4

Richard corrió por el sendero para alcanzarla. El vestido y los largos cabellos de la mujer ondeaban tras ella mientras caminaba a buen paso a la luz del atardecer. Al llegar a un árbol se detuvo y esperó. Por segunda vez ese día tuvo que limpiarse la mano de sangre.

Al tocarle él el hombro, Kahlan se dio media vuelta. Su rostro sereno no mostraba ninguna emoción.

—Kahlan, siento mucho que...

—No te disculpes —lo interrumpió la mujer—. Lo que hizo tu hermano no fue contra mí, sino contra ti.

—¿Contra mí? ¿A qué te refieres?

—Tu hermano siente celos de ti. —Kahlan suavizó el gesto—. Michael no es ningún estúpido, Richard. Sabía que estaba contigo y se puso celoso.

Richard la cogió por el brazo y echó a andar por el camino, alejándose de la casa de Michael. Se sentía furioso con su hermano y, al mismo tiempo, lo avergonzaba su furia. Era como si estuviera decepcionando a su padre.

—Eso no es excusa. Michael es el Primer Consejero y tiene todo lo que desea. Siento mucho no haber podido detenerlo.

—Yo no quería que lo hicieras. Era cosa mía. Tu hermano quiere todo lo que tú tienes. Si lo hubieras detenido, yo me hubiera convertido en un premio que ganar, pero, tal como han ido las cosas, ya no le intereso. Además, lo que te hizo a ti, al contar lo de tu madre, fue mucho peor. ¿Hubieras querido que yo interviniera entonces?

Richard volvió a clavar la mirada en el sendero y reprimió la ira que lo embargaba.

—No —dijo al fin—. No era cosa tuya.

A medida que avanzaban las casas se iban haciendo más pequeñas y estaban más próximas entre sí, aunque se seguían viendo limpias y bien cuidadas. Algunas personas aprovechaban el buen tiempo para hacer algunas reparaciones antes de que llegara el invierno. El aire era limpio y vivificante y, por la sequedad del ambiente, Richard supo que la noche sería fría. Era el tipo de noche adecuado para encender un fuego con troncos de abedul; fragante pero no excesivamente ardiente. Los patios delimitados por vallas blancas dieron paso a jardines de mayor tamaño situados delante de casitas algo apartadas del camino. Mientras caminaba, Richard arrancó una hoja de roble de una rama que colgaba cerca del camino.

—Parece que conoces bien a las personas. Me refiero a que comprendes sus motivaciones.

—Supongo que sí —replicó Kahlan encogiéndose de hombros.

—¿Es por eso por lo que te persiguen? —inquirió el joven, cortando la hoja en pedazos pequeños.

La mujer lo miró, sin dejar de andar, y cuando los ojos de Richard buscaron los suyos respondió:

—Me persiguen porque les da miedo la verdad. Una de las razones por las que me gustas es que a ti no.

Richard aceptó el cumplido con una sonrisa. Le gustaba esa respuesta aunque no supiera a ciencia cierta qué significaba.

—No estarás pensando en darme un puntapié, ¿verdad?

—Te lo estás buscando —respondió la mujer con una sonrisa burlona. Entonces se quedó pensativa y la sonrisa se le borró—. Lo siento, Richard, pero por ahora tendrás que confiar en mí. Cuanto más sepas, mayor será el peligro que ambos correremos. ¿Amigos?

—Amigos. —El joven arrojó la nervadura de la hoja—. ¿Pero me lo contarás algún día?

Kahlan asintió.

—Si puedo, te prometo que lo haré.

—Muy bien —contestó Richard alegremente—. Después de todo, soy un «buscador de la verdad».

Kahlan se detuvo de repente, agarró al joven por la manga de la camisa y lo hizo dar la vuelta para mirarlo de frente.

—¿Por qué has dicho eso? —preguntó con ojos muy abiertos.

