12

Le pareció que acababa de echarse cuando Emma lo despertó y lo condujo abajo para desayunar. El sol aún no había salido, y gran parte de la familia Marcafierro todavía dormía, aunque los gallos ya saludaban el nuevo día con sus cacareos. La boca se le hizo agua al oler los aromas de la cocina. Una Emma sonriente pero algo más abatida que la noche anterior le sirvió un abundante desayuno y le informó de que Chase ya había desayunado y se encontraba fuera cargando los caballos. Richard siempre había creído que Kahlan tenía un aspecto muy seductor con su inusual vestido, pero decidió que con sus nuevas ropas conservaba todo su atractivo. Mientras Emma y Kahlan charlaban sobre los niños, y Zedd se deshacía en cumplidos por la comida, Richard no dejaba de darle vueltas en la cabeza a lo que tenían por delante.

La cocina quedó un poco más oscura cuando la figura de Chase apareció en la entrada. Kahlan dio un respingo al verlo. El guardián llevaba una camisa de cota de malla encima de una túnica de cuero, pesados pantalones negros, botas y una capa. Metidos debajo de un ancho cinturón negro de piel con una gran hebilla plateada adornada con el emblema de los guardianes del Límite se veían unos guanteletes negros. Chase portaba las suficientes armas para equipar a un pequeño ejército. Un hombre corriente hubiera presentado un aspecto ridículo, sin embargo Chase asustaba. Era la imagen de una amenaza mortífera. Normalmente sus expresiones se limitaban a dos: una mirada de falso desinterés fruto de la ignorancia y el gesto de alguien que está a punto de participar en una carnicería. Para ese día había elegido la segunda.

Mientras salían Emma entregó a Zedd un hatillo.

—Pollo frío —explicó. El mago la recompensó con una amplia sonrisa y la besó en la frente. Kahlan la abrazó y le prometió que le devolvería la ropa. Richard se inclinó y también la abrazó cariñosamente.

—Ten cuidado —le susurró la mujer al oído. A continuación se despidió de su marido con un beso, que éste aceptó afablemente.

Chase entregó a Kahlan un cuchillo largo envainado, con la indicación de que no se separara de él. Richard le pidió prestado otro, pues el suyo se lo había olvidado en su casa. Los dedos del guardián no tuvieron dificultad para hallar la correa que buscaba entre las que sujetaban los fardos, la soltó y tendió al joven el cuchillo.

—¿Crees que vas a necesitar todo eso? —preguntó Kahlan, contemplando el arsenal de Chase.

—Si no lo llevo todo, seguro que sí —repuso el hombretón con una mueca.

El pequeño grupo, con Chase a la cabeza, seguido por Zedd, Kahlan y Richard a la retaguardia, avanzó a paso cómodo por el bosque del Corzo. Era una radiante mañana de otoño, algo fresca. Un halcón daba vueltas sobre sus cabezas en el cielo, lo que al inicio de un viaje era un signo de advertencia. Richard se dijo a sí mismo que la advertencia era totalmente innecesaria.

A media mañana ya habían dejado atrás el valle del Corzo y se habían internado en el Alto Ven, tomaron el camino del Buhonero al sur del lago Trunt y se dirigieron al sur. La nube en forma de serpiente los seguía lentamente. Richard se alegró de llevársela lejos de la casa de Chase y de sus hijos. Le preocupaba tener que viajar tan al sur para cruzar el Límite, pues el tiempo era oro, pero Chase había dicho que ése era el único paso que conocía.

El bosque de madera noble dio paso a grupos de pinos centenarios. Pasar entre ellos era como atravesar un cañón. Los troncos se elevaban hasta alturas vertiginosas antes de que las ramas se bifurcaran, y el joven se sentía muy pequeño avanzando por las profundas sombras que proyectaban los viejos árboles. Richard siempre se había sentido a sus anchas viajando. Solía hacerlo y esta vez, al pasar por lugares que le eran familiares, tenía la impresión de que era una caminata más. Pero no lo era. Se dirigían a lugares en los que nunca había estado, lugares peligrosos. Chase se mostraba preocupado y los había advertido. Sólo esto ya le daba mucho que pensar, pues Chase no era el tipo de hombre que se inquietara por nada. De hecho, Richard pensaba a menudo que debería preocuparse más.

