard a Kahlan—. No te preocupes. Estaré de vuelta enseguida. Ahora, idos.
Zedd montó. Kahlan entregó a Siddin al mago y dirigió una inclinación de cabeza a Chase y a Zedd.
—Marchaos ya. Os alcanzaré en un par de minutos.
Zedd quiso protestar, pero la mujer lo atajó diciéndole de nuevo que se adelantara. Entonces, contempló cómo los dos caballos y el lobo cruzaban el puente al galope y tomaban el camino, antes de volverse hacia Richard. La faz de Kahlan revelaba una profunda inquietud.
—Richard, por favor, deja que…
—No.
Con un gesto de asentimiento, Kahlan le tendió las riendas de su caballo. Las lágrimas anegaban sus ojos verdes.
—En la Tierra Central hay muchos peligros que desconoces. Ten cuidado —le advirtió. Una lágrima le corría por la mejilla.
—Me reuniré contigo antes de que tengas tiempo de echarme de menos.
—Temo por ti.
—Lo sé, pero no me pasará nada, tranquila.
Kahlan alzó la mirada hacia él, y el joven se quedó prendido de sus ojos.
—No debería estar haciendo esto —susurró ella.
Entonces le echó los brazos al cuello y lo besó. Fue un beso duro, rápido, desesperado.
Por un momento, mientras la rodeaba con sus brazos y la abrazaba con fuerza, notando sus labios sobre los de ella, los dedos de Kahlan que le acariciaban la nuca y oía el leve gemido que se le escapó a la mujer, Richard olvidó incluso su propio nombre.
Luego, contempló aturdido cómo Kahlan colocaba una bota en el estribo y se impulsaba para pasar la otra pierna por encima de la silla. Entonces tiró de las riendas para que el caballo girara hacia el joven.
—No hagas estupideces, Richard Cypher. Prométemelo.
—Te lo prometo. —Richard no le dijo que pensaba que lo más estúpido sería que a ella le pasara algo malo—. No te preocupes. En cuanto anule ese hechizo, me reuniré con vosotros. Proteged la caja. Debemos impedir que Rahl se haga con ella. Esto es lo principal. Y, ahora, en marcha.
Richard se quedó de pie, sujetando las riendas de su caballo, mientras Kahlan galopaba sobre el puente y se perdía en la distancia.
—Te amo, Kahlan Amnell —musitó.
Después de cruzar el pequeño puente, Richard condujo a su gran caballo ruano fuera del camino, dándole una palmadita sobre una mancha gris del cuello. A continuación, lo espoleó para que siguiera el arroyo. El caballo corría con facilidad, metiéndose en el arroyo y salpicando agua con los cascos cuando la maleza le cortaba el paso. Cuando las orillas se hicieron más empinadas, Richard condujo al caballo a terreno alto, donde el avance sería más sencillo. El joven no cesaba de vigilar por si alguien lo seguía o lo observaba, pero no vio a nadie. Las colinas parecían desiertas.
A ambos lados del arroyo se alzaban precipicios de piedra caliza blanca; las caras hendidas de las colinas gemelas que flanqueaban el agua. Richard desmontó antes de que el caballo se detuviera. Después de escudriñar el entorno, ató su montura a un zumaque, cuyos frutos rojos ya se veían secos y marchitos. Las botas resbalaron sobre la tierra suelta al descender por la empinada orilla. Había una estrecha trocha que descendía por una rampa formada por rocas y tierra. Siguiéndola, llegó a la alta entrada de una cueva.
Con la mano en el pomo de la espada, se asomó adentro, buscando al artista o a cualquier otra persona. No había nadie. En la misma entrada las paredes se veían totalmente cubiertas de dibujos, que continuaban en la oscuridad.