—¿El qué? ¿Lo de «buscador de la verdad»? Así es como me llama Zedd desde que era pequeño. Según él, siempre insisto en conocer la verdad de las cosas, y por eso me llama «buscador de la verdad» —Richard entrecerró los ojos, sorprendido por la agitación de la mujer, e inquirió—: ¿Por qué?

—No importa —repuso ésta, echando de nuevo a andar.

Richard parecía haber tocado un tema delicado. Empezaba a sentir la necesidad de hallar respuestas. «Quien persigue a Kahlan lo hace porque le da miedo la verdad —pensó—, y ella se alteró cuando dije que era un “buscador de la verdad”. Quizá se ha alterado porque eso la hace temer por mí.»

—¿Puedes decirme al menos quiénes son? ¿Quiénes te persiguen?

Kahlan continuó con la mirada fija en el camino mientras andaba a su lado. Richard no sabía si iba a recibir respuesta, pero finalmente la mujer habló.

—Son los seguidores de un hombre malvado que se llama Rahl el Oscuro. Por favor, no me preguntes nada más por ahora; no quiero pensar en él.

Rahl el Oscuro. Al menos ahora tenía un nombre.

Cuando el sol de última hora de la tarde desapareció tras las colinas del bosque del Corzo, el aire proveniente de los suaves cerros cubiertos de árboles se hizo más fresco. Kahlan y Richard permanecían en silencio. El joven no tenía ganas de hablar; la mano le dolía y se sentía un poco mareado. Todo lo que quería era un baño y un lecho caliente, aunque tendría que cederle la cama a ella y él dormir en su silla favorita, la que crujía. Tampoco estaba mal como alternativa; había sido un día muy largo y se sentía dolorido.

Al llegar a un grupo de abedules indicó en silencio a la mujer que tomara la senda que conducía a su casa. Richard miraba cómo Kahlan ascendía ante él, apartando las telarañas que atravesaban el camino y quitándoselas de cara y brazos.

El joven no veía el momento de llegar a su casa. Además del cuchillo y otras cosas que había olvidado allí, había algo más que necesitaba, una cosa muy importante que su padre le había dado.

Su padre le había confiado un libro secreto y un objeto que Richard siempre llevaba encima y que demostraría al verdadero dueño del libro que éste no había sido robado, sino rescatado para ponerlo a buen recaudo. Se trataba de un colmillo de forma triangular de tres dedos de ancho. Richard lo llevaba siempre colgado de una correa de cuero al cuello, pero, estúpido de él, se lo había dejado en casa, junto con el cuchillo y la mochila. Estaba impaciente por volvérselo a colgar. Sin él, no podía probar que su padre no había sido un ladrón.

Más arriba, tras pasar por una zona abierta de roca desnuda, los arces, robles y abedules empezaban a dar paso a pinos y abetos. El suelo del bosque cambió la alfombra verde por otra silenciosa de agujas marrones. Una sensación de inquietud se fue apoderando de Richard mientras avanzaban. Suavemente asió una manga de Kahlan con el pulgar y el índice y tiró de ella hacia atrás.

—Deja que vaya yo primero —dijo en voz baja. Kahlan lo miró y obedeció sin rechistar. Durante la media hora siguiente el joven frenó el paso y estudió cualquier rama cercana a la senda. Al llegar a la base del último cerro antes de su casa, el joven se detuvo, se agachó junto a una parcela de helechos e indicó a Kahlan que hiciera lo mismo.

—¿Qué pasa? —quiso saber ésta.

—Tal vez nada —contestó Richard con un susurro, sacudiendo la cabeza—, pero alguien ha pasado por aquí esta tarde. —El joven cogió una piña aplastada y la examinó brevemente antes de arrojarla lejos.

—¿Cómo lo sabes?

—Por las telarañas. —Richard levantó la vista hacia la colina—. No hay telarañas en la senda. Alguien las ha roto y las arañas no han tenido tiempo de tejerlas de nuevo. Por eso no hay ninguna.

—¿Vive alguien más por aquí?

