25

No volvió a llover durante días, pero el cielo continuaba encapotado. Kahlan apenas recordaba haberlo visto de otro modo. Sonriendo para sí contemplaba sentada en un pequeño banco colocado contra el muro de una casa, cómo Richard construía el tejado de la casa de los espíritus. El sudor le caía al joven por la espalda desnuda, en la que se apreciaban los músculos y las cicatrices que le habían dejado las garras del gar.

Richard trabajaba con Savidlin y algunos hombres más, a los que enseñaba. Había dicho a Kahlan que no necesitaba que tradujera, pues el trabajo manual era universal y era mejor que los hombres barro dedujeran solos algunas cosas, pues así lo entenderían mejor y se sentirían más orgullosos de su trabajo.

Savidlin acribillaba a Richard con preguntas que éste no comprendía. El joven se limitaba a sonreír y daba explicaciones que para los demás resultaban ininteligibles, aunque usaba las manos en un lenguaje de signos que inventaba sobre la marcha. A veces los otros lo encontraban divertido y todos acababan riendo. Pese a los problemas de comprensión habían avanzado mucho.

Al principio Richard no le contó a Kahlan lo que se proponía; simplemente sonrió y dijo que tendría que esperar para verlo. Primero cogió bloques de arcilla de aproximadamente treinta por sesenta centímetros y les dio forma de onda; una mitad cóncava —como un canalón— y la otra convexa. Entonces los vació y pidió a las mujeres que cocían la cerámica que los metieran en el horno.

A continuación, fijó dos listones de madera iguales a un tablero plano, una a cada lado, y puso en el centro un trozo de arcilla blanda. Con un rodillo la aplanó y le dio el mismo grosor que los listones de madera. Tras cortar lo que sobraba en la parte superior e inferior del tablero, el resultado fueron piezas de arcilla de un grosor y tamaño uniforme, que cubrió y alisó sobre los moldes que las mujeres habían cocido. Con un palo hizo un agujero en las dos esquinas superiores.

Las mujeres lo seguían, observando atentamente lo que hacía, y él las reclutó como ayudantes. Al poco rato tenía todo un equipo de risueñas y locuaces mujeres que hacían las piezas y les daban forma, mejorando la técnica de Richard. Cuando las piezas de arcilla se secaran las sacarían de los moldes. Mientras éstas se cocían, las mujeres, ahora intrigadas, siguieron haciendo más. Preguntaron a Richard cuántas debían hacer, y éste les respondió que hasta que él les dijera basta.

El joven las dejó así ocupadas, se dirigió a la casa de los espíritus y empezó a construir una chimenea con los adobes que se usaban para las casas. Savidlin lo seguía, tratando de aprenderlo todo.

—Estás haciendo tejas de arcilla, ¿verdad? —le preguntó Kahlan.

—Sí —contestó Richard con una sonrisa.

—Pero Richard, yo he visto tejados de paja por los que no se cuela el agua.

—Yo también.

—¿Y por qué no te limitas a arreglar sus tejados de hierba para que no goteen?

—¿Sabes cómo se hace eso?

—No.

—Yo tampoco, pero como sé hacer tejas de arcilla eso es lo que tendré que enseñarles.

Mientras construía la chimenea y enseñaba a Savidlin cómo hacerlo, algunos hombres barro retiraban la hierba del tejado dejando al descubierto la armazón de postes que cubrían todo el edificio y a las que se habían sujetado las capas de hierba. Ahora servirían para asegurar las tejas.

Éstas se tendieron de una hilera de postes a la siguiente; el borde inferior quedaba sobre el primer poste y el superior sobre el segundo, y por los agujeros se ataban a los postes. La segunda hilera de tejas se dispuso de manera que su borde inferior quedara encima de la parte superior de la teja ya colocada, cubriendo los agujeros que sujetaban las tejas. Gracias a su forma ondulada, las tejas se entrelazaban. Puesto que eran más pesadas que la hierba, primero Richard había reforzado los postes desde abajo con soportes que iban del suelo al punto más alto del tejado, y los había apuntalado con otros transversales.

Casi todos los habitantes de la aldea colaboraban en la construcción. El Hombre Pájaro se dejaba caer por allí de vez en cuando, inspeccionaba el trabajo y parecía complacido. A veces se sentaba junto a Kahlan sin decir palabra, otras conversaba con ella, pero por lo general se limitaba a observar. Alguna que otra vez le preguntaba algo sobre el carácter de Richard.

Mientras Richard trabajaba, Kahlan estaba casi todo el tiempo sola. Las mujeres no aceptaban sus ofrecimientos de ayuda; los hombres guardaban las distancias y la vigilaban por el rabillo del ojo; y las muchachas jóvenes eran demasiado tímidas para atreverse a hablar con ella. A veces Kahlan las sorprendía mirándola fijamente, pero cuando les preguntaba cómo se llamaban ellas sólo sonreían tímidamente y huían. Los niños intentaban acercarse a ella, pero sus madres se lo impedían. Kahlan no podía ayudar a cocinar ni a hacer las tejas. Todos sus ofrecimientos eran rechazados amablemente con la excusa de que era una invitada de honor.