Richard se sintió abrumado. Había cientos de dibujos, quizá miles. Algunos eran pequeños, no mayores que su mano, mientras que otros eran tan altos como él. Cada uno de ellos representaba una escena distinta. La mayoría sólo mostraba una persona, aunque unos pocos eran dibujos de grupo. Era evidente que habían sido dibujados por manos distintas. Algunos habían sido ejecutados con delicadeza, cuidando los detalles, con sombras y reflejos, y mostraban a gente con miembros rotos y bebiendo de copas con calaveras o huesos cruzados en ellas, o de pie al lado de campos de cosechas mustias. Otros dibujos habían sido realizados por alguien de escaso talento. En éstos, las figuras humanas eran esbozadas con unas pocas líneas, aunque las escenas eran igualmente truculentas. Richard supuso que el talento artístico poco importaba; lo importante era el mensaje.
Richard encontró dibujos hechos por diferentes manos, pero sobre el mismo tema. Algunas personas tenían alrededor una especie de mapa, aunque todas se veían rodeadas por un círculo con una calavera y huesos cruzados en algún punto del contorno.
Eran hechizos de guarda.
¿Cómo iba a encontrar el suyo? Había dibujos por todas partes. Richard no tenía ni idea del aspecto que tendría el dibujo del encantamiento que le había echado James. El joven fue examinando las paredes de la gruta con un pánico creciente, internándose más y más en la oscuridad. A medida que avanzaba, tocaba con los dedos los dibujos, tratando de mirarlos todos para no pasar por alto el suyo. Sus ojos recorrían la gruta a toda velocidad y, mientras buscaba algo familiar sin saber exactamente qué ni dónde, se sentía abrumado por la gran cantidad de hechizos.
El joven se fue internando en la gruta, diciéndose que quizá los dibujos acabarían y que hallaría los últimos al fondo. Estaba demasiado oscuro para poder ver, por lo que regresó a la entrada de la cueva para coger antorchas de junco que había visto allí.
Antes de avanzar mucho, chocó de pleno contra la pared invisible. Aterrado, se dio cuenta de que estaba atrapado dentro de la cueva. Se le estaba acabando el tiempo y no podía llegar hasta las antorchas.
Richard se internó de nuevo en la oscuridad, corriendo. Apenas podía distinguir los hechizos y parecía que no acababan nunca. Había una solución, aunque no le hacía ni pizca de gracia.
Si realmente la necesitaba, podía usar la piedra noche.
Sin perder ni un segundo, sacó la bolsa de piel de la mochila. Una vez en la mano, Richard la miró, tratando de decidir si la piedra le sería de ayuda o si sólo le causaría más dificultades. Dificultades insalvables. El joven recordó todas las veces que había visto la piedra fuera de su bolsa. En cada ocasión las sombras habían tardado un poco en aparecer. Tal vez, si la sacaba sólo brevemente para disipar la oscuridad y volvía a guardarla, tendría el tiempo que necesitaba antes de que las sombras lo encontraran. No sabía si era una buena idea.
«Si realmente la necesitas», le había dicho la mujer de los huesos.
Richard dejó caer la piedra noche en la palma de su mano. La gruta se iluminó. El joven no perdió tiempo escrutando los dibujos individuales, sino que inmediatamente se metió más adentro, buscando dónde acababan. Por el rabillo del ojo vio la primera sombra que se materializaba, aunque aún se hallaba muy lejos de él. Así pues, siguió adelante.
Cuando, finalmente, llegó al final de los dibujos, las sombras casi se le habían echado encima. Richard se guardó la piedra noche en la bolsa de piel. A oscuras y con los ojos muy abiertos, contuvo la respiración, esperando el doloroso contacto de la muerte. Pero éste no llegó. La única luz era un débil resplandor con un brillante punto en el centro —la entrada—, aunque no era suficiente para ver los dibujos. Richard sabía que tendría que recurrir de nuevo a la piedra noche.
Pero antes se metió una mano en el bolsillo y buscó por el tacto el suave y pegajoso palito que Zedd le había dado. Con éste firmemente agarrado, volvió a sacar la piedra noche. Por un instante la luz lo cegó. El joven giró la cabeza, buscando.