El joven observó a los otros tres mientras cabalgaban: Chase, semejante a un espectro negro a lomos de su caballo, armado hasta los dientes, temido por aquellos a quienes protegía así como por aquellos a los que perseguía, pero que, por alguna razón, no inspiraba ningún temor a los niños; el menudo mago, delgado como un palo, de aire modesto, cabello blanco y ropa sencilla, con una leve sonrisa y satisfecho de no llevar más que un hatillo con pollo frito, pero poseedor de un fuego mágico y de quién sabía qué más; y Kahlan, valiente, decidida y poseedora de un poder secreto, a quien habían enviado para obligar a un mago a que designara al Buscador. Pese a que los tres eran amigos suyos, cada uno, a su manera, lo hacía sentirse incómodo. Se preguntó cuál de ellos era el más peligroso. Cierto que lo seguían sin hacer preguntas, pero al mismo tiempo lo guiaban. Los tres habían jurado defender al Buscador con sus vidas. No obstante, ningún miembro del pequeño grupo, ni juntos ni por separado, era rival para Rahl el Oscuro. El suyo parecía un caso perdido.

Zedd ya había empezado a devorar el pollo. De vez en cuando arrojaba un hueso por encima del hombro. Al rato se le ocurrió ofrecer a los demás. Chase declinó, pues no cesaba de vigilar el camino, prestando especial atención al lado izquierdo, el del Límite. Pero los otros dos aceptaron. El pollo había durado más de lo que Richard creyó. Cuando el camino se hizo más ancho colocó su caballo a la altura del de Kahlan y cabalgó al lado de la mujer. Ésta se quitó la capa, pues la temperatura había subido, y le dirigió aquella sonrisa especial que reservaba sólo para él.

De pronto Richard tuvo una idea.

—¿Zedd, hay algo que un mago pueda hacer para quitarnos de encima esa nube?

El anciano miró hacia arriba con los ojos entrecerrados y a continuación echó una rápida mirada a Richard.

—Ya se me había ocurrido. Creo que puedo hacer algo, pero quería esperar hasta alejarnos un poco más de la casa de Chase. No quisiera conducir una partida hacia su familia.

A última hora de la tarde se toparon con una pareja de ancianos, gente del bosque que Chase conocía. El grupo detuvo las monturas, y el guardián los escuchó relajado sobre su caballo, con el cuero que crujía, repetir los rumores que habían oído sobre las cosas que provenían del Límite. Ahora Richard sabía que no eran simples rumores. Fiel a su costumbre Chase trataba a la anciana pareja con respeto, pero era evidente que los asustaba. El guardián les aseguró que ya se estaba ocupando del asunto y les aconsejó que no salieran de su casa de noche.

Continuaron cabalgando hasta varias horas después de que oscureciera, montaron el campamento en un pinar y al día siguiente se pusieron en marcha antes de que el sol asomara por detrás de las montañas del Límite. Richard y Kahlan no podían reprimir los bostezos. El bosque empezaba a ralear, y cada vez iban encontrando más prados de hierba verde y brillante que olía dulcemente bajo la luz del sol. El camino que atravesaba el paisaje de colinas hacia el sur los apartó temporalmente de las montañas del Límite. De vez en cuando pasaban por delante de pequeñas granjas, y sus campesinos se ocultaban al ver a Chase.

El paisaje cada vez le resultaba menos familiar a Richard, quien raramente llegaba tan al sur. El joven se mantenía ojo avizor y tomaba nota de los puntos más sobresalientes que podían servirle de orientación. Después de consumir un almuerzo frío al cálido sol, el camino se fue desviando hacia las montañas, de modo que, al caer la tarde, estaban tan cerca del Límite que empezaron a encontrar restos grises de árboles muertos por efecto de la enredadera serpiente. Ni siquiera el sol conseguía penetrar en el denso bosque. Chase se comportaba de manera más distante y seria, y lo sometía todo a un atento escrutinio. Varias veces desmontó y condujo al caballo por el ronzal mientras examinaba el suelo e interpretaba las huellas.