Pero ella sabía qué ocurría en realidad: era una Confesora y la temían.

Kahlan estaba acostumbrada a aquella actitud, a las miradas y a los susurros. Ya no la molestaba, como cuando era una jovencita. Recordaba que su madre le decía con una sonrisa que la gente era así y que no la haría cambiar, que no debía amargarse por ello y que un día estaría por encima de todo eso. Creía que lo había superado, que no le importaba, que había aceptado quién era, cómo eran las cosas y que no podría tener lo que el resto de la gente tenía, y que así debía ser. Pero eso era antes de conocer a Richard; antes de que se convirtiera en su amigo, de que la aceptara, de que hablara con ella, de que la tratara como una persona normal. De que se preocupara por ella.

Pero Richard no sabía quién era ella.

Finalmente Savidlin se había mostrado amistoso con ella y les había abierto a ambos las puertas de su pequeño hogar, donde vivía con su esposa, Weselan, y su hijo, Siddin. Richard y Kahlan podían dormir en el suelo. Aunque fuera a insistencia de Savidlin, Weselan había aceptado a Kahlan en su hogar con amable hospitalidad y no se mostraba fría con ella a espaldas de su marido. Por la noche, cuando era demasiado oscuro para seguir trabajando, Siddin se sentaba con Kahlan en el suelo y escuchaba con los ojos muy abiertos las historias que ésta le contaba sobre reyes y castillos, países remotos y fieras salvajes. El niño se sentaba en su regazo, le suplicaba que siguiera contando historias y la abrazaba. A Kahlan se le llenaban los ojos de lágrimas al pensar que Weselan se lo permitía, que no lo apartaba de su lado, que mostraba la amabilidad de no exteriorizar su miedo. Cuando Siddin se quedaba dormido, ella y Richard relataban a Savidlin y Weselan las peripecias de su viaje desde la Tierra Occidental. Savidlin, que respetaba el triunfo en la lucha, escuchaba con unos ojos casi tan abiertos como los de su hijo.

El Hombre Pájaro parecía contento con el nuevo tejado. Cuando vio lo suficiente para imaginarse cómo funcionaría, sonrió para sí y meneó la cabeza lentamente. Pero los seis ancianos no se mostraban tan impresionados. Para ellos el que de vez en cuando les cayeran gotas de agua en el interior no era nada de lo que preocuparse; había sido así toda su vida y les contrariaba que de pronto llegara un forastero y les demostrara qué estúpidos habían sido. Algún día, cuando uno de los ancianos muriera, Savidlin se convertiría en uno de los seis. Kahlan deseó que ya lo fuera, pues no les iría nada mal contar con un aliado tan poderoso entre los ancianos.

Otra cosa que le inquietaba era qué sucedería si, después de que el tejado estuviera acabado, los ancianos se negaban a que Richard fuera nombrado hombre barro. Richard no le había prometido que no les haría daño. Aunque no era el tipo de persona capaz de hacer algo así, ante todo era el Buscador. Había más en juego que las vidas de un puñado de gente barro, mucho más, y el Buscador debía tenerlo en cuenta. Y ella también.

Kahlan no sabría decir si Richard era otro después de matar al último componente de la cuadrilla, si ahora era más duro. Cuando uno aprende a matar juzga las cosas de manera distinta; es más sencillo volver a matar. Ella lo sabía demasiado bien.

Ojalá Richard no hubiera acudido en su ayuda, ojalá no hubiera matado a ese hombre. Kahlan no era capaz de decirle que había sido un acto innecesario. Un hombre solo difícilmente hubiera podido matarla. Ésa era la razón por la que Rahl siempre enviaba a cuatro hombres tras las Confesoras: uno para que la Confesora lo tocara con su poder y otros tres para matar al primero y a la Confesora. A veces sólo quedaba uno, pero era suficiente cuando la Confesora ya había gastado su poder. ¿Pero uno solo? No tenía casi ninguna oportunidad. Aunque era fornido, ella era más rápida. Cuando hubiera blandido la espada, ella simplemente la habría esquivado con un salto y antes de poder usarla de nuevo lo habría tocado y hecho suyo. Eso hubiera sido su fin.

Kahlan sabía que nunca podría decir a Richard que no había sido necesario que lo matara. Lo que empeoraba las cosas era que él había matado por ella, porque creía que la estaba salvando.