Y entonces lo vio. El hombre del dibujo era casi tan alto como él, pero el resto del dibujo aún era más grande. Pese a lo rudimentario del esbozo, Richard no tuvo ninguna dificultad en reconocerse. Llevaba en la mano derecha una espada con la palabra Verdad escrita en ella. Alrededor de su figura había un mapa, similar al que Kahlan había dibujado en el suelo. En uno de los lados la línea del contorno comprendía el río Callisidrin y cruzaba el centro del puente, donde Richard había topado con la pared invisible.
Las sombras lo llamaban por su nombre. Al alzar la vista, el joven vio manos que trataban de alcanzarlo. Rápidamente guardó la piedra noche en la bolsa y apretó la espalda contra la pared de la cueva, sobre su dibujo, oyendo los latidos de su corazón. Consternado, se dio cuenta de que el dibujo era demasiado grande para poder borrar todo el círculo que lo rodeaba. Si solamente borraba una parte, no tendría modo de saber dónde se hallaba el agujero, ni cómo conseguir que ese agujero se abriera justamente en la cueva.
El joven se separó de la pared con la idea de tener una mejor perspectiva de su dibujo cuando sacara de nuevo la piedra noche. Enseguida chocó contra el obstáculo invisible. Su corazón dejó de latir por un instante. La trampa se cerraba sobre él. Apenas le quedaba tiempo.
Rápidamente sacó la piedra noche y empezó a borrar la espada, con la esperanza de borrar así su identidad y de liberarse del hechizo. Las líneas se borraban con gran dificultad. Richard retrocedió un paso, para mirar, y chocó contra la pared. Las sombras tendían sus manos hacía él y lo llamaban con voz seductora.
Richard volvió a meter la piedra noche en la bolsa y esperó en la oscuridad, respirando entrecortadamente, sabiéndose atrapado y sintiéndose al borde de un ataque de pánico. Sabía que no podía borrar el dibujo y, al mismo tiempo, combatir a las sombras con la espada: ya había luchado contra ellas antes y sabía que era imposible. Los pensamientos le daban vueltas en la cabeza. Un hombre, que sostenía una de las antorchas de junco y tenía pintada en el rostro una sonrisa empalagosa, se acercó a él. Era James, el artista.
—Creí que te encontraría aquí. He venido a mirar. ¿Necesitas ayuda?
Por su manera de reír, era evidente que no pensaba ayudarlo. James sabía que, con la pared invisible que los separaba, el Buscador no podía usar la espada contra él y se reía de la impotencia del joven.
Richard echó un rápido vistazo a ambos lados. A la luz de la antorcha distinguía el dibujo. Ahora notaba ya la pared invisible contra el hombro, que lo empujaba contra el muro de la cueva. El joven sintió una sensación de náusea y mareo por el contacto. Sólo un paso lo separaba de la pared de la cueva. En pocos segundos estaría rodeado, aplastado o envenenado.
El joven se volvió hacia el dibujo. Mientras con una mano trabajaba, con la otra buscaba algo en el bolsillo, del que sacó el palito con el que, según Zedd, podía modificar el dibujo.
James se inclinó hacia adelante, riéndose entre dientes, tratando de ver qué hacía el Buscador. La risita cesó.
—Eh, ¿qué estás haciendo?
Sin responder, Richard siguió borrando la mano derecha de la figura.
—¡Detente! —gritó James.
Richard siguió borrando, sin hacerle caso. El artista arrojó la antorcha al suelo y se sacó del bolsillo un palito. Inmediatamente empezó a dibujar rápidamente y a grandes trazos. Mechones de su grasiento cabello le caían sobre el rostro mientras se afanaba dibujando, concretamente una figura. Estaba dibujando otro hechizo. Richard sabía que, si James acababa antes que él, no tendría una segunda oportunidad.
—¡Detente, loco estúpido! —gritaba James, dibujando a toda prisa.
La pared invisible presionaba a Richard en la espalda, empujándolo contra el muro de la cueva. Apenas tenía espacio para mover los brazos. James había dibujado una espada y empezaba escribir la palabra Verdad.