Cruzaron un arroyo de aguas revueltas, frías y lodosas que bajaban de las montañas. Chase se detuvo y escudriñó las sombras desde la silla. Los demás esperaron, intercambiando miradas y posando los ojos en el Límite. Richard percibió en el aire el aroma putrefacto de la enredadera. Avanzaron un poco más tras el guardián hasta que éste desmontó y se agachó para estudiar el suelo. Al levantarse tendió las riendas de su caballo a Zedd, se volvió hacia los demás y dijo simplemente: «Esperad». Los tres lo vieron desaparecer entre los árboles y esperaron en silencio. El gran caballo de Kahlan se puso a mordisquear la hierba mientras se espantaba las moscas.

Chase regresó, poniéndose los guanteletes negros, y cogió las riendas de manos de Zedd.

—Quiero que vosotros tres sigáis adelante. No me esperéis, no os detengáis y no os apartéis del camino.

—¿Qué pasa? ¿Qué has encontrado? —quiso saber Richard.

Chase se volvió y le dirigió una sombría mirada.

—Los lobos se han dado un festín. Voy a enterrar lo que queda y después recorreré a campo traviesa la distancia entre el Límite y vosotros. Tengo que comprobar algo. Recordad lo que os he dicho: no os detengáis. No pongáis los caballos a galope pero hacedlos avanzar a buen paso, y estad alerta. Si os parece que tardo mucho en reunirme con vosotros, ni se os ocurra volver a buscarme. Sé lo que me hago, y vosotros no me encontraríais nunca. Os alcanzaré en cuanto pueda. Hasta entonces, seguid adelante y no os apartéis del camino.

El guardián montó, giró su caballo y espoleó. Los cascos del animal levantaban terrones de tierra.

—¡Vamos, moveos! —les gritó Chase por encima del hombro.

Mientras desaparecía entre los árboles Richard lo vio alargar una mano para empuñar una espada corta que le colgaba del hombro. Sabía que Chase había mentido; no iba a enterrar nada. Al joven no le gustaba dejar partir a su amigo solo, pero Chase se había pasado la mayor parte de la vida solo, patrullando cerca del Límite, y sabía qué hacía y lo que era necesario para protegerlos. No le quedaba más remedio que confiar en el buen juicio de su amigo.

—Ya lo habéis oído —dijo el Buscador—, en marcha.

A medida que avanzaban por el bosque lindante con el Límite los afloramientos rocosos se fueron haciendo más grandes y obligaban al camino a dibujar eses. Los árboles eran tan densos que la luz del sol no conseguía llegar al suelo de la silenciosa floresta, y el camino se convirtió en un túnel que atravesaba la espesura. A Richard le inquietaba aquella sensación de opresión y mientras las monturas avanzaban a buen paso no perdía de vista las profundas sombras a su izquierda. Había ramas colgando en medio de la senda, que los obligaban a agacharse para pasar. El joven no podía ni imaginarse cómo se las arreglaba Chase para viajar por un bosque tan espeso.

Cuando el camino se ensanchó un poco Richard cabalgó a la izquierda de Kahlan, para situarse entre ella y el Límite. El joven agarraba las riendas con la siniestra para tener libre la derecha y poder empuñar la espada. La mujer se cubría con la capa, pero Richard vio que mantenía una mano cerca del cuchillo.

De su izquierda, allá a lo lejos, les llegó el sonido de unos aullidos, como de una manada de lobos, sólo que no eran lobos. Era alguna cosa del Límite.