Seguramente la siguiente cuadrilla ya estaba en camino; eran implacables. El hombre al que Richard dio muerte sabía que iba a morir, sabía que solo no tenía ninguna oportunidad contra una Confesora, pero incluso así atacó. No se detendrían, ni siquiera conocían el significado de esa palabra, nunca pensaban en nada más que en su objetivo.

Y disfrutaban haciendo lo que les hacían a las Confesoras.

Aunque no quería, no pudo evitar pensar en Dennee. Cada vez que pensaba en las cuadrillas no podía evitar recordar lo que le habían hecho.

Antes de que Kahlan se hiciera mujer, su madre contrajo una terrible enfermedad que ningún curandero fue capaz de curar. La horrible enfermedad la consumió y acabó con ella rápidamente. Las Confesoras formaban una hermandad muy unida; el problema de una era el de todas. La madre de Dennee se hizo cargo de Kahlan y la consoló. Las dos muchachas eran muy buenas amigas y les encantó convertirse en hermanas, tal como a partir de entonces se llamaron. Eso ayudó a Kahlan a aliviar el dolor por la pérdida de su madre.

Dennee era una muchacha frágil, como su madre. No poseía el mismo poder y fortaleza que Kahlan y, con el tiempo, ésta se fue convirtiendo en su defensora y guardiana, protegiéndola de las situaciones que requerían más fuerza de la que Dennee era capaz de mostrar. Después de usar su poder Kahlan era capaz de recuperarse en una o dos horas, pero Dennee podía necesitar hasta varios días.

Y llegó el fatídico día en el que Kahlan tuvo que ir a escuchar la confesión de un asesino que iba a ser colgado. En realidad, le correspondía a Dennee, pero Kahlan había ido en su lugar por evitarle el mal trago a su hermana. Dennee odiaba tomar confesiones, odiaba ver la mirada en los ojos del confesante. A veces lloraba días enteros. Ella nunca le habría pedido a Kahlan que fuera en su lugar, pero el alivio en su cara cuando ésta le dijo que iría fue suficiente. A Kahlan tampoco le gustaba escuchar confesiones, pero era más fuerte, sabia y reflexiva. Comprendía y aceptaba que ser Confesora era su poder; era lo que ella era y no le dolía tanto como a Dennee. Kahlan siempre había sido capaz de poner antes la cabeza que el corazón y hubiera hecho cualquier trabajo sucio si así se lo ahorraba a Dennee.

De camino a casa Kahlan oyó unos suaves quejidos a un lado del camino; eran gemidos agónicos. Para su horror descubrió a Dennee entre los arbustos, desmadejada.

—Iba a...buscarte... Quería caminar contigo a casa —dijo Dennee cuando Kahlan colocó la cabeza de la joven en su regazo—. Una cuadrilla me atrapó. Lo siento. Acabé con uno, Kahlan. Lo toqué. Acabé con uno. Habrías estado orgullosa de mí.

Horrorizada, Kahlan sostenía la cabeza de su hermana, consolándola y diciéndole que todo se arreglaría.

—Por favor, Kahlan... bájame el vestido —La voz de Dennee sonaba como si viniera de muy lejos; débil y floja—. Yo no puedo mover los brazos.

Superado el momento de pánico, Kahlan vio por qué: se los habían roto brutalmente y ahora le colgaban inútiles a los lados, doblados en ángulos no naturales. De una oreja le manaba sangre. Kahlan le bajó lo que quedaba del vestido, empapado en sangre, cubriéndola como buenamente pudo. La cabeza la daba vueltas por el horror de lo que los hombres habían hecho y en la garganta notaba como una sensación de ahogo que le impedía hablar. Kahlan trataba de contener los gritos, por miedo a asustar a su hermana aún más. Sabía que tenía que ser fuerte por ella una última vez.

Dennee susurró el nombre de Kahlan y le indicó que se acercara más.

—Ha sido Rahl el Oscuro... Él no estaba aquí, pero ha sido él.

—Lo sé —repuso Kahlan con toda la ternura que fue capaz de reunir—. Échate, te pondrás bien. Te llevaré a casa. —Sabía perfectamente que era una mentira, que Dennee no iba a ponerse bien.

—Por favor, Kahlan, mátalo —susurró su hermana—. Pon fin a esta locura. Ojalá tuviera la fuerza necesaria para matarlo. Hazlo tú por mí.

Kahlan sintió la rabia que hervía en su interior. Era la primera vez que deseaba usar el poder para hacer daño a alguien y matarlo. Estuvo a punto de sentir algo que nunca antes había sentido; una terrible cólera, una fuerza que le nacía de muy dentro, de su propia esencia. Con dedos temblorosos acarició los ensangrentados cabellos de su querida Dennee.

—Lo haré —le prometió.

Dennee se relajó en sus brazos. Kahlan se quitó el colgante con el hueso y lo colocó alrededor del cuello de su hermana.

—Toma, es para ti. Te protegerá.