—No. Podría ser la obra de un viajero que pasara por aquí, pero esta senda no es muy transitada.

—Cuando yo caminaba delante había telarañas por todas partes —señaló perpleja Kahlan, frunciendo el entrecejo—. No podía dar ni diez pasos sin quitármelas de la cara.

—A eso me refería —susurró Richard—. Nadie ha pasado por esa parte de la vereda durante todo el día, pero desde que pasamos la zona descubierta, no hemos encontrado más telarañas.

—¿Cómo es posible?

El joven sacudió la cabeza.

—No lo sé —admitió—. O bien alguien llegó hasta el claro atravesando el bosque y allí cogió la senda, lo que sería muy trabajoso, o... —Aquí la miró a los ojos— ...o aterrizaron en el claro. Mi casa está pasada la colina. Debemos mantener los ojos bien abiertos.

Con muchas precauciones, remontaron la colina con Richard en cabeza, sin dejar de escrutar el bosque. El joven sentía deseos de echar a correr en dirección contraria, de llevársela de allí, pero no podía. No podía huir sin antes recuperar el colmillo que su padre le había entregado para que lo guardara.

Al llegar a la cima se agacharon detrás de un enorme pino y contemplaron la casa de Richard, situada más abajo. Las ventanas se veían rotas y la puerta, que siempre dejaba cerrada con llave, ahora estaba abierta, y sus posesiones diseminadas por todas partes.

—Ha sido saqueada, como la casa de mi padre —dijo Richard levantándose.

Kahlan lo agarró por la camisa y tiró de él hacia abajo.

—¡Richard! —susurró enfadada—. Es posible que tu padre regresara a su casa igual que tú. Tal vez entró en ella, como tú estás a punto de hacer, y ellos estaban dentro esperándolo.

Kahlan tenía razón. El joven se pasó una mano por el cabello, pensativo y volvió la cabeza hacia la casa. Estaba en pleno bosque, con la puerta orientada hacia el claro. Era la única puerta, por lo que cualquier persona que hubiera dentro esperaría que él llegara corriendo desde el claro. Allí es donde esperarían, si es que se encontraban dentro.

—Muy bien —susurró el joven—, pero dentro hay algo que debo recuperar. No pienso marcharme sin eso. Podemos acercarnos sigilosamente desde atrás. Lo cojo y después nos vamos.

Richard hubiera preferido no llevar a Kahlan con él, pero no quería dejarla sola en la trocha, esperando. Así pues, avanzaron por el bosque abriéndose paso entre la espesa maleza. Rodearon la casa manteniéndose a una respetable distancia. Al llegar al lugar desde el que tendría que aproximarse a la parte trasera, Richard le indicó con un gesto que esperara. A ella no le hizo mucha gracia la idea, pero el joven no dio su brazo a torcer. Si había alguien dentro, no quería que también la atraparan a ella.

Dejó a Kahlan bajo un abeto y empezó a aproximarse cautelosamente a la casa siguiendo una ruta serpenteante que le permitía caminar sobre agujas blandas y eludir las hojas secas. Cuando, finalmente, vio la ventana de la habitación de atrás se quedó inmóvil, escuchando. No oyó nada. El corazón le latía con fuerza mientras avanzaba en cuclillas con infinito cuidado. Algo se movía a sus pies; era una serpiente. Richard se detuvo hasta que pasó de largo.

La parte trasera de la casa se veía muy desgastada por los elementos. Richard posó cautelosamente una mano sobre el marco de madera desnuda de la ventana y alzó la cabeza sólo lo suficiente para echar un vistazo dentro. Apenas quedaba cristal, y su dormitorio estaba hecho un desastre. El colchón había sido acuchillado, sus preciosos libros rotos y las páginas diseminadas por el suelo. En el extremo más alejado la puerta que conducía a la habitación delantera estaba entornada, aunque no lo suficiente para que Richard pudiera ver algo. Cuando no se le ponía una cuña, siempre acababa por abrirse sola de ese modo.