Richard cogió su palito para dibujar y de un trazo conectó ambos lados de la muñeca de la figura, dibujando un muñón, justo como el que tenía James.
Al levantar el palito de la pared, sintió cómo la presión en la espalda desaparecía así como la sensación de náusea.
James lanzó un chillido.
Al volverse, Richard lo vio retorciéndose en el suelo de la gruta, hecho un ovillo y vomitando. Con un estremecimiento, el joven recogió la antorcha.
El artista lo miró con ojos suplicantes.
—Yo… no pretendía matarte… sólo hacerte prisionero…
—¿Quién te dijo que me lanzaras el hechizo?
James esbozó una leve sonrisa perversa.
—La mord-sith —susurró—. Vas a morir…
—¿Qué es una mord-sith?
Richard oyó cómo a James se le cortaba la respiración, como si lo estrujaran, y cómo sus huesos cedían. No podía decir que lo sintiera. Aunque no sabía qué era una mord-sith, no pensaba quedarse allí para averiguarlo. De pronto, se sintió muy solo y vulnerable. Tanto Zedd como Kahlan lo habían advertido que en la Tierra Central vivían muchas criaturas, muchos seres mágicos que eran peligrosos y de los que él nada sabía. El joven se dijo que odiaba la Tierra Central y la magia. Él sólo quería reunirse con Kahlan.
Richard corrió hacia la entrada de la cueva, dejando caer la antorcha por el camino. Al salir se encontró de pronto con el brillante sol y tuvo que protegerse los ojos, al mismo tiempo que se detenía. Entrecerrando los ojos, distinguió un círculo de personas a su alrededor. Eran soldados vestidos con uniformes de piel oscura y cota de mallas, con espadas colgadas del hombro y hachas de batalla que les pendían del ancho cinto.
En cabeza, frente a la gruta, había alguien distinto, una mujer de larga melena color caoba peinada en una suelta trenza. Iba cubierta del cuello a los pies con un atuendo de piel que se le ajustaba como un guante. La piel era color rojo sangre, excepto una media luna y una estrella amarillas en el estómago. Richard se fijó en que los soldados llevaban en el pecho la misma media luna y estrella, sólo que en su caso eran rojas. La mujer lo contemplaba con una faz desprovista de toda emoción, exceptuando una leve sonrisa.
Richard adoptó una actitud de defensa, con los pies separados y la mano en la empuñadura de la espada, sin saber qué hacer ni qué pretendía aquella gente. Los ojos de la mujer se posaron brevemente en un punto situado por encima y detrás de Richard. El joven oyó cómo dos hombres saltaban al suelo desde la pared de roca que tenía a la espalda. Sentía cómo la espada le empezaba a transmitir su cólera a través de la mano posada en la empuñadura. No hizo nada para contenerla, al contrario; se dejó invadir por ella mientras apretaba los dientes.
La mujer chasqueó los dedos hacia los hombres situados detrás de Richard, y luego lo señaló a él, ordenando:
—Prendedlo. —Richard oyó el sonido del acero al ser desenvainado.
Aquello era todo lo que el joven necesitaba saber. La suerte estaba echada. Ahora era un agente de la muerte.
La espada describió un amplio arco al dar media vuelta, liberando como un torrente la ira que sentía. La cólera explotó a través de él. Sus ojos se encontraron con los de los dos soldados, que apretaban la mandíbula en expresión asimismo colérica, mientras empuñaban la espada que llevaban colgada del hombro.
Richard mantuvo la Espada de la Verdad baja, a la altura de la cintura, poniendo en ella todo su peso y su fuerza. Los soldados bajaron la espada en actitud defensiva. El joven lanzó un grito de rabia, de odio y de necesidad de matar. Richard se entregó por completo al ansia de muerte, sabiendo que ésa era su única oportunidad para sobrevivir. La punta de su espada empezó a silbar.
Richard se había convertido en un agente de la muerte.
Fragmentos de acero al rojo ascendieron en espiral en el transparente aire de la mañana.