—Gracias, Kahlan. —La joven sonrió. De sus grandes ojos le brotaban lágrimas que le corrían por la pálida piel de las mejillas—. Pero ahora nada puede protegerme. Sálvate tú. No dejes que te cojan. Les gusta. Me hicieron tanto daño... y disfrutaron. Se rieron de mí.

Kahlan cerró los ojos para no tener que presenciar el dolor de su hermana, la acunó en sus brazos y la besó en la frente.

—No me olvides, Kahlan. Recuerda lo bien que lo pasamos.

—¿Malos recuerdos?

Kahlan irguió bruscamente la cabeza volviendo de golpe a la realidad. El Hombre Pájaro se había acercado a ella silenciosamente, sin hacerse notar. Kahlan asintió y apartó la mirada.

—Por favor, perdóname por mostrar debilidad—dijo, aclarándose la voz y secándose las lágrimas con los dedos.

El hombre la contempló con sus ojos marrones y se sentó junto a ella en el corto banco con un ágil movimiento.

—Ser una víctima no es una debilidad, muchacha.

Kahlan se limpió la nariz con el dorso de la mano y se tragó el gemido que trataba de salirle por la boca. Se sentía tan sola. Echaba tanto de menos a Dennee... El Hombre Pájaro le pasó tiernamente el brazo por encima del hombro y le dio un breve y paternal abrazo.

—Pensaba en mi hermana, Dennee. Rahl mandó asesinarla. Yo la encontré y... murió en mis brazos... La torturaron. Rahl no se contenta con matar. Tiene que ver cómo la gente sufre antes de morir.

El Hombre Pájaro asintió comprensivamente.

—Aunque seamos distintos sufrimos igual.—Con el pulgar limpió una lágrima de la mejilla de la mujer y buscó algo en el bolsillo—.Extiende la mano.

Ella lo hizo y el hombre le puso unas cuantas semillas de pequeño tamaño. Entonces inspeccionó el cielo y sopló el silbato silencioso, el que llevaba colgado al cuello. Pocos minutos después un pájaro pequeño y de un color amarillo brillante se posó en su dedo con un batir de alas. El Hombre Pájaro acercó su mano a la de Kahlan, de modo que el pájaro comiera las semillas de la mano de la mujer. Kahlan notaba las diminutas patas del ave que se aferraban a ella mientras picoteaba. El pájaro era tan bonito y brillante que Kahlan no pudo evitar sonreír. Al acabar las semillas, el ave batió las alas y se quedó en su mano, sin demostrar ningún miedo.

—Me pareció que te gustaría contemplar algo bello entre tanta fealdad.

—Gracias—repuso Kahlan con una sonrisa.

—¿Quieres quedártelo?

Kahlan contempló el pájaro durante unos instantes; sus largas plumas brillantes, el modo como ladeaba la cabeza. Pero lo lanzó al aire.

—No tengo ningún derecho—explicó mientras miraba cómo se alejaba volando—.Tiene que ser libre.

El Hombre Pájaro asintió una sola vez con una leve sonrisa que le iluminó la cara. Entonces se inclinó hacia adelante, apoyó los antebrazos en las rodillas y observó la casa de los espíritus. Tal vez un día más y el tejado quedaría acabado. Largos mechones de pelo gris plateado le cayeron enmarcándole el rostro y ocultándolo a Kahlan. Ésta observó cómo trabajaba Richard. La mujer deseaba con todo su corazón que la abrazara, y se desesperaba porque sabía que no podía permitir que eso ocurriera.

—¿Deseas matar a ese hombre, a Rahl el Oscuro?—inquirió el Hombre Pájaro sin mirarla.

—Con todas mis fuerzas.

—¿Y posees el poder suficiente?

—No—admitió.

—¿Y la espada del Buscador posee el poder suficiente para matarlo?

—No. ¿Por qué lo preguntas?

Las nubes eran cada vez más oscuras a medida que el día tocaba a su fin. Volvía a caer una ligera llovizna, y la penumbra entre las casas se iba haciendo más y más profunda.

—Como tú misma dijiste, es peligroso estar con una Confesora que necesita algo con urgencia. Creo que también puede aplicarse al Buscador. Quizá con más razón.

—No quisiera tener que poner palabras a lo que Rahl el Oscuro hizo con sus propias manos al padre de Richard, porque aún temerías más al Buscador. Pero debes saber que Richard también habría dejado al pájaro en libertad.

El Hombre Pájaro pareció reír silenciosamente.

—Tú y yo somos demasiado listos para jugar con las palabras. Vamos a hablar claramente.—El hombre se recostó en la pared y cruzó los brazos sobre el pecho—.He tratado de convencer a los ancianos de que el Buscador está haciendo algo maravilloso por nuestra gente y lo bueno que es que nos esté enseñando estas cosas. Pero ellos no están tan seguros; se aferran a las viejas costumbres, pueden ser obstinados, a veces tanto que me desesperan. Temo lo que tú y el Buscador haréis a mi gente si los ancianos dicen no.