Los tres volvieron bruscamente la cabeza hacia el sonido. Los caballos estaban aterrorizados y querían echar a correr. Los hombres y la mujer tenían que irlos frenando y, al mismo tiempo, darles suficiente rienda suelta para trotar. Richard comprendía cómo se sentían los animales; también él sentía tentaciones de ponerlos al galope, pero Chase había dicho que no les permitieran correr. Debía de tener una razón, por lo que ellos refrenaban las monturas. Cuando a los aullidos se sumaron gritos espeluznantes que les pusieron a todos los pelos de punta, fue más difícil impedir que los caballos se desbocaran. Los gritos eran chillidos desesperados que transmitían la urgencia y la necesidad de matar. Los caballos siguieron trotando casi una hora pero los chillidos parecían perseguirlos. No podían hacer otra cosa que continuar y escuchar los sonidos de las bestias del Límite.

Cuando ya no pudo soportarlo por más tiempo Richard detuvo su caballo y escrutó el bosque. Chase estaba allí, solo con esas bestias. No podía tolerar que su amigo les hiciera frente en solitario. Tenía que ayudarlo.

—No podemos parar, Richard —le dijo Zedd.

—Tal vez está en un apuro. No podemos permitir que haga esto solo.

—Es su trabajo; deja que lo haga.

—¡Ahora mismo no es un guardián del Límite, sino que nos está conduciendo al paso!

El mago retrocedió con su caballo y habló suavemente:

—Éste es su trabajo ahora, Richard. Ha jurado defenderte con su vida. Y esto es lo que hace al asegurarse de que llegues al paso. Tienes que meterte algo en la cabeza: tu misión como Buscador es más importante que la vida de un hombre, y Chase lo sabe. Por eso dijo que no volviéramos a buscarlo.

—¿Esperas que permita que un amigo mío muera sin que intente impedirlo? —La voz del joven reflejaba incredulidad. Los chillidos se acercaban.

—¡Espero que no mueras en vano!

Richard miró a su amigo fijamente.

—Pero quizá pueda evitarlo.

—Y quizá no. —Los caballos piafaban, nerviosos.

—Zedd tiene razón —intervino Kahlan—. Volviendo a por Chase no demostrarías tu valor, pero siguiendo adelante pese a que deseas ayudarlo, sí.

Richard sabía que Zedd y Kahlan estaban en lo cierto, pero odiaba admitirlo.

—¡Es posible que un día tú te encuentres en la misma situación! ¿Qué querrías que hiciera? —espetó a la mujer.

—Querría que siguieras adelante —repuso ésta sin alterarse.

El joven le lanzó una mirada iracunda sin saber qué decir. Los chillidos en el bosque se aproximaban. Kahlan mostraba una faz impasible.

—Richard, Chase hace esto sin parar. No le pasará nada —trató de tranquilizarlo Zedd—. No me extrañaría que se lo estuviera pasando en grande. Más tarde tendrá una buena historia que contar y quizás haya algo de verdad en ella. Ya sabes cómo es.

Richard estaba enfadado con ellos dos y consigo mismo. No quería seguir hablando. Espoleó al caballo para que se pusiera en cabeza. Zedd y Kahlan respetaron su silencio y permitieron que su caballo se adelantara. Al joven le enfurecía que Kahlan pensara que él fuera capaz de abandonarla en una situación como ésa. Ella no era una guardiana del Límite. No le gustaba pensar que a lo mejor sólo podía salvarlos permitiendo que los mataran. Era absurdo. Al menos, él quería que fuese absurdo.

El joven trató de hacer oídos sordos a los chillidos y aullidos que procedían del bosque. Poco a poco los fueron dejando atrás. El bosque parecía muerto, sin pájaros, conejos ni siquiera ratones, sólo árboles retorcidos, matorrales espinosos y sombras. Richard aguzó el oído para asegurarse de que Zedd y Kahlan lo seguían. No quería volverse y mirar; no quería encararse con ellos. Al rato se dio cuenta de que los aullidos habían cesado, y se preguntó si sería una buena señal.