Lentamente metió la cabeza por la ventana y bajó la vista hacia la cama. Justo bajo la ventana estaba el pilar inferior del lecho, del que colgaban su mochila y la correa de cuero con el colmillo, donde los había dejado. El joven levantó el brazo y se dispuso a cogerlos.

Entonces se oyó un crujido en la habitación delantera, un crujido que Richard conocía muy bien. El miedo lo dejó helado. Era el sonido que hacía su silla al crujir. Nunca la había arreglado porque le parecía que era una parte de la personalidad de la silla y no se decidía a alterarla. Silenciosamente volvió a agacharse. No había duda; había alguien en la habitación delantera, sentado en su silla, esperándolo.

Justo entonces le pareció ver algo por el rabillo del ojo y miró a la derecha. Una ardilla sentada sobre un tocón medio podrido lo vigilaba. «Por favor —rogó mentalmente—, por favor, no empieces a parlotear para tratar de ahuyentarme.» La ardilla lo miró durante un segundo que se hizo eterno, entonces saltó del tocón a un árbol, subió ágilmente por él y desapareció.

Richard respiró hondo y volvió a levantarse para mirar por la ventana. La puerta seguía como antes. Alargó el brazo y, con mucho cuidado, cogió del pilar de la cama la mochila y el colgante del colmillo. Durante todo el tiempo mantuvo los ojos bien abiertos y estuvo atento al menor sonido que proviniera del otro lado de la puerta. Su cuchillo descansaba sobre una mesita situada al otro lado del lecho, por lo que era imposible recuperarlo. El joven hizo pasar la mochila por la ventana, con mucho cuidado, para que no chocara contra ninguno de los fragmentos de cristal que quedaban.

Entonces, silenciosamente, regresó botín en mano por donde había venido, controlando un impulso casi irresistible de echar a correr. Mientras caminaba iba echando miradas atrás para asegurarse de que nadie lo seguía. Se colgó el colgante al cuello y se metió el colmillo dentro de la camisa. Nunca dejaba que nadie lo viera; era sólo para el custodio del libro secreto.

Kahlan esperaba donde la había dejado. Al verlo aparecer, se puso de pie de un brinco. El joven se llevó un dedo a los labios para que guardara silencio. Entonces se colgó la mochila del hombro derecho y la empujó gentilmente con la otra mano para que comenzara a caminar. Como no quería que regresaran por el mismo camino, Richard la condujo a través del bosque hasta salir de nuevo a la trocha, ya pasada su casa. Las telarañas que cruzaban la senda brillaban con los últimos rayos del sol, y ambos respiraron aliviados. Aquella senda era más larga y difícil, pero conducía adonde quería ir: a casa de Zedd.

La casa del anciano estaba demasiado lejos y no llegarían antes del anochecer, y era demasiado peligroso hacer el camino de noche, pero quería poner la mayor distancia posible entre ellos y quienquiera que esperara en su casa. Mientras hubiera luz seguirían caminando.

Fríamente se preguntó si la persona que esperaba en su casa era la misma que había asesinado a su padre. Su casa se encontraba en completo desorden, justo como la de su padre. ¿Acaso lo esperaban a él como habían esperado a su padre? ¿Podría ser la misma persona? Richard deseó haberse enfrentado con ella o, al menos, haber visto quién era, pero algo en su interior le había dicho que se marchara.

Richard se obligó a pensar más racionalmente; se estaba dejando llevar por la imaginación. Algo en su interior le había avisado del peligro y le había dicho que se marchara. Ese día ya había salvado la vida una vez, aunque lo tenía todo en contra. Tentar a la suerte una vez era absurdo, pero dos ya era arrogancia. Lo mejor era marcharse.

No obstante, deseaba haber visto quién era, asegurarse de que no había ninguna relación. ¿Qué interés tendría alguien en revolver su casa del mismo modo que la de su padre? ¿Y si era la misma persona? Richard quería saber quién había matado a su padre, ardía en deseos de averiguarlo.