—Richard te ha dado su palabra de que no les hará ningún daño.

—Las palabras no son tan espesas como la sangre de un padre, ni la de una hermana.

Kahlan se apoyó en el muro y se arrebujó en la capa para protegerse de la húmeda brisa.

—Soy Confesora porque nací así. Yo no busqué el poder y, de haber podido elegir, hubiera preferido ser como los demás. Pero debo vivir con lo que me ha sido otorgado y sacar el mayor provecho posible. Pese a lo que puedas pensar de las Confesoras, pese a lo que la mayoría de personas piensan, nosotras estamos aquí para servir a la gente, para servir a la verdad. Yo amo a todos los habitantes de la Tierra Central y daría mi vida por protegerlos y preservar su libertad. Ése es mi único deseo. No obstante, estoy sola.

—Richard no te quita ojo de encima, vela por ti, se preocupa.

—Richard viene de la Tierra Occidental—replicó Kahlan, mirándolo por el rabillo del ojo—.No sabe qué soy. Si lo supiera...

—Por ser alguien que sirve a la verdad...—comentó el Hombre Pájaro enarcando una ceja.

—Por favor, no me lo recuerdes. Es un problema que yo misma me he buscado y mucho temo las consecuencias que deberé sufrir. Pero eso sólo prueba mis palabras. La gente barro habita una tierra muy alejada de los otros pueblos. En el pasado os pudisteis permitir el lujo de mantener fuera del alcance de los problemas, pero este problema tiene los brazos muy largos y os alcanzará. Los ancianos pueden dar las razones que quieran para negarse a ayudarnos, pero no podrán encontrar razones contra las fauces de la verdad. Si algunos de ellos ponen el orgullo por encima de la sabiduría toda tu gente pagará el precio.

El Hombre Pájaro escuchó atentamente y con respeto. Kahlan se volvió hacia él y añadió:

—Sinceramente, en estos momentos no puedo decir lo que haré si los ancianos dicen que no. No deseo hacer daño a tu gente, sino evitarles el dolor que he presenciado. He visto lo que Rahl el Oscuro hace a la gente y sé qué piensa hacer. Si supiera que podría detener a Rahl matando al encantador hijo de Savidlin lo haría sin vacilar, con mis propias manos si fuera necesario, porque por mucho que me doliera hacerlo sé que de ese modo salvaría la vida de muchos otros niños. Es una espantosa carga la que llevo, la carga del guerrero. Tú también has tenido que matar a otros hombres para salvar a otros y sé que no disfrutaste con ello. Rahl el Oscuro disfruta matando, créeme. Por favor, ayúdame a salvar a tu gente sin tener que hacer daño a nadie.—Las lágrimas le corrían por las mejillas—.Por nada del mundo quisiera hacer daño a nadie.

El hombre la atrajo tiernamente hacia sí y dejó que sollozara contra su hombro.

—La gente de la Tierra Central es afortunada de que luches por ella.

—Si logramos encontrar lo que buscamos y evitamos que caiga en manos de Rahl el Oscuro antes del primer día de invierno, Rahl morirá. Nadie resultará herido. Peronecesitamos ayuda para encontrarlo.

—El primer día de invierno. Muchacha, eso está a la vuelta de la esquina. El otoño ya toca a su fin.

—Yo no dicto las reglas de la vida, honorable anciano. Si conoces el secreto para detener el tiempo, dímelo, te lo ruego.

El Hombre Pájaro no supo qué responder.

—Te he observado antes, Confesora. Siempre has respetado los deseos de la gente barro y nunca nos has hecho ningún daño. Y lo mismo ha hecho el Buscador. Yo estoy de vuestro lado y haré lo que pueda para convencer a los demás. Sólo deseo que mis palabras basten. No deseo que le pase nada malo a mi gente.

—No nos temas ni al Buscador ni a mí—dijo Kahlan, recostada contra su hombro y con la mirada perdida—.Teme al de D’Hara. Caerá sobre vosotros como una tormenta para destruiros. No tenéis ninguna oportunidad contra él. Os aplastará.

Esa noche, sentada en el suelo de la cálida cabaña de Savidlin, Kahlan narró a Siddin el cuento del pescador que se convirtió en pez y vivió en el lago, robando los cebos de los anzuelos sin que nunca lo pescaran. Era un viejo cuento que su madre le había contado cuando era tan pequeña como Siddin. La cara de asombro del niño le recordaba lo emocionada que se sintió ella la primera vez que lo oyó.