Se oyeron dos gruñidos idénticos. Después del doble impacto se oyeron dos húmedos porrazos, como melones maduros que se estrellaran contra el suelo. La parte superior del cuerpo de los soldados se desplomó, al mismo tiempo que las piernas cedían, desparramando tripas sangrientas.
La espada continuó su arco, trazando una trayectoria sangrienta. Richard buscó un nuevo blanco para su cólera, su odio. La mujer era la jefe y Richard quería cobrarse su sangre. La magia bullía desatada en el interior del joven. Todavía gritaba. La mujer lo observaba con una mano sobre la cadera.
Richard buscó sus ojos y alteró ligeramente el curso de la espada para que también el acero los encontrara. La sonrisa de la mujer alimentó aún más el violento fuego de la ira del joven. Sus miradas quedaron prendidas. La punta de la espada silbó alrededor, dirigiéndose a la cabeza de la mujer. Richard no podía contener el ansia de matar.
Verdaderamente era un agente de la muerte.
El dolor de la magia de la espada lo golpeó como una cascada de agua helada sobre su piel desnuda. El filo de la espada nunca llegó a tocar a la mujer. El arma repiqueteó al caer al suelo, mientras que el desgarrador dolor obligaba al Buscador a hincarse de rodillas y a doblarse por la cintura.
La mujer, todavía con una mano en la cadera y una sonrisa pintada en el rostro, lo miró desde arriba, observando cómo el joven se agarraba el abdomen con los brazos, vomitando sangre y medio ahogándose. El fuego ardía en todo su cuerpo. El dolor de la magia lo consumía, impidiéndole respirar. Richard trataba desesperadamente de controlar esa magia y de relegar el dolor, tal como había aprendido a hacer. Pero esta vez no le funcionaba. Aterrorizado, se dio cuenta de que ya no la controlaba.
Ahora era la mujer quien la controlaba.
El joven cayó al suelo de cara, tratando de gritar, de respirar, pero sin conseguirlo. Durante un instante pensó en Kahlan, pero enseguida el dolor le arrebató incluso ese recuerdo.
Ninguno de los soldados había roto el círculo. La mujer le colocó una bota en la nuca y apoyó el codo sobre la rodilla a la vez que se inclinaba sobre él. Con la otra mano, cogió un mechón de sus cabellos y le alzó la cabeza. Al inclinarse aún más hacia el joven, la piel de su uniforme crujió.
—Vaya, vaya —siseó—. Y yo que pensaba que tendría que torturarte durante muchos días para que te enfadaras y usaras tu magia contra mí. Bueno, no te apures. Tengo otros motivos para torturarte.
En medio del dolor, Richard fue consciente de que había cometido un terrible error. De algún modo, había entregado a esa mujer el control de la magia de la espada. Sabía que nunca había estado en peor situación. «Al menos Kahlan está a salvo —se dijo—. Eso es lo único que importa».
—¿Quieres que el dolor cese, cielito?
La pregunta lo encolerizó. Pero la ira que sintió hacia la mujer y el ansia de matarla aumentaron el dolor.
—No —logró decir, poniendo toda su fuerza en el empeño.
La mujer se encogió de hombros y le soltó la cabeza.
—Como quieras. Cuando decidas que quieres que el dolor de la magia cese, lo único que debes hacer es dejar de pensar esas cosas tan feas sobre mí. A partir de ahora, yo controlo la magia de tu espada. Bastará con que pienses siquiera en levantar un dedo contra mí para que el dolor de la magia te inmovilice. —La mujer sonrió—. Ése será el único dolor que podrás controlar. Piensa algo agradable sobre mí y cesará.
»Desde luego, yo también tendré control sobre el dolor de la magia y podré hacértelo sentir cada vez que desee. Y también puedo producirte otros tipos de dolor; ya te darás cuenta. Dime, cielito —añadió, frunciendo el ceño—, ¿trataste de usar la magia contra mí por estupidez o porque te crees un valiente?
—¿Quién… eres… tú?