Richard tenía ganas de disculparse, de decirles que simplemente temía por la vida de su amigo, pero no podía. Se sentía impotente. No dejaba de repetirse que a Chase no le pasaría nada malo, que era el jefe de los guardianes del Límite, que no era estúpido y que no se metería en ninguna situación que no pudiera manejar. El joven se preguntó si había alguna situación que Chase no pudiera manejar. También se preguntó si sería capaz de decírselo a Emma si algo le pasaba a su marido.

Se estaba dejando llevar por la imaginación. Chase se encontraba perfectamente. Y no sólo eso, sino que se enfadaría mucho con él por albergar tales pensamientos, por dudar de él.

Se preguntó si Chase los alcanzaría antes de que anocheciera. ¿Debían detenerse a pasar la noche si no era así? No. Chase había recalcado que no se detuvieran. Tendrían que seguir cabalgando toda la noche, si era necesario, hasta que se reuniera con ellos. Richard tenía la sensación de que las montañas los acechaban, listas para saltar sobre ellos. No creía haber estado nunca tan cerca del Límite.

Por preocupado que estuviera por Chase, su furia se desvaneció. Se volvió para mirar a Kahlan. La mujer le dirigió una cálida sonrisa, que él devolvió, sintiéndose mejor. El joven trató de imaginarse cómo debía de haber sido el bosque antes de que tantos árboles murieran. Tal vez era un lugar hermoso, verde, acogedor, seguro. Tal vez su padre pasó por allí al cruzar el Límite, quizá recorrió ese mismo camino con el libro.

Richard se preguntó si todos los árboles cercanos al otro Límite murieron antes de que éste cayera. Quizá deberían esperar sentados hasta que éste también desapareciera y después cruzar. Quizá no era necesario desviarse tanto al sur, hasta el Puerto Rey. ¿Pero por qué pensaba que ir al sur era desviarse? No sabía adónde ir una vez estuviera en la Tierra Central, así que, ¿qué más daba un sitio que otro? La caja que buscaban podría estar en el sur o en el norte.

El bosque era cada vez más lúgubre. Hacía ya un par de horas que Richard no veía el sol pero estaba seguro de que pronto se pondría. La idea de viajar por el bosque de noche no era muy atractiva, pero aún sería peor dormir en él. El joven se aseguró de que sus amigos lo seguían de cerca.

La quietud del atardecer fue rota por el sonido del agua, que poco a poco se fue haciendo más intenso. Un poco más adelante toparon con un riachuelo que contaba con un puente de madera. Justo antes de cruzarlo, Richard se detuvo. El puente le daba mala espina; tenía la inexplicable sensación de que algo iba mal. Nunca estaba de más ser precavido. Dirigió el caballo hacia el lecho y echó un vistazo a la construcción, por debajo. Unos anillos de hierro aseguraban las vigas de apoyo a unos bloques de granito, sin embargo los pernos habían desaparecido.

—Alguien ha manipulado el puente. Aguantará el peso de un hombre, pero no el de un caballo. Parece que tendremos que mojarnos.

—Yo no quiero mojarme —rezongó Zedd.

—Bueno, ¿se te ocurre algo mejor? —inquirió Richard.

Con los dedos índice y pulgar Zedd se acarició ambos lados de su liso mentón.

—Pues sí —anunció—. Vosotros cruzad, que yo aguantaré el puente. —Richard lo miró como si pensara que el mago se había vuelto loco. —Vamos, vamos, no os pasará nada.

Zedd, muy erguido en la silla, tendió ambos brazos a los lados con las palmas hacia arriba, y la cabeza inclinada hacia atrás. Entonces respiró hondo y cerró los ojos. De mala gana los otros dos cruzaron el puente con cuidado. Al llegar al otro lado dieron la vuelta a las monturas y observaron a Zedd. Su caballo se puso en marcha por sí solo. El mago seguía con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Cuando se reunió con sus amigos bajó los brazos y los miró. Richard y Kahlan no apartaban los ojos de él.

—Tal vez estaba equivocado —dijo Richard—. Tal vez el puente sí podía soportar el peso.

—Es posible —repuso Zedd, risueño. Sin mirar atrás hizo chasquear los dedos, y el puente se derrumbó con estrépito. Las vigas gruñeron mientras se separaban violentamente unas de otras en la corriente, y ésta las arrastró—. Aunque también es posible que estuvieras en lo cierto. No podía dejarlo tal como estaba; alguien podría haber intentado cruzar.

—Algún día, amigo mío —comentó Richard sacudiendo la cabeza—, algún día nos sentaremos y tendremos una larga charla. —Con estas palabras dio la vuelta al caballo y reemprendió la marcha. Zedd miró a Kahlan y se encogió de hombros. La mujer sonrió y, después de guiñarle un ojo, siguió a Richard.

Continuaron avanzando por la deprimente senda sin dejar ni un momento de vigilar el bosque. Richard se preguntó qué más sería capaz de hacer Zedd. El joven dejó que fuera su caballo el que encontrara el camino en la creciente oscuridad, mientras él se preguntaba cuánto tiempo más duraría ese mundo muerto, o si alguna vez el camino los alejaría de él. Con la noche el bosque cobró vida, y se oían extraños sonidos y raspaduras. El caballo gemía ante la presencia de seres invisibles. Richard le palmeó en el cuello para tranquilizarlo y escrutó el cielo en busca de gars. Era inútil; ni siquiera veía el cielo. Al menos, el dosel de ramas retorcidas y muertas evitaría que los gars los sorprendieran. Tal vez los seres que moraban en los árboles representaban una amenaza mayor que los gars. Richard no tenía ni idea de qué eran y tampoco estaba seguro de querer saberlo. El joven se dio cuenta de que el corazón le latía desbocado.

Una hora después, más o menos, percibió el sonido de algo que se abría paso por la maleza a su izquierda, todavía bastante lejos. Avanzaba rompiendo ramas. El joven puso al caballo a medio galope y se volvió para asegurarse de que Zedd y Kahlan lo seguían. Fuera lo que fuese, seguía avanzando en su dirección; no podrían dejarlo atrás; les saldría al paso. Quizás era Chase, pero quizá no.

Richard desenvainó laEspada de la Verdad,al tiempo que se inclinaba hacia adelante y oprimía los flancos del caballo con las piernas, apremiándolo. Todos sus músculos se pusieron tensos mientras el corcel galopaba por la senda. No sabía si Kahlan y Zedd lo seguían y, de hecho, no le importaba. Su mente se concentraba en tratar de penetrar la oscuridad que tenía delante para ver cualquier ser que pudiera atacarlo. Sentía una furia sin límites, y el calor y la necesidad crecían dentro de él. Galopaba con la mandíbula apretada, los instintos prestos a matar. El ruido de los cascos del caballo en el camino le impedía oír al ser que avanzaba por el bosque, pero sabía que estaba ahí y que se acercaba.

Entonces percibió una silueta negra que se movía entre las siluetas apenas discernibles de los árboles. El ser irrumpió en la senda, a una decena de metros por delante. El joven alzó la espada y fue a por él imaginándose lo que iba a hacerle. El ser esperaba inmóvil.

En el último instante Richard se dio cuenta de que se trataba de Chase. El guardián tenía un brazo levantado, para detenerlo, y enarbolaba una maza.

—Me alegra comprobar que estás alerta —fue el saludo del guardián del Límite.

—¡Chase! ¡Me has dado un susto de muerte!

—También yo llegué a asustarme. Seguidme y no os quedéis atrás —agregó cuando Kahlan y Zedd llegaron a su altura—. Richard, tú ve atrás y no guardes la espada.

Chase dio media vuelta al caballo y se lanzó al galope. Los demás lo siguieron. Richard no sabía si algo los perseguía. Chase no se comportaba como si la batalla fuera inminente, pero le había dicho que no guardara la espada. El joven lanzaba miradas recelosas a ambos lados. El grupo avanzaba con las cabezas gachas, para evitar topar con alguna rama baja. Era peligroso que los caballos corrieran de ese modo en la oscuridad, pero Chase ya lo sabía.

Al llegar a una bifurcación del camino, la primera de todo el día, el guardián del Límite tomó sin vacilar la senda de la derecha, la que se alejaba del Límite. Poco rato después salieron del bosque y, a la luz de la luna, vieron un paisaje de suaves lomas pobladas por unos pocos árboles. Chase frenó su montura y la puso al paso.

—¿De qué iba todo eso? —preguntó Richard, después de envainar la espada y ponerse a la altura de sus compañeros.

—Las bestias del Límite nos perseguían —repuso Chase, enganchando de nuevo la maza en el cinturón—. Cuando salieron del Límite a por vosotros, yo me encargué de aguarles la fiesta. Algunas regresaron, pero otras os continuaron siguiendo sin cruzar la frontera del Límite, donde estaban a salvo de mí. Por eso no quería que fueseis demasiado rápido, para poder seguiros por el bosque. De haberos perdido, ellas me hubieran adelantado y os hubieran atacado. Nos hemos alejado del Límite porque no quiero que sigan nuestro rastro esta noche. Es demasiado peligroso viajar tan cerca del Límite de noche. Acamparemos en una de esas colinas de ahí. Por cierto —añadió, volviéndose hacia Richard —, ¿por qué te paraste? Te dije que no lo hicieras.

—Estaba preocupado por ti. Oí los aullidos y quería volver para ayudarte. Zedd y Kahlan me convencieron de que no lo hiciera. —Richard pensó que Chase se enfadaría, pero no fue así.

—Gracias, pero no vuelvas a hacerlo. Mientras estabais parados, decidiendo qué hacer, casi os atrapan. Zedd y Kahlan tenían razón. La próxima vez no discutas con ellos.

Richard sintió que las orejas le ardían. Sabía que se había equivocado, pero esto no hacía que se sintiera mejor por dejar en la estacada a un amigo.

—Chase, dijiste que los lobos habían atrapado a alguien, ¿era cierto? —preguntó Kahlan.

—Sí —respondió el guardián. A la luz de la luna su rostro adoptó una expresión de frialdad pétrea—. Uno de mis hombres. No sé cuál. —Chase se volvió de nuevo hacia el camino y cabalgó en silencio.

Acamparon en una alta colina, desde la que podrían divisar cualquier ser que se aproximara. Chase y Zedd se ocuparon de los caballos, mientras Richard y Kahlan encendían fuego, sacaban de las mochilas pan, queso y fruta seca, y con estos ingredientes cocinaban un guiso. Kahlan ayudó a Richard a buscar leña seca entre los escasos árboles y después a llevarla al campamento. El joven comentó que hacían un buen equipo. La mujer sonrió levemente y se volvió, pero él la cogió por el brazo y la obligó a mirarlo.

—Kahlan, si hubieras sido tú, hubiese vuelto a buscarte —dijo, queriendo decir más de lo que expresaban estas palabras.

—Por favor, Richard —le rogó la mujer, observando sus ojos—, ni siquiera lo digas. —Suavemente se desasió y regresó al campamento.

Cuando los otros dos, después de atender a los caballos, se acercaron al fuego, Richard reparó en que la vaina que Chase llevaba colgada a la espalda estaba vacía; la espada corta había desaparecido, al igual que una de las hachas de guerra y varios cuchillos largos. Sin embargo, el guardián no estaba indefenso, ni mucho menos.

La maza que le colgaba del cinto estaba completamente cubierta de sangre, al igual que los guanteletes, y todo él se veía salpicado. Sin hacer ningún comentario, sacó un cuchillo, arrancó un colmillo de unos siete centímetros de la maza, donde estaba alojado, y lo arrojó por encima del hombro a la oscuridad. Después de limpiarse la sangre de las manos y de la cara, se sentó frente al fuego con los demás.

—Chase, ¿qué nos perseguía? —le preguntó Richard, al tiempo que lanzaba una ramita a las llamas. —¿Y cómo es posible que un ser entre y salga del Límite?

Chase cogió una hogaza de pan y partió más o menos un tercio. Entonces miró a Richard a los ojos.

—Se llaman canes corazón. Miden aproximadamente el doble que un lobo, tienen un pecho enorme y robusto, cabeza bastante plana y un gran hocico erizado de dientes. Son muy fieros. No sé de qué color son, pues suelen merodear por la noche, al menos así se comportaban hasta hoy. Y, de todos modos, en ese bosque está demasiado oscuro para poder decirlo. Tuve que emplearme a conciencia. Nunca había visto tantos reunidos.

—¿Por qué se llaman canes corazón?

Chase masticó un pedazo de pan con la mirada fija en el joven.

—Hay varias opiniones. Los canes corazón tienen orejas grandes y redondeadas, y un oído excelente. Algunos dicen que son capaces de localizar a una persona por los latidos del corazón. —Richard abrió mucho los ojos. Chase dio otro mordisco al pan y masticó—. Otros dicen que se llaman canes corazón porque así es como matan; lanzándose al pecho. La mayoría de los depredadores buscan la garganta, pero no así los canes corazón; ellos van directos al corazón de la presa, y se lo arrancan con sus grandes colmillos. También es lo primero que devoran. Si hay más de un can se disputan el corazón.

Zedd se sirvió un cuenco del guiso y después tendió el cucharón a Kahlan. Richard, aún a riesgo de perder el apetito, tenía que seguir preguntando:

—¿Y tú qué crees?

—Bueno —repuso Chase, encogiéndose de hombros—, nunca se me ha ocurrido quedarme quieto junto al Límite por la noche para averiguar si podían oír los latidos de mi corazón. —Dio otro mordisco al pan, y bajó los ojos al pecho mientras masticaba. Entonces se quitó la pesada cota de malla. Ésta presentaba dos desgarrones. En las anillas destrozadas se habían quedado enganchados fragmentos de colmillos amarillos. La túnica de piel que llevaba debajo estaba empapada con la sangre de los canes—. El que me hizo esto tenía mi espada corta clavada en el pecho, pero seguía atacando mi caballo. —El guardián miró de nuevo a Richard y enarcó una ceja—. ¿Responde esto a tu pregunta?

Al joven se le puso la carne de gallina. Pero tenía una pregunta más:

—¿Y qué me dices de que puedan entrar y salir del Límite?

Chase cogió el cuenco de guiso que Kahlan le ofrecía.

—Están relacionados con la magia del Límite; fueron creados con ella. Son, por así decirlo, sus perros guardianes. Pueden entrar y salir con impunidad. No obstante, están ligados a él y no pueden alejarse demasiado. Ahora que el Límite se está debilitando llegan cada vez más lejos. Por esta razón transitar por el camino del Buhonero es muy peligroso, pero por otra ruta tardaríamos una semana más hasta llegar a Puerto Rey. El atajo que hemos tomado es el único que se aparta del Límite hasta que lleguemos a Refugio Sur. Sabía que tenía que alcanzaros antes de que os lo pasarais, o hubiésemos tenido que pasar la noche allí, con ellos. Mañana a la luz del día, cuando sea más seguro, os mostraré cómo se está debilitando el Límite.

Richard asintió, y todos se sumieron en sus propios pensamientos.

—Son de color marrón claro —dijo Kahlan en voz baja. Todos se volvieron a mirarla. La mujer tenía los ojos clavados en el fuego—. Los canes corazón son de color marrón claro y tienen un pelaje corto, como el del lomo de un venado. Desde que el otro Límite cayó, se ven por todas partes en la Tierra Central. Ya nada los contiene y, enloquecidos por la falta de un propósito, se dejan ver incluso de día.

Los tres hombres se quedaron quietos, sopesando las palabras de la mujer. Incluso Zedd dejó de comer.

—Fantástico —murmuró Richard—. ¿Y qué otras sorpresas aún peores nos tiene preparada la Tierra Central?

Era una pregunta retórica; más una maldición fruto de la frustración. El fuego crepitaba y les calentaba el rostro. Los ojos de Kahlan estaban perdidos en un lugar muy lejano.

—Rahl el Oscuro —susurró.

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