Más tarde, mientras Weselan cocinaba raíces dulces y el agradable aroma se mezclaba con el humo, Savidlin enseñó a Richard cómo tallar puntas de flecha para diferentes animales, cómo endurecerlas en el fuego y cómo aplicar después veneno. Kahlan los miraba tumbada sobre una piel en el suelo, con Siddin dormido y acurrucado contra su estómago. La mujer acariciaba el oscuro cabello del pequeño y se le hacía un nudo en el estómago al recordar lo que había dicho al Hombre Pájaro; que estaría incluso dispuesta a matar al niño.

Ojalá pudiera retirar esas palabras. Odiaba que fuesen ciertas y deseaba no haberlo dicho. Richard no la había visto hablando con el Hombre Pájaro y ella no le había contado nada de su conversación. Era mejor no preocuparlo; que pasara lo que tuviera que pasar. Kahlan únicamente esperaba que los ancianos se atuvieran a razones.

El día siguiente amaneció ventoso y excepcionalmente cálido, con esporádicos chaparrones. A primera hora de la tarde una multitud se congregó en la casa de los espíritus, que ya tenía el tejado acabado y el fuego ardiendo en la nueva chimenea. Cuando las primeras volutas de humo salieron por la chimenea la gente lanzó pequeños gritos de asombro. Desde la puerta se asomaron al interior para ver el fuego arder sin que se llenara la habitación de humo. La idea de vivir sin humo en los ojos les parecía tan emocionante como vivir sin que les cayeran gotas de agua en la cabeza. Lo peor era la lluvia impulsada por el viento, como ese día, pues atravesaba directamente los tejados de hierba.

Todos contemplaron jubilosos cómo las tejas evacuaban el agua, manteniendo el interior seco. Richard descendió del tejado de excelente humor. El tejado estaba acabado, no goteaba, la chimenea tiraba bien y todo el mundo se sentía feliz por lo que había hecho por ellos. Los hombres que habían ayudado, orgullosos de lo que habían logrado y de lo que habían aprendido, hacían de guías, señalando animadamente a los demás los detalles más remarcables de la construcción.

Haciendo caso omiso de los espectadores, Richard se detuvo únicamente para ceñirse la espada antes de encaminarse al centro de la aldea donde los ancianos aguardaban en uno de los cobertizos que se sostenían sobre postes. Kahlan se colocó a su izquierda y Savidlin a su derecha, con la intención de hablar en su favor. Al ver que se alejaba, la multitud lo siguió, avanzando entre las casas, riendo y gritando. Richard apretaba la mandíbula en gesto de determinación.

—¿Te parece necesario llevar la espada? —preguntó Kahlan.

El joven la miró sin dejar de avanzar con largas zancadas y sonrió torciendo la boca. El agua de la lluvia le caía del cabello mojado y enmarañado.

—Soy el Buscador.

—Richard, no juegues conmigo. —Kahlan le lanzó una mirada de desaprobación—. Ya sabes a qué me refiero.

—Sólo espero que les sirva de recordatorio de que deben hacer lo correcto —repuso Richard, sonriendo más abiertamente.

Kahlan notaba una desagradable sensación en la boca del estómago que le decía que las cosas se le estaban escapando de las manos, que Richard iba a hacer algo terrible si los ancianos lo rechazaban. El joven había trabajado duro de sol a sol con una sola idea en la cabeza: ganárselos. Ciertamente se había ganado a la mayoría de la gente barro, pero no a los que de verdad contaban. Kahlan temía que no hubiera pensado qué haría si le decían que no.

Toffalar los esperaba altivo en el centro de la estructura de postes por la que se colaba el agua. La lluvia que goteaba a su alrededor formaba pequeños charcos en el suelo. Lo rodeaban Surin, Caldus, Arbrin, Breginderin y Hanjalet, todos ataviados con sus pieles de coyote, que, tal como Kahlan sabía, sólo llevaban en los actos oficiales. Parecía que toda la aldea estaba presente. El pueblo ocupó el área abierta y se sentó bajo los tejados de los cobertizos sin paredes. Todo trabajo había cesado; todo el mundo esperaba que los ancianos se pronunciaran sobre su futuro.

Kahlan distinguió al Hombre Pájaro entre algunos cazadores situados al lado de un poste que sostenía el tejado que cubría a los ancianos. Cuando sus ojos se encontraron, a la mujer se le cayó el alma a los pies. Agarró a Richard por la manga y se inclinó hacia él.

—No olvides que, digan lo que digan los ancianos, tenemos que salir de aquí si queremos detener a Rahl. ConEspada de la Verdado sin ella nosotros somos dos y ellos muchos.

—Honorables ancianos —empezó a decir Richard con voz alta y clara, sin hacer caso de Kahlan, que empezó a traducir—. Me complace anunciaros que la casa de los espíritus tiene un nuevo tejado que no deja pasar la lluvia. Asimismo he tenido el privilegio de enseñar a vuestra gente a construir esos tejados, para que puedan mejorar otros edificios de la aldea. Lo he hecho por el respeto que siento por la gente barro y no espero nada a cambio. Sólo deseo que os sintáis complacidos.