Pese a que no le habían permitido ver el cuerpo de su padre, había querido saber cómo lo mataron. Chase se lo contó, con suavidad, pero se lo contó. Alguien le había abierto el vientre y había esparcido sus intestinos por el suelo. ¿Cómo podía alguien hacer algo así? ¿Y por qué? Al recordarlo sentía náuseas y mareo. Richard se tragó el nudo que sentía en la garganta.

—¿Y bien? —La voz de la mujer lo arrancó de sus cavilaciones.

—¿Qué? ¿Y bien qué?

—Bueno, ¿cogiste lo que querías coger?

—Sí.

—¿Y qué era?

—¿Que qué era? Pues mi mochila. Tenía que coger mi mochila.

Kahlan dio media vuelta y lo miró con una expresión de reprobación y las manos en jarras.

—Richard Cypher, ¿quieres que crea que arriesgaste tu vida para recuperar una mochila?

—Kahlan, si sigues preguntando tanto te daré un puntapié. —El joven no logró sonreír.

La mujer ladeó la cabeza y continuó mirándolo de refilón, aunque el comentario de Richard hizo desaparecer su expresión de enfado.

—Como quieras, amigo mío —dijo suavemente—, como tú quieras.

Richard supo que Kahlan no estaba acostumbrada a que le negaran una respuesta.

A medida que la luz se apagaba y los colores adquirían un tono gris, Richard empezó a pensar en lugares en los que pasar la noche. Conocía algunos pinos huecos que había utilizado en varias ocasiones. Había uno al borde de un claro, justo al lado de la trocha, un poco más adelante. Ya lo distinguía contra los pálidos tonos rosa del cielo, descollando por encima de los demás árboles. El joven condujo a Kahlan hacia él, abandonando la senda.

El colmillo que llevaba colgado del cuello le pesaba. Sus secretos también. Ojalá su padre no lo hubiera hecho depositario del libro secreto. En su casa se le había ocurrido una idea, pero había preferido no hacer caso y relegarla a un rincón de su mente. Parecía que alguien hubiera destrozado sus libros en un ataque de rabia. Quizá porque ninguno de ellos era el libro correcto. ¿Y si buscaban el libro secreto? Pero eso era imposible. Nadie, excepto su legítimo dueño, conocía su existencia.

Y su padre... y él mismo... y el ser del que provenía el colmillo... Era demasiado inverosímil para considerarlo seriamente, de modo que decidió no hacerlo. Lo intentó con todas sus fuerzas.

El miedo por lo sucedido en el Despeñadero Mocho y por lo que le había esperado en casa parecía haberle succionado la energía. Los pies le pesaban como el plomo, y los arrastraba por el suelo cubierto de musgo. Justo antes de entrar en el claro, para lo cual debía atravesar unos matorrales, se detuvo para matar de un manotazo una mosca que tenía en el cuello.

Kahlan le agarró la muñeca antes de que llegara a hacerlo y con la otra mano le tapó la boca.

Richard se quedó rígido.

La mujer, mirándolo a los ojos, sacudió la cabeza. Entonces le soltó la muñeca y le puso la mano detrás de la cabeza, sin apartar la otra de su boca. Por la expresión de su rostro, Richard supo que temía que emitiera algún sonido. Lentamente Kahlan tiró de él hacia el suelo. El joven cooperó, indicándole de ese modo que la obedecería.

Los ojos de la mujer lo sujetaban tan firmemente como sus manos. Sin apartar la mirada de sus ojos, Kahlan acercó su rostro al suyo hasta que el joven sintió su cálido aliento en la mejilla.

—Escúchame —susurró tan bajo que tuvo que concentrarse para oírla—. Haz exactamente lo que te diga. —Ante la expresión que se pintaba en su cara, Richard no se atrevía ni a parpadear—. No te muevas. Pase lo que pase no te muevas, o estamos muertos. —Dicho esto esperó, y él asintió levemente—. Deja que las moscas te piquen, o estamos muertos. —Esperó de nuevo, y Richard volvió a asentir.