La mujer le cogió de nuevo un mechón de cabello, le levantó la cabeza y se la torció para mirarlo a los ojos. Al inclinarse sobre él, la presión de la bota contra la nuca le produjo una oleada de dolor en los hombros. No podía mover los brazos. La mujer había arrugado el entrecejo, intrigada.
—¿No sabes quién soy? Todo el mundo de la Tierra Central me conoce.
—Yo soy de… la Tierra Occidental.
—¡De la Tierra Occidental! —La mujer arqueó las cejas, encantada—. Vaya, vaya. Qué maravilla. Esto va a ser muy divertido. —Su sonrisa se hizo más amplia para explicar—: Me llamo Denna. Ama Denna para ti, cielito. Soy una mord-sith.
—No pienso decirte dónde… está Kahlan. No me sacarás nada… ni aunque me mates.
—¿Quién? ¿Kahlan?
—La… Madre Confesora.
—La Madre Confesora —repitió Denna con desdén—. ¿Para qué iba a querer yo una Confesora? El amo Rahl me envió a buscarte a ti, Richard Cypher, sólo a ti. Uno de tus amigos te ha traicionado. —La mujer le torció la cabeza con más fuerza y apretó la bota—. Ya te tengo. Creí que sería difícil, pero apenas me has ofrecido diversión. Yo voy a ser la encargada de entrenarte, aunque, siendo de la Tierra Occidental, supongo que no sabrás de qué te hablo. Verás, una mord-sith siempre viste de rojo cuando va a entrenar a alguien. De este modo se disimula la sangre. Tengo la agradable sensación de que, antes de que acabe con tu entrenamiento, podré bañarme con tu sangre.
Denna le soltó la cabeza y apoyó todo su peso sobre la bota, sosteniendo la mano frente a la cara de Richard. El joven pudo ver que el dorso del guante estaba acorazado, incluso los dedos. De la muñeca le colgaba una especie de barra de piel color rojo sangre, de unos treinta centímetros, sujeta a una elegante cadena de oro. La barra oscilaba frente a los ojos de Richard.
—Esta barra se llama agiel. Es sólo uno de los instrumentos que utilizaré para entrenarte. —Denna le dirigió una suave sonrisa, arqueando una ceja—. ¿Curioso? ¿Quieres comprobar cómo funciona?
Denna presionó el agiel contra el costado de Richard, causándole tal dolor que el joven lanzó un grito, aunque no tenía ninguna intención de darle a la mujer la satisfacción de ver cuánto le dolía. El tormento del agiel en el costado le había puesto rígidos todos y cada uno de los músculos del cuerpo, y solamente podía pensar en acabar con aquel suplicio. Denna presionó apenas un poco más, haciendo que Richard gritara con más fuerza. Entonces, el joven oyó un chasquido y notó cómo una costilla se le rompía.
La mujer retiró el agiel y del costado de Richard manó sangre. El joven se quedó tendido en el suelo, cubierto de sudor, jadeando y con lágrimas que le fluían por las mejillas. Se sentía como si el dolor le estuviera haciendo pedazos todos los músculos de su cuerpo. En la boca tenía tierra y también sangre.
—Y, ahora, cielito, di «gracias, ama Denna, por enseñarme» —dijo la mujer con una cruel expresión—. Dilo —le ordenó, acercando su cara a la de Richard.
Richard concentró toda su fortaleza mental en el deseo de matarla y se imaginó cómo la Espada de la Verdad le atravesaba la cabeza.
—Muérete, zorra —replicó.
Denna se estremeció, entrecerró los ojos y se pasó la lengua por el labio superior con expresión de éxtasis.
—Oh, ésa ha sido una visión deliciosamente traviesa, cielito. Por supuesto, ya aprenderás a lamentarlo. Va a ser muy divertido entrenarte. Es una pena que no sepas nada sobre las mord-sith, pues, si no, tendrías mucho miedo. Me lo pasaré bien contigo. —La sonrisa de la mujer dejó al descubierto una dentadura perfecta—. Pero creo que lo que más me gustará será sorprenderte a ti.
Richard siguió pensando en matarla hasta que perdió el conocimiento.