Los seis ancianos escucharon la traducción de Kahlan con expresión adusta. Al acabar se hizo un largo silencio, finalmente roto por Toffalar que habló en tono decidido:

—No estamos complacidos.

—¿Por qué? —inquirió Richard con gesto sombrío cuando Kahlan le tradujo la respuesta.

—Un poco de lluvia no reduce la fuerza de la gente barro. Tu tejado no gotea pero solamente porque es ingenioso. Los forasteros son ingeniosos, pero la gente barro no somos así. Si lo aceptamos, los forasteros empezarían a decirnos qué debemos hacer. Sabemos lo que pretendes. Quieres convertirte en uno de nosotros para que convoquemos una reunión para ti. No es más que otro ingenioso truco de forastero para obtener algo de nosotros. Tú deseas arrastrarnos a tu lucha. ¡Pero nosotros decimos no! Dejad el tejado de la casa de los espíritus como estaba antes—ordenó a Savidlin—.Tal como lo querían nuestros honorables antepasados.

Savidlin se quedó lívido pero no se movió. El anciano se volvió hacia Richard con una ligera sonrisa en sus labios apretados.

—Ahora que tus trucos han fallado—dijo desdeñoso—,¿piensas hacer daño a nuestra gente, Richard, el del genio pronto?—Era una pulla para tratar de desacreditarlo.

Kahlan nunca había visto a Richard con un aspecto tan peligroso. El joven lanzó una dura y breve mirada al Hombre Pájaro para después posarla en los seis ancianos situados bajo cubierto. La mujer contuvo la respiración. La multitud guardaba absoluto silencio. Lentamente Richard se volvió hacia los congregados.

—No haré ningún daño a vuestra gente —anunció con voz serena. Se oyó un suspiro colectivo de alivio cuando Kahlan tradujo estas palabras. Cuando se apagó, Richard prosiguió—: Pero lamento lo que va a pasarles. —Sin volverse hacia los ancianos alzó lentamente el brazo, señalándolos—. Pero no lo lamento por vosotros seis. La muerte de los estúpidos no es lamentable. —Richard escupió las palabras como si fueran veneno. La multitud ahogó un grito.

El rostro de Toffalar se contrajo de rabia. Los espectadores empezaron a cuchichear asustados. Kahlan miró al Hombre Pájaro, que parecía haber envejecido de pronto. En sus ojos de un profundo marrón la mujer leyó cuánto lo sentía. Por un instante sus ojos se mantuvieron la mirada y compartieron el dolor de lo que ambos sabían que iba a ocurrir. Después el hombre bajó la mirada al suelo.

En un repentino y veloz movimiento, Richard giró sobre sus talones al tiempo que desenvainaba laEspada de la Verdad.Fue tan rápido que casi todos, incluidos los ancianos, dieron un paso atrás y se quedaron paralizados. En los rostros de los seis ancianos se leía el miedo que sentían. La multitud empezó a retroceder lentamente pero el Hombre Pájaro no se movió. Kahlan temía la furia de Richard y la comprendía. Decidió no interferir; sólo podía hacer lo necesario para proteger al Buscador, hiciera lo que hiciese. No se oía ni un susurro; el único sonido en el silencio absoluto fue el típico ruido del acero. Con los dientes apretados Richard apuntó a los ancianos con la reluciente espada, acercando la punta a pocos centímetros de sus caras.

—Mostrad el coraje para hacer una última cosa por vuestra gente. —Kahlan tradujo de manera instintiva, demasiado estupefacta para hacer otra cosa. El tono de Richard le causaba escalofríos. Entonces el joven hizo algo increíble: dio la vuelta a la espada y se la ofreció a los ancianos por la empuñadura—. Tomad mi espada —ordenó— y usadla para matar a las mujeres y los niños. Será más compasivo que lo que Rahl el Oscuro les hará. Tened valor para ahorrarles la tortura que sufrirán sin remedio. Sed compasivos y concededles una muerte rápida. —La expresión de Richard era tal que los rostros de los ancianos parecieron marchitarse.

Kahlan oyó el llanto de algunas mujeres aferrándose a sus hijos. Los ancianos, invadidos por un terror que no habían esperado sentir, no se movieron. Finalmente sus ojos esquivaron la feroz mirada de Richard. Cuando todos comprendieron claramente que no tenían valor para coger la espada, Richard la introdujo de nuevo en su vaina con movimientos precisos como si lentamente se extinguiera la última esperanza de salvación; era el gesto inequívoco de que los ancianos habían perdido para siempre la ayuda del Buscador. Era algo tan irrevocable que asustaba.

Cuando, finalmente, Richard apartó de los ancianos su ardiente mirada y sus ojos se posaron en Kahlan, el gesto le cambió. La mujer tragó con fuerza al contemplar la mirada que había en los ojos del joven. Era una mirada de dolor por personas a las que había aprendido a querer y que no podía ayudar. Todos los ojos estaban posados en él mientras separaba la distancia que los separaba y la cogía dulcemente del brazo.

—Vamos a recoger nuestras cosas y nos marchamos —le dijo suavemente—. Hemos perdido mucho tiempo. Ojalá no haya sido demasiado. —Tenía los ojos húmedos—. Lo siento, Kahlan... Siento haberme equivocado.

—Tú no te has equivocado, Richard; ellos sí. —La cólera que Kahlan sentía hacia los ancianos también era definitiva; era una puerta que se cerraba a cualquier esperanza para esa gente. Ya no le preocupaban; estaban muertos. Les habían ofrecido una oportunidad y ellos habían sellado su destino.

Al pasar junto a Savidlin los dos hombres se estrecharon los brazos por un momento, sin mirarse a los ojos. Nadie más hizo ademán de marcharse; se quedaron allí y miraron a los dos forasteros que rápidamente se abrían paso entre ellos. Algunos alargaban la mano y tocaban levemente a Richard. Éste les devolvía el gesto de simpatía apretándoles el brazo, incapaz de encontrarse con su mirada.

En la casa de Savidlin recogieron sus cosas y metieron las capas dentro de las mochilas. Los dos permanecían en silencio. Kahlan se sentía vacía y agotada. Cuando, finalmente, sus miradas se cruzaron, se fundieron en un abrazo sin palabras, compartiendo el dolor por sus nuevos amigos y lo que sabían que iba a pasarles. Habían apostado lo único que tenían —tiempo— y habían perdido.

Después de separarse Kahlan puso las últimas cosas en la mochila y cerró la solapa. Richard volvió a sacar la capa, y la mujer vio que metía de nuevo la mano dentro y buscaba algo, cada vez con más urgencia. Se acercó a la puerta para tener más luz y miró mientras hurgaba en el interior frenéticamente. El brazo que sostenía la mochila descendió y alzó el rostro hacia el de Kahlan, con gesto de alarma.

—La piedra noche ha desaparecido. —El modo en que lo dijo la asustó.

—Tal vez la dejaste fuera, en alguna parte...

—No, nunca la he sacado de la mochila. Nunca.

Kahlan no comprendía por qué se mostraba tan alterado.

—Richard, ya no la necesitamos, ya hemos cruzado el paso. Estoy segura de que Adie no se enfadará porque la hayas perdido. Tenemos preocupaciones más importantes.

—No lo entiendes —dijo Richard, aproximándose a la mujer un paso—. Tenemos que encontrarla.

—¿Por qué? —inquirió Kahlan con ceño.

—Porque creo que despierta a los muertos. —Kahlan se quedó boquiabierta—. Kahlan, lo he estado pensando mucho. ¿Te acuerdas lo nerviosa que estaba Adie cuando me la dio y cómo no dejó de mirar alrededor hasta que me la guardé? ¿Y recuerdas cuando las sombras empezaron a seguirnos en el paso? Fue después de sacarla. ¿Recuerdas?

—Pero incluso si otra persona la usa —objeto la mujer, con los ojos muy abiertos—, Adie dijo que sólo te funcionaría a ti.

—Sólo se refería a dar luz. No dijo nada de despertar a los muertos. No puedo creer que no me advirtiera.

Kahlan apartó los ojos, pensativa. Entonces lo comprendió y cerró los ojos.

—Sí que te advirtió, Richard. Te avisó con un acertijo de hechicera. Lo siento, no le di importancia. Es típico de las hechiceras; no siempre dicen claramente lo que saben para advertir a los demás, a veces lo hacen en forma de acertijo.

—No pudo creerlo. —Richard se volvió hacia la puerta y miró al exterior—. El mundo está al borde de la destrucción y a ella no se le ocurre nada más que proponernos acertijos. ¡Debería habérnoslo dicho! —gritó, golpeando el marco de la puerta con el puño.

—Richard, quizá tenía una razón, quizás ésa era la única manera.

—Si realmente la necesitas, eso es lo que dijo —recordó Richard, mirando al exterior y pensando—. Como el agua, sólo es valiosa en las circunstancias adecuadas, aunque para alguien que se ahoga no le sirve de nada y es un gran problema. Así trataba de advertirnos. Un gran problema. —Volvió a entrar en la casa, cogió de nuevo la mochila y echó otro vistazo dentro—. Estaba aquí anoche. La vi. ¿Dónde puede haber ido a parar?

Ambos alzaron la vista al mismo tiempo y sus ojos se encontraron.

—Siddin —dijeron al unísono.

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