Con una mirada la mujer le indicó que mirara hacia el claro. Richard movió lentamente la cabeza un poco, sólo para ver. No había nada. La mujer le seguía tapando la boca. Entonces escuchó unos gruñidos que podrían ser de un jabalí.

Entonces lo vio.

Involuntariamente se estremeció, pero ella le tapó la boca aún con más fuerza.

Al otro lado del claro la luz menguante del atardecer se reflejaba en dos relucientes ojos verdes que se movían en su dirección. El ser caminaba sobre dos piernas, como un hombre, y les sacaba aproximadamente una cabeza. Richard supuso que debía de pesar más del triple. Las moscas lo martirizaban, pero trató de olvidarse de ellas.

El joven volvió a fijar la vista en Kahlan. Ella no había mirado a la bestia; ya sabía qué los aguardaba en el claro. En vez de eso seguía mirándolo a él a los ojos, esperando para ver si reaccionaba de manera que delatara su presencia. Richard asintió otra vez para tranquilizarla. Sólo entonces ella retiró la mano, la puso sobre la muñeca de él, sujetándola contra el suelo y se tumbó inmóvil sobre el musgo. Por el cuello de la mujer corrían gotas de sangre causadas por las picaduras de las moscas. Richard sentía el pinchazo de cada uno de los aguijones que se clavaban en su cuello. Los gruñidos eran ahora breves y sordos, y ambos volvieron ligeramente la cabeza para ver.

Con una velocidad sorprendente, la bestia cargó hacia el centro del claro, arrastrando los pies y avanzando con movimientos laterales. No dejaba de gruñir. Sus relucientes ojos verdes buscaban mientras su larga cola batía el aire lentamente. Entonces ladeó la cabeza y levantó sus pequeñas y redondas orejas para escuchar. Su enorme cuerpo estaba totalmente cubierto por pelaje, excepto el pecho y el estómago, que presentaban una piel rosada, lisa y brillante que se tensaba sobre unos poderosos músculos. Las moscas zumbaban alrededor de algo untado sobre la piel. La bestia echó atrás la cabeza, abrió la boca y emitió un sonido semejante a un silbido al aire frío de la noche. Richard pudo ver que su cálido aliento se convertía en vapor entre unos dientes tan grandes como sus propios dedos.

Para no chillar de terror, el joven se concentró en el dolor que le provocaban las picaduras de las moscas. No podían escabullirse ni correr; la bestia estaba demasiado cerca y, además, ya había visto que era muy rápida.

Justo delante de ellos surgió un grito del suelo, y Richard se estremeció. Instantáneamente la bestia cargó hacia los dos corriendo lateralmente. Kahlan permaneció inmóvil, pero hundió los dedos en la muñeca del joven. Éste se quedó paralizado al ver algo que daba un brinco.

Era un conejo, con las orejas cubiertas de moscas. Saltó justo delante de ellos dos, gritando de nuevo, y fue alzado en vilo y partido en dos en un instante. La bestia, que se cernía justo sobre sus cabezas, desgarró las tripas del conejo, hundió el morro en ellas y se embadurnó la piel rosada del pecho y el estómago con la sangre. Las moscas, incluso las que picaban a Richard y a Kahlan en el cuello, volaron hacia el festín de la bestia. Ésta agarró lo que quedaba del conejo por las patas traseras, lo partió en dos y lo devoró.

Hecho esto, volvió a ladear la cabeza y escuchó. Richard y Kahlan, justo debajo de ella, aguantaron la respiración. El joven sentía deseos de chillar.

La bestia desplegó dos grandes alas adheridas a su espalda. A la luz menguante Richard pudo distinguir las venas que latían a través de las delgadas membranas que formaban las alas. El ser echó un último vistazo alrededor y atravesó el claro a la carrera. Entonces se irguió, dio dos brincos, alzó el vuelo y desapareció en dirección al Límite. Las moscas se marcharon con él.

Richard y Kahlan se dejaron caer de espaldas, respirando entrecortadamente y exhaustos por el miedo que habían pasado. Richard pensó en los campesinos que le habían contado que unas bestias del cielo se estaban comiendo a la gente. Entonces no los había creído, pero ahora sí.

Algo que llevaba en la mochila se le clavaba en la espalda, y cuando ya no lo pudo soportar más tiempo rodó sobre un lado y se apoyó en un codo. Estaba empapado de sudor, que ahora notaba helado al frío aire del atardecer. Kahlan seguía tumbada de espaldas con los ojos cerrados y respirando rápidamente. Tenía unos pocos mechones de pelo pegados a la cara, pero la mayoría se desparramaba por el suelo. También ella estaba empapada de sudor, y el cuello presentaba un tinte rojizo. Richard sintió una abrumadora sensación de tristeza por ella, por los terrores que poblaban su vida, y deseó que no tuviera que enfrentarse a los monstruos que tan bien parecía conocer.

—¿Kahlan, qué era ese ser?

La mujer se sentó, inspiró profundamente y bajó la mirada hacia él. Entonces alzó una mano, se sujetó unos mechones tras las orejas y el resto le cayó sobre los hombros.

—Era un gar de cola larga.

Dicho esto, alargó una mano y cogió una de las moscas por las alas. El insecto se había enredado en un pliegue de la camisa del joven y había sido aplastado cuando éste se dejó caer de espaldas.

—Es una mosca de sangre. Los gars las usan para cazar. Ellas levantan la caza y los gars la atrapan. Después se untan con sangre, para ellas. Hemos tenido mucha suerte. —La mujer sostuvo la mosca de sangre ante su nariz para demostrarlo—. Los gars de cola larga son estúpidos. Si hubiera sido un gar de cola corta ya estaríamos muertos. Los de cola corta son mayores y mucho más inteligentes. —Hizo una pausa para asegurarse de que tenía toda la atención de Richard—. Ellos cuentan sus moscas.

El joven se sentía asustado, exhausto, confuso y dolorido. Quería que esa pesadilla acabara. Con un gemido de frustración volvió a tumbarse de espaldas, sin importarle que algo se le clavara en la espalda.

—Kahlan, soy tu amigo. Después de que esos hombres nos atacaran no quisiste contarme qué ocurría, y yo no insistí. —Richard hablaba con los ojos cerrados para sustraerse a los inquisidores ojos de su compañera—. Pero ahora alguien también me persigue a mí. Por lo que sé, podría ser la misma persona que mató a mi padre. Ya no eres sólo tú; yo tampoco puedo regresar a mi casa. Creo que tengo el derecho de saber qué está pasando. Yo soy tu amigo y no tu enemigo.

»Una vez, cuando era pequeño, cogí unas fiebres y casi me muero. Pero Zedd encontró una raíz que me salvó. Hasta hoy, ésa había sido la única ocasión en que estuve cerca de la muerte. Pero hoy he estado a punto de morir tres veces. ¿Qué...?

Kahlan posó los dedos en los labios del joven para acallarlo.

—Tienes razón. Voy a responder todas tus preguntas, excepto las que se refieren a mí. Pero por ahora no puedo.

Richard se sentó y la miró. Kahlan temblaba de frío. El joven cogió la mochila de la espalda, sacó de ella una manta y cubrió a la mujer.

—Me prometiste un fuego —comentó Kahlan, temblando—. ¿Piensas cumplir esa promesa?

Richard no pudo evitar reír mientras se levantaba.

—Pues claro —respondió—. Hay un pino hueco aquí mismo, al otro lado del calvero. O, si lo prefieres, hay otros un poco más adelante.

Kahlan lo miró con ceño de preocupación.

—Muy bien. —Richard sonrió—. Encontraremos otro pino hueco en otro punto del camino.

—¿Qué es un pino hueco? —inquirió ella.

Загрузка...