22

Zedd abrió los ojos de repente. En el aire flotaba un fuerte aroma de sopa picante. Sin moverse miró cautelosamente alrededor. Chase yacía a su lado, de las paredes colgaban huesos y fuera se veía oscuro. Se miró su propio cuerpo y vio que tenía huesos encima. Sin moverse hizo que se elevaran suavemente en el aire, flotaran a un lado y se posaran silenciosamente en el suelo. Acto seguido se levantó sin hacer ningún ruido. Se encontraba en una casa atestada de huesos, de huesos de bestias. Se volvió y se topó cara a cara con una mujer, que igualmente acababa de darse media vuelta.

Asustados, ambos gritaron y alzaron sus flacuchos brazos.

—¿Quién eres? —preguntó Zedd, inclinándose hacia adelante y clavando la vista en esos ojos blancos.

La mujer pilló la muleta al vuelo justo cuando iba a caerse al suelo y se la encajó de nuevo bajo el brazo.

—Soy Adie —contestó con voz cascada—. ¡Qué susto me das! No esperaba que despertaras tan pronto.

—¿Cuántas comidas me he perdido? —inquirió Zedd al tiempo que se alisaba la túnica.

—Por tu aspecto, yo digo que demasiadas —replicó Adie, ceñuda, tras examinarlo de la cabeza a los pies.

Una amplia sonrisa arrugó las mejillas de Zedd. También él miró a Adie de la cabeza a los pies.

—Eres una mujer muy atractiva —declaró. Inclinando la cabeza, tomó una de sus manos y la besó levemente, tras lo cual se irguió con gesto altivo y anunció, alzando un huesudo dedo—: Zeddicus Zu’l Zorander, a vuestros pies, señora. ¿Qué le pasa a tu pierna? —preguntó, inclinándose hacia adelante.

—Nada. Está perfectamente.

—No, no —dijo frunciendo el entrecejo y señalando—. Ésa no, la otra pierna.

Adie bajó la vista hacia el pie que le faltaba y luego miró de nuevo a Zedd.

—No llega al suelo. ¿Le pasa algo a tus ojos?

—Bueno, espero que aprendieras bien la lección; ahora ya sólo te queda un pie. —El gesto adusto de Zedd se tornó en una amplia sonrisa, para añadir con voz débil—: Y lo que le pasa a mis ojos es que se estaban muriendo de hambre y ahora se encuentran en la gloria llenos de un júbilo expectante.

—¿Te gustaría comer un poco de sopa, mago? —ofreció Adie con una media sonrisa.

—Creí que nunca ibas a preguntármelo, hechicera.

Adie cruzó la habitación cojeando para dirigirse al fuego, sobre el que colgaba un caldero. Zedd la siguió. Después de llenar dos cuencos la mujer los llevó a la mesa. Apoyó la muleta contra la pared, se sentó frente al mago y cortó dos gruesas rebanadas de pan y dos trozos de queso, tras lo cual ofreció uno de cada al mago. Zedd se inclinó sobre el cuenco y se dispuso a atacar, pero apenas había tomado una cucharada cuando se quedó quieto y alzó la mirada hacia los ojos blancos de la mujer.

—Esta sopa la ha preparado Richard —afirmó con voz serena. La segunda cucharada se había quedado a medio camino entre el cuenco y la boca.

Adie cortó un trozo de pan y lo mojó en la sopa mientras miraba al mago.

—Es cierto. Tienes suerte; la que yo hago no es tan buena.

—¿Y dónde está? —preguntóZedd,mirando a su alrededor y bajando la cuchara.

Adie dio sendos mordiscos al pan y al queso y los masticó sin apartar los ojos de Zedd. Cuando los hubo tragado, contestó:

—Él y la Madre Confesora se marchan hacia la Tierra Central por el paso. Pero para él la Confesora sigue siendo sólo Kahlan; ella aún le oculta su identidad. —A continuación pasó a contarle cómo Richard y Kahlan acudieron a ella en busca de ayuda.

Zedd cogió el queso en una mano, el pan en la otra y fue dando alternativamente bocados a uno y otro. Al enterarse de que Adie lo había alimentado sólo con gachas no pudo reprimir una mueca de dolor.

—Richard me dijo que no puede esperarte, pero que tú lo entiendes. El Buscador me da instrucciones para Chase; quiere que regrese y tome las medidas oportunas para cuando el Límite caiga y para enfrentarse a las fuerzas de Rahl. Siente mucho no saber cuál es tu plan, pero se teme que no puede esperar.

—Mucho mejor así —comentó a media voz—, porque mi plan no lo incluye a él.

Zedd centró toda su atención en la comida. Cuando se acabó la sopa, fue al caldero y se sirvió otro cuenco. Ofreció más a Adie, pero la hechicera aún iba por el primero, pues había estado demasiado ocupada observando al mago. Cuando éste se sentó de nuevo, Adie le ofreció más pan y más queso.

—Richard te oculta un secreto —susurró la anciana—. Si no fuera por ese asunto con Rahl, no digo nada, pero creo que debes saberlo.

A la luz de la lámpara la cara del mago, ya de por sí delgada, lo parecía aún más y también dura, en acentuado contraste con las sombras. Zedd cogió la cuchara, fijó un momento los ojos en la sopa y volvió a alzarlos hacia Adie.

—Como bien sabes, todos tenemos secretos —le dijo—, y los magos, los que más. Si lo supiéramos todo de todos éste sería realmente un mundo muy extraño. ¡Y con lo divertido que es contar secretos! —Sus delgados labios esbozaron una sonrisa y sus ojos chispearon—. Pero no temo ningún secreto de alguien en quien confío, y él tampoco tiene por qué temer los míos. Es lo que tiene la amistad.

Adie se recostó en el respaldo de la silla y mientras clavaba sus blancos ojos en el mago, su media sonrisa reapareció.

—Por su bien, espero que no lamentes esa confianza. No me gustaría dar motivos a un mago para que se enfadara.

Zedd se encogió de hombros.

—Comparado con los demás magos soy bastante inofensivo.

Adie estudió los ojos de Zedd a la luz de la lámpara.

—Mientes —proclamó en un ronco susurro.

Zedd carraspeó y se apresuró a cambiar de tema.

—Parece ser que debo darte las gracias por cuidarme, mi querida señora.

—Muy cierto.

—Y también por ayudar a Richard y Kahlan, sin olvidar al guardián del Límite —añadió, señalando con la cuchara a Chase—. Estoy en deuda contigo.

—Tal vez algún día puedes devolverme el favor. —La sonrisa de Adie era ahora más amplia.

Zedd se arremangó la túnica y continuó comiendo sopa, aunque no tan vorazmente como antes. El mago y la hechicera no se quitaban el ojo de encima. Las llamas de la chimenea crepitaban, y fuera los grillos y otros bichos nocturnos cantaban. Chase seguía durmiendo.

—¿Cuánto hace que se marcharon? —quiso saber Zedd.

—Hace siete días que te dejan a ti y al guardián del Límite a mi cuidado.

Zedd acabó la sopa y apartó suavemente el cuenco. Entonces puso las manos encima de la mesa y las observó, al tiempo que tamborileaba los dedos unos contra otros. La luz de la lámpara parpadeaba y danzaba en su mata de pelo blanco.

—¿Dijo Richard cómo iba a encontrarlo?

De momento Adie no contestó. El mago esperaba, jugueteando con los dedos, hasta que, al fin, la mujer dijo:

—Le doy una piedra noche.

—¡Que hiciste qué! —Zedd se levantó de un salto.

—¿Quieres que los haga cruzar el paso de noche, sin ver nada? —replicó Adie calmosamente, mirando a Zedd a los ojos—. Sin poder ver es una muerte segura. Yo quiero que pase, que lo consiga. No tengo otra manera de ayudarlo.

El mago apoyó los nudillos en la mesa y se inclinó hacia adelante, con el ondulado cabello blanco enmarcándole el rostro.

—¿Le advertiste al menos?

—Claro que sí.

—¿Cómo? —El mago entornó los ojos—. ¿Con un acertijo de hechicera?

Adie cogió dos manzanas y lanzó una a Zedd. Éste la detuvo en el aire con un encantamiento silencioso y la hizo flotar hacia él, girando lentamente, sin apartar la vista de la anciana hechicera.

—Siéntate, mago, y deja de exhibirte. —Con estas palabras hincó los dientes en la manzana y empezó a masticar lentamente. Zedd se sentó, no sin antes lanzar un bufido—. No quiero asustarlo más de lo que ya está. Si le digo lo que puede hacer una piedra noche, tal vez le da miedo usarla, y el resultado es que acaba en el inframundo. Sí, le advierto, pero con un acertijo, para que más tarde, después de cruzar el paso, se lo imagine.

—Diantre, Adie, tú no lo entiendes. —Zedd agarró la manzana en el aire con sus dedos, delgados como palos—. Richard odia los acertijos, siempre los ha odiado. Los considera un insulto a la honestidad. No los aguanta. Por principio no quiere saber nada de ellos. —Hubo un chasquido cuando Zedd dio un mordisco a la manzana.

—Pero es el Buscador; eso es lo que hace un Buscador: resolver acertijos.

—Acertijos de la vida, no con palabras —la corrigió Zedd, alzando un huesudo dedo—. Hay una gran diferencia.

Adie dejó la manzana y, apoyando las manos en la mesa, se inclinó hacia adelante. Una expresión de inquietud le suavizó el rostro.

—Zedd, yo sólo pretendo ayudarlo. Quiero que cruce el paso. Yo perdí el pie, pero él puede perder la vida allí. Si el Buscador muere, todos morimos. No pretendía hacerle ningún daño.

Zedd también dejó su manzana y apartó de sí el enojo con un ademán.

—Sé que tu intención era buena, Adie. No he querido sugerir lo contrario. Todo irá bien —agregó, cogiéndole la mano.

—He sido una estúpida —se recriminó Adie amargamente—. Richard me dice claramente que no le gustan los acertijos, pero no le hago caso. Zedd, ¿puedes localizarlo por la piedra noche y comprobar si ha logrado cruzar?

El mago asintió. Cerró los ojos y acercó el mentón al pecho mientras respiraba hondo tres veces. Después dejó de respirar largo rato. El aire se llenó del sonido débil y suave de un viento lejano que soplaba en una llanura abierta. Era un sonido solitario, siniestro, inquietante. Finalmente el sonido del viento se desvaneció, y el mago empezó a respirar de nuevo. Levantó la cabeza y abrió los ojos.

—Está en la Tierra Central. Ha logrado cruzar. —Adie asintió, aliviada.

—Te doy un hueso para que llegues sano y salvo al otro lado. ¿Irás tras él?

El mago apartó la mirada de los ojos blancos y la posó en la mesa.

—No —dijo en tono calmado—. Tendrá que solucionar esto, y otras cosas, él solo. Como tú misma has dicho, es el Buscador. Si queremos detener a Rahl el Oscuro debo ocuparme de un asunto muy importante. Espero que no se meta en demasiados líos.

—¿Secretos? —inquirió la hechicera con su leve sonrisa.

—Secretos. —El mago asintió—. Debo partir al instante.

Adie retiró la mano que Zedd cubría con la suya y acarició la curtida piel del mago.

—Está oscuro.

—Sí.

—¿Por qué no pasas aquí la noche y te vas al amanecer?

—¿Pasar aquí la noche? —Zedd levantó los ojos y la miró.

Adie se encogió de hombros, sin dejar de acariciarle las manos.

—A veces me siento muy sola.

—Bueno. —Una pícara sonrisa iluminó la faz de Zedd—, como acabas de decir, fuera está oscuro. Supongo que sería más sensato partir por la mañana. Esto no será uno de tus acertijos, ¿verdad? —preguntó, súbitamente carifruncido.

La hechicera negó con la cabeza y Zedd recuperó la sonrisa.

—He traído mi roca de mago. ¿Te gustaría probarla?

—Me encantaría. —Una tímida sonrisa suavizó el rostro de Adie, que lo miró mientras se recostaba en el respaldo y daba otro mordisco a la manzana.

—¿Desnuda? —preguntó Zedd enarcando una ceja.

El viento y la lluvia inclinaban la alta hierba que se mecía en amplias y lentas olas, mientras Richard y Kahlan avanzaban por la abierta llanura. Los árboles, en su mayoría grupitos de abedules y alisos que crecían en las riberas, eran escasos y estaban bastante distanciados. Kahlan observaba atentamente la hierba; se aproximaban al territorio de la gente barro. Richard la seguía silencioso y sin dejar de vigilarla ni un solo instante, como siempre.

A Kahlan no le hacía ninguna gracia la idea de conducirlo al poblado de la gente barro, pero él tenía razón; tenían que saber dónde buscar la última caja y no había nadie más cerca que les pudiera indicar la dirección correcta. El otoño estaba ya muy avanzado y el tiempo se les acababa. No obstante, tal vez la gente barro no quisiera ayudarlos y, entonces, habrían perdido mucho tiempo.

Lo peor era que, aunque sabía que posiblemente no osarían matar a una Confesora —ni siquiera a una que viajara sin la protección de un mago—, no tenía ni idea de si se atreverían a alzar la mano contra el Buscador. Kahlan nunca había recorrido la Tierra Central sin la compañía de un mago. Ninguna Confesora lo hacía, pues era demasiado peligroso. Richard era mejor defensor que Giller, el último mago que la asignaron, pero se suponía que ella debía defender a Richard y no al revés. No podía permitir que el Buscador volviera a arriesgar su vida por ella. Para detener a Rahl él era más importante que ella. Ella había jurado dar la vida para defender al Buscador... a Richard, y nunca había hecho un juramento más en serio. Si llegaba el momento de elegir, debería ser ella quien muriera.

Entonces vieron dos postes, uno a cada lado del camino que avanzaba entre la hierba, recubiertos con pieles teñidas con franjas rojas. Richard se detuvo junto a los postes y contempló los cráneos clavados en la parte superior.

—¿Es una advertencia? —preguntó mientras acariciaba una piel.

—No, son los cráneos de antepasados a quienes se honra y que se supone que vigilan sus tierras. Sólo se concede tal honor a los más respetados.

—Eso no suena muy amenazador. ¿Quién sabe? Quizá, después de todo, se alegren de vernos.

Kahlan se volvió hacia él y enarcó una ceja.

—Una de las maneras que tiene la gente barro de ganarse el respeto de los demás es matando forasteros. Pero no, esto no es una amenaza —explicó, mirando de nuevo los cráneos—, sino, simplemente, una tradición para honrarse entre sí.

Richard respiró hondo al tiempo que soltaba el poste.

—Vamos a ver si logramos que nos ayuden, para que puedan seguir honrando a sus antepasados y ahuyentando a los forasteros.

—Recuerda lo que te dije —le advirtió Kahlan—. Es posible que no quieran ayudar. Deberás respetar su decisión. Éstas son algunas de las personas a las que intento salvar y no quiero que las dañes.

—Kahlan, no tengo ninguna intención de hacerles daño y tampoco lo deseo. No te preocupes, nos ayudarán. Les conviene.

—Puede que ellos no lo vean de la misma manera —insistió Kahlan. La lluvia había dejado paso a una ligera y fría neblina. Se echó la capucha de la capa hacia atrás—. Richard, prométeme que no les harás daño.

Richard también se echó hacia atrás la capucha, apoyó las manos en las caderas y la sorprendió levantando ligeramente una comisura de los labios.

—Ahora sé qué se siente.

—¿Qué? —inquirió ella en tono de recelo.

—¿Recuerdas cuando tenía fiebre por la enredadera serpiente y te pedí que no hicieras daño a Zedd? —Richard la miró y su sonrisa se hizo más amplia—. Ahora sé cómo te sentiste tú al no poder prometérmelo.

Kahlan fijó la vista en los ojos grises del joven, pensando en lo mucho que le gustaría detener a Rahl, y en todos aquellos a quienes sabía que Rahl había matado.

—Y ahora sé cómo debiste de sentirte tú cuando no te pude hacer esa promesa. —A su pesar Kahlan sonrió—. ¿También tú te sentiste estúpido por pedirlo?

—Sí, cuando me di cuenta de lo que había en juego y del tipo de persona que eres: alguien que nunca haría daño a nadie a no ser que fuera estrictamente necesario. Me sentí estúpido por no confiar en ti.

Ella también se sentía estúpida por no confiar en él, pero sabía que la confianza que Richard depositaba en ella era excesiva.

—Lo siento. —Kahlan se disculpó aún con la sonrisa en los labios—. Ya debería saber cómo eres.

—¿Sabes cómo pueden ayudarnos?

Kahlan había estado en la aldea de la gente barro varias veces, ninguna de ellas invitada, pues a ellos nunca se les pasaría por la cabeza solicitar los servicios de una Confesora. Una de las obligaciones de una Confesora consistía en visitar los diferentes pueblos de la Tierra Central. La gente barro se había mostrado bastante cortés con ella, por miedo, pero le habían dejado muy claro que ellos resolvían sus propios asuntos y que no deseaban interferencias. No era una gente que respondiera a las amenazas.

—La gente barro se reúne en los llamados consejos de videntes. A mí nunca me han permitido asistir; no sé si por ser forastera o por ser mujer. Los videntes responden a preguntas que afectan a la aldea. Pero no reunirán el consejo a punta de espada. Si deciden ayudarnos lo harán después de decidirlo libremente. Tendrás que ganártelos.

—Con tu ayuda lo conseguiremos. Debemos conseguirlo. —Richard la miraba de hito en hito.

Kahlan asintió y dio media vuelta para seguir adelante. Sobre los pastos flotaba una densa capa de nubes bajas, que parecía hervir a fuego lento, desfilando en procesión interminable. En las llanuras parecía haber mucho más cielo que en ninguna otra parte. Era una presencia abrumadora que empequeñecía el terreno plano e inmutable.

Las lluvias habían alimentado los arroyos, convertidos ahora en torrentes de aguas revueltas que golpeaban espumosas contra la base de los troncos tendidos de lado a lado para que hicieran las veces de puente. Kahlan sentía el poder del agua, que agitaba los troncos bajo sus botas. La mujer avanzaba cuidadosamente, pues los troncos estaban resbaladizos y no había ninguna cuerda que la ayudara a cruzar. Richard le ofreció una mano para que no perdiera el equilibrio y Kahlan se alegró de tener una excusa para cogerla. De pronto se sorprendió deseando tener que cruzar pronto otro arroyo crecido, pues así podría cogerle la mano de nuevo. Pero, por mucho que le doliera, no podía alentar los sentimientos de Richard. Lo que más deseaba era ser sólo una mujer. Pero no lo era. Ella era una Confesora. No obstante, podía olvidarse y fingir aunque sólo fuera por unos instantes.

Kahlan deseó que Richard anduviera a su lado pero él caminaba detrás, escrutando el terreno y velando por ella. Ahora él se encontraba en tierra extraña, y veía amenazas en todas partes. Kahlan lo comprendía, pues en la Tierra Occidental ella se había sentido del mismo modo. Richard arriesgaba la vida al enfrentarse a Rahl y a cosas que para él eran desconocidas; tenía derecho a sentirse receloso.

Habían cruzado otro arroyo y ya se metían de nuevo en la hierba mojada cuando les salieron al paso ocho hombres. Se detuvieron de golpe. Los hombres se cubrían gran parte del cuerpo con pieles de animales y el resto se lo habían embadurnado con barro pegajoso, al igual que el rostro y el pelo. En los brazos, las pieles y bajo las cintas que llevaban atadas en la cabeza se habían atado manojos de hierba, lo que los hacía invisibles cuando se agachaban. Los hombres los observaban en silencio con gesto adusto. Kahlan reconoció a algunos de ellos; era una partida de caza de gente de barro.

El mayor, un hombre enjuto y nervudo llamado Savidlin, se le acercó. Los otros esperaron, con las lanzas y arcos relajados aunque prestos. Kahlan notaba la presencia de Richard a su espalda. Sin volverse le susurró que mantuviera la calma y que hiciera lo mismo que ella. Savidlin se detuvo frente a ella.

—Fuerza a la Confesora Kahlan—fue su saludo.

—Fuerza a Savidlin y a la gente barro—respondió Kahlan en el mismo idioma.

Savidlin le dio una fuerte bofetada en pleno rostro y ella hizo lo mismo, igual de fuerte. Instantáneamente Kahlan oyó el sonido metálico y vibrante de la espada de Richard al ser desenvainada y giró sobre sus talones.

—¡No, Richard! —El joven ya tenía la espada en alto, lista para atacar—. ¡No! Te dije que mantuvieras la calma e hicieras lo mismo que yo —le dijo, agarrándole las muñecas.

Richard parpadeó y su mirada voló de Savidlin a la mujer. En los ojos del joven se leía una furia desatada; la magia lista para matar. Tenía los músculos de la mandíbula tensos y los dientes apretados.

—Y si te rebanan el gaznate, ¿esperas que permita que me hagan lo mismo?

—Así se saludan ellos. Es su manera de demostrar respeto por la fuerza del otro.

Richard frunció el entrecejo, vacilante.

—Lo siento, debí advertirte. Richard, guarda esa espada.

La mirada de Richard fue de ella a Savidlin y de nuevo a la mujer, antes de ceder y envainar la espada con gesto enojado. Aliviada, Kahlan se volvió hacia la gente barro, al tiempo que Richard se apresuraba a ponerse a su lado para protegerla. Savidlin y los demás habían estado observando tranquilamente. Pese a que no entendían las palabras parecían comprender el significado de lo que había ocurrido. Savidlin apartó los ojos de Richard para posarlos en Kahlan.

—¿Quién es este hombre de genio pronto?—preguntó en su idioma.

—Se llama Richard. Es el Buscador de la Verdad.

Los demás miembros de la partida de caza cuchichearon entre sí. Savidlin clavó la mirada en los ojos de Richard.

—Fuerza a Richard, el Buscador.

Kahlan le tradujo lo que Savidlin había dicho. Richard aún tenía una expresión peligrosa.

Savidlin se adelantó y golpeó a Richard, pero no con la mano abierta como a Kahlan sino con el puño. Entonces Richard le propinó un tremendo puñetazo que tumbó a Savidlin de espaldas. Allí se quedó, en el suelo, despatarrado. Las manos del hombre se cerraron sobre las empuñaduras de las dos armas que portaba. Richard se irguió y le lanzó una amenazadora mirada que lo dejó clavado en el suelo.

Savidlin se apoyó en una mano y se frotó la mandíbula con la otra. En su cara se pintó una amplia sonrisa.

—¡Nadie había mostrado nunca tanto respeto por mi fuerza! Éste es un hombre sabio.

Sus compañeros rompieron a reír. Kahlan se tapó la boca con una mano y sonrió disimuladamente. La tensión se evaporó.

—¿Qué ha dicho? —quiso saber Richard.

—Ha dicho que le has mostrado un gran respeto y que eres un hombre sabio. Creo que acabas de hacer un amigo.

Savidlin extendió la mano a Richard para que lo ayudara a ponerse en pie. Éste lo hizo con recelo. Una vez levantado, Savidlin le dio una palmada en la espalda y le pasó un brazo alrededor de sus fuertes hombros.

—Me complace mucho que reconozcas mi fuerza, pero espero que no me muestres más tu respeto.—Los hombres rieron—.Para la gente barro tu nombre será «Richard, el del genio pronto».

Kahlan tradujo tratando de reprimir las ganas de reír. Los hombres se seguían riendo por lo bajo. Savidlin se volvió hacia ellos y les dijo:

—Tal vez queráis saludar a mi corpulento amigo y que él os muestre respeto por vuestra fuerza.

Todos alzaron las manos frente al cuerpo y negaron vigorosamente con la cabeza.

—No—dijo uno entre accesos de hilaridad—,ya ha mostrado suficiente respeto para todos nosotros.

—Como siempre, la Confesora Kahlan es bienvenida entre la gente barro—dijo Savidlin a Kahlan—.¿Es él tu pareja?—preguntó señalando con la cabeza a Richard pero evitando mirarlo.

—¡No!

Savidlin se puso tenso.

—¿Entonces has venido a escoger pareja entre nosotros?

—No—replicó la mujer, ahora más calmada. Savidlin pareció muy aliviado.

—La Confesora elige peligrosos compañeros de viaje.

—No son peligrosos para mí, sólo lo son para aquellos que me quieren mal.

—Llevas extrañas ropas—comentó el hombre, examinándola de arriba abajo—.Distintas de las de antes.

—Por debajo soy la misma—afirmó Kahlan, inclinándose un poco hacia él para dar más fuerza a sus palabras—.Esto es todo lo que debéis saber.

En el rostro de Kahlan se dibujaba tan enérgica expresión que Savidlin retrocedió ligeramente y asintió. Entonces entornó los ojos.

—¿Y para qué habéis venido?

—Para ayudarnos mutuamente. Hay un hombre que quiere gobernar a tu pueblo, pero el Buscador y yo queremos que os gobernéis solos. Hemos venido buscando la fuerza y la sabiduría de la gente barro, y para que nos ayudéis en nuestra lucha.

—El Padre Rahl—afirmó Savidlin de manera rotunda.

—¿Lo conoces?

Savidlin asintió.

—Vino un hombre que decía ser un misionero. Dijo que quería hablarnos de la bondad de alguien que se hace llamar Padre Rahl. Habló y habló a nuestra gente durante tres días, hasta que nos hartamos de él.

Ahora fue el turno de Kahlan de ponerse rígida. Echó un vistazo a los demás hombres, que habían empezado a sonreír al oír mencionar al misionero.

—¿Y qué le ocurrió después de esos tres días?—preguntó, mirando de nuevo la cara embadurnada de barro del más veterano.

—Era un hombre muy bueno.—Savidlin sonrió con doble intención.

Kahlan se irguió. Richard se inclinó hacia ella.

—¿Qué están diciendo?

—Quieren saber por qué estamos aquí. Al parecer han oído hablar de Rahl el Oscuro.

—Diles que quiero hablar con su gente, que necesito que se reúnan.

—Poco a poco, Richard. —Kahlan alzó la vista hacia él—. Adie tenía razón al decir que no eres demasiado paciente.

—No, se equivocaba —replicó Richard risueño—. Tengo mucha paciencia, pero no soy nada tolerante. Hay una diferencia.

—Como quieras, pero te lo ruego, no te vuelvas ahora intolerante ni les muestres más respeto por el momento. —Kahlan sonreía a Savidlin mientras hablaba con Richard—. Sé perfectamente lo que estoy haciendo y por ahora va bien. Déjamelo hacer a mi manera, ¿vale?

Richard accedió y se cruzó de brazos con aire frustrado. Kahlan se volvió una vez más hacia Savidlin. Éste clavó en ella una mirada penetrante y le preguntó algo que la sorprendió:

—¿Ha sido Richard, el del genio pronto, quien nos ha traído las lluvias?

—Bueno, supongo que podría decirse así.—La mujer tenía el ceño fruncido; la pregunta la había confundido. Como no sabía qué decir, optó por decirle la verdad—.Las nubes lo siguen.

Después de estudiar atentamente el rostro de Kahlan, Savidlin asintió. La mujer se sentía incómoda, por lo que trató de encauzar de nuevo la conversación a la razón de su visita.

—Savidlin, yo he aconsejado al Buscador que viniera a ver a tu gente. No ha venido a haceros daño ni a interferir en vuestros asuntos. Tú me conoces. He venido antes. Sabes que respeto a la gente barro y que no os traería a nadie más si no fuera importante. Ahora mismo el tiempo es nuestro enemigo.

Savidlin ponderó estas palabras unos minutos y, finalmente, dijo:

—Como he dicho antes, eres bienvenida entre nosotros.—Levantó la vista hacia el Buscador, sonrió de oreja a oreja y añadió—:Richard, el del genio pronto, también es bienvenido a nuestra aldea.

Los otros hombres se mostraron complacidos con la decisión; a todos parecía caerles bien Richard. Reunieron sus cosas, incluidos dos ciervos y un jabalí atados a unos palos que llevaban entre dos. Kahlan no había reparado hasta entonces en las piezas de caza, ocultas por la alta hierba. Al ponerse en marcha los hombres rodearon a Richard, lo tocaron cautelosamente y lo acribillaron a preguntas que el joven no entendía. Savidlin le dio una palmada en los hombros, impaciente por exhibir su nuevo amigo ante la gente de la aldea. Kahlan caminaba junto a Richard sin que le hicieran mucho caso, sintiéndose feliz de que, por el momento, Richard les gustara. No le extrañaba, pues era difícil no sentir simpatía por él, pero había alguna otra razón por la que lo habían aceptado tan rápidamente y eso la preocupaba.

—Ya te dije que me los ganaría —dijo Richard con una amplia sonrisa, mirándola por encima de las demás cabezas—. Pero nunca me imaginé que lo conseguiría haciendo morder el polvo a uno de ellos